Caminata Alto del Brechón (Concordia) - Betulia

Fecha: sábado 28 de julio de 2007

Asistentes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Juan Fernando Echeverri Calle, Carlos Olaya Betancur y Jorge Iván Londoño Maya

Duración: 4 horas

Nombre: La ruta del café y el amor

Homenaje a: Gustavo Londoño Londoño y Nubia Maya Maya, padres del caminante Jorge Iván Londoño Maya, en su sexagésimo aniversario de matrimonio. Esta misma ruta la recorrieron ellos en camión de escalera, luego del madrugón para casarse a las 3 de la mañana de ese miércoles 30 de julio de 1947, en la parroquia La Inmaculada Concepción del municipio de Betulia, para dirigirse luego al corregimiento de Bolombolo en donde cogerían el tren que los llevaría a Medellín, lugar escogido para pasar su luna de miel.

¡Estése tranquilo mi rey que a las 6 en punto pasan a recogerlo! Estas fueron las palabras de la melosa secretaria de la flota Cooncor, empresa con la cual contratamos el carro “expreso” que nos llevaría hasta el municipio de Concordia.

Ante esa promesa con olor a ISO 9000 me desperté bien temprano para estar justo antes de las 6 parado en la portería de nuestro edificio, esperando a que apareciera el “concor” que hiciera juego con el nombre de la empresa. Eran las 6 y 20 y la nave no aparecía, por lo que la tal tranquilidad prometida por mi reina inalámbrica se fue tornando en ansiedad. Cuando subí a llamar a la flota me llamó el portero a decirme que había llegado el carro. Bajé a mil y me encuentro con un taxi Renault 9 amarillo, que ya está entrando a los límites de tartana. La verdad yo me imaginaba un colectivo bien pincha´o, de esos blanquitos, modeludo, con el nombre de Concordia pintado en las puertas delanteras en letras verdes, pa´ gastar pinta por todo ese suroeste. Pero que hacíamos pues, montarnos e irnos a recoger al resto de la tropa; porque tiene mas reversa una candidatura de Serpa a la presidencia.

Cuarenta minutos nos demoramos recogiendo el kinder, por lo que a las 7 de la mañana y frente a la fábrica de licores de Antioquia, le dije a Rodolfo, el conductor de nuestro “concor”, quien tiene su parecido a Petro, pero desgualeta´o: “bueno Rodolfo, yo lo traigo hasta aquí, ahora seguimos de cuenta suya porque usted es el que conoce la ruta” y hágale que vamos para Concordia.

Como en el parque de la América le habíamos comprado El Colombiano a la ahijada de nuestro amigo Raúl Tamayo, lo primero que hicimos fue pasarnos la revista Nueva para ver el artículo, con foto y todo, que nos había publicado Vienita Ruiz, el ángel de la guarda de nuestro grupo, quien para acabar de ajustar, lo ubicó debajo de su encantadora foto. Que halago compartir editorial y pasarela con el desvelo de muchos de nosotros, comenzando por nuestro amigo don Begow, quien desde ese día nos tendrá que saludar con venia incluida.

Desde ese momento mandamos pa´l carajo la tartana y comenzamos a estirar pescuezo en nuestro flamante pichirilo amarillo. Tampoco se quedó atrás la columna de Raúl Emilio, entonada a todo pulmón por el Echeverri, quien no necesita de ayudas fonéticas (entiéndase parlantes) para hacerse oír.

Pasada la efervescencia y el calor de la fama, volvimos a nuestra acostumbrada tertulia, como siempre muy generosa en estos desplazamientos a nuestros puntos de inicio de las caminatas, que nos sirven como precalentamiento lingüístico a nuestra generosa retahíla en plena carretera.


Siguiendo el plan acordado, la primera y única parada la hicimos en el restaurante La Cascada para el desayuno de rigor, el cual queríamos hacer al mejor estilo camionero, para ganar los puntos perdidos con nuestro amigo Pablo Mejía. Llegar allí es como sentirnos en nuestra casa, obviamente en materia gastronómica, pues las amables chicas nos contemplan y nos llevan todos los caprichos. Esta vez nos atendió Magdalena, quien nos enjuagó con el bálsamo de su amabilidad; así mismo, Olga, la dueña y administradora del lugar, nos hizo mas grata nuestra corta estadía.

De pura memoria, porque ya habíamos desayunado allí en pasadas caminatas, fuimos haciendo los pedidos de los cinco desayunos, incluido el de Rodolfo, nuestro Montoya de cabecera, quien estaba invitado por la vaca de los Todo Terreno, que para esta oportunidad engordamos mas de lo normal porque el viaje así lo ameritaba.

En lo que se pone tieso y majo un chicharrón, fueron desfilando por el largo mesón los recalentados con cerdo, con chicharrón, con chorizo, o con carne de res “cuñada” con chicharrón, tal como fue el pedido de Juanfer. Todos los platos adornados con huevos revueltos, lo de la yema roja, según reza la frase publicitaria, arepa talla ele, un cuarto de quesito, mantequilla no autorizada por cardiólogos y chocolate lechudo.

Cómo si esto no fuera suficiente, y por cortesía del lobato Londoño, como buen tesorero, apareció una bandejita de chicharrones tostaditos para acompañar los suspiros y los rodillazos que no se hacían esperar en cada salida de la hermosa administradora, quien nos sirvió de fotógrafa y de modelo como para redondear nuestra faena de ese día con la belleza femenina.

Con despedida de bombos y palillos, con cajita de chicles gratis y dejándole muy en claro a Olguita nuestra admiración por su hermosura, porte y amabilidad, así como al resto del personal femenino por sus finas atenciones, continuamos nuestro viaje, ahora si en nuestro Ferrari. Que cuento de tartana después de haber tenido a nuestro lado a la bella de Olguita.

Como un suspiro pasamos por Bolombolo, corregimiento que vive en permanente intimidad con el río Cauca. Luego de pasar el puente nos encontramos con el repetitivo cuadro, varios camiones esperando que dieran paso por la troncal que lleva a Santa Fe de Antioquia, vía artería que fue construida y dejada a la buena de Dios sin siquiera haberle firmado contrato de mantenimiento. No se concibe que una vía tan importante, y relativamente nueva, tenga en sus haberes la mayor cantidad de derrumbes.

En dos zancadas llegamos a las partidas para Concordia que está a una matada de ojo de 23 kilómetros. La carretera por fortuna es pavimentada, con algunos pasos malos producto del terreno inestable y con algunos derrumbes de menor importancia, y que conste que vamos por la tierra del café, nuestro primer producto de exportación. ¿Que tal si por allí sólo se cosecharan algarrobas? ¡Válgame Dios! Casi desde donde se empiezan a subir los 1.400 metros de altura para llegar a los 2.000 el decorado es un solo cafetal, tanto que hasta la cebolla junca, que crece silvestre en nuestros campos, la tiene que importar desde el corregimiento de san Cristóbal.

A las 10 de la mañana pisamos el empedrado de la plaza principal de Concordia, patria chica de Salvo Ruiz y Antonio José (Ñito) Restrepo, ese par de tigres, como los llama Oscar Dominguez y Giraldo, el desvertebrado mayor, quien con su nadaito de perro hubiera tenido con que haberles jugado, al menos, una partida de dominó bien conversada.

Como siempre lo primero fue echarle flores al Gran Maestro, en el interior de su pinchada iglesia de estilo republicano, dedicada a nuestra señora de las Mercedes, donde oran por puchas los González, los Garcés, los Restrepo y otros apellidos ilustres que conforman los 25.000 concordianos que todos los días hacen ejercicio subiendo y bajando por las empinadas calles del pueblo. Es tan faldudo ese Concordia, que allí para atracarlo a uno simplemente le dicen: la billetera o lo empujo.

De la iglesia pasamos al parque principal, apoyados siempre en nuestros cayados para no caer al Cauca. Allí vimos el monumento a Salvo Ruiz, y el busto de Antonio José (Ñito) Restrepo, de quien Titiribí reclama a trova partida su natalidad. En una conversación entre este par de tigres miren lo que pasó:

Pregunta Ñito:

“Óigame amigo salvo
Si usted me puede informar
Como la Virgen María pariendo,
Virgen pudo quedar”




Responde Salvo;

“Tire una piedra al mar
El agua se abre y se vuelve a cerrar,
Así la virgen María pariendo,
Doncella pudo quedar”




Y que tal esta trova dicha por Ñito al padre Sáulo, párroco de Titiribí, en unas de las recogidas de limosna dominicales, refiriéndose a Antonio Serna, a quien se le atribuían 53 hijos naturales:

"En este Titiribí,
Exceptuando los que vengan,
Solamente el Padre Sáulo,
No es hijo de Antonio Serna"

Pero dejémonos de trovas y sigamos para Betulia. En efecto, como nos había cogido la noche, optamos por decirle a Rodolfo que nos llevara unos 8 kilómetros carretera adentro para ganarnos dos horas de recorrido. Ese milagro tiene nombre propio, la Milagrosa, pues nos escapamos de haber tenido que pasar a pie por el tramo más empantanado y difícil que tienen los 26 kilómetros que separan estos dos pueblos. Allí el pichirilo se comportó como lo que somos, un todo terreno, y Rodolfo como un príncipe, pues nos entró 10 kilómetros adelante para dejarnos en el sitio conocido como el alto del Brechón, donde la carretera, aunque todavía con pantano, es mas decente y transitable.

Hay que aclarar que el estado de la vía se agravó por los trabajos de ampliación y rectificación para su posterior pavimentación, obra que se esperaba entregar para este diciembre, pero por lo que vimos es un imposible, porque está muy viche. Quizás para diciembre de 2008. Como consuelo vale decir que si los betulianos hemos esperado 130 años la pavimentación, no vamos a esperar ahora unos meses más, ¡maldinga sea!

La despedida de Rodolfo, olvidando los primeros kilómetros y recordando los últimos, tenía que ser con la altura del caso, por lo que con un apretón de manos, así estuviera “sudada” y con palmadita en el hombro nos despedimos para montar morrales al hombro e iniciar los 16 kilómetros que nos separaban del pueblo que huele y sabe a café.

El primer kilómetro puso a prueba nuestras botas pantanoresistentes, por lo que pasamos sin dificultad los tramos cubiertos de una colada amarilla; eso si, las botas quedaron como si fueran de guerrillero extraviado; menos mal el Olaya, con sus acostumbrados apuntes macondianos nos alentó diciendo: “tranquilos muchachos que cuando lleguemos nos hacemos pegar una embetuliada”

Esa difícil y temeraria carretera para Betulia, decorada con precipicios y derrumbes de todos los tamaños y colores, tiene una curiosa particularidad, pues de 26 kilómetros unos 12 corresponden a una inmensa curva que comienza en el alto del Brechón y termina en la Raya, curva que va bordeando las montañas; es decir, que desde cualquier punto de la carretera uno puede ver el punto de partida (el Brechón) y el de llegada (La Raya) con razón, o sin ella, comentábamos en plena caminata que si se construyera un puente que uniera los dos extremos, esta caminata quedaría convertida en paseo para monjas. ¡Pero vaya pues consiga la plata!

Bajo los rayos de un sol inclemente fuimos recorriendo por predios de las veredas Morelia, San Luis, Tarqui, san Pacho y Tarroliso. Nombres éstos, algunos muy curiosos y llamativos, que van brotando por esta geografía paisa como matas de fríjol, al igual que los nombre de las quebradas, por ejemplo, nos encontramos con la quebrada “la Quebradona”

Precisamente en el punto llamado Partidas de Morelia, aprovechamos para regalarles unos bombones a unas niñas que charlaban bajo la mirada protectora de la virgen del Carmen. Ya en el propio Morelia hicimos la primera parada que Luisfer y Olaya disfrutaran de una cerveza heladita en una fonda caminera, y para recrearnos divisando el cerro Plateado, una imponente cumbre que termina en forma de sombrero. Como siempre, no faltaron las zonas de alimentación compuestas por granadillas, mandarinas, manzanas y abundante agua.

Hay que destacar el excelente servicio que prestan por esta región las busetas que le sirven a Urrao, municipio que sigue a Betulia, famoso entre otros, por sus granadillas de exportación y su queso urraeño. Sin exagerar cada media hora pasaba una de estas busetas, lo mismo que furgones repartidores, vehículos particulares, volquetas en cantidades industriales y maquinaria pesada para las obras, lo que convierte a esta carretera de un importante tráfico.


Las existencias de bombones se nos agotaron al llegar a una humilde casa al borde la carretera de donde salen tres hermosos niños, entre ellos una mona ojiverde que se resistía a salir para recibir el dulce. Al final lo hizo alentada por los consejos de los familiares que en buen número salieron para agradecernos el detalle.

Faltando 8 kilómetros comenzamos a ver nuevamente las obras en la carretera, a cargo de la empresa contratista que viene haciendo los trabajos desde Betulia. Las especificaciones de todo el proyecto están consignadas en la valla que encontramos al lado de la vía, información que nos vuelve el alma al cuerpo, pues veníamos alicaídos con al atraso inicial.

Se nota en la mayoría de los obreros el agradecimiento con el gobernador Aníbal Gaviria, y como tal lo predican a los cuatro vientos, pues gracias a su impulso fue posible sacar adelante esta necesaria obra, en una región que produce el 16% del café de Antioquia.Así mismo se nota en varias vallas la ayuda de la Federación Nacional de Cafeteros, mediante la habilitación de vías y la construcción de casas y centros de salud para varias veredas de la región.


Al llegar a la vereda la Raya nos encontramos de frente con la panorámica del pueblo, y con el paisaje de esos cafetales, algunos de los cuales dispuestos en tal forma que parecen acuarelas pintadas por Velásquez. Van apareciendo las provocativas fincas cafeteras con sus amplios corredores, con sus construcciones anexas donde se lava, se despulpa, se seca, se escoge y se empaca el grano.

A propósito, nos llamó la atención la forma como mandan el grano desde el cafetal hasta el despulpadero. En el cafetal construyen una tolva en la cual echan los frutos recolectados y por la acción del agua y la gravedad viajan por un tubo hasta un depósito donde es lavado para pasar a la despulpadora.


De la Raya para abajo comienza a verse los resultados de las obras. La vía es más amplia y el afirmado está listo para la pavimentación. Faltando 3 kilómetros comienza el pavimento hasta el pueblo, el cual nos recibe con las instalaciones del hospital que está siendo ampliado. A las 2 y 10 de la tarde tocamos tierra firme en la plaza de Betulia, tierra del lobato Londoño, sus padres y abuelos.

La iglesia de nuestra de la Inmaculada Concepción nos abrió sus puertas para manifestar nuestra gratitud al Todo Poderoso por habernos permitido hacer esta caminata y por darnos la oportunidad de volver al pueblito que nos vio nacer. Desde el atrio apreciamos el marco de la plaza y nuestro polaroid Olaya tomó las fotos a los lugares donde vivieron las familias de mis padres, digo a los lugares porque los enormes caserones de tapias con patio central y solar trasero ya no existen, los cambiaron mano a mano por casas corrientes o locales comerciales de material.

Indagando con algunos parroquianos en el parque principal, a quienes por la edad les calculábamos que habrían podido vivir en aquellas épocas, nos dimos cuenta que de aquella generación ya no quedaba nadie, o tal vez muy pocos. Es decir que estábamos en un pueblo muy cambiado al que dejamos porque casi siempre se cumple el ciclo migratorio en donde las familias de los pueblos toman asiento en las grandes ciudades y al pueblo llegan las personas que viven en las veredas.

Aunque teníamos programado quedarnos mucho más tiempo, porque el transporte de regreso lo habíamos hablado previamente desde Medellín, para hacerlo en uno de los taxis colectivos, optamos por regresar en la buseta que venía de Urrao y que partía a las 3 y 20. Tuvimos tiempo de tomarnos un franciscano refrigerio porque nuestro uniformado chofer aceleraba su buseta, la cual abordamos para acomodarnos en los puestos del 11 al 14.

Con sobre cupo partimos de Betulia a deshacer los pasos por la misma carretera. Volvimos a ver el cerro Plateado, la hermosa monita de ojos verdes a quien le endulzamos la tarde, los soldados de la patria cuidando la vida de los ciudadanos de bien, los obreros dejando su sudor en las obras, las fincas y sus cafetales y esas imponentes montañas que se repiten a la distancia.

Mientras observaba por la ventanilla todo este paisaje cantaba para mis adentros:

“Quien vivió en esas casas de ayer, casas viejas que el tiempo bronció, patios viejos color de humedad, con leyendas de noche de amor”

Hasta la próxima

Jorge Iván Londoño Maya

Caminata La Ceja - El Carmen de Viboral - Vereda La Brecha (Marinilla)

Fecha: sábado 21 de julio de 2007

Asistentes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Juan Fernando Echeverri Calle, Carlos Olaya Betancur y Jorge Iván Londoño Maya

Duración: 7 horas

Nombre: Ensalada en salsa carmelitana

Las primeras horas de este sábado estuvieron amenizadas por una llovizna de esas que llamamos “moja bobos”; pero como caminante que se respete no le mira el colmillo al firmamento, llegamos muy puntuales Juanfer y el lobato Londoño a los bajos de la estación Exposiciones, donde nos esperaban Luisfer y el polaroid Olaya, con recostado de camajan sobre una de las columnas del metro.

Después de varios sábados el grupo estaba nuevamente con la tribuna completa, lo que sirvió de disculpa para un para un efusivo saludo, interrumpido por la llegada de la buseta de Transportes Unidos que nos llevaría hasta el municipio de la Ceja, la cual arrancó por la vía las Palmas con quórum completo.

Después de hora y piquito de conversa, de haber visto el salto del Tequendamita convertido en Tequendama debido el crecido caudal por la lluvia de la noche, y de subir hasta 2.200 metros de altura llegamos al municipio de la Ceja del Tambo, el que parece un exámen final de Pitágoras gracias a lo bien trazado; y para ajustar hoy en día enmarcado por un jardín de flores gracias a los extensos cultivos de hortensias, rosas, pompones, margaritas, lirios y otras especies que lo circundan.

Como siempre, lo primero que hicimos fue visitar la basílica menor, que en esta oportunidad encontramos vestida con las mejores galas en honor a la Virgen del Carmen, nada menos que la patrona del pueblo, y a quien por estos días se le celebran sus fiestas y su novena. Como estaban en misa nos tocó un oír un trozo del coro acompañado del órgano y violines.




De la basílica menor pasamos al restaurante mayor. En efecto, el Portal de las Flores, nombre que no tiene relación con unos deliciosos fríjoles con chicharrón, esta estrenando tremendo local, donde caben unos cien comensales entre cejeños, turistas y caminantes; decorado con trastos y trebejos viejos, como las desaparecidas fondas antioqueñas.
El desayuno fue igual para todos: huevos revueltos con tomatico y cebolla, tela pero la de maíz, decorada con quesito y mantequilla, un espumoso chocolate y de ñapa para Juanfer una coquita de fríjoles “de los que sobraron anoche” según los pidió.

Cuando sonaron las nueve, sin llovizna y bajo la mirada curiosa de los parroquianos, nos despedimos de la Ceja, hermoso pueblo que ha sido el inicio o el final de muchas de nuestras caminatas. Por sus planas y derechas calles fuimos dejando atrás los almacenes de variedades, sus graneros mixtos, los gajos de bananos colgando en las puertas de las tiendas, los puestos de empanadas caseras, las casas con sus puertas abiertas y los pisos relucientes, los perros callejeros indiferentes a nuestro paso y las señoras barriendo las aceras.

Unas diez cuadras recorridas y llegamos a la transitada vía que conduce a San Antonio de Pereira y Rionegro. El día sigue encapotado con leves amagos de despejarse. Los 7 kilómetros que nos llevan hasta las partidas para El Carmen de Viboral los hacemos en una hora y 45 minutos, a 150 palabras por minuto, disfrutando del cerro el Capiro que se convierte en compañero inseparable y escoltados por hermosas fincas de recreo, una de las cuales sobresale por la cantidad de matas ornamentales sembradas a lo largo del corredor, pa´muestra una foto.

Al llegar al sitio conocido como el Crucero, encontramos las partidas, dejamos el pavimento y cogemos la carretera destapada que está siendo preparada para su pavimentación en los 8 kilómetros de distancia hasta el Carmen. El barro será ahora nuestro permanente compañero por lo que los tenis de Luisfer, que estaba estrenando, perdieron su virginidad con el primer paso que dio. A pocas cuadras de la nueva vía nos dio la bienvenida la hermosa capilla de la vereda la Clara, la cual cumplió 34 años de construida. Hablando de cumple años allí mismo aprovechamos para cantarle el japiverdi, vía celular, a mi hijo Alejandro, quien al final dijo: ¡Sabes que papi, es mejor que sigan caminado!

A medida que caminábamos el barro se convertía en una colada que cubría todo el ancho de la vía, sin posibilidades de encontrar un caminito medio decente por las orillas, por lo que poco a poco nos fuimos acostumbrando al estado de la vía, la cual por ciento es muy transitada tanto por vehículos particulares como públicos y la misma maquinaria de la obras. Este tramo se caracteriza por los cultivos de flores, algunos de ellos convertidos en una fantasía de colores porque siembran diferentes clases de flores. Lástima que los velos laterales que cuelgan de los techos de plástico no dejaron tomar las fotos de rigor para mostrarles tan hermosa mercancía.

Algunos trayectos ya están pavimentados por lo que aprovechamos para sacarnos el barro pisando duro como batallón de los hombres de acero, y para que el lobato Londoño, con la mano levantada al cielo, le pida a su Milagrosa que salga el pelicandela Restrepo, lo cual no se hace esperar, como siempre sucede. En el sector mas critico de la carretera, nos encontramos a una guarda de tránsito del Carmen, organizando el paso de los vehículos, porque hay un solo carril habilitado.

Cuando llegamos tenían paso los carros que venían en dirección contraria, así que cuando pasaba un bus también se metió un motociclista que iba en la misma dirección nuestra, con parrillero a bordo, quien a su vez llevaba una bicicleta cargada, y claro como el paso era tan angosto pasaron muy cerca de Juanfer, por lo que la llanta delantera de la bicicleta le pego en la espalda a Juanfer y lo corrió para un lado “de taquito”, por fortuna sin consecuencias. Esto hizo que la guarda no parara de reírse, tanto que la foto dándonos vía la tomamos con una asistente de la empresa contratista. A propósito, esa guarda era tan fea que no daba “partes” sino penitencias.

Luego de superar este momento, y de que Juanfer por fin supiera lo que es tener una bicicleta al hombro, tal como le toco a Ramón Hoyos Vallejo o a Justo Pintado Londoño, llegamos a otro difícil paso, también de un solo carril, pero esta vez sin empujonazo, porque la conductora que venia hacia nosotros muy gentilmente espero a que pasáramos, lo cual le valió unas sonrisa acompañada con matada de ojo, ¡que es la gracia!

El rezo del Avemaría nos cogió en los albores del Carmen de Viboral, acompañado por los acordes de la pólvora que estaban quemando en el parque en honor a la virgen del Carmen. Echando travesía llegamos al parque principal en donde todavía reinaba el humo y el olor a pólvora. Fuimos recibidos al son del pasillo Las lavanderas, interpretado por la banda municipal, compuesta en su gran mayoría por jóvenes. Como complemento a este recibimiento hizo su aparición doña cervecita y el infaltable tutty fruty de mora para los que no gustamos del amarguito de la vida.

En el atrio nos esperaba otra banda, interpretando otros ritmos en un do mas alegre. Estos aires acompañaron nuestros rezos en el interior de la iglesia nuestra señora del Carmen, cuya imagen parece brotar de un pozo de girasoles. Llama la atención excelente iluminación natural que tiene el templo, debido a sus amplios ventanales. Este templo fue construido luego que la edificación tradicional sufriera serios daños como consecuencia de un fuerte temblor de tierra. El Carmen es famoso por sus productos de cerámica por lo que llama la atención el ingenio paisa, pues una de las locerías lleva el nombre “Edith Cecilia”, como recuerdo de la funcionaria de EE PP a quien se le atribuye la compra de la famosa vajilla de los cien millones de pesos.

Cuando salimos del templo hizo su aparición en el parque una banda de guerra con grupo de baile incluido. Así que del pasillo pasamos al pasodoble y terminamos con un mambo, liderado por las marimbas y las organetas de la banda. Así pues que despedidos con bombos y platillos comenzamos a buscar la carretera para Marinilla, conociendo de paso el cementerio, el centro de convenciones y el centro de acopio.

Nuevamente en carretera destapada nos disponemos a caminar los últimos 8 kilómetros por un territorio plano, inundado por los cultivos de hortalizas y legumbres más extensos y variados que hayamos visto en todas nuestras caminatas. Allí la medallería se reparte entre la zanahoria, la lechuga, el cilantro, la cebolla, el repollo, la remolacha y el tomate, es decir, toda una ensalada en vivo y en directo, a la que sólo le falta una avioneta para fumigar con litros de aceite de oliva. Por otro lado el maíz, el fríjol, la papa y la remolacha complementan la dieta.

Este tramo, que lo vamos haciendo de la mano de Luisfer, porque meses atrás lo había caminado con su esposa Carmenza, nos coge a pleno sol, cuñado con un firmamento abierto de par en par. Las existencias de los bombombunes se nos acaban cuando aparecen 5 niños acompañados posiblemente de su mama, a quien igualmente hubo que regalarle su bombón porque tal como nos dijo con su acento montañero “a mi también me gusta chupar”. Como sólo quedaba un bombón Carlos me dijo que se lo guardara para írselo chupando en la buseta de regreso a Medellín, y así lo hice.

Perplejos por el hermoso paisaje y por la entretenida conversación, no nos dimos cuenta que nos habíamos desviado de la carretera principal, hasta que en algún momento Luisfer, nuestro guía estrella, nos dice: “muchachos, no recuerdo haber pasado por aquí con la flaca”. Así que sin posibilidades de devolvernos por el largo trayecto que habíamos caminado, seguimos a la deriva, preguntando a diestra y siniestra a todo el que nos encontrábamos por nuestra ubicación y por el sendero correcto, pero tal como sucede con la mayoría de nuestros campesinos, dan siempre unas respuestas vagas porque las distancias las miden por tabacos fumados, tienen una orientación como de radar de submarino boliviano y con su típico modo de hablar rápido y complicado se le entiende más a una caneca rodando. Eso si, son las personas mas adoradas del mundo. Al final, no se como hicimos para entenderle a una señora, pero logramos enrutarnos por una trocha que nos sacaría a otra carretera.

De todo pensamos encontrarnos por allí, menos a un vendedor de conos, montado en su moto y anunciando sus productos con un parlante que reproduce Para Elisa, que pena con Beetovhen que una de sus obras sirva para anunciar conos en medio de cultivos de zanahorias y de cebollas. Así que ni cortos ni perezosos nos agarramos a chupar conos porque una cosa es estar medio envolatado y otra aprovechar cualquier momento para saborear un helado. Fue entonces el vendedor de helados quien nos puso en la senda correcta. Conclusión, perderse es conocer más.

De regreso a la civilización aprovechamos para tomarnos el guandolo heladito que llevábamos y unas frías mandarinas que saben a paraíso. Las fincas de recreo comienzan a aparecer como racimos, así como el desfile de motos y carros, lo que nos presagiaba la cercanía a la autopista, a la cual llegamos cuando sonaban las campanas anunciando las cuatro de la tarde.

En un kiosquito al lado de la vía nos comimos unas empanaditas y unas torticas de chócolo encebolladas, como para brindar por la extenuante jornada. Estábamos en el grasoso brindis cuando paso una busetica de Marinilla, la cual paro a los gritos de todos nosotros. Pagamos el pasaje urbano para recorrer los 5 kilómetros que nos separaban de Marinilla, no sin antes subir unos milímetros el techo a la busetica escolar, con el totazo que se pegó Caliche en la subida

La busetica nos dejó a todo el frente del templo de nuestra señora de la Asunción, en donde los marinillos le ruegan al señor para que acreciente sus negocios en el sector del hueco en pleno Guayaquil. Nosotros, por el contrario, aprovechamos para dar las gracias por esas siete horas vividas en medio de la naturaleza.

De la iglesia pasamos al restaurante Pollos Bolívar. Tampoco nuestro libertador imaginó que su apellido serviría para bautizar una venta de pollos a la brasa. Efectivamente, todos, menos Carlos, íbamos en busca de una suculenta juagadura de pollo con menudencias, que en este sitio se distingue porque cada plato viene con una generosa porción de corazones, hígados, mollejas y hasta pedacitos de patas como encima. Pero ríase pues, luego de hacerle el pedido a una de las meseras, mas elevada que bobo mirando la elevada de un globo, regresa y nos dice: “como les parece que se acabó el consomé, sólo alcanza para un plato” entonces salomonicamente optamos por partir el plato en dos porciones para Luisfer y Juanfer, y pedir dos presas para Carlos y el lobato. Hay que aclarar que Carlos pidió muslo y contramuslo y le trajeron dos presas de más arriba. Los cubiertos nunca aparecieron por lo que manualmente tuvimos que darle mate al cuartico de pollo, que vino acompañado por una muestra gratis de arepa y una papa cocinada con principios de artritis por lo arrugada y enclenque. Conclusión, otro sitio que borramos de la lista, tal como lo hicimos con el restaurante Candilejas allá en la Ceja.

Mas recuperados por la sentada que por la comida, fuimos a la Terminal a coger la buseta para Medellín la cual salió a las 5 de la tarde con cupo completo para Medellín, por unas calles tan empinadas que hasta las muchachas se sostienen los descaderados para que nos se les caigan hasta las rodillas ¡no crean que son tan marinillas!

Los cuatro nos hicimos en las sillas de atrás. El cardenal Echeverri puso el automático y se durmió en las primeras de cambio. Yo me fui conversando con Caliche y Luisfer al otro lado leyendo el Colombiano. La tarde estaba muy agradable y el viaje muy placentero pues el conductor llevaba un paso muy normal. Antes de llegar al hipódromo se subieron dos tipos, los cuales se sentaron detrás de la silla del conductor, de pie iban unas dos personas. Pasamos por el alto de la Sierra o de la virgen y comenzó el descenso. Poco antes de llegar al peaje, oímos como una bulla en la parte delantera de la buseta y al mirar vimos que los dos tipos que se habían montado en el hipódromo estaban atracando las personas que iban adelante. La confusión comenzó a reinar al interior a punto que Luisfer se paró y gritó a todo pulmón: “nos están atracando estos hijuetantas”, Juanfer que iba a su lado lo calmo mientras todos tirábamos las billeteras al suelo o detrás de las sillas. Yo saque 3 mil pesos que tenia a la mano para pagar los tiquetes del metro y se los mostré al tipo que llevaba el revolver por lo que grito: LOS DE ATRÁS QUE SE QUEDEN TRANQUILOS QUE EL ASUNTO NO ES CON USTEDES. Uuuffffff, menos mal.

Nosotros creímos en un principio que nos iban a atracar a todos, pero ellos iban por la plata que llevaba un señor de unos 70 años, que iba sentado mas o menos en la mitad de la buseta. El moreno se arrodillo al lado de su víctima, lo esculcaba y le gritaba: donde tenes la plata, dame la plata, vos la llevás, mientras tanto el grandulón decía: dejame yo mato ese viejo hijuetantas, hasta que al fin el tipo le encontró una bolsa de plástico y dijo: la tengo, bajémonos. El chofer mermo velocidad y los tipos se bajaron. Inmediatamente fueron recogidos por dos motos que venían detrás de nosotros y siguieron a mil para Medellín. Todo nos quedamos perplejos y anestesiados; el señor robado ni respiraba, la gente no hablaba, los únicos éramos nosotros; hasta nos reímos con el cuento de los tres mil pesitos que se salvaron.

En medio de la impotencia y la rabia llegamos a la estación Universidad en donde nos bajamos. Yo le dije al chofer, hermano, a cambio de bolsas para el mareo mantenga agüita aromática de valeriana para pasar el susto.

Mas relajados en el metro, y luego de darle gracias a la Milagrosa y a la Virgen del Carmen quienes en equipo nos protegieron a todos, seguimos comentando sobre el incidente, hasta que llego el turno de bajarnos en nuestras respectivas estaciones. Cuando llegue a la casa esculque el morral y me encontré el bombón que le había guardado a Carlos para la buseta, ¡pero, con que alientos!

Hasta la próxima

Jorge Iván Londoño Maya

Caminata Santiago (Santo Domingo) - Cisneros

Fecha: 14 de julio de 2007

Nombre: Rieles sin tren, nostalgia, agua, pájaros, panela, paisaje y belleza

En una mañana hermosa, refrescada por las leves lluvias del amanecer, Los Caminantes Todo Terreno, nos encontramos siendo las 6:45 a m en la Terminal del Norte Mariano Ospina Pérez, para buscar transporte que nos llevase al corregimiento de Santiago, fin tomar allí la ruta hacia el Municipio de Cisneros, cruzando el glorioso pero hoy olvidado Túnel de la Quiebra, obra magna en su momento del empuje paisa, al igual que el glorioso ferrocarril, hoy todo reducido a quimeras y a los más hermosos recuerdos.

Para esta nueva salida, la No. 124 en nuestro historial, sólo nos apuntamos Luis Fernando Zuluaga Z. (El Ojicontento o Zuluaguita) y Juan Fernando Echeverri Calle (Juanfer), ante la imposibilidad de asistir de los otros integrantes Carlos A. Olaya B. y Jorge Iván Londoño M. por “fuerza mayor no comprobada”, pero para no dejar incompleto el grupo, invitamos a Sarita, a quien guindé de mi gorra y al “Gran Arquitecto Creador de Todo Cuanto Existe” quien no requiere ni presentación ni invitación, ya que es al primero que echamos a los morrales.

Compramos tiquetes de salida en Expreso Cisneros, para las 7 a m y se nos informó que teníamos tiempo de tomar cafecito, lo cual hicimos muy obedientes y sin hacernos esperar, en un local ahí a seis metros de las taquillas de la flota, pero al llegar a esta, para disponernos a abordar, nos dijo la señorita muy asustada: “Ay, señores, el bus acaba de arrancar”, a lo cual vino la lógica protesta del “Zuluaguita”, entonces la señorita presta y diligente, inmediatamente llamó al conductor del bus por celubobo (otros le dicen celular) y efectivamente, como a todos unos príncipes, nos esperaron a la salida de la Terminal, a donde hasta escoltados por un funcionario de la flota, nos llevaron.

Siendo las 7.02: 33 a m nos trepamos sin mucha premura, al bonito y bien tenido vehículo, en el que luego de dar el “buenos días de rigor a los otros pasajeros”, ocupamos las sillas 5 y 6, (dotadas de bolsas para el mareo, botiquín de primeros auxilios, soportes para el vaso y soporte para los morrales y cayados) al tiempo que abríamos El Colombiano (nuestro catecismo Astete de viaje), para leer la columna de nuestro amigo Raúl Emilio y otras cositas, como ya es nuestra costumbre, hacer los comentarios de rigor e ir disfrutando del paisaje, el cual a medida que avanzan los kilómetros se va poniendo calientico y va tomando forma a paseo y campo, mientras a lado de la carretera nos acompaña en un gran trecho, el río Medellín, rebautizado como Porce, mostrando toda esa contaminación que se vuelve en espuma como queriendo disimular el crimen ecológico que con esas aguas se comete, pero que en lugar de tapar, antes se torna más notorio, como sucede con las embarradas de nuestros políticos en cualquier lugar del país donde se encuentren.

Es de anotar, que desde la Terminal del Norte, le entregué a Zuluaguita mi cuota de gastos para la caminata como siempre se hace, máxime que el es el tesorero “ad hoc”, a lo que me replicó: “No hombre, hoy si me va a ir mal con esta tesorería, creo que hasta me va tocar poner plata”, todo porque el titular, El Lobato, se tiene un sobre sueldo montado, con las cuotas de Los Todo Terreno.

Charlaito, charlaito y así, como quien no quiere la cosa y la cosa queriendo, en medio de tanta belleza y sin darnos cuenta, nos sacó de nuestra carreta, un grito del fogonero o ayudante en el bus: ¡¡¡Santiagoooo!!! Claro, nuestro punto de llegada; por lo cual ni cortos ni perezosos, casi que nos tiramos del vehículo, para quedar en la carretera, humedecida por las lluvias recientes y quedar en plena vía, en territorio de Santo Domingo, “cuna del costumbrismo”, con un cielo medio nublado arriba, verdor a lado y lado, el ruido del bus que se alejaba y una agradable serenata familiar a nuestros oídos, producido por el agua que en el lugar cae en abundancia desde la montaña como queriendo inundar a Santiago, si, ese corregimiento de Santo Domingo, con pretensiones de Municipio, el cual teníamos ante nuestra vista, imponente y dominado por su iglesia amarilla, con su torre puntiaguda elevada al cielo y rodeada de vegetación y casitas que apenas dejan ver sus techos rojizos que medio sobresalen, llenos de macetas de orquídeas que acaban de entregar su floración y hacen turno a la madre naturaleza, para volverla a repetir en el próximo abril, si no es que presentan una traviesa hacia septiembre.

Felices: Cayados a discreción, morrales al hombro y “paso de vencedores” nos dirigimos hacia el pequeño poblado, cruzando un puente metálico que hay sobre la arisca quebrada “La Chorrera”, donde compartimos los caminantes el placer de plasmar tanta belleza en fotografías o “visticas” que quedarán para la posteridad.


El clima delicioso, el cielo hermoso y las estampas a nuestro paso, típicas y como para engalanar poemas de Robledo Ortiz: La Señora que va a misa, el joven que reparte leche ordeñada, en una vieja mula, el viejo ya cansino y jubilado, fumándose un tabaco, mientras pensativo inclina su taburete de cuero o baqueta contra el muro de tapia de su casa, las vecinas que escoba en mano barren mientras se actualizan en chismes y noticias, el tendero que cuelga sus artículos en la fachada de su negocio,....arriba el cielo azul medio escondido en nubes blancas, el ruido del agua en la cascada, los perros que dormitan en los andenes y la mujercita, posiblemente mal de la cabeza, que huye se entra despavorida ante la vista de los caminantes........

En cuestión de minuticos, estábamos entrando al parque del apacible corregimiento, el cual y al contrario de otras caminatas anteriores, pareció que recuperó la vida, que ya el tiempo se detuvo, pero para seguir la marcha, dado que hasta el reloj de la iglesia, otrora quieto en su perezoso andar, marcaba la hora: 8:45 a m.

Subimos hacia la iglesia del Perpetuo Socorro para dejar nuestra oración de gracias y luego salimos, para caminar por una callejuela, escrupulosamente empedrada, para poder como comprobar, que una buena cantidad de obreros, se afanaban por trabajar en el parque, el cual se reviste con una piedra amarilla tipo maní, en sus pisos, jardineras, senderos y fuente. Va a ser algo hermoso y tiene que ser entregado en un lapso de 30 días, ya que Santiago, con ínfulas de Municipio, tiene que hacerse ver, ya que vida si está mostrando y mucha y sus palpitaciones se sienten bajo su piel de piedra y cielo, a diferente de otras oportunidades, donde escasamente hacía esfuerzos por existir.

Como nosotros no salimos a sufrir y así lo repite el Zuluaga, estacionamos nuestros cayados y nuestros pasos en el Restaurante la Estación, donde las señoras que atienden se pusieron felices en vernos e inmediatamente iniciaron su atención a los caminantes, en el más delicado y amable ritual de detalles y amabilidades. Pedimos sendos desayunos de carne de res, con arroz, frisoles, tajadas, arepa tela grande, mantequilla, huevo revuelto y chocolate, el cual humeante nos fue servido en un santiamén, dejándonos descrestados el tamaño de la carne: Era una presa con un marrano pegado y hasta nos tocó cuadrar la cámara en panorámica, para poderle tomar la foto. ¡¡Habrase visto Sarita, que abundancia de abundancia!!!!

Despachado el desayuno, con finos eructos y fino paso, nos dirigimos inquietos y presurosos al gran Túnel de la Quiebra, ese cuya boca en medio de chorros de agua y hermosa naturaleza, se divisaba como a unos trescientos metros del restaurante. Ese que en su momento, fue la obra magna del progreso en Antioquia, ese que fue inaugurado un 7 de agosto de 1928 por Don Pedro J. Berrío, para decirle al progreso que siguiera su paso avasallador por la tierra paisa, ya que aquí además de domar mulas cerreras, también domábamos la misma naturaleza, rompiendo la montaña, como buscándole el alma. Allí contemplamos nuevamente y emocionados tanta placa recordatoria. La tumba de Alejandro López el joven ingeniero que dio origen al túnel y tanto recuerdo y tanta historia, la cual hoy permanece escrita con letras de musgo y olvido, mármoles rotos, señas de olvido y basura,....si basura por montones, lo cual pregona a los cuatro vientos nuestra incultura y nuestra falta de civismo.

Medio verracos y nostálgicos, ingresamos al túnel donde volvimos a disparar la cámara. Y así con paso muy fino y sostenido, siendo las 9:55 a m nos fuimos internando en su oscuro y admirable vientre, recubierto de tizne de las locomotoras, en medio de un enrielado perfecto, durmientes de concreto, tuberías para recolectar el agua pura que se filtra por la roca, columnas, coberturas en cemento a tramos y adelante, hacia delante, 3.472 metros de nostalgia, con sus vertientes del Cauca y del Magdalena, llenas de botellas, envases, papeles, cajas y todo tipo de basuras, único presente que le pueden dejar los turistas e incultos caminantes (no los Todo Terreno), que visitan este templo donde se detuvo la historia, fatigada por la ineptitud y la corrupción de nuestros dirigentes, para contarle al mundo, que aquí donde el “chachacha” del tren ya no se escucha, y donde los rieles no tienen tren, detuvimos el progreso desde un frío escritorio oficial, para matar nuestro ferrocarril y darle entierro de tercera, mientras por otro lado, se le daba saqueo de primera, desmantelando los rieles, los vagones y las estaciones, comercializando infamemente las hermosas locomotoras a vapor y dejando a la deriva toda una infraestructura hecha por prohombres que hace rato escribieron su historia.

Linternas en mano y miradas cautelosas, al igual que nuestros pasos, fuimos recorriendo el fascinante vientre de la montaña: Nos imaginábamos el sudor del obrero, el ruido de la dinamita, la orden del ingeniero canadiense, el sonar de los rieles que se tienden y se clavan al polin o durmiente, revivimos el paso de los trenes y las locomotoras con su olor a aceite y carbón de piedra en ebullición, la oficina labrada en piedra, donde la compañía constructora pagaba a los trabajadores, nos vuelve a dejar absortos, hasta que una luz en frente aporrea nuestros ojos, la otra boca, si la boca en la Estación Limón, la que nos saca de esa oscuridad fantástica de cuento, que recorrimos con nuestros pasos durante cincuenta hermosos minutos, para dejar sobre nuestros espíritus, toda una historia de tiempos idos, de titanes, de progreso honesto y bueno como el pan en las mesas del obrero y una nostalgia que no se puede esconder, aferrada a esos 3.472 metros de túnel y rieles ociosos que acabábamos de recorrer y que no se le escapa a la historia, esa que se nos quiere filtrar por los recovecos de los cerebros inútiles, esos que no supieron mantener el ritmo del “chachacha” del tren.

Ahí en el Limón, en medio de borrachera de paisaje, de fuentes de agua a borbotones y montones , cultivos de caña y humo “amelazado” de moliendas y pasados idos, tomamos hacia la derecha, pasando por la vieja planta de electricidad de la empresa canadiense constructora del túnel, la cual hoy explota EADE (EEPPM) para las producción de energía. Allí, aprovechamos para tomar las “visticas” del lugar y extasiarnos de su belleza, esa que nos negamos a reconocer y descubrir por el sólo hecho de ser nuestra y tenerla a mano.

El sol ya empezaba a hacer mella en el manto de nubes blancas que antes lo cubría y sus primeros rayos dieron contra nuestras espaldas, mientras nuestros pasos se internaban por un camino de herradura, rodeado de limpias acequias, el cual nos llevó a una vieja y gigantesca molienda, donde pudimos ver el proceso de la panela, departir con sus operarios y aspirar el aroma de la caña cortada y la panela caliente y así continuar nuestra marcha, en medio de cañaduzales, cafetos, cítricos, platanales y pastizales, hasta que nos encontramos nuevamente con los rieles del ferrocarril, los cuales fuimos siguiendo, de polin en polin como contando cuentos o desgranando recuerdos, de la mano de la nostalgia y la dicha de caminantes.

Allí sobre estos rieles, conocimos a un campesino de nombre Carlos Julio, quien cual “Guillermo Cubillos” de tierra firme, venía bogando sobre su “marranita”, aquel ingenioso vehículo de la inventiva paisa, que ante la falta de tren tendría que suplir de alguna forma su movilidad y que sirve a los lugareños, para trasladarse de un lugar a otro, transportar sus productos, sus cosechas y sus mercados etc., aprovechando la facilidad que los rieles les permiten.

Por recomendación de Don Carlos Julio, quien quedó plasmado en el corazón de nuestra cámara, tomamos un pequeño desvío que nos economizó algunos metros en nuestra marcha y al salir de nuevo a la carrilera, pudimos divisar a lo lejos el joven Municipio de Cisneros, “puerta de oro del nordeste antioqueño”, con su iglesia piramidal sobresaliendo por encima de techos en teja de barro y frondosos árboles plantados en su parque Enrique Olaya Herrera (en Colombia parece, nos embobamos con Enrique Olaya y le gastamos más homenajes de los que realmente se merecía).-

Dejando atrás la solitaria y fría carrilera, continuamos por un camino empedrado en muy buen estado, el cual nos llevó hasta la quebrada La Chorrera, la que se pasa por un rústico puentecillo en tabla y un poco más adelante , nos topamos con el río Nus, el cual bajaba algo crecido y nos tocó pasarlo a pata limpia, eso si, con los zapatos en la mano, ya que sus aguas son sagradas.

Que cantidad de agua la de esta región y en tan corto espacio: La chorrera, el Salto de Doña Rafaela, El Río Nus y abajo, la Santa Gertrudis, sin contar la cantidad de chorrillos, arroyos, acequias y caños, que libremente corren mostrando sus aguas cristalinas, sembradas de gupis y renacuajos y entapetados en verde musgo y lama.

Pasado el Nus, aprovechamos para degustar unas guayabas maduras que se nos ofrecía cerca al camino, admirar los sembrados de cítricos, las hermosas fincas con sus jardines en flor y a lo lejos, las montañas que encierran esta especie de vallecillo y en ellas, los inmensos cultivos de caña de azúcar y caña brava y moteando el paisaje, las densas nubes de humo blanco y hasta negro, que salen de las moliendas, donde al violento abrazo del trapiche, sobre la caña enamorada y dulce, brota el jugoso guarapo, el cual será convertido en panela, para endulzar la amarga vida del animal humano.

Pronto, más de lo que pensábamos, estábamos sobre las calles de Cisneros y en un estadero llamado El Uno, aprovechamos para refrescar nuestras gargantas y radiadores, mientras compartíamos con algunos parroquianos del lugar, a quienes les solicitamos hacer respetar su túnel, sus rieles, sus aguas y sus campos, transformados hoy en verdaderos basureros por la acción inescrupulosa de turistas y caminantes.

Con nuevos aires, entramos al acogedor y pequeño municipio, ese que se fundó casi paralelo al nacimiento del tren el cual en su momento constituyó su propia vida, siendo uno de los más turísticos de Antioquia, gracias al tren, al comercio y a sus charcos famosos, pero ese que también ofrendó su vida, al ritmo lento que la muerte del tren y los ferrocarriles le impusieron.

Ya en el parque principal, ingresamos a la iglesia del Carmen, con su atrio engalanado con escenario y tablados, para la celebración de las fiestas a su patrona (Julio 16), su forma de pirámide y su torre con sus tres relojes, ubicados en tres diferentes meridianos, ya que marcaban horas diferentes En el interior del templo, tomamos “visticas” y elevamos la oración de turno, para salir a continuar recorriendo y revivir recuerdos y nostalgias, ya que es Cisneros, un municipio ampliamente vinculado a la familia de Juanfer, dado que allí residieron sus padres, nacieron sus hermanos mayores, su papá fue Alcalde y su abuelo próspero comerciante en su tiempo.

Hermosa la locomotora 45 del Ferrocarril de Antioquia, ubicada en pleno parque, recién pintada y reparada, así como techada con una cúpula bonita, que la protege de la intemperie, ya que en nuestra última visita, habíamos encontrado la hermosa máquina a vapor, totalmente abandonada, rota por el herrumbre, con basuras y deteriorada, lo cual fue comentado y denunciado en una de nuestras crónicas.

Recorrimos las calles, el mercado, la casita donde habitó la familia Echeverri Calle, la cual continúa en pié y casi intacta, pero muy descuidada y luego, nos propusimos ir a la finca el Zarzal, la que fue propiedad de Don Jorge Echeverri C. Y hacia ella dirigimos nuestros pasos, encontrando en el camino al Señor Pascual Antonio Cataño, quien con 99 años de vida, conserva una salud y un físico envidiable, al igual que su mente, así la sordera ya hubiese hecho mella, no obstante con él, logramos armar algo de historia del pueblo, al menos esa que el tiempo no ha logrado borrar en la memoria del viejo, quien no se preocupa por el “chachacha” del tren, ya que sus oídos le negarían
percibirlo.

Luego de vueltas y revueltas y trajinar por caminos y potreros, llegamos a lo que fue la finca El Zarzal, sometida a varias parcelaciones. Allí se conserva la casita, propiedad hoy del Señor Juan Monsalve, pero abandonada y en mal estado y la parcela a la que pertenece, se denomina, por asuntos del destino como “la Pobre”. Existen cultivos de caña, hay ganado y bestias, frutales, uno de los potreros es cruzado por una quebrada de aguas limpias y abajo de la casa, se ven los despojos de una molienda y un poco más arriba, los rastros de lo que fue el tejar, ya que en el sitio, hay una greda y un barro, de excelente calidad para tejas y ladrillos.

Recorrimos los corredores de la casa, despojados de la chambrana de macana de otros tiempos, con su embaldosado original y al frente de la entrada principal, una retonda que sobresale del techo, donde mis padres, con mis tíos y amistades, se reunían a jugar dominó, parqués, cartas o simplemente a mirar hacia la dulce paz del pueblo o a contemplar el parsimonioso pasar de los trenes.

Que montón de recuerdos, que montón de nostalgias. Como duele el tiempo, cuando arrastra pedacitos del alma. Al frente de la casa, orgullosa y esbelta, una palmera se yergue extendiendo su tronco y hojas hacia el azul del cielo. Fue sembrada por mi madre, hace más de sesenta y cinco años, eran dos, pero la otra, hace cerca de ocho años, fue soltando sus hojas y se murió cansada de contemplar el mismo paisaje, ese que ya no se emociona con el “chachacha” de los trenes idos, esos que con su humo y su pito, despertaba de su letargo, la apacible calma que se dormía sobre él horizonte.

Tuvimos oportunidad de hablar con el Señor Juan Monsalve, hoy propietario de “La Pobre”, otrora “El Zarzal”, quien nos contó otra serie de cosas e historias relacionadas con Cisneros, con decir querido lector, si es que por casualidad hay alguno, que hasta de política hablamos, con este simpático señor, quien nos invitó a volver para atendernos como se merecen los “caminantes”, mientras nos felicitaba por nuestra labor y por “nuestra juventud”, la cual está reflejada en nuestro gusto por vivir, en armonía con la naturaleza.

Antes de iniciar nuestro regreso, descubrió Zuluaga, una gran piedra al frente de la casa, tapada literalmente de malezas; sobre la cual ya había tenido Juanfer oportunidad de hacer referencia, ya que en ella, los viejos, en sus años mozos y en sus felices temporadas en El Zarzal, se sentaban a conversar y a disfrutar del paisaje y de sus encantos de pareja joven, llena de ilusiones. En dicha piedra, el Zuluaga me tomó una “vistica” simulando una pose muy similar a una que tiene mi padre, en una vieja foto, que reposa en la familia.

Rumiando recuerdos y conteniendo pesares, volvimos nuestros pasos hacia el pueblo, como queriendo borrar lo recorrido y en el camino, nos encontramos dos muchachos que venían jugando con una talla en madera, la cual dejaba ver nuestros nombres: FERNANDO, hecho casual que aprovechamos para el “click” con la cámara y como un recuerdo más a sumar a tantos recuerdos ya atrapados en nuestros morrales.

El sol quemaba duro, el cielo azul claro, limpio y abierto, el pueblo con ambiente de fiesta por lo de la Virgen del Carmen, nos invitó a asegurar la compra de tiquetes para nuestro regreso. Eran las 2:30 p m. y conseguimos para las 4:00 p m e inmediatamente nos dirigimos al Hotel y Restaurante Lolita, a buscar nuestro almuerzo, el cual consistió en Mr. Tea, claro de mazamorra (por partida doble) y sopa de guineo, deliciosa, ya que, si nos entraba un tinto, no nos entraba el azúcar, además por el calor y la fatiga, sólo apetecía bogar líquidos.

Hicimos tiempo recorriendo el pueblo y “loliando” por el mismo, como dicen las muchachas y a las 4:20 p m llegamos a la flota para tomar el vehículo que nos llevaría a Medellín, pero oh, sorpresa, la vía estaba cerrada hasta las 6:00 p m. más o menos, debido al desfile de la Virgen del Carmen, lo cual, como con cierta verraquerita, tuvimos que aceptar y aprovechamos para seguir recorriendo el pueblo, tomar algunas bebiditas, hacer contacto con conocidos y al fin, antes de las 6:00 p m nos montamos en la buseta, cómoda, moderna y bien tenida, la cual muy lentamente y en medio del bullicio, la gente a montones y el trancón “cual avenida el Poblado en Medallito” , fue ingresando a la vía, mientras pasaba el desfile de la Virgen, el cual nos tocó ver casi en toda su magnitud, dándonos una gran sorpresa: Hermoso, organizado, con fervor y lejos del “guaro y otras yerbas”, como si se ve en otras partes, lo cual es un irrespeto a la Divina Madre de Cristo.

Cabalgata, automóviles llevando diferentes imágenes de María, motos, bicicletas, más automóviles y buses y obviamente un gentío inmenso, en plena compostura, bullicio y voladores. Cisneros se lució, mostrando su civismo, espíritu religioso y vocación turística, máxime que ahora en agosto, se celebran las Fiestas del Riel y la Antioqueñidad y como tal se tienen que ir preparando.

Superado el desfile, arrancó la buseta a buena velocidad, dejando atrás el pueblo allá a lo lejos, con todos sus encantos y buenos recuerdos, mientras el sol se entregaba a los brazos de Morfeo, en este hemisferio, para irse a parrandiar a otro, el cielo iba tomando un matiz oscuro de nubes y arreboles amarillos y naranja y al fondo, los cañaduzales, cambiaban su verde vivo, por un tono casi negro.

Así en un viaje excelente, sin sobresaltos y lleno de cosas por contar, arribamos a la Estación Niquía de nuestro Metro, siendo las 8:15 p m. Allí abordamos nuestro querido gusano “blanquiverde”, el cual en menos de lo que demora un “paráco” en declararse inocente, nos dejó en la Estación San Antonio donde nos bajamos, para hacer transbordo y seguir a nuestras residencias, mientras a lo lejos en nuestro inconsciente, parecía que se escuchaba el “chachacha juuuuu, juuuuuu, chachacha...” de aquellos trenes que salieron de viaje y nunca más volvieron.

Hasta la próxima,

JUAN FERNANDO ECHEVERRI CALLE

CAMINANTES TODO TERRENO (Luis Fernando – Carlos Alberto – Jorge Iván – Juan Fernando – Gloria Helena)
EMBAJADOR Y REPRESENTANTE LEGAL: Gustavo Londoño (Don Mister Paisa)
MADRINAS: Lina Londoño y Alejandra Echeverri
CATECISMO: El Colombiano
ANGEL DE LA GUARDA: Viena Ruiz



Caminata El Santuario - El Peñol

Fecha: sábado 7 de julio de 2007

Asistentes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Juan Fernando Echeverri Calle y Jorge Iván Londoño Maya

Duración: 5 horas

Nombre: Los tres sietes de la naturaleza

Efectivamente. El destino nos tenía preparado este día especial para caminar, identificado por los tres sietes, 777, así: Mes 7, Día 7 y año 7

Así que con esa terna de sietes guardada en los morrales, con tintes macondianos y astrológicos, escogimos una caminata que contemplara los tres sietes de la naturaleza, y que mejor que recorrer el camino que une los municipios de El Santuario y El Peñol, para encontrar el reino MINERAL representado por el agua de las quebradas y de la represa de Guatapé, así como por la imponente piedra del Peñol. El reino VEGETAL por los sembrados, los árboles y el verde de las montañas y el reino ANIMAL encabezado por la variedad de pájaros, ardillas, cabras, vacas, caballos, etc.

Para lograr este cometido nos encontramos muy cumplidos en la Terminal del Norte, la cual nos recibió con un imponente altar a la virgen del Carmen, en donde desde ese sábado, y por nueve días, se rezaría la novena como preámbulo a la fiesta de la patrona de quienes tienen bajo su responsabilidad la vida, honra y bienes de los miles de viajeros que vamos por estas carreteras, algunas de ellas mantenidas por Dios y sus serafines, porque los mortales llamados a hacerlo, llámense Urieles o Gallegos, brillan por su ausencia.

Una vez comprados los fichos para la buseta de las siete, porque en esa flota no entregan tiquetes, pasamos a los mostradores del kiosco de turno para tomarnos un preparito como abrebocas del desayuno que nos esperaba en el Santuario. Como la fecha lo ameritaba, nos tocó empanada entera para cada uno, acompañada de Mr. Tea o cafecito en leche, según el gusto. En medio de la suculenta tertulia, Luisfer nos hizo entrega del regalito que nos traía de su paseo por tierras del eje cafetero, un delicioso arequipe de café, el cual, como gesto de buena atención, nos fue empacado en bolsita por la chica que nos estaba atendiendo.

¡Dicho y hecho! Con tanta conversadera y tragadera nos dejó la buseta de las siete, pero que conste que el chofer nos jugo sucio, porque salió cinco minutos antes. No tuvimos mas remedio que esperar la que salía a las 7 y 20, por lo que una vez llego, y como al perro sólo lo capan 85 veces, fuimos los primeros en montamos para coger los mejores puestos. Hasta tuvimos tiempo de ojear El Colombiano y deleitarnos mirando la foto de la hermosa Viena Ruiz, en la revista Nueva. Algo es algo como decía el finado Floro Hurtado mirándose al espejo.

El viaje que duró una hora exacta resultó sin inconvenientes, salvo el reclamo de Juanfer sobre el ruido que hacen los motores diesel, que parece el zumbido de un cucarrón perdido en un sanitario.

Ya en predios de la plaza del Santuario, pasamos a izar cayados en la iglesia de nuestra señora de Chiquinquirá, a la cual nunca le falta el cartel invitando al entierro de un Serna, o un Zuluaga, o un Duque, un Ramírez o un Arcila. Como estaban en misa de ocho llegamos justo para decir: Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para salvarme”.


Otro sitio obligado es el restaurante El Turista, de propiedad de nuestro amigo Juanes, pero no el que canta y recién separado, quien esta vez, como cosa rara, no se encontraba. No obstante, fuimos muy bien atendidos por los empleados, quienes en un dos por tres expusieron sobre el mostrador tres humeantes tamales que le hacían juego a espumosas tazas de chocolate Cruz, y a generosas porciones de arepas de pelao y de buñuelos santuarianos, hechos con el secreto que sus vecinos los marinillos, no han podido descubrir en dos siglos y pico de vecindad. Es que pa´ secreto bien guardado, la receta de estos buñuelos, que duran hasta un mes sin ponerse duros, y menos mal, porque uno de esos se lo tragó Juanfer del susto cuando vio que un carro de bestia le piso la patica a un perro callejero, por lo que brincó a la calle como liberal caria´o.

Dándole últimas a las dos enormes y hermosas araucarias de la plaza, y observando los almacenes de variedades y los mercados, todos ellos organizados milimétricamente y dispuestos en tal forma que recrean hasta un alma en pena, nos despedimos del Santuario para coger rumbo a la vereda la Bodega. A las pocas cuadras desaparece el pavimento y comienza la carretera destapada, engalanada a lado y lado por casas campesinas adornadas con flores y con sembrados de hortalizas unas, y papa o fríjol otras.

Como este trayecto es conocido para el grupo, el lobato Londoño ya sabe en donde están sus clientecitos para los bombones, así que sin necesidad de radar llega a la humilde casa donde viven los cuatro hermanitos monitos ojiclaros, quienes no tienen zapatos pero si buena memoria y salen “a mil” a recibir los dulces.

Sobra advertir que el día es de verano, lo que nos obliga a ponernos nuestros turbantes para evitar el regaño de nuestras patronas al llegar a casa. Hasta Luisfer, siempre tan reacio a echarse los menjurjes, ya quiere entrar en la onda, y no es para menos. Como es costumbre en tiempo de verano, no falto encontrarnos con partes completamente arrasadas por el fuego, hechas a mano por las mentes enfermas de los pirómanos, que le prenden candela a cuanto espartillo se encuentran, amparados en la soledad de las carreteras y en la falsa creencia que con el verano el bosque se prende solo, lo que es falso, pues se requiere de una temperatura de 150 grados para que la madera comience a arder por si misma.

Al kilómetro de recorrido llegamos a la finca de un amigo, otro de los tantos que vamos sembrando a la vera de los caminos, y que nos reconocen y reciben con alegría. Allí esta el aprisco donde conviven 14 cabras y dos machos, uno de los cuales, el de mayor envergadura, de tanto cornear el entable, lo debilitó y facilitó que el viento medio lo tumbara. Nuestro amigo anda sólo porque su esposa e hijos se fueron para las californias a visitar la otra mitad de la culecada; así que tiene a su cargo todos los oficios de la finca, desde barrer hasta hacer los quesos para vender en el pueblo. Con razón nos despidió diciendo: “La gente cree que la buena vida es esto, pero la verdadera vida es la de ustedes, que pueden hacer lo que les gusta”.

La caminata sigue por ascensos suaves. Por una carretera estrecha, por donde de vez en cuando pasan un camión de escalera, un bus y varios camperos, que cubren las rutas para las diferentes veredas. Eso si, todos nos saludan con sus pitos, como muestra de su admiración por nuestra actividad, saludos que respondemos con efusividad y algarabía.

Esta es una de las regiones más prolíferas en cultivos de: repollo, zanahoria, remolacha, arvejas, papa, fríjol, cilantro, maíz y tomate. También se encuentran guayabos, naranjos, tomates de árbol y mora de castilla, en uno de cuyos sembrados pudimos probar tan exquisita fruta, porque las ramas invaden la carretera dejando a merced de los caminantes sus generosas porciones.

Mas abajo del alto de la Bodega, al salir de una curva, nos encontramos con un paisaje pintado al óleo que representa la represa de Guatapé, la piedra del Peñol y el hermoso valle que los circunda. Este espectáculo, que será nuestra compañía permanente durante dos horas, o sea hasta llegar al pueblo del Peñol, lo definimos como un bálsamo para el alma y un colirio para los ojos. Dichosos los que pueden ver esa maravilla desde lo alto de la montaña.

En nuestra zona de alimentación, compuesta por guandolo súper helado, gracias a la tecnología artesanal, y manzanas, fuimos alcanzados por seis policías que se movilizaban en tres motos, quienes muy amablemente nos saludaron y siguieron su camino. Que satisfactorio es encontrarnos con la patria vestida de uniforme.

En predios de la vereda la Hélida, encontramos la mayor cantidad de quebradas, arroyos y caídas que surten a la represa, por lo que aprovechamos para refrescarnos y empaparnos con sus heladas y cristalinas aguas.




Los últimos bombones se los regalamos aun par de hermanos que con su mamá esperaban transporte para el Peñol, por lo que aprovechamos para que el muchacho nos tomara la foto al grupo completo debajo del curazao más grande que nos hayamos encontrado; lástima que no quedó en toda su magnitud.


Pasada la una de la tarde llegamos al municipio del Peñol, que por estos días cumple sus 31 años de edad en la “nueva sede”, porque al viejo Peñol lo electrocutó la energía y quedó inundado por las lágrimas de nostalgia de sus habitantes. A la entrada del pueblo pasamos por el frente del moderno y funcional hospital, el cual en anterior caminata nos fue mostrado en su totalidad por sus directivos. Así que seguimos hasta el centro, en donde encontramos la iglesia cuya construcción se hizo teniendo en cuenta la forma de la piedra. A su lado esta el amplio y florecido edificio de la casa cural, que incluye bancos, casa de funerales, oficinas privadas y negocios en general.

Como ya conocíamos dos de los varios restaurantes, quisimos conocer algo nuevo, por lo que entramos a Las peñas, ubicado en un segundo piso a todo el frente de la iglesia. Un local muy bien decorado y aseado, con mesas bien dispuestas y de buena presentación. Todo aquello nos presagiaba una buena comida, lo que a la postre resulto muy cierto. En efecto, el menú estuvo compuesto por: sopa de pastas adornada con tiritas de papa, acompañada con bandeja de pollo frito para el lobato y posta sudada para el resto de la tropa. La bandeja viene acompañada por arroz como el de la abuela, generosa porción de ensalada, huevo frito estrellado, yuca, papa, patacón, aguacate, arepa, ají al mejor estilo Juancé, o sea de 200.000 kilovatios y de salida enorme tasa de claro con bocadillo, postre de coco y café como cortesía de la parroquia.

De camino a la flota nos encontramos un numeroso grupo de monjitas, de diferentes comunidades, chupando cremas en una heladería, como si se tratara de una gallada de pipiolas tardiando en el parque Lleras. Ya en la flota compramos tiquetes para la buseta de las 3 de la tarde, pero como no quedaba sino un puesto, gracias al elevamiento del despachador, nos correspondió esperar la que salía media hora después. Este día de los tres sietes estábamos como de malas con el transporte.

Así que sentados en el quicio de la acera, con tiempo de sobra inclusive para comprar boletas de una rifa medio pirata, lo hicimos por el vendedor, una persona con problemas mentales, esperamos hasta que llegó tremenda buseta, manejada por el tumba locas del pueblo, quien a costa de nuestro tiempo y paciencia se lustro los zapatos y se gasto el plan de minutos de su celular. Con cupo completo salimos para la eterna primavera, despidiéndonos del pueblo a punta de los cornetazos de nuestro chofer, religiosos a la llegada a cada equina.

En ese recorrido con velocidad de procesión del Santo Sepulcro que hacen todos los buses o busetas cuando salen de los pueblos, se montaron unas 5 personas que quedaron de pié. Una de éstas era una muchacha con su pequeño hijo, quien resulto ser amiga del tipo que iba a mi lado y que por cosas del siete se llamaba Sandra, o sea que era una vieja marimacho como dicen las señoras del quinto piso para arriba. Yo me hice el dormido, tal como me lo enseño el Juanfer en viajes anteriores, pero con la oreja parada oyendo las historias a puñalada ventiada del par de amigas sustentadas en un “jetabulario” que haría sonrojar a la puta mas atravesada de Puerto Berrio. Hasta el Luisfer y el Juanfer, que iban a mi lado izquierdo, y que todo lo estaban oyendo, me miraban de reojo para ver como estaba al menos mi integridad, porque estaban seguros que mi inocencia se había perdido en tan suculenta conversa, más propia del quinto patio de una cárcel cualquiera que de una engallada buseta del turístico pueblo del Peñol.

Por fortuna el tumba locas del volante nos trajo a la lata con la ayuda de las pocas paradas, una de ellas para subir a una vendedora de mecato que mas parecía una modelo de Colombiamoda. Donde hubiera llevado plata le compro todas las existencias a esa mamacita, se las regalo a los pasajeros, menos a esas dos boquisucias, y me quedo bailando en uno de los tantos estaderos de la autopista.

En Zamora se bajaron los angelitos de Sandra, el marimacho, y su amiga con el hijo, y se subieron dos parces, previa autorización de nuestro capitán, a cantarnos en son de rap legitimo, nada de pirata. Mientras el uno recitaba el otro emitía sonidos graves y bajos por nariz, boca y orejas, acompañadose con las manos encocadas, en una forma tan perfecta que haga de cuenta que llevábamos toda una orquesta. Nos hablaron en ese tono cantaito de su situación, de que quieren salir de ese bajo mundo, que no consiguen trabajo, en fin, todo un tratado social en 4 minutos. Al final todos les dimos plata porque bien se lo merecen.

Con raperos a bordo, con el ambiente pasado a hijuputazos y bajo la protección de la Milagrosa, llegamos a la plata forma de la Terminal del Norte, en donde una nutrida asistencia estaba rezando la novena a la Virgen del Carmen acompañados de un selecto coro que interpretaba cánticos marianos; que contrastes de música.

Como siempre, el metro se encarga de dar por nosotros los últimos pasos de nuestra caminata. Llena de naturaleza, de sietes, de realidades y de amistad. Pero sobre todo, y como nos decía el amigo del aprisco, allá en la vereda la Bodega, llena de felicidad por hacer lo que mas nos gusta. ¡Caminar!

Hasta la próxima

Jorge Iván Londoño Maya