Caminata Camilocé - Palomos - Remolinos (Venecia)

Fecha: sábado 8 de septiembre de 2007

Asistentes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Juan Fernando Echeverri Calle y Jorge Iván Londoño Maya

Duración: 5 horas

Nombre: Frescura sobre rieles

- Flota Bernal, buenos días
- Gracias señorita, para un servicio
- ¿Cual es su número telefónico?
- 400.00.00
- Un momento por favor
- Señor, móvil 9910
- Muy amable señorita

A los cinco minutos apareció el 9910, un taxi de esos chiquitos y barrigoncitos que se mueven como si fueran motos por toda la ciudad. El chofer muy joven escuchando regeton ventia´o, le dije, cojamos san Juan arriba, pero cambia de emisora porque la persona que vamos a recoger no se monta con esa música. Ahí se van imaginando quien nos estaba esperando ¿o no?

Muy aconductado el chofer sintonizó Guasca Estéreo y con el alpargate a la lata llegamos al edificio la Paulina, allá en la comuna 12.9, en donde vive nuestro cardenal Echeverri y Calle. Sin más preámbulos, y con el fondo musical de “Nadie es Eterno en el Mundo” arrancamos para la Terminal del Sur, en donde nos encontraríamos con el ojicontento Zuluaga y Zuluaga, porque Polaroid Olaya, el que completa la tropa, sacó la mano, pues en su empresa Man&Obras también hacen piruetas los sábados y para éste no se pudo “mamar”

En plena entrada a la Terminal nos encontramos con Zuluaga, por lo que nos dirigimos a comprar los tiquetes en la flota Fredonia, como el bus salía en 5 minutos nos tuvimos que contentar con mirar de lejos los buñuelotes y la greca con el tintico. Claro que Juanfer se compró su yogur para poder aguantar la horita de viaje, de lo contrario hay que comprarle bolsa para el mareo.

Con escasos 6 pasajeros salió ese bus Chevrolet, rumbo por la autopista Sur, en la cual se fue llenando de madrugadores clientes. El paso por Caldas se hace por la carretera vieja, la que están repavimentando por puro milagro que nos hizo el padre Marianito, milagro que fue certificado por el notario veinticuatro y que va rumbo a Roma en sobre lacrado como aporte a su hoja “debida” como dice Oscar Dominguez G, el chacho de la columna desvertebrada, para contribuir a su entrada definitiva al santoral.
Allá en Caldas los suspiros fueron dobles. El primero al pasar por el restaurante donde desayunamos en la caminata a Angelópolis, aclaro que el suspiro fue saber que no íbamos a volver a desayunar allí, que alivio tan macho. Y el segundo por volver ver a Angelita, la tiqueteadora de la flota, 70 kilos de pecado mortal envuelto en telas de Fabricato, toda ella de muy buen recibo por parte de los Todo Terreno, lastima que estaba en su día de descanso, pero que conste que Gloria, su reemplazo, no la hizo quedar mal.

De allí en adelante, en un viaje muy tranquilo, nos dedicamos a conversar como jubilados en el bar la Bastilla, máxime que llevábamos dos semanas, desde la subida al páramo de Belmira, sin nuestra acostumbrada tertulia ambulante, en la que miramos al país y a nuestra ciudad al derecho y al revés.

En medio de una hermosa mañana llegamos a nuestro destino, el corregimiento de Camilocé, que nada tiene que ver con nuestro amigo y contertulio Juancé, lugar que fuera famoso por las hojaldras que eran ofrecidas a todo pulmón, ventanilla a ventanilla, a los pasajeros que iban o venían del suroeste antioqueño; y como cambia la vida, vaya pregunte usted hoy en día por hojaldras y le responden que por allá no hay de esa clase de matas.

Guiados por los muchachos de un furgón repartidor, fuimos a parar al restaurante de Chucho para el desayuno de rigor, en donde apenas comenzaba a hervir la aguapanela. De todas formas allí armamos nuestro campamento gastronómico. El pedido fue igual para todos: huevos revueltos, chorizo, arepa, buñuelos y chocolate. El chorizo nos resultó peor que los que vende misia Marta allá en el alto del Boquerón, la arepa parecía un pedazo de cartón prensado, ¿los huevos?, regularcitos y tirando a empeorar; salvaron la patria los buñuelos y el chocolate servido con cuenta gotas, porque pa´ poquito, ni se diga.


Que pena con vos Pablo, pero anda preparando el regaño que bien nos lo merecemos, gracias al tal chucho y a los muchachos del furgón, que no están en nada. Otro restaurante que techamos de la lista

A las 8 y 45 enfilamos baterías por la carretera veredal que conduce a Palomos, en un tramo de 12 kilómetros, carretera que no es otra que la carrilera del otrora tren de Amaga. Los primeros tramos se caminan por medio de unos pantaneros miedosos, en donde perdieron la virginidad las nuevas botas del lobato Londoño. Hablando de estrenes, el Juanfer se vino con tremendo botón pegado al pecho con la foto de Jerónimo, su segundo nieto, el cual hacía juego con el de Sarita; como quien dice, andábamos con guardería propia.

Luego de pasar la zona de los pantanos, comenzamos a caminar por uno de los senderos mas hermosos de todas nuestras caminatas, ubicado al pie del monte nativo, con frondosos árboles a lado y lado de la vía, matas ornamentales, innumerables cascadas, riachuelos y nacimientos de agua, sombra al por mayor y frescura por bultos, que contrastaban con el calor que reinaba en el exterior de aquel túnel natural. Y que tal la variada cantidad de aves y de mariposas que engalanaban con su colorido aquella alfombra verde. Hasta una culebra “fuetiadora” nos encontramos, lástima que había sido pisada por las llantas de un carro.

Abundan por esa zona las fincas de recreo, con inmensas y modernas casas, caballerizas bien dotadas, jardines milimétricamente podados y provocativas piscinas que parecían llamarnos a la distancia.

Para hacer juego con ese túnel natural, comenzaron a aparecer los túneles construidos para el paso de los trenes, el más largo de unos 50 metros de profundidad y los demás entre 30 y 20 metros. Llama la atención la cantidad de letreros escritos a la entrada y salida de los mismos, alusivos a las declaraciones de amor entre las parejas de novios que por allí caminan, lo que convierte el lugar en un altar de Cupido; obviamente no faltan los vulgares, porque esos individuos son como las ratas, están en todas partes.

En la zona de alimentación no falto la cervecita para Zuluaga y el Mr. Tea para Juanfer y el lobato, quien los llevaba muy bien empacados en papel periódico para conservar el frío.

Por tratarse de la carrilera, las orillas están sembradas de algunos ranchos donde encontramos los clientes para nuestros bombombunes. En uno de ellos nos salieron seis barrigoncitos, entre monos, morenos, pelicandelas, ojiclaros, ojinegros; mejor dicho, de todas las tallas y colores como en el Éxito, hasta allí llegaron las existencias del dulce recuerdo que les dejamos a los niños que encontramos en nuestras caminatas.

Y llego el momento de la verdad cuando apareció el primer viaducto, un puente formado por enormes arcos metálicos, con señales de una oxidación progresiva que sostiene la carrilera, de unos 100 metros de largo por unos 80 de profundidad. Abajo sólo se ve la espesura del monte. Por fortuna, una mano generosa relleno de cemento la parte central de la carrilera, formando un camino de unos 15 centímetros de ancho por donde pasan las personas, a los lados van las traviesas de madera de la carrilera, algunas de las cuales se han podrido y han caído al vacío, dejando al descubierto tremendos huecos por donde se divisa el precipicio, o sea la cuota inicial para la canillera tan berrionda la que se siente al pasar por ese lugar y mirar pa´bajo.

Juanfer pasó de primero y cuando nos disponíamos a seguirlo aparecieron 3 muchachos que venían detrás de nosotros practicando el bicicros, les cedimos el puente pero dijeron que iban a tomar unas fotos. Hablando de fotos, en ese momento la cámara de los Zuluaga presentaba problemas, por lo que no quedó registro de tan imponente obra. Así que armados de valor hasta los dientes, al menos yo, comenzamos a pasar el puente. Como Luisfer no le tiene miedo ni a una rabieta de Uribe, lo paso muerto de la risa, yo me le pegue de los hombros y a mis lados llevaba los brazos de la Milagrosa como jugando al trencito, ¡que susto tan hijuemadre! Eso si, mejor acompañado…. quien dijo

Con la adrenalina nuevamente en los topes normales y brindando con unas mandarinas todavía algo heladitas, seguimos por el sendero que en este tramo contaba con mayor número de fincas, algunas con unas visitantes que nos ayudaron a volver el alma al cuerpo y poner nuestros ojos en sus cuerpos.

Cuando llegamos a las partidas, y aconsejados por los comentarios de unos muchachos de la región, optamos por desviarnos de la carrilera y coger la vía que nos llevaría a la carretera principal, o sea la que va para Palomos y Fredonia. Nos contaron los muchachos que si seguíamos por la carrilera íbamos a encontrar mucho pantano y dos viaductos que no tenían el senderito en cemento como el que habíamos pasado anteriormente, por lo que había que caminar de traviesa en traviesa, ¡válgame Dios! Por fortuna el 66,6666% estuvimos de acuerdo en no continuar por allí, por lo que ganamos por mayoría y flojería.

La salida a la carretera es en bajada y transitada por carros que van para varias veredas. La bienvenida nos la dio un grupo de personas entre el cual se destacaba una hermosa sardina de apenas 16 años de edad cargando a su hijo Yarlei Alejandro de tan solo 4 días de nacido. Les aseguro que Yarlei Alejandro puede que pase trabajos, pero hambre no va a aguantar.

Luego de admirar más fincas de recreo, todas ellas dotadas de buena cantidad de árboles frutales como guanábanos, sapotes en plena cosecha, aguacates, naranjos, mandarinos, etc. llegamos a la carretera principal. Allí hicimos un alto en un estaderito para continuar hasta Palomos, que estaba a la vuelta de la esquina. En el trayecto pudimos observar en vivo y en directo una de las tantas fallas que tiene esta carretera, la cual se encuentra en reparación y repavimentación, y que gracias a la emberriondada que se pegaron los de Camilocé, con su paro cívico, parece que ahora si se verán los resultados a corto plazo. Es tan complicada la falla geológica que la cinta que ponen los muchachos de la empresa contratista, anunciando el peligro, les amanece en Santa Bárbara.

A las doce del día plantamos zurriagos y cayados en Palomos, corregimiento de Fredonia, famoso por sus chorizos los cuales eran vendidos a los pasajeros del tren a tiro de ventanilla. De aquellos tiempos no queda nada, ni el tren ni los chorizos, aún ni los de los vecinos, porque pa´ muestra los que vende Chucho allá en Camilocé, uuiichchchc.

La estadía en Palomos fue corta, por lo que dimos media vuelta y arrancamos por la carretera que conduce a Remolinos, trayecto conocido por nosotros, toda vez que el año pasado hizo parte de la caminata mas larga de nuestro currículo, Palomos –Venecia – Bolombolo, algo así como 32 kilómetros de pura quimba.

Este trayecto a Remolinos tiene como atractivos las minas de carbón que se van encontrando al lado de la carretera, la vegetación agreste y la configuración de las montañas, verdadera composición de rocas con vetas de carbón a la vista, además de las caídas de agua, se siente la sensación de estar en el oeste, donde se filmaban las películas de vaqueros que sirvieron para los famosos dobles del teatro México, Cuba, Buenos Aires, etc. Enormes volquetas de 18 toneladas hacen fila para ser llenadas a punta de pala, por hombres que parecen un escuadrón de los hombres de acero, por el tizne del carbón en su cara y brazos. Muchas de estas minas han sido cerradas porque no cumplen con los requisitos, por lo tanto son pocas las minas en producción.

Este trayecto comienza en plano pero luego se convierte en una exigente subida. Abajo van quedando las minas, la carretera que parece una culebra serpenteando la montaña, y las volquetas como si fueran de juguete, de las mismas que nos traía el niño Dios. Marca Juguetes Navidad. Llegando a la cumbre aparece el hermoso paisaje de las montañas vecinas, las mismas que recorrimos en el primer trayecto, con sus fincas y los bosques nativos. Se aprecia patentico el viaducto que nos escapamos de pasar y la fila de ranchos al lado de la carrilera. Igualmente podemos observar los imponentes cerros de la región, como son el sillón, bravo y Tusa, estos dos últimos nuestra tesis de graduación como caminantes y como locos.

El sol pega duro en nuestra humanidad, por lo que hace su aparición el agua bendita embotellada y las granadillas, todo acompañado de una generosa conversación, que no para desde que salimos de la Terminal, al fin y al cabo vamos con uno de los mejores exponentes de la retahíla paisa. Y no me pregunten quien es

El camino se va alargando más de lo que recordábamos. En una finca recibimos instrucciones para coger un atajo de subida que nos ahorraría algunos minutos, lo cual hicimos, no sin antes ayudarles a dos campesinos a empujar un campero Nissan que estaban remolcando, fue tan duro el empujón que le pegamos que de una lo mandamos hasta el taller en Venecia.

Terminado el atajo, que resultó un sendero bien empinado, bien empedrado, agradable y fresco y muy conversado con el tema de la muerte de Pavaroti, llegamos a Remolinos las 2 de la tarde, un sitio sobre la carretera que conduce del Cinco a Venecia, y donde se encuentra ubicado un agradable estadero y restaurante, de propiedad y administrado por don Jorge, amigo de Juanfer. La intención era continuar hasta Venecia que queda a 4 kilómetros, o sea una hora caminando, pero como el lobato tenía problemas con sus medias, o a lo mejor sería con sus botas nuevas, lo que le sacó tremenda ampolla en el dedo chiquito del pie derecho, optamos por terminar la caminata.

Para cerrar con broche de carbón, almorzamos allí mismo, atendidos maravillosamente por la esposa de don Jorge. La verdad que no teníamos mucha hambre, por lo que el pedido fue igual para todos: sopa de plátano y papita, porción de arroz, huevo frito, arepitas, un ají delicioso y generosa porción de agupanela con limón. Con el último sorbo de aguapanela se oyó el primer trueno por los lados del cerro Bravo que teníamos a nuestras espaldas, por lo que decidimos montarnos en el primer bus que pasara para Medellín. Todo se nos fue dando de perlas, porque a los pocos minutos apareció el bus que llevaba varios puestos. Llevaríamos 15 minutos de viaje cuando se largó tremendo aguacero, ¡de la que nos salvamos! fue el comentario general.

A las 5 de la tarde nos estábamos bajando en la estación Aguacatala, allí Luisfer tomaba su taxi para la casa y nosotros seguíamos en el metro para la nuestra. Al llegar a la estación Estadio pudimos ver desde la plataforma el nuevo e imponente tablero electrónico del Atanasio Girardot, el cual estaban probando. ¿Se imaginan como se irán a ver los goles del verde en esa caja de colores, no propiamente de aquellas Prismacolor?

En el camino para mi apartamento, que son seis reverendas cuadras, y mas cojo que banderillero bizco, me dice la Milagrosa: “mijo, si no es por Zuluaga creo que no hubiéramos sido capaces de pasar ese viaducto”. Jesús que susto

Hasta la próxima

Jorge Iván Londoño Maya