Caminata Páramo de Belmira

Fecha: 18 de agosto de 2007


Integrantes: Luis Fernando Zuluaga Z. (El Ojicontento) Jorge Iván Londoño M. (El Lobato) Carlos Alberto Olaya B (El Polaroid) Héctor Montoya V (El Atleta de Dios) y Juan Fernando Echeverri C. (Juanfer)

Nombre: ¡Eavemaría Dios mío!!! Que Belleza....

¡Brrrr, que frío!! el que estaba haciendo al momento de levantarme y con esta llovedera, para poderme preparar y encontrarme con los caminantes Todo Terreno, quienes hoy 18 de Agosto de 2007, quisimos ir al Municipio de Belmira, para subir hasta el Páramo del mismo nombre, a unos 3.200 de altura en el Alto de los Frailejones y en el sitio conocido como La Cabaña.

Efectivamente, siendo las 7 a. m. nos “rejuntamos” los cinco amigos caminantes en la Terminal del Norte (Mariano Ospina Pérez) contando con la grata compañía de Héctor Montoya V. Luego de “mamarle gallo” al desayuno con un perico y medio buñuelote, abordamos una muy moderna buseta de Expreso Belmira, la cual a las 7:20 a.m. inició su carreteo por la pista de la Terminal, para arrancar rauda hacia la “ruta de la leche” en el norte, devorando kilómetros de verdor en todos los tonos y colores, en medio del frío paisaje adornado con esos punticos blancos y negros que se mueven sobre las llanuras y que los constituyen los numerosos y hermosos hatos de ganado lechero de la raza holstein.

Mientras las maravillas de la naturaleza se ofrecían a nuestros ojos en vivo y en directo a través de ventanillas de cuarenta pulgadas, cuatro de los caminantes botábamos corriente y alegres compartíamos. Digo cuatro, ya que nuestro fotográfo, el gran Polaroid Olaya, se había quedado dormido sobre el hombro de una pasajera, finamente ataviada con sus prendas “Emberá Katío” que le había tocado como compañera de silla, mientras se aferraba a su cayado o “monopode”, invento del Polaroid para sostener su cámara.

Robándole curvas a las curvas y en forma pausada pero firme y rápida, eran las 9:45 a. m. cuando la buseta hizo su ingreso al muy rico, aurífero, turístico y acogedor municipio de Belmira, subiendo por una calle medianamente empinada, llena de huecos, charcos y pantanos, para detenerse lentamente en el parque de la localidad, dominada en toda su extensión, por el imponente templo de Nuestra Señora del Rosario, verdadera joya de la arquitectura de estilo italiano, construida en adobe a la vista con su torre inmensa y puntiaguda, la cual parece arañar el cielo.

Apeados del vehículo nos dirigimos al templo, pero estaba cerrado, así que valga la intención, por lo que resolvimos dirigir nuestros pasos al restaurante AMUBEL (sabrá quien entienda de agua, qué quiere decir eso) donde María, admiradora del Lobato. Nos atendió como a unos príncipes, sirviéndonos cinco desayunos muy ” titinos” de hígado encebollado con arroz, chocolate, arepa y quesito, los cuales duraron lo que dura una “buena intención de un político”, ya que el hambre era mucha y había que estar bien “tanquiaditos” ya que la jornada a enfrentar sería dura.

Es importante resaltar que en el restaurante nos contactaron con Sergio Rodriguez, un baquiano de la región, quien nos serviría de guía para subir al “Páramo de Belmira”, ya que por el invierno, las bajas temperaturas, la espesura en el entorno y la “cantidad de vericuetos y senderos”, no era prudente salir sin un guía, situación que acogimos, así nuestro guía no fuera afiliado al Cabildo Verde, fundación turística y ecológica que existe en el Municipio, la cual ya no tenía más guías disponibles, dado que estaban todos centrados en atender los preparativos para la celebración de los doscientos cincuenta años de la fundación del Municipio, bautizado inicialmente con el nombre de Santo Domingo hecho ocurrido en 1757, a una altura de 2.550 m y con una extensión de 296 Km.2, datos que siguen sin cambiar, exceptuando el nombre, que luego fue Petacas, cambiado generosamente por Belmira y el número de sus habitantes, calculado hoy en 4.800 almas, que se defienden y viven en este rico territorio de grandes yacimientos auríferos, lechero, porcino, con abundancia de aguas, pesca de la trucha arco iris, y productor de mora, fresa, tomate de árbol, papa y verduras, todo lo cual florece a sus 14º grados de temperatura que sin lugar a dudas, también ha sufrido cambios, gracias al calentamiento global, ese que desvela a nuestra “ángel de la guarda”: Doña Viena Ruiz.

Saliendo del “Amubel”, sin logar descifrar su nombre, con las barrigas full aguja, los cayados bien agarrados y los morrales terciados, cruzamos el parque diseñado por el maestro Ángel María Atilano Rojas (realmente ningún dechado de belleza hoy), en el cual se pueden apreciar un monumento al minero y a la “Consagración”, obra del escultor lugareño Didier Calle y que hoy amenaza ruina. No hay derecho a tanto descuido.

Así, en una mañana primorosa, aunque un poco opaca, un clima delicioso, un sol tímido ante nuestra presencia y en medio de pantano y piedra, tomamos un sendero ecológico que ha venido haciendo Corantioquia, con la participación de EE PP M, encargada de campañas de arborización, pozos sépticos, construcción de puentes veredales y mejoras de agua.

Bordeando, o mejor escoltados, por el Río Chico, el cual nace allá en el páramo y que deja correr sus aguas rojizas gracias al mineral ferroso en la región, para desembocar al Río Grande y éste alimentar la Represa de su nombre, cuyas aguas bañan tierra de tres municipios, entramos en unos potreros, donde el trabajo de Corantioquia se interrumpe, gracias a la desidia y egoísmo de los propietario de los mismos, que no han permitido la construcción en sus predios.

En plenos potreros, con una inclinación no inferior a los treinta y cinco grados, los seis caminantes (incluyendo a nuestro guía) fuimos superando el ascenso hasta encontrar un camino de herradura, en barro y tierra amarilla, el cual muestra las mejoras de Corantioquia y EE PP M, bien arborizado, cubierto a lado y lado con bosque nativos donde resalta el roble.

Mientras ascendíamos, el Polaroid tomaba sus “visticas”, ya que cada metro de terreno recorrido nos ofrecía una vista más hermosa, para fascinación de los caminantes quienes disfrutábamos, no obstante lo exigente de la marcha, cada sorbo de hermosura que nos brindaba “natura”: El canto de los pájaros, los musgos, la gran riqueza vegetal, las aguas filtradas de los barrancos y represada en la hojarasca, la riqueza de la tierra y arriba, muy arriba, el páramo desafiante, cubierto con su “chaqueta de bosques” y arropado con su ruana blanca de niebla.

Que belleza de país el que tenemos, que paisajes y que regiones….Que clima y que pobreza y falta de infraestructura turística, la que se podría apreciar en la vereda “Camino del Filo”.

El piso muy mojado. Corrían por el mismo pequeños arroyos alimentados por las aguas lluvias de la noche anterior. El terreno se iba empinando y muy pronto aparecieron escalinatas amarradas por madera de roble, que iban demarcando el camino, el cual y según nos dijo Sergio, fue construido hace muchos, pero muchos años por nuestros arrieros, esos hombres de hierro que forjaron el futuro de Antioquia y lo regaron por Colombia, sin descuidar ningún rincón de la patria, transportados en las cuatro patas de sus mulas.

Que belleza de paisaje, que robledales, que abundancia de cardos sobre nuestras cabezas, colchones de musgo verde salpicado por musgo blanco, recogiendo el agua, esa que gota a gota va corriendo para formar pequeñas caídas, riachuelos y ríos, lagos y lagunas y los infaltables cojines (plantágo rígida), innegable muestra de que estábamos entrando a territorio de páramo también definido como zonas húmedas desérticas. Había que ver la cara de satisfacción de Héctor Montoya, nuestro atleta de Dios, quien no modulaba extasiado con tanta belleza , la cual quedaba plasmada en la cámara hambrienta de fotos del gran Polaroid Olaya.

Musgos, líquenes, colchón de pobre, orquídeas, heliconias, hermosas bromelias florecidas, helechos, palmichos, escallonias, saltones, cojines y gran variedad de plantas hermosas y floridas iban apareciendo, mientras el bosque bajaba de tamaño, los robledales eran menos, nuestra respiración se hacía más pesada por la altura y sin embargo, por el esfuerzo, aún no sentíamos el frío del ambiente y el incremento de las aguas y humedad en el entorno, el cual se mutaba de lo bello a lo hermoso y viceversa.

Por fin, terminado el camino escalonado, ingresamos a una continuación del mismo, el cual presentaba a lado y lado verdaderos tapetes verdes de musgo, repletos de agua, canalones por donde corría el agua limpia y pura en la cual se sumergían a tramos nuestro pies y arriba el cielo plomizo que dejaba filtrar los rayos de un sol abrazador. Estábamos en la tierra de los pumas, las ardillas, las liebres, los monos, la tatabra, el búho, la zarigüeya, la guagua, el gavilán, el oso perezoso y otras especies menores, que han tenido que cambiar su habitat diurno a nocturno para evadir la acción depredadora e inmisericorde del más animal de todos los animales: El hombre.

Habíamos caminado casi tres horas continuas cuando Zuluaga, que se había adelantado unos cincuenta metros con Sergio nuestro guía, gritó: ¡Coronamos¡. Efectivamente habíamos llegado al alto de los frailejones, esa especie vegetal propia de páramos, estepas y desiertos helados, de las cuales existen muchas clases, siendo grandes recogedoras del agua, equilibrantes del ambiente, con sus hojas anchas, lenguadas, gruesas y velludas, evolucionadas para soportar las más inclementes temperaturas.

Hay especies diversas de frailejones que resaltan en los páramos, los cuales constituyen un ecosistema reciente, cuya fauna y flora, con amplia diversidad, aún tiene mucho que mostrar al hombre, quien con seguridad recibirá enseñanzas insospechadas cuando descubra los secretos medicinales, la estrategia de supervivencia y la gran longevidad y lento crecimiento de estas plantas misteriosamente bellas, que nos dejaban un interrogante: ¿Por qué su presencia es estricta y casi milimétrica a partir de cierta altura, sin verse ni a centímetros, siquiera presencia de ellos?

Estábamos aproximadamente a 3.100 metros de altura, maravillados los caminantes con tanta belleza junta, con el paisaje y con los bosques de frailejones florecidos que se abrían a nuestros ojos y se extendían a lo lejos, sobresaliendo entre otras especies de plantas desconocidas para nosotros, con sus flores blancas, rosadas, moradas, amarillas, espinosas, pastos esporádicos y pajizos, un piso negro, arenoso y rocoso, rico en aguas y en pequeños charcos que cubrían el camino.

Este tipo de frailejón, posiblemente es de los menos evolucionados de cuantos puedan existir, ya que en nuestro parque de los nevados, sierra nevada de Santa Marta, Chingaza, Sumapaz, la sierra de Mérida en Venezuela y otros lugares del mundo, con presencia de páramos, el frailejón, por su forma de vida, también conocido como roseta, es la gran atracción, el protagonista del paisaje y el mayor protector y recolector de aguas, lo cual obliga a que no sea destruido y por el contrario, obliga a que sea protegido, encontrándose ejemplares que sólo alcanzan a crecer un metro en un siglo y no obstante pueden superar los cinco metros de altura.

Continuamos nuestro camino en medio de un viento frío, pisoteando los charcos del camino, al frente un cielo oscuro, los frailejones que nos custodiaban y la gran cantidad de especies nativas del páramo que se abrían a nuestros pies; hasta que en un momento dado, nuevamente Zuluaga adelante nos dice: “Miren hacia el camino no levanten la vista hasta que yo les diga"

Así lo hicimos y con la vista baja recorrimos unos ochenta metros y a la voz de: "Ahora si levanten la cabeza" se abrió a nuestras vistas el más hermoso de los paisajes nunca antes contemplado por nosotros en nuestras caminatas. Toda las gamas de verdes combinados con los tímidos rayos del sol allá en el horizonte, que se metía como cosiendo croché entre las nubes. Un cielo plomizo, interrumpido por manchitas blancas y azules…., bosques impresionantes que oscurecían el paisaje, montañas sucesivas, que se combinaban del verde esmeralda, el verde botella y el azul a medida que se alejaban en el horizonte….Definitivamente: ¡Eavemaría Dios mío! Que hermosura.

A un lado, en un llanito, estaba el destino de casi todos los caminantes y turistas que se atreven a venir por estos lados: La Cabaña, cuyo nombre lo toma el lugar donde se ubica. Es una construcción mediana en madera, con techo de eternit en la que se aprovechan las casi constantes aguas lluvias , las cuales se recogen en un gran tanque de fibra. Allí no hay energía, las comidas se preparan con leña y hay que llevarla. La noche vale $2.000 por persona y las camas son montones de paja sobre la cual pone el visitante un plástico y una sábana para dormir. El alumbrado es con vela y lámpara de caperuza y obviamente hay que llevar buena cobija, guantes, cobertor, etc, ya que la temperatura puede bajar hasta 0º grados y menos, según nos informó Sergio nuestro guía.

En la cabaña nos detuvimos un momento, admiramos el inigualable paisaje, en el cual lejos, muy lejos se logran ver Santa Rosa de Osos y Yarumal y todas esas inmensas extensiones de tierra inhabitada con sus verdes abigarrados, en las cuales y en manos de otras culturas, ya existirían varias ciudades.

Nos llamó la atención el hermoso jardín que rodea la cabaña, constituido con especies de páramo y a un lado de esta, un pedestal de concreto, con una placa de mármol, posiblemente más costosa que la misma cabaña, en la cual medio se alcanzaba a leer lo siguiente:

“El IDEA en sus 30 años de creación.
El mejor trabajo ecológico en un municipio.
Esta obra se entrega siendo Gobernador: Juan Gómez Martínez. Agosto de 1994”. Como quien dice: La eterna politiquería a 3.300 metros de altura y abajo, un Municipio que no posee calles.

Quisimos ir a la “laguna” a una media hora de camino, o seguir al Alto de la Gallina, el cual se veía hermoso al frente nuestro y que puede estar a unas dos horas larguita, pero el mismo Sergio nos recomendó que era un poco tarde y que iba a llover, que lo mejor era devolvernos, lo cual aceptamos, ya que nuestra misión estaba cumplida al haber conocido esta minúscula parte del inmenso Páramo de Belmira, estrella hidrográfica y ecológica de Antioquia (allí nacen los ríos Río Chico y Río Grande) y además conjuga su ecosistema y su producción hídrica con el nudo de Paramillo, pese a estar muy, pero muy lejos el uno del otro.

Lentamente, ante la dificultad del terreno, devolvimos nuestros pasos repasando toda la belleza ya vista. El frío aumentaba, pero era totalmente soportable. Algunas briznitas de lluvia se sentían sobre nuestras humanidades pero muy levemente y toda la belleza allí guardada revivía en nuestra retinas, mientras nos acercábamos a nuestro destino en la cabecera de Belmira, recorrido que hicimos en medio de nuestros comentarios de admiración por esta experiencia, escoltados siempre por robledales, potreros con ganado lechero, cultivos de papa, tomate de árbol, terrenos pedregosos cruzados por quebradas y donde se ve claramente la nociva acción de los mineros (mazamorreros) contra la naturaleza en otras épocas, ya que hoy, esta actividad es controlada; e igualmente con la rojiza y crecida escolta del río Chico, de quien se puede decir, fue nuestro acompañante sonoro y fiel en gran parte del recorrido.

Belmira, donde se celebran las fiestas de la Virgen del Rosario y famoso por sus competencias de pesca de trucha arco iris, se da el lujo de contar con muy buenas y abundantes aguas, así como un ecosistema limpio y casi intacto; así que olvidémonos de turismo, de infraestructura y pendejadas raras, que nos acaban a “natura” y no estamos interesados, en cambiar estas maravillas por un basurero y un gran desierto sin vida.

Hay que resaltar el civismo de los habitantes de Belmira, quienes llenos de sentido de pertenencia, han sabido cuidar su entorno. Igualmente pausible y de admirar, la gran labor de las EE PP M. que inclusive regala las pipetas de gas a los campesinos para que no talen los bosques, tienen campañas de siembra de árboles y vegetación nativa, construcción de pozos “sépticos” y limpieza de aguas; así como Corantioquia, con su sendero ecológico, construcción de puentes y conservación de la fauna y la flora.

Ya en el municipio, cansados y más contentos que un político estrenando curul o que un “numismático” con las monedas con que pagaron a Cristo, ingresamos a la iglesia para dar gracias a Dios por permitirnos estas experiencias de las cuales no todo el mundo se pueden preciar, y para admirar el Cristo tallado en un bloque de madera, sin lugar a dudas, la mayor atracción de el hermoso templo, el cual como casi todos los de Antioquia, no se queda atrás en hermosura.

Pasamos al interesante museo parroquial de antigüedades. Nos patiamos la música en vivo por la celebración de los doscientos cincuenta años de fundación del Municipio y luego nos dirigimos al restaurante Amubel, donde María al ver nuevamente al Lobato casi se muere de la dicha, por lo que inmediatamente corrió a atendernos y a servirnos nuestro pedido de almuerzo, consistente en Mondongo, con arroz, arepa, banano, claro de mazamorra y bocadillo, pero sin aguacate, plato que pedimos todos con excepción de Zuluaga y el suscrito quienes pedimos medias porciones.ya que luego de apreciar tanta belleza en el páramo, no nos quedaba espacio ni para acomodar un tinto.

Cuando salimos, estaba cayendo un aguacero impresionante, que de habernos cogido en el páramo, nos hubiera tocado pegarnos de San Hipotermio…….¡EAVEMARIA HOME!!!! QUE BELLEZA DIOS MIO.

Siendo las 5:30 p. m. Tomamos una buseta rumbo a “La Tacita de Plata”, “Ciudad Fajardo” , “Medallito del alma” o como se le quiera decir, la cual alcanzamos en un tiempo casi record y dando gracias al “Espíritu Santo”, ya que el chofer que nos trajo, cuyo pase parece lo consiguió en un bazar parroquial, nos trajo “a la lata”, como transportando legumbres y “zamarriados”, es decir, mareados y apunto de pedir cinco bolsas.

Hasta la próxima y nunca olviden que nuestro país es una maravilla de Dios hecha obra de arte sobre la paleta del Creador; simplemente que no lo conocemos.

Saluditos pues y no me jalen que me arrancan la ruana.

JUANFER

Caminata Chuscalito - Santa Elena

fecha: 11 de agosto de 2007

Integrantes: Luis Fernando Zuluaga Z. y Juan Fernando Echeverri Calle

Nombre: Flores, Silleteros, Tradición y Libertad.

Aún bajo los efectos de la lluvia caída la noche anterior, en una mañana opaca y algo fría, los caminantes que dijimos “presente” al llamado de nuestro encuentro sabatino con la naturaleza y el buen vivir, nos encontramos a las 6:59 a. m. en la bomba de San Diego, para acometer nuestra caminata No. 128 y la sexta rumbo al hermoso, pacífico, florido e inigualable corregimiento de Santa Elena, cuna de las flores y patria de los silleteros, quien precisamente mañana 12 de agosto y como culminación a la Feria de las Flores, se aprestan a celebrar los cincuenta años del “desfile de silleteros”, símbolo de nuestra ciudad, único en el mundo y el cual ya ha sido exportado a varios países, siendo patrimonio cultural de Antioquia y de Colombia.


Apeados en un moderno taxi de Tax Individual (valga la cuña) y siendo las 7:03 a. m. nos dirigimos en par patadas por la vía a las palmas, hasta el restaurante “El Chuscalito”, donde luego de caminar unos quinientos metros, en medio de puentes en gestación, separadores que cobran forma, cúmulos de materiales, cuadrillas de trabajadores, maquinaria y pantano, iniciamos nuestro ascenso hacia el alto o mirador de La paloma, por un camino bastante mojado y liso, pero muy familiar para nosotros, el cual a tramos se empina, internándose en hermosos sembrados de pino.
Este escenario fue aprovechado por Zuluaga para tomar sus “visticas” y que contrasta, con el inmenso daño ecológico que se hace a la montaña y al Valle del Aburra, con las modernas construcciones que en estas laderas se vienen levantando, con la increíble aquiescencia de nuestras “autoridades”, además de las quemas, que como cicatrices eternas se ven sobre el terreno y sobre las cortezas de los pinos, gracias a la acción de esos bandidos impunes, que denominamos pirómanos.

Suave, conversado, sin afán y degustando el olor del pino, el aire puro, el canto de las aves, el hermoso paisaje que nos presenta la ciudad de Medellín a nuestras espaldas, embrujada en un “saquito” de niebla, como una abuela lejana, entregada a sus labores, fuimos ascendiendo los caminantes y amigos rumbo a nuestra meta en Santa Elena.

En medio de nuestro ascenso y nuestra variada conversación, salpicada de toda clase de temas y asuntos, no podíamos dejar de recordar que hoy precisamente, estábamos celebrando los ciento noventa y cuatro años de la “independencia de Antioquia”, lo cual obviamente ratificamos izando la bandera blanca y verde en nuestras casas; pero que da pié también, para recordar, que la verdadera “independencia” se logró el 12 de febrero de 1820, cuando el más valiente militar que ha dado Colombia, el General de División José María Córdova, acalló con su carga y su grito de guerra, en la Batalla de Chorros Blancos, el último bastión del odioso español, asentado en estas irrespetables breñas.

Que riqueza de paisaje y de naturaleza, la que aún podemos gozar en estas lomas que encierran a Medellín, que abundancia de aguas que se filtran entre las piedras y barrancos, gracias a las lluvias caídas y que maravillosa sensación de pasado, de legitimidad e historia se siente, cuando nuestros pies se asientan sobre esas piedras tejidas por nuestros Aburraes, hace más de cuatrocientos años, para dar forma al camino, ese por donde comerciaron con los Catíos, Tahamies, Nutabes, Quimbayas, Cholos, Senufanaes…… el mismo que luego utilizaron los irreverentes españoles en su paso desolador y de muerte por estas tierras; ese mismo que cruzaron los arrieros con sus mulas cargadas de progreso y ese mismo que hoy recorremos los “Caminantes” en nuestras trajinadas salidas, con olor a naturaleza, a ecología, a amor por el medio ambiente y dolor por la diaria tortura y destrucción a que se ve sometida “natura”.

Como hacían de falta nuestros compañeros caminantes: Jorge Iván Londoño M. y Carlos A. Olaya B., ausentes hoy por asuntos de fuerza mayor, ausencia que en lo particular, amortiguo con la imagen de mi nieta Sarita en mi pecho y sobre mi corazón.

Así, en medio de pinos, bosque de vegetación nativa que se cerraba sobre nuestras cabezas, humedad, olor a verdor y presencia de notas musicales en las gargantas de las aves y acompañamiento de las piedras tejidas en el camino, llegamos a un calvario rústico, que en madera se hizo hace mucho tiempo ahí cerca de la cima de la Paloma, donde Zuluaga, en un acto espontáneo y humano, que logré plasmar en una foto, dirigió sus manos al cielo, acompañando con una plegaria, su solicitud al Altísimo, de bienestar en los hogares de todos sus amigos y caminantes.


Eran las 9:20 a. m. cuando los Todo Terreno, más diezmados que las tesis del tal profesor (más no maestro) Moncayo, llegamos al corregimiento de Santa Elena, en su vereda El Plan, e inmediatamente llegó a nuestros sentidos, ese olor de fiesta, de flores, de naturaleza hecha fiesta y de creación improvisada sobre una rústica silleta. Esta tierra es diferente a todo: Que paisaje, que jardines, que gente, que fincas, que paz y que tranquilidad y que clima.

Por un camino veredal, plano y muy bien tenido, enmarcado por fincas hermosas, con sus hatos de ganado lechero, sus rebaños de ovejas y sus celosos perros que salen a nuestro encuentro como pidiendo explicación a nuestra presencia, continuamos nuestros pasos rumbo a la cabecera del corregimiento, mientras se aumentaba el bullicio, la presencia de campesinos y habitantes, que en sus viviendas improvisaban sus negocios de pasteles, arepas, empanadas, chorizos, tamales, artesanías, flores y toda clase de viandas para aprovechar la fiesta, esa que se constituye en el eje central de la Feria de las Flores, el Desfile de Silleteros y aquí en Santa Elena, es la cuna de ellos y de sus flores y es todo un acontecimiento la víspera al desfile, cuando se puede ver en vivo y en directo la “germinación” de una silleta, esa que en rústicos armazones de madera, guadua, bambú, icopor y cartón, espera ser vestido con las más hermosas flores, el más variado y apropiado follaje y el más sentido ingenio de silleteros, que con paciencia, flor a flor, palito a palito, hojita por hojita, van dando vida a sus silletas, mientras dejan oír su voz en los mensajes, con que van rematando las mismas.

A lado y lado del camino, también podemos ver y contemplar los hermosos cultivos de papa, mora, tomate de árbol y por supuesto los inmensos cultivos de flores de todas las especies clases y colores. Mientras nos dirigíamos a la cabecera, nuestros oídos fueron agradablemente heridos por ese: “…a cantar a una niña yo le enseñaba/ y un beso por cada nota ella me daba/ y aprendió tanto y aprendió tanto/ que aprendió muchas cosas menos el canto”.

Efectivamente, la canción salía de la finca La Alquería Del Silletero, hermosa casa campestre, de gran tradición, quien desde hacía varios días se venía engalanando para la celebración de los Cincuenta años de los Silleteros” y fue así, como los caminantes, ni cortos ni perezosos y con esa timidez que nos caracteriza y esa dificultad para entrarle a la gente, ya que “somos como SAM: Hacemos amigos viajando”, sin saber como, estábamos sentados al lado de los flamantes músicos y degustando sus canciones.

Igualmente nos dirigimos al corredor de la casa, donde pudimos conocer la silleta que allí se construye, ya casi terminada y que será un homenaje e la Vereda El Plan, a esos Cincuenta Años de los Silleteros”; situaciones y estampas plasmadas por la lente emergente y de gran calidad de Zuluaga o Melitón”, si así se le quiere decir, ya que se lo merece.

Nos despedimos de esta gente tan formal y atenta y seguimos nuestro camino, en medio de ventas y negocios improvisados; campesinos con bultos al hombro, señoras con bolsas en la mano, otras con sus manojos inmensos de flores multicolores, música para todos los gustos y felicidad, mezclada con una gran dosis de paz y convivencia, fórmula mágica para una calidad de vida simple, honesta y buena, que sólo en estas tierras se puede lograr, lejos del mundanal ruido del que “sólo han podido escapar, los pocos sabios que en este mundo han sido”.

Por fin y frente a nuestros ojos, se abre su parque, pequeño pero imponente y bien arreglado y mejor tenido, con sus gentes felices, sus ventas callejeras, su mercado, su iglesita con su torre mirando al cielo como elevando una plegaria, su fuente, sus casitas simples y hermosas y resaltando: La imponente y hermosa obra en bronce de la maestra Piedrahita, inaugurada durante la Alcaldía de Sergio Naranjo Pérez, como merecido monumento eterno a los “silleteros”, una raza que ha mantenido y mantendrá por siempre viva, la presencia de Antioquia en los corazones de la tierra, especialmente cuando se dice con orgullo: “Cuando los silleteros pasan, es Antioquia la que pasa”.

Dirigimos nuestros pasos hacia la iglesia a dar gracias al Creador por habernos hecho caminantes, pero de los de verdad, no de esos soportados en ridículos protagonismos y oscuros aprovechamientos politiqueros. Y por habernos dado la oportunidad de participar cada sábado de tan hermosas experiencias. En nuestro camino y en pleno atrio, abordamos a dos periodistas de Tele Antioquia: Alejandra y Federico, quienes prestan su servicio al programa “Por las Buenas” y que en ese momento hacían un documental sobre “Los Silleteros”, quienes nos tomaron nuestros datos, para una posible entrevista futura, ya que nuestra labor de caminantes, comprometidos con la naturaleza y el medio ambiente, perfectamente lo ameritan.

Saliendo de la iglesia y como según Zuluaga, “nosotros no salimos a sufrir” nos dirigimos a un pequeño negocio ahí junto a la casa cural, donde venden ensaladas de frutas y helados y tomamos asiento en una de las mesas protegidas por paragüitas, desde donde se divisaba todo el corregimiento en su parte urbana, incluido el colegio y la sede del Corregidor, hermosas construcciones dignas de una ciudad grande, así como pudimos también observar la gran cantidad de vehículos y buses de transportes especiales, que iban llegando atiborrados de turistas.

En el citado lugar pedimos sendos desayunos consistentes en ensaladas de frutas con helado, las cuales nos fueron servidos en una bandeja honda, repleta de toda clase de frutas picadas, cubierto todo con delicados helados en tres sabores, salpicados con suaves cremas dulce y adornada con barquillos; sin lugar a dudas el desayuno más sano que hemos consumido en nuestras ya múltiples salidas.

Igualmente aprovechamos para comprar nuestro catecismo Astete de cabecera EL COLOMBIANO y leer como siempre la columna Just Gentium del dilecto amigo Don Raúl Tamayo Gaviria, quien se lució dándole un merecido palazo en las espaldas, a esos que “se dicen caminantes de la paz”, pero que con las “patas” borran lo que hacen con los pies. Ya los lectores, si alguno por causalidad se asoma a estas líneas, sabrá a que me refiero. Igualmente, leímos con satisfacción la revista NUEVA en su artículo “Con Viena”, en el que su directora y “angelito de la guarda” de Los Todo Terreno, Doña Viena Ruiz, quien está de visita a New York por estos días, nos hace un recorrido gastronómico por la gran manzana.

Livianos, felices y complacidos con esta delicia de desayuno, tan diferente a nuestros “calentaos” y desfile de fritos que generalmente acostumbramos y comentando y rumiando las columnas leídas, salimos nuevamente en nuestro recorrido. El gentío aumentaba paralelamente con la alegría de la víspera de fiesta y desfile y el sabor a paisanaje, se regaba por los cuatro puntos cardinales del corregimiento, con presencia de flores y mujeres hermosas como no se ven en ninguna otra parte y que conste que no es exageración.

Enterándonos de las situaciones, consultando a los parroquianos y empapados sobre las actividades que se desarrollarían, nos dirigimos hacia las veredas El Placer, Piedra Gorda, Barro Blanco, San Luis, El Rosario, Mazo, las cuales son cruzadas y comunicadas por hermosos senderos ecológicos, muy bien señalizados y mantenidos, gracias a la labor desarrollada por Corantioquia y las EE PP M. quienes se han preocupado por el mantenimiento del ecosistema y en especial de todo lo que tiene que ver con el cuidado y limpieza de la quebrada Santa Elena, la misma que pasa por debajo de la Avenida La Playa allá en Medellín.

Hermoso y lleno de experiencias fue nuestro caminar por las veredas visitadas, entrando a las fincas para ver cómo nace una silleta, ya que casi todas estaban apenas en plena ejecución, dado que este año, el desfile de silleteros, como cosa rara, ya que no ha sido costumbre, sólo saldría de los alrededores de la Universidad Pontificia Bolivariana (Laureles), hacia las 3.00 p. m. del domingo doce de agosto, es decir, los silleteros no tenían afán con sus silletas y los turistas tampoco en arribar a la fiesta en Santa Elena, es decir, presumíamos que hacia las siete u ocho de la noche, el corregimiento sería todo un mar de gente, sumergida en la sana alegría de la tradición de la flores, del orgullo paisa, de la simpleza campesina y de la belleza de los espíritus, de esos hombres y mujeres que años por año, con sus espaldas encorvadas y soportando el peso de sus silletas en un recorrido exigente, le recuerdan a Colombia y al mundo, que las flores son una forma de contar las cosas y desarrollar la grandeza de una raza que no se muere ni se destiñe, pese a las dificultades que día a día tenemos que enfrentar, pero que también día a día, se superan con la frente en alto y ondeando las banderas de la esperanza y el progreso.

Siendo las 2:15 p. m. Algo cansados de caminar, ingresamos al Vivero Barro Blanco, donde sus propietarios, también silleteros, elaboraban sus silletas y habían improvisado una típica venta de almuerzos y si señores y señoras, allí instalamos nuestros cayados y nuestro cansancio, para pedir el merecido almuerzo hecho en fogón de leña, entre aires de bambucos, pasillos y cumbias; consistente en un mondongo para Zuluaga y para Juanfer un Sancocho de espinazo, como nunca se había visto en otras caminatas, acompañado todo con banano, arepas, aguacate, ají, arroz blanco y deliciosa ensalada, platos que consumimos en lo que demora un militante de El Polo en aprovecharse de cualquier situación que sea adversa a la Patria, para hacerse sentir.

Con nuestra misión cumplida, volvimos a la carretera principal satisfechos con tanta belleza y con los corazones llenos de las más sincera antioqueñidad, dudando si quedarnos o no, pero realmente ya era suficiente, así que siendo las 3:30 p. m. aprovechamos para tomar una buseta de Robledo, ya que había servicio libre de casi todas las rutas de Medellín hacia Santa Elena y viceversa y por módicos $4.000.00 por cayado, que presumimos se echó el chofer a su bolsillo, fuimos devueltos a “Medallo del Alma” quien se prepara para contemplar con orgullo y satisfacción, el Desfile 50 Años de los Silleteros y concluir con broche de oro, matizado con paz, tranquilidad, alegría y seguridad una versión más de LA FERIA DE LAS FLORES, la cual consideramos no puede seguir siendo soportada, por obvias razones de principios, que saltan a la vista, por “Antioqueño” el Anfitrión, ni por ese inmerecido premio que “dizque” merecen los héroes, ya que como decía mi viejo “Cuando las cosas no son normales, son anormales” y tiene que haber algo en nuestras raíces, nuestras fiestas y celebraciones, ya vayan más allá de los etílicos; aunque hay que repetir hasta la saciedad, Medellín se sobró en estas fiestas, donde por fortuna, fueron erradicados los concursos de belleza, para darle el verdadero valor a la mujer, se le hizo invitación especial a la paz y los eventos culturales abundan para todos los públicos.

Hay que resaltar, la constante presencia de la Policía Nacional y de nuestro Glorioso Ejército, custodiando y cuidando, la vida, honra y bienes de los participantes en la feria.

Igualmente, se resalta y aprecia la intervención de las Empresas Varias de Medellín, quien desplazó sus “escobitas” a Santa Elena para que recogieran todos esos envases, botellas y basuras, que los ciudadanos “dizque” cultos, se empecinan en arrojar al piso y a los caminos y quebradas, no obstante existir recipientes para ser depositados.

Medellín, ciudad de las flores...
Su alegría y fiestas como ninguna,
Pero Santa Elena sin discusión,
De las flores es la cuna.

Cordial saludo y vayan en paz, esa que a veces es esquiva, pero que hoy más que nunca podemos lograr,

JUANFER

Caminata Belén Los Alpes - Belencito

Fecha: sábado 4 de agosto de 2007

Asistentes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Juan Fernando Echeverri Calle y Jorge Iván Londoño Maya

Duración: 4 horas

Nombre: Faldas de Paz

“Démonos fraternalmente el saludo de la paz” fueron las palabras pronunciadas por el sacerdote que oficiaba la misa de las 6 y 30 en la parroquia de la América, por lo que salí al atrio a darle mi mensaje de paz a Juanfer, que en ese momento estaba ojeando un ejemplar del periódico Colombiano, prestado por el vendedor de toda la vida. Es bueno mencionar que Juanfer es más conocido en estos entornos del barrio la América, que el mismo médico Vinicio Echeverri, quien hace pocos meses se fue a montar a la ciclo vía celestial.

Con este primer encuentro dimos inicio a nuestra caminata por algunos cerros del sector occidental de Medellín. Y digo primer encuentro porque faltaba el segundo con Luisfer, con quien teníamos programado encontrarnos a las 7 de la mañana en el supermercado el Consumo, allá en la carrera 80; es decir, que el tramo entre la iglesia de la América y el consumo lo hicimos como precalentamiento.

Luego de desgranar la mazorca de más de veinte cuadras de distancia y de despertar a los vecinos con el vozarrón de Juanfer, llegamos al Consumo en donde nos esperaba Zuluaga y Zuluaga, quien muy cómodo estrenaba la banca de uno de los nuevos y titinos paraderos de buses dispuestos por la administración municipal. Hablando de estrenes, el Juanfer se nos vino de camiseta con la foto estampada de su preciosa nieta Sarita, en una pose de actriz de cine de los años treintas.


Con el grupo incompleto, pues faltaba el polaroid Olaya, quien le dio por jugarle infidelias al descanso “prepago” de los días sábados, arrancamos con rumbo a la calle treinta, no sin antes entrar a la panadería de una esquina para tomar el desayuno al mejor estilo de lavador de buses, compuesto por gaseosa y canasta con buñuelos recién salidos de la piscina de aceite y uno que otro pandequeso o pastel de queso.

Continuamos por el barrio los Alpes, en dirección a la universidad de Medellín, en medio de las obras del metro plus. Allí entramos a conocer el interior de la iglesia el Santo Cura de Ars a la que, como a muchas iglesias, sólo le conocíamos la fachada. Bordeando la universidad llegamos al barrio Las Violetas, en donde comienzan a empinarse las calles y a oler a campo. Por las estrechas calles suben y bajan las volquetas repletas con el material extraído de las muchas canteras que se encuentran mas arriba.

La ciudad va desapareciendo y entramos a san Pablo que hace parte de la zona rural. Allí quedamos a merced de una empinada carretera pavimentada, rodeada de casas, pequeñas tiendas y ladrilleras al por mayor. En par ladrillos llegamos a la vereda Aguas Frías desde donde se vislumbra parte del sector occidental de la ciudad.

Comienzan las fincas y los sembrados, algunas de las cuales fueron propiedad de unos familiares de Juanfer, por lo que no perdía oportunidad para preguntar cual de ellas había pertenecido a los Echeverri, pero como siempre sucede, nadie le supo dar razón. Lo que si supimos fue que una de las partidas que encontramos lleva a San Antonio de Prado, por lo que ahí mismo la apuntamos para próximas caminatas.

El fuerte ascenso y la constante conversación; eso si, les juró que no hablamos del profesor Moncayo, fueron interrumpidos por el trote pausado y firme de unos pantaloncitos calientes metidos dentro de una simpática deportista a quien premiamos con una buena dosis de H2O bendita, pues como dice Olaya, nuestro pensador adoptivo, bendecir el agua es perder el tiempo, porque viene así desde el mismo útero de la madre naturaleza.

A las dos horas de conjugar los verbos andar y hablar, llegamos a la vereda el Morro en donde termina la carretera y comienza prácticamente el monte. Desde allí se observa todo el barrio san Javier, los cerros el Tobón, el Toboncito y el del padre Amaya con sus estaciones repetidoras. Siguiendo las instrucciones que nos dio un lugareño, encontramos la trocha que nos conduciría hacía el norte, concretamente al morro El Corazón.

Debido a lo empinado, la bajada es igual de fuerte a la subida. Aparecen las primeras casitas y con ellas un sendero construido en cemento con buenas especificaciones de labrado para evitar las resbaladas. La única estación la hacemos en un pequeño santuario donde se venera al Cristo crucificado.


Desde ese lugar se divisan los albores de la comuna 13, escenario de los otrora enfrentamientos entre bandas de diferentes matices, el cual terminó con la operación Orión, llevada a cabo por la fuerza militares bajo la orden directa del Presidente Uribe. Pero no sólo se ve la comuna, también están los nuevos edificios de la escuela, el colegio y el comando de la policía.

Desaparece el pequeño sendero y llega la carretera aún más pendiente, llena de casas, de personas amables que nos saludan al paso, de niños que juegan desprevenidamente. El barrio el Corazón nos da la bienvenida con sus negocios de abarrotes, sus mercados, sus carnicerías bien surtidas, las legumbrerías, las ferreterías, los depósitos de materiales. Los muchachos del colegio preparando la salida en buseticas para algún paseo, los buses, los taxis, los policías en sus motos. Hasta tiempo sacamos para refrescarnos con una gaseosa bien helada y alguna parvita, pues esta vez nos vinimos bajitos de peso y de bastimento.

Luego de atravesar el corazón por su vena cava, pasamos al barrio Belencito, con sus calles menos empinadas y más amplias, con una zona comercial muy completa y un tráfico mas congestionado. Allí entramos el convento de la madre Laura, a cerrar con broche de maíz, arroz y carne nuestra caminata. En efecto, allí estaban las exquisitas empanadas que vende la hermana Olga, quien además de rezar administra la cafetería con lujo de Ardila Lule. Esas empanadas las llevábamos entre ají y ají, porque en la caminata que hicimos por Medellín tuvimos la oportunidad de probarlas; y claro, quedamos antojados.

Terminada la media mañana, seguimos bajando hasta el barrio Santa Mónica. En la calle 35 despedimos en taxi al Zuluaga y Juanfer y yo seguimos hasta san Juan, no sin antes echarle un vistazo a la cuadra y a la casa donde vivió el suscrito sus últimos años de soltero, antes de contraer nupcias con misia Marta Ligia, suceso que cumplió los treinta años. Pasamos también por la cancha de la escuela, donde todos los sábados jugábamos fútbol desde la una de la tarde hasta cuando ya no se pudiera ver el balón, con marcadores de 27 a 21, por ejemplo, y rematando en la tienda de don Adelfo, que ya no existe, con cincuenta pesos de salchichón, un pan y colombiana.

En la calle San Juan cogí el taxi para mi casa y Juanfer se fue a pie para la suya pues le queda a escasas tres cuadras. Llegamos con tiempo de sobra para almorzar en nuestras casas, hacer la siesta y asistir por la tarde al desfile de carros antiguos y clásicos.

Más que una caminata, fue un recorrido por caminos donde antes imperaba el terror, pero ahora florecen las sonrisas de los niños y la esperanza de los mayores.

Hasta la próxima

Jorge Iván Londoño Maya