Caminata Caldas - Angelópolis- Amaga

Asistentes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Jorge Iván Londoño Maya, Carlos Alberto Olaya Betancur, José María Ruiz Palacio y Juan Fernando Echeverri Calle

Nombre: De la puerta el Aburrá a la puerta del Suroeste, con tradición de café, carbón, paisaje y arriería.

Mapa Satelital de la Caminata:






Que mañana tan fresca está haciendo. ¡Claro, si es de hoy! y lo bonita; pues claro, si salió de manos del creador y lo bien que pinta, para que nuevamente los caminantes Todo Terreno, con positivismo y dotación completos, lo cual nos evitó tomar lista, estábamos a las 6:59 minutos, en la plataforma de las busetas para Caldas, ahí en la Estación Itagüí de nuestro Metro, donde abordamos con el optimismo de siempre uno de aquellos vehículos, el cual en un santiamén o en menos de lo que dura una pirámide pa’ caer, nos dejó en el hermoso, limpio y bien tenido parque de La Puerta del Sur del Valle del Aburrá (Caldas), donde presurosos, con nuestros morrales terciados y un hambrecito mañanero que nos recordaba que no habíamos desayunado en forma, nos hizo dirigir a la Cafetería y Panadería PIPORARA, donde ya somos clientes de tradición; no sin antes haber entrado a la hermosa iglesia (léase Catedral nuestra Señora de las Mercedes), a dar gracias al Altísimo por los favores recibidos y a pedirle que si nos quiere encimar alguna cosita, pues que la mande, aunque gracias a Él, todo lo tenemos.

Allí, en el Piporara, santificados y livianitos del alma y ocupando dos mesas, fuimos atendidos en forma inmediata por las niñas de turno, quienes muy amablemente sirvieron nuestros desayunos, resaltando el pandequeso a solicitud de Chema, ese que muestra un diámetro de 42 centímetros y que sirve de referente a comelones y de marco a fotos tipo retrato.

Devoradas las viandas, con los ánimos renovados y con unos bríos al 199.5% iniciamos nuestro recorrido, siendo las 8:12 a. m. en medio de esa mañana fresquita como ya dijimos y bajo un cielo medio plomo aburrido, en el cual se asomaban por postiguitos robados a la bóveda del firmamento, nubecitas blancas y parchecitos azules, que nos hacían presentir un lindo día.

Tomando hacia la tradicional factoría de Locería Colombiana, donde nos topamos con los antiguos rieles del ferrocarril, esos que nos recuerdan con frialdad y dureza herrumbrosa, que en nuestro país el progreso se muere porque al subdesarrollo y la inmoralidad les da la gana, entramos a pisar la vieja carretera a Angelópolis, evadiendo huecos sobre los huecos, a medida que la civilización nos iba quedando atrás e iba apareciendo el paisaje campestre, paralelamente al pantano y las aguas estancadas.

La montaña hermosa, con sus tupidos pinares, la presencia de robles y la neblina que las coronaba, adornaban la belleza conjugada del paisaje; así como los siete cueros, las casitas humildes y pequeñas, sus vestidos de flores y el canto de las aves.

Esta carretera ya había sido recorrida por nosotros; pero grande fue nuestra sorpresa, cuando ahí en la vereda El Raizal, donde el Zuluaguita sacó tiempo para hacerle reverencia a su DIM del alma y ante la presencia de la bandera rojiazul; se viene sobre el ambiente un fino olor a petróleo y en la distancia, esa masa negra, compacta y bien formada que nos muestra la presencia del pavimento.

Efectivamente, la carretera está siendo pavimentada y va bastante adelantada, incluyendo muy buenas obras de arte, con buen espesor y con buen hierro para que dure, pero lástima grande, ya que no habíamos caminado mucho, cuando nos encontramos los primeros pequeños derrumbes que duelen muy adentro; ya que estos malditos barrancos y taludes como que no los amansa nadie.

Con paso lento, muy lento, posiblemente como casi nunca lo hacemos, eso si, pero con ojo observador, llegamos al primer derrumbe de proporciones. Allí ya habían como unos diez carros, en su mayoría volquetas que esperaban a que llegara la máquina para desvararlos, la cual “dizque” estaba varada.

Pasamos ese derrumbe sin problemas, no sin antes dejar constancia que en Colombia en este momento, las palabras más comunes son “derrumbes” y “pirámides”, ya que tanto los unos como las otras ruedan, exceptuando las de la Avenida Oriental en Medellín, que así no sean del gusto de algunos pocos; no se ruedan, no se caen, son referente de ciudad, dan color, son arte country y una limitante a los accidentes que ocurrían a diario en esa importante y congestionada vía...Bueno, no cambiemos de tema y sigamos...

Hermoso el paisaje, hermosa la vista y ya sobre los terrenos de la muy bien tenida Reserva Ecológica y Forestal El Romeral, gracias a la labor de Corantioquia, rica en fauna, flora, bosques nativo, aguas, minerales y vida, tuvimos oportunidad de observar algo que nunca antes nos había sucedido en la proporción que voy a contar: Desprevenidamente avanzábamos, cuando fuimos sorprendidos por un desprendimiento del terreno, el cual rodó desde lo alto del barranco, arrastrando arbustos, malezas, piedras y tierra, cayendo sobre el pavimento con gran estruendo y a unos cuarenta metros de distancia de donde estábamos. “Animitas benditas del purgatorio, de la que nos salvamos”; lástima no haber tenido las cámaras a mano y listas para el video, en las lentes de Olaya y Chema.

Más cautelosos y más desconfiados, aumentamos nuestro paso, mientras informábamos a los carros que bajaban, que se han incrementado en esta carretera, especialmente volquetas, con sus contaminantes chorros de humo por el ACPM, ese que según parece, moverá el Metroplus en Medellín y que envenena; sobre la presencia de derrumbes más abajo. Ya habíamos contabilizado como siete, por fortuna ninguno de la marca “tumba ingenuos” de DMG, quien debe estar probando sus “inventos financieros” pero en La Picota. ¡Vea pues!!! Otra vez me salí del tema...

Del frescor de la mañana, pasamos al picante calor del casi medio día, cuando las nubes abrieron sus cortinas, el sol desmadejó sus rayos sobre la tierra y las montañas dejaron ver su verdor con rastros de neblina en sus cimas y todo el esplendor de sus bosques nativos. Y allá, lejos, como sentado reposando cual dromedario cansado, con su caída giba, el Cerro Bravo, vigilante celoso y eterno de caminantes y del paisaje, el cual reverdecía en las plantas de “rascadera”, esas que con sus hasta tres metros de altura; por lo menos veinte centímetros de radio en sus tallos y hojas hasta de más de un metro de punta a punta, se alzaban imponentes a la vera de la carretera y en la extensión del paisaje inmediato.

Definitivamente esta reserva Ecológica y Forestal de El Alto del Romeral es una maravilla digna de ser conocida: bosques húmedos premontanos. Se ubican en valles fluviales, lomas y laderas, en donde la vegetación primaria ha sido transformada por especies arbustivas, así como pastos donde existe la explotación ganadera. La reserva se localiza en medio de topografía accidentada y asciende hasta los 2.900 metros s. n. m; contando con gran diversidad de especies y coberturas boscosas, prácticamente vírgenes y con poca intervención, situadas en la parte alta del Romeral, donde la precipitación se ve notoriamente incrementada por los vientos del valle del Río Cauca, originándose gran cantidad de quebradas, arroyos y caídas, siendo digna de mencionar la de la Javelina, hermosa cascada a borde de la carretera, que desemboca en la quebrada La Clara.

Las especies de mamíferos menores y medianos son abundantes, así como las aves, de las cuales observamos algunas variedades, escuchando el canto del carriquí y logrando ver los nidos del gulungo, verdaderos emplazamientos de propiedad horizontal del bosque, que cuelgan en lo alto de los árboles, pero ya estaban abandonados y casi deshechos por el tiempo, ya que sus dueños y moradores, se han internado en el bosque, huyéndole al ruido de los automotores y volquetas, con sus chorros inmundos de ACPM.

Para resaltar, además de la belleza del paisaje y la riqueza del verdor, la constante vigilancia de la Policía Nacional, quienes motorizados y bien dotados, recorrían de arriba abajo la carretera, velando por la seguridad de los habitantes de las veredas y obviamente por sus visitantes.

Bajo un sol maravilloso y a un paso sostenido, por carretera ya destapada y abundante en pantanos, pero en la que se hacen las obras de arte para la pavimentación, fuimos adelantando y tragando distancias en medio de una maravillosa vista de cerros y bosques repetidos; hasta que divisamos, allá pegada de la montaña, con su característica inclinación y resaltando la iglesia como es costumbre en nuestros pueblos, la panorámica de Angelópolis, el balcón del suroeste antioqueño, que parece asomarse sobre el paisaje, mientras lanza una oración al cielo y el cual nos ofrecía, su ascendente camino antes de llegar a sus callecitas principales.

Seguimos derecho sin ingresar a su parque ni a su iglesia de los Santos Ángeles, sitios ya conocidos por nosotros, prefiriendo seguir hacia la vereda la estación; pero antes arribar a la tienda los Paisitas, donde su propietario, quien ya nos conoce y se pasa en atenciones, nos ofrece bebidas heladas, para calmar la sed y pasar nuestra ya clásica bandeja a lo “chito ventiao” , y nos deja ver esa especie de museo que tiene en su negocio.

Es un hombre bueno, donde todos los caminantes hacen sus paradas obligadas. Hasta nos invitó a ingresar a su bonita casa, muy bien dotada con antigüedades y recuerdos y nos mostró orgulloso, un inmenso óleo ecuestre de Napoleón “que le había entrado en una tumbada", ehhh!!! perdón, en un negocio.

Calle abajo y pisoteando el bien distribuido adoquinado, los cinco caminantes, admirando las lindas casitas recién pintadas, lo cual le da una nueva cara al pueblo y cruzando por el monumento al minero, enfilamos hacia la vereda La Estación, recordada sólo en el nombre, ya que esta zona también fue parte de ese progreso que llevó el Ferrocarril de Amagá, ese que dejamos desaparecer, lo cual no tiene perdón de Dios ni de los hombres buenos y honestos.

Poco variaba el paisaje; aunque si el clima, el cual mantenía un calorcito en el ambiente “emponchado” en una brisita fría y así, entre la mirada de los cerros, con ese Cerro Bravo allá en penitencia; las piedras, los charcos y el pantano el camino, nos fuimos alejando del “balconcito del suroeste”, ese que en tiempos primaverales se da el lujo de divisar el parque de los nevados, desde su parque y los corredores de las casas. Háganle muchachones que la cosa es en serio. Hay que aumentarle al paso, ya que hacia el noroeste se avecinan los nubarrones oscuros y Amagá sigue lejos; lo cual fue como un compromiso con la distancia y el tiempo, ya que ese paisaje de carbón, mineros, socavones, tolvas, inmensas volquetas y pobreza al por mayor, se hizo más latente. Estábamos en tierras de Amagá, “la puerta de oro del suroeste antioqueño; municipio que ya se divisaba en la distancia, donde también se pronunciaba el cobrizado de las torres de su templo San Fernando Rey y donde tuvieron asiento los indios Omogóes.

A estas alturas, el camino era similar al anterior. Piedra, huecos, pantanos y charcos, lo cual definitivamente no se compadece, en una región productora de carbón; cuyo futuro esperamos cambie, máxime que actualmente hay posibilidades de un intercambio comercial con China y que ayudaría a redimir esta región tan pobre y olvidada; la cual encierra además un alto potencial turístico. Casitas en el camino, con niños felices recibiendo los bombones del Lobato. El clic de las cámaras que no para, como tampoco paran nuestros pasos y de pronto, una bifurcación en la vía; tomando la de mano derecha por instrucción de un conductor de buseta, “la cual era más corta y menos empantanada”, además de llevarnos a la ferrería, es decir a sus ruinas, esa que se considera, fue la primera fundición existente en Antioquia. Efectivamente seguimos el camino indicado, hasta la vereda Gualí, pero no pudimos ver las ruinas de la ferrería, ya que esta se encuentra más arriba. Será en otra ocasión dijeron Chema y Zuluaga casi al unísono y seguimos el camino, encontrándonos en el mismo, un montón de chiquillos, entre los 9 y 12 años de edad, que venían felices y bulliciosos.

Era el equipo de fútbol infantil de la “ferrería” que se dirigía a Amagá, a jugar en el coliseo un encuentro contra la selección de dicho municipio. Que hermoso ver la felicidad de estos párvulos, imaginando “el sueño del pibe”, con ser mañana jugadores de los equipos profesionales paisas: Medellín, Nacional o Envigado y que labor hermosa la del joven técnico, quien con paciencia y por “amor al arte”, maneja y trajina con los niños, sacándolos con el deporte, de la amenaza del vicio, de la ociosidad y de tantos peligros que tiene en estos días nuestra infancia; especialmente en los pueblos y en el campo, donde el abandono oficial y la falta de oportunidades es manifiesta.

Fuerte estaba el “mono Jaramillo” pegando sobre nuestras espaldas, pero nada nos detenía, máxime que allá no muy lejos, Amagá nos esperaba. Habíamos recorrido no más de media hora, cuando nos vimos en pleno sector de San Fernando, donde el piso se eleva como buscando los 90° y los adoquines se ofrecen al paso de los caminantes y a la vista de las fábricas de adobes, fábricas de abonos y recolección de hulla.

Eran las 2: 48 p. m. El ascenso seguía imperturbable, como imperturbable eran el paso de los caminantes, quienes por mitad de la calle, esa que no se barre sino que se sacude, y bajo la mirada grata y admiradora de los habitantes, nos dirigimos al bien tenido parque Emiro Kastos, dominado por la estatua de Bolívar casi en su centro; bellas palmeras y allá en uno de sus costados, el hermoso e imponente templo San Fernando Rey, el cual guarda en su interior un museo religioso al que ingresamos gorras en mano, para darle más gracias al Creador; ya que poco es lo que se le tiene que pedir, cuando se vive bueno y agradecidos como vivimos nosotros los caminantes.

Saliendo del templo, nos dirigimos presurosos al Restaurante RAMITAMA, ubicado diagonal al templo y en la mejor esquina del parque, donde fuimos atendidos por Doña Ruth Piedrahita, su propietaria, a quien le brillan los hermosos ojos cuando ve a los Todo Terreno, ya que somos sus clientes fijos cada que visitamos la localidad, gracias a la calidad del servicio y a la excelente comida, como la que nos fue ofrecida y servida previa asesoría de Doña Ruth, constituyéndose en verdaderos banquetes que prefiero no detallar para no despertar el emanar de jugos gástricos en barrigas ajenas.

Rematando con bebidas heladas, con derecho a repetición y cuñando con las deliciosas lenguas cuadradas, importadas desde la Concordia de Don “Ñito y Salvo”, así el primero hubiese sido exportado a Titiribí, salimos más repletos que una concentración Uribista a comprar tiquetes de regreso; lo cual nos permitió abordar un hermoso bus de TRATAM , el cual hizo su carreteo a las 4 p. m. en punto, para enrutar trompa hacia Medellín, donde nos dejó sanos y salvos, gracias a Dios,
a las 4.58 p.m. ya que el conductor, de los finos y hábiles que conocemos como cabrillas, tenía un paso, sencilla y llanamente demoledor, pero tan suave, que ni Olaya lo sintió...Claro, si durmió todo el camino. Ya en Medellín, nos repartimos a nuestros hogares, bien en taxi o en nuestro Metro.

Hasta la próxima y no se olviden de cuidar la naturaleza y querer a los animales, pa’ que les rebajen las pena en el purgatorio.



JUAN FERNANDO ECHEVERRI
CALLE

Caminata El Retiro - Vereda Nazareth - La Ceja

Pensábamos que para ir a El Retiro, el transporte habría de tomarse en la Terminal de Transportes del Sur, pero no, es en la Norte, por lo que nos citamos el sábado 8 de Noviembre (Lloviembre dice Lobato) a las 6.40 a. m. en la salida norte de la Estación Caribe de nuestro Metro para desde allí buscar la taquilla 24 de SotraRetiro, empresa que presta el servicio de transporte por esos lados del Oriente Antioqueño.

El vehículo estaba programado para las 7 a. m. y faltaban 5 minutos. Olaya desapareció del mapa en busca de una gorra, porque no quería descompletar su colección y al contrario, tener una más. Pedimos café en una de las burbujas de la Terminal, pero sería por nuestra prisa o porque estaban embelesados los dependientes atendiendo a otros, pero no se dieron ni por enterados de nuestro pedido y el bus estaba sobre la hora de salida.

No dimos más importancia al asunto y quedamos en que buscaríamos desayuno en El Retiro; al fin y al cabo está a escasos 50 minutos por una muy buena carretera, a pesar de las dificultades con lo de la doble calzada de las Palmas. Abordamos un bus que más parecía un avión en su interior, por la comodidad, amplitud y agradable presencia. A las 7 en punto, partimos rumbo a nuestro destino.

Saliendo de la terminal del Norte, el carro recorre un tramo de la autopista norte y sube por la calle 33 hasta la estación exposiciones con cupo disponible y aquí y en San Diego termina de llenarse. Rápido empezamos el ascenso y ahí nos dimos cuenta que nuestro "Avión" más bien parecía una tortuga con reumatismo, porque empezó a rezongar y a subir l e n t a m e n t e. L e n t a m e n t e… Al fin llegamos a la cima y ahí recuperó ritmo y pronto estábamos llegando a nuestro destino. El viaje duró 1 hora y 15 minutos.

Decidimos pasar a visitar a Sonia, una hermana de Jorge Iván, por lo que descendimos del bus unas cuadras antes de la plaza de El Retiro. Ya en la vía, al otro lado nos hicieron señas unos buñuelos que bailaban en una paila mientras los agitaba una joven, que competía en belleza con ellos. Dimos cuenta de algunos en par patadas mientras admirábamos a la chica que no se dio ni por enterada de nuestra admiración.

Llegamos pasando sobre un puente de madera a la Urbanización…, muy bonita y nueva. Nos atendió en portería un amable señor y no tanto un enorme perrazo cruzado de raza San Bernardo y parece que de búfalo, por la enorme contextura del animal. Se llamaba "Máximo", por lo que dedujimos que el portero se llamaba "Mínimo". Anunciados y franqueado el paso, fuimos hasta la casa 22 de las 37 y nos recibieron amablemente Sonia, su esposo y una prima de ella. Ya estaban desempacando adornos navideños, por lo que cayeron de perlas unos cuantos buñuelos que compramos con la intención de hacernos invitar a desayunar, pero de nuevo, nadie adivinó nuestras intenciones y nos tocó conformarnos con un tinto, que muy rico si estaba, para qué…

Con la promesa de volver salimos y caminando por la calle principal, encontramos un restaurante disponible y desayunamos con ganas, pero poquito, como se ha vuelto norma entre nosotros. Retomamos la ruta hacia la salida del pueblo, mientras nuestros fotógrafos registraban animadísimos los ojos de las chapas de las casas antiguas que encontraban a su paso para la colección de curiosidades de los Todo Terreno. José M. había marcado una ruta de unos 15 Km. en el mapa de Google, pero se decidió hacerla por otro lado para que fuera un poco más larga. Ya veríamos qué tanto se alargaría.

Hablando como siempre, bueno, no como siempre porque faltaba nuestro querido compañero y contertulio sin igual, Juanfer, que tiene tema y talante conversador para derrochar verbo a razón de 200.000 vocablos y voquibles con puntos, comas y asteriscos por Km. de recorrido; repito, pero ya haciendo la salvedad de la necesidad de llenar los espacios temáticos, pero ahí nos defendimos; conversábamos animadamente, tanto, que una perrita negra que pasaba por el lugar, decidió acompañarnos por largo trecho, mientras se dejaba querer de nosotros y con sus voleos de cola participaba de la conversada caminata.

Ya llevábamos algo más de 2 horas por una bien tenida carretera vecinal salvo algunos pantaneros normales de esta época, cuando se nos atravesó una quebrada que corría sobre la carretera, como quien dice; el agua por encima del puente. No había forma de pasar por ahí sin mojarse los zapatos y no estábamos dispuestos a descalzarnos, así que buscamos un poco más arriba un vado adecuado. Zuluaga armó un puente muy endeble con un palo que encontró y pasó al otro lado. Olaya arrojó su bastón "unípode" con cámara y todo al otro lado y luego saltó él. Lobato se devolvió y pasó mojando sus zapatos y José M. saltó también, pero bastón y cámara en mano. A Zuluaga se le quedó el bastón al otro lado y le tocó devolverse y ahí si se mojó un poco, luego saltó de nuevo al otro lado. Olaya mientras tanto se dio cuenta que el golpe de la caída había estropeado su Olimpus y trató de repararla infructuosamente. - Ya la arreglaré en casa – dijo y seguimos el camino. En esas, Zuluaga tropieza con su propio cayado y por poco se lo entierra en la ingle, aunque siempre le pringó el muslo derecho y le levantó su hematoma grandecito. Menos mal no pasó a mayores.

El camino presentaba columpios de terreno como de montaña Rusa y los paisajes se sucedían a cada cual más bello, casitas y sembrados de aguacate por montones por acá, vaquitas y caballos por allá, muchachitos y bombombunes al por mayor, un camino a lo lejos se pierde detrás de la montaña circundante, un derrumbe nuevo, otro viejo y luego otro más y así hasta que llegamos a la vereda Nazareth de El Retiro, desde donde se alcanza a ver arriba cabalgando sobre la cordillera al municipio de Montebello, patria chica de nuestro Desvertebrado amigo Oscar Domínguez. Ya llevábamos unas 3 horas y media caminando.

En una tienda de la vereda, cercana a la escuela, tomamos un descanso adobado con cerveza, naranjada y picada de chitos, dentro de un kiosco construido con partes de un bus, del que también se vendían sus restantes en el sitio. Preguntamos por nuestra ruta a la joven dependiente y a un parroquiano que pasaba por el lugar, y poco fue lo que sirvió la consulta; la gente mide caminos y tiempo muy diferente cada quién.

Retomamos la vía y al poco rato llegamos al entrecaminos en donde se juntan la vía por la que íbamos y la que venía desde Montebello y seguía sobre la nuestra, que era la misma, hacia el municipio de La Ceja. Y empieza la subida; el paisaje cambia bastante y hasta el viento que baja de la montaña es más frío. Montebello lucía sus galas colgado de la montaña y hasta manto de neblina se puso en algún momento.

La lluvia amenazaba con un cielo encapotado de un gris plomizo, pero la tocaya de Jorge Iván de la Milagrosa Londoño y Maya, aceptó gustosa los ruegos de los caminantes, e intercedió ante San Padro para que por ese día, hasta ahora tan bello, no se remojara sin necesidad. Seguimos el ascenso no muy empinado y al otro lado del cañón se veía una carreterita por la que preguntamos a dos señoras que conversaban en un tenderete a bordo de la carretera. Nos dieron unas indicaciones tan confusas que mejor seguimos nuestros instintos camineros y nos dejámos llevar por la vía. Mientras, comíamos moras de varias clases; de Castilla, grandes y moradas en cultivos industrializados; Borrachera, un poco más pequeñas y negritas, pero deliciosas y nuestra morita criolla, de la que se necesitan un montón para realmente degustarla, ambas silvestres a lado y lado del camino. Los cultivos de aguacate de varias clases es la norma corriente por estos lados, hasta el punto de que ya Montebello, Antes productor, ahora lo importa de La Ceja y El Retiro.

Más arriba vimos que dos muchachos bajaban por un caminito; supusimos un atajo y ellos lo confirmaron. Entramos al deshecho y en un momento nos ganamos algunas curvas y pendientes. Salimos justo al frente de una casa sobre el lomo de una colina en la que un señor tranquilamente sentado leía y disfrutaba de la paz del entorno. ¡Que envidia! pensamos ¡Esa es la vida que uno se merece! Bueno, la de nosotros tampoco es muy complicada que digamos. Ya casi estábamos sobre la montaña de nuevo y Montebello desapareció del paisaje. El terreno llano no llevó por un buen rato, en el que nos encontramos algo así como un paseo de olla junto a un riachuelo y un enorme bus. Era paseo de olla, pero de ollada de Tamales. Claro que por el amontonamiento y la incomodidad que se les notaba, no estaban como muy enseñados a esas vainas de pasar una tarde de pelota de números con tamal y charco incluidos. Los saludamos y les hicimos alguna chanza y nos ofrecieron la lechuga del tamal, pero la rechazamos discretamente y seguimos.

Olaya parecía un niño sin su juguete principal; este amigo sin cámara se aburre más que un caballo en un balcón, sin embargo hizo de tripas corazón y déle pata que vamos ya casi llegando. 6 horas en ruta y a boca de jarro nos aparece una carretera lujosamente asfaltada con sus bermas, señalización y demás requerimientos a la orden del día, justo al lado de una pista de Trial para unas motocicletas poderosas que hacía rato escuchábamos rugir a lo lejos.


Decidimos que ya llevábamos bastante tiempo caminando y que en el primer vehículo que nos llevara, nos iríamos a cualquier lado: a El Retiro o a La Ceja, ya que estábamos más o menos a medio camino de ambas. Nos montamos a la cinta asfáltica rumbo a La Ceja esperando que pasara algún carro que nos llevara… Caminamos por lo menos otra hora en la que nos sobrepasaron tres autos y dos motocicletas. Pensamos en voz alta analizando la situación y con maquiavélica lógica decidimos que la carreterita se les pavimentó a los hijitos de papi de la zona para que fueran a brincar en sus motos y cuatrimotos a la pista de marras. De pronto apareció un motociclista que se detuvo por nuestras señas y le pedimos que de donde llegara nos enviara un taxi. Al mucho, mucho rato apareció uno, pero con pasajero. Le gritamos que nos llamara uno por radio teléfono y surtió efecto. Al poco rato retornaba el mismo pero con el mismo pasajero y nos dijo que ya casi nos llegaba el que nos había llamado. Mientras le dábamos las gracias y comentábamos la situación, apareció la salvación. Ya la rodilla del Lobato estaba pidiendo cacao y los demás también acusábamos el cansancio de caminar por asfalto. Nos faltaron para llegar a La Ceja unos 3 Km. El mapa de Google daba a esta nueva ruta algo menos de 33 Km. y los habíamos recorrido en 7 horas. Un gran esfuerzo que merecía un gran almuerzo.

Ya en el pueblo del que Lobato dijo que era el mejor planeado por lo planito y bien diseñado en sus vías, ascendimos al segundo piso de un restaurante típico en el marco de la plaza, diagonal al hermoso templo parroquial que se divisaba desde sus ventanales y muy atento un mesero repartió cartas de menú. Buenos precios, sazón normalita. Sopas de sancocho, verduras y fríjol más claros y cervecita llegaron rápido a la mesa. Olaya pidió y recalcó que quería un chicharrón carnudo con sus fríjoles. Nada que hacer; una cosa es carnudo y otra es grasoso. Amablemente el mesero, un señor mayorcito, se lo cambió y le agregó que sin costo, peor para qué. Estaba tan o más grasoso y sin carne que el otro… La frustración la adobamos con chanzas y tan pronto terminamos, pagamos y salimos dándole cuerda a Olaya por su desgraciada suerte con los chicharrones grasientos.

Nos esperaba otro chicharrón más mantecoso que el de Olaya. Cuando llegamos al parque había un montón de carros disponibles para viajar a Medellín; ahora sólo había un más destartalado que el que parecía el conductor y para colmo, una señora se montó primero que nosotros y ahí fue Troya: El tío este tratando de bajarla para llevarnos a nosotros que éramos cupo completo y la señora ranchada y con todo derecho a que no se bajaba. En esas apareció otro carro para Medellín, pero también tenía un pasajero y otro comprometido. La señora no quería cambiar de carro y bueno, no tenemos afán. Ya aparecerá otro. Por fin la doña en medio de regaños y promesas se pasó al otro carro y casi nos ganan la mano otros que también iban para la Bella Villa.

Resultó que ese no era el chofer, y que el carro tenía el arranque malo. No se dejó esperar el brinco, porque para colmo el cacharro ese estaba más mal de pintura que pirata de trasteos y luego de que por fin arrancó nos montamos con desconfianza. Bueno, la fortuna nos acompañó y rapidito llegamos a la ciudad de Medellín con su Metro, el que de inmediato abordó Lobato, mientras los demás tomábamos taxi a nuestros hogares.

Es imposible dejar de reconocer que el camino se hizo más largo por la ausencia de Juanfer, que con su particular estilo nos hubiese acortado el camino a punta de carreta caminera y la totiada de la camarita de Olaya. Ya estaremos todos de nuevo.

José M.

Caminata El Peñol - Guatapé

Fecha: sábado 1 de noviembre de 2008

Caminantes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Juan Fernando Echeverri Calle, Carlos AlbertoOlaya Betancur, José María Ruiz Palacio, Alberto Sánchez S. y Jorge Iván Londoño Maya.

Nombre: Lluvia de Silencios, Santos y Caminantes

¡Ufff...! Casi no doy con el nombre para esta crónica. En efecto, dí una gran vuelta a la idea, que resultó del mismo tamaño de la vuelta que le dimos a la piedra del Peñol, esa entaconada y mimada señora, que siempre tuvimos a “boca de jarro” y que robo cámara a lo desgualeta´o para salir en todas las fotos. Mas adelante encontrarán, entonces, el porqué del nombre.

Arranquemos diciendo que el encuentro fue en la muy nuestra Terminal del Norte, a la que fuimos llegando como fieles para misa de seis. Todos muy bien vestidos, zapatos limpios y las camisetas aún con las huellas de la aplanchada y la doblada. En un brinco llegamos a la flota Sotrapeñol para hacer la vaca y comprar los cinco tiquetes. En ese preciso momento suena mi celular; era Olayita, quien, sin que lo notáramos, se había alejado del grupo, y hablando en voz baja me dice: “Londoñito, compra otro tiquete que voy con una sorpresa”. En efecto, Carlos se nos fue apareciendo con el Kurdo, o San Albertico, para quienes no lo conocen, quien cuando viene a su siempre amada ciudad y logra desconectarse de su trabajo se nos pega a las caminatas. Si no estoy mal, creo que con esta ya son cuatro en su patrimonio.

Luego de la normal algarabía que produjo la llegada del Kurdo, pasamos a manteles virtuales para dar buena cuenta de los siempre deliciosos buñuelos y el humeante café, acompañados por la infaltable y fluida conversación que despertaba la curiosidad y sonrisas de los pasajeros que esperaban la hora de salida, los cuales doblaban la cantidad normal, por tratarse del inicio del puente de todos los Santos.

Llegada la hora abordamos el bus 217 (ojo para el chance) momento que Juanfer aprovechó para entregar a los niños unas colombinas mientras echaba su retahíla al mejor estilo de los infaltables vendedores, momento que quedó registrada por el flash de la cámara de Polaroid Olaya. La calma de la espera fue interrumpida por la subida del ayudante de turno, quien muy orondo nos puso el obligatorio vallenato a su volumen y semejanza para luego perderse. Obviamente el kurdo, que se las sabe todas en materia de ondas electromagnéticas, se paró y fue a mermarle al máximo al estridente sonido.

Cuando llegaron el chofer y su ayudante para iniciar el viaje, volvió el volumen exagerado del destartalado equipo de sonido, por lo que no se hizo esperar nuestra protesta, dirigida magistral y militarmente por Josema, la cual obviamente tuvo sus efectos, muy agradecidos por cierto por algunos pasajeros. Eso si, les garantizo que si no lográbamos el objetivo con nuestra protesta a viva voz, les íbamos a hacer una marcha dentro del mismo bus y ahí si no había Uribe que valiera. Entrados en calma continuamos con la tertulia por parejas o a veces comunitaria mientras observábamos el paisaje y el corretear de las nubes a través del ancho firmamento, como jugando a que te cojo ratón, a que no gato.......

Luego de sobarle las enaguas a Marinilla tomamos la carretera para el Peñol y en las partidas para la vereda Mayo, donde hay un reten permanente de nuestro Glorioso Ejército Nacional, el bus fue obligado a orillarse para que un soldado se subiera y con voz tímida y amontañerada nos diera los buenos días y nos solicitara bajarnos para una requisa. Hombres en una fila y mujeres en otra. Mientras hacíamos la fila compramos empanadas en el puesto, también permanente, que tiene una señora, lo cual generó jocosos comentarios en el sentido de que el chuzo lo tenía en compañía con los soldados. El kurdo a su vez se antojó de uno de los chicharrones que brincaban patas arriba en la paila; chicharrón que a la larga resultó delicioso y por el módico precio de mil pesitos, contrario a los hijuemadres que nos han cobrado por el marrano entero. Así pues que abiertos de píes y sosteniendo de a media empanada en cada mano, fuimos pasando con éxito cada requisa. Obviamente no faltaron las colombinas de Juanfer para los abnegados servidores de la Patria.

Al filo de las 9 y 20 tocamos tierra firme del Peñol. No obstante los problemas iniciales, nos despedimos cordialmente del chofer, y de inmediato buscamos asiento en el conocido hotel Casa Blanca para tomar el desayuno de rigor. Luego de armar la mesa para seis la decoramos con una enorme arepa de chócolo comprada por Olayita a uno de los tantos vendedores que se suben al bus aprovechando cualquier frenada, y con una deliciosa torta negra encargada por Juanfer a la dueña del restaurante para celebrarle el cumpleaños a Josema, celebración que incluyó quebrada de piñata ante la sufrida mirada de la dueña.

Con el sonido del timbre para acabar el recreo, dimos inicio a las 10 de la mañana a la clase de caminería por entre las calles que rodean la plaza de mercado, en una de las cuales nos encontramos una hermosa escalerataxi bien tenida y finamente engallada, dueña de un capacete ideal para un recochipaseo de los Todo Terreno. A las pocas cuadras empalmamos con la vía pavimentada que del Peñol conduce a Guatapé por lo que ahí mismo pusimos en cero nuestros medidores de kilometraje u odómetro que llama el Kurdo.

A menos de un kilómetro recorrido encontramos el sitio donde se termina la réplica del viejo pueblo del Peñol, por lo que optamos por entrar para que Kurdo lo conociera. Era la tercera vez que lo visitábamos, por lo que nos pareció que la construcción avanza muy lenta, pero el “alcalde” encargado nos dijo que al contrario, todo iba muy bien gracias al dineral que le ha metido el burgomaestre peñolita. De vuelta a la carretera principal Juanfer aprovecha para endulzarles el momento a los soldados que vigilan los puentes.


Una cosa es pasar en carro por esa carretera, y otra muy distinta es saborearla paso a paso para disfrutar de la piedra que no nos desampara y que en cada curva se nos muestra coqueta y sensual, del embalse y de los paisajes que se van formando con los innumerables ramales que como anacondas culebrean tierra adentro, y que fueron aprovechados para construir hermosas cabañas, casi todas con su bote cuadrado a la entrada y su bosque de pinos alrededor. Majestuoso todo lo visto, sin importar el día opaco, nublado y la lluvia, la cual nos hacía caritas desde lejos queriéndonos decir “tranquilos muchachos que allá les caigo”

La conversa se centró en la clase de ingeniería electrónica que armo el Kurdo y que nos dejó perplejos, bueno al menos a mi, sobre los adelantos tecnológicos en las comunicaciones. Menos mal fue una muestra gratis, porque si le da por cobrar honorarios no nos alcanza ni con la vaca. A las dos horas de trasegar por la carretera pavimentada, a las cuales les tenemos alergia, llegamos al estadero Mi Ranchito para disfrutar de un descanso y de algunas bebidas. Allí nos encontramos dos encopetadas señoras, caminantes ellas, quienes nos indicaron un camino veredal que nos llevaría por la ruta que habíamos trazado inicialmente.

Despedidos entonces del duro pavimento, nos entramos por el camino indicado, que prometía llevarnos por unos hermosos parajes, según se divisaba a lo lejos. Efectivamente, la primera agradable sorpresa la tuvimos en la vereda La Peña. Allí encontramos un puente colgante, que aunque no tiene nada de José María ni de Villa si tiene su atractivo a lo largo de sus casi 80 metros de extensión y que pasa por encima de un ramal del embalse. Lástima su deterioro y la falta de mantenimiento, para una obra imprescindible para los habitantes de esa región. Miren bien la foto y piensen que les puede esperar a los campesinos sin ese puente.

Luego de una exigente subida volvemos al plan, aparecen los pinares y la lluvia, la cual no respetó nuestros ruegos patronales, lo que obligó al kurdo a sacar su sombrilla ante las carcajadas de todos, porque musulmán bellanita prevenido vale por dos paisas. Bajo esos centímetros de tela azul y varillas continuó la clase, que ahora se refiere a la electricidad, partiendo del ejemplo que encontramos en las líneas de alta tensión que pasan por encima de nuestras mojadas cachuchas y que con la lluvia producen un zumbido que parece electrizar.

La piedra no nos pierde de vista y nosotros tampoco a ella. Es la novia de hoy y la modelo ideal para fotografiarla desde todos los ángulos, es el eje central de nuestra caminata. La lluvia “mojabobos” se instala en el dial como si se tratara de radio Cristal, que está en todas partes, y de ahí no se mueve; eso si, como caminar bajo la lluvia es otro de los placeres, nos hacemos los de la capa mocha y seguimos tan campantes, excepto el Kurdo que sigue con su sombrilla, la cual se aprovecha para hacer unos cuadros a los Tola y Maruja.

Son la una de la tarde, ideal para rezar el ángelus así se nos haya pasado la hora, rezo que cuñamos con un Padre Nuestro a las ánimas del purgatorio. Toda esta devoción sirvió de antesala para pasar cerca del hermoso monasterio de las monjas Benedictinas, que tienen a sus hermanos Benedictinos mas abajo, y para encontrar una tienda manejada por toda la familia, papá, mamá y dos pequeñas. Ese fue el lugar propicio para darle materile a lo que había quedado de la torta y la arepa de chócolo, manjares que compartimos con la familia que hacia las veces de anfitriones.

A medio kilómetro encontramos la entrada al monasterio de los monjes Benedictinos (hermanos, como ya dije, de las monjas que ya habíamos pasado) por lo que nos desviamos para conocerlo y para que el Kurdo saludara a un viejo amigo. En cinco minutos, y por una carretera de rieles en la cual nos encontramos a dos monjes vestidos de civil que iban para el pueblo y que al interrogarnos nos contaron que el amigo del Kurdo no se encontraba, llegamos a la imponente edificación, rodeada por tupidos bosques. Visitamos la capilla dedicada a Santa María de la Epifanía en donde el silencio se convierte en el grito eterno de Dios. Que paz, que recogimiento, que alegría sentirse creación de Dios, que ganas de encadenarse a ese silencio, que tristeza volver a los rieles, al camino y al bullicio; era inevitable porque ya teníamos comprado el tiquete de regreso a la realidad.

Sonaron las cuatro de la tarde cuando tocamos las goteras de Guatapé. Allí fuimos recibidos por otra engallada escalerataxi, famosas en esta región, por sus zócalos de par en par, por sus casas que parecen de azúcar, por su extremado aseo y por la amabilidad de sus ocho mil habitantes. Josema quedo con dolor de cintura por la agachada para fotografiar las figuras geométricas, típicas o exóticas de los zócalos.

Ubicados en la plaza entramos a la iglesia de Nuestra Señora del Carmen para prolongar aquel silencio, así no fuera el mismo. Luego pasamos a la flota para asegurar los tiquetes para la buseta de las 5 y 30. El almuerzo fue en uno de los restaurantes de la plaza. Diez y seis presas de pollo desfilaron por la mesa central antecedidas por una entrada de sopa de legumbres y con el marco de sentidas canciones de los años setentas representadas nada menos que por Camilo Sexto (que por la edad ya es Camilo Sesenta) Sandro, Rafael, Nino Bravo y Leo Dan, entre otros.

Terminada la misión de dar buena cuenta de los dos pollos, los cuales no tuvieron tiempo de decir “ni pío” nos fuimos a turistiar al malecón. Encontramos pocas personas a pesar de ser puente, pero es que el clima tampoco ayuda. En las aguas del embalse se mesen lentamente los barcos turísticos con sus potentes equipos de sonido que se oyen desde san Rafael y se destaca una lancha militar con varios soldados que vigilan la zona. En los puestos donde venden los dulces típicos de la región pudimos ver la amplia variedad, comenzando por el queso dulce, la jalea de guayaba y el coco con panela.

Llegada la hora regresamos a la plaza para abordar la lujosa buseta que nos traería hasta Medellín, concretamente a la plataforma de terminal del Norte, a la cual legamos a las 7 y 30 de la noche. Conclusión. Así como en la crónica anterior, Josema dijo que en 40 minutos habían devuelto las 8 horas y media de caminata, en ésta, para atravesarnos la terminal desde el occidente hasta el oriente, nos demoramos 12 horas. ¡Hagan cuentas!

Jorge Iván Londoño Maya