Santiago – El Limón – Cisneros,
De piedra en piedra, de polín en polín

Día: sábado 25 de julio de 2009

Asistentes: Juan Fernando Echeverri
Gloria Luz Coneja Muñoz
José María Ruíz
Gloria María de Poeta
Luis Fernando Zuluaga
Carmencita de Zuluaga
Luis Fernando Múnera
Clarita de Mú.
Grúa
Elbacé Restrepo

Atendiendo a una vieja invitación de los Caminantes Todo Terreno para que nos uniéramos a su grupo, el sábado 25 de julio se nos llegó la hora. Nos levantamos antes que el gallo, para estar listos y llegar a tiempo a la cita que nos puso Juanfer en la estación San Javier a las 6:04 a.m., ni un minuto más, ni un minuto menos. Los demás llegarían a sus respectivos puntos de encuentro y finalmente deberíamos reunirnos todos en la terminal del norte a las 6:29. Así de exactos.

¡Y llegamos! Sólo faltaba nuestro amigo Kurdo, a quien nos dispusimos a esperar entre abrazos, picos, holas y qué más… El chiste del momento estuvo a cargo de Grúa, el sardino, que nunca dizque se imaginó estar en un paseo de la tercera edad. No, pues, tan chiquito el niño y ya camina.

Una vez hecha la vaca y entregada la plata al poeta tesorero, Zuluaga y Juanfer nos mandaron a todos a “tanquiar” mientras ellos esperaban al ausente. Como para comer no nos tienen que rogar, seguimos a Josema, siempre a paso de caminante, y en una de las cafeterías de la terminal hicimos el pedido: 10 mitades de buñuelo, algunos cafés con leche y unos cuantos tintos. Josema compró los tiquetes y nos anunció la hora de salida: 7:15. El Kurdo no llegó a la cita y entre buñuelos y cafés tuvimos tiempo de darle una mirada El Colombiano, así “por encimita”, para enterarnos qué decía nuestro amigo Raulemilio en Jesús qué gentío, como diría el Lobato. Nos dimos cuenta de que Begow pautó en la Ñapa y revisamos la Revista Nueva, en busca del reportaje con que tienen “amenazados” a los Caminantes TT desde hace más de un mes. Este sábado tampoco fue. Juanfer, muy serio, tomó una decisión radical al respecto: “si el próximo sábado no aparece, no vuelvo a salir con Viena”. Querido Juanfer, optimismo te llamarás.

No supe nunca si abordamos un bus pequeño o una buseta grande, pero su interior estaba bastante confortable. A los pocos minutos salimos de la terminal y cogimos carretera rumbo a Santiago, en el nordeste de Antioquia. Después de dos horas de charlas, hostias bendecidas por Juanfer, metidas de pata de la Coneja y reclamos por parte de Carmencita, llegamos a nuestro primer destino: Santiago, corregimiento del municipio de Santo Domingo. Nos recibieron sus calles de casas color de guacamaya, su pequeña iglesia solitaria y un ruido infernal que no sabíamos de dónde provenía hasta que llegamos al restaurante donde mataríamos al que nos estaba matando a nosotros: el hambre. Ah, pero hablaba del ruido… estaban descargando hierro, mucho hierro, para la construcción de una microcentral eléctrica de 2.5 kilovatios, de cuyo estudio de factibilidad se encargaron algunos estudiantes de la Universidad Nacional. El dueño de la microcentral es Generamos y Procil la constructora. A la fecha los trabajos están muy incipientes, pero nos unimos al sentimiento de don Benjamín Castaño, historiador espontáneo y presidente de la Junta de Acción Comunal del corregimiento, que nos puso en situación mientras doña Desayunos nos batía el chocolate. Ah, no, perdón, quise decir la chocolatina derretida. El más dulce que me he tomado en mi vida, y eso ya es mucho chicaniar.

Por el momento, dijo don Benjamín, no hay recursos para adelantar un proyecto turístico, a pesar de que se está restaurando la estación Santiago, una casa bellísima como podrán ver en las fotos. Además, siguió quejándose don Benjamín, la infraestructura histórica no se valora por parte de la administración municipal ni de los habitantes. ¡Cosa tan rara, carajo!

Esperamos, con el cariño inmenso que sentimos por nuestra tierra paisa, que los proyectos que se adelantan y los que aún están en el papel, como la doble calzada Hatillo – Barbosa – Puerto Berrío, lleven progreso y bienestar a Santiago y a sus mil y piquito de habitantes.

El desayuno consistió en arepa y carne; arepa, huevos y tajada de plátano maduro; arepa, quesito y carne… La variedad no era mucha pero sí hubo una característica común: arepa blandita, tiruda como un chicle de dos horas. El tarro de mantequilla lo pasaron por encima de cada una, pero bien lejos. Parece que untársela hubiera sido un sacrilegio. El que diga que se comió una arepa tostada en el kiosko de Santiago es un mentiroso de aquí a Capurganá, nuestro destino en el mediano plazo.

Después de tener la barriga llena, como nos gusta a los Todo Tragones, cogimos cayados, morrales, linternas y cámaras. Merodeamos por ahí y nos dispusimos a empezar la aventura más emocionante del día: pasar a pie el túnel de la Quiebra, un monumento a la ingeniería que empezó a construirse en 1926, Imagínense: ¡1926! Casi podríamos decir que para la época no se construyó ni siquiera con las uñas, sino con la cutícula. A continuación, la maravillosa opción que nos ofrece internet (copiar y pegar) sobre la historia del túnel:

“El túnel de la Quiebra era el último obstáculo a vencer para comunicar a Medellín con Puerto Berrío. Es una de las obras de ingeniería más importantes realizadas en Antioquia e iniciadas en el siglo XIX, como el Puente de Occidente, que buscaban facilitar el intercambio comercial con el resto del país y con el exterior.

El ferrocarril de Antioquia, iniciado en 1875 buscaba comunicar a Medellín con el puerto fluvial de Puerto Berrío. El trazado general del ferrocarril había sido diseñado por el ingeniero cubano Francisco Javier Cisneros, quien había utilizado los cursos naturales de los ríos Nus y Porce, para evitar tener que realizar grandes trabajos de remoción de tierra; sin embargo y al llegar al sitio denominado "La Quiebra" sobre la Cordillera Occidental, era necesario tomar una decisión que alteraría el curso normal del trazado férreo que había sido pensado para tener una inclinación máxima de un 3%, por cuanto y debido a la considerable altura un trazado con esa inclinación no podía superar la montaña.

El estudiante de ingeniería Alejandro López Restrepo, en 1898 en su trabajo de tesis El paso de la Quiebra en el Ferrocarril de Antioquia, luego de analizar las anteriores posibilidades, propone la construcción de un túnel de más de 3.500 metros, que no sólo incrementaba en más de un millón de pesos la construcción total de la línea sino que resultaba impensable para sus jurados de tesis quienes por poco evitan que pueda graduarse.

La tesis de López no sólo resulta visionaria por proponer una solución avanzada para su época desde el punto de vista técnico, sino que nace de la creencia que el hacer una importante inversión económica en esta obra a largo plazo se verá compensada con la reducción de los costos de operación y mantenimiento, que las anteriores propuestas no contemplaban.

En 1914 cuando la primera locomotora llegó a Medellín, el ferrocarril estaba aún interrumpido entre las estaciones de Santiago y Cisneros que se comunicaban por una carretera de 27 kilómetros. En este momento se consideró la posibilidad de construir un túnel a través de la cuchilla que separa los cañones del Río Porce y el Río Nus. Aunque la obra tuvo muchos opositores a causa de los altos costos, siempre contó con el apoyo del General Pedro Nel Ospina Vásquez ahora Presidente de la República, quien apoyó como Rector de la Universidad de Antioquia la tesis de López y ahora se empeñó en su realización.

El 15 de marzo de 1926, el Gobierno de Antioquia dictó la ordenanza autorizando la construcción del túnel con la firma canadiense Frasser-Brace Ltda. En el contrato, la firma se comprometió a entregar el túnel en tres años, empleando personal principalmente antioqueño y a entregar la maquinaria utilizada a la Empresa del Ferrocarril de Antioquia, garantizando la calidad de las obras por seis años.

Inicialmente se extendió el ferrocarril hasta el punto denominado El Limón, que cobró importancia como terminal de la división Nus y frente de trabajo para la construcción del túnel. Se construyeron edificios para el destacamento de guardias de Antioquia y para el telégrafo, de madera y teja de barro. Igualmente se edificaron otros para convertir a este sitio en un puerto seco para el ferrocarril.

En los terrenos aledaños se trazó una población que tenía la intención de ser higiénica y confortable, dotada de alcantarillas, agua potable y luz eléctrica, pero el poblado nunca superó los diez edificios a pesar de la entusiasta acogida inicial.

La obra finalizó el 14 de julio de 1929, siendo inaugurado con el paso del primer tren de carga el 7 de agosto del mismo año.

Bueno, y allí estábamos nosotros, 10 caminantes entre expertos y novatos, dispuestos a cruzar el túnel exactamente 80 años después de su inauguración, en fila india, de piedra en piedra y de polín en polín. Las paredes del túnel nos remontaban a las cavernas de algún cuento infantil, y yo, particularmente, sentí a lo largo de los casi cuatro kilómetros, el rigor de las piedras filudas que tallaban las plantas de mis pies y me volteaban de tanto en tanto el caminado. Los polines de la vía férrea resultaban un alivio para los pasos regulares, pero la maleza, el agua, el pantano y la humedad, han hecho que ellos desaparezcan en muchos tramos del recorrido.

Nos llamó la atención que en un punto del túnel, que presumiblemente es la mitad, se puede observar el resplandor de la luz en la boca de entrada y en la de salida, lo que hace pensar que el túnel es recto en su extensión. Si estoy equivocada me corrige algún ingeniero, por favor.

Durante el trayecto se oían los avisos de Josema, que a paso de caminante marcaba el ritmo de la marcha: “Ojo que por aquí está lloviendo”, y sí. Efectivamente cae mucha agua dentro del túnel. El aire es denso, helado y a la luz de las linternas se veía bastante particulado.

Teníamos mucha expectativa de ver “la oficina” donde les pagaban entonces a los trabajadores de la obra. Y la vimos: una mesa que remeda un escritorio y una silla, talladas en la misma piedra de la montaña y debidamente incrustadas en ella. Muy bonito, sí señores.

Dos veces nos hicimos a un lado para que pasara la “marrana” otra muestra de ingenio para transportar mercancías de una estación a otra, en un volco relativamente pequeño amarrado a una moto que se mueve por los rieles como pez en el agua.

Cuando empezamos a ver la luz al final del túnel también empezó a oírse una serenata ofrecida por los duetos de Coneja y Gloria, Zuluaga y Múnera, Grúa y Poeta. Así, entre piedras, polines, chorros de agua y canciones colombianas; después de una hora salimos a la luz. Ahora estábamos en la estación Granadillas, gracias a Zuluaga que sacó de su morral una bolsa llena de ellas.

Unos cuantos pasos más y estábamos en la Estación El Limón. Un paisaje muy bonito, lleno de verde, de sol y de calor extremo. Guiados por los TT expertos fuimos a refrescar gargantas en Alaska, una tienda, cantina, discoteca, no supimos a ciencia cierta, demasiado grande para un caserío donde no vimos más de tres personas que viven en no más de seis o siete casas. En todo caso, en medio de un calor infernal, Alaska nos provocó una sonrisa, por el contrate entre nombre y entorno, y un referente de nieve, hielo y frío que proyectamos en unas cuantas cervezas bien heladas para refrescarnos.

El viejo hotel donde se hospedaban los viajeros del tren es una construcción tan bonita como abandonada. Después de las incontables poses para alimentar todas las cámaras, reanudamos la marcha. Sentí que me desmayaba cuando oí, de refilón, que nos faltaban tres horas para llegar a Cisneros, destino final. Quienes son tan sedentarios como yo sabrán entenderme… pero ¡a lo que vinimos! Un, dos, tres…

Bueno, así, entre charlas, risas, riachuelos, moliendas, más piedras talladoras y polines aliviadores, dos horas después nos conoció Cisneros. Hicimos la entrada triunfal y, como es costumbre de nuestros caminantes, primero a saludar al Jefe. Qué pena con Dios ser tan sincera pero creo que es la casita más fea que le han hecho, por dentro y por fuera… Bueno, pero la fachada es lo de menos.

Lo que siguió fue comprada de tiquetes para asegurar el regreso y un recorrido por la plaza, que no es plaza, en busca del almuerzo, ¡qué hambre! De camino a Residencias Lolita pasamos por la casa donde vivió la familia de Juanfer y donde nacieron sus hermanos mayores. Fotos, reminiscencias y más fotos.

El almuerzo, como podrán ver, no fue para nada dietético pero nos supo delicioso, amenizado por la conversación de todos en mesa redonda.

Salimos de allí un rato después, soy mala para llevar tiempos, y avisó Juanfer que todavía faltaba visitar el puente colgante. Entré en huelga. Ya había sido suficiente de piedras y polines. Carmenza se unió a la desobediencia civil y nos quedamos cómodamente sentadas en una mesita de un café bulloso mientras los demás hacían la caminata final. Después nos reunimos todos de nuevo, unas cervezas, gaseosas y aguas de más y ahora sí, al bus que vamos es pa Medallo.

Pasando por Santiago ya de regreso, nos detuvo la procesión de la Virgen del Carmen, que la llevaban en camión. La romería estaba compuesta por un caballo con dos jinetes, dos carros decorados para la ocasión y quince motos bullosas desde donde disparaban voladores. Una vez el bus reanudó la marcha, ¡los que se duermen! Casi todos, menos el poeta, que se dedicó a tomarnos fotos para obtener registros babiados, de boca abierta y mandíbula desencajada. No sé por qué pero tengo un pálpito: me late que el poeta quería cobrar una venganza y lo logró con esas fotos.

Hubo material anecdotario como para llenar el blog, pero se quedará en el recuerdo de los que acertamos con la decisión de ir a caminar con la gallada. Será con más frecuencia, por mi parte, que me ponga los tenis, la gorra y las ganas de conocer de cerca estos paisajes que tanto nos enorgullecen en la mejor compañía que cualquiera pueda desear: los CTT.

En la Estación Niquía abordamos nuestro Metro y seguimos juntos hasta San Antonio, donde Juanfer, Grúa y yo nos despedimos entre abrazos, picos y gracias por todo, para tomar nuestra ruta de la línea B. Próxima estación, la cama.

¡Hasta la próxima!
Elba Cecilia Restrepo.


CAMINATA DE SAN PEDRO DE LOS MILAGROS A VEREDA SAN JUAN


A PASO DE HISTORIADOR O A PASO DE CAMINANTE

Fecha: Sábado 18 de julio de 2009

Integrantes Todo Terreno

Carlos Olaya B. (Olayita)
Luis Fernando Zuluaga Z. (Luisfer o Zuluaguita)
José María Ruiz P. (Chema)
Juan Fernando Echeverri C. (Juanfer)

Invitados

Gloria Luz Muñoz C. (Coneja)
Clara Inés Gaviria L. (Clarita)
Luis Fernando Múnera L. (Luismú)

Sea lo primero reiterar el reconocimiento por la tarea que los Todo Terreno hacen al entregarse en cuerpo y alma cada semana a recorrer y revelar un rinconcito de la geografía antioqueña, tarea que produce el doble beneficio de construir patria y de vivir más profundamente la amistad. También, agradecer el honor que representa ser invitado, con Clarita y Coneja, a participar de la caminata de hoy, sábado 18 de junio de 2009, y a escribir la crónica.

Se decidió ir a caminar por alguno de los senderos de la Ruta de la Leche por San Pedro de los Milagros, sin saber de antemano cuál. La cita se fijó para las 6:45 a. m. en la estación Caribe del Metro. La mañana amaneció alegre y radiante; desde temprano se anunciaba un día despejado y soleado. Primero llegó Juanfer. Luego, Zuluaguita con sus invitados Clarita y Luismú. Pocos segundos más tarde, Chema con Coneja, y finalmente Olayita.

Después de saludos efusivos debajo de la imagen tutelar de la virgen Milagrosa, y de exaltar la presencia de Juanfer vestido con la bandera de Colombia, nos dirigimos a la terminal. Un señor desconocido que caminaba junto a Zuluaguita le preguntó refiriéndose a Chema: “Ese señor mono de adelante ¿no es hijo de Héctor Abad Gómez?”. En las taquillas de la flota de buses y compramos los pasajes. Un aviso anunciaba que en San Pedro se celebrarían las Fiestas de la Leche justo este fin de semana. Mientras esperábamos la salida pedimos el cafecito con leche de rigor y 7 mitades de buñuelos. Luz Neira, la muchacha de la tienda, nos miró sorprendida y luego soltó una de las carcajadas más sonoras que se hayan oído en la terminal; le dijimos: “cuente y verá que somos siete”.
Abordamos la buseta, que se veía buena pero luego nos dimos cuenta de que sus amortiguadores se habían tomado el día libre. El viaje transcurrió en medio de conversación agradable. Al pasar junto a la Facultad de Minas, comentamos la imponencia de sus edificios clásicos y el significado institucional que ha tenido a lo largo de 120 años de historia. El día confirmó su vocación inicial, el sol brillaba sin reticencias, los verdes del paisaje se multiplicaban en el campo. “¿Cuántos verdes hay?”, preguntamos, y Chemita contestó “no sé cuántos verdes, pero imaginen que hay más de 5.000 variedades de blanco…” Pasamos por el corregimiento de San Félix y el sitio La China, cruce del camino que viene de Bello. Luisfer miraba a Chema con atención y le soltó “oye, sí te parecés a Héctor Abad Gómez; ¿no sos hijo de él?”.

Llegamos al casco urbano de San Pedro cerca de las 9:30. En la calle se oía una música alegre y pegajosa, que puso a Juanfer y Coneja a echar paso en mitad de la calzada. La primera visita fue a la Basílica menor del Señor de los Milagros, para saludarlo con respeto y devoción. Es un templo bellísimo. Su estructura exterior es sobria en sus líneas arquitectónicas, los detalles decorativos y las tres cúpulas brillantes que cubren el crucero y las torres. El interior está adornado con los vitrales, las decoraciones de los arcos y, sobre todo, los murales del techo en las tres naves con escenas bíblicas. Los murales de la nave central son obra del cura y pintor francés José Claro(Lacroix) y los de las dos naves laterales, del pintor sampedreño Juan Múnera Ochoa. La nave derecha conduce a la capilla del sagrario. La nave izquierda termina con un altar donde está colocada una réplica de La Pietá de Miguel Ángel, copia exacta de escultor desconocido del original que se encuentra en San Pedro en Roma. Fue traída a San Pedro por el presbítero Leonidas Lopera, quien hoy está sepultado al pie de la misma. Juanfer recordó que cuando la pieza original sufrió un atentado vandálico en El Vaticano, los restauradores vinieron a estudiar las facciones de esta copia para trabajar en la reparación de aquélla.

Luis Fernando Londoño, un hombre joven, sencillo, trapeaba el piso de la iglesia junto a La Pietá mientras nos miraba de reojo. Lo saludamos y entablamos conversación con él. Nos contó que hace ocho años es acólito de la catedral e ingresará próximamente al seminario. Nos dio alguna información para conocer lugares del pueblo y, lo más importante, nos confirmó la historia de la imagen del Cristo milagroso. Resulta que por allá en 1774 el pueblo era un caserío pequeño de mineros llegados desde Santa Fe de Antioquia, Carolina del Príncipe, Copacabana y otros lugares, cuando arribaron unos comerciantes que traían entre sus mercancías un crucifijo fabricado en Buga, réplica de la imagen venerada allá. Ofrecieron el Cristo para la parroquia en 300 pesos, pero al mayordomo de fábrica del templo le pareció costoso y ofreció 200. Como no se pusieron de acuerdo, los vendedores cargaron la mercancía, pero, al intentar salir del pueblo por el camino a Copacabana, en el sector Morro Negro la imagen se puso tan pesada que no les permitió moverla. Al devolverse para regresar al caserío la imagen volvió a su peso normal. Todos entendieron el milagro que sucedía, se arrepintieron de su falta de generosidad y el negocio se concretó en 200 pesos. La imagen se quedó en el caserío y muy pronto empezó a atribuírsele milagros.
Al salir fuimos a buscar el desayuno y lo encontramos abundante y delicioso en el restaurante La Casona, al lado del templo. Mientras esperábamos, Juanfer se hizo lustrar el calzado que quedó reluciente… para recibir el polvo del camino más tarde, pero él, feliz, había generado empleo.
Salimos al parque y lo contemplamos despacio. Es una plaza abierta, de buen tamaño, toda en piso duro adoquinado, la presencia vegetal se reduce a dos ceibas jóvenes, otros arbustos y unas hileras de jardineras. En un costado se levanta un quiosco de aspecto moderno con sus paredes de vidrio. Los costados de la plaza lo conforman edificios de dos y tres plantas, casi todos nuevos o casas reformadas. En síntesis, su aspecto dista mucho del que tienen los parques de nuestros pueblos. A sus alrededores, un tablado y unas barandas anunciaban el inicio de la Fiestas de la Leche.

Con la información que recibimos del acólito empezamos a buscar quien nos hablara del apellido Múnera, abundante en el pueblo. Entramos a la tienda miscelánea de doña Sara Múnera quien nos contó que sus antepasados, mineros, llegaron en el siglo XIX desde Santa Fe de Antioquia, pero no entró en más detalles.

Caminamos luego por la calle de El Cementerio en dirección a una casa donde, según nos contó el acólito, vivió en la segunda mitad del siglo XIX don Fidel Cano Gutiérrez de Lara, ilustre hombre público, periodista, fundador de El Espectador, escritor y político quien nació en San Pedro de los Milagros el 16 de abril de 1854. Sobre la calle La Pola, al frente de Puebloquieto (el cementerio), un señor nos señaló la casa que buscábamos, unos metros más arriba. Llamamos a la puerta, nos abrieron Iván Darío Lopera, su esposa Ofelia Edilma Múnera y su pequeño y vivaracho hijo, quienes nos recibieron con exquisita cortesía y nos invitaron a entrar. A pesar de que no confirmaron el dato sobre don Fidel, nos contaron que la casa tiene más de 120 años de construida y recientemente perteneció a Enriqueta González, hermana del educador Conrado González. Es una casa sencilla, limpia y ordenada, como son los hogares antioqueños; en el pequeño patio central tiene una imagen de la Virgen del Carmen. Coneja disfrutó mucho la visita y se dedicó con Clarita a recorrer la sala y las habitaciones con ojo experto de amas de casa. Iván Darío comentó “San Pedro ya no es un pueblo sino un barrio de Medellín”, expresión que puede referirse tanto al corto tiempo que las separa como al sentimiento cultural de la población. Mientras conversábamos frente a la puerta, pasó por la calle un pequeño desfile de niños que marchaban marciales acompañados por un uniformado. Durante los breves minutos que estuvimos con esta familia ratificamos la calidad de nuestra gente, hospitalaria, sencilla y descomplicada.
Nos devolvimos por la calle La Pola e ingresamos al cementerio. A diferencia de otros pueblos, éste queda hacia abajo a media ladera. Junto a la entrada hay dos letreros premonitorios que dicen: “Una lápida es todo lo que le queda a aquél que quiso poseer el mundo” y “Aquí termina la vanidad humana”.

Sabíamos que por allí cerca quedaba también la casa del pintor Juan Múnera Ochoa y nos indicaron cómo llegar, sobre la calle El Cementerio que conduce hacia el parque. Llegamos a una casa de limpia fachada, puertas y ventanas grises. Coneja dijo, con gran resolución: “Yo voy a tocar y pedir que nos dejen entrar”. Nos abrió una señora mayor de aspecto noble y mirada inteligente. A su pregunta “¿Qué se les ofrece, señores?” Juanfer le explicó que somos un grupo de caminantes de visita en el pueblo y queríamos conocer la casa del artista. La señora lo miró en silencio y con dudas. Entonces él continuó: “Mire, señora, estoy vestido con la bandera de Colombia, no puedo ser ni ladrón ni mala gente”. Ella dijo con viveza. “¡Ja! Así se viste la mayoría de los ladrones”. Sin embargo, nos permitió entrar. La casa es de regular tamaño, con corredores alrededor del patio central donde se encuentra una imagen bellísima de la Virgen Milagrosa, que nos trajo a la memoria al Lobato, devoto de ella, pues es la protectora de los caminantes Todo Terreno. La vista de ese patio y esa imagen causaron en Coneja gran emoción. La señora se presentó: “Yo soy Alejandrina Ochoa, la mamá de Juan. Mi esposo, el papá, se llama Luis Javier Múnera Sierra”.
A continuación nos contó que el artista vive en Rionegro, hoy está en Bogotá, donde es muy apreciado. Actualmente está pintando 21 cuadros por encargo de la parroquia de Cañasgordas. Con orgullo de madre, agregó: “Cuando Juan estudiaba en Medellín, lo echaron de Bellas Artes dizque porque estaba perdiendo el tiempo. Entonces se fue a estudiar a Florencia en Italia”. Con gozo evidente, doña Alejandrina continuó comentando las obras de su hijo, los murales de la catedral, los cuadros que tiene ella en la casa, así como su calidad humana. Chema le tomó una fotografía de improviso y ella le reprochó: “No me tome vistas, uno tan mechudo y metido en una máquina… se le va a dañar…”

La señora continuó hablando de sus otros once hijos, uno de los cuales es sacerdote. También tiene veinticuatro nietos y cuatro bisnietos. “Hoy es más difícil educar hombres que mujeres –dijo-, pues son muy perseguidos por las muchachas. Ni siquiera el hijo sacerdote se escapa de eso pues los sacerdotes y los hombres casados son más acosados por ellas. Educar niñas era más difícil antes, cuando había que cuidarlas, ahora no. MI hija soltera tiene cincuenta años y mira la casa con mucha alegría”. A un comentario de Olayita sobre la facilidad con que ahora los novios van juntos a la cama, ella contestó: “Al menos ir a la cama es más natural, porque la cama se hizo para dormir. Hoy resulta que se sientan en público ellas en las piernas de ellos o al revés. Y los taburetes no están hechos para eso”.

La visita llegaba a su fin. Sin embargo, casi en la puerta, Luismú se atrevió a preguntar: “Doña Alejandrina, ¿tiene usted idea de cómo llegaron a San Pedro los primeros Múneras?”. Ella lo miró con alegría y dijo “Claro que sí, pero vengan siéntense porque es una historia larga y yo ya llevo demasiado rato de pié”. Luismú sintió que las miradas de los demás se dirigían hacia él como centellas, pero se hizo el bobo. La señora se sentó y empezó: “Los Múneras llegaron a San Pedro desde Carolina del Príncipe. Entonces, esto era casi baldío. Ellos eran tres hermanos, mineros, ganaderos, gente de exploración. Abrieron sus fincas, introdujeron ganado y cada uno eligió el hierro para marcar sus reses, a saber: un pajarito, una mula y un círculo grande. De ahí nacieron sus nombres, los Múneras Pajaritos, los Muletos y los Pandequesos, respectivamente. Mi marido es descendiente de los Muletos. De esa rama vienen también unos sacerdotes muy reconocidos, de apellido Múnera Tobón”.
Le preguntamos por su marido, don Luis Javier, y nos contó: “Está en la finca lechera y vendrá más tarde. Estos terrenos antes no eran sino chilcas y helechos. Después se organizó la lechería. Ahora nos dieron en la cabeza con la leche. El gerente de la cooperativa se dedicó a regalar leche a costa nuestra, nos vende bolsas que saben a suero y ya no le caen votos sino maldiciones. Hay gente sufriendo, pero nadie pudiendo moverse se sienta a morirse de hambre, algo hace para rebuscarse”. Nos despedimos de nuestra anfitriona. Fue una visita deliciosa y muy instructiva. Disfrutamos de la amabilidad de doña Alejandrina, de sus historias sobre su hijo juan, el artista, y sobre detalles de la historia del pueblo. Admiramos su memoria y claridad mental.

Nuestra última visita en el pueblo sería el lugar donde estuvo la casa en que nació don Fidel Cano, en la esquina suroriental del parque. Hace años la demolieron y el municipio construyó allí un edificio de tres plantas, que alberga la Casa de la Cultura Fidel Cano Gutierrez de Lara. Entramos a conocer, con el sentimiento de pérdida por la destrucción de la casa y de sorpresa porque no hubiese siquiera una placa conmemorativa de don Fidel en la fachada. Adentro encontramos una exposición de arte del maestro Jairo Franco Martínez, que consistía en pinturas de iglesias de pueblos antioqueños. El artista estaba en el vestíbulo trabajando en una obra nueva. Recorrimos la exposición con interés; el estilo es primitivista, sencillo y sin pretensiones, pero valioso por el registro de esos templos, algunos pintados hace varias décadas y otros, recientemente.

Cuando salíamos nos abordó la encargada de la portería para solicitarnos dejar nuestro nombre en el registro de visitantes. Aprovechamos para manifestarle nuestro sentimiento por la pérdida de la casa y la falta de la placa. Ella estaba de acuerdo. En esas, llegó al lugar el abogado Rafael Alzate Vargas, Secretario de Educación municipal, a quien le repetimos nuestra queja. Él no solamente la aceptó sino que ofreció tramitar ente la administración y el Consejo municipales la colocación de la placa en homenaje a don Fidel. Convinimos en que estaríamos pendientes del cumplimiento de su oferta y nos retiramos un poco más tranquilos. Nos recomendó hacer nuestra caminata por el sector del parque El Calvario y luego por la carretera de las veredas El Herrero y San Juan, hacia el occidente del pueblo.

Subimos a El Calvario, una pequeña colina detrás de la iglesia que está organizada como parque, con senderos, las imágenes del vía crucis y, en lo alto, el crucifijo acompañado por la Virgen María y San Juan. Hasta allá ascendimos en medio del sol canicular del ya casi medio día, en medio de un calor casi abrasador moderado por una brisa leve. Arriba contemplamos el bello paisaje. Zuluaguita sacó y repartió entre todos unas ricas granadillas que nos supieron a gloria… no a la Coneja, a gloria, que es distinto. A las doce rezamos con devoción el Ángelus, encabezado por Zuluaguita.
Salimos, finalmente, a lo que vinimos: a la caminata. Tomamos el camino de la vereda El Herrero, que conduce más adelante a las veredas San Juan, San Luis y San Francisco. Apenas cruzamos la variante que bordea el pueblo por detrás, Chema lanzó un grito de desahogo: “¡Hasta aquí hemos venido a paso de historiador; ahora, a paso de caminante!” y arrancó con su paso largo y sostenido loma arriba, dejándonos regados en el camino.

Después logramos reunirnos y avanzar juntos a buen paso, por un camino amplio, cubierto de cascajo grueso bien asentado, bordeado de potreros hermosos llenos de todos los tonos posibles del verde, con vacas paciendo y rumiando tranquilas. Al pasar junto a uno de esos grupos, Zuluaguita exclamó: “Ahí hay un poco de plata junta”. En un pequeño potrero a la orilla del camino encontramos un hato de terneros tiernos, acompañados sólo por una yegua blanca, a la cual Chema, poeta al fin, la denominó acertadamente “la institutriz”. A la cabeza marchaban Juanfer, y Zuluaguita. Los seguían Coneja y Clarita, en animada charla. Atrás, Chema y Luismú conversaban sobre poesía, escoltados todavía más atrás por Olayita. La caminata requería poco esfuerzo, pues el terreno era plano y el camino, firme.
Casi una hora después de salir, cuando ya calculamos estar en la vereda San Juan, llegamos a lo que parecía una tienda caminera. Entramos, pero no había nada para beber. Nos recibieron Elizabeth, una joven adolescente, y su hermanito Esteven, un niño especial de unos cinco años. Permanecimos unos minutos a la sombra descansando del sol. Juanfer sacó una bolsa de chocolatinas que repartió entre los compañeros y los dos niños de la tienda. Chema agregó una chupeta para Esteven, quien sonreía feliz pero sin hablar.
Emprendimos la marcha de regreso. Coneja se detuvo para ponerse una toalla sobre su cabeza por debajo de la cachucha, para cubrirse la nuca y los hombros del sol abrasador, al original estilo del Lobatobombumbero (el otro integrante de los Todo Terreno). Clarita aupó a Luismú: “No te quedes atrás para que no tengamos que arrastrarte como en las casas del pueblo”.
Llegamos nuevamente al pueblo hacia las 2:00 p. m. Paramos a tomar algunas bebidas refrescantes en una cafetería, mientras decidíamos el almuerzo. De repente oímos un golpe en la calle y observamos una cobija grande y gruesa, salida quién sabe de dónde, en el piso junto a un automóvil. Olayita bromeó: “Aquí hace tanto frío, que hasta llueven cobijas”. Juanfer señaló sus zapatos, que se veían como nuevos, y dijo: “Éstos han borrado kilometraje tres veces y me costaron $25.000”. Luismú no entendió y completó: “¡Eso es mucha plata para ese entonces!” Clarita y Juanfer soltaron la carcajada y éste terminó: “No, si solamente hace tres años que los tengo”. Finalmente decidimos almorzar en el mismo lugar del desayuno de la mañana.
Nos sirvieron unas ricas bandejas paisas, aunque algunos pedimos otras variedades de viandas. El almuerzo estuvo delicioso, lo cual, inesperadamente, se reflejó en el precio facturado.

Regresamos al parque principal. Ya se escuchaba por los altoparlantes la música bailable. Entonces Coneja mostró sus habilidades danzarinas con los muchachos del paseo, en particular Juanfer y Zuluaguita.

Tan contenta estaba que propuso quedarnos mucho rato más. Hacia el final de la tarde caminamos hacia la terminal de los buses, para asegurar el pasaje de regreso. En el camino encontramos el desfile de las carrozas con las candidatas al reinado. Cada carroza estaba montada en un vehículo diferente, camión, camioneta, coche de caballos, tractor… El desfile venía acompañado por una banda marcial y varias comparsas de gente de la tercera edad, alegorías de la familia, limitados especiales.

Faltaba ya poco rato de luz solar de este día inolvidable. Abordamos la buseta de regreso, un poco cansados y con el espíritu henchido de alegría por el día que acabábamos de vivir, tan rico en detalles y experiencias variadas. Y, por encima de todo lo demás, unidos más que antes por la amistad y por el amor a nuestra tierra.

Luis Fernando Múnera López

Caminata por el cerro El Picacho

Fecha: sábado 4 de julio 2009

Integrantes:

Gloria Muñoz. Invitada de honor (La Coneja)
Luis Fernando Zuluaga Z. (Zuluaguita).
Carlos A. Olaya B. (Olayita)
José María Ruiz P. (Chema)
Juan Fernando Echeverri C. (Juanfer)

Nombre de la Caminata: Cristo Rey Vigilante y “La Coneja Andante”.

Había caído agüita la noche anterior y así, en una mañana fresca, con un cielo medio opaco y sobre el piso mojado, fuimos desfilando los caminantes Todo Terreno hacia la estación Floresta del metro de Medellín, donde habíamos quedado de encontrarnos a las 7:30 a. m. para iniciar nuestra caminata 176 rumbo al hermoso cerro El Picacho (toma su nombre por su forma puntuda en su pico), ubicado allá en la parte alta de la comuna 6 (prefiero decir barrio)

Los primeros en arribar fuimos Gloria y el suscrito. Luego llegaron José María y Luis Fernando y transcurridos algunos minutos, hizo su aparición Carlos, para quedar medio completo el grupo de amigos y caminantes, ante la forzada ausencia de nuestro “ministro de Dios” Jorge Iván Londoño Maya (El Lobato)

Debo informar al paciente y ocasional lector, que hoy contábamos con la muy grata y querida presencia de la Señora Gloria Muñoz, amiga cibernética de los Todo Terreno, quien reside, hora más hora menos, hace unos 18 años en Estados Unidos y quien se ha convertido en la admiradora número uno de estos particulares y ecológicos caminantes; además de ser fiel lectora de las crónicas y “dejadora” de mensajes, ya que no se pierde media y con quien hemos llegado a una hermosa y recíproca amistad y cariño, como poquitas veces se puede ver y gracias a la magia de la internet.

Resulta que Gloria, natural de Medellín y quien vivió otrora en Aranjuez, no se aguantó las ganas de volarse para su tierrita a conocer a sus amigos cibernéticos y a esos apéndices que se desprenden de los mismos, bajo la forma de una cofradía o tertulia llamada “Los Conosdepasas”, “Los de Siempre” o “Los Desvertebrados”, no importa cuál ni como, somos los mismos por todo lado y ángulo que se nos quiera mirar y pasamos mejor que cualquiera, pese a nuestra muy marcada etereogeneidad.

Efectivamente, desde el pasado 25 de junio, la Bella Villa de Nuestra Señora de La Candelaria de Medellín, cuenta con la real presencia de la Coneja, quien para esta caminata fue nuestra invitada de honor y lo seguirá siendo hasta Agosto 21, cuando dolorosamente tenga que regresar al insípido país del norte.

Siéntense pues señores por ahí en cualquier quicio, adobe, piedra o escalinata para que sigamos la historia: Reunidos los cuatro amigos dromómanos y nuestra querida invitada de honor, a quien seguiremos llamando “La Coneja”, desde éste renglón en adelante, les comento:


Que con el pasito papindó, arrancamos nuestra caminata citadina siendo las 7:45 a.m. por toda la carrera 80 rumbo hacia la Calle Colombia, no sin antes haber ingresado a la cafetería Mi Buñuelo, donde acompañados de cafecito en leche, buñuelos y empanadas a elección, dimos cuenta de un desayuno tipo celador en huelga, para continuar tirando tenis y cháchara por toda la 80 buscando la ruta al cerro El Picacho, el cual se veía a lo lejos, hermoso y coronado con la majestuosidad de Cristo Rey.

Encerrado el paisaje bajo un cielo medio azuloso revuelto con nubecillas blancas, la vegetación verde casi negra y el tendido de tejas y ladrillos rojizos que se aferran a la montaña ascendente esa que ya comenzaba a mostrar el reflejo cálido del sol sobre sus laderas, el mismo que también se hacía presente sobre nuestras cabezas y espaldas, continuamos nuestro alegre andar.


Jardines en esas casas que desaparecen bajo el empuje comercial, carros por montones, contaminación que se puede cortar, la Universidad Nacional, urbanizaciones, templos, la quebrada Malpaso, la Iguana, el Éxito, la fabrica de medias Lido, donde prestó su eficiente servicio nuestro compañero José María Ruiz P. quien goza de su prejubilación desde Junio 30 (dejen la envidia pues) y allá como referente, la Calle 80 con su glorieta inmensa a la distancia, donde se cruzan la 80 con la 80, cual nomenclatura cabalística dentro de la gran ciudad.

Salvo algunas interrupciones a La Coneja quien contaba sus peripecias y anécdotas sin hacer pausa, mientras gritaba a todo pulmón ¡los amo!!! y se lamentaba de la ausencia de Jorge Iván (El Lobato), nos tragamos estos primeros kilómetros del recorrido (no más de tres o cuatro), para quedar ubicados en la imponente y hermosa Biblioteca La Quintana o mejor Tomás Carrasquilla, la cual no podíamos pasar de largo, así que ingresamos a sus dominios.


Que pesar fue nuestro común sabor. La citada Biblioteca, obra de la administración anterior y entregada a la comunidad, como que empieza a caerse en esta desadministración. El ambiente frío, ya no es el mismo cálido y de cultura que le habíamos conocido. Basuras por todos lados, las escalinatas inundadas, resquebrajados sus pisos y descansos. La hermosa fuente corriente ya no funciona, según parece, y es un basurero y sus bombillas fueron robadas, por lo cual preferimos irnos de allí ligerito, mientras las cámaras de Olaya y Chema dejaban constancia de todo en sus muy calidosas “visticas”.


Salimos de la Biblioteca y ahí mismito, como a cuarenta metros, un gran aviso: “Prohibido arrojar basuras en éste lugar”; si, lugar ese que era un verdadero basurero, que se repetía y se repitió casi a todo lo largo y ancho del recorrido, para rabia de los caminantes y prudente silencio de La Coneja que prefería no decir nada para no incrementar nuestra indignación. ¿Y la autoridad?... ¿Cuál?


Con nuestro mismo paso, nuestra misma carreta, nuestra misma alegría y bajo el mismo cielo, nos fuimos internado por aquellas callejas de aquellos barrios, que una vez fueron de invasión, pero que poco a poco y a medida que se aferran a la falta de la montaña, ávidos de un techo, también van logrando que se les instale los servicios públicos, se les pavimenten las estrechas calles, se les hagan puentes, andenes obras de infraestructura, escuelas, placas polideportivas, etc.

Todo eso que representa inversión social, para una comunidad buena que fue víctima de la guerra y la violencia, mal que sin lugar a dudas ha menguado, pero que conserva el vandalismo, ya que muchas de las obras adelantadas, son víctimas del deterioro y el daño ocioso de unos pocos moradores, que no agradecen el esfuerzo que por ellos hace la Administración, en especial la anterior.


Poco a poco el imponente Cerro El Picacho se veía más y más cerca y la imponente imagen de Cristo Rey, ubicada a 2.108 metros s. n. m. definía sus formas. Pregunte aquí consulte allá para buscar una ruta más suave y cómoda hacia la subida, pero como casi siempre sucede, nos indicaron una donde tuvimos que enfrentar una subida que aunque corta (no más de 250 metros), se empinaba más que enano en manifestación política y en la que la Coneja nos mostró su excelente estado físico, ya que no se dejó sacar del lote.


Superada la rampa antes descrita, ingresamos a un descampado que nos lleva a un enrielado en constante ascenso, enmarcado por pequeñas casas de campo con sus huertas de pan coger, pinos, eucaliptos, mangos, guayabos y el canto de los pájaros, que se confundía con los dulces gritos de la Coneja cuando a toda voz nos decía ¡Los amo a todos cinco, los amo!!!


Abajo y en una vista repetida, la ciudad de Medellín, el Valle del Aburrá que cada vez se iba ensanchando proporcional al ascenso y los cerros y montañas orientales en todo su esplendor, vista que sería sencilla y llanamente maravillosa si no fuera por esa contaminación que mezclada con la neblina, nos muestra nuestra hermosa ciudad como en “negativo”, especialmente en horas tempranas, lo cual es delicado y no puede continuar tomando ventaja.


Luego de haber pasado unas casitas donde viven “campesinos de ciudad” y dejar atrás los rieles de cemento, llegamos a los escalones que conducen a la cima de El Picacho, ese que con sus 40.96 hectáreas y coronado por la bonita y artística imagen de Cristo Rey, el cual se vislumbraba entre el follaje de los árboles, es un gran referente de Medellín como cerro tutelar, reserva ecológica, potencial turístico y sobre el mismo hay un proyecto de “hacer un Metrocable que comunique con la Estación Caribe, beneficiando a barrios como Kennedy, Paris, Robledo, Miramar y el Diamante...entre otros.

Déle a subir los 327 escalones, debidamente protegidos por pasamanos, en medio de una vegetación nativa y mucho jardín que ha sido plantado en el lugar, así como algunos avisos y señalizaciones en madera inmunizada, pidiendo el cuidado y la protección del lugar y de la naturaleza, pero que va. El vandalismo y la falta de civismo no dejan y a fuerza de incultura, tiene que convivir el hermoso lugar, con las basuras, los desperdicios y toda cuanta inmundicia dejan quienes allí suben y no saben lo que es cuidar. ¿Y las autoridades? ¿Cuáles?


Superadas las 327 escalinatas, como un sueño más, estábamos ante la hermosa imagen del Cristo Rey, con su pedestal, sus muros y su entorno, cubiertos de basuras y de graffitis, gracias a la acción de los canallas que hacen de la pared su mejor papel. Hasta un bello escarabajo Goliat, tipo rinoceronte, “monito” como Chema y que topamos en una de las escalas, cruzaba sus tunosas patas anteriores, como en señal de oración, pidiendo por tanta podredumbre y tanto abandono.

Arriba no encontramos con un matrimonio joven y muy amable, que habían subido de paseo con su hijo y como otros cinco o seis muchachos más y que venían del Barrio París a encomendarse al Salvador.


Nos deleitamos con la vista de la ciudad en una panorámica de 360°, la cual nos permitía ver además a Bello y parte de los Municipios de Copacabana, Sabaneta, Envigado e Itagüí, todo en medio de la capa de smog, la cual si bien había cedido ante el empuje febril de los rayos del sol, también se acababa de fregar con la humareda de un incendio allá abajo en el valle. Luego nos enteramos había ocurrido en un taller ubicado en la carrera 51 con la calle 41, casi que en pleno centro de Medellín.

La imagen de Cristo Rey, dicen fue donada por Don Pablo Tobón Uribe, para erigirla en el cerro El Picacho, como símbolo del vigilante y defensor de la ciudad; no obstante en su pedestal hay una gran placa de mármol blanco curtido, en la que se puede leer que fue entregada a la comunidad en 1936 “por Monseñor Félix Henao Botero, fundador de la U. P. B.” y restaurada en el año 2000 gracias a los aportes de la colonia alemana amiga de Medellín y con la colaboración de la KFW.
Considero que hay algunas inexactitudes, pero que las corrijan o aclaren los que sepan de agua. ¿Qué dirá Monseñor Tiberio de J. Salazar y Herrera?

La imagen ha estado rodeada de leyendas y odas de amor. Ha sido fiel testigo del desarrollo de Medellín y ha sufrido los embates de la violencia, el vandalismo y hasta los rayos se han cebado sobre la misma, sin respetar su majestuosidad y condición sacra.

Era hora de empezar a bajar, ya que debíamos estar temprano en la ciudad, para cumplir con una cita a la cual habíamos sido invitados, consistente en una frijolada o frisolada, para celebrarle el cumpleaños a la Coneja, quien el día domingo 5, sumaría uno más a su fichero.


Desandamos los pasos cubiertos por las escalinatas, para tomar hacia la carretera a San Pedro, no sin antes entrar a la finca de la U. P. B. gracias al permiso que nos concedió su mayordoma costeña. Allí se instala la antena de la emisora y se encuentra la muy bonita y bien tenida casa donde murió el segundo rector magnífico Monseñor Feliz Henao Botero en el año 1972 convencido de que “nada sería de la vida sin el campo, los libros y mi ruanita”, como solía decir.


Recorrimos el predio, contemplamos los primitos de la Coneja, Zuluaguita se delito tocando la vieja campana y quitándole a los árboles de “níspero citadino” su agridulce fruto como Pedro en casa, mientras disfrutábamos de las cremas que vende la muy formal y atenta mayordoma, de quien nos despedimos para seguir el camino, hechos que quedaron plasmados en las cámaras de nuestros fotógrafos: Olaya y Chema, que no pierden vista, ángulo, pose y movimiento de lo que sea.

Bajamos por un enrielado muy bien dispuesto, donde nos encontramos otros caminantes y llegando a la carretera, empezamos el descenso hacia Medellín, el cual se divisaba abajo. Todo era calma interrumpida por los automotores y los gritos de La Coneja: ¡Los amo a todos cinco!!! pues no se olvida de su Lobato.


En la vera del camino y en la frutería y estadero Mi Bella Colombia, hicimos un alto los caminantes para refrescar nuestros “güargueros”, saborear algunas frutas y aprovechar para celebrarle el cumpleaños a la Coneja con tortica de mandarina dulce, quien aprovechó la ocasión para sacar a bailar a Juanfer al compás de un radio medio mal sintonizado, lo cual hacía que tuviera más ritmo un aguacero, que la improvisada pareja.


A un costado del estadero Las Hamacas, siendo las 12:02 p. m. elevamos el Ave María a solicitud de la Coneja y seguimos nuestro camino, en medio de casitas rodeadas de jardines muy floridos, hasta llegar a la empinada carretera que conduce a Pajarito, la misma que bajamos hasta la propia urbanización Puertas del Sol, para cruzar por unos potreros muy bonitos, con una vista increíble de la ciudad, los cuales conectan con la Estación La Aurora del Metrocable línea “J” en terrenos del corregimiento de San Cristóbal.


Cruzamos los modernos puentes que se le hicieron a la comunidad, verdaderas obras de arte en tubos pintados de rojo para facilitarles el acceso al cable. Observamos los edificios que allí se levantan los cuales crecen y crecen como por obra de magia (no de mafia, ya que es algo oficial para soluciones de vivienda), resaltando aquellos que servirán de albergue a los deportistas que nos visitarán con motivo de los Juegos ODESUR en el 2010.


Salvando algunos escollos del terreno, llegamos a la estación la Aurora, donde admiramos el progreso y buen mantenimiento de su entorno y mientras comprábamos los tiquetes, nos deleitamos con los bellos murales hechos en trocitos de cerámica (colage), que representan una vista de la ciudad y otra del paisaje cercano a la estación. Verdaderas obras de arte, como para descrestar a cualquiera, por fino y pincha´o que se crea.


Abordamos una cualquiera de las góndolas y en cuestión de doce minutos y luego de contempla por “ene” veces, el progreso que ha llevado el Metro y su Metrocable a toda aquella comunidad de las comunas 9 y 13 (prefiero decir barrios), los cinco amigos nos sentamos en un negocito de la estación San Javier a tomarnos alguna cosita, mientras quemábamos tiempo para ir a cumplir con la cita que se nos había hecho, la cual nos reportó junto con nuestras espositas y amigos, un programa de tiempo completo, calidad AAA, el cual les describiré “más lueguito", con más curia y así por “encimita”. Con “deciles no masito” que casi matamos a La Coneja de la dicha.

Corrasen pa’ allá, no me empujen y hasta la próxima si Cristo Rey lo permite.

Juan Fernando Echeverri Calle