De regreso al Santuario.

El Retorno

Desde el sábado 15 de agosto de 2009 cuando conquistamos el cerro El Capiro, mi atuendo de caminante andaba en reposo y con cara de cachaco de pensionado. Fueron casi seis meses que por motivos de salud y familiares, estuve alejado de mi grupo los Todo Terreno, y de ese maravilloso entorno natural que convierte cada caminata en una experiencia irrepetible.

Una calcificación del talón aquiliano del pié izquierdo se sumo al nutrido inventario que dejan más de doscientas caminatas, dando origen a un intenso y generoso plan de terapias que a la fecha sigue vigente. Sin embargo, quise sumarme a esta caminata, no obstante el desacuerdo de Ana María, mi terapeuta, desacuerdo refrendado con una mala cara que en ella es imposible de lograr, para constatar la mejoría de mis achaques de salud, recobrar la confianza en mi estado físico, empaparme nuevamente de naturaleza y a modo de peregrinación llegar hasta el santuario de la Virgen Santificadora para pedirle dos o tres favores a cambio de mi voto vitalicio.

Encuentro

Disfrutando los primeros albores de ese sábado 6 de febrero, salí rumbo a la estación Estadio del metro. Esta vez no estaría Juanfer esperándome debido al homenaje programado para celebrar el cumpleaños de su esposa Piedad.

Llegando a la estación, mas concretamente a la bahía sobre la calle 47D, me encontré un doloroso cuadro. El cadáver de un motociclista que pocos minutos antes había estrellado su humanidad contra un poste de la luz. Los policías bachilleres que prestan servicio en el metro corrían, los madrugadores trabajadores miraban de lejos y una escobita que seguramente vio lo sucedido no desataba palabra mientras buscaba asilo en las escaleras de la estación. Con el susurro de un Padre Nuestro me alejé de aquel cuadro.

En la estación San Antonio me monté casualmente en el mismo vagón y por la misma puerta donde iba Luisfer. Cinco estaciones más y llegamos a Niquia, punto de encuentro con Olaya, quien apareció haciendo parte del tumulto del siguiente metro, y también punto para que Zuluaga recordara que había olvidado su cayado en la estación El Poblado. Con el cupo completo, pues Josema tampoco nos podía acompañar por compromisos sociales, tomamos un taxi colectivo para Girardota, cupo que completó una señora que iba en plan de visita al Señor Caído.

Girardota

Gracias a la moderna vía que une a Medellín con algunos municipios del norte del valle del Aburrá, (cierto que lo de moderna vía se lee hasta raro) llegamos en lo que dura un rosario al otrora Hato Grande, hoy Girardota, cuna de don José María Sierra Sierra, alias Pepe Sierra. Durante el recorrido hice una apuesta con la señora que nos hacía el cuarto, sobre el nombre de la virgen venerada en el santuario que sería el punto final de nuestra caminata. Lo apostado fueron cuatro avemarías, las cuales gustoso pagaría con intereses de usura en caso de perder, y de ganar también.

Obligatoria es la visita a la catedral de Nuestra Señora del Rosario en donde se venera la imagen del Señor Caído. Luego dimos una mirada al mercado pueblerino que ocupa medio parque, el cual, por la caprichosa disposición de frutas, verduras y legumbres de todos los tamaños, colores y formas, parece una exposición de óleos y bodegones al natural. Terminamos el recorrido en el restaurante La Fuente, de toda nuestra confianza, para dar cuenta de tres desayunos al mejor estilo continental, tal como lo llaman en los hoteles DIM (cinco estrellas) pero que aquí, por no tener ninguna, se limita a ser un desayuno local, que no pasa de 4 mil pesos por comensal.

Manga Arriba

Cuando el big ben de la catedral marcaba las ocho de la mañana, sincronizamos nuestra brújula y cogimos faldas arriba, buscando la salida hacia el sitio conocido como “Manga arriba”. Esas primeras calles son tan empinadas que hacen las veces de calentamiento para que el cuerpo sepa a que atenerse y se vaya acostumbrando a esta caminata, que es una permanente subida, la cual terminará cuando ese mismo reloj indique que es la hora de rezar el Ave María.

Esta sería nuestra quinta caminata al alto de la Virgen, por lo que el entorno es demasiado familiar. En cámara lenta aparece la biblioteca recién inaugurada, el imponente convento de las Hermanas Descalzas, a quienes en definitiva habrá que hacerles un teletón para conseguirles zapatos, la entrada al asilo de ancianos, (lástima lo tan adentro) la cual fue pavimentada, el polideportivo y esa vista maravillosa del pueblo, que como en cámara lenta se va aumentando a medida que vamos subiendo.

Hablando de cámara lenta, les cuento que Olayita se dejó venir con una moderna filmadora, del mismo tamaño de una cámara de fotografías y que también se deja instalar en su unípede; así que el bloqueador nos sirvió igualmente de maquillaje para esta incursión en el séptimo arte.

Son muchos los cuadros que se ven cuando se va saliendo de los pueblos hacia la zona rural, y en esta oportunidad cómo olvidar la del camperito Daihatsu bajando por una empinada calle de rieles, lo que nos causo tanto asombro que de inmediato Zuluaga le pidió a Olaya que filmara aquella proeza. ¿Cómo harán para subirlo?

La embolatada

En alguna curva me dio por preguntarle a un parroquiano si la empinada subida que teníamos al frente nos conducía a la trocha que lleva al alto donde está el santuario y me respondió que si. Por lo que comenzamos el calvario. Las casas que bordean la vía se nos hicieron familiares, por lo que concluimos que íbamos por la ruta que usamos la primera vez.

A lo lejos advertimos el recorrido que hemos usado en las anteriores caminatas y el tramo que nos íbamos a ahorrar. Suba y suba y Olaya filme y filme. De repente entramos a una carretera cuyo entorno no estaba en mi registro óptico, por lo que le dije a mis compañeros: “me siento en el lugar equivocado”. Esto nos obligó a preguntar nuevamente a unos muchachos si íbamos bien encaminados, nos dijeron que si y nos indicaron el camino a seguir, no por la carretera sino por una trocha.

Bueno, al menos estábamos conociendo nuevos lugares. Al kilómetro de recorrido encontramos dos amables señores que estaban construyendo una portada. Uno de ellos, el de más edad, nos saludo de mano y nos acompañó hasta el comienzo de lo que sería el último tramo que nos llevaría, ahora si, a la trocha que va hasta el alto. Para despedirnos nos dijo: “vayan tranquilos que desde aquí les ponemos cuidadito” (Elbacé se lo come a picos) Muy rápido llegamos al poste de energía que nos habían dado como referencia, sitio que resultó ampliamente conocido por nosotros. Con la natural alegría de encontrarnos en nuestros terrenos nos despedimos de nuestros amigos agitando los brazos en señal de “misión cumplida” y refrendando nuestros agradecimientos.

Camino Real Santificador

Ahora si, de espaldas al mundo nos dejamos tragar por la trocha, otrora camino real que sirvió de cordón umbilical entre el oriente y el norte del valle del Aburrá. En ese momento el reloj marcaba las 9 y 30 de la mañana, lo que nos indicaba que la travesía, dizque para ganar tiempo, nos había consumido media hora más. Por fortuna todo se vale en estos menesteres.

En medio de esa espesa vegetación, les dije a mis compañeros: no hagamos de este recorrido una caminata sino una peregrinación, así que hagamos nuestros pedidos a cambio de ofrecer el sacrificio físico que demanda la exigente cuesta. Los resultados no se hicieron esperar; por una llamada de Marta Ligia supe que había aparecido la cédula de mi mamá, favor incluido en mi kilométrica lista.

Totea

¡Claro! No podía faltar la mascota. Una perra labradora pelicandela que se nos unió largo trecho, la que llamamos Totea (Todo Terrena) igual que la perra que encontramos en la caminata anterior. Creo que en unos 4 kilómetros nos conjugo, con su lengua afuera y su vitalidad, los verbos subir, bajar, desviar, desaparecer, aparecer, mover la cola y tomar agua helada que le dimos en totuma artesanal formada por las manos de Luisfer. Se nos perdió sin despedirse pero nos dio la oportunidad de sentirnos sus amigos por un momento. Con razón yo digo que el perro es el mejor amo del hombre.

Perdí la apuesta

Los primeros sábados de cada mes, es costumbre la romería para visitar el santuario de la virgen, por lo que algunas personas bajan por este camino. Obviamente se cuentan en los dedos de una mano las que suben. Uno de los grupos que nos encontramos, conformado por una familia, nos sirvió para despejar la incógnita sobre la apuesta que hice con la señora del colectivo, y referente al nombre de la virgen venerada en el santuario, resultando ser María Santificadora y no Purificadora como yo pensaba. Aclaro que ya pagué la apuesta y con ñapa.

¡Que Susto!

Iba subiendo de primero cuando de repente me encontré con un ruido que bajaba disparado, paré y me hice a un lado, era un loco, o ciclista de montaña que llaman, y detrás de él una fila de trece en las mismas lides. Solo se oían los frenazos, las risas, y los “quiubo pues muchachos, ustedes son unos berriondos, bajar por aquí en bicicleta” (Imagínense, si da lidia hacerlo a pié) Me los imagino en el parque de Girardota patiapartados y con tembleque. Otro que nos encontramos bajando fue un campesino, pero a lomo de mula. Ese si iba montado en el trono correcto.

En un descansito, aprovechamos para brindar con el infaltable guandolo, un rito que se repite en cada caminata. Bien helado y decorado con tronquitos de hielo. Los pasantes para el improvisado cóctel fueron granadillas marca Zuluaga, mandarinas Londoño y maní Olaya. Ah, y los bocadillos de Vélez, pero el de Santander. A este banquete se sumó el trinar en estéreo de un pájaro, como lo calificó Olaya, cantaba en este lado y a los segundos se repetía en el otro. Exclusividades que no se pueden oír en San Juan con la avenida del ferrocarril, por ejemplo.

Piromanía Pura

Hemos coronado la cima del primer alto. Lastimosamente nos encontramos un tramo de unos diez metros cuadrados de vegetación humeante luego de arder unos quince minutos, creo yo. Inmediatamente sospechamos de cuatro muchachos que bajaban con la cabeza gacha y cara de pocos amigos. El fuego había consumido todo a su paso y todavía había algunos focos de llamas, por lo que el capitán Zuluaga y el dragoneante Lobato los procedimos a apagar con ramas, con nuestro cayado y algo de agua que nos facilitó una amable señora que en ese momento pasaba con su esposo. Y pensar que se sigue insistiendo en que son las botellas abandonadas las pirómanas del paseo.

Más Piromanía
Un kilómetro más adelante nos salimos del camino real y tomamos una trocha que no tiene más de setenta centímetros de ancho y cubierta a cada lado por una espesa vegetación, la cual nos conduciría sobre la cuchilla de la montaña para rematar exactamente en la parte trasera del santuario de la virgen.

Al kilómetro nos encontramos otro incendio, mucho más extenso que el primero, pero éste sería de comienzos de la semana porque las cenizas estaban frías, como fría nos quedó el alma ante semejante cuadro.

La Última Cima

Justo cuando el big ben de Girardota marcaba las doce del día, estábamos en la parte más alta del recorrido. Abajo, muy a lo lejos, se aprecia el pueblo y sus alrededores. De las montañas del frente, ubicadas en la parte occidental, se puede apreciar parte de la altiplanicie. Era el momento preciso para el rezo del Ángelus.





La Meta

Por entre la espesura nos comenzó a llegar el murmullo de alabanzas y oraciones, salidas del megáfono de una de las religiosas de la comunidad que regenta el santuario y la capilla. A las 12 y 15 minutos llegamos al santuario, en medio de gran cantidad de personas que se agolpan alrededor de la imagen de la Virgen. El lugar está invadido por un silencio de necesidades, de plegarias, de promesas, de avemarías con poquito volumen.

Luego de unos minutos en los que cada uno rezó a su manera, comenzamos el descenso por el viacrucis hecho para que las personas suban desde la capilla hasta el santuario. Se ven muchos grupos agolpados sobre una cruz que significa cada una de las estaciones. No faltan los vendedores ocasionales, por lo que se consigue desde una estampita hasta velita con coco.

El lugar central de la peregrinación es la capilla, ubicada un kilómetro antes del santuario. Allí se localizan los restaurantes y las tiendas de artesanías y artículos religiosos. Hasta allí llegan los buses que llevan a los peregrinos por una vía pavimentada que sale de la autopista Medellín – Bogotá, justo en el alto de La Sierra o de la Virgen.

En este lugar esperamos a Santiago, un menor que nos llevaría en treinta minutos finales, y por plano, hasta la finca de mi hermana Sonia y su esposo Mario, y en donde también viven mis padres. El propósito era terminar allí la caminata, presentar el saludo de los caminantes y atender la invitación para un delicioso sancocho de espinazo con todos los juguetes, hecho en leña por Lucia, la mamá de nuestro guía Santiago.

El regreso

Mario, mi cuñado, nos bajó hasta la autopista y allí cogimos una buseta de guarne, que esperábamos trajera tres hamacas desocupadas para hacerle la siesta a tremendo almuerzo, pero con el solo arrancón el chofer de marras nos hizo saber qué nos esperaba. Pues si, ese tipo se vino a mil, y lo que subimos en cuatro horas lo bajamos en 15 minutos, haciendo aún mas larga la lista de peticiones a María Santificadora y llamando a reforzar filas a la Milagrosa, por si acaso.

En la estación Universidad logramos zafarnos de las garras de ese loco y quedar en las delicadas manos del conductor del metro. En el trayecto de la estación a mi apartamento, cojeando un poco por el trajín de la caminata, pero contento por el aceptable resultado de mi prueba, volví a pasar por el sitio donde en la mañana había ocurrido el fatal accidente del motociclista. Tan solo unos puñados de aserrín sobre el cemento hacían las veces de altar para honrar una vida que se había apagado absurdamente.

Hasta la próxima

Jorge Iván Londoño Maya

Ver video enel siguiente vínculo:
http://www.youtube.com/watch?v=muLgHgfxXb0