Caminata San Vicente - El Peñol

Fecha: sábado 26 de julio de 2008

Asistentes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Juan Fernando Echeverri Calle, José María Ruiz Palacio y Jorge Iván Londoño Maya

Nombre: Frísoles con pezuña

Con la expectativa de mejor tiempo a pesar de la lluvia nocturna del viernes al amanecer del sábado, llegamos todos puntuales a la estación Caribe del Metro con la excepción de Carlos Olaya Betancur, que por asuntos laborales no pudo salir a caminar, y de ahí a la terminal de Transportes del Norte. Luego de un monumental buñuelo, medio para Lobato que está a dieta, con café, buscamos boletos y buseta para El municipio de San Vicente en el oriente antioqueño, de donde partiríamos caminando hacia el Peñol.

La busetica que más parecía un transporte escolar, partió rauda a eso de las 7.15 a. m. hacia su destino con cupo completo y al pasar por la escuela de Policía vimos la magnitud del daño que a esa altura generó una escombrera, que luego de varias semanas no han podido corregir. Superado el mal paso, el conductor se dio prisa y en poco más de una hora estuvimos en el parque del municipio de San Vicente que además es Ferrer; San Vicente Ferrer.


No es por hablar mal de nadie, pero hemos estado en otros mucho más bonitos. Con decir que la carretera de acceso al municipio estaba en muy mejores condiciones que las callejuelas del pueblito que parece haber tenido mejores épocas antes de la última andanada de violencia que azotó todo el Oriente Antioqueño.

Como norma intangible y tácita, la visita al templo parroquial es lo primero e inmediatamente descendimos de la incómoda busetica, entramos al templo, muy similar en su estilo a los de Sabaneta y Caldas, y por supuesto, a muchos otros de la época y del departamento. Sobrio, elegante y acogedor. En lo más alto del altar mayor tienen un cuadro de La Virgen de Chiquinquirá que nos aseguró un parroquiano, se había aparecido en ese lugar hace muchos años. En la nave izquierda, otra imagen esta vez de la Inmaculada Concepción y en las paredes laterales algunos nichos con osarios de párrocos antiguos y en la parte alta hermosos vitrales dejan pasar la luz del día. El parroquiano muy juicioso y dilecto nos dio un pequeño curso intensivo de sanvicentismo arraigado con amor a su terruño.

Frente al templo un pequeño parque adornado con una fuente sin agua y una escultura rodeada con dos rejas de hierro y en el centro una escultura en bronce de una mujer con una batea encima de donde suponemos salía agua en otros tiempos. Parece una Barequera o lavadora de oro. Un busto en bronce de Simón Bolívar de un escultor de apellido Carvajal y otro de un sacerdote son los otros adornos del pequeño parque que sirve también de plaza de mercado los fines de semana a los Sanvicentinos.


Lobato invitó a desayunar en el restaurante de María que después resultó ser Teresa, pero que de todos modos ese día no abrió el negocio y entonces tocó buscar otro. Volviendo sobre nuestros pasos, JuanFer “El tímido” le preguntó a una vecina por doña María que ahí fue Teresa, o sea Maria Teresa, y como estaba cerrado nos recomendó otro restaurante en el parque llamado “El Paisa” al que nos metimos a tentar suerte con el desayuno. Dos rubias y una trigueña juiciosas y de buena estampa se pusieron a las órdenes de los galanes recién llegados, y en menos de un ya mismo teníamos en la mesa los reglamentarios chocolates humeantes, arepas, carnes fritas, huevos, arroz fresquito y hasta tajada de maduro vimos rondando por los platos.

Mientras se preparaba el pedido, Lobato Londoño, como buen jefe de manada que fue, sacó de su morral par gorras que son algo así como la investidura para los caminantes Todo Terreno y las entregó en ceremonia especial al nuevo caminante, este servidor, como símbolo de aceptación en el grupo tan especial, aunque la falta de Olaya se sintió en la ceremonia. Ya investido y entrevistado por Juanfer “periodista” le dimos mate al menú servido que libró sus laureles con ventaja. Claro que como todos andamos culecos con lo de la dieta de Jorge Iván, rebajamos bastante las cantidades a engullir. Finiquitado el asunto, abandonamos el lugar buscando la salida hacia el Peñol y encontramos un monumento en ferrocemento recordatorio de José María Córdova que pasó por esos lugares alguna vez en su campaña libertadora.

Bajamos por un callejón empinado hasta los límites urbanos del pueblito y tomamos camino bajo la premisa de lo largo del trayecto. Suponíamos por lo menos 7 horas de camino y como por esos lugares también llovió el sábado en la madrugada, el camino estaba embarrado, lo que nos causaría más demora. Como dicen los “Chiveros”, le metimos la doble acicateados por Lobato de una manera tal que podríamos especular con que caminamos por lo menos durante las primeras cuatro horas a un promedio de 6 K.P.H. No por eso dejamos de admirar el paisaje, que realmente de eso se trata todo este asunto, respirar aire puro, hacer ejercicio y conocer las bellezas naturales de Antioquia.

Campos sembrados en arracacha, fríjol, papa, maíz, mora de Castilla, fresas, repollo, lechuga y algunas plataneras y lotes con de tomate de árbol llenan el paisaje. Casitas nuevas y casonas antiquísimas sembradas en las colinas y en diferentes estados de conservación. Una vía carreteable que a pesar del invierno está en más o menos buenas condiciones y un buen servicio de transporte veredal en camiones de escalera y camperos hacen de la zona un paraíso deseable en estos tiempos de contaminación y ruido. Claro que no falta la penetración cultural, si así puede llamarse, de reguetones y vallenatos que suenan por esos lados aun más desagradable todavía que en la ciudad.

Parcelaciones nuevas empiezan a brotar de los terrenos que por la violencia recién pasada fueron abandonados y ahora están siendo colonizados con finquitas de recreo desplazando a las comunidades campesinas de sus lugares y arrojados a la ciudad con el espejismo de la vida fácil. Sin embargo, no a todos los pueden sacar y se aferran a la tierra con las uñas y con las uñas la trabajan con ahínco y tesón.


Otra cosa es ver el ingenio paisa regado por todas partes; como del desenvainado del fríjol luego de asolearlo varias horas para que se tueste, le quedan algunos pedazos de la cáscara, simplemente prenden un ventilador frente a una gran caneca plástica y desde otra llena levantada más arriba que el ventilador la vacían sobre la anterior haciendo pasar el contenido frente al aparato prendido y éste saca las los pedazos de cáscara impulsados hacia afuera quedando el fríjol limpio en la primera caneca.

Durante buena parte del trayecto nos tocó el camino embarrado, pero ya después de unas dos horas la vía estaba seca y por ende aumentamos el ritmo del paso, pero notamos que Juanfer se nos estaba quedando y lo fuimos llevando a su ritmo que aun así era muy rápido.

Gran cantidad de desviaciones nos hicieron pensar en que podríamos estar envolatándonos, pero el Lobato seguro de su señora y tocaya la Milagrosa, nos fue llevando hacia la meta. Ya a estas alturas se despejó el cielo y azules en varios tonos adornaron el ya de por sí hermoso paisaje. Claro que aumentó el calor, pero entonces sale como de sombrero de mago una botella plástica envuelta en periódico que empieza a pasar de mano en mano “Hasta agotar existencias” de ese líquido milagroso llamado “Guandolo” que Jorge Iván fabrica con receta y “Licencia” de su hermana Sonia.

De pronto, aparece sobre la derecha una gran mole de piedra, que claro, no es la del Peñol, ahora de Guatapé, sino el peñón de San Vicente, familiar por lo Batolito y Antioqueño de otros 6 que hay por esa zona geográfica de nuestro departamento. Un poco más adelante y a lo lejos aparece primero un espejo de agua, la represa de Guatapé y enseguida el peñón de Guatapé propiamente dicho, que antes era la famosa “Piedra de el Peñol”, punto de referencia y de llegada de paseos y excursiones por muchas generaciones. “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda”, así le cambien el nombre por cualquiera otro más sonoro, esa gran roca brotada de las entrañas de la tierra seguirá siendo “La Piedra del Peñol”. Hermosa vista desde este punto, pero el peñón de San Vicente se veía más grande que el de Guatapé, lo que nos indicaba que estábamos muy, pero muy lejos de nuestro destino.

Son ya como tres horas de camino a ritmo endemoniado y Zuluaga menciona a doña cervecita… Lobato y Juanfer ofrecen agua, pero queremos es cervecita. Nos tranzamos por compartir unas manzanas y al poco rato encontramos una fonda caminera en donde le hicimos la venia a nuestra amada mezcla de lúpulo, cebada y agua para recuperar energía. Juanfer y Lobato definitivamente han renunciado a placeres tan mundanos y prefieren gaseosas o agua… Hace falta Olaya para que rompa el empate técnico.

Sigue la patoniada feroz hasta un puente en donde había una desviación hacia la izquierda por donde pensamos se debería seguir; Lobato nos dejó ahí, tirados, y siguió raudo por la derecha. Nosotros decíamos que por la izquierda, porque casi que regresaríamos sobre nuestro pasos por la derecha. Una pareja en motocicleta nos alcanzó y le preguntamos por el camino a seguir y nos dijo que por la izquierda, llegaríamos a Concepción y por la derecha al Nuevo Peñol. Lobato tenía razón. Lo malo fue que más adelante vimos que si hubiéramos pasado la quebrada, nos habríamos ahorrado un buen tramo de camino. Su miedo a los ríos y pasos sin puente seguro lo traicionaron.

Juanfer se sigue retrasando, pero sin embargo no da muestras de cansancio y nos dice que no vale la pena. Pasamos raudos por “La Porra” y ahí nos dimos cuenta que íbamos era para la quinta porra y no para el Nuevo Peñol. El calor arreciaba y al lado izquierdo de la carretera nos encontramos a un campesino que en un tendido de costales asoleaba una gran cantidad de vainas de fríjol para que se tostara la cáscara y luego desenvainarlo más fácil. Le preguntamos que si nos faltaba mucho para llegar al “Marial” y al Nuevo Peñol y nos contestó que en menos de una hora estaríamos llegando al primer sitio y máximo en una hora larguita llegaríamos al pueblo…

Al cabo de una hora encontramos sobre la izquierda una desviación que por indicaciones del Lobato y de una vecina trepada sobre otro gran monolito, no dijo que por ahí se llegaba al “Marial”, otro peñasco de Batolito, punto de referencia éste por una fuente interior y unos pasadizos subterráneos, además de un santuario de alguna advocación milagrosa de la Virgen María. Decidimos verlo desde lejos porque no estábamos seguros de si había camino de salida hacia el otro lado y volver luego de media hora sobre nuestros pasos otra media, alargaría más la caminata de frisoles con pezuña, por la cantidad de frisoleras y la mano de pata ( pezuña) que nos tocó voliar.

Camino adelante encontramos a una señora que nos confirmó que si había salida del “Marial” por ese lado; ya sabemos para la próxima. Más adelante encontramos un ramal de la represa y un poco más allá otra fonda caminera en donde repetimos cervezas y gaseosa a los respectivos pacientes. Hermoso el paisaje desde el mirador de la fonda; el espejo de agua rizado por el viento y una bandada de garzas sobre él, junto a las cabañas de varios estilos y presupuestos sobre la orilla, convierten la imagen en una postal veraniega digna de exposición y envidia.

De ahí en adelante se suceden vistas hermosas sobre los brazos de la represa, casitas campesinas antiguas y nuevas construcciones veraniegas sobre el camino y bordeando el embalse dándole un colorido paradisiaco al paisaje y alegrando el camino. Mototaxis, motociclistas de paseo, camperos de servicio público abarrotados de paisanos, autos lujosos, buses de escalera y gentes caminando o a caballo iban y venían por la vía. Botes lujosos y lanchas a motor recorrían el embalse, algunos estaban atracados en los muelles.


Ahora la represa estaba sobre el lado derecho y más adelante cruzamos un puente largo sobre el embalse, hasta que por fin llegamos al sitio en donde se está construyendo la réplica del viejo Peñol. Está igual a como estaba la última ves que los T.Ts pasaron por aquí. Seguimos de largo y encontramos una valla que indicaba: Al Marial. 12 kms., como quien dice que en dos horas hicimos 12 kms; rapidísimo, increíblemente rápido.


Bueno, ya estábamos en las “goteras” del nuevo peñol y el almuerzo nos esperaba en el parque. A las 4 p.m. estábamos visitando la bonita capilla, réplica de la “Piedra del Peñol”, que como consuelo les construyeron a los Peñolitas cuando los sacaron de su pueblo ancestral para poder llenar el embalse en el año 1989.

Compramos pasajes de regreso a Medellín y fuimos a un restaurante conocido en donde nos atendieron como siempre y aunque el Lobato nos tiene a régimen, dimos cuenta de sopita de Guineo, Claro de Mazamorra, doña cervecita y carne a la plancha. También huevo frito y algo de arroz. Más bien magro y liviano el almuerzo luego de semejante patoniada.

El vehículo salía a las 5.15, pero a las 4.45 lo abordamos y mientras Juanfer se echaba un sueñito reparador, los otros nos concentramos en darle el V.B. a las muchachas que pasaban y a la hermosa tarde que caía llena de brillo y calor. El crepúsculo hizo hermoso el regreso Salimos y en un viaje tranquilo y rápido y el creúsculo hizo hermoso el regreso a Medellín. Llegamos a la Terminal del Norte un poco antes de las 7.00 p.m. y cada quien a sobarse sus ampollas a la casa. Nos vemos en la próxima.

José María Ruiz Palacio

Caminata Sabaneta - La Romera - Caldas

Fecha: sábado 12 de julio de 2008

Asistentes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Juan Fernando Echeverri Calle, José María Ruiz Palacio, Carlos Alberto Olaya Betancur y Jorge Iván Londoño Maya

Duración: lo más despacio posible

Nombre: En Tres Pies

“La buena comunicación no es difícil…….es imposible”

Si señores, sabia sentencia que nos cogió de gancho y salió a caminar parejo con nosotros, porque durante todos los días anteriores al sábado doce, el cruce de mensajes anunciando el lugar y la hora de encuentro superó hasta la capacidad en megas del Ministerio de Defensa en las últimas semanas.

Para empezar, Juanfer y el suscrito nos quedamos de encontrar a las 6 y 30 en la estación Estadio y llegamos parejos a las 6 y 15. Al llegar a la estación Itagüí, punto de encuentro, no nos estaba esperando Luisfer, (quien no se deja quitar el primer lugar) por lo que nos dijimos: algo anda mal. Para ajustar, se nos aparece Olayita antes de la hora acordada; no pues, ahora si se armó el despelote. Converse y converse y nada que aparecía el Zuluaga, así que optamos por coger la buseta para Sabaneta, para lo cual tuvimos que dar mas vueltas que perro viejo antes de echarse, pues para rematar estábamos en la plataforma equivocada.

Luego de diez minutos montados en una buseta tipo guardería, estrecha y bajita, de esas que no tienen ayudante sino abogado para sacar a los pasajeros, llegamos al hermoso y bien arborizado parque de Sabaneta, el municipio más pequeño de Colombia, donde los Montoya se pelean cuerpo a cuerpo el sitial de la fama con María Auxiliadora, y se hacen las fiestas anuales del plátano, así sea importado del Quindío.

Sentado en las mesas exteriores de la Bombay nos esperaba Jose María, el hijo mayor de Tarcisio e Isabel, tomando tinto en pocillo grande, bien aforado con su cayado talla equis ele y su cachucha de cuero con tiradito pa´lante al mejor estilo de vate aspirando a premio Nóbel.

Las alarmas se prendieron porque nada que aparecía el Luisfer, por lo que Olaya, celular en mano, indagó en la casa de los Zuluaga Montoya; allí Carmenza, su esposa, le informó que hacía rato había salido. Ese muchacho llegaba o sino ahí teníamos a tiro de cauchera a María Auxiliadora que para hacer milagros expresos está sobrada de lote. Y si señores, en flamante taxi, de esos con banderita de Nacional, llegó el Zuluaga estrenando tenis, quien luego de los palazos y los cariñosos madrazos de rigor, nos puso al tanto de sus andanzas.

Recobrada la calma y con quórum completo quedamos en manos de Josema, quien para esta oportunidad haría las veces de guía, no solo para el camino hasta Caldas sino para el Tour por Sabaneta, municipio en el cual tiene sus cuarteles de invierno, esposa y prole.

Lo segundo en visitar, porque por obvias razones el primer puesto se lo llevó la hermosa y acogedora iglesia Santa Ana, santuario de María Auxiliadora y despacho vitalicio de monseñor Arcila, fue la estatua de Simón Bolívar la cual está siendo esculpida, como dato anecdótico, en el mismo sitio desde donde regirá los recuerdos patrióticos de propios y extraños, por el artista Herlán (con ele) Agudelo Torres, quien utiliza mármol blanco de la Danta (Sonsón) Al igual que ustedes, todos allí creímos que había sido traído de Italia. ¡Pa´ que vean pues! (favor no confundir en la foto a Simón con José María)

Luego de admirar el estado de la obra, muy próxima a inaugurarse, pasamos a una mesa redonda cultural con el artista, acompañada con el sabor de un tinto bien cargado, como lo manda el zar del café don Ernesto Garcés, quien hasta en eso ha cambiado las costumbres sabateñas. En una amena charla el artista nos contó sobre sus obras y los proyectos que se tienen para la inauguración de esta escultura.

Acto seguido pasamos a otra mesa redonda, menos cultural pero más nutritiva, ahí en Su Buñuelo, desfilaron: arepa´e huevo, buñuelos, pandequesos, pasteles de pollo y huevos en cacerola con arepa, certificados con chocolate o café en leche, según el gusto. Luego del suculento y pecaminoso desayuno, por aquello de dañar dietas, dimos la infaltable “vuelta al parque” para mirar lo cambiado que está Sabaneta para quienes lo visitamos solamente en los diciembres con la disculpa de ver el alumbrado navideño.

Del parque cogimos por la calle principal en busca de la Doctora. En esa calle tienen asiento una gruesa de restaurantes, cantinas, tiendas, discotecas, fondas, bares y panaderías, que en las noches y fines de semana se atestan de clientes venidos hasta de la Patagonia con Maturín.

Las urbanizaciones, los enormes edificios, los centros comerciales como Aves María, el infaltable almacén Éxito, los parques, los senderos peatonales, todo ha contribuido al desarrollo y al modernismo de esta población, que hoy en día saca pecho y se guerrea con Envigado el primer lugar en calidad de vida y buena administración.

Entrados en materia, nos dimos a la tarea de gastarnos las dos horas y pico que nos separaban de la casa principal de la finca La Romera, primera etapa de esta caminata sugerida por Jose María, nacido, criado y vivido en estas latitudes. A paso lento por esas faldas de mi Dios fuimos pelando como mazorcas, la Doctora, las universidades San Martín y Uniciencia, urbanizaciones y estaderos como Ley Seca y Cañahuate con su sugestivo balcón estilo oeste.

Dejamos atrás la zona rural y entramos a los bosques nativos, a la exuberante vegetación que parece alimentada con kola granulada JGB, tarrito rojo, que le imprime al sendero una luminosidad de seis de la tarde y una frescura que competía con el día nublado. De todos los árboles nos llamó la atención el que parece con los brazos extendidos y “sacando huevo”, de la misma forma como chicaniábamos cuando éramos jóvenes y no tan bellos como ahora. Ahí tienen la foto del joven arbusto mostrando todo su vigor.

En las caminatas nos hemos encontrado algunos animales entregándole el menudo al Creador, debido a la acción inmisericorde de las llantas de los camiones; ardillas y culebras. Esta vez nos encontramos un chucho (el masculino de la chucha) o zarigüeya que llaman los mas sabidos. El pobre animal estaba en las últimas al borde de carretera, por lo que Juanfer y Olaya lo llevaron a un lugar mas escondido para un digno morir



La Fe también se manifiesta por estos caminos del Señor, y además de los calvarios que se hacen a las personas fallecidas en accidentes, no es raro encontrar altares en todos los tamaños con vírgenes o santos fruto de la generosa gama de advocaciones que nos rodea, muchos inclusive con velones encendidos y flores naturales tal como el que registra la foto.

Como experto conocedor de estos caminos, el José María nos desvió por uno de los varios senderos ecológicos con que cuenta el parque ecológico La Romera, cuidado y atendido por el municipio de Sabaneta. Así que con la rueda libre en acción cambiamos de pendiente por otra mas inclinada, con piso empedrado y alta vegetación a ambos lados, compuesta principalmente por variedades de helechos que nos saludan con sus puntas.

Uno de los atractivos del parque son los miradores construidos en madera y atornillados en cuatro nubes, desde los cuales se puede divisar una porción del extremo suroccidental del valle del Aburra. Desde allí la Estrella, San Antonio de Prado, parte de Sabaneta y la cadena de montañas, se convierten en actores principales de un paisaje privilegiado para los dotados con rueda libre, o polla, en el argot de la bayadera.

Previo a la llegada a la finca La Romera, al lugar se convierte en un recinto de aves por excelencia, y como si se tratara del teatro Metropolitano se abre el telón para oír la retreta que nos regalan los carriquíes, toches, mirlas y azulejos.

Agotadas las dos horas y media clavamos cayados en la casa principal de la Romera, muy bien tenida por cierto. Momento que aprovechamos para hacer los comentarios de la subida y refrescarnos en la tienda de la casa del mayordomo, en donde igualmente preparan comida, a gusto de la señora y con el único menú que proporciona el mercado que haya en ese momento.

Reiniciado el andar, cogemos hacia el sur, por un camino de herradura, de topografía plana y dotado de algunos puentes de madera por cuyos bajos pasan cristalinas quebradas. La vegetación sigue imponente y el paisaje nos transporta a las montañas que circundan el incipiente cañón del río Medellín en sus inicios


Un poco más de media hora y llegamos al punto donde el horizonte se abre como si se tratara de un mural, aparecen los extensos sembrados de pino, las cadenas de montañas, comienza el descenso y se divisa abajo el municipio de Caldas en toda su extensión. En este lugar solo cabe tomar agua, echarse la bendición y agarrarse de la Milagrosa, porque como decimos: “vamos es pa´ bajo”

Al comienzo el asunto no estaba tan difícil, máxime que nos fuimos intrigados detrás de las profundas huellas de una enorme llanta de tractor, la cual pasaba como pedro por su casa por todos los portillos. Las especulaciones no se hicieron esperar, alguien dijo, por ejemplo: “es una llanta de tractor que la llevan rodando para inflarla; ¿Qué tal?

Como ya estábamos pisando tierra de Caldas, lo que se traduce en aguacero fijo y garantizado, o sea que se lo repiten o se lo cambian por otro si no le gusta o no le sirve, por nuestras montañas vecinas alcanzamos a divisar que venía muy orondo un señor aguacero, el cual, en menos de lo que canta el gallo de las Ramírez nos arropo sin misericordia alguna, lo que nos obligó a vestirnos de navidad con las capas verdes y rojas. Eso si, antes de este episodio pudimos constatar que las tales huellas pertenecían a un tractor de esos que en la parte delantera lleva únicamente una rueda gigante, destinado a la tala de pinos.

Antes de que nos mojemos, hay que significar como duele oír el ruido de las motosierras irrumpiendo como fresa de odontólogo en medio de ese silencio de convento cartujo, que permite oír hasta la misma algarabía del silencio o el rosar de las antenas de las hormigas arrieras entre si. Y que impotencia ver caer el pino vencido.


Ahora si, a la mojada que vinimos, con ese chaparrón que se nos vino encima, y que de paso hizo mas difícil el complicado camino por la aparición del pantano. Por fortuna no duro mucho pero el daño ya estaba hecho. De ahí en adelante la bajada se hizo a paso de elefante, lento, firme y sin cagada, menos mal. Así las cosas, nuestros cayados comenzaron a ejercer su función como tercer píe, por fortuna sin callos ni uñas enterradas.


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Otro ingrediente, como si el pantano no fuera suficiente, fue el paso de potrero a potrero, el cual teníamos que hacer dejando pelos en los alambrados, o trepando por las tablas de los corrales, porque la bajada no se podía hacer siempre por el camino de herradura, pues tenía unos trayectos jabonosos imposibles de transitar.


No obstante el cuidado, el primero en caer al ruedo fue Luisfer y Olayita el segundo, por fortuna sin nada que lamentar. Eso si, Olaya quedó tan empantanado que la cédula le quedó ambientada con figuras precolombinas de barro; la boleta para una rifa que le vendió el lobato, quedó tan desecha que se la ganó, y de paso el cayado que a la vez le sirve de unípode para tomar las fotos, se quebró en dos partes y no quedó sirviendo ni para practicas de ortopedia en el hospital San Vicente de Paúl. La foto fue tomada al instante, porque Josema toma fotos como si estuviera quemando pepeletas.

Medio kilómetro antes de coronar el plan, nos alcanzó una recua de mulas (las verdaderas) cada una cargando dos trozas de madera, con un peso total de 600 kilos, animales que bajaban a lo que diera el tejo, azuzadas por los gritos de dos jóvenes arrieros que iban a la par con las mulas, patiabiertos ellos con sus enormes botas pantaneras de Grulla, brincando de barranco a barranco y dando fuete a lo desgualeta´o, menos mal a las trozas, lo cual los salvó de la reprimenda de Juanfer. Que hijuemadres arrieros tan baquianos y cual pantano ni que ocho cuartos.


Luego de mirar ese espectáculo, que pasó tan rápido como la dominada y la empelotada a césar y al gafas dentro del helicóptero, y teniendo la quebrada la Miel a pocos metros, como que nos animamos a acelerar el paso, y en par zancadas llegamos con las botas pesando el triple y las medias blancas teñidas de café oscuro. Cuando llegamos a la quebrada encontramos a las mulas, que nos habían cogido media montaña de ventaja, en pleno reposo esperando a que los muchachos descargaran las trozas. En ese momento Juanfer los felicitó por que trataban muy bien a los animalitos, que al fin y al cabo eran los que les deban la comida.

Todos pasaron la quebrada por el puente colgante, mientras yo, para ser sincero, la pasé descalzo por físico miedo a un pasito muy aburridor que había antes del puente. Eso si, no me arrepiento por la agradable sensación de sentir el agua helada hasta las rodillas (menos mal) y el roce de las plantas de los pies con las piedras del lecho, mejor que andar descalzo sobre manga.


Así mismo, la quebrada nos sirvió para la “encharolada” de las botas y hacerle el lavado del gato a las medias. El que no pudo hacer nada con sus bluyines fue Olaya, quien a esa hora tenía el pantano pegado y fresquito, así que le toco seguir como si fuera obrero de tejar.



Les cuento que una vez en tierra firme y en plancito, en predios de la planta de pollos Friko, me volvió el alma al cuerpo, porque ese descenso ni parecido a los que hacía Cochise Rodríguez en aquellas épocas, cuando bajaba por Matasanos a cien por hora comiendo pandequesos comprados por él mismo en Santa Rosa. Para que tengan una idea les adjunto la foto satelital que nos mandó el poeta.

Entrados en la vereda La miel, llegamos a la casa donde nació Jose María, hoy convertida en Estadero. Allí paramos para que el poeta la reconociera y fuera testigo de los muchos cambios, aunque en su fachada, techos, puertas y corredores sigue siendo la misma. De paso aprovechamos para tomar el último refrigerio líquido.


A dos cuadras de la variante, encontramos una venta de empanadas, atendida por un par de primas; una de ellas, Mónica, de hermosos ojos y brazos belluditos, como le gustan a Luisfer. Así que sin pensarlo dos veces, y como abrebocas al almuerzo, dimos buena cuenta de 20 empanadas, una naranjada compartida para todos y un frasco entero de ají. Casi no sacamos al Juanfer quien se empalagó en elogios para Mónica. Obviamente una leve llovizna cayó como agradecimiento a la compra. Con razón decía Juanfer que en Caldas los zapatos los venden con desagües.

Pasamos la variante por el puente peatonal, como debe ser, y enfilamos baterías para el parque principal al cual llegamos a las 3 de la tarde. Nuestro guía Jose María nos llevó al restaurante de su predilección. Allí caímos en el delantal de Nora, quien con toda la amabilidad del caso y matada de la dicha con tremenda visita, nos sirvió: dos bandejas con pescado apanado, otras dos con hígado a la plancha y una súper bandeja paisa para José María, quien anda tomando jarabes para cerrar el apetito. El Olaya, quien se ha vuelto flojo para estos menesteres gastronómicos, dejo la mitad de su pescado, por lo que no se hizo esperar la cajita, la misma que fue a parar a las manos temblorosas de un piperito que ya mostraba en su cara las huellas de las primeras caídas del día.

Como el poeta tenía afán, pues había sido invitado para hablar en un acto cultural a las 5 y 30 de la tarde, salimos corriendito a coger la buseta para el metro. Como es natural, no faltó el vendedor de frunas, tres paquetes por quinientos, la consabida siesta de Olaya y la mamá pispa con el hijo al lado.

A los trancazos llegamos a la estación Itagüí, pero en Jardines Montesacro se nos había bajado el poeta para coger taxi hasta Sabaneta, ducharse y cambiarse de uniforme para salir nuevamente para Caldas a cumplir su compromiso cultural.

Nosotros cogimos el metro, haciéndole cortina a Olaya para que los guardas bachilleres no lo fueran a devolver por el pantanero pegado en los pantalones, que a esa hora ya estaba mas seco y “presentable”, por fortuna los bluyines salen con todo. A Dios gracias nos tocó sentados, pero eso si, mas esculcados con las miradas de los demás pasajeros, que a esa hora se preguntaban, ¿y estos de donde vendrán?

Luisfer y Olaya se fueron bajando en la estación respectiva. Juanfer y yo cogimos la línea B, acompañados de una hermosa hincha del Nacional que iba para el estadio a ver el partido de despedida de: goliador.. Aristizabal…goleador (se repite tres veces) Esa hincha y las dos estrellas que exhibía en el pecho nos hicieron olvidar los pasos de elefante, el tercer pié, la caída de Olaya, la mojada y la empantanada, pero nunca el placer de haber vivido esta maravillosa experiencia.

Hasta la próxima

Jorge Iván Londoño Maya

Caminata Girardota - Alto de la Virgen (Guarne)

Fecha: Sábado 5 de julio de 2008

Asistentes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Juan Fernando Echeverri Calle, Carlos Olaya Betancur, José María Ruiz Palacio y Jorge Iván Londoño Maya

Nombre: Devoción pasada por agua

Una llovizna pertinaz sobre todo el valle de Aburrá ahogó el amanecer del sábado 5 de Julio de 2008. Al decir de un amigo mío, ”El día se dañó para tomar fotos, pero se compuso para tomar aguardiente”

La hora de encuentro, a petición de Olaya, se pospuso de las 7 a.m. para las 7.05 a.m. y aun así, el único que estaba en la estación Niquía del Metro a la hora acordada era Zuluaga que deshojaba las margaritas de “El Colombiano” mientras la lluvia seguía remojando el ambiente. Después de mí llegaron en el siguiente tren los otros tres caminantes y fuimos a buscar transporte para el municipio de Girardota. No sabemos con qué argucias el Lobato convenció al taxista, o si fue al contrario; lo que si fue obvio es que nos “acomodamos” los cinco en el susodicho taxi. Afortunadamente era de los carritos viejos y finitos, porque 5 caminantes X 80 Kilitos + otros 80 del taxista = casi media tonelada de sujetos en medio de un aguacero rumbo a los terruños del Señor Caído eran como para un viaje de volqueta o mínimo una jaulita de esas que llaman 3 y medio. Como paliando su preocupación por la remotísima posibilidad de encontrarnos un policía de tránsito en el camino, el conductor nos contó la obra y milagros de sus 46 años de vida, 30 de los cuales lleva en Girardota. Como buenos investigadores de heráldica y árboles genealógicos, el Lobato y Juanfer preguntaron por familias de Yarumal de donde era nativo el taxista y de Girardota, en donde residía. El señor resultó hasta de la familia de monseñor Builes y del señor caído.

Ya en el reformado parque de Girardota, el Lobato nos hace llegar hasta un costado del santuario y al descender del vehículo, me di cuenta que mi zapato izquierdo estaba roto, pero nada que hacer; a caminar se dijo. Buscamos calle abajo, volviendo sobre nuestros pasos un lugar para tomar algo de desayuno y nos metimos a una cafetería que nos tentaba con la promesa de café y pandequeso calientitos, por la fritanga que había en la puerta con palitos de queso, empanadas y otros. Cual calienticos los pandequesos; no tenían en qué calentarlos y tocó conformarnos. Mala y displicente atención: De eso si había y calientica por la mirada desafiante de las tres dependientes y el fulano cabecipelao que hacía las veces de administrador.

Maltratados y descontentos salimos refunfuñando calle arriba y pasamos justo a las 8.00 a.m. junto a una puerta que tenía en su nomenclatura la placa 8-00 junto a la nueva biblioteca en construcción del municipio y al colegio Manuel José Sierra. Llegamos a los límites urbanos junto a un monumento a la Virgen y por una pendiente más o menos inclinada cogimos rumbo al alto de la Virgen en Guarne. Agua y neblina; cielo encapotado, paisajes adivinados y contados por los otros caminantes eran la perspectiva al frente. Una zona rural con buenas vías de comunicación, a la vera muchas viviendas de diferentes tipos y estilos; pocas gentes en el camino, pero muy amables y saludadoras a pesar del clima.

Se acabó la dicha dice Lobato y señala hacia la izquierda de la vía un camino veredal, remanente de los antiguos caminos riales, que más que un camino parecía un tobogán de lodo rojizo y pantanoso como pudimos constatar tan pronto lo empezamos a subir. Al parecer los Todo Terreno han desarrollado cascos de cabra montesa, porque ninguno se resbaló siquiera en este tramo del camino y lo único que sacamos fue pantano en los zapatos y la ropa por el roce y salpique pantanoso.

Salimos del pantanero a un enrielado y aun en medio de la lluvia durante un buen rato seguimos falda arriba hasta una casa en la que tenían amarrado un animalito que parecía un perro, tenía cara y orejas de perro y cola de perro; tan flaco, que parecía vestido con una camiseta de rayas y ladraba como perro famélico a punto de fallecer de hambre, tan flaco y débil, que ladraba apoyado contra el poste al que estaba atado. El buenazo del Juanfer se consoló y nos engrupió diciendo que dicho engendro era un perro y estaba tan flaquito por lo viejito y lo que comía no le alimentaba…

Un poco más arriba nos encontramos una casa de bareque que por el invierno tuvieron que forrarla con plásticos y en cuyo techo resaltaba orgullosa una antena de T.V. de esas que llamaban espina de pescado y que por estos tiempos ya es una reliquia. Ahí se terminó el enrielado y empezó un camino empedrado como ruta de indios y a lo mejor y nada difícil, es un vestigio de aquellos.

Grandes lajas de piedras resbalosas como jabón al fin pusieron en cuatro a Juanfer , que ágil como gato montés salvó su honor y sus ropas empapadas no sufrieron con el pantano del camino. Empezamos a encontrar en la ruta a personas que venían de arriba del santuario, y ahí caímos en cuenta que el 5 de Julio era el primer sábado de mes, por lo tanto día de peregrinación al santuario de la virgen María Purificadora, arriba en Guarne, lugar de nuestro destino.

A veces en los habituales miradores del camino nos asomábamos y un manto espeso de nubes cubría el valle, otras veces por entre la cortina de niebla alcanzábamos a ver algo y los conocedores decían qué era. Arriba y abajo nubes y más nubes y la incesante llovizna nos acompaño gran parte del ascenso. Nunca durante la subida pudimos ver el valle despejado totalmente. En un tramo del camino estuvimos sobre el filo de la montaña por entre matorrales, con las laderas a lado y lado, pero el rastrojo y la nubosidad era poco lo que dejaban ver.

Llegamos por fin a la cima y al lado izquierdo encontramos la desviación de la que habló Lobato al principio, por la que podríamos llegar al santuario del alto de la virgen sin pasar por la capilla. Decidimos que lo mejor era seguir la ruta principal a la derecha y pronto llegamos a un lugar conocido como “La Balastrera” por los lugareños y que era una cantera de material triturado para construcción y afirmado.

Había amainado un poco la lluvia. Rápido y por un camino bordeado de eucaliptos llegamos a la capilla y lugar de llegada de peregrinos del primer sábado de cada mes; sitio que se ha convertido en una plaza mercado con capilla dotada de unos parlantes ruidosos, por la cantidad de puestos y ventorrillos de mercancías de toda índole además de la gangosa perorata ininteligible que sale de los parlantes y en sitio de rumba y gastronómico para turistas religiosos y los no tanto dada la oferta abundante de sitios acondicionados de los que salían junto con parroquianos satisfechos, diferentes aromas, mientras otros pugnaban por entrar. Saludamos a doña cervecita y Lobato se levantó una picada de chorizo y arepa de mote de la que no quedó ni el pega´o, al tiempo que le dábamos el nihil obstat y el imprimatur potest a las hermosas meseras del sitio.

Buses con peregrinos inundaban el lugar y el gentío como río humano buscaba ansioso el camino hacia el santuario de la virgen sanadora, arriba en la montaña. A lado y lado del camino, una callejuela que unas veces era cascajo, otras pantano, otras cascajo y pantano, más adelante tierra resbalosa hasta llegar a unos tanques de cemento por los que mana una fuente que dicen sanadora. El barrizal en y a los lados de los tanques hace suponer que es verdad de que la fe mueve montañas. Toda esa tierra desleída de la montaña, con un buen aguacero marchará falda abajo y así la montaña será movida.

Una ruta de viacrucis va dejando en el camino pantanoso marcada con cruces de cemento cada estación, en la que los devotos peregrinos rezan lo pertinente para luego seguir a la próxima hasta llegar a la capillita en la que tiene entre dos cercos de rejas y en un nicho, una imagen de de unos 70cms., advocación de María, madre de Jesucristo que yo no conocía. Lo anecdótico de nuestra subida al santuario era que como yo no había estado en el lugar, el Lobato nos dijo que subiéramos. Partimos tras él y nunca lo pudimos alcanzar. Cuando llegamos ya con cara de beato a punto de aureola, nos recibió con una sonrisa de oreja a oreja.

parejas con sus bebés en brazos, niños, viejos, adultos, pGentes de todas las clases, lisiados, enfermos, jóvenes erros y hasta una monjita muy anciana a la que en algún paso difícil ayudamos, suben en procesión por el resbaloso camino escoltados por nubes de mendigos y vendedores de jugos, camándulas recordatorios, ungüentos contra todos los dolores, blanquia´o, gelatina de pata, arepa de chócolo con o sin quesito, bombones arrancamuelas, mango molido, miel de abeja, jalea real y otros asuntos inimaginables.

Cuando iniciamos el descenso, pensamos que el Lobato picaría en punta, pero no, ya no estaba imbuido de ese deseo de llegar primero; ya había cumplido su cometido con el santuario y el descenso era otra vaina más mundana y para lo cual necesitaría de su fiel escudero Juanfer o el recién afeitado Zuluaga, que le sirvieran de lazarillos y lo acompañaran en el difícil trance de bajar por ese tobogán de pantano. Ya no había prisa.

Ya de nuevo en el maremágnum del lugar de llegada, buscamos el camino a la casa de la hermana del Lobato, en donde almorzaríamos gracias a una deferencia muy especial de ella y su esposo, para luego regresar a Medellín. Con indicaciones de los lugareños y algunas señas dadas por Mario, cuñado de Lobato y luego de otra abundante ración de pantano, por fin llegamos a un lugar conocido, pero que nos dejaba bien alejados aun del almuerzo prometido y recordado por Lobato todo el camino, con llamadas a su hermana para confirmar el menú, pero ella le decía que era una sorpresa.

Ya jugadas las cartas y a pesar de la extraviada, emprendimos otro ascenso hacia el condominio campestre de las afueras de Guarne en que reside la hermana de Lobato y luego de incesantes curvas y recovecos, por fin llegamos. La belleza y amabilidad del lugar y sus habitantes, don Mario y su esposa Sonia son difíciles de describir, pero las imágenes son elocuentes; un jardín colgante florecido de varias especies y en el que se nota la mano amorosa de la experta jardinera que es Sonia la hermana de Lobato adorna el corredor y un camino empedrado con una fuente central y bordeado de una jardinera que resalta en morado y rosado a lado y lado. Junto a la casa del mayordomo está la huerta sembrada de granadillas y curubas, además de otras especies de frutales y hortalizas; el prado bien cuidado rodea la casa principal y una cabaña en madera hace soñar con la verdadera paz de la que se puede disfrutar en el campo.

la estrella de la familia es un raro cruce entre Sharpey, Pastor Alemán y cristiano a la que llaman estrella precisamente, que un poco tímida al principio, por fin nos aceptó y compartió con nosotros caricias y lametazos.


La razón esencial del largo, mojado y pantanoso recorrido era el almuerzo ahí en ese bello lugar y como deferencia de los familiares del Lobato y valió la pena; un fiambre envuelto en hojas como los que solíamos llevar a nuestros paseos del colegio, con arroz, carne molida, huevo duro, tajada de maduro, chorizo y chicharrón; todo cuñado con aguacate, arepa y una bebida limonada de la que no recuerdo el nombre, completaron el asunto al que rápidamente se le vencieron los términos de manera tajante y definitiva. De ahí, quedaban dos caminos; un tinto con cháchara incluida o un tinto cuñado con siesta.

Olaya prefirió lo segundo y como chino chiquito después de la ración de teta, quedó profundo en poltrona al aire libre. Los otros optamos por la primera opción y luego hicimos un pequeño recorrido por el lugar acompañados de la “estrella” de la casa.


Eran más de la 4 p.m. y Medellín estaba muy lejos por lo que decidimos emprender camino, no sin antes devorar gran cantidad de granadillas cultivadas en la finca y que Mario amablemente se ofreciera a llevarnos hasta la autopista en donde tomaríamos transporte para Medellín.


Puestos en gastos abordamos la camioneta y mientras un ñato se persigna estábamos en la carretera esperando un bus que inmediatamente apareció y en el que llegamos pronto a la estación Universidad del Metro a pesar del taco generado por el general invierno en la autopista norte junto a la antigua feria de ganados, con un desbarajuste de la calzada por aguas filtradas bajo ésta. Ya en el Metro cada quién tomó su ruta y así terminó este sábado pasado por agua, pantano y zapato roto.

José María.