Caminata Primavera - Amagá
Fecha: sábado
Amanecer lluvioso como los de casi todos estos días, pero buenísimos para caminar. Como ya es habitual cuando las caminadas son programadas para el sur, el punto de encuentro es
Tomadas las fotos no metimos al parque mientras José M. contaba que la leyenda dice que en el laguito que rodea el hermoso kiosco, ahora dormitorio de vagabundos, alguna vez se bañó junto con otros poetas el poeta mayor, Pablo Neruda. Mientras escuchaban incrédulos la historia, una ardilla alazana baja de una palmera en busca de comida que supuso brindarían los visitantes, y se le trepa al hombro del Lobato, con la mayor familiaridad y sin ningún reato o miedo. Del mismo modo, rápido, nos abandonó al ver que no le ofrecíamos nada y rauda trepó a otro árbol, en donde se encontró con otra y se enfrascaron en sus disputas territoriales.
Dejamos el parque y buscamos desayuno en una de las cafeterías cercanas, en donde ante la falta de chocolate, figuró el milo para unos, café otros y muchas empanadas, recomendadas por el Lobato. Despachadas las viandas, salimos en busca de transporte para el sector “Primavera” en las partidas para el sur y el suroeste.
Un olor a arepa recién asada inunda el ambiente y más adelante en un galpón adaptado para tal fin, una próspera fábrica de arepas se disimula entre las casuchas construidas en maderas de desecho, cartones y tejas de zinc, por entre las cuales un camino pantanoso nos lleva a lo que alguna vez fuera la carrilera del Ferrocarril de Antioquia, ahora una ruta de miseria y abandono.
Recorridos algunos metros de la antigua carrilera, ya sin rieles ni polines, Lobato nos pidió que al mirar la ranchería circundante, le ayudáramos a encontrar una casa prefabricada que nos contó su familia le había regalado a una señora que fue su empleada durante muchos años. Al poco rato la encontramos y de inmediato una vecina llamó a la puerta, de donde salió una señora que avergonzada nos saludó amablemente y entabló conversación con Lobato sobre asuntos de su incumbencia.
La pobreza limpia es digna. El crudo invierno sin fin de estos tiempos, traducido en ingentes pantaneros, empobrece hasta el espíritu del más tesonero de los hombres; Las casitas, embadurnadas de barro, tienen el recuerdo de los innumerables aguaceros inmisericordes, que lo que dejan en pie, conserva tatuado en sus pobres paredes el recuerdo de su paso, cuando no de sus maltratos en las que se tienen que abandonar porque ya son inhabitables. Una que otra casita es construida con materiales que resisten el embate de la lluvia y estas mismas y algunas otras alejadas de las escorrentías, tiene bellísimos jardines, simples en especies, pero con florescencias perennes que alegran en medio de tanto abandono.
Perros de todas las pelambres; grandes, chicos, de raza o de raza indefinible por las mezclas, amables, flacos, gordos, agresivos, (A uno le tocó probar el bastón de José M.) French poodle, que más que perritos falderos parecían bolas de estopa mugrientas y muchachitos… Muchos muchachitos con las mismas características de los perritos; macilentos, mugrosos, algunos desnudos y por lo visto, enseñados a la mendicidad por los caminantes que son frecuentes por estos lados. Los hombres y mujeres contestan el saludo con amabilidad, pero recelosos y esquivando la mirada.
Barriadas miserables, caldo de cultivo para ideologías de todas las pelambres, nidos de pichones de resentidos por el abandono estatal caminan entre barrizales y amenazas de lluvias, riadas y derrumbes. Montañas que amenazan venirse abajo sobre lo poco que se tiene, hacen más miserable la existencia junto a la falta de oportunidades y de ayuda real.
Campesinos raizales junto a “inmigrantes” como eufemísticamente llama el establecimiento a los desarraigados y desplazados, pueblan la hilera interminable de ranchos endebles y casas de tipo campesino que alguna vez fueron prósperos minifundios; todo se medio sostiene entre aguacero y aguacero, mientras esperan ayuda, que con seguridad si acaso llegará poco antes de las próximas elecciones.
Un derrumbe de enormes proporciones acabó con las esperanzas de varias familias en el sector “Los Montoyas” de la vereda “Salinas” del municipio de Caldas. Cuatro casas quedaron sepultadas por el lodo y otras varias debieron ser abandonadas ante el peligro de otro derrumbe. Abajo, al final del derrumbe, varios ranchos se veían indefensos ante la magnitud del desastre, pero incólumes. Una señora que nos encontramos en el camino junto al derrumbe, nos dijo angustiada que ella se iría por el desecho o desvío que se hizo para poder llegar al otro lado. Al tiempo, vimos a unas personas que corriendo, pasaban por el derrumbe y consideramos que también podríamos pasar por el mismo lugar.
La ignorancia es atrevida; tanteando con los bastones, fuimos avanzando sobre la huella dejada por las personas que vimos y por donde menos se hundieran los bastones. Ya en medio del derrumbe, un caldo compuesto de agua y pantano aumentaba de volumen y apuramos el paso a pesar de que el camino cada vez se ponía más peligroso. Cuando salíamos al otro lado, un nuevo riesgo amenazaba: No se veía camino posible y los bastones se hundían hasta más de la mitad, hasta que mirando bien, reencontramos la ruta marcada, pero cubierta de lodo junto a uno de los ranchos abandonados y por ahí seguimos. La ruta llevaba hasta tener que pasar por en medio del rancho y luego bajar a un arroyo de lodo, para luego saltar ya a terreno seguro.
Pasado el derrumbe y el susto, más el amable regaño de un vecino del lugar, medio lavamos nuestros bastones y zapatos con barro hasta en las orejas, en un charco formado por la lluvia de la noche anterior. Continuamos el camino, retozando con los comentarios sobre el riesgo corrido y por la trocha de pantano unas veces y medio seco en otras, seguimos pasando por rancherías endebles y llenas de muchachitos, perros y gentes pobrísimas. Más adelante otro derrumbe acabó con otras varias casas de las que recuperaron los tejados.
Doña cervecita esta vez fue olvidada, pero no Zuluaga que desde
Continuamos el recorrido renegando del viudo de la Marranita y al rato sobre la izquierda, una hermosa panorámica del valle de San Fernando de Amagá nos saludó. Ya con nuestra meta a la vista, seguimos contemplando el paisaje unas veces amable, otras desolador por la pobreza imperante y el abandono. Sobre un recodo del camino, nos dimos cuenta que Olaya y Lobato se habían quedado, por lo que volvimos sobre nuestros pasos hasta encontrarlos y ante nuestra preocupación nos dicen que acababan de salir de uno de los ranchos en el que una joven de menos de 30 años tenía 6 muchachitos todos menores de 10 años, los dos últimos, gemelos de tres meses. Se arruga el alma, pero hay que seguir.
Una cascada sirvió para una de las fotos grupales que tanto nos gustan y más adelante otra, estruendosa y caudalosa también sirvió para el propósito. Aguas mil.
Más adelante, polideportivo veredal, ahora más parecía una piscina de lodo, la que estaban tratando de desaguar unos vecinos; luego, otro enorme derrumbe pero ya recuperado el paso peatonal, más una cascada bulliciosa y otra más, nos acercaban a la meta.
Enormes casonas, testigos de mejores tiempos, se mueren por el abandono y la soledad y unos pocos humitos de hogar salen de sus chimeneas ancestrales. Por los lados del medio día llegamos al final de la vía férrea, o lo que quedaba de ella y tomamos un camino vecinal que nos llevó al corregimiento “La Mina” del municipio de Amagá, en donde como recuerdo de la pujanza carbonífera de la zona, se erigió un monumento al minero. Un parque sombreado y bien tenido
Saliendo hacia Amagá, un chico se despide de una jovencita y se nos une en el recorrido. Sin nadie preguntarle, nos cuenta de manera agradable sus andanzas, vida y milagros por esos pagos y nos indica la ruta más expedita a nuestro destino. Nos acompaña, mientras nos cuenta y responde a nuestras preguntas, todo lo relacionado con la minería de carbón de
Siguiendo sus indicaciones, bajamos por un camino empedrado hasta la carretera y de ahí pasamos por el cementerio, bonito y limpio. Seguimos y ahora sí, estamos en la goteras de Amagá y es de pa´rriba. La tierra de Belisario a esa hora está fresca y agradable,; muchachas bonitas alegran la pupila de los ojicontentos mientras llegamos al parque que está abarrotado de parroquianos, carros y cabalgaduras por ser día de mercado. Eran la
De entrada, como de costumbre nos llegamos hasta la iglesia de estilo semi gótico situada en la parte más alta del parque. Antes de entrar visitamos el monumento a uno de sus benefactores, que nos llamó la atención por lo desproporcionada de la cabeza con relación al resto del cuerpo. Ya cuando entramos a la iglesia, un joven de la localidad nos ilustró sobre los pormenores de las obras de arte que adornan el templo y sobre lo del sacerdote del monumento. Si era deforme el señor según nos contó el muchacho, pero muy milagroso. Varios cuadros de
Ahora sí, doña cervecita tan olvidada es llamada de nuevo y en uno de los negocios del atrio le hacemos los honores, mientras llamábamos a Zuluaga a contarle como sufríamos para que se condoliera de nosotros.
Hechos los honores, pasamos a manteles en el restaurante “Ramitama”, propiedad de doña Ruht Piedrahíta, señora de su señor y amabilísima anfitriona que nos recibió con bombos y platillos, como siempre que los T.TS. pasan por esos lados en busca de alimento y calor. Sancochos de bagre, bandejas con posta, sopitas, ensaladas y demás junto a doña cervecita y gaseosas, sumado todo esto a la amabilidad de la anfitriona y su hijo, nos hicieron olvidar por un rato de toda la miseria del camino.
Lengua va y lengua viene, vimos que atrás de nosotros tenían diferentes tipos de comestibles y nos llamaron la atención unos paquetes que al preguntar por el contenido, resultaron ser lenguas cuadradas de Concordia. Lenguas cuadradas… Ni cortos ni perezosos nos hicimos empacar de a dos paquetes, porque lenguas cuadradas no tienen ni las chismosas de Tola y Maruja y la del recordado Montecristo y alguna de mis vecinas sería viperina, pero no cuadrada.
Dados los parabienes reglamentarios y con la promesa de volver, nos despedimos de doña Ruth, su hijo y su restaurante y pasamos a la oficina de la empresa “Tratam” a comprar tiquetes para
José M. Ruiz P.