Caminata Caldas - La Fé (El Retiro)

Tres tristes tigres camineros.

Son las 6.30 a. m. del sábado 25 de Octubre de 2008 y como habíamos acordado, nos encontramos en la parada de los colectivos de Caldas en la estación Itagüí para llegar hasta dicho municipio, y de ahí ascender por la cordillera del Romeral para luego bajar hasta paraje de “El río Guarzo”, hoy municipio de El Retiro, en el extremo sur de la meseta oriental o valle de San Nicolás. Éramos hoy únicamente tres caminantes por las ausencias forzosas de Jorge Iván y Carlos, por prescripción médica el primero y por asuntos laborales el segundo, y decidimos hacerla solos aunque era una caminada larga, de alta exigencia y riesgo, además de que no conocíamos parte del recorrido.

En colectivo de Caldas llegamos al parque y pasamos a la hermosa catedral a dar las gracias por la compañía que tendríamos en el recorrido. Como por aquí es más fácil, contiguo a la catedral está la Repostería y panadería “Piporara” que ya conocíamos y juiciocitos pedimos empanada, pastelito de pollo, chocolate y listo; a darse gusto desayunando livianito. En esas andábamos cuando pasa una de las jóvenes dependientes con una canasta repleta de pandequesos de varios tamaños ¿Y cómo dejarlos pasar sin pagar peaje? Nos trajeron uno de las siguientes dimensiones: Perímetro: 55cms. Diámetro: 18 cms. Grueso: 14 cms. Por conclusión se saca que el radio era de 9 cms, más 7 bandas en A.M. y F.M. eso sí, sin tocadiscos. Si no creen, pueden pasarse por el lugar; mirarlos y degustarlos. Lo dividimos por tres y terminado el comiso, buscar la salida fue el siguiente paso.

Atravesamos el parque buscando en los árboles a la ardilla amiguita de fray Lobato de Betulia, pero andaba en otros menesteres por lo que tomamos rumbo a la vereda “La Miel”. Pasando por el barrio Andalucía hay unas escalas por calle que representan un esfuerzo máximo por lo empinadas, por lo que Zuluaga y Juanfer las subieron refunfuñando y diciendo que ya habíamos cumplido la cuota de esfuerzo de la caminada. Pasamos por la casa hoy estadero conocida como “La Sinagoga” y estaban pintando sus puertas y ventanas con colores como de jardín infantil o guardería, por lo que muy acucioso el pintor nos dijo que estaban abiertas las inscripciones “hasta para cuchos como ustedes”, con lo que nos dejó con un palmo de narices.

Pasamos el puente de madera sobre la quebrada “La miel” y empezamos el ascenso a la vereda “Piedras blancas” por una carretera de las construidas para la sacada de madera de los bosques cultivados de pino Pátula de la región, sobre lo que antes era un “Camino real” que era utilizado por la arriería de nuestros ancestros para llegar a la zona a la que ahora íbamos nosotros. Durísima la primera parte del ascenso… Pensamos en la rodilla de Lobato y aunque nos hace mucha falta, agradecimos el evitarle aquella subidita. Más o menos a mitad de ella, un perro con cara de pocos amigos nos acompaña un buen trecho, recordándonos a punta de ladridos que por esos parajes él era el duro, pero se mantuvo alejado a prudente distancia de nuestros bastones. Ya más arriba, el paisaje cambia y el aire fresco y la neblina empiezan a acompañarnos. Varias casas de parcelación y una cascadita bordean el camino.

Después de unas dos largas horas subiendo, estamos en lo que alguna vez fue llamado “La puerta de Caldas”, desde donde se divisaba por un lado todo el vallecito en el que está el pueblo, y por el otro una magnífica vista de casi todo el “Valle del Aburrá”. Ahora con los bosques de pino industrial, todo lo que se ve es eso; pinos de diferentes clases, además de casas como bunkers, y una neblina espesa que de pronto invade todo.

La carretera borra los antiguos caminos y se pierden las referencias hasta de los mapas más avanzados. Sin embargo el deseo de cumplir acicatea la imaginación y ayudados por la brújula de Zuluaga buscamos durante un buen rato el camino que nos llevó a una casa a medio construir en madera, y de ahí nos metimos a una trocha que nos pareció adecuada, y a punta de machete avanzamos rectificándola hasta que se cerró del todo. Decidimos buscar otra alternativa y regresamos sobre nuestros pasos algunos metros y vadeando un riachuelo, encontramos otro rumbo que certificamos con la brújula y raudos reiniciamos la marcha que vimos coronada sobre la cima de la cordillera de “El Romeral”.

Un hermoso espacio sombreado por pinos viejos de gran altura y el piso que con musgo formó un tapete, nos acogió un buen rato mientras husmeábamos un montículo de tierra sobre un gran plástico, que parecía sacado de un hueco del mismo largo y ancho de éste, y que por alguna razón no alcanzamos a entender. Todo tenía musgo; hasta un árbol tenía su grueso tronco cubierto del manto verde y de sus ramas colgaban como adornos de navidad, borlas de él mismo.

Seguimos avanzando por el camino trazado en el filo de la montaña durante generaciones por arrieros y caminantes, ahora lleno de hojarasca y pantano. Tanteando con los bastones que se hundían en el lodo fuimos avanzando poco a poco, pero en algunos tramos nos hizo tomar desviaciones y otras veces abrirlas a machetazos. Encontramos restos del “Camino Real” representados en grandes lajas de piedra acomodadas de manera que sirvieran de piso y troncos endurecidos por el tiempo y la humedad cuñándolas, mientras saltábamos esquivando pantaneros hasta que salimos a terreno seco ya empezando a bajar por el otro lado de la montaña.

De pronto nos vimos en otro bosquecito de pino Pátula tapizado por sus hojas secas que formando colchón a nuestros pasos nos llevó hasta la carretera que se utiliza para la sacada de madera en los bosques industriales. Ahora descendíamos por camino fácil. En un recodo de la vía vimos una motocicleta como abandonada pero al momento escuchamos sonido de machetazos; era un trabajador que cortaba las ramas bajas de los árboles de pino para mejorar el tronco y acelerar su crecimiento. Lo saludamos y le preguntamos por el camino hacia El Retiro; amablemente nos saludó e indicó que siguiendo la carretera por la parte más utilizada, ella nos llevaría a nuestro destino.

Ya más abajo se abre el paisaje desde donde se divisa todo el vallecito y sobre la derecha a lo lejos se veía una hacienda, la única por esos contornos. A bordo de camino crece profusamente una variedad de mora con un tamaño entre la silvestre y la de Castilla, a la que por alguna razón, mi padre llamaba Mora Borrachera. Buscamos las maduras y con ese pequeño refrigerio cuñado con mandarina y agua continuamos la marcha. Pronto divisamos a la vera del camino una construcción amplia como un comisariato de campamento maderero o una escuela y con un techo poco común por estos lados; de tipo europeo y metálico de aluminio o zinc. Era una escuela, la escuela Normandía, que así se llamaba el paraje o vereda, según nos dijeron un reguero de muchachitos; siete y todos hermanos, que vivían en un rancho de tablas a la orilla del camino, junto a la entrada a la dicha escuela. Una de las niñas pintaba juiciosa un poste con un pincelito, otra dormía en una hamaca, otros salieron a saludarnos y entre tanto, Juanfer repartía a falta de Lobatobombombunes, billetes de $ 2000 pesos a diestra y siniestra.

Seguimos adelante y un poco más abajo nos alcanzó un chico que pasó raudo en una bicicleta y detrás un perro Labrador que se asustó un poco, pero luego siguió veloz tras el muchacho. Un poco más adelante ya el ciclista volvía y nosotros vimos un caminito que se internaba en el bosque de pinos; le preguntamos y nos dijo que era un atajo que economizaba un buen trecho de carretera, por lo que de inmediato nos metimos en el. ¡Oh Sorpresa! Era otra vez el antiguo camino de herradura o “Camino Real”, que ahora era ruta de escorrentía y eventual atajo para conocedores.

Había extrañamente bastantes residuos plásticos tirados quién sabe por quién, pero más adelante olvidamos lo desagradable ante el espectáculo de unos hongos anaranjados de la clase Amanita Phalloides, que son venenosísimos, otro también venenoso pero no tan vistoso de la clase Amanita Verna y uno con una forma fálica inobjetable de tipo champiñón, al parecer de los comestibles. Nadie se atrevió a probarlo. Lo que sí quiso probar y hasta llevar para su casa Zuluaga, fue Lulo Silvestre. Los había por montones a los lados del camino de ahí para arriba, pero la desagradable pelusa que los cubría, nos hizo repetir cada que encontrábamos una mata, lo mismo de la fábula “La Zorra y la uvas”; ¡Están verdes…!

Llegamos al fondo del cañón que adornado por una estruendosa caída de agua, nos indicaba que de nuevo empezaba la subida hacia la antigua hacienda de confecciones Colombia, llamada Fizebad, hoy lugar utilizado para reuniones sociales y fiestas fastuosas. Pasamos el puente y de nuevo hacia arriba; seguimos por el mismo bosque de pino y el sonido de una motosierra que se clava en el alma con su nefasto roncar, interrumpe el concierto de la cañada; al rato, una bandada de toches pasó con su colorido estruendo sobre nosotros y las matas de lulo nos siguen recordando a la zorra; están verdes… Sobre nuestra izquierda el bosque era nativo y ante la abundancia de frutas silvestres como el dichoso lulo y las moras, la fauna, sobre todo la de aves, es profusa; Toches, Mirlas, Pinches, Pericos y demás arman segunda voz a las cascadas y cañadas que vamos dejando atrás.

Algunos ranchos de madera y otros de material era todo lo de civilización que encontramos en el rumbo; un humito en uno decía que estaba habitado, pero al acercarnos las puertas estaban cerradas como desde hace tiempos… Ropa tendida en otra decía lo mismo, pero nadie se dejaba ver; ya casi sobre la cima en una casita de material y en mejor estado que las otras, unos niños jugaban y tan pronto nos vieron, se metieron adentro. Desde una ventana abierta, una joven aceptó nuestro saludo y al preguntarle por una tienda que alguna vez estuvo en el lugar, nos dijo que ella, su niña y su esposo venidos de Sonsón, apenas llevaban 6 meses viviendo ahí, y no había tienda, pero que con gusto nos prepararía “fresco” en un momento. Remisos lo aceptamos y ella remisa aceptó lo que le ofrecíamos con la disculpa de los Lobatobombombunes que no llevábamos para los niños. La joven mamá nos comentó que al llegar a la cima, había un desvío hacia la derecha, por el que llegaríamos más rápido a El Retiro. Agradecidos por las atenciones a unos desconocidos y reconfortados con el “fresco” continuamos la subida, pronto coronada y efectivamente, a la derecha estaba el camino indicado. Ya al confín del paisaje se divisaba el valle de San Nicolás y el embalse de “La Fe” rodeado de casaquintas y finquitas de recreo. ¡Lo que se perdieron Carlitos y el Lobato! Dijimos casi a coro contemplando el paisaje que se abría a nuestros ojos.

Avanzamos raudos hacia abajo por entre una cañada rumorosa a la izquierda y un barranco a la derecha, sobre el que se veía que el bosque estaba en proceso de tala. Caímos en cuenta que perdíamos parte del paisaje a medida que descendíamos, pero ganábamos tiempo. Pronto estábamos junto a un punto de recogida y carga de la madera recién cortada y una “Garrucha” para transporte de esta, se balanceaba sobre nuestras cabezas en un tramojo de cables apoyados en un enorme eucalipto que creció al lado del camino. Al frente ya teníamos la explanada llena de bonitas casas rodeadas de prados bien tenidos y el asfalto cubría el camino hasta ahora en cascajo y tierra.

Terminó la bajada. Ya el terreno plano y el camino asfaltado, nos acompañaron hasta el final de nuestra ruta. Durante un buen trecho caminamos entre bosques de pinos viejos y jardines bien cuidados hasta que llegamos a una portada; estábamos caminando por el interior de una parcelación de clase alta, resguardada del ruido y el ajetreo de las grandes ciudades por la naturaleza, aunque dominada al antojo del hombre.

Seguimos caminando hasta que salimos a la carretera principal, parte del circuito que llaman “La Vuelta a Oriente” y seguimos rumbo a El Retiro, o “El Guarzo” como se llamaba el paraje antes de ser municipio, tomado del nombre del río que refresca la meseta circundante. Pronto estábamos frente al Mall de “Carabanchel” y al estadero “San Carbón” al que las gentes maliciosas le dicen san ladrón por lo caro del lugar. Buscando almuerzo pero sin dar la ganga, seguimos adelante y llegamos al Mall de “La Fe”, en donde están las partidas para El Retiro y La Ceja y ahí encontramos el sitio justo para un buen almuerzo: Bueno, bonito y barato.

Nos refrescamos con algo de líquido mientras nos servían el menú del día: Sopita de verduras o fríjol y seco con varias alternativas de carne y ensalada. Nos decidimos por la sopita verde y seco con ensalada y cerdo uno, otro con res y otro con un gran chorizo. 8 horas y media de camino a muy buen paso y tranco largo merecen un premio y además del delicioso aunque magro almuerzo, llegar rápido a casa era la meta. Le5.05 p. m. preguntamos al mesero que juicioso nos atendió, que si era posible llamar a la flota de taxis de El Retiro y nos mandaran en el próximo vehículo tres puestos disponibles y él solícito nos hizo la vuelta pero a su modo; llamó a un amigo y en 5 minutos teníamos un taxi parqueado frente al restaurante esperándonos. Nos miramos y dijimos: El día de gastar se gasta y aprovechemos que aquellos otros dos que son más amarrados que encomienda para Murindó no están y vámonos en taxi. Eran las

Si les digo que llegué a mi casa a las 5.45 p.m. a lo mejor no me creen. Lo que nos gastó 8 y 30 horas lo devolvimos en 40 minutos.

José M.

Caminata Primavera (Caldas) - Fredonia

Fecha: sábado 18 de octubre de 2008

Asistentes:: Luis Fernando Zuluaga Z. (Zuluaguita) – Jorge Iván Londoño M. (El Lobato) – José María Ruiz P. (El Chema o El Poeta) y Juan Fernando Echeverri C. (Juanfer)

Ausente: Carlos Alberto Olaya B.

Nombre: Tierra de Hombres Libres, Café, Turismo, Aguas y Paisaje

Eran las 5. 30 a.m. cuando en medio de una mañana fresca y opaca, me encontré caminando calle San Juan arriba, rumbo a la estación San Javier del metro, con un cielo al frente, es decir al Suroccidente, repleto de nubes trenzadas en forma hermosamente caprichosa, que como unas niñas jugando golosa se turnaban sus colores de blanco, negro y gris, de forma tal que parecían disputando el cielo.

A mis espaldas, muy a lo lejos y por encimita (como la famosa columna) del cerro Pan de Azúcar, el cielo tenuemente gris y pintado por unos rayones, caprichosamente empiyamaban el firmamento, mientras se dejaban embellecer por unos arreboles naranja y rosados, interrumpidos por nubecillas blancas y esa neblina o contaminación, que se yo, que ya es casi es costumbre en Medellín. ¡Que espectáculo Dios mío!!! Y ni nos damos cuenta.

Bien ubicado en el metro, a 80 kilómetros por hora y sin verle la cara al “chofer”, aproveché la parada en la estación Estadio para otear al Lobato, quien efectivamente me estaba esperando como ya es costumbre; y que al mejor estilo de un diestro vaquero del lejano oeste, se aventó al vagón, empezando así la conversa y actualizada de los amigos caminantes. Luego de hacer transbordo en San Antonio seguimos rumbo al sur para encontramos en dos suspiros, con Zuluaguita y con Chema en la Estación Itagüí, donde tomamos la buseta integrada de Caldas que nos llevaría al otrora popular y conocido sector de Primavera, donde apeaos del vehículo precitado salimos carretera arriba a topar desayunito, el cual osamos atrevidamente buscar en el restaurante el Frijol Verde, donde pelan un gurre a punta de uña, ya que es caro a morir. Sì, caro a morir y con decirles que en otra ocasión cuando nos hicieron la operación por primera vez, fue tal la rabia de Carlos Alberto Olaya B., nuestro caminante y fotógrafo titular, ausente hoy por asuntos inaplazables de trabajo, que si hubiera tenido oportunidad de agarrar un tigre, con seguridad lo voltea por la cola.

Allí en el Frijol Verde fuimos atendidos amablemente por una de las empleadas, a quien pedimos cuatro desayunos, los cuales no voy a describir; eso si, de calidad y bien surtiditos, ya que nosotros no escatimamos a la hora de darnos gusto. Hecho el pedido, quedamos a la espera del mismo y ¡oh desconsuelo!, apenas estaban prendiendo fogón, por lo cual perdimos más de media hora esperando que nos sirvieran; como sería, que cuando salimos de allí, luego de pagar la “doliente” y para nunca más volver, según nos prometimos, los fríjoles, ya habían madurado en el aviso.

Animados como de costumbre, más pesaitos pero satisfechos y aun paso muy bueno, tomamos carretera arriba, haciéndole el quite a los carros y buses y saludando la gran cantidad de ciclistas que suben y bajan por aquel lugar, rumbo al Alto de Minas, inclusive entre ellos estaba nuestro legendario Martín Emilio “Cochise” Rodríguez , quien en compañía de otros ciclistas bajaban como unas balas.

Asi, en una perfecta fila india fuimos cubriendo nuestro inicio de caminata, tomando por la carretera vieja que lleva a Fredonia, vía vereda Monte Verde y buscando la famosa tolva, esa instalación, donde llega la producción de hulla del suroeste antioqueño, para ser seleccionada, tratada y luego distribuida a las empresas que requieren de este barato, pero contaminante mineral; deslizamos nuestros pasos sobre esa trocha, la cual es destapada y mostrando el pantano, todo gracias al invierno, por lo que fue escenario para que Chema diera inicio a su concierto espontáneo de fotos.

El sol se mostraba más receloso que bolsita en recesión para repartir sus rayos. No obstante todo daba a indicar que tendríamos un bonito día. Haciendo quite a los huecos, al pantano y a los charcos, a un ritmo como casi nunca lo hacemos, fuimos devorando distancias, ya que también somos tragones de kilómetros, además de todo terreno y todo clima; en medio de vegetación nativa, finquitas bien demarcadas por sus alambrados y programas de cercas vivas y algunas huertas y sembrados de tomate, los cuales se habían echado a perder por la acción del invierno y las granizadas.

Casitas sencillas, jardines, pinos, eucaliptos, sietecueros, yarumos, quiebrabarrigos, dragos y otras especies vegetales, enmarcaban nuestro andar, el cual a medida que íbamos alejándonos en nuestra ruta y con el Morro Gil vigilante en nuestro andar, también se acentuaba el canto de los pájaros que armonizaban con el murmullo de algunos arroyos cristalinos que se desprendían de la montaña y corrían por el borde de aquella trocha, la cual insistimos en llamarla “carretera vieja”.

Poco a poco el día fue abriendo, el azul del cielo empezó a vencer la capa de niebla y nubes grises que lo amordazaban y el sol derramó generosamente sus rayos sobre nosotros.- Así, con ese paso que no aflojábamos y en medio de un paisaje hermoso con un panorama bien bonito, pero nada cambiante y que lo torna soso, inició El Lobato su relato de la película hoy en cartelera “La Lista Negra”, la cual según lo relatado, es para censura de 21 años, como nos toco a nosotros.-

Naranjos y limones en cosecha , lechugas, repollo, algunos cultivos de café y por el olor la presencia de chiqueros; algunos vacunos en el camino y en las fincas; niños que felices salían de sus casas al encuentro de los bombones en manos del Lobato y la presencia de liberales, esos arbustos de color granate y lechosos, que hacen del paisaje una melodía, afinada por los sietecueros, los guayacanes , curazaos, margaritones de la India y los tulipanes africanos (mionas) totalmente floridos, que refrescaban nuestra vista, mientras el sol mantenía sus rayos a media parrilla y El Lobato terminaba su película, donde la protagonista, luego de mil peripecias y peligrosas aventuras, por fin se logra volar de la mano nazi y se asienta en su tierra Israel, donde se casa y vive feliz . Mínimo le tenemos que pagar cada uno cinco mil pesitos a nuestro caminante relator, que nos economizó meternos a un teatro.

Que cantidad de aguas las que encontramos en el camino y para acabar de ajustar, nos damos contra la vereda la Sinifaná, regada por la quebrada del mismo nombre, cuyas aguas limpias y cristalinas, pese a la gran cantidad de material de playa que de su cauce se extrae, es utilizada para surtir estanques dedicados al cultivo de la trucha, renglón económico que parece viene tomando fuerza en la región.

Allí en la citada vereda, nos encontramos con un campesino, quien acompañado de su perro, un criollo negro de bonita estampa, de nombre Congo y excelente cazador de conejos según nos dijo su amo, recorrió con nosotros alguna parte del camino, algo así como un kilómetro, ya que iba a la tienda a comprar cigarrillos, por lo cual aproveché para indicarle, que no teniendo los mismos, pues no fumara, ya que así se ahorraba unos pesos y evitaba dañar su salud. Al hombre como que le llamó la atención el consejo, pero falta ver si no se le olvidó, cuando salió de la tienda echando humo como un dragón.

Bonito el paisaje, que se repetía insistentemente, con un verdor en diferentes tonos, bajo un cielo que se volvía oscuro como amenazando lluvia, mientras nuestros pasos, por aquel camino, seguían a ese ritmo incansable, en medio de canteras, chorros de agua cristalina, arboledas, cafetales, pájaros, y más ambiente campesino de ese que llena el corazón de vida y le hace un alto a la nostalgia. Estábamos en la vereda Cardalito, regada por la quebrada de su nombre, donde el terreno se empina un poco, indicándonos que en unos veinte minutos estaríamos entrando a la vereda Piedra Verde.-

Háganle pues muchachos que la cosa es en serio y así, con ese paisaje repetido pero hermoso y con ese ascenso que nos impulsaba a seguir, volvió a salir el sol como con un calorcito a media parrilla, para darnos el último empujoncito hasta la Vereda piedra Verde, allá en la parte alta, donde existe el Colegio del mismo nombre y la tienda ídem, a la cual llegamos saludando dado que antes habíamos estado en la misma, refrescando radiador, discos y cigüeñal.

Consumidas nuestras bebidas y con nuevos bríos, iniciamos nuestro camino carretera abajo, no buscando el atajo que habíamos hecho en la última caminata a “Fredonia” en la que nos envolatamos y fuimos a dar a Palomos o como en otra todavía más anterior, en la que equivocamos fue el camino desde la misma Primavera y nos tuvimos que contentar con llegar a Amagá; pero como dicen los políticos perdedores “la tercera es la vencida” y en esta si íbamos como Dios y la dromomanía mandan.

Ya todo era suave y en bajada, no obstante la trocha igual de empantanada. Algunos carros de escalera o líneas interrumpían nuestros pasos, los apuntes del Zuluaga hacían juego a la brisa fría que soplaba y la cámara de Chema, hacía de las suyas, mientras que cayado, El Lobato se iba quedando un poco atrás mientras su paso mostraba como cierto cojeo al avanzar. El cielo encapotado, las aguas a montones que brotaban de barrancos y montañas y allá en el horizonte, Cerro Bravo y Cerro Tusa, como dos gigantes humillados, parecían inclinar sus “testas” ante el paso de los caminantes.-

Poderosamente nos llamó la atención, que aunque éste municipio (Fredonia) sigue siendo zona cafetera por excelencia, sus cafetales han mermado considerablemente. Mucho soqueo y renovación, así como sustitución por pastos para levante de vacunos y bestias finas, observándose los cultivos de maralfalfa verde y morada, la cual crece en estas tierras sin compasión, como crece el frijolato, con sus flores blancas, al borde del camino; como poderosamente nos llamó también la atención, el aseo en nuestro recorrido y la pureza de las aguas encontradas; al contrario de otros sitios, donde la gente no tiene conciencia de cultura ni de ecología.

Poco a poco fuimos avanzando y sabíamos que Fredonia ya estaba no muy lejos. Ingresamos a la vereda Uvital, una concentración de imagen campesina que se quedó aferrada al tiempo, donde nació y habitó ese monstruo de la escultura monumental, el Maestro Rodrigo Arenas Betancur, el del Bolívar desnudo de Pereira, el Prometeo de México, el monumento a la vida en Suramericana (Medellín), homenaje al creador de la energía (U de A), los lanceros en el Pantano de Vargas, monumento a la raza (la Alpujarra Medellín), Bolívar cóndor en Manizales e infinidad de obras, regadas por toda la geografía Colombiana y de algunos países de América.

Averiguando con unos campesinos, nos mostraron el lugar donde está la finca del maestro Arenas: Uvital, la cual salimos presurosos a conocer, dando un pequeño rodeo, pero cual sería nuestro desencanto, nuestra desilusión y nuestra rabia, al ver que la vieja casa de tapias donde nació, posiblemente el mayor exponente de nuestra plástica, así no se reconozca, estaba destruida por la acción del abandono, las humedades, las goteras y la desidia de los herederos. Nos comentó un parroquiano, que la propiedad había sido adquirida por el Municipio de Fredonia, para hacer un museo y una capilla. Maldita sea, cuando ya el daño está hecho.

Tomadas las fotos de rigor, para hacer la denuncia del caso con la prensa, volvimos sobre la trocha principal para continuar nuestra marcha, a la cual le bajamos el ritmo, ya que El Lobato nos comentó: Muchachos, tengo una llanta bajita. Y es que efectivamente, desde hacía bastante rato venía con una rodilla adolorida, lo cual amerita la atención del grupo y la solidaridad del caso.

El sol se nos perdió y se dejaron venir las primeras gotas de lluvia, la cual por fortuna resultó pasajera. No obstante, el Chema ya estaba cubierto con su capa, pero no supimos a qué horas lo hizo, lo cual tuvo que reversar, dado que fue una falsa alarma de lluvia, posiblemente cortada por El Lobato, quien levantaba sus brazos cual Moisés en su lucha contra los Amalecitas.

¡Como nos hacían de falta las gracias, chistes, salidas y filosofadas del Olayita!!!

Lentamente, lentamente, lentamente, un negocito nos llegó…ese que Zuluaguita quiso aprovechar para tomarse una heladita y volver a repetir todos enfriamiento de chasises, lo cual no fue posible, ya que la señora que nos atendió, una mujer joven y bonita, resultó ser antipática como nadie y más seria que “un marrano haciendo pipi”, situación que no cala en el espíritu de los Todo terreno, que somos como cajas musicales; es decir, quedamos recalentados.

El Cerro Tusa se había perdido cubierto por el Cerro Bravo, al cual a su vez, la niebla le había vestido enaguas y cachirula de encaje, el paisaje se abría ante nosotros como servido en un pequeño valle medio inclinado y ahí sobre esa inclinación: Fredonia. Sí, la cabecera del municipio por fin veíamos nuestro destino al fondo, lejos muy lejos y parecería como si con la torre sobresaliente de su iglesia, nos hacía señas para que no perdiéramos el camino.

Siempre nos pasa que al divisar nuestros destinos, lo cual se aprovecha para los comentarios del caso, fotos de rigor y observaciones sobre el paisaje, como que una fuerza interior nos incrementa las fuerzas y nos echa el cansancio (si es que lo sentimos), en lo más profundo de nuestros morrales; pero ésta vez no fue así. El Lobato venía realmente mal y ante esa situación, el Chema que además de regañón es como un padre, propuso que cogiéramos un carro.

Poco habíamos avanzado desde esa propuesta y llegando al Colegio José María Obando, apareció como por instrucción de la Milagrosa, un campero Toyota muy bien tenido. Efectivamente era “un chivero” que venía vacío y a quien le hicimos señas, ante las cuales el “fercho” paró en seco. Nos trepamos al vehículo y conversando con el conductor, quien resultó amable y simpático, al contrario de la señora “aquella”, pudimos comprobar que todavía nos faltaba algo más de una hora de camino y que conste que habíamos caminado más de seis o casi siete.

En dos bolazos estábamos en el rico municipio de Fredonia, ese que fue fundado en 1790, con el nombre de Guarcitos y La Mesa de Juanfer, ehhh!!! Del Obispo erigido como municipio en 1830 y que se asentó en terrenos de la ciudad de Arma, pertenecientes a la concesión de Don Carlos Paniagua y sus cuñados Gregorio e Ignacio Uribe Mejía. Hoy tiene 22.500 habitantes, que se reparten los unos encima de las otras, en 247 Km2, a una altura de 1.800 m.s.n.m. con una temperatura de 20° C y distante de Medellín 58 kilómetros, por una especie de carretera que se borra ante lo falso del terreno y el descuido oficial y que conste que hablamos de tierra cafetera y de TLC.

Fredonia no sólo produce café. Tiene ganadería, frutas, carbón y es una cantera arqueológica de importancia, dada la cantidad de guacas y tumbas de nuestros aborígenes Sinifanaes, que hay en la región, de las cuales muchas de las reliquias descubiertas se encuentran en la casa de la cultura, pero la inmensa mayoría, han sido sacadas ilegalmente por los inescrupulosos guaqueros, que ignoran el daño o que le hacen a nuestro patrimonio histórico.

Fredonia celebra las fiestas del café entre Diciembre 25 al 28 de cada año; pero al paso que va, van a tener que traer unos bulticos del delicioso y apetecido grano, desde Betulia o Concordia, ya que la ganadería y las fincas de recreo y turismo, además del precio de la tierra, amenazan con acabar con el cultivo de ese grano rojo que tanto ha hecho por la economía nacional, así nos quite el sueño.

Ya en el pueblo, apeados del vehículo, dimos una mirada a su faldudo parque, a sus balcones y a sus callejas. Se tomaron fotos y como cosa rara dentro del ingenio paisa, conocimos una motocicleta enrazada en novillo. El toromoto, mezcla de moto y toro cebú, lo cual se logra con inseminación artificial y un buen mecánico que haga las adaptaciones del caso.


F
uimos a la hermosa iglesia de Santa Ana, dimos gracias al Señor, nos antojamos de mecato ante una panadería olorosa y bien surtida ahí al lado de templo, pero aplazamos la visita para luego del almuerzo, pasamos revista al monumento a Bolívar, al de la chapolera y a las cinco esculturas ubicadas en el atrio, hechas por el Maestro Arenas Betancur al inicio de su carera como artista, en las cuales pudimos comprobar, que estaban recién pintadas a brocha, con pintura de aceite y en un terracota bronsaceo imitando un patinado. ¡No hay derecho a tanto horror ni a tanta desidia!!!

Al interior del templo y en la cripta, se encuentra la escultura de Arenas Betancur “Las manos de mi madre”, una obra en bronce sencillamente maravillosa, donde parece que la abuela lejana, deja pasar por entre sus mustios dedos, las cuentas de su rosario, mientras pide a Dios por sus hijos. Por fortuna o mejor de milagro, no le ha dado a ningún sabio, por pintar tan maravillosa escultura.


Fuimos al Restaurante Otra Parte, recomendado por nosotros y donde nos conocen. muy bien atendidos por Marcelita, pedimos cuatro almuerzos de calidad, bien surtiditos y abundantes, los cuales me abstengo de describir para no despertar hambres ajenas, máxime que como dice Zuluaga “no salimos a sufrir” y si somos excelentes devorando kilómetros, tragando buenas viandas, no lo hacemos mal.

Como unos chinches de repletos, salimos de Otra Parte, casi que a rastras, para dirigirnos a la panadería aquella de la parva deliciosa, donde a manera de refuercito y cuidándonos de la “gula”, nos contentamos con pasteles, rollo de brevas y gaseosa o yogurt, dependiendo del gusto.

Salimos a comprar tiquetes a la terminal de transporte, un poco retirada del parque, ayudando al Lobato en su caminar difícil por su lesión. Aprovechamos para observar algunos aspectos del pueblo, sus casas, sus construcciones y sus calles, así como su comercio y la alegría de sus gentes, al igual que el simpático cuadro de ver los gallinazos montados encima de las mesas donde se vende la carne, sacando con sus agudos picos, los resticos que quedan de la misma. ¿Y las autoridades de aseo e higiene qué? ¿Cuáles?

Al llegar a la terminal, nos tocó bajar con El Lobato casi que cargado, ya que no pudimos conseguir una turega o una barbacoa para transportarlo; por medio de ese basurero que conduce a la susodicha terminal. Otro puntico negro para la administración del pueblo. Comprados los tiquetes, esperamos que llegara a recogernos la buseta, lo cual aprovechamos para dar una mirada al Cerro Combia, ese que una vez se dejó venir rodando por una de sus faldas, para cobrar por ventanilla, el daño que se le ha infringido a su ecosistema.

A un paso sostenidamente lento, por el pésimo estado de la trocha que llamamos carretera y que posiblemente nunca ha sido recorrida por el Ministro Uriel, fuimos dando marcha hacia nuestra Medellín del alma, en medio de la lluvia la cual se dejó venir por los lados de CamiloCé. Por fortuna, todo salió a las mil maravillas, exceptuando la lesión del Lobato, que esperamos no lo separe de la próxima salida y como siempre sucede, llegados a la Bella Villa, nos repartimos a nuestras residencias para gozar de los recueros de esta nueva experiencia, que nos reportó un: “A la tercera es la vencida”.

JUAN FERNANDO ECHEVERRI CALLE (Juanfer)

Los Caminantes Todo Terreno

Caminata Colegio Latino hasta Santa Elena y circuito por la vereda La Palma

A manera de prólogo.

A veces, los sueños se cumplen… En mis años de trasegar por el valle del Aburrá, siempre me llamó la atención ese filo que forma la montaña que tiene a un lado el cañón de la quebrada Santa Elena y al otro las faldas de El Poblado, con su bosque de torres de apartamentos y la continuación hacia el sur del valle, comenzando en el centro comercial San Diego, continuando hacia arriba con el Seminario Mayor sobre su lomo además de torres de comunicaciones, algunas parcelaciones fastuosas, poco ya de bosque nativo, y rematando su empinada extensión en la meseta del alto de Santa Elena. Siempre viéndolo desde lejos y soñando con que algún día subiría por el camino que se distingue a lo lejos. Y pasaban y pasaban los años.

I
Es sábado 11 de octubre de 2008, y como de costumbre los Todo Terreno, ahora también todo clima, quedamos de encontrarnos a la 7 a.m. en la estación de servicio “Juan B” en el centro comercial San Diego Junto a la glorieta del mismo nombre en donde termina la Avenida Oriental o Jorge Eliecer Gaitán, en el cruce con la Avenida 33, por nomenclatura la calle 37 y de ahí para arriba, la llamada variante a Las Palmas que está estrenando en algunos tramos doble calzada y en otras apenas está en construcción.
Teníamos programada la salida hacia el alto de “La Paloma”, la altura máxima que presenta la cordillera mientras bordea el valle del Aburrá y de ahí, por caminos verdales continuar hasta el corregimiento de Santa Elena, almorzar sancocho de gallina y regresar a la ciudad temprano para ver el partido Colombia vs Paraguay que se pronosticaba como el resurgimiento de nuestra selección bajo la batuta del profesor Lara.

Todos muy puntuales en el encuentro, decidimos llegarnos en buseta de El Poblado hasta el barrio Loreto que hace ruta traviesa casi hasta la variante de Las Palmas y de ahí por dicha carretera hasta el Colegio Latino para ya entrar al camino veredal que nos llevaría al alto.

Abordamos una buseta de la ruta, atestada a esa hora de obreros de la construcción que bien sentaditos esperaban llegar a su destino; nosotros como micos agarrados de los tubos apenas lográbamos sostenernos por la rapidez y las volteretas que daba como loco el conductor por entre la maraña de calles, callecitas, callejones, desvíos, subidas, bajadas y hasta que por fin llegamos a nuestro destino. Lo raro era que aunque el inefable radio del carrito estaba prendido, el volumen era discreto, casi inaudible para los pasajeros. Pensamos que ojalá siempre fuera así…Bueno; recuperado el aliento y sin tembleque ya en las piernas, tomamos rumbo a las Palmas , mientras abajo en la ciudad, el esquivo sol de estos días y la bruma contaminante, smog que llaman, se peleaban palmo a palmo cada rincón que les había dejado hace rato la noche.

Ya sobre la vía las Palmas en uno de sus miradores tomamos las primeras impresiones del paisaje: Sobre la vega del río, al frente de nosotros, resaltan imponentes, majestuosos los mellizos de Bancolombia en el espacio que ocupaba la cementera “Argos”. Más allá el aeropuerto Olaya Herrera y otro bosque de torres Belén arriba y la loma de los Bernal al fondo, bajo la tutela del cerro de las Tres Cruces, cubierto por las nubes.

II
Seguimos el camino y
de pronto estábamos en medio de las obras de otro tramo de la doble calzada a las “Palmas”, con lo que se mejorará la circulación por el lugar; lo malo es que el “General Invierno” insiste en entorpecer las obras. Ya a la altura del Colegio Latino abandonamos la variante y nos metimos por una calle arriba que según los veteranos T.TS., antes era camino de herradura. Había un enorme avispero de las que llaman “Quitacalzón” en un Yarumo y recordé mi infancia… Más arriba, una desviación hacia la izquierda y en cascajo puso la nota de duda de por cuál sería el camino.

Primó la cordura y regresamos sobre nuestros pasos hacia la ruta de siempre. Sobre la derecha en un establo había dos bonitos ejemplares vacunos de raza Polled Hereford, el torete muy parecido a José M. por cierto. Abandonamos la carreterita pavimentada y nos metimos por un camino de cascajo; llegamos a un terraplén que supusimos era para una nueva construcción y seguimos de largo hacia la izquierda. Había otro camino por la derecha, pero consideramos que íbamos por donde era. Por entre un bosquecito de eucaliptos y pinos y un camino de hojarasca, llegamos a la cumbre del filo desde donde se divisa casi todo el cañón de la quebrada Santa Elena con sus barriecitos colgados de las laderas, muy conocidas por sus derrumbes y tragedias.

III
Ahora teníamos mientras subíamos, a la izquierda el cañón de la Santa Elena y a la derecha todo el sur del valle del
Aburrá con sus bosques de torres y a nuestras espaldas la vega del río en un marco de montañas y tapizado de Smog y nubes bajas. Aún así la vista es sobrecogedoramente hermosa y a medida que ascendíamos, más imponente el paisaje. Ya estábamos a campo abierto y seguíamos buscando, a insistencia de Juanfer, un camino a la derecha que nos llevara al alto de “La Paloma”, porque ya veíamos que por este llegaríamos arriba, pero por otro lado.

Ante la maravilla del paisaje, nos fuimos olvidando de la otra ruta y siempre convencidos de que valdría la pena el esfuerzo de seguir por este camino. Un poco más arriba nos encontramos a 5 muchachos de entre 18 y 22 años que según nos dijeron, después del amable saludo, estaban acampando ahí desde el día jueves bajo unos grandes pinos, entre cuyas raíces tenían un fogata prendida. El aspecto de los jóvenes infundía algo de recelo y mejor seguimos camino arriba ligerito, luego de que Juanfer les regalara gustoso parte de nuestra ración de agua.

La cuesta se empinaba otros buenos grados en nuestra contra en esta parte y el camino a la derecha no aparecía. Aquí nos dimos cuenta de la importancia de nuestros bastones y Lobato empezó a querer más y más a Pompilio como llama a su cayado, por el apoyo que representa en estas contingencias, cuando el camino empieza a mostrar rocas filudas y zanjas profundas aquí y allá, aptas únicamente para cabras montesas, de las que pululan en los Alpes Suizos o en las Rocallosas en E.E.U.U.

El empinado y pedregoso camino sirve también de cauce para los torrentes que forman las aguas lluvias bajando de la cumbre, lo que lo hace resbaloso como jabón y cada paso hay que darlo firme y seguro, clavando el tacón del zapato, luego de haber tanteado el lugar con el bastón y de apoyado éste después en otro lugar, dar el paso seguro. La vegetación a los lados del camino también a veces sirve de agarre y así, casi reptando aferrados al camino llegamos a un descansito que aprovechamos para el milagro de las mandarinas, otear el horizonte y compartir impresiones sobre la marcha. Y sobre los “Parceros” que dejamos atrás. Juanfer insistía en la ruta a la derecha que no encontrábamos.

Seguimos monte arriba y a medida que ascendíamos, el camino se ponía peor de escarpado y resbaloso. El bastón y soporte para la cámara fotográfica de Olaya, bautizado por nuestro contertulio Begow como Unípode, ahora servía de tráiler para remolcar a Lobato que decidió que era más fácil seguir hacia arriba, que devolverse en semejantes circunstancias tan escabrosas. Ahora nos encontrábamos ante una caprichosa obra de la naturaleza que como escalera de piedra nos invitaba a escalarla. Desde arriba y con los brazos abiertos, Juanfer a vos en cuello gritaba que esa escalera de rocas era como “Los Estoraques” famosos de Santander, formaciones caprichosas de la naturaleza que ahora son parque nacional. La foto era obligatoria en este caso, y aunque Olaya no alcanzó a subir del todo, quedó muy buena y será un gran recuerdo. Desde este punto también vimos que los “Parceros” ya no estaban bajo los pinos en donde los encontramos.

IV
Ya falta poco… No se veía pero se adivinaba porque a esta altura encontramos el recuerdo coprológico de un gallinazo, aves que anidan en sitos inaccesibles, según dijeron los conocedores del asunto. Y sí, efectivamente después de semejante trepada, por fin el ángulo del terreno cambió radicalmente y penetramos en la espesura de un bosque de chusco enmarañado y algún chistoso hizo relación del nombre de la planta con el apodo del futbolista Sierra al que llamaban “El Chusco Sierra”, que supuestamente no servía sino para estorbar como este otro.

Recordamos a Morro Gil por lo enmarañado pero sin pérdida posible porque el camino se abrió bastante y luego de un corto trecho, encontramos el camino que venía del “Alto de la Paloma” cruzándose aquí con el nuestro que continuaba por unas escaleras de madera hacia alguna de las veredas de Santa Elena. Ya estábamos en sitio reconocido por los T.Ts. y mientras Lobato agradecía a su tocaya la Milagrosa por habernos llevado con bien hasta aquí, nos montamos al sendero que se cruzaba en nuestro camino y raudos seguimos rumbo Santa Elena en busca del sancocho merecido. El sueño de escalar el filo de la montaña estaba cumplido.

El paisaje cambia totalmente; ya sólo alrededor monte y más monte protegido y entresacado de especies no nativas, y entre éste, vereditas semiocultas que llevan a quién sabe dónde, muchas matas de jardín silvestres adornan el camino que se llena de aire frío y aromas recordados, nada parecidos a los del diario transcurrir. Avistamos a lo lejos un caminante precedido por dos perros; uno amistosísimo y el otro tan tímido como amistoso el otro; con él conversamos algo de lo que sacamos que era propietario de tierras por esos lados que sentía invadidas por caminantes extraviados, lo que lo molestaba.

Seguimos en nuestra ruta y mientras caminamos discutimos lo divino y lo humano, arreglamos el caminado de la selección Colombia y la clasificamos, aprovechamos la caída de las bolsas para especular con las acciones que no tenemos y reelegimos a Uribe por enésima vez mientras acabamos con guerrilla y ponemos al Chávez y su secuaz bordaditos Correa a buen recaudo. Al evo de Bolivia lo dejamos que se lo coman sus indios de la Sierra. Un paisaje Alpino enmarcaba a unas ovejas que pacían tranquilamente con sus chaquetones de lana y un vagón de los antiguos Ferrocarriles Nacionales, reposaba su maderamen añoso junto a la cerca de una finquita de recreo. Estábamos negociándole el TLC a Obama y Uribe, cuando llegamos al asfalto de la red de rutas veredales de Santa Elena.

V
Por estos lados nos dimos cuenta que el acostumbrado desayuno comunitario esta vez se había extraviado y no encontrábamos sitio para corregir el entuerto, por lo que tocó seguir caminando carretera abajo.
Sentados unos muy juiciosos mientras otro les daba algún tipo de indicación, nos encontramos un grupo de Scouts de los varios que veríamos por estos lados, dado que su base o campamento principal se encuentra en la zona y se llama Campo Escuela “El Temprano” a donde llegan los fines de semana y en vacaciones a disfrutar del aire puro y a perfeccionar su entrenamiento para la vida. “El Escultismo es un estilo de vida” Dijo Sir Robert Baden Powell, Lord Inglés y fundador del movimiento.

Como no falta el lunar, ya casi llegando a nuestra meta, un recipiente dispuesto para las basuras por la comunidad, estaba en el más absoluto desorden con bolsas rotas diseminadas por el piso de manera grotesca, situación a la que de inmediato trataron de poner remedio los T.Ts. recogiendo de la mejor manera posible y colocando en su sitio los desperdicios. Cumplida de la mejor manera la buena acción, tomamos un desvío a la derecha que afortunadamente una vecina nos hizo rectificar y en su compañía llegamos a la carretera en cercanías del parque de Santa Elena. Sobre nuestra izquierda encontramos a bordo de la vía un restaurante que mostraba en sus vitrinas unos enormes chicharrones departiendo animadamente con unos chorizos rechonchos, mientras las arepas se entretenían en hacernos caritas de comeme pues.

-¡Desayuno a la vista! - Pensamos en coro. Nos acomodamos en una de las mesotas y con un plato repleto de empanadas llegó una de las jóvenes dependientes a tomarnos el pedido. Maravillados por el detalle y mientras las devorábamos, encargamos desayuno frugal: Un chorizo con arepa y chocolate cada cual. Ya era casi la hora del almuerzo, pero pensamos en hacer un recorrido por la zona antes de almorzar. En menos de lo que se amarra el cordón de un “mocasín”, estaba el pedido sobre la mesa con un cuarto de quesito montañero en cada arepa. Nadie lo recatió, y más bien pensamos en coro otra vez – ¡Si así es el desayuno, como será el almuerzo! - Lobato le puso voz al pensamiento y preguntó con timidez:

- ¿Qué es el almuerzo hoy?

Sancocho de Pollo o bandeja; claro que también tenemos carnes al gusto del cliente – Le respondió una señora pequeñita que parecía ser la patrona de la cocina. Dos enormes ollas humeantes y varias parrillas disponibles confirmaban lo que aseguraba la señora. Y claro; a mirar los contenidos fueron los futuros comensales. Quedamos casos para más tarde.

VI
Ya sobre el medio día estábamos en el parque del corregimiento Santa Elena, admirando las esculturas de la familia de silleteros en bronce, del pájaro en madera, de las palomas en piedra talco y la hermosa capilla con ese interior que invita al recogimiento. La casa de gobierno es también un monumento digno de admirar y conservar en la retina. El parque estaba inundado de Scouts de las diferentes ramas y de parroquianos tomando el sol de medio día. A un lado de la capilla un muchacho armaba ramos de diferentes plantas y Lobato aprovechó para preguntarle por una ruta que nos trajera de regreso más tarde al lugar y nos sugirió subir a las torres de comunicaciones que se divisaban desde ahí, para bajar a la vereda La Palma y nos dijo por donde arrancar. Siguiendo sus instrucciones pasamos por el cementerio, luego por el centro educativo y de ahí nos internamos en un bosque de pinos que nos mostró un camino trillado por los caminantes habituales de esos lados.

Nos internamos monte arriba y la maraña de chusco nos hizo retrasar mientras nos lográbamos librar de él por lo tupido, el camino desaparecía por partes y Lobato precavido vale por varios caminantes: Con tiras de plástico de color rojo fue marcando a intervalos el camino por si nos teníamos que devolver. Más o menos a la 1 p.m. estábamos en la cima junto a las torres de comunicaciones, en donde encontramos a una parejita en un campero “disfrutando” del paisaje circundante. Entablamos conversación con ellos; él era gringo; ella, una morenita con rasgos indígenas, bonitica y simpática, quien muy amablemente nos ofreció llevarnos hasta la vía princial, por lo que le respondimos que nuestros interés era caminar.

Ya de nuevo sobre asfalto monte abajo llegamos a una tienda de abarrotes de esas que se llaman de entrecaminos, muy surtida en mercancías y clientela, especialmente femenina. Llamó poderosamente nuestra atención una chica a la que Lobato de dijo: Tienes unos ojos extravagantemente hermosos. Era cierto: 20, 22 años, pelo negro cogido en cola de caballo, rostro alargado sutilmente, perfil afilado, una boca grande, expresiva y unos ojazos negros enmarcados entre unas largas pestañas y unas cejas formando un arco inverosímil desde cada lado
de su frente hacia afuera y arriba. Una Odalisca, una Uri, una gitana…


VII
Refrescados de garganta y vista con cervecita y lindas clientas del lugar, continuamos y a las 2 de la tarde estábamos arribando al restaurante “Los Pinos”, en donde nos recibieron como a príncipes y de inmediato se puso a nuestras órdenes una joven llamada Sandra que tomó los pedidos de los hambreados caminantes.



Cervecitas y claro de Mazamorra primero por favor;

ah, y cinco sancochos. 4 no más – dijo Olaya.

¿Y esos? dijimos en coro, ¡Uf! estoy muy lleno, que traigan cuatro sancochos.

El mió poquito, dice José M

¿Y eso? – Dijimos en coro –

¡Uf, estoy muy lleno, no traiga sino 4 sancochos.

El mío poquito - Dijo José M.-

Entonces medio sancocho – Dijo Sandra -

¿Medio? Entonces a mi tráigame un cuarto – Dijo Juanfer –

¡A mi sí entero y porción de arroz! – Dijo Lobato.

En esas llegó el primer plato. Es decir, un plato hondo de gran tamaño sobre otro plano conteniendo una humeante y rebosada porción de sancocho de pollo que Zuluaga inmediatamente decomisó para sí, pasándole revista olfativa acuciosamente y dándole el V.B. reglamentario.



¿Eso es medio? – Dijo Lobato – ¡No, no, entonces tráigame medio no más!

¡Y a mí un cuarto! – Repitió Juanfer

¿Entonces un consomé con presita?- Dijo Sandra maliciosa.

Llegó el resto del pedido junto a un viaje de arepas calienticas, ensalada verde, ají picantico, cubiertos y manos a la obra.

Misión casi imposible; estaba tan caliente que más de una lengua terminó lesionada, pero ya más tibio, empezó a desaparecer de los platos. Como por arte de magia, doña Edilma la jefa de la cocina; una señora bajita, delgada, ya entrada en años, pulcramente vestida y con una simpatía que desarma al más huraño, se arrima a cada plato con un cucharón sopero repleto de más sancocho y con frases como: ” Venga mijito le echo otro poquito que Usted está como muy flaquito”.




Vuelve y llena el plato de Juanfer; luego le aplica la misma dosis a Zuluaga, diciéndole: “Vea mijo, tenga otro poquito que usté se ve como muy pálido”; a José M. le dijo: “Mírele la cara de hambriado, pobrecito; tenga le lleno el plato otra vez”. A Lobato le dijo:” Usté es mi preferido, tenga pues otro poquito”. Olaya chupaba saliva y cerveza mientras tanto… Al rato, vuelve y empieza la fiesta con doña Edilma. Ya nadie quiso servirse más pese a la insistencia de la amable señora y a la simpatía de Sandra que gozaba parejo las ocurrencias de doña Edilma y las disculpas de nosotros.

Más llenos que el bobo de la casa y agradeciendo las magníficas atenciones del lugar, esperamos la factura; es grato encontrar sitios para disfrutar de una buena comida, en este caso almuerzo, sentirse importante, solícitamente atendido con mucha amabilidad y simpatía sin tener que pagar los gastos del mes del lugar por el servicio. Cuatro sancochotes de pollo, tres cervezas y dos claros de Mazamorra más el valor agregado de la buena atención, la amabilidad, el orden, el aseo, etc. etc. por $34.000 pesos, es un regalo aquí y en cualquier parte. Quedamos comprometidos con el lugar y sus atenciones para volver y mandar gente.

Epílogo

Salimos raudos después de pagar, no fuera y que de pronto doña Edilma nos obligara a quedarnos a la comida y nos tocara samparnos la ollada de fríjoles que gorgoriaban en el fogón de leña del lugar. Fuimos caminando hasta encontrarnos con la buseta que salía para Medellín, la cual abordamos y rapidito estábamos a la vista ya bajando hacia el valle del Aburrá del imponente filo por el cual habíamos subido en la mañana. Ni nosotros mismos nos lo creíamos; la inclinación en parte del filo supera los 45 grados a la vista y por ahí subimos. A cada curva que hacíamos en la buseta bajando y mientras estuvo el filo a la vista, la satisfacción por la hazaña y el sueño cumplido de uno de nosotros nos alegraba el espíritu y con el ánimo dispuesto y gozoso, nos fuimos a ver jugar a la otrora gloriosa selección Colombia cada uno por su ruta después de llegar al centro de la ciudad…

José M.