Caminata a Morro Gil
Fecha: sábado
Caminantes: Marcela Ruiz Pineda,
Duración: 6 horas y piquito
Nombre: Naturaleza Desnuda
Preámbulo:
Aquel
Entonces, si se repite la zarandeada de una montaña rusa, ¿porqué no una subida a morro Gil?
El Encuentro
Nuevamente
Hacia Primavera
La estreches de las bancas de la buseta de turno nos obligó a sentarnos separados y entablar la conversa como si estuviéramos “explayados” en la enorme cocina de esas fincas de antaño. Pero como no hay dicha completa, a punto de arrancar se subió un señor muy generoso en kilos y se sentó al lado de Josema, estampillándolo contra la ventanilla y poniéndolo en estricta posición ¡fir!
El viaje lo hicimos a un promedio de
En Territorio del Lobato.
Apeados de esos cien por hora pintados de rojo y blanco, y luego del saludo con abrazo incluido a Marcela, cogimos rumbo al sur por la vía que lleva al alto de Minas, siempre en medio de tractomulas y camiones de todas las tallas y colores. A los pocos metros encontramos el trozo de bambú que en manos del filo del machete de Josema se convertiría en elegante cayado para nuestra ocasional caminante.
A nuestra izquierda nos acompaña el coqueto morro Gil, distante a tiro de misil palestino, con su hermosa redondez y enmarcado por una mañana iluminada tímidamente por el astro rey que trataba de abrirse paso entre tanta congestión de nubes.
Un kilómetro más y llegamos al lugar donde descansan los camioneros, el cual consta de estación de servicio, oficinas de algunas trasportadoras y restaurante, por lo que no podía faltar la pose del Lobato al lado de “blanquita” una reluciente tractomula que era tanqueada en ese momento.
Sentados en los tablones del restaurante, procedimos a hacer los pedidos para el desayuno, tocándole el primer turno para pedir a Marcela, quien sin pensarlo dos veces optó por chicharrón, arepa y chocolate”, al oír el pedido le dije a Carlos “hermanito, nos salvamos, podemos pedir lo que sea, que la dieta la comenzamos el primero de febrero”. Así que por el largo tablón fueron desfilando huevos en todas las presentaciones cuñados con porciones de arroz y frisóles, y la infaltable tazada de chocolate abrazada con su fiel arepa.
Mientras desayunábamos nos entreteníamos viendo a varios camioneros tratando de parar una res que se había echado en el camión ganadero, y al “muchacho del trapo rojo” infaltable en estos sitios, que además carga una especie de bolillo corto para ir tocando llanta por llanta, dándole al ambiente un concierto de marimba reencauchada, para detectar por el “tono” a cual le falta aire; por eso, a diferencia de la ciudad, el estribillo que por aquí se escucha cuando llega cada tractomula es “bien cuidaito y bien calibraditas mi don”
Por
A la media cuadra del restaurante nos desviamos por una carreterita angosta que nos lleva a la vereda
No ha de faltar, eso si, el camión, bus o volqueta que pasa contaminando el ambiente con el veneno que distribuye Ecopetrol camuflado bajo el nombre de ACPM, situación que vivimos en todas las caminatas y de la cual, en su mayoría, queda el registro fotográfico.
El ascenso
Dejamos atrás esos hermosos parajes de
Más arriba llegamos al esperado calvario que recuerda el sitio en donde el
Como paradoja, más adelante nos encontramos el sitio exacto donde quedaba la casa donde vivió Josema entre los 2 y los 10 años de edad, con sus padres y hermanos. Solo queda en pié el terreno y el enorme pino donde don Tarcisio Antonio de
A medida que avanzamos el ascenso se vuelve mas exigente, y el camino, aunque amplio, se va enmalezando. Una portada de alambre de púas nos indica que entramos a predios de propiedad de Cipreses de Colombia, por lo que no se hacen esperar los extensos pinares sembrados con
La vegetación que por tramos es generosa en líquenes, musgos y flores exóticas, por momentos también nos hace sentir en la manigua, por lo que no se hace esperar el ruido del machete de Josema, quien va adelante del grupo cortando ramas a diestra y siniestra, con una propiedad que no le conocíamos. En algunos sitios se pierde el camino y pareciera que “hasta aquí llegamos”, pero por fortuna el recorrido es conocido aún en bifurcaciones complejas que permiten que la Milagrosa se luzca, porque cuando no manda el campesino que nos indica, talla la flecha sobre el árbol para mostrar el camino correcto, tal como lo pudimos apreciar, y que les sirvió de guía en la primera subida.
Algunos enormes y pesados árboles se vienen a tierra, lo que ha obligado a otros caminantes a abrirse paso por debajo formando verdaderos túneles del tiempo, oscuros y húmedos, que requieren agacharse y casi arrastrarse como si se tratara de los hombres de acero, o en otros casos a brincar por encima de los troncos abriendo las piernas como compás de arquitecto y arriesgando la virginidad que se vuelve a ganar con la entrada en años. Con razón en la primera subida hubo momentos en que algunos querían devolverse, porque la verdad hay sitios en donde uno se siente en la “sin salida”.
Ciertos tramos, debido a la espesa vegetación, ofrecen una oscuridad como si fueran las 6 de la tarde, a la que se suma la neblina que aparece y desaparece como jugando escondidijos entre los árboles. Las vestimentas impecables al comienzo son ahora pantalones y camisetas propias de espantapájaros por el roce con la vegetación y el suelo y por las pasadas casi a rastras por los túneles. Cuando paramos para alguna foto o a tomar agua advertimos el vapor que expelen nuestros cuerpos, lo mismo que nuestras bocas al hablar.
La hermosa vista que nos ofrece uno de los tantos pinares y un tapete de musgo fue el escenario propicio para un reconfortante descanso, para hidratarnos con agua que en esas alturas es bendita, y recobrar calorías con panelitas y bocadillos que tuvieron la aprobación nutricional de Marcela, amen de las infaltables granadillas de Zuluaga. Nunca el rezo del Ángelus tuvo un escenario tan natural y unos devotos tan sudados y sucios.
A eso de las 12 y 30 coronamos el punto más alto del camino, más no la cima del morro, de la cual estábamos a tiro de cauchera. Para llegar a la cima hay que desviarse y tomar otro camino, que podría ser uno que encontramos antes de rematar la subida, pero es mejor no correr riesgos sin estar seguro del camino correcto.
El descenso
Las condiciones del camino mejoran a medida que comienza el descenso, al igual que la panorámica que nos permite ver bien abajo el municipio de Caldas que por la distancia se puede apreciar en toda su extensión. Igualmente, y luego de pasar un tramo con mucha trocha, se llega a la parte despejada, que permite ver igualmente los cerros que conforman la reserva ecológica La Romera.
Pequeños arroyos invaden el camino, lo que faltaba para que las botas se unieran a la suciedad de
Luego de pasar por la bifurcación en donde la vez pasada los Todo Terreno tomaron el camino equivocado, representándoles una hora de atraso y el riesgo de una posible pernoctada en ese lugar, toda vez que eran las cinco de la tarde y aún les faltaba mucho por caminar para ver la primera casa después de aquella que nos fue advertida por Josema, localizada en el cerro de la Cruz, el camino se convierte en carretera utilizada para sacar la madera que es explotada en esos lugares. Durante este trayecto Caliche me contó con todos los detalles lo que les tocó vivir en aquella primera experiencia, la cual se convirtió en toda una odisea que el final, gracias a Dios, terminó bien luego de más de ocho extenuantes horas de camino, el 90% bajo una inclemente lluvia.
Aunque vamos con demasiada holgura de tiempo, la llegada al cerro de la Cruz representa un alivio pues tenemos a Caldas a hora y media. En este sitio aprovechamos para divisar el pueblo que anda por los 75.000 habitantes, famoso por su cerámica industrial, sus aguaceros con fiesta incluida y las obleas de siempre, además de la cadena montañosa del suroeste en la que se destacan el cerro Bravo que se ve en toda su extensión, y el Tusa, del cual sólo se ve la cima en forma de punta. Desde de allí también se alcanza a ver la parte occidental de Medellín.
Acto seguido, y como todo héroe merece una amarguita, pasamos a las bancas de un chucito atendido por un amable campesino, padre de tres hermosos hijos que nos animaron el rato con sus hermosos ojos. Entre sorbo y sorbo,
Relajados y en plan de conversa total atacamos el penúltimo tramo de bajada hasta
La llegada
Propiamente en la escuela de la vereda, en todo el alto del Gallinazo, el señor aguacero nos pasó la cuenta de cobro, pero ahí mismo paso un campero que hace las veces de “circular” hasta Caldas, al cual nos trepamos (distinto a montarnos) en su parte de atrás con los normales quejidos por tenernos que agachar por enésima vez. ¿Alguien duda de la bondad de nuestra Patrona?
Con Olayita como fogonero ocasional, (no le faltó sino cobrar) y con cupo completo, algo sudaditos pero que importa, llegamos hasta dos cuadras antes del parque de Caldas, en medio de una llovizna que fue amainando hasta que nuevamente salió el sol. Pagados los $4.500 por el pasaje de los cinco, las damas pagan la mitad, descendimos repitiendo quejidos y caminado como parturientas a punto. Eran las tres de la tarde.
Más calmaditos y ante la mirada de los curiosos de turno, caminamos hasta llegar hasta el restaurante Milán, de todo nuestro gusto y en donde Josema es más conocido que los mismos dueños. Luego de la semiducha, el cambio de camiseta del Lobato y la quitada de ramitas y piedritas de las cachuchas, entramos en materia para disfrutar cinco almuerzos del día y quedar como nuevos.
En pleno parque nos despedimos de Marcela quien nos resultó una caminante de alta competencia, por lo que clasificó con creces para la próxima antes de que entre nuevamente a su rutina laboral y a su diplomado.
Para Medellín
Pero aquí no termina todo, porque faltaba la ultima despelucada que nos iba a pegar la buseta de regreso a Medellín, cuyo conductor nos trajo a mil o un poquito más. Razón tenía Marcela en decir que lo más peligroso de la subida a morro Gil sigue siendo la montada en esas busetas.
Apeados en
Que pena esos tres mugrientos sentados en la pulcritud de esas bancas; para ajustar a mi me tocó al lado una enfermera con su reluciente uniforme blanco, y con las señoras del frente mirándonos y preguntándose ¿Y estos tan empantanados de donde diablos vendrán? Pues de Morro Gil, mi señora.
Hasta la próxima