Con los amigos entre Ceja y Ceja.
Fuimos a buscar desayuno al mismo restaurante de siempre en el marco de la plaza. Apenas empezaban a organizar el desorden dejado por una fiesta del día anterior, pero de inmediato nos atendieron como siempre, muy bien. Desayuno livianito: Huevos, arepa, quesito y chocolate. Y a caminar.
Decidimos ahora sí cumplir nuestro propósito principal; enterarnos in situ del estado de salud de nuestro amigo “Radio Viejo”, más conocido en los círculos intelectuales del Centro de Medellín y La Alcancía como JuanC, JuanCé, o Juan Cristóbal, pero no sabíamos a ciencia cierta en cuál de las dos instituciones hospitalarias de La Ceja era que estaba recluido.
Con diligencia nos llegamos al hospital de La Ceja que queda ahí cerquita del parque en el que luego de la antesala reglamentaria que hay que hacerles a los empleados públicos para que no den ninguna razón sobre lo que se les pregunta, subir a otro piso y buscar quien atendiera en la recepción, nos dimos cuenta que aquí… No estaba.
Nos fuimos entonces para la otra entidad hospitalaria en las afueras y con “Paso de perseguido” atravesamos raudos el pueblo. Como uno sabe que hay lugares en los que se encuentra motivos fotográficos a discreción y sin mucho esfuerzo, cuando llegamos a un puente del camino, justo en la confluencia de unas quebraditas que se juntan y pasan bajo éste nos detuvimos. La vez pasada que estuvimos por estos lados con las hermanitas Echeverri, aquí mismo nos encontramos además de la común contaminación de aguas sucias y demás porquerías, un televisor desechado quizá por viejo, quizá porque era en blanco y negro, quizá porque no se le conseguían repuestos… Ahí estaba abandonado, desbaratado entre aguas sucias y malolientes. Ya no estaba el viejo televisor en el que con toda seguridad algún parroquiano le tocó ver “El llanero Solitario”, “Rin tin tin” o “Lasssie”… Esta vez estaba abandonada, mutilada y con la cabeza cubierta con una bolsa negra como si hubiera sido asfixiada por algún iconoclasta y semisumergida en la cloaca una mediana estatua de la que alguna vez pudo haber sido una diosa griega o romana…
Triste fin le espera a todo lo que el homo stupidus desecha y al mismo tiempo ofrenda como despojo al consumismo rampante; divinidad de hoy.
Zuluaga arriesgando su integridad, pero vencido por la curiosidad, bajó al caño y luego de mojar uno de sus tennis por un mal paso, le destapó la cabeza de la vejada diosa. Estaba descabezada. Nunca supimos a cuál de las muchas deidades grecorromanas representaba la pobre escultura. A lo mejor era alguna de las musas; Euterpe o Melpómene, musa de la tragedia, pero terminó como una de las Nayades, ninfas que habitan los ríos y las fuentes… A lo mejor era Medusa; una de las Gorgonas a la que Perseo le cortó la cabeza…
Comentando cualquier otra cosa seguimos el camino por una avenida totalmente recta que lleva hasta la Clínica San Juan de Dios de los Hermanos Hospitalarios. Llegamos hasta la portería y un amable portero nos dijo que las visitas eran a partir de las 10 a.m. Eran las 8.45. Juanfer casi lo convence de que nos deje entrar diciéndole que veníamos desde Medellín a pie. El señor confundido no sabía que decir y sólo balbucía que esas eran sus órdenes. Soltamos la carcajada y dándole las gracias le dijimos, nos dijimos, que más tarde regresaríamos entonces. Sobre la marcha de regreso a la avenida, decidimos irnos hasta la Vereda Pontezuela de Rionegro, en la que nuestro amigo Decano en amistad, camaradería, aguante con una sonrisa nuestras chanzas a veces destempladas, de tertulias y creo que hasta de Ingenierías, don Luis Fernando Múnera; tiene una finquita de descanso en el paradisíaco lugar. Otra vez con “Paso de perseguidos” a pesar del dolor latente en la planta de mi pie, que a ratos me hacía cojear, caminamos por espacio de una hora hasta el lugar definido por algunas construcciones que ya van formando un pequeño poblado.
Un poco más abajo y a la izquierda está la entrada encascajada que sirve de acceso a varias fiquitas de descanso y a unos 350 metros, está la portada de entrada a la finquita de nuestro amigo. No había nadie…Excepto unos palos de guayaba cargados de deliciosas frutas y que desde lejos nos hacían caratoñas como diciendo: Vengan y sacudan el palo para que vean… Ganas no faltaron, pero la decencia de la edad sólo nos permitió imaginar el asalto y la huída, seguidos por un mayordomo con una escopeta de 2 cañones humeantes. Volvimos sobre nuestros pasos y estuvimos admirando la casita que en convite le fue donada a la señora vecina; La Providencia. Bonito y difícil de olvidar. Cuando salimos de nuevo a la carretera, convinimos en que para que nuestro amigo se enterara de que estuvimos por esos lados, le dejaríamos una tarjeta muy especial. Juanfer se devolvió a entregarla a la hija de la dueña de La Providencia para que se la diera a don Luis MÚ cuando llegara al lugar.
Decidimos hacer un alto para refrescarnos por estos lados, donde se levantan ahora nuevas construcciones y las antiguas se remodelan. Una de las en remodelación, es la que a principios del año en vigencia visitamos y asaltamos en sus pastelitos, unos deliciosos bocaditos de hojaldre y arequipe o guayaba que fueron devorados por los Todo Tragones sin misericordia. Esta vez comprobamos, luego de visitar la finquita de don Luis MÚ que o los habían escondido, o de verdad no habían. Pensamos que los escondieron cuando nos vieron pasar. Bueno, a falta de bizcochitos, buenas son galletas, aunque esta vez no desocupamos la cajita que las contenía. Nos conformamos con tinto, agua y como siempre, Juanfer pide Mister Tea del que con toda seguridad no hay. Ya se lo habíamos advertido al dueño de la tienda. Había de mora y limón; Juanfer pidió de té verde. Se conformó con el de limón.
Regresamos entonces sobre nuestros pasos, esta vez tratando de hacerlo más despacio, pero no lo logramos; nos hacen falta Olaya y Lobato además de para muchas otras cosas, para que nos hagan regular el paso sin necesidad de aceleramientos. Sin embargo, logramos admirar y remirar el hermoso paisaje circundante y la variedad de casas del camino de diferentes estilos, presupuestos y cultivos. Esas casas en los caminos hablan del estrato socioeconómico y cultural de los habitantes de cada lugar. Por estos lados también hay varias comunidades religiosas, que en construcciones antiguas o en edificios nuevos, se han venido a disfrutar de la paz de estos contornos.
Otra hora larga de camino y de nuevo estábamos a las puertas de la Clínica San Juan de Dios de los Hermanos Hospitalarios. El amable portero sonrió al vernos llegar y con un ademán nos autorizó a entrar ahora sí. Supongo que su sonrisa fue por acordarse de la “mentirita” de Juanfer de que veníamos a pie desde Medellín. Pedimos instrucciones al mismo señor portero y nos guió a los pasillos de Cuidados intensivos, en donde se encuentra nuestro amigo JuanCe.
Dos chicas muy lindas sentadas en una de las banquitas de los patios de descanso de la clínica nos observaban curiosas. Juanfer que no se puede quedar callado, dice después de ver un letrero que decía “Altura Máxima 2.80 mts.” - ¿2.80? ¡JuanCe no cabe por ahí!, ¡Lo tuvieron que entrar acostado y doblado! - Entre tanto, Zuluaga que se había retrasado un poco, identificó a Eulalia la hija de JuanCe en una de las dos chicas que nos observaban, al tiempo que ella se preguntó porqué esos señores mientan un JuanCe. Así le dicen a mi papá – pensó ella – Luego de las risas por ambas coincidencias, las presentaciones y un primer informe del estado de salud de nuestro “Radio Viejo”, alter ego del señor director de las Juevoniadas que harta falta nos están haciendo. Aunque se ha recuperado bastante - nos dice Eulalia - el proceso será largo y difícil, por lo que habrá que seguir esperando y confiando.
Al poco rato apareció desde las habitaciones de cuidados intensivos AnaT, la compañera de JuanCe, que se alegró mucho con nuestra presencia. Las jóvenes se marcharon a una diligencia y nos quedamos con AnaT conversando sobre nuestro amigo. El cuadro clínico aunque difícil, es prometedor y el paciente está respondiendo efectivamente. Había pasado toda la mañana sin respirador artificial y eso era muy buen síntoma, aunque había dormido poco durante la noche. Hasta tiempo y disposición para hacer chanzas tuvimos en ese rato que conversamos con AnaT. Ella nos preguntó que si deseábamos ver a JuanCe y al preguntarle por lo conveniencia de hacerlo, nos manifestó y comprendimos que él andaba muy retraído y sin ganas de ver a nadie. Aceptamos y le pedimos entonces que le llevara saludos de nuestra parte y con muchas recomendaciones y parabienes con nuestros amigos floricultores, nos retiramos de la Clínica, no sin antes tomarle unas fotos a una bella imagen de San Juan de Dios, que cargando a un enfermo, se erige en el hall del recinto hospitalario.
Retomamos el camino al parque de La Ceja y ya cerca de él, nos metimos a una cafetería a tomarnos algún refresco. Resultamos tomándonos unas cervezas mientras hablamos y hablamos de lo divino y de lo humano. Estaba todavía bien temprano. Seguimos hacia el parque y mientras decidíamos que hacer, vimos un enorme bus dispuesto a partir para Medellín sin nosotros, por lo que de inmediato compramos pasajes. A las 12.40 p.m. estábamos apoltronados cual reyezuelos rumbo a la “Vella biya” y mientras un zurdo de despersigna, estábamos aterrizando en la estación Exposiciones del Metro.
Juan Fernando Echeverri
Luis Fernando Zuluaga
José M. Ruiz.
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