Caminata por los Cerros Tutelares del Cármen de Viboral

Por los cerros de El Carmen de Viboral. 15 de mayo de 2010

Esta semana estuvo bien movida; Juanfer viajaría a Cali, Lobato fue hasta que nos pasó la lista de sus motivos para abandonarnos a nuestra suerte, y no nos decidíamos por qué camino coger ese sábado 15 de Mayo. El mismo Lobato nos sugirió que nos fuéramos a los cerros tutelares de El Carmen de Viboral, pero que no nos acompañaría.

Nuestro habitual contacto es por correo, pero ya era viernes y todavía no decidíamos. Juanfer se fue a Cali. Y claro, como no tiene celular, era como tener a la mamá, pero bien lejos. El caso es que el viernes a eso de las 6 de la tarde, Zuluaga me llama y me dice: Vamos para El Carmen y nos encontramos a las 7 am. En la estación Caribe de la Terminal del Norte junto a la Milagrosa. Ya Olayita confirmó el madrugón y ahorita llamo a Juanfer. Todo listo.

Era viernes y como poeta y rumbero que se respete, el viernes es cultural. Pero claro; el deber llama. A las 6 am estaba en pie y a las 6.30 salí rumbo al Metro. Por esas cosas de la vida, llegué 5 minutos después de la hora fijada, pero no importa, el próximo bus hacia el Carmen de Viboral, saldría a las 7.30 am. Con los tiquetes en el bolsillo, nos fuimos a nuestro habitual rito del perico con medio buñuelo en una de las cafeterías de la Terminal. Para Juanfer es con leche tibia, porque si no se quema el piquito y misiá Piedad no se lo perdonaría.


A las 7.30 am en el reloj despachador y a las 7.35 am en el del vehículo, salimos raudos, rumbo a la tierra de la loza artesanal y del poeta José Manuel Arango. A eso de las 8.45 estábamos en el amplio parque principal, ahora acondicionado con señal wifi gratuita de Internet para los usuarios por la Administración Municipal.


Un aplauso para ellos. Pero se los retiro por el deplorable estado de abandono en que se encuentra el homenaje al Libertador Simón Bolívar en el mismo parque. Pareciera que un pueblo tan avanzado en tecnologías, no tuviera dolientes ni amantes de la conservación de la memoria histórica del país, ni respeto por los símbolos patrios.


Visitamos el templo como tantas veces lo hemos hecho, y aún así no dejamos de admirar la magnificencia y sobriedad del recito y la estructura modernista de sus acabados. De ahí, salimos a buscar desayuno y primó lo malo conocido que lo bueno por conocer; nos fuimos al restaurante “la Frisolera”, conocido de vieja data por los TTs. y cuyo dueño, es caminante también aunque nunca ha salido con nosotros. Abundantes raciones de Huevos revueltos, Calentao e hígado frito para Zuluaga, un tamal que taba mal de sabor al pie de otros que conozco y arepa con quesito y chocolate (otra vez tibio por favor) para tutiri mundachi; amén.


Siendo las 9.45am –diría Lobato- dimos inicio a la caminada. Juanfer se llevó una arepa con quesito que nos sobró y decidió regalarla a algún mendicante que se encontrara. Una señora a la que se la ofreció, se la rechazó con el argumento de que la quería envenenar como a las monjitas aquellas… El caso es que nadie se la quiso recibir, a excepción de un cánido négrido, lánguido, escuálido y cójido para más. Agradecidísimo el Juanfer con el avechucho ese con cara de perro, nos alejamos. Ya casi en las afueras del pueblo, nos encontramos una capillita en la que se destacaba un cartel anunciando que don Isaías había colgado la lira y ahora estaba estrenando estuche de madera para luego ser pasto de las llamas o de los gusanos. Cosas de la vida.


Llegamos a un entrecaminos y empieza la lucha de cada sábado: ¿Cuál es la ruta a seguir? conseja va, conseja viene, pregunte aquí, pregunte allá y a la final coja para donde mi Dios les indique, porque siempre nos dan información tergiversada. Claro que aunque ya el Lobato tiene disculpa cada semana para no acompañarnos, por lo menos nos manda con su tocaya y ella nos lleva con bien, aunque a veces se hace la precisa. Tomamos camino arriba por una calle adoquinada y de pronto nos vimos metidos entre cultivos agroindustriales de Hortensias y Frisoleras en crecimiento variado. Muchas casitas variopintas y de épocas diferentes bordeaban el camino.

Al poco rato ingresamos ya a zona rural y nos encontramos a un campesino de esos saludables y saludadores; le preguntamos lo habitual: ¿Este camino nos lleva hasta el morro “Bonifacio”? y nos contesta con una sonrisa de oreja a oreja: Si los lleva, pero no se sienten, que el camino los lleva, pero caminando…


En medio de la recocha por la parrandiada que nos pegó el señor, de pronto nos vimos otra vez en una bifurcación. La norma dice y la repite Juanfer: “Por el más entierrao mi don” y por ahí nos fuimos y terminamos en una casita llena de perros de todas las razas y tamaños y una dueña amabilísima que nos encaminó en la ruta de nuevo. Suena el celular de Olaya y era el Lobato que se oía como con remordimiento por no acompañarnos, pero nos encomendó a su tocaya y se fue a sus menesteres, no sin dedicarnos unas palabras.


Más adelante, nos encontramos a un joven con una red cazando insectos; era un estudiante de Entomología de la U de A que iniciaba su colección de bichos. Lo dejamos e iniciamos el ascenso al “Bonifacio” que por el lado que lo atacamos más parecía una segunda versión del ascenso al “Cerro Tusa” por lo empinado y lo resbaloso. Háganse de cuenta un tobogán de pantano y hojarasca, pero hacia arriba era el camino; sin embargo y a pesar de que casi me devuelvo, logramos coronarlo sin mayores contratiempos, aunque con la pérdida del celular de Olayita, que pronto recuperó, pero a costa de bajar unos 30 metros por el susodicho tobogán y un timbrazo de Zuluaga para ubicarlo.


De claro en claro lográbamos ubicarnos espacialmente y siempre tuvimos el pueblo a nuestra derecha. Por entre la rastrojera circundante íbamos por el sendero alfombrado de hojarascas de diferentes especies y con una consistencia de colchón en algunos tramos, lo que nos alegró mucho por lo bien conservado del entorno y la protección que se le ha brindado contra los depredadores de la vegetación.

En un descansito del camino y ya sobre la cima, escuchamos un coro como de monjes benedictinos cantando Gregorianos. El corito decía: Quién crea a Lobatón, no camina hasta Diciembre…Decía una voz grave, grave: Vigésima cuarta estación: Lobato se disculpa por enésima vez… Y reinicia el corito: Quién crea en Lobatón, no camina hasta Diciembre… No pudimos ver quiénes eran los monjes cantores; a lo mejor eran los monjes de San Bonifacio; al fin de cuentas estábamos en sus dominios…


Reiniciamos el camino, pero ya hacia abajo en busca del morro de “La Cruz”, siempre por entre el montecito o bosque secundario, ahora lleno de todo tipo de especies vegetales, especialmente orquídeas silvestres, bromeliáceas, helechos, bejucos y muchos pájaros diferentes, que no se dejan ver mucho, pero inundan el monte con sus cantos. Entre los avechuchos del monte alcanzamos a distinguir y a escuchar cantando al “Juanfleridus obispus canoro”, pero luego nos dimos cuenta que era el mismísimo Juanfer silbando y cantando de la alegría de ver tanto paisaje junto.


Llegamos al morro “La Cruz” adornado con dos grandes cruces de madera, una de ellas con tablas clavadas a los troncos que la conformaban, para darle más tamaño y visibilidad desde el pueblo y adornada con grafitis y mensajes de caminantes. Juanfer dejó su cuota también en representación de los TTs.

Al reiniciar el camino, el guía que era Zuluaga nos enrutó por un senderito en descenso que supuestamente era la ruta a seguir. Ya era decidido que la ruta era hacia abajo para regresar al pueblo, pero no contábamos con que había tantos caminos, que escogimos el que no era. Nos dimos cuenta, cuando ya habíamos empezado a ascender de nuevo y aunque había camino y bien demarcado, no era conveniente alejarnos más del pueblo. Un árbol caído sobre la ruta nos hizo reflexionar y decidimos volver sobre nuestros pasos hasta la cima del morro “La Cruz”, o hasta donde nos lo indicara algún otro sendero hacia abajo.


Justo terminando de bajar lo que habíamos subido, encontramos un sendero directamente hacia abajo, pero con un alto grado de dificultad, por lo que de nuevo nos sentimos como bajando de “Cerro Tusa”, con mucho cuidado y despacio. Unos huevos de alguna especie de rana fue la nota de mostrar en este nuevo rumbo; estaban enracimados y pegados del capote de musgo en un árbol caído y en descomposición.


Por fin salimos a campo abierto. Abajo, una casa campesina con un maizal recién cosechado, unos muchachitos y un montón de perros que tan pronto nos sintieron empezaron un concierto de ladridos que nos amedrentó, pero continuamos la marcha hacia abajo. Ya “al gritico” de los muchachos les preguntamos por el camino hacia el pueblo y como cosa rara, no supieron darnos una explicación clara para nosotros del asunto en cuestión, por lo que seguimos falda abajo hasta divisar una carreterita entre los sembrados, a la que nos dirigimos, siempre cautelosos con los perros aquellos del concierto. Nos metimos a los sembrados y pronto estábamos en la carretera que unía varias fincas. Fuimos bajando y saludando al que nos encontrábamos, menos a un perro que se nos apareció de repente. Suena un celular y adivinen quien era…Si, claro; la Coneja que no nos abandona y todos los sábados saca tiempo para acompañarnos en la distancia y sin falta. Seguimos adelante y más abajo un señor arreglaba la carretera. Lo saludamos y mientras conversábamos con él, el perrazo se nos arrimó a saludarnos y resultó más manso que un cordero.


Muchos recovecos de carreterita y por fin llegamos a una como “principal”. Una muchacha que pasaba nos orientó y cuando le preguntamos por una tienda, pues casi nos llevó hasta ella. Juanfer había empezado a mostrar cojera desde hacía rato y ya estábamos como preocupados.

Nos llegamos a la tienda y ahí estaba doña cervecita, pero al clima, lo mismo que las gaseosas. La única opción era hielo y tocó. Entre charla y charla con el dueño del chuzo, le preguntamos por transporte y finalizamos en que su hijo nos llevaría hasta el pueblo. Juanfer insistía en que podía caminar, pero ya teníamos la experiencia con el Lobato. Aceptamos el transporte en un Renault 9 viejito pero bien tenido y con un muchacho de esos conversadores como chofer, que nos llevó a punta de carreta hasta el Carmen de Viboral. Juanfer es un mudito tierno al pie de este muérgano.

Ya en el parque, fuimos a averiguar por el transporte, que resultó mejor de lo esperado: busetas cada 10 minutos hasta bien tarde. ¡Qué maravilla! Nos metimos a una salsamentaria a saludar a doña Cervecita y Juanfer a su tan querido “míster tea”. No teníamos afanes; eran si acaso las 3.30 pm. No nos gustó la temperatura de doña club Colombia y nos fuimos a buscarla a otra parte.

Regresamos al parque y en uno de los negocios pedimos ración de lúpulo y cebada para 4, porque hasta don Juanfer renunció al don “míster tea” De aquí nos echó el “mono Jaramillo”, por lo que nos pasamos al otro lado del parque junto a la alcaldía. El olor del café recién colado es más atractivo que cualquier águila aguamasienta. Tres cervezas y un tinto sin azúcar.

El desfile de mujeres bonitas por el lugar nos hizo olvidar el cansancio y la conversa en la que se involucró hasta un parroquiano “medio jalado” terminó por hacernos amañar de tal manera que a las 5 pm apenitas empezamos a considerar el regreso a Medellín.

Nos fuimos a la flota y a las 5.30 pm salimos de El Carmen de Viboral rumbo a la veya biya. Antes de las 7.30 pm ya estaba bañadito y viendo perder a mi “Poderoso” y ganar al Verde de un amigo que reniega toda la semana de él.

José M.

Video de la Caminada

Caminata San Antonio de Prado - Belén Aguas Frías

SINFONÍA DE VERDES SIN GUANDOLO.

Ya eran bastantes sábados que por cualquier motivo no caminaba con los TTs. Pero bueno, siempre habrá sábados para invertirlos en compañía de ese grupo que por disparejo es que se logra mantener cohesionado a pesar de los diferentes inconvenientes para no estar todos juntos en algunas ocasiones. Entre los 5 miembros no hay dos ni medio parecidos en manera de ser, en creencias, política, futbol etc. etc. Siempre habrá divergencias, pero en el placer de caminar y hablar cháchara a 10 manos estamos unidos y sobrados de lote. Se camina y habla a 5 lenguas por km recorrido.

A las 7 am a la estación Itagüí fuimos llegando, ellos en el Metro y yo caminando desde Sabaneta; el efusivo saludo para el caminante pródigo como el hijo aquel, un tintico y llegó la buseta que nos llevó hasta el parque del Corregimiento San Antonio de Prado de Medellín.

Reseña de Wikipedia

Las tierras del actual San Antonio de Prado fueron divisadas por Jerónimo Luís Tejelo en misión enviada por el mariscal Jorge Robledo cuando se encontraban en tierras de Heliconia en busca de sal. En esta misión se descubrió la Quebrada Larga, en el sitio que hoy conoce como el Alto El Barcino, divisando tribus de Los Nutabes y el hermoso y fértil Valle de San Bartolomé, nombre impuesto por él a esta extensión de tierra que hoy es la ciudad de Medellín.

San Antonio de Prado, comienza su desarrollo en la época de la Colonia, en 1860 se estableció en Prado el señor Felipe Betancur quien repartió estas tierras entre sus hijos.

En 1903 mediante Ordenanza se creó el municipio de san Antonio de Prado, segregando territorio del municipio de Itagüí. El cual tuvo una duración de aproximadamente 4 años y luego pasó a ser Corregimiento de Medellín. El 14 de octubre de 1918 se realizó el IX censo de población, contabilizando un total de 2.913 habitantes, indicando con ello el aumento demográfico alcanzado.

Para el período comprendido entre 1920 y 1940 la vida económica de San Antonio de Prado estaba dada por arrieros y comerciantes de tabaco, aguardiente y una extensa actividad extractiva de maderas.

La industria y comercio de Medellín e Itagüí provocó un desplazamiento de la población rural hacia el casco urbano del corregimiento recuperando y restaurando muchas de las viviendas para ocuparse en las actividades recién creadas. Más tarde en la década del 50, el corregimiento recibe una amplia corriente migratoria de poblaciones vecinas.

En 1960 el crecimiento de la vivienda urbana se incrementa. Mediante el acuerdo No. 052 de 1963 se definió la sectorización del Municipio de Medellín y en el se establecieron las áreas urbanas, semi-rural y rural, conservando los límites que establece para el Corregimiento la ordenanza que lo creó en 1903.
La definición del perímetro urbano de San Antonio de Prado ha estado sometida a modificaciones que han incidido en el proceso de expansión del área urbana sobre área rural y de hecho sobre el incremento de las actividades urbanísticas de la población que estas atraen. Como expresión de esta tendencia, el acuerdo No. 018 de 1983, amplio el área urbana del corregimiento incorporando en ella, los nuevos núcleos poblados de Pradito y El Vergel.

Ya en el parque, visitado varias veces por los TTs, nos llegamos hasta la cafetería que queda a un costado de la Corregiduría, una hermosa construcción republicana, que por cierto es vigilada por unos acuciosos agentes del orden que no permiten que sea fotografiada; vaya uno a saber porqué…

Café con leche (tibia por favor) ají con pastel de pollo y pastelitos de arequipe fueron el frugal desayuno de los 4 del camino, porque el Lobato tenía compromisos familiares ineludibles. Aunque a veces nos sentimos como rebaño sin pastor, ahí nos defendemos para no hacerlo quedar mal…

Dado por terminado el festín, tomamos rumbo a la ruta que nos llevaría hasta la terminal de buses de la ruta Belén Aguas Frías. Pero primero y como siempre nos ocurre, le preguntamos al primer “Perico de los palotes” que nos aparezca a mano, cuál sería la ruta indicada para llegar a nuestro destino. Ni siquiera teniendo los mapas a mano, hemos optado por seguirlos sin preguntar; nos fascina que a cada parroquiano que le preguntemos nos de una ruta diferente.


Corridas las amonestaciones de rigor, nos enrutamos hacia abajo, a buscar el cauce de la quebrada que abajo, ya en Itagüí, toma el nombre de “Doña María” pero en sus orígenes se llama “Quebrada Larga” Una carreterita vecinal pavimentada bordeada de casas de recreo, otras de vivienda corriente, algunos ranchos y casa fincas con vacunos y caballares. En una de estas, con su establo rudimentario nos encontramos a una orgullosa mamá yegua con su potrillo de pocos meses. El chico salió a ver quien le interrumpía su desayuno y cuando vio que éramos unos viejitos recochudos, resopló y regresó a sus menesteres alimenticios de la mañana.


Pronto estábamos bordeando la quebrada y traje a mi memoria a un viejo amigo de juventud, que por cosas del destino terminó metido en el lado oscuro de la fuerza y fue “desaparecido” por estos lados hace muchísimos años, cuando esto eran potreros y breñales inhóspitos. También recordé que detrás de una novia de estos lados, acampamos alguna vez a la orilla de la quebrada un fin de semana muchos años atrás. Es lindo recordar…


Hechas las remembranzas, nos dedicamos a disfrutar del paisaje tachonado de construcciones de diferentes estilos y presupuestos; estaderos, trucheras, finquitas de recreo, alguna institución educativa y mucho tránsito de motocicletas y automóviles que alguna vez, ahora 25 o 30 años fueron último modelo y ahora sirven para transporte veredal.


La quebrada siempre a nuestra derecha, en algunas partes estaba adornada con rocas de gran tamaño y revenideros que alcanzaban a mostrar la magnitud de alguna de sus muchas crecidas invernales y de los estragos que sería capaz, si no se le respeta y cuida su cauce natural. Un “estadero” ostentaba como adorno una descomunal herradura que hace imaginar a Juanfer el tamaño del caballo al que pertenecía. El de Troya era chiquito al pie de la herradura de este. Un poco más adelante, volvimos a los Suramericanos de Medellín; Las ventanas de una de las casas del camino eran del mismo material, color y diseño de ese tan bonito que hacía las veces de paredes de los escenarios deportivos. ¿De dónde salieron? ¡Vaya uno a saber!


A medida que avanzábamos, el terreno se iba despoblando; ya las casitas y las fincas eran más campesinas y a ambos lados, la ladera de la montaña mostraba potreros divididos con cercas eléctricas para racionalizar su uso con el ganado vacuno, lo que indicaba la presencia de hatos lecheros industrializados. Ya había las pequeñas construcciones en las que los tanques de enfriamiento de leche eran la nota predominante. La carreterita, aunque algo maltrecha por tramos, seguía quebrada arriba, hasta que un puente nos condujo al otro lado. Empezaba aquí la falda para ascender al alto de “El Barcino” y al “Pico Manzanillo” dos de los cerros tutelares del “Valle del Aburrá”


Desaparecen las casitas semiurbanas, pero empiezan a aparecer las rurales de las fincas ganaderas y de las fincas con vocación agrícola, sobre todo de Cebolla de hoja larga o de rama que llaman “Junca” (Allium fistulosum Linnaeus) Algo de tomate de árbol también había. Se abre el paisaje y el verde en todos los tonos predomina en un festival de paisajes que embriaga y reconforta. Hatos ganaderos de predominancia Holstein, lecheros por antonomasia pululaban por las laderas. El ascenso es suave y conversadito, conversadito llegamos a un punto en que ya se divisa San Antonio de Prado y parte sur del “valle del Aburrá”; desde aquí pudimos darnos cuenta de la magnitud de la contaminación dentro de la cual vivimos y morimos un poco a diario. Una mancha ocre sube desde el fondo del valle, afeando el paisaje lejano.

Juanfer y Zuluaguita ya habían hecho el recorrido, pero en sentido contrario, por lo que en más de una ocasión tocó invocar la ayuda de la tocaya de Lobato, personificada en algún campesino y esta vez en un vigilante de un escuelita rural, ante la bifurcación del camino. Estábamos cerca de la cima.


De pronto nos vimos caminando por plan y divisando todo el vallecito de la cuenca de la “Quebrada Larga” o “Doña María” y al otro lado de la montaña, la carretera que lleva a Armenia Mantequilla y Heliconia, pasando por el alto de “El Chuscal” Todo verde en todos los todos posibles y muchas casitas colgadas de las laderas. No metimos a un bosque de pino “Pátula” y por un momento nos detuvimos a escuchar el viento cantando por entre las ramas.


Se abre el paisaje al frente y abajo ya se divisa por entre la bruma ocre de la contaminación y las copas de los árboles, el centro de la ciudad de Medellín. Iniciamos el descenso y llegó a colación un tema en el que sí estamos conectados todos los TTs.; la Coneja que está como perdida hace días… Suena un teléfono y adivinen quien era… 3 veces se interrumpió la señal por las estribaciones del camino y 4 veces llamó hasta que logró hablar con cada uno de nosotros. Ha estado muy juiciosa y alimentando las ganas de venirse de nuevo de paseo, como lo hizo hace poco. Por aquí la esperamos como TT honoraria y en ejercicio cuando quiera salir a caminar con nosotros.


El valle se fue abriendo más y la carreterita que hasta la cima era destapada, de pronto resultó pavimentada en cemento rizado y piedra de agarre con sus “obras de arte” bien organizadas. Parecía entrada a finca de presidente… Le están trabajando por tramos y en diferentes tipos de pavimentos, quien sabe porque razón; pero lo importante es que le están metiendo mano. Esta vía está proyectada como “Circunvalar” que rodearía el “Valle del Aburrá” por las montañas circundantes y acercaría mucho los diferentes puntos de nuestra geografía urbana y semi-rural.

Ya más abajo, un joven sin camisa y con una 2 litros de gaseosa en la mano, subía trotando. Al vernos se detuvo. Hizo algún tipo de seña a otros que venían detrás un poco más abajo, lo que nos alertó. Llegamos hasta donde se detuvo y lo saludamos sin prevención y el hombre se notó más tranquilo y los otros dos chicos y un niño que los acompañaba, nos acompañaron a hacer chanzas. Uno de ellos levaba una gran olla entre un costal. Un poco más abajo, 4 jovencitas subían también. Era programa con sancocho.

Muy empinada la carretera. Rastrillones en la vía mostraban la dificultad con que subían los carros y la bajada golpeaba sin piedad las rodillas de los TTs, ya de por sí viejitas y maltratadas. El paisaje era parecido en algo al del otro lado, pero sin vacas. Mucha cebolla sí, lo que hacía parecer el paisaje como una colcha de retazos en verde y tierra.


Llegamos por fin a la terminal de transportes de Belén Aguas Frías. De aquí tomaríamos bus hasta el centro, pero decidimos buscar primero a doña Cervecita. Un poco más arriba la encontramos acompañada de pasteles cuadrados y triangulares de arequipe y guayaba y una señora muy atenta que nos abrió la reja de su tienda como si nos conociera de toda la vida. Por supuesto Juanfer pidió “Míster Tea” y se conformó con del que hubiera. Unas galleticas ponderadas por Juanfer como exclusivas de “Mamá Inés” completaron el menú. Terminado el refrigerio, abordamos una buseta para el centro y en dos pedalazos estábamos en la estación Industriales; ahí cada quien pegó para su casita y hasta luego.

José M.

Caminata Colegio Latino - Santa Elena, vereda El Tambo


ALPINISMO, FLORES, PAISAJE, BELLEZA, PROGRESO Y CABLE.

ENCUENTRO

7 am. Estación Exposiciones de nuestro Metro, donde los tres amigos: Luis Fernando Zuluaga Z. Carlos Alberto Olaya B. y Juan Fernando Echeverri C. como en un rito al cumplimiento y a la caminería hicimos “foro” para iniciar esta nueva aventura.
Ausentes: Jorge Iván Londoño M. por compromisos familiares y José María Ruiz P. compromisos y a lo que se suma un problema en sus gemelos.

INICIO DE VIAJE


7:05 am. Ya desayunados desde la casa, los tres caminantes y mejores amigos, debidamente acomodados en una buseta de Transportes La Ceja tomamos rumbo a Las Palmas y en lo que demora el indeseable de J.J. Rendón en armar un chisme, estábamos frente al Colegio Latino dispuestos a iniciar al ascenso hasta el hermoso Corregimiento de Santa Elena, cuna de silleteros y milagro de paz hecho flor.

INICIO DE ASCENSO

7:20 am. Dábamos nuestros primeros pasos por la nueva y bien pavimentada vía que bordea el Colegio Latino, la cual se inclina inclemente, mostrando ante nuestros ojos un paisaje totalmente cambiado, al que vimos y dejamos meses atrás, ya que el progreso (sí así se puede llamar) ha transformado el entorno en forma exagerada, dando paso a modernas urbanizaciones que se cuelgan de la montaña, mientras se destruye la fauna, la flora y las aguas , con la aquiescencia de las autoridades, pero quién sabe si de la naturaleza, la cual mañana cobrará por ventanilla.

Esta caminata ya la hemos hecho como en una siete oportunidades, es decir nuestros cayados nos llevan solos, pero es casi que irreconocible el entorno, tanto que no teníamos certeza del sendero a tomar, que nos llevara por esa senda que se combina con caminos de piedra tejidos por nuestros aborígenes y utilizado por nuestros arrieros durante años y los cuales facilitan el ascenso.

Llevábamos unos cuarenta minutos recorridos, en un ambiente frío, con un camino liso y algo empantanado debido a las lluvias caídas y todo envuelto en una neblina que no se atrevía a cerrase por no perderse el paso de los caminantes. Paisaje hermoso arriba con la empinada cordillera, donde la neblina si era toda una ruana, y atrás la vista tenue de Medellín, nuestra orgullosa y bella ciudad que poco a poco se nos alejaba a medida que avanzábamos, mostrándonos su norte.

Muchachos, dijo Zuluaga: “El sendero que cogimos no es el de los caminos de piedra, es aquel el de la trepada que casi nos mata”. Sí, se refería a otra ruta que ya habíamos tomado meses atrás y que por su topografía y condiciones, resultó una verdadera escalada sobre una pared de piedra, donde una caída podía ser fatal, ya que “viejo caído es viejo perdido…” pero que le vamos a hacer ya que caminante que se respete no tira reversa.

Y así entre charlas, dichos, conversaciones de cualquier tema existente y por existir seguimos nuestro ascenso. De pronto, al tomar un recodo del camino en una parte boscosa, un grito, unas voces y unas risas detuvieron nuestros pasos y nuestro aliento. ¿Qué será? Nos preguntamos mientras Zuluaga y el suscrito cautelosos nos adelantamos y Olaya se quedaba atrás prevenido.

Así despacio y desconfiados superamos el recodo y vimos más adelante, como a doscientos metros, un grupo de muchachos que tomaban fotos y se divertían. ¿Boys Scouts? ¿Paseantes? ¿Caminantes?...Ninguno respondía y seguimos nuestra marcha firme y en pocos minutos los estábamos emparejando.


Efectivamente pudimos comprobar. Eran seis jóvenes con edades entre los diez y ocho y veintidós años máximo, quienes desde sus figuras de “combo” respondieron a nuestro saludo, al tiempo que comprobábamos que se hacían acompañar de cuatro perros (más tardecito pudimos enterarnos que eran perras) de la temida raza PitBull, de esos prefabricados y amaestrados por el hombre para pelear y matar y ahí sí afinamos nuestro susto y nuestra desconfianza.

El grupo quedó integrado físicamente pero desintegrado mentalmente. Nuestra desconfianza era mutua y poco a poco nos ganamos la confianza de los jóvenes, con quienes compartimos fotos en la cámara de Olaya, quien a su vez los hacía posar. Ellos se interesaron por saber quiénes éramos, qué hacíamos y “que verracos ustedes para caminar”

Realmente al suscrito en ese momento, y los que siguieron, sólo le me importaba la ubicación de las perras, las cuales continuamente pasaban rozándome con sus largos rabos y jadeando, mientras dominaban el ascenso, el cual se tornaba más complicado en la medida en que aparecían esas rocas caprichosamente superpuestas en el sendero por la naturalezas y que desafiaban nuestras fuerzas.


Como sin querer queriendo les dije: “Muchachos, ¿Las perritas ya desayunaron y tomaron agüita? “Sí cucho”, me dijo el más joven de nuestros casuales acompañantes, “antes de salir les dimos comida y agua…” Eso me tranquilizó, pero me parecía que Yira, nombre de una de las perras, le decía a otra de color amarillo quemado y recién parida como lo mostraban sus ubres y tetas colgantes y rebosantes de leche: Mona, tranquila que a estos viejitos nos los almorzamos más arriba…El nombre de la otra perra era Nana y nunca me interesé en averiguar el de la cuarta.


Dele pa’ lante mijo y no pregunte nada era la consigna, y efectivamente nos dimos cuenta los tres caminantes que el ritmo que llevábamos era endiablado y superamos esa pared de roca en un tiempo increíble, sin importarnos lo lisas y peligrosas, por el agua que aún corría por ellas, el pantano y los pequeños charcos que se negaban a dejarse absorber por el terreno poroso y flojo, que acompañado de vegetación se había metido entre las juntas de las mismas.

LA CIMA EN LA MESETA, NUESTRA META.

Cuando nos dimos cuenta y a escasos metros de llegar a la cima en el sitio conocido como La Meseta, habíamos dejado al grupo de muchachos y sus perras atrás, lejos en el camino y perdidos de nuestra vista. No fueron capaces de seguirnos el paso, dijo Zuluaga con voz triunfante, mientras para mis adentros yo me decía “que va home es que el miedo hace milagros”.

Tranquilos y serenos seguimos la marcha en un terreno más amable, interrumpida nuestra cháchara por el ya acostumbrado grito de Zuluaga, nuestro Rodrigo de Triana criollo, “Coronamos”. Efectivamente el terreno se tendía ante nuestros ojos cual tapete verde pringado de pinos y sietecueros, en ese plan tan familiar para nosotros, mostrándonos al frente el viejo arrastradero en escala que se ha utilizado para sacar madera y que lleva a la vereda El Plan y a nuestra izquierda ese camino amable que lleva a la vereda Las Delicias y nos decidimos por este.

En medio de esas casitas hermosas de Santa Elena, todas en flor, respirando la paz de ese corregimiento, la cual es silvestre en toda la extensión del mismo, sinónimo de silleteros y muestra viva de nuestro ancestro paisa, matizamos la marcha con las experiencia vividas y las que pudimos haber vivido y experimentado, al tiempo que reconocíamos el paisaje y así nos fuimos acercando a la cabecera de Santa Elena, hermosa como siempre y resaltada por su pequeño templo, la bella escultura en homenaje a nuestros silleteros y ese marco de plaza que nos traslada a esa “Antioquia grande y altanera”, donde la fe, la honradez y la convivencia eran un mandamiento.


Ingresamos al templo, dimos gracias al Creador y salimos a tomar alguna cosa. Eran las 10:20 am, nos había rendido la marcha. Entonces tomamos asiento en una heladería y frutería que linda con la iglesia, donde rebosamos de amistad, arreglamos el país, elegimos presidente, recordamos experiencias y así entre cervecitas, Mr. Tea y buena” parla”, matamos el tiempo y resucitamos vida.

Bueno y el almuercito ¿qué? Está temprano pero sí, vamos a buscarlo para que luego salgamos a recorrer y sigamos al Tambo y al Parque Arví, la nueva reserva ecológica y turística hecha por el Municipio, el Metro y algunas empresas para goce de la comunidad y nuevo orgullo de Antioquia, máxime que cuenta ahora con la extensión de la línea “k” del Metro, ese cable aéreo que hace “las delicias de propios y extraños”. Fácil hacer planes.


Empezamos a desandar lo andado, en medio de negocios de frutas y de flores mientras Olaya ponía a funcionar su cámara. Aprovechamos cada instante para plasmar las experiencias y sentir las mismas y hasta foto nos hicimos tomar portando un hermoso ramo de Girasoles, flor de moda y que con seguridad, adornará muy pronto los pasillos y salones de la casa de Nariño.

Pasamos por el Restaurante Los Pinos, hoy remodelado y el cual ya no pertenece a Doña Edilma, aquella matrona de nunca olvidar, cuyos famosos sancochos se reproducían en los platos de los clientes como por arte de magia y gracia al generoso cucharon de esa señora, que llenaba los platos cuando veía que estaban mermados.

Seguimos de largo a buscar el Restaurante las Montañitas, lugar que también ha sido de nuestra predilección dada la calidad y buena atención y donde Jorge Iván Londoño (El Lobato), recién ingresado al grupo, se nos quedó encerrado en un baño de donde casi tiene que ser sacado por los bomberos.


Es bonito el sito y está siendo remodelado. Allí fuimos recibidos por una hermosa morena con unos hoyuelos encantadores y luego del saludo de rigor y sentarnos a tablas (allá no hay manteles gracias a Dios) pedimos tres cervezas Club Colombia (casi que me dan ronchas ya que prefiero la Pilsen ) luego la carta e hicimos pedido, y en un santiamén estaba la morena ubicando sobre la mesa las viandas de mondongo para Zuluaga y el suscrito y Cañón al Carbón para Olaya. No dieron un brinco esos tres platos.

Cubierta la cuenta, fina despedida, las gracias y las felicitaciones por tan excelente atención y mejor comida, salimos como unos “chinches” de repletos y tomamos carretera rumbo a la vereda El Tambo, para completar nuestro recorrido y volver a Medellín por el cable vía Santo Domingo.

El sol había salido en todo su esplendor y calentaba el paisaje, pero avisando lluvia para màs tarde; no conociéramos “al mono Jaramillo” y sus caprichos. Que gentío Dios mío…puro turismo y pura fiesta. El mismo paisaje repetido en flores, follaje, frutas y belleza. En poco tiempo estábamos ingresando a los terrenos del Parque Piedras Blancas, donde se hacen amplios parqueaderos para lo que se viene. Pudimos conocer el proyecto “Muros de Tierra” de la fundación Tierra Viva, la cual ha retomado la construcción de tapia o tierra pisada para vivienda y locales, así como el uso de techos vivos, es decir, verdaderos jardines que techan las nuevas construcciones, lo cual quedó registrado en la cámara de Olaya.

Hermosos proyectos y hermoso el paisaje, lástima que “algunos señores adinerados de Medellín” se han venido asentando en el lugar, comprando a los moradores sus finquitas con sabor a silletero y arriería, para construir lujosas casas de ladrillo a la vista, teja española y grandes vidrieras que contaminan la vistas y nuevamente con la aquiescencia de las autoridades. ¿Cuáles?

Aprovechamos la oportunidad para tratar con algunos habitantes y preguntarles sobre su impresión con la transformación que vine sufriendo el corregimiento, unas de cal y otras de arena. Están contentos, pero temerosos “que se les acabe la paz y llegue la delincuencia, con tanta afluencia de turistas y de extraños, que no dejan de ser un problema”.

Efectivamente, en el camino pudimos ver los sitios limpios para disposición de residuos sólidos hechos con plástico reciclado, las canecas, los cobertizos y especies de descansaderos, para que las familias, algunas de las cuales disfrutaban de sus sancochos en plena vía y en cómodas mesas dispuestas para tal fin, puedan organizar sus almuerzos, sus fiestas, sus siestas y su camping.


En medio de ese mar de gente, llegamos al estadero Tambo que hervía, es decir se volvió un verdadero machete para sus propietarios. Allí refrescamos nuevamente nuestros maltrechos radiadores y nos encaminamos a la estación del metro cable Arví, retirado algo así como medio kilómetro, y cuál sería nuestra sorpresa al llegar y comprobar que las filas eran interminables.

Una para comprar tiquete y otra para ingresar al sistema. Hasta ganas nos dieron de devolvernos al Tambo a coger bus, máxime que se había soltado el aguacero, pero bueno…caminante que se respete no retrocede (ya habíamos dicho) y nos aguantamos la fila y el agua, la cual por fortuna amainó ligero quedando el tal aguacerito moja bobos.

Hicimos de las filas y la espera una fiesta, ya que nos dedicamos a charlar con la gente y sobar la paciencia y por primera vez, los tres amigos y caminantes coincidimos en que había desorden e improvisación en todo esto, algo raro y que no es propio de nuestro Metro, el cual funciona para todo como un relojito. Igualmente empezamos a creer que si en Santa Elena no se ubican algunos CAI y estación de Policía…la seguridad quedará en entredicho, como en entredicho quedó la construcción del cable, el cual fue montado y puesto en servicio, sin haber culminado la infraestructura de todo el sistema y sus anexos.

Mientras hacíamos la fila, se nos arrimó una hermosa muchacha quien nos preguntó si nos podía hacer una entrevista para la Organización Metro Parque Arví, a lo cual accedimos gustosos, la misma que se desarrollo en medio de cámaras, amplificadores y reguladores de sonido, micrófonos y la gente a medida que la cola avanzaba.


Por fin compramos lo tiquetes luego de sortear mil condiciones. Hicimos fila para ingresar a las góndolas, las cuales llegaban totalmente vacías ya que a las 4 pm se suspendió la venta de tiquetes para subir, porque es tal la afluencia de público que de no ser así, no alcanzan a evacuar la gente que ocupa el Parque Arví y sus alrededores en cantidad de visitantes.


Acomodados en la góndola con una joven pareja, dos jóvenes señoras con sus hijos pequeños y un muchacho visitante que viajaba solo, más los T. T. iniciamos nuestro viaje aéreo. ¡Que hermosura carajo! ¡Qué espectáculo! ¡Qué verdor y paisaje!...Todo un descreste lo que se logra ver desde arriba, en esa inmensidad de Arví, el cual medio cubierto por la niebla y bajo la lluvia que nuevamente había arreciado, nos brindó un espectáculo nunca imaginado.

Si esto no es raza…¿Qué es entonces? Y así conversadito con nuestros compañeros de viaje superamos la montaña, para quedar descubierto ante nuestros ojos, toda la belleza del Valle del Aburra y abajo el Barrio Santo Domingo, que hace esfuerzos por salir, progresar y recuperar su tranquilidad y su seguridad, y allá a lo lejos todo el esplendor de nuestra Medellín.


Al paso por los colegios de “calidad” y la hermosa Biblioteca España, recordamos a nuestro ex alcalde Doctor Sergio Fajardo Valderrama, artífice de todas estas obras y hoy candidato a la Vicepresidencia de la República.


En la Estación Santo Domingo, bajamos de la góndola, para comprar nuevos tiquetes y abordar otra en el integrado segmento de cable “Línea k”, el cual nos llevó a la Estación Acevedo, donde tomamos el Metro, ese que nos pondría a tiro de piedra de nuestra residencia

Ahí queda esta crónica para los lectores, si alguno se atreve a arrimarse por estos lados, y para nuestras autoridades y la organización Metro, ya que hay mucho por prevenir y mejorar en esta maravillosa obra que habla de la grandeza de Antioquia.

Cordial saludo a todos y hasta la próxima si el superior permiso lo permite.

JUAN FERNANDO ECHEVERRI CALLE

ÑAPA, COMO DICE UN QUERIDO AMIGO: Una lástima enterarnos por la prensa de mayo 5, que despreciables vándalos y desadaptados, habían quemado uno de los sitios limpios del parque Arví, robado algunas canecas metálicas y desmantelado varios elementos paras disposición de sólidos, así como una caseta. Duro con esos antisociales, ya que la delincuencia no puede prosperar en la tierra de los silleteros.