Caminata Colegio Latino - Santa Elena - Embalse Piedras Blancas

Fecha: 23 de junio de 2007

Asistentes: Gloria Helena Gutiérrez Gómez, Luís Fernando Zuluaga Zuluaga, Juan Fernando Echeverri Calle, Carlos Olaya Betancur y Jorge Iván Londoño Maya

Duración: 6 horas

Nombre: Naturaleza peinada de “colecaballo”

Mención especial: Para Gloria Helena Gutiérrez Gómez, quien con su presencia y donaire nos aconductó y nos mejoró el vocabulario; y con su excelente preparación atlética nos puso el paso.

¿Se imaginan al lobato Londoño sentado en el lado izquierdo de la plataforma de la estación Estadio coqueteándole (rezándole) a su Milagrosa, y 30 metros más allá, en el lado derecho del mismo lugar, separados por la caseta de control, al cardenal Echeverri leyendo la columna de su primo Raúl Emilio en el Colombiano, y ambos “dizque” esperando que fueran las 7 de la mañana para encontrarse?

Esa pilatuna que nos jugó el destino nos hizo llegar 15 minutos tarde a la estación Exposiciones, en cuyos bajos nos esperaba el polaroid Olaya, bien acomodado en una banca y arrancando para el segundo sueño. Allí cogimos un taxi chiquito y redondito, de esos que parecen una mariquita, con antenas por ambos lados, formadas por nuestros cayados, pues debido al poco espacio los tuvimos que sacar ventanillas afuera. Cinco minutos bastaron para llegar al sitio del encuentro, la portería de la urbanización el Mirador del Poblado.

Allí muy cumplidos nos esperaban Luis Fernando y Gloria Helena, toda ella de blanco vestida, amiga por varias décadas de la familia Londoño Rodas, quien nos pidió pegarse para esta caminata, solicitud que fue aprobada sin necesidad de presentar hoja de vida ni pagar acción por las mejoras que le hemos hecho al grupo. Como de antemano le conocíamos sus excelentes dotes de buena caminante, le dimos el “si” para tan exigente caminata.


Luego de la presentación de rigor, con regaño incluido por los 15 minutos de atraso, hicimos sonar las campanas a las 7 y 45 de una mañana que en cuestión climática a veces si y a ratos no. Palmas arriba fuimos mirando las obras de ampliación de esta vía. Aparecieron los puentes, los taludes de tierra colorada, la maquinaria sobre la vía, enormes volquetas que van y vienen, trabajadores en todos los rincones, polvo al por mayor y limpieza al por menor, trabajadores con avisos manuales de “sigan los caminantes” y “paren los carros”. En este tramo le entregué a Gloria mi cayado Pompilio, quien complacido cambió de manos, y dejé para mi un palo recogido de entre los escombros de la construcción.

Esta embadurnada de progreso se nos acabó muy rápido al llegar al colegio Latino, en donde nos desviamos para tomar el camino que nos llevaría al encuentro con el aire puro, ese si en cantidades industriales, no sin antes observar como las nuevas urbanizaciones le están bajando las enaguas a la montaña para desnudarla ante la mirada complaciente de las autoridades ambientales.

El ascenso comienza por una estrecha carretera que sirve a algunas fincas. Luego se convierte en un camino real, que se va haciendo más pendiente y que nos introduce como en cámara lenta a un espeso bosque, generoso en frondosos árboles, entapetado con musgo, líquenes, bejucos y anturios, ambientado con el trinar de los pájaros, y matizado con el embriagante olor del sudor de la naturaleza, fragancia que sólo se compra y se consume allí. De vez en cuando paramos para mirar abajo la ciudad, cobijada por un manto de neblina, sobre la cual resaltan los altos edificios.

Luego de más de 2 horas de pura subida en segunda y primera y a veces con la doble y la polla, puestas, coronamos el cerro la Paloma, desde donde se aprecia muy buena parte de la ciudad. Allí aprovechamos para instalar otra zona de alimentación compuesta por agua y frutas y para tomar las fotografías de rigor. A estas alturas, Gloria y Juanfer, quienes fueron vecinos en sus años de infancia, ya llegaban a primos undécimos, pues el Gutiérrez se les cruza en alguna de las esquinas de sus árboles genealógicos. No se imaginan a Juanfer, loma arriba, preguntándole a Gloria por Raimundo y todo el mundo y viceversa.
Acometido el último kilómetro, el tramo más inclinado y complicado, llegamos a la cima de la montaña, donde predomina la madera. El camino se vuelve de herradura propicio para sacar los troncos. Allí nos encontramos con una joven pareja que también estaban ejecutando el verbo caminar, pero lo hicieron saliendo del barrio La Milagrosa, para subir por la hilera de torres de energía que puede verse desde cualquier punto de la ciudad.

En este tramo aparecen las fincas de labor y de recreo. El bosque se cambia por un paisaje abierto, cubierto de cultivos de flores donde predomina la hortensia, hace la entrada su majestad la papa, acompañada por su séquito de hortalizas. Las fresas no se quedan atrás, lo mismo que el maíz y el fríjol.

Llegamos a la vereda El Plan, y con ella a la tercera zona de alimentación, nada menos que la tienda donde vive Valentina, la niña de trenzas y ojo pícaros a quien hemos visto crecer pero que hoy no nos acompaña porque pasa sus vacaciones en San Cristóbal. Aquí la parada es de 15 minutos acompañados de cervecitas, gaseosa, empanadas y más fotos, y aprovechen para entrar el baño muchachos, porque en ésta, ¡nada de desmoronar barrancos!

Sentados muy juiciosos en los tablones, Londoño hace caer en cuenta al grupo de lo sucia que lleva su camiseta. Tanto que la de un indigente con 6 meses sin lavar parecía una Cristian Dior al lado de la suya. Lo raro es que nadie se explica el porque de ese mugrero. Incógnita que se queda sin despejar hasta ayer domingo que llegan las fotos de Caliche. En efecto, como le entregué a Gloria a mi Pompilio (el cayado) y yo tome uno de los escombros de la ampliación de la carretera, yo me lo ponía debajo el hombro o sobre el estómago bien fuera para tomar agua o abrirle el morral a Gloria para sacarle sus provisiones, en esos momentos quedaron las huellas del barro y la suciedad que tenía el cayado emergente.

La caminata continúa por vía pavimentada, ahora si en predios del corregimiento de Santa Elena, que une las veredas de esa región, entre ellas la más popular conocida como Piedra Gorda. La conversación sigue a todo vapor y nuestra invitada se siente como pez en agua, pareciera que llevara caminando con el grupo los mismos años del lobato. En tres zancadas llegamos a la carretera principal, es decir, a la Santa Elena, la misma que al occidente va para Medellín y al oriente para el aeropuerto y Rionegro.

En todo el cruce nos encontramos un paseo compuesto por 8 muchachas y 2 muchachos; ellas encartadas con una grabadora tamaño kiosco comunal, morrales, tulas, bolsas, almohadas, cobijas, hamacas y mecato, y los pobres lidiando con sus mochilas, bulto y medio de mercado y medio bulto de papa capira. Al final Caliche saco a relucir sus dotes de matemático, y les dijo: “para que no tengan que cargar el medio bulto de papas, a cada uno le toca llevar de a seis papas” me imagino que a esta hora las muchachas deben estar buscando en que llevar la dosis personal del tubérculo, pues en los estrechos bolsillos de los bluyines escasamente entra un billete de dos mil pesos, y eso doblado a la mitad.

Después de darle ánimos al paseo para que continuaran, cogimos por la carretera principal rumbo al occidente, pues nuestro destino era la vereda Mazo, en donde tiene su asiento el embalse de Piedras Blancas. A una cuadra nos encontramos un renolcito seis, que de lo trajinado más bien parece treinta, acondicionado como frutera ambulante. Allí degustamos unas mandarinas y unos murrapitos; pero nos quedamos con las ganas de probar la piña porque, como para no creer, el gerente del negocio no llevaba cuchillo para pelarla. ¿Abrase visto Sarita? Hasta hubiera servido la perica que iba estrenando el cardenal Echeverri, pero caímos en cuenta muy tarde.

En un tris llegamos a las partidas para la carretera que nos llevará a la represa, distante a 12 kilómetros. La vía también es pavimentada, algo concurrida de vehículos, con muchas casas a los lados. Aparecen los cultivos de flores, porque en esa zona viven la mayoría de los silleteros que asisten al desfile en la feria de las flores. Así mismo se ven los cultivos de fresas y papa. Igualmente comienza a verse en todo su esplendor el parque Arvi, compuesto por 2.800 hectáreas de bosques, parque que está al cuidado de Corantioquia y las Empresas Públicas de Medellín. Con el parque aparecen las entradas a los múltiples senderos ecológicos y a las veredas, todos debidamente demarcados a la entrada.

El clima ha sido benigno, poco sol y nada de lluvia, gracias a las plegarias del lobato Londoño, que en materia de meteorología tiene en su Milagrosa a la mejor aliada. Las 3 horas de caminata que restaban las adobamos buscando un puesto de deliciosas empanadas, el mismo que encontramos en caminatas anteriores, así que, además de la fructífera conversación, nos fuimos “jugando” en cual próxima curva nos iríamos a encontrar el puesto que nunca apareció.

El que si encontramos fue uno de frutas, lo que nos valió para degustar unas tajadas de mango maduro con mucho limón y sal. Además creímos haber visto cumplido nuestro sueño de comernos una deliciosa piña, pero la dueña del puesto creyó que éramos de apellidos Sarmiento Angulo y nos pidió $3.500 más IVA. Ahora que hablamos de plata es bueno anotar que la primera que puso la cuota para la vaca fue misia Gloria, así de entrenada llegó al grupo.

A las 12 y un minuto nos quitamos las cachuchas y rezamos el Ave María, tradición que no puede faltar en el grupo, así nos coja la noche, llueva, truene o relampaguee. Obviamente nuestra invitada se “quedo de una pieza” y con toda devoción se unión a nuestro coro.

La última zona de alimentación fue el Tambo, haga de cuenta dos esquinas dotadas de restaurante, al cual entramos para ver en vivo y en directo el menú del día, y al frente una cantina, a la que entramos a tomarnos el refrigerio de rigor, acompañados del afiche que no era propiamente una estampita mariana o de primera comunión sino una modelo “en bola” que le sirve al dueño para que la clientela pida una segunda, tercera, cuarta y ene tandas.

A los últimos 3 kilómetros que nos faltaban les pusimos límite de tiempo, 40 minutos, o sea que deberíamos de estar llegando a nuestro destino a la 1 y 40 minutos de la tarde. Este tramo se caracteriza por tener sitios para acampar, con riachuelo de agua cristalina, kioscos, fogones especiales para los asados, canecas para la basura, y una paz y una calma que provocan.

A la 1 y 45 llegamos a nuestra meta, el refugio y embalse de Piedras Blancas, administrado por Comfenalco. El primer lugar que visitamos fue el restaurante, como para asegurar la lata. Allí hablamos con la administradora, quien en forma muy amable nos sugirió almorzar mas tarde, pues en ese momento estaban despachando el almuerzo para dos numerosos grupos de visitantes. Así que nos pusimos de acuerdo para pedir bandeja para todos, por lo que ella se encargaría de ordenarlas para las 2 y 30 de la tarde.

Aprovechamos el tiempo para que Gloria conociera el puente colgante y el insectario. De allí pasamos a visitar el nuevo mariposario, inaugurado dos días atrás, el cual comienza a surtirse con especies de la región. Allí mismo cuentan con una “sala de partos” para facilitar la metamorfosis de las orugas, que ante la vista del público se convierten en pequeñas mariposas.

El recinto de este mariposario, compuesto por una malla sobre una estructura metálica, es muy sobrio.Su interior está adornado con diferentes plantas y flores, además con puestos de degustación para las mariposas, los hay de frutas o rila de aves.


Entre las matas nos llamó poderosamente la atención unas decorativas en forma de repollos, con exóticos colores y formas, parecian más bien unas algas marinas. Regresamos al refugio, el cual estaba ahora más desocupado. Allí fuimos atendidos por María Eugenia, una agraciada sardina que tiene en su mejilla derecha tres lunares en fila india, que alguien se los bautizo como los tres reyes magos.

Luego del aseo de rigor en unos baños muy aceptables, no obstante la gran cantidad de personas, nos dispusimos a disfrutar de la generosa bandeja paisa, compuesta por: porción de fríjoles, arroz y carne en polvo, chicharrón, morcilla, huevo estrellado, tajada de maduro, ensalada y arepa, con el buen acompañamiento de un jugo de mora casero y un claro (miaitos de ángel) cuñado con bocadillo y tronquitos de la dulzura de María Eugenia. Como siempre, este preparito va con dedicatoria especial para nuestro dilecto amigo Pablo Mejía, allá en su Manizales del alma

Pagada la cuenta, la cual vino “premiada” con tasas de delicioso café, por cortesía de Comfenalco, pasamos a conocer el pequeño Panaca, el cual no pudimos mirar por remodelación total. Así que optamos por comernos el postre en un puestecito de chucherías, atendido por una familia de la región, papá y dos hijas, el pedido fue muy fácil: obleas con arequipe para misia Gloria y solteritas para sus edecanes.

Como la buseta para Medellín llegaba a las 4 y 30, nos ubicamos a la entrada del refugio a seguir raniando, a comentar sobre la caminata y en fin, a hablar de lo humano y lo divino. Estando en esas, el cariobispo, mas conocido ahora como cardenal Echeverri, se nos fue acomodando en el piso, puso el morral como almohada y nos dijo: sigan hablando que yo los oigo. ¿Oigo? A los pocos minutos estaba roncando y así se quedó hasta que llegó la buseta. la verdad fue que no pudimos encontrarle el botoncito para saber de donde es que se apaga.

La Buseta llegó vacía, así que como buenos escolares nos subimos de primeros y cogimos los puestos de adelante, por no ser un grupo par a Caliche le toco irse solo en una banca, claro que para él no hay problema, porque con la quitada de la emergencia y la puesta en primera, el hombre ya tenía su gorra tirada para adelante y comenzaba los primeros ronquidos, los que no le duraron mucho, pues al kilómetro se subieron tres personas, entre ellas una sardina la cual entre todos le acomodamos en el puesto libre.

El viaje de regreso se torna placentero por la espectacular vista que tiene Medellín desde la montaña. En cada curva a la derecha tenemos la panorámica de nuestra bella villa. En un viaje que dura medio tabaco, como dicen nuestros campesinos, regresamos para caer en manos del bullicio, el gentío, la congestión, la contaminación, mejor dicho, llegamos nuevamente a nuestra ciudad.

En las mellizas se bajaron Gloria y Luisfer, para tomar taxi con destino al Poblado. El resto de la tropa seguimos rumbo al centro, concretamente nos bajamos en Colombia con Girardot.

Allí nos tomamos el último tutti fruti para seguir a pie hasta la estación san Antonio para coger el metro. En el recorrido entre la plazuela de san Ignacio y la estación san Antonio pudimos notar la anarquía que vive esa zona del centro, donde cada quien hace lo suyo sin importarle la ciudad. Yo al menos me convencí que definitivamente el centro no necesita un gerente sino un dictador.

Ya en la estación del metro las cosas cambian de color, y comienza a mejorar la calidad de vida, con algunos lunares obviamente. No están equivocados quienes adivinaron cual fue nuestro tema durante el viaje de regreso hacia nuestras casas. Para resumirlo, “que bueno fue haber compartido esta caminata con una mujer tan especial, dotada con un don de gentes y una calidad inigualables, y haber tenido en la vanguardia una colecaballo señalando el camino”

Todo indica pues señores, que tendremos Gloria Helena para mucho rato, y desde esta crónica le reiteramos nuestra bienvenida a los Todo Terreno

Hasta la próxima

Jorge Iván Londoño Maya

Caminata Vereda El Chaquiro - Aragón - El Chaquiro

CAMINATA No.121

FECHA: 16 DE JUNIO DE 2007

RECORRIDO: 24 KILOMETROS

INTEGRANTES: LUIS FERNANDO ZULUAGA ZULUAGA – JORGE IVAN LONDOÑO MAYA – JUAN FERNANDO ECHEVERRI CALLE.

NOMBRE: VERDE QUE TE QUIERO VERDE

Hora: 6:45 a.m. Los Caminantes Todo Terreno, nos encontramos en la Terminal de Transportes del Norte, en la ciudad de Medellín, en las taquillas de la empresa YAMEYA, (Yarumal, Medellín, Yarumal) donde previa compra de tiquetes y de haber tomado una “ñapita” al desayuno, consistente en cafecito con leche y un tercio de un buñuelote de libra y media, para el cual tuvimos que recurrir a un pié de rey y un transportador, fin calcular su diámetro y poderlo partir en tres partes iguales, fin no tumbar a nadie; procedimos a abordar una moderna buseta, la cual consta en foto tomada por la magia de Zuluaguita y en la cual sólo quedaban ya tres puestos. Zuluaga y Juanfer ocupamos dos de ellos en la misma banca y Jorge Iván, se acomodó en la última banca, al lado de una hermosa niña, de nombre Viviana, la cual sacaba sus encantos, por los ojos ya frutiados del Lobato, quien obviamente no se cambiaba por nadie, con semejante compañía.

Rauda arrancó la buseta, bajo un sol hermoso y en una mañana ídem. Siendo las 7:03 a.m., en la que se desplegaba los mejores comerciales del verano que ya nos acompaña. Muy pronto estábamos sobre la Autopista Norte y ligerito iniciábamos el ascenso hacia Matasanos, donde se reflejaban la cantidad de derrumbes a lado y lado de la vía dejados por el invierno, que acababa de pasar y el cual a esta hora va con su morral de daños y siniestros por las antillas, pero dejando todavía una pata asentada en La Mojana.

Que delicia de viaje, que tranquilidad y que paisaje el que poco a poco nos va regalando este tragar de kilómetros hacia el Norte “paisa”, la ruta de la leche y ruta verde, como verde era todo el ambiente que se sentía y se percibía, mientras nos arrimábamos a la Ciudad Eterna o Vaticano Antioqueño: Santa Rosa de Osos, donde el paisaje es rico en adornos para todos los ojos y donde los hatos lecheros y el sentimiento religioso, no mueren.

Santa Rosa de Osos, también fue conocida como Valle de los Osos o San Jacinto de los Osos, fundada en 1757 , tiene 26 mil habitantes, que se acomodan muy plácidamente en sus fríos y pintorescos 805 Km.2 y con una temperatura promedio de 13ºC, dista de Medellín 74 kilómetros que se hacen aproximadamente en dos horitas.

Muy juiciosos los Caminantes Todo Terreno, extasiados con el paisaje y su multiplicidad de verdes, como en pocos lugares se ve, nos fuimos gastando los tiquetes del transporte, al menos Zuluaga y Juanfer, ya que el Jorge Iván, venía en otro plan, cuando al voltear para atrás a mirarlo, Oh sorpresa, se le había dormido Vivianita y el Lobato venía “más aburrido que un caballo en un balcón” conversándole a su cayado “Don Pompilio”, al tiempo que le hacia guiñitos a Verónica, una primita de Viviana que muy bien acompañada venía en la banca de adelante a la del Lobato, quien se lamentaba para sus adentros de su suerte.

Estábamos en esas, conversando, revolviendo experiencias, chistes, gracejos y charlas, con el posible triunfo del nacional mañana domingo, cuando pasó el Lobato a mil, por el pasillo de la buseta y rumbo donde el conductor , reclamando ¡ una bolsa,….por favor una bolsa! Y se devolvió con esta a su puesto, desesperado y cuando atinamos a mirar, vimos a Viviana más pálida que una vela de cebo, parecía sacada de la tumba. Claro se había mareado y por poco baña al Lobato con el multicolor contenido de su estómago.

Ya más respuesta Viviana, con las finas atenciones del Lobato, quien hasta de manzana la empetacó y recuperado el orden y armonía en la buseta, así en medio del verdor del paisaje, de pinares, cultivos de tomate de árbol, coles, repollos y papas, llegamos a la vereda el Chaquiro, perteneciente a Santa Rosa de Osos, donde nos apeamos del vehículo, en medio de las aplausos y vivas de los otros pasajeros y de las ultimitas de Viviana y Verónica, ya que la fama de los Todo Terreno, empieza a reventar y traspasar fronteras. Eran las 9:10 AM.


Ahí mismito, ingresamos al Restaurante El Chaquiro, lugar de parada obligada para buses y camiones, donde tomamos asiento, para ser atendidos muy amablemente por Natalia, una joven morena de ojos indios, de color negro azabache, cabello liso y medianamente largo, tímida y elemental, quien nuevamente despertó en el lobato, esa fiera que tiene por dentro y que no deja que su “cayado” se quede quieto.


Recibida la carta o menú de manos de Natalia, procedimos a pedir huevos revueltos con aliños, frísoles, arepa, quesito y chocolate para Juanfer. Lo mismo para Zuluaga, pero le cambiaron los frisoles por arroz y el Lobato si pidió, huevos en cacerola como para descrestar a Natalia. Luego de nuestro saludo de honor a estos alimentos, próximos a ser sepultados en nuestras barrigas y tomada la infaltable foto por Natalia, gracias a la instrucción impartida por Zuluaga, hicimos de estos otra ñapa de nuestra ñapa y de nuestro desayuno, ya que Los Caminantes Todo Terreno, no salimos a sufrir.

Siendo las 9:45 am pagamos la cuenta y nos terciamos nuestros morrales, para enrutar hacia un camino veredal que a escasos ciento cincuenta metros nos esperaba con su piso en tierra y piedra, medianamente húmedo y que mostraba cierta ascenso, rumbo al corregimiento de Aragón, separado de allí por doce kilómetros, los cuales fuimos recorriendo a muy buen paso, como ya es nuestra costumbre.


en medio del más hermoso de los paisajes, donde el verde se manifestaba en todos su tonos y colores, en toda la inmensa extensión de ese Llano de Cuivá, el cual pareciera no tener límite y que sólo se interrumpía en su gran extensión, por unas colinas lejanas, azulosas por la presencia del oxígeno, los cultivos de tomate de árbol, los de papa o los bosques de coníferas, esos que caracterizan la región, al igual que los hermosos hatos de ganado holstein que a lado y lado del camino, pastaban y sólo distraían su labor alimenticia, para dar una tímida mirada a los caminantes, que con sus pasos, sus risas y su cháchara, se mezclan con el silbido del viento entre los pinos, el mugir de los terneros y el canto de los pájaros.

Así en medio de verdes, de tapetes de musgo húmedo, cultivos, casitas campesinas y barrancos rojizos, pringados de unas franjas grises y colmados de helechos, entramos a la Vereda el Tres, para luego pasar a la Vereda la Ruiz, en medio de un paisaje que no cambia y que no deja de ser hermoso, con un sol en plenitud, un cielo azul arriba y en el horizonte algunas nubecillas de agua, combinación que iba quedando en la lente de Zuluaga. ¿Y el clima? Ni hablar. Pese a lo intenso del sol, pura frescura gracias al viento que soplaba casi gélido en aquellos Llanos inmensos y hermosos, que saludaban a los caminantes con los trinos de sus pájaros y el vuelo majestuoso de aguilillas y gavilanes.

Curioso lo sucedido en esta Vereda el Ruiz, donde divisamos un estadero el cual abrió el alma de Zuluaguita por aquello de su “Doña Cervecita”, ya que llevaba su buen rato sin probar ni una lo cual sólo fue para su desengaño, ya que estaba abandonado, salvo por un muñeco de trapo “o año viejo” que había allá arriba de la entrada sentado, luciendo su bonita corbata, al cual saludamos amablemente y hasta fotos le tomamos, pero sin recibir respuesta. ¿Qué pasaría con este muñeco? ¿No tuvo año viejo ni año nuevo? ¿Acaso su vida no merecía ser abrazada por las llamas? ¿Será que en la Vereda la Ruiz, el año viejo no se quema y por el contrario se embalsama? Esas eran nuestras preguntas y cuestionamientos, pero solo el viento nos respondía: jusss, jussss, jusss, nada,…nada…..

Seguimos adelante nuestros pasos, por ese camino en columpios casi planos, cuando en medio de la tranquilidad allí reinante, de esa calma casi que miedosa, fuimos sustraídos por la presencia de una bonita casa campesina, en cuyo patio yacía una hermosa y gorda marrana, la cual había sido muerta, apenas hacía pocos segundos, ya que el verdugo, aún limpiaba el arma asesina. Este cuadro nos complementa el del año viejo o muñeco con vida o embalsamado que ya habíamos dejado atrás y nos decía, que efectivamente en esta vereda la vida pasa, porque tiene que pasar y solo se aferra al recuerdo que escasamente pasa, tomado de la mano de la tranquilidad y de la paz, para sumergirse en el olvido. Medio azarados y medio incrédulos seguimos el camino, no antes sin volver la lente de Zuluaga a captar el cuerpo inerte y rosado de la enorme marrana, que yacía en el piso de aquella casa, como una muestra que la vida ya no pasa. Simplemente se detiene y se suspende, cuando el hombre levanta el brazo y el fierro arranca signos vitales con pedazos de alma.

El cielo incrementó su nubosidad oscura, el azul se borro en trozos y en distancias, el frío aumentó su presencia y el paisaje conservo su hermosura y su verdor surtido en lontananza. La flores de sietecueros, geranios, novios, siemprevivas, agapantos, pensamientos, dalias, margaritas, resaltaban sus colores contra el musgo en los barrancos y en las macetas de las casas saltonas que interrumpen el paisaje y así, mientras admirábamos el mismo, ingresamos a la Vereda el Kilómetro y luego de remontar un barranco que nos cerraba el camino y la vista, desde una curva divisamos el corregimiento de Aragón, con sus casitas blancas y pequeñas amontonadas a lo lejos, como rodeando su gran templo, con su torre fálica empinada al cielo, la cual al recibir los rayos de ese sol declinante, se veía como un gigante dorado, puesto por caprichos del hombre, en medio del paisaje.

Pronto estábamos cruzando un puentecillo de material, que cruza el Río Aragón, cuyas aguas bajan algo crecidas y más o menos turbias, mientras En su rivera, un pescador, lanzaba su cordel y su anzuelo, buscando la arisca trucha que se pegara.

Así, a paso franco y templado, ingresamos a Aragón, remanso de pequeñez y paz, que celebra “las fiestas del Río Aragón”, donde exuberante serpentea el paisaje, orgulloso y ufano, así desconozca que allá en España hay otro río y otra comarca que también se llaman Aragón, por donde cruzó Don Fernando de Aragón, galopó el Cid Campeador y dieron la batalla Don Quijote y Sancho, pero no conocieron los abuelos y los arrieros antioqueños, quienes a lomo de mula y sudor enjalmado, llevaron sobre las cuatro patas de esos nobles brutos, el progreso de la patria.

Eran las 12:15 pm. En nuestros relojes, cuando ingresamos al pequeño parque de Aragón, cuya iglesia majestosa, mostraba en el reloj de su torre y como generalmente sucede, las 5:10, ignoramos si de la mañana o de la tarde. Presurosos nos dirigimos hacia el templo, mientras Zuluaga disparaba su cámara y allí en el interior de la iglesia, la cual hay que decirlo es muy hermosa y que lleva el nombre de Nuestra Señora del Carmen y tiene como patrono a San isidro Labrador, “el que quita el agua y pone sol” y a quien le harán su altar el próximo primero de julio, hicimos nuestra oración de gracias al Señor.

Luego de levantar el inventario del pueblo por el ojo de la chapa de la misma iglesia, salimos al parquecillo, donde bajo la sombra de una carpa, refrescamos nuestras gargantas con Cerveza, Mr.Tea y Tutti Fruti, existiendo un premio especial a quien adivine, como distribuimos estas bebidas, entre los caminantes.

Se tomaron fotos, comentamos sobre lo pequeño y tranquilo del lugar, para luego izar cayados, levantar morrales y enfilar tenis rumbo nuevamente a la Vereda el Chaquiro, deshaciendo nuestros anteriores doce kilómetros de caminada inicial, experimentando plano donde hay plano, bajada donde antes hubo subida y subida donde antes fue bajada, es decir todo lo mismo, exceptuando el cielo, más oscuro, el sol ya bajo y el paisaje con un verde más opaco. El río ya no era el mismo río y el pescador si era el mismo, pero con la esperanza perdida, ya que no había logrado sacar nada. El camino tampoco era el mismo, siendo el mismo que nos trajo y así en ese caminar apurado y feliz que siempre manejamos, sólo un detalle nos llamó la atención, ya que antes no lo habíamos visto.

Si mal no estamos, allá en la Vereda el Tres. A un lado del camino, una escuela con el nombre de Miguel Ángel Builes, el famoso obispo, quien tanto hizo por toda esta región y quien sin lugar a dudas, con controversia o sin ella, intervino bastante en la política, en la educación religiosa y cultural de Antioquia y sus obras y ejecutorias traspasaron otras fronteras e inclusive hay quienes se han organizado en un gran movimiento para buscar su canonización. Para mayores informes puede llamar al teléfono: 2541290 preferiblemente en la noche.

Desandado el camino, es decir, retrocedidos los doce kilómetros para ajustar veinticuatro recorridos, llegamos nuevamente al Restaurante El Chaquiro, donde ingresamos con un hambre mediano, ya que había sido disimulado en el camino con manzanas, mandarinas y refrescos; y allí nuevamente nos recibe Natalia, con el corazón en la mano y sus ojos negros sobre el Lobato, quien luego de ofrecernos la carta, sólo atinamos a pedir una sopa de legumbres, para nuestro galán, una de mondongo para el Zuluaga y un consomé con menudencias para Juanfer, todo cuñado con tres tremendas tazas de claro de mazamorra, como para chuparse los dedos y refrescar nuestros radiadores.

En una hora cualquiera, tomamos una buseta cualquiera, que nos llevó hasta la bonita y moderna Terminal de Transportes de Santa Rosa de Osos (La Ciudad Eterna), donde nuevamente tomamos otra buseta de una flota cualquiera, la cual rauda y en menos de lo que tarda un merendero en terciarse el tiple, nos dejó a una hora cualquiera en la estación Niquía del Metro de Medellín, donde abordamos éste para dirigirnos a nuestros hogares, haciendo comentarios sobre esta hermosa caminata, la número 121 en nuestro historial y en la cual como cosa rara y coincidente, tuvo como protagonista el color verde en todos sus matices. Al llegar a la estación Universidad, pudimos observar que el cielo de Medellín tenía un color verdoso y a lo lejos en mitad del firmamento, una estrella verde brillaba, así como la que un día brilló en Belén, para anunciar el gran nacimiento que partiría la historia de la humanidad en dos.

Raro,… raro….., muy raro,…. esa estrella verde bajaba a toda velocidad y se instalaba quieta, estática y fulgurante sobre el estadio Atanasio Girardot, pero sólo al otro día, domingo día del padre, comprendimos el mensaje: Una novena estrella se ceñía sobre las cimas verdes de las montañas de Antioquia.

Juan Fernando Echeverri Calle (Juanfer)

Caminata Medellín - Medellín

Fecha: 9 de junio de 2007

Asistentes: Luís Fernando Zuluaga Zuluaga, Juan Fernando Echeverri Calle, Carlos Olaya Betancur y Jorge Iván Londoño Maya

Duración: Ojala hubieran sido 72 horas, o más

Nombre: La cultura como cayado

Mención especial: Para el Alcalde Sergio Fajardo Valderrama, por darle la posibilidad a muchos niños de Medellín de poner sus manos sobre el teclado de un computador, sobre un libro o sobre un pedacito de plastilina.

Con horario de empleados de oficina, 7 y 30 de la mañana, nos encontramos los Todo Terreno en la estación Industriales del metro, excepto Carlos, quien por razones de trabajo en su empresa Man&Obras, tenía que dejar todo dispuesto para las labores del día, pero con el compromiso de que se nos uniría mas tarde, porque este vistazo a Medellín no se lo perdería por nada del mundo.

Como era una caminata por la ciudad, nos fuimos muy ligeros de aperos. En efecto, los morrales siempre provistos de agua, frutas, dulces y otros cachivaches, así como los nobles cayados, esta vez se quedaron muy juiciosos en nuestras casas. Por lo tanto, parecíamos más unos universitarios de paseo que unos curtidos caminantes.

El primer sitio para visitar en nuestra lista de recorridos fue la construcción de la sede de Bancolombia, ahí mismo en las entrañas donde antes quedaba la cementera Argos. Para una mejor observación nos ubicamos sobre el puente peatonal del metro. Con pinta de turistas polacos observamos buena parte de los 1.500 trabajadores que tiene la obra, y que como hormigas van y vienen abriendo trocha por los lados de esos enormes abismos donde se estan sembrando las robustas columnas. Todo ese complejo parece en este momento un aeropuerto internacional de plumas. Nos llamó la atención un letrero pidiendo trabajadores para la obra, algo inusual en nuestro medio.

De allí nos enrutamos para el cerro Nutibara, concretamente para el Pueblito Paisa, así que tomamos el puente peatonal opuesto. En el camino nos encontramos una venta de buñuelos a $100 cada uno, del tamaño de una bolita de ping pong, o sea que se necesitan 15 bolitas de harina y queso para armar uno de los buñuelotes que nos comemos en las terminales de transporte, antes de nuestros viajes a las caminatas por los pueblos. Hay que ver la agilidad de esas muchachas echando buñuelos a mil por hora en las bolsas que son llevadas por los trabajares del sector.

En dos zancadas llegamos a la entrada del cerro Nutibara, otro de los pulmones que tiene muestra ciudad. Para subir, además de la vía principal, cuenta con varios senderos ecológicos construidos en escalones de cemento o empedrados; así que como buenos aventureros escogimos el más empinado y arborizado, pero también el mas empantanado por las obras que están haciendo en la cima, por lo que los tenis llegaron como si tuvieran enormes patacones de barro pegados por debajo. Esto obligo al comentario sobre la segura emberriondada de nuestras consortes, quienes cada ocho días se las tienen que ver no solo con los zapatos llenos de lodo sino con nuestra vestimenta empantanada, sudorosa y a veces chorriadita de sopa.

Cuando llegamos a la cima pudimos observar las obras complementarias que le están haciendo al pueblito, las cuales cuenta con la interventoría de la escultura del Cacique Nutibara y su compañera, obra del maestro José Horario Betancur. A esa hora, y tal como sucede en nuestros pueblos de verdad, solo estaban abiertas la iglesia y la tienda. Por fortuna, los jardines que se están sembrando sobresalen a las obras cemento, las cuales, entre otras, no llevan el ritmo esperado, aparentemente por problemas de la empresa contratista, así que habrá que esperar la entrega oficial para dar un juicio mas certero sobre la remodelación de nuestro arraigado pueblito paisa.

Luego pasamos a la zona de los miradores. El que está ubicado en la parte norte por fortuna le pusieron piso pues en épocas de invierno éste se convertía en un verdadero lodazal. Allí aprovechamos para lavar artesanalmente los tenis, pisando la grama húmeda y caminando por entre los charcos que había formado el aguacero de la noche anterior. Mientras observábamos a la ciudad por los cuatro puntos cardinales, entró la llamada de Carlos, por lo que convenimos encontrarnos a la entrada de la calle 31.

La bajada la hicimos por la vía principal para no perder la “lavada” y para observar el personal femenino que a esa hora aprovecha para hacer ejercicio. Cuando llegamos a las enaguas del cerro, paramos en un puesto de frutas para comprar unas deliciosas rodajas de piña, en ese momento apareció Carlos por lo que se unió al banquete de vitamina ce. El resto de vitaminas nos las proporcionaron los ojos de una trigueña que estaba haciendo gimnasia con otras amigas. Sin pecar de exageración, creo que son los ojos más hermosos que nos hemos encontrado en nuestras caminatas. Con justicia le valió el piropo “tiene más ojos que una piña mal pelada”


Terminado nuestro segundo objetivo, cogimos por la calle 30 hacia el occidente, para ver las obras del metro plus. De la carrera 65 hasta la 70, las obras tienen buen adelanto. Allí nos toco ver la pavimentación de los carriles que van paralelos al carril exclusivo para los buses del metro plus. Sin Cañar, y gracias a nuestra media hora de estudios sobre Ingeniería Civil, podemos afirmar que la capa asfáltica es de unos 20 centímetros, lo que garantizará la buena estabilidad de los pisos. En este tramo conocimos igualmente la obra de ingeniería hecha sobre el lecho de la quebrada que atraviesa la calle 30 y que va a caer al río Medellín, ideada para que el material de playa y las basuras se acumulen en determinado sitio y no ingresen a la canalización, obra que se debería hacer en todas las canalizaciones de la ciudad.

En una estación de gasolina del sector, encontramos un bien tenido taxi Chevrolet Checker modelo 1961, de los que traen dos sillas extras en la parte trasera, o sea que ni mandado hacer para los Todo Terreno, Sarita y Jerónimo. Al hacer la vaca para comprarlo vimos que no nos alcanzaba, por lo que nos contentamos con posar a su lado para la foto de rigor.

De la carrera 70 hacia arriba las obras están más incipientes, por lo que el lugar se convirtió en un campo de batalla escrita entre los propietarios de los negocios y la empresa constructora, dada la cantidad de avisos pegados a las paredes. Como quien dice, un enfrentamiento entre el progreso y la supervivencia. En este tramo pudimos observar en vivo y en directo el vaciado de la mezcla de cemento y arena en el carril por donde irán los buses del metro plus, mezcla que va reforzada con formaletas de hierro.

Al llegar a la carrera 80, en predios de la parroquia de san Juan de la Cruz, la cual cuenta entre sus “asiduos” feligreses a nuestro Polaroid Olaya, fuimos testigos de los últimos vestigios de lo que fuera una de las glorietas más congestionadas de la ciudad, y que desaparecerá posiblemente para darle vida a un cruce semaforizado. Continuamos hasta la carrera 84 y allí localizamos el centro Comercial Los Molinos, nombre que los vecinos acogieron para sus negocios como gesto solidario; por lo que se puede observar la sastrería Los Molinos, panadería Los Molinos, legumbres Los Molinos, frutera Los Molinos, tienda mixta Los Molinos, remontadora Los Molinos y todo así por el molino…perdón, por el estilo.

Los propósitos para entrar a este centro comercial eran dos, uno para refrescarnos del calor que a esa hora atizaba el pelicandela Arango y otra para comprarle una cachucha a Carlos, quien dejó la oficial en la casa, cosa que sucede con alguna frecuencia. Solamente logramos refrescarnos, porque la cachucha no se pudo comprar, pues el único almacén abierto era El Éxito, pero es de los que sólo tienen sección de mercado. Luego de una corta visita por el centro comercial regresamos a los 28 grados que marcaba el termómetro afuera.

Continuamos por un lado de la urbanización Nueva Villa del Aburrá y por las calles aledañas, que las que nunca habíamos pasado a pié, y creo que en carro, sembradas de enormes árboles, apacibles sombras, con buena colección de pájaros, adornadas con hermosas casas e imponentes edificios, uno de los cuales tiene a la entrada la escultura “Botellón” de Salvador Arango, en alusión a uno de los extinguidos juegos de nuestra juventud.

Llegamos a la avenida 33, territorio de los padres Pasionistas, quienes dirigen y cuidan como anillos de abuelos la querida parroquia de Santa gema. Continuamos por el barrio la Castellana, igualmente generoso en sombra y agradables casas. Caímos por detrás del colegio Corazonista y a la calle 35, en donde aprovechamos para entrar a la casa de doña Ligia de Rodas, suegra del suscrito, a pedir prestada una cachucha para Carlos, pues a esas alturas traía recalentada la calva, cachucha que llegó “cuñada” con vasos de refrescante guandolo.

Seguimos la 35 palo arriba hasta la carrera 90, en donde volteamos para Belencito con el propósito de entrar al convento de la comunidad de María Inmaculada y Santa María de Siena, mas conocido como la madre Laura Montoya. Allí visitamos el altar donde reposan sus restos, y el lugar donde están exhibidas las placas con los agradecimientos por los favores recibidos. A la salida nos encontramos con la hermana Lucía, natural de Buriticá, quien con lujo de detalles gerencia la tienda, con unas dotes de vendedora que ya se los quisiera el profesor Ignacio Orrego. En par minutos la hermana Lucia nos vendió unas deliciosas empanadas de buena cintura y talla, hechas con arroz, carne y huevo, iguales a que las que nos hacían nuestras mamás, acompañadas de generosa porción de ají, tanto que dejamos al convento sin gota de este condimento. Debido a la premura del tiempo optamos por aplazar la visita al museo etnológico para la segunda edición de nuestro ciclo de caminatas por la ciudad, máxime que este museo es el mas importante y completo de Colombia.

Por entre frondosos mangos y pomos comenzamos a bordear el barrio Santa Mónica, concretamente por detrás de la cárcel de mujeres el Buen Pastor, que entre otras están a punto de llevarse sus corotos para el corregimiento de san Cristóbal. El rezo del Ave María nos cogió al frente de la casa de la comunidad de las Mercedarias, quienes dirigen espiritualmente a las internas. Como esos predios nos tocaron cuando eran unas mangas cruzadas por quebradas de aguas cristalinas, vivimos unos sentidos momentos de reminiscencias.

Tres curvas más y llegamos a los límites de San Javier con la América. Allí encontramos de primera mano la construcción de lo que será el colegio oficial San Javier, todo un señor colegio, que contará de varias plantas, cada una con 4 pisos. Contiguo a este proyecto, cuyas obras van bien adelante, está ubicada una realidad que se llama Parque Biblioteca Presbítero José Luis Arroyave.

En el primer bloque se encuentra el PUI Proyecto Urbano Integral de la comuna trece, una especie de centro empresarial. Al fondo está la biblioteca que cuenta con varias salas para la recreación, ente ellas la infantil, cuya amable directora nos explicó su funcionamiento. Incluye los salones de computadores, que a esa hora estaban con cupo completo, a mano alzada pueden haber más de 200 equipos. De estos salones se destaca el salón para niños, en donde hacen sus primeros teclados. Las salas para conferencias estaban ocupadas y la biblioteca comienza a surtirse con libros de todas las clases.

Desde la pequeña colina donde está ubicada la biblioteca se observa gran parte del barrio san Javier y sus alrededores, así como las columnas que sostendrán las cabinas del metro cable de occidente, que en número superior a diez van mostrando la ruta que tendrá este nuevo sistema de transporte. Hay que destacar que la biblioteca le dio una nueva vida y presentación a la zona, la cual quedará mucho mejor cuando se hagan las obras particulares que en este momento estan en proyecto.

Caminamos tres cuadras y llegamos a la estación san Javier del metro, cuyos alrededores se llenaron de negocios que igualmente arroparon el nombre Metro para los mismos, por lo que es común encontrar; metro pan, delicias metro, calzado metro, metro variedades, metro hamburguesas y algo más, etc. Allí nos refrescamos con algo heladito mientras veíamos pasar el desfile de usuarias del metro, que las hay para todos los gustos. Ubicados en la plataforma de la estación pudimos observa la forma tan organizada como se hacen las obras para el metro cable, por lo que pasan inadvertidas. Con cupo completo arrancamos hacia la estación san Antonio, llevando como compañeras de viaje a dos agraciadas chicas, quienes de inmediato se unieron al paseo universiario; porque penosos, ¡quien dijo!

En la estación San Antonio nos despedimos de nuestras ocasionales amigas, y cogimos la línea A con dirección a la estación Acevedo, en la cual nos bajamos para montarnos en la línea K, o sea el metro cable. En la cabina nos toco como compañera una monjita de la comunidad del Niño Jesus, que iba a trabajar a un albergue con niños con problemas de nutrición. Esa monja tenía una sonrisa tan especial, que no le pedimos una medallita sino una sonrisita, lo que la puso rojita como un tomate de aliño.

Desde la cabina pudimos observar el puente recién inaugurado, que une a los barrios Andalucía y la Francia, los cuales en el pasado vivieron un conflicto permanente, y que hoy están unidos, no sólo por el puente sino por lazos de amistad y respeto. En nueve minutos llegamos a la estación San Domingo en donde desembarcamos. Allí cogimos el sendero peatonal construido por el metro, dotado con negocitos a los lados, en uno de los cuales compramos mangos maduros sazonados con buena sal y limón. Llama la atención la cantidad de niños jugando en cuanto rincón encuentran.

A las 5 cuadras encontramos el parque biblioteca España, que consta de tres módulos que representan las tres piedras del saber, por lo que los edificios, en su parte externa, tienen la apariencia de una piedra. El modulo central tiene 6 pisos unidos por ascensor o escaleras. Hay salas de computadores, sala de lectura muy bien dotada que estaba con cupo completo, una sala de cuentos para niños, en la cual casi no encontramos puesto para sentarnos a leer, dirigida por Laura quien con la amabilidad del caso nos contó el funcionamiento. Mientras lo hacía uno de los niños, quizás el mas asiduo visitante, la abrazaba, en una clara muestra del calor que estos lugares están generando para esas comunidades. Entre otras nos dijo que cada hora les lee un cuento y que luego los niños lo representan haciendo figuras de plastilina o dibujando en el tablero.

Las escalas son un hervidero de niños que suben y bajan, así como familias completas que quieren conocer el sitio y los “turistas” que venimos de Medellín. Hablando de turistas vimos un grupo de personas departiendo en uno de los negocios, y entre ellos algunas personas extranjeras. Que gratificante ver esos cuadros hoy en día en zonas donde la policía no podía hacer presencia.

De regreso al metro entramos en uno de los negocios para brindar por toda esta transformación con unas amargas bien heladas y para conversar con el propietario quien nos contó sobre la transformación que han tenido estos barrios, no solo con el metro cable sino con los planes de convivencia y con las obras.

“Chorriados” metro cable abajo, nos fuimos conversando con una señora que reside en el barrio la Francia, quien nos sirvió de guía improvisada y a la vez de nuevo testigo del cambio de todos estos barrios. Ya en la plataforma vimos las largas filas de personas que subían para esos barrios, posiblemente por haber terminado la jornada laboral sabatina. De nuevo en la estación Acevedo cogimos el metro rumbo al centro para bajarnos en la estación Universidad, otro de nuestros puntos de visita.

Allí esperamos a nuestro contertulio Juancé Mejía, quien muy clarito nos advirtió: “yo si los acompaño a la caminata, pero sólo al almuerzo”, luego de esperar infructuosamente que apareciera por el horizonte una larga figura de canas y de espesa barba, nos entramos al jardín botánico para conocer el orquideorama, obra digna para la belleza de nuestras orquídeas. Allí apreciamos como va la construcción del futuro acuario, que será de buen tamaño, y del edificio administrativo que contara con oficinas, salón de reuniones, cafetería y restaurante.

Todo ese entorno será otro punto referente de nuestra ciudad, porque allí se localizan: el parque Norte, el parque Explora, el jardín Botánico, el planetario, el estadio de fútbol Cincuentenario, y no muy lejos la universidad de Antioquia y el parque cementerio de san Pedro.


Del jardín botánico pasamos al Planetario. Allí aprovechamos para almorzar en el restaurante los Asados, el menú fue el siguiente: porción de fríjoles, cañón de cerdo, tan delgadito que lo partieron con rayo láser, ensalada de siempre, arroz, papitas a la yo no se que y tajada de maduro.

La siesta la hicimos recorriendo las instalaciones por lo que gozamos de lo lindo conversando en los muros cóncavos que reflejan el eco, luego pasamos a los chorros de agua donde los niños forman una sola carcajada y terminamos en el reloj de sol que marcaba las 4 y 30 de la tarde, hora de terminar la primera edición de nuestra caminata Medellín – Medellín
En cada una de las obras pudimos apreciar una valla, en la que además de la información técnica de cada construcción, aparece un letrero que dice: “Aquí Están Invertidos sus Impuestos” por lo que todos al unísono dijimos: ¡ahora si los pagamos con el mayor de los gustos!


Hasta la próxima
Jorge Iván Londoño Maya

Caminata La Ceja - Rionegro - Vereda la Playa

Fecha: 2 de junio de 2007

Asistentes: Luís Fernando Zuluaga Zuluaga, Juan Fernando Echeverri Calle y Jorge Iván Londoño Maya

Duración: 5 horas

Nombre: PASOS SOBRE LA LLUVIA

Mención especial para Carlos Olaya Betancur y Adrián Sánchez Saldarriaga, quienes por algún motivo no nos pudieron acompañar.

Esa cómoda y acogedora Terminal del Sur se vistió con sus mejoras galas para recibir a los Todo Terreno. En efecto, a las 6 y 15 hizo su aparición el lobato Londoño, quien sin necesidad de preguntar llegó directo a las taquillas de Transportes Unidos, la Avianca terrestre (me refiero a la nueva) que cubre el cercano oriente con unos buses, busetas, horarios, cumplimiento y servicio de lujo.

Después del tradicional ceremonial, que incluye: engordar la vaca, compra de tiquetes, tintico, cafecito en leche, buñuelo 90 x 90 o empanada tamaño pipo y cuarta, ojeada del Colombiano, ejercicios de estiramiento lingüístico para obtener mejores resultados en nuestro extenso conversatorio y esperar la llegada de Adrián, el hermano de Alberticosanchez1@yahoo.com quien quería debutar en nuestro grupo, pero que por razones desconocidas hasta el cierre de la emisión de esta crónica, no apareció.

Con los buenos días del chofer de turno a los escasos clientes, costumbre escasa en nuestro medio, salimos a las 7 de la mañana. En la primera parada, allá en los bajos de la estación Exposiciones del metro, se completo el quórum de la buseta, el cual incluía una hermosa enfermera que nos alborotó el colesterol del buñuelote que llevábamos entre pecho y espalda. Después de algunos piropos e indirectas volvimos a nuestra conversación cobijados por el calor de la blancura del uniforme, mientras la buseta coqueteaba con las curvas a diestra y siniestra por la nueva vía de las Palmas. A la hora y piquito llegamos al parque principal de la Ceja. Allí le hicimos la guardia de honor a nuestra enfermera de turno, quien silenciosa se alejo rumbo al hospital dejando un reguero de enfermos a su paso; ¡así es la vida!

Después de saludar a nuestro gran parcero Jaramillo en su imponente templo y de oír la voz de locutor de la BBC de Londres del sacerdote que oficiaba la misa de ocho, entramos al restaurante Candilejas, el único de los 125 municipios de Antioquia, exceptuando a Medellín, donde los meseros atienden vestidos corbatín y una porción de arroz (equivalente a tres cucharadas) cuesta la bobadita de $1.600. El menú fue igual para todos: delicioso hígado frito, porción de arroz (para hacerle juego al aceitico que soltaba la presa de turno) arepa redonda (no nos dieron “tela” porque para interpretar la carta hay que llevar un adivino) y chocolate espolvoreado con canela en polvo.

A las nueve en punto dejamos el calor del Candilejas para entrarnos en el frío de una pertinaz lluvia que nos acompañó durante unas dos horas de la caminata. Por la lluvia tuvimos que cambiar de recorrido, porque lo planeado era ir de la Ceja hasta el Carmen de Viboral y de allí hasta Marinilla, pero debido a lo empantanado de las carreteras veredales que íbamos a cruzar optamos por irnos para Rionegro por la vía principal, y de allí seguir hasta la autopista Medellín – Bogotá a ver hasta donde caía el globo.


Así que protegidos de la lluvia con nuestras ruanas plásticas, dos verdes y una roja, por lo que parecíamos un pedacito de diciembre, con los pantalones y los tenis empapados, las farolas prendidas, los guantes de Juanfer de colores amarillo, azul y rojo, o sea la derecha y la izquierda unidas por una sola bandera, y la protección de la Milagrosa, arrancamos para Rionegro; ¡que carajo!

Los carros van y vienen a gran velocidad, porque la prudencia y el temor de Dios se acabaron parejos con los cincuenta pesitos de salchichón que se compraban en las tiendas. A pesar de la lluvia no faltó nuestra imploración a la Milagrosa para que al menos escampara, así no saliera el mono Jaramillo. El buen paso que llevábamos lo detuvo un teléfono público, de esos gratis “para emergencias” que las Empresas Publicas ponen en las carreteras, por lo que Juanfer aprovecho para reportarse a toda su familia, por primera vez en su vida de caminante; lo mismo hizo el lobato Londoño; mejor dicho, sólo nos faltó llamar a los bomberos, tal como lo hacíamos en nuestros “jodones” tiempos.

De un momento a otro escampó y el cielo comenzó a abrirse y a mostrar sus ventanitas pintadas de azul. El sol salió tímidamente, como apenado por la mojada que sus primas las nubes nos habían pegado. Ahí mismo nos quitamos las ruanas plásticas, porque acaloran más que fogón de leña, las mismas que Luisfer, con magistral destreza, a plena marcha y apoyándose en el aire, nos empacó dejándolas del tamaño de un tamal casero. De igual forma llegaron los alcaravanes con su inconfundible gorjeo, pájaros muy abundantes en esta región del oriente.

Las orillas de esta carretera están sembradas de hermosas fincas de recreo, de pequeños cultivos de flores, principalmente de hortensias, de huertas que por lo surtidas parecen la sección de legumbres y verduras de cualquier almacén Éxito. Encontramos a nuestro paso la sucursal de la Universidad de Antioquia, el centro de convenciones Quirama y la sede campestre de la comunidad de la Salle.


Estándo por los lados de la U de A, aprovechamos para echarle ojo a la finca de propiedad de Echeverri Begow & CIA ocupada, en buen arreglo, por nuestro contertulio Juancé, pero el hombre, para evitar la mediamañana para caminantes, borró todo vestigio de localización. A esa hora el sol calentaba como si estuviera estrenando pilas alcalinas y por lo seco de la ropa nadie nos creería por lo que habíamos pasado un kilómetro atrás. Definidamente…….. la Milagrosa.

El rezo del avemaría nos cogió en las goteras de San Antonio de Pereira, un corregimiento que más bien parece el parque Lleras de Rionegro, inundado de nuevas urbanizaciones, repleto de estaderos, restaurantes, cantinas y heladerías que son frecuentados los fines de semana por medio Medellín.

Allí nos comimos algunas empandas para dar testimonio de que estábamos en la capital de la empanada. Así mismo, hicimos una corta parada en la panadería Caliche pan, para la foto de rigor y rendirle un sencillo homenaje a nuestro ausente compañero caminante Carlos Olaya; además, para comprar unas lenguas dulces en honor al silencio de Juanfer.

De san Antonio de Pereira a Rionegro hay fumada y media de tabaco de distancia, así que caminadas dos cuadras llegamos a los predios del club Comfama, club que los sobrinos del lobato Londoño, cuando estaban chiquitos, llamaban “la finca del tío Jorge”. De Comfama pasamos por un lado de la clínica Somer. Siguiendo la ronda como en las casillas del monopolio llegamos al estadio Alberto Grisales, que entre otras se encuentra en muy regular estado. Para llegar más rápido a la salida para la autopista, echamos travesía por lo que podríamos llamar el barrio triste de Rionegro, una zona atiborrada de talleres, depósitos de materiales, ferreterías, bodegas, etc. Al final pasamos por un lado de la plaza de mercado y llegamos a la glorieta donde está la escultura “puerta del Sol”. Allí empatamos con la vía que conduce a la autopista Medellín – Bogotá.

Son dos kilómetros en los que se pueden apreciar las instalaciones de la compañía Nacional de Chocolates y de la compañía Pintuco, recientemente inaugurada y que llenó de color y vida esa zona. En media hora coronamos el intercambio vial de la autopista, en predios de la vereda La Playa, por lo que cogimos rumbo a Medellín, que desde allí queda a una distancia de 37 kilómetros.

En este trayecto nos encontramos la sede del Auspicio del Buen Samaritano, donde atienden a personas con: alzheimer, esquizofrenia, bipolaridad, hebefrénicos y psicóticos, es decir, como anillo al dedo para algunos integrantes de la tertulia “Los que Somos” entre ellos, el cardenal Echeverri, su socio don Begow y Juancé, el pariente cercano de Epifanio Mejía.

Un poquito mas adelante de este tranquilizador hallazgo, ubicado en la recta donde alguna vez aterrizo de emergencia una avioneta, recién inaugurada esta vía, encontramos el restaurante la Primavera el cual escogimos para almorzar dizque al estilo ejecutivo, según lo manifestó el mesero de turno, que por su lentitud parecía mas bien un paciente en recuperación del ya citado auspicio del Buen Samaritano. Con toda la calma del caso dimos buena cuenta de una sopita de pastas y del seco compuesto por carne de cerdo a la plancha, porción de fríjoles con arroz, ensalada, papa cocinada y arepa, con claro con bocadillo de sobre mesa. La verdad que no estaba malo el almuercito, pero si le faltaba como más sazón.

Ahí mismo cogimos la buseta para Medellín. Nos paró una muy titina que venía de Marinilla, y cuando ya estábamos montados nos advirtieron que no había puestos, así que decidimos seguir. Luisfer se sentó en el suelo en las escalas de la entrada, hasta le dieron cojín para que se recostara contra uno de los tubos y Juanfer y Londoño de pie y patiabiertos para poder caber porque la altura no superaba los 1.70 mts. Hasta Juanfer atinó a decir: “puestos si hay, lo que no hay es damas” frase que puso a reír a las muchachas de la banca de atrás, una de ellas con un gran parecido a mi parcera Estelita, la cuyabra que vive y cotiza en tierras de la Florida, a quien, con perdón de mis lectores, le mando un gran abrazo.

Pasando por Guarne se montó un muchacho a vender paquetes de rosquitas. Más adelante se monto un mono, guacharaca mano, a cantar un vallenato. Cuando llegamos a Zamora se bajaron las muchachas de la banca de atrás diciendo “ahora si se pueden sentar y tranquilos que el pasaje les queda pago” Mas adelante se monto otro vendedor ofreciendo paquetes de mil pesos que contenían galletas de todos los sabores, colores y tamaños, ahí fue cuando Juanfer me dijo: “me le voy a hacer el dormido a este tipo” y así se quedó hasta que nos bajamos en la estación universidad del metro.

Aprovechando la altura de la estación, nos pusimos a observar detenidamente el Planetario con sus adiciones, el Jardín Botánico con su nuevo orquideograma y la remodelación de muy buena parte. El parque Norte con sus nuevos espacios y atracciones, entre ellas el avión que hace poco fue llevado por las calles de la ciudad, las obras del parque Explora que será una sensación y a lo lejos la biblioteca España del barrio Santo Domingo. Que bueno fue haber terminado una caminata pasada por agua viendo una ciudad pasada por obras útiles para la comunidad.

Hasta la próxima

Jorge Iván Londoño Maya