Caminata Páramo de Belmira
Fecha: sábado 28 de febrero de 2009
Caminantes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Carlos Alberto Olaya Betancur, Juan Fernando Echeverri Calle, José María Ruiz Palacio y Jorge Iván Londoño Maya.
Duración: seis horas
Nombre: Entre frailes y frailejones
Repitentes
Repetir es delicioso y mucho mas la aventura de subir al páramo de Belmira. La primera fue el 18 de agosto de 2007. Este páramo, que le paga cuota de administración a la cordillera Central, alcanza una altura máxima de 3.350 metros sobre el nivel del mar, concretamente en el morro de La Gallina, del cual estuvimos a una pechuga de distancia.
El rito del buñuelo
Reunidos en la terminal del Norte, y luego de pagar los cinco tiquetes en Expreso Belmira, otra empresa cornetiparada porque todos sus carros son unas uvas, procedimos al brindis con medio buñuelo y periquito. Que pena traer a colación la displicencia y mala atención del empleado de turno, quien con su actitud obligó a Josema a desenvainar de su ferretería portátil la navaja tres pulgadas y despresar cada buñuelote hasta reducirlo a mitades casi iguales, todo porque el señorito no encontraba un cuchillo.
La 233
Ese fue el número del elegante bus que nos correspondió, como para jugarlo en chance esa noche por la de Boyacá. Justo a tiempo apareció en la plataforma para recoger a los pasajeros que ocupamos la mitad del cupo.
A las 7 y 20 despegamos con una lentitud que sería la constante durante todo el viaje, o sea a paso de Concejal saliendo de misa, saludando y recogiendo a todo el personal que labora Robledo arriba. Campesinos, obreros, secretarias y enfermeras, todos tenían cabida en ese bus que a ratos se estiraba como si fuera un resorte.
Adelante iban Luisfer y Josema, quien por la amplia ventanilla tomaba fotos a todo lo que se riera, tal fue el caso de dos de las góndolas del metro cable de occidente, que justo pasa por encima de nuestras cabezas, de los paisajes por San Félix y algunas casas campesinas al borde de la carretera. Ahora que digo carretera, llama la atención el deterioro que ésta presenta en varios tramos; o sea que ni las vías hechas con todo el interés social, y el personal, se salvan de los teguas del palustre.
Rayando las 9 de la mañana llegamos a San Pedro, el de los Milagros, el de los supermercados y almacenes agropecuarios en cada esquina, luego de un interminable sube y baja de campesinos que únicamente disponen de nuestro elegante 233 para desplazarse por entre ese hermoso valle pintado de todos los tonos de verde e inundado de potreros donde las holstein se la pasan rumiando pasto para convertirlo en acciones de Colanta.
San Pedro nos esperaba con sorpresas de progreso. Un nuevo centro comercial donde se localiza la pequeña terminal de transportes, a su lado un moderno conjunto de bodegas todas ocupadas y saliendo de allí la nueva circunvalar que rodea el pueblo y que nos saca derecho a la carretera que va para Belmira y Entrerrios. Bendito sea el progreso, así nos prive de seguir viendo de cerquita la hermosa basílica menor.
Hacia Belmira
Con cupo completo iniciamos los últimos 22 kilómetros de nuestro viaje hacia Belmira. Extensos y fértiles potreros para ganado lechero y el río Chico, propiedad horizontal donde habitan las truchas arco iris que dan origen a las fiestas de este municipio, nos hacen calle de honor casi hasta el atrio. Cuarenta minutos más tarde, y con repetición de la misma dosis de pasajeros de pié, llegamos a Petacas, uno de los sonoros nombres que tuvo este poblado que hoy alberga a 4.700 belmireños que bien cobijados soportan los 8 grados promedio en las noches de invierno. Lean este dato propio para clase de geografía, Belmira es el municipio antioqueño, junto con Santa Rosa de Osos y san José de la Montaña, con mayor altura sobre el nivel del mar. Cada uno con 2.550 metros.
La iglesia de Nuestra Señora del Rosario encabezó la lista de sitios para visitar, así fuera a las carreras porque andábamos bajos de fondos, pues el conductor se nos gastó buena parte del tiempo. Luego pasamos a la flota para preguntar por los horarios de regreso a Medellín en la tarde para poder calcular el tiempo de la caminata. En el trayecto de la flota al restaurante AMUBEL (Asociación de Mujeres de Belmira) preguntamos a un grupo de parroquianos por un guía para subir al páramo, y resulta que todos eran guías; pero como decimos, se nos pincharon. Oigan pues las respuestas:
¿Subir a esta hora? Ya está muy tarde. Dijo uno
Yo ya estoy comprometido con un grupo. Dijo el otro.
Yo hoy no subo por allá. Replicó el tercero
Nooooo tiene cuando. Dijo el cuarto
¡Vayan al carajo! dijo Luisfer y subimos solos.
Luego de rendir honores al mejor hígado frito de todas las caminatas, cuñado con porción de arroz, tela y chocolate. Dimos inicio a la caminata. Todos los relojes, menos el de la iglesia, porque como casi todos los relojes parroquiales, anda de brazos caídos, marcaban las 10 y 30 de una hermosa y soleada mañana.
“Chico”niando
El primer trayecto se recorre por una plana y agradable carretera veredal en buen estado, con algunos pasos pantanosos debido a la lluvia de las últimas noches, y siempre cogidos de la mano del río Chico y de hermosos paisajes a lado y lado donde abundas potreros y fincas lecheras.
A la hora de camino nos desviamos para pasar por un puente que se convierte en el punto de referencia para buscar el ascenso, el cual se hace inicialmente por una manga, al final de la cual se encuentra la entrada al camino que conduce hasta el páramo, entrada inocentemente camuflada por el mismo bosque, lo que hace que solamente quienes hayan pasado por allí saben de su existencia, y que a la larga se convierte en el secreto para que los guías cobren por sus servicios. Por fortuna, después de año y medio de haber estado por allí, nos afloró la memoria y como pájaro que regresa al nido la ubicamos al instante.
A propósito, ¿Que es un páramo?
Antes de comenzar el ascenso, es bueno saber para donde vamos. Así que como no soy experto en páramos, les transcribo a continuación el comentario que aparece en la página web del departamento de Arquitectura y Medio Ambiente de la Universidad Nacional, sede Medellín:
“El mayor atractivo de los paramos es su vegetación especializada única en el mundo, su gran riqueza en especies vegetales rastreras, musgos y líquenes y el gran numero de aves, insectos y ranas que lo habitan. Durante el recorrido de acceso al páramo se cruzan pisos térmicos suficientemente variados como para encontrar tres ecosistemas diferentes: El Bosque Montano Bajo, el Bosque Montano Alto o Bosque de Niebla y el Páramo. El primero se caracteriza por su gran cantidad de robles y especies arbóreas de talla mediana y grande. A medida que se asciende la vegetación se tornara mas baja, predominando pequeños árboles y numerosos arbustos con una diversidad impresionante. Por el contrario en el páramo predominan las sabanas, la vegetación rastrera y los Frailejones, especie que únicamente se da en estos pisos térmicos y que sólo florece una vez en el año”.
“Las visuales, paisajes y características orográficas del Páramo de Belmira son únicas; el terreno es ondulado y como en todo ecosistema paramuno hay profusión de nacimientos de agua. Allí habrá oportunidad de visitar la colina más alta del páramo (el morro de la Gallina), la Ciénaga del Morro, y numerosas cascadas y charcos. Por la altura a que se encuentra el páramo las condiciones climáticas son bastante rigurosas; la radiación solar es supremamente fuerte, el viento es frío y seco y en las noches la temperatura puede llegar muy cerca del punto de congelación. En las horas diurnas y desde que este despejado el cielo, la temperatura sube significativamente, incluso por encima de los 10 o 15 grados centígrados”
La subida
Bueno. Ahora que ya sabemos para donde vamos y estamos encarrilados sobre el sendero ecológico, cuidado por Cabildo Verde, institución que tiene su asiento en Belmira, encargada de la conservación del páramo y de la administración de la cabaña ubicada en una de las cimas, y sin más preámbulo que la oración comunitaria entonada por el Lobato, el fraile frustrado del grupo, comencemos el ascenso maravillados por la variedad de vegetación, que a medida que se sube se vuelve mas exclusiva.
El piso térmico y las lluvias hacen que algunas partes del sendero se conviertan en lodazales, propicios para que Olaya se sienta como pez en el lodo debido a las botas que está estrenando. A cada instante se oye la voz del cabeza de grupo bien sea anunciado algún peligro, aunque muy pocos, o el llamado para mirar el musgo, los líquenes o las bromelias. Los canalones están forrados en un tapete verde que forma el musgo y el piso tiene otro formado por las hojas que sin contadero le caen de los enormes árboles. En algunos sitios se aumenta la oscuridad porque el sol apenas logra penetrar por entre las ramas. El silencio total es a veces interrumpido por el trinar de aves que por la espesura no se pueden ver. Todo es un edén con acento paisa.
Las zonas de alimentación se hacen menos espaciadas, y brincan de las mochilas las granadillas, los bocadillos, las gomitas, las chocolatinas y el guandolo bien helado. La subida en algunos tramos tiene demasiada inclinación por lo que el paso es lento; además, la altura toca la campana para advertir que la elevación de ese momento no es la misma de la misa sino de altimetría. La alarma del celular de Carlos nos indica que son las doce del día, por lo que despojados de las cachuchas procedemos al rezo del ángelus en aquella improvisada capilla construida en ese momento para nosotros por la naturaleza.
Entre paso y paso y conversa y conversa, se nos presenta el primer frailejón, señal inequívoca de que estamos adportas de coronar la cima. La verdad que emociona ver aquellas extrañas plantas, con sus hojas largas y peluditas como si fueran orejas de coneja. La ocasión mereció un corto descanso y la foto al lado del ejemplar debidamente señalizado “Fraylejon Espeletia Hartwegiana” Hasta se les perdona la escritura de frailejón, salvo que salte el lince con su vista y nos ratifique o corrija.
Dejamos el sendero y el bosque y entramos a cielo abierto subiendo por entre pisos rocosos y de arcillas. Aparecen los pinos enanos y otros arbustos pequeños con unas flores de color rojo encendido. Pasamos por dos tramos de columpios y entramos a un camino plano ubicado en toda la cima del páramo que nos conduce hasta el refugio.
Coronamos
1 y 45 de una soleada tarde llegamos al refugio, una cabaña pequeña de madera, recién pintada con una laca aceitosa para preservarla del clima y de la lluvia, en su interior hay tres pequeñas habitaciones desprovistas de todo porque los que quieran pasar allí la noche deben llevar de todo, la puerta está cerrada con un enorme candado, cuya llave manejan en Cabildo Verde. El viento nos trae una brisa fría, y la temperatura corporal que teníamos producto del calor de la subida comienza a mermar, aún así ninguno echo mano de los ponchos que siempre cargamos para emergencias climáticas.
Desde los alrededores de la cabaña se observa el siguiente paisaje:
Al oriente los extensos llanos de Cuivá, en donde tiene asiento el municipio de Santa Rosa de Osos, municipio que se puede observar a lo lejos.
Al norte la altiplanicie del páramo, de la cual sobresale el morro de la Gallina, en cuyos predios se ubica la mayor de las lagunas del páramo, distante a una hora del sitio donde nos encontramos.
Al sur el valle donde se asienta el río Chico, sus vegas y Belmira
Al occidente la cadena de montañas detrás de las cuales se extiende el cañón del río Cauca con la ciudad madre, Sopetrán y san Jerónimo.
La llegada merece celebrarse, por lo que unas rodajas de piña y otra porción de guandolo hacen las veces de champaña para decir ¡salud! Al lado de la cabaña hay una placa alusiva al IDEA, puesta sobre una base de cemento, la cual presenta notable deterioro en las letras. El comentario general fue que el sitio, por lo poco concurrido, no era el más indicado para poner una placa, pero bueno, ahí está y ahí se queda.
Mirando los alrededores encontramos un sendero y un letrero con una flecha que dice “Laguna del Morro” por lo que optamos por caminarlo a ver por donde nos conducía. Efectivamente va directo al morro de la Gallina que está a todo el frente nuestro. Caminamos si mucho unos 200 metros pero como ya eran pasadas las 2 de la tarde, y el trayecto de ida y regreso a la laguna demora 2 horas, decidimos no continuar porque nos cogería la noche para bajar. Además perderíamos el último bus. Así las cosas comenzamos el descenso no sin antes dar otro corto rodeo para mirar mas plantas y más paisajes.
La Bajada
Pobres uñas de los dedos de los pies lo que les espera, soportar el peso de estos Todo Tragones como envidiosamente nos llama JuanCé. Llevaríamos menos un kilómetro cuando ¡traque! Se cayó Juanfer, por fortuna se apoyó en las manos y no pasó nada grave, dos cortaditas en un dedo de la mano, por lo que sonaron las sirenas del botiquín del Lobato, una curita y sana que sana culito de rana, si no sana hoy se fregó.
Dicen por ahí que subiendo se conocen los carros y bajando los choferes, por lo que el suscrito se considera buen carro, al igual que el resto del grupo, pero no buen chofer como Olayita, que bajando es todo un saltimbanqui. Dos horas exactas nos demoramos desde la cima hasta el puente aquel sobre el río Chico. Fue una bajada agradable, sin afanes, poniendo a trabajar a nuestros pompilios (cayados) quienes hacen las veces de cuña en los sitios más pendientes y complicados.
Con Francisco
El recorrido por el plan de 4 kilómetros, lo hacemos en una hora que es nuestra velocidad promedio, excepto cuando venga un tigre detrás, y que podríamos llamar la hora sabrosa, porque nos fuimos entregándole bombones a todos los niños y acabando con las existencias de gomitas y bocadillos. Casualmente entre los niños estaba uno de los gemelos que encontramos en la primera subida en 2007, feliz coincidencia que ocurre con alguna frecuencia cuando repetimos caminata.
Así mismo, nos encontramos con varios ordeñadores que vienen de las fincas donde laboran, entre ellos Francisco Betancur, padre de cinco hijos, quien con su botella de leche y radiecito colgados al hombro, nos contó que se levantaba a las dos y media de la mañana, caminaba por ese camino algo más de una hora hasta la finca en donde otros tres ordeñadores “exprimen” noventa vacas todos los días, sin necesidad de cabestrearlas, simplemente las van llamando por su nombre y una a una se van arrimando al lugar del ordeño. Oír a Francisco y ver su estampa de campesino bonachón nos hace pensar que el campo esta lleno de Antonios, gente buena y trabajadora que no se queja por las condiciones casi siempre adversas de su trabajo. ¡Vaya un Urra por todos los Franciscos!
Con María
A las 5 en punto y abriéndole paso a un buey cargado con canecas de leche, entramos al parque de Belmira. Lo primero fue asegurar los tiquetes para la buseta de las 5 y 30, y lo segundo asegurar el mondonguito en el AMUBEL, ahora si acompañados por María quien brillo por su ausencia en el desayuno. María es la más amable y atenta persona de todas las que nos han atendido en hijuemil partes. En el día trabaja en la oficina de catastro y cuando sale se va para el restaurante, como dice ella “a recibir sorpresas como esta”
Por fortuna en la mesa contigua a la nuestra estaba almorzando el conductor de la buseta que nos llevaría a Medellín, por lo que sin afanes disfrutamos del mondongo y de la amabilidad María. Otro comensal nos sopló dos caminatas más, entre ellas Belmira – Santa Rosa de Osos que se hace por el camino real que servía para ir desde los llanos de Cuivá hasta los dominios del río Cauca.
Para la Bella Villa
Con pocas personas, entre ellas dos hermosas mujeres que nos sacaron lo que el páramo no pudo, el aliento, arrancamos para Medellín. Afortunadamente esta vez nuestro conductor si le puso buena velocidad a la buseta, la cual se fue llenando durante el trayecto a San Pedro, en donde hicimos una parada de diez minutos para luego continuar hacía Medellín.
En la vereda la Chinita se subió doña Maruja junto con una hija y una nieta, pensionada ella, quien venía muy copetona. Josema tuvo el honor de ser su vecino de viaje y el receptor de sus etílicas historias.
Con el hermoso espectáculo de los arreboles en el horizonte y la luminosidad de Medellín vista desde el cerro El Picacho, le dimos la despedida a esta maravillosa experiencia. Seguramente a esa hora, 7 y 30 de la noche, la temperatura en el páramo podría estar por los 5 grados, pero en nuestro interior superaba los 40 grados por la alegría de haber coronado por segunda vez las cumbres del Belmira.
Hasta la Próxima
Jorge Iván Londoño Maya
10 comentarios:
Que maldaita dicha, llegue de primerita a saborearme esta cronica del Lobato, que desde clase de geografia hasta descripcion de los mas hermosos paisajes nos dejo con su pluma en esta cronica. Despues dicen que no hay trabajo, ustedes ofreciendo y esos vagos con la pereza encima, pero eso es lo bueno de ustedes, lo unico que necesitan es ganas para descubrir caminos y esas les sobran.
Mire pues!!! asi que las hojas de los frailejones parecen orejitas peluditas de coneja, eso te quedo muy bonito Lobato, a proposito Josema gracias por dedicarme esas orejitas peluditas en la fotografia.
Gracias por el datico de refrescarnos que es un paramo y de que Belmira junto con Santa Rosa de Osos, San Jose de la Montaña son los munciipios mas altos al nivel del mar con 2.550 mts, mira que se aprende con estos muchachones.
Lobato, una vez mas te luces con tu pluma deleitandones junto con los arrevoles al terminar la tarde regreso a Medellin.
Conejita.
Oiste Lobatobombumbero, desde hace dias estaba por dejarlo en un comentario y ahi va, me parece hermoso lo que haces de repartirle a los niños esos bombones que iluminan sus ojitos y endulzan sus almas cuando te los reciben, asi se dejan ver en las fotografias, convirtiendote entonces en la alegria mas dulce de los caminos.
Muy linda tu accion.
Coneja.
Jorge Iván,sos todo un profesor,muy buenas tus explicaciones y en el páramo se cobijaron con la sencillez y la humildad que los caracteriza.
RUMU.
Jorge Iván,sos todo un profesor,muy buenas tus explicaciones y en el páramo se cobijaron con la sencillez y la humildad que los caracteriza.
RUMU.
Cuando del Lobato se trata, hay que decir sencilla y llanamente: ¡GENIAL, GENIAL, GENIAL!!!
Jealbo
¿Y por qué no avisaron? La leí de puro metida porque pasé por el blogg... me extraña.
Coincido con Jealbo. Genial. ¿Cómo les irá a quedar ese libro de crónicas cuando se animen? Derrechu... pete. Felicitaciones!
Cada vez están mejores las crónicas.
Y hacerlo disfrutar a uno de un viaje a Belmira, como es de frío es de no creer.
Una preguntica: hace como 123 años que subí a ese Páramo y en el recorrido notamos en lo que ustedes llaman con tanto acierto "casas del camino", que tenían techos de madera, de roble, en forma de tejuelas sobrepuestas, únicas en Antioquia: ¿todavía existen casas de ese estilo?
De nuevo felicitaciones y ENVIDIA.
Pues la verdad Herodes que no detallamos los techos de las casas. pero nos queda de tarea para la próxima subida a ese enigmático páramo, que bien cambiado que está despues de tu conquista hace 123 años; me imagino que a lomo de mula, ¿O no?
También he estado en ese hermoso páramo un par de veces y realmente nunca observé los techos a que se refiere S.M. Heródes; no obstante es un tipo de construcción que se ve en algunos pueblos en forma exporádica y con más frecuencia en el Macizo Cundino-Boyacense, hasta donde conozco.
Agrego que en Belmira (páramo), abundan los bosques de roble, mezclados con el pino y el bosque nativo. Vale la pena que se vuelva a pegar una volaita por esos lados Don Heródes.
Jealbo
Buen relato, bastante antojador
Publicar un comentario