CAMINATA DE SAN PEDRO DE LOS MILAGROS A VEREDA SAN JUAN
A PASO DE HISTORIADOR O A PASO DE CAMINANTE
Fecha: Sábado 18 de julio de 2009
Integrantes Todo Terreno
Carlos Olaya B. (Olayita)
Luis Fernando Zuluaga Z. (Luisfer o Zuluaguita)
José María Ruiz P. (Chema)
Juan Fernando Echeverri C. (Juanfer)
Invitados
Gloria Luz Muñoz C. (Coneja)
Clara Inés Gaviria L. (Clarita)
Luis Fernando Múnera L. (Luismú)
Sea lo primero reiterar el reconocimiento por la tarea que los Todo Terreno hacen al entregarse en cuerpo y alma cada semana a recorrer y revelar un rinconcito de la geografía antioqueña, tarea que produce el doble beneficio de construir patria y de vivir más profundamente la amistad. También, agradecer el honor que representa ser invitado, con Clarita y Coneja, a participar de la caminata de hoy, sábado 18 de junio de 2009, y a escribir la crónica.
Se decidió ir a caminar por alguno de los senderos de la Ruta de la Leche por San Pedro de los Milagros, sin saber de antemano cuál. La cita se fijó para las 6:45 a. m. en la estación Caribe del Metro. La mañana amaneció alegre y radiante; desde temprano se anunciaba un día despejado y soleado. Primero llegó Juanfer. Luego, Zuluaguita con sus invitados Clarita y Luismú. Pocos segundos más tarde, Chema con Coneja, y finalmente Olayita.
Después de saludos efusivos debajo de la imagen tutelar de la virgen Milagrosa, y de exaltar la presencia de Juanfer vestido con la bandera de Colombia, nos dirigimos a la terminal. Un señor desconocido que caminaba junto a Zuluaguita le preguntó refiriéndose a Chema: “Ese señor mono de adelante ¿no es hijo de Héctor Abad Gómez?”. En las taquillas de la flota de buses y compramos los pasajes. Un aviso anunciaba que en San Pedro se celebrarían las Fiestas de la Leche justo este fin de semana. Mientras esperábamos la salida pedimos el cafecito con leche de rigor y 7 mitades de buñuelos. Luz Neira, la muchacha de la tienda, nos miró sorprendida y luego soltó una de las carcajadas más sonoras que se hayan oído en la terminal; le dijimos: “cuente y verá que somos siete”.
Abordamos la buseta, que se veía buena pero luego nos dimos cuenta de que sus amortiguadores se habían tomado el día libre. El viaje transcurrió en medio de conversación agradable. Al pasar junto a la Facultad de Minas, comentamos la imponencia de sus edificios clásicos y el significado institucional que ha tenido a lo largo de 120 años de historia. El día confirmó su vocación inicial, el sol brillaba sin reticencias, los verdes del paisaje se multiplicaban en el campo. “¿Cuántos verdes hay?”, preguntamos, y Chemita contestó “no sé cuántos verdes, pero imaginen que hay más de 5.000 variedades de blanco…” Pasamos por el corregimiento de San Félix y el sitio La China, cruce del camino que viene de Bello. Luisfer miraba a Chema con atención y le soltó “oye, sí te parecés a Héctor Abad Gómez; ¿no sos hijo de él?”.
Llegamos al casco urbano de San Pedro cerca de las 9:30. En la calle se oía una música alegre y pegajosa, que puso a Juanfer y Coneja a echar paso en mitad de la calzada. La primera visita fue a la Basílica menor del Señor de los Milagros, para saludarlo con respeto y devoción. Es un templo bellísimo. Su estructura exterior es sobria en sus líneas arquitectónicas, los detalles decorativos y las tres cúpulas brillantes que cubren el crucero y las torres. El interior está adornado con los vitrales, las decoraciones de los arcos y, sobre todo, los murales del techo en las tres naves con escenas bíblicas. Los murales de la nave central son obra del cura y pintor francés José Claro(Lacroix) y los de las dos naves laterales, del pintor sampedreño Juan Múnera Ochoa. La nave derecha conduce a la capilla del sagrario. La nave izquierda termina con un altar donde está colocada una réplica de La Pietá de Miguel Ángel, copia exacta de escultor desconocido del original que se encuentra en San Pedro en Roma. Fue traída a San Pedro por el presbítero Leonidas Lopera, quien hoy está sepultado al pie de la misma. Juanfer recordó que cuando la pieza original sufrió un atentado vandálico en El Vaticano, los restauradores vinieron a estudiar las facciones de esta copia para trabajar en la reparación de aquélla.
Luis Fernando Londoño, un hombre joven, sencillo, trapeaba el piso de la iglesia junto a La Pietá mientras nos miraba de reojo. Lo saludamos y entablamos conversación con él. Nos contó que hace ocho años es acólito de la catedral e ingresará próximamente al seminario. Nos dio alguna información para conocer lugares del pueblo y, lo más importante, nos confirmó la historia de la imagen del Cristo milagroso. Resulta que por allá en 1774 el pueblo era un caserío pequeño de mineros llegados desde Santa Fe de Antioquia, Carolina del Príncipe, Copacabana y otros lugares, cuando arribaron unos comerciantes que traían entre sus mercancías un crucifijo fabricado en Buga, réplica de la imagen venerada allá. Ofrecieron el Cristo para la parroquia en 300 pesos, pero al mayordomo de fábrica del templo le pareció costoso y ofreció 200. Como no se pusieron de acuerdo, los vendedores cargaron la mercancía, pero, al intentar salir del pueblo por el camino a Copacabana, en el sector Morro Negro la imagen se puso tan pesada que no les permitió moverla. Al devolverse para regresar al caserío la imagen volvió a su peso normal. Todos entendieron el milagro que sucedía, se arrepintieron de su falta de generosidad y el negocio se concretó en 200 pesos. La imagen se quedó en el caserío y muy pronto empezó a atribuírsele milagros.
Al salir fuimos a buscar el desayuno y lo encontramos abundante y delicioso en el restaurante La Casona, al lado del templo. Mientras esperábamos, Juanfer se hizo lustrar el calzado que quedó reluciente… para recibir el polvo del camino más tarde, pero él, feliz, había generado empleo.
Salimos al parque y lo contemplamos despacio. Es una plaza abierta, de buen tamaño, toda en piso duro adoquinado, la presencia vegetal se reduce a dos ceibas jóvenes, otros arbustos y unas hileras de jardineras. En un costado se levanta un quiosco de aspecto moderno con sus paredes de vidrio. Los costados de la plaza lo conforman edificios de dos y tres plantas, casi todos nuevos o casas reformadas. En síntesis, su aspecto dista mucho del que tienen los parques de nuestros pueblos. A sus alrededores, un tablado y unas barandas anunciaban el inicio de la Fiestas de la Leche.
Con la información que recibimos del acólito empezamos a buscar quien nos hablara del apellido Múnera, abundante en el pueblo. Entramos a la tienda miscelánea de doña Sara Múnera quien nos contó que sus antepasados, mineros, llegaron en el siglo XIX desde Santa Fe de Antioquia, pero no entró en más detalles.
Caminamos luego por la calle de El Cementerio en dirección a una casa donde, según nos contó el acólito, vivió en la segunda mitad del siglo XIX don Fidel Cano Gutiérrez de Lara, ilustre hombre público, periodista, fundador de El Espectador, escritor y político quien nació en San Pedro de los Milagros el 16 de abril de 1854. Sobre la calle La Pola, al frente de Puebloquieto (el cementerio), un señor nos señaló la casa que buscábamos, unos metros más arriba. Llamamos a la puerta, nos abrieron Iván Darío Lopera, su esposa Ofelia Edilma Múnera y su pequeño y vivaracho hijo, quienes nos recibieron con exquisita cortesía y nos invitaron a entrar. A pesar de que no confirmaron el dato sobre don Fidel, nos contaron que la casa tiene más de 120 años de construida y recientemente perteneció a Enriqueta González, hermana del educador Conrado González. Es una casa sencilla, limpia y ordenada, como son los hogares antioqueños; en el pequeño patio central tiene una imagen de la Virgen del Carmen. Coneja disfrutó mucho la visita y se dedicó con Clarita a recorrer la sala y las habitaciones con ojo experto de amas de casa. Iván Darío comentó “San Pedro ya no es un pueblo sino un barrio de Medellín”, expresión que puede referirse tanto al corto tiempo que las separa como al sentimiento cultural de la población. Mientras conversábamos frente a la puerta, pasó por la calle un pequeño desfile de niños que marchaban marciales acompañados por un uniformado. Durante los breves minutos que estuvimos con esta familia ratificamos la calidad de nuestra gente, hospitalaria, sencilla y descomplicada.
Nos devolvimos por la calle La Pola e ingresamos al cementerio. A diferencia de otros pueblos, éste queda hacia abajo a media ladera. Junto a la entrada hay dos letreros premonitorios que dicen: “Una lápida es todo lo que le queda a aquél que quiso poseer el mundo” y “Aquí termina la vanidad humana”.
Sabíamos que por allí cerca quedaba también la casa del pintor Juan Múnera Ochoa y nos indicaron cómo llegar, sobre la calle El Cementerio que conduce hacia el parque. Llegamos a una casa de limpia fachada, puertas y ventanas grises. Coneja dijo, con gran resolución: “Yo voy a tocar y pedir que nos dejen entrar”. Nos abrió una señora mayor de aspecto noble y mirada inteligente. A su pregunta “¿Qué se les ofrece, señores?” Juanfer le explicó que somos un grupo de caminantes de visita en el pueblo y queríamos conocer la casa del artista. La señora lo miró en silencio y con dudas. Entonces él continuó: “Mire, señora, estoy vestido con la bandera de Colombia, no puedo ser ni ladrón ni mala gente”. Ella dijo con viveza. “¡Ja! Así se viste la mayoría de los ladrones”. Sin embargo, nos permitió entrar. La casa es de regular tamaño, con corredores alrededor del patio central donde se encuentra una imagen bellísima de la Virgen Milagrosa, que nos trajo a la memoria al Lobato, devoto de ella, pues es la protectora de los caminantes Todo Terreno. La vista de ese patio y esa imagen causaron en Coneja gran emoción. La señora se presentó: “Yo soy Alejandrina Ochoa, la mamá de Juan. Mi esposo, el papá, se llama Luis Javier Múnera Sierra”.
A continuación nos contó que el artista vive en Rionegro, hoy está en Bogotá, donde es muy apreciado. Actualmente está pintando 21 cuadros por encargo de la parroquia de Cañasgordas. Con orgullo de madre, agregó: “Cuando Juan estudiaba en Medellín, lo echaron de Bellas Artes dizque porque estaba perdiendo el tiempo. Entonces se fue a estudiar a Florencia en Italia”. Con gozo evidente, doña Alejandrina continuó comentando las obras de su hijo, los murales de la catedral, los cuadros que tiene ella en la casa, así como su calidad humana. Chema le tomó una fotografía de improviso y ella le reprochó: “No me tome vistas, uno tan mechudo y metido en una máquina… se le va a dañar…”
La señora continuó hablando de sus otros once hijos, uno de los cuales es sacerdote. También tiene veinticuatro nietos y cuatro bisnietos. “Hoy es más difícil educar hombres que mujeres –dijo-, pues son muy perseguidos por las muchachas. Ni siquiera el hijo sacerdote se escapa de eso pues los sacerdotes y los hombres casados son más acosados por ellas. Educar niñas era más difícil antes, cuando había que cuidarlas, ahora no. MI hija soltera tiene cincuenta años y mira la casa con mucha alegría”. A un comentario de Olayita sobre la facilidad con que ahora los novios van juntos a la cama, ella contestó: “Al menos ir a la cama es más natural, porque la cama se hizo para dormir. Hoy resulta que se sientan en público ellas en las piernas de ellos o al revés. Y los taburetes no están hechos para eso”.
La visita llegaba a su fin. Sin embargo, casi en la puerta, Luismú se atrevió a preguntar: “Doña Alejandrina, ¿tiene usted idea de cómo llegaron a San Pedro los primeros Múneras?”. Ella lo miró con alegría y dijo “Claro que sí, pero vengan siéntense porque es una historia larga y yo ya llevo demasiado rato de pié”. Luismú sintió que las miradas de los demás se dirigían hacia él como centellas, pero se hizo el bobo. La señora se sentó y empezó: “Los Múneras llegaron a San Pedro desde Carolina del Príncipe. Entonces, esto era casi baldío. Ellos eran tres hermanos, mineros, ganaderos, gente de exploración. Abrieron sus fincas, introdujeron ganado y cada uno eligió el hierro para marcar sus reses, a saber: un pajarito, una mula y un círculo grande. De ahí nacieron sus nombres, los Múneras Pajaritos, los Muletos y los Pandequesos, respectivamente. Mi marido es descendiente de los Muletos. De esa rama vienen también unos sacerdotes muy reconocidos, de apellido Múnera Tobón”.
Le preguntamos por su marido, don Luis Javier, y nos contó: “Está en la finca lechera y vendrá más tarde. Estos terrenos antes no eran sino chilcas y helechos. Después se organizó la lechería. Ahora nos dieron en la cabeza con la leche. El gerente de la cooperativa se dedicó a regalar leche a costa nuestra, nos vende bolsas que saben a suero y ya no le caen votos sino maldiciones. Hay gente sufriendo, pero nadie pudiendo moverse se sienta a morirse de hambre, algo hace para rebuscarse”. Nos despedimos de nuestra anfitriona. Fue una visita deliciosa y muy instructiva. Disfrutamos de la amabilidad de doña Alejandrina, de sus historias sobre su hijo juan, el artista, y sobre detalles de la historia del pueblo. Admiramos su memoria y claridad mental.
Nuestra última visita en el pueblo sería el lugar donde estuvo la casa en que nació don Fidel Cano, en la esquina suroriental del parque. Hace años la demolieron y el municipio construyó allí un edificio de tres plantas, que alberga la Casa de la Cultura Fidel Cano Gutierrez de Lara. Entramos a conocer, con el sentimiento de pérdida por la destrucción de la casa y de sorpresa porque no hubiese siquiera una placa conmemorativa de don Fidel en la fachada. Adentro encontramos una exposición de arte del maestro Jairo Franco Martínez, que consistía en pinturas de iglesias de pueblos antioqueños. El artista estaba en el vestíbulo trabajando en una obra nueva. Recorrimos la exposición con interés; el estilo es primitivista, sencillo y sin pretensiones, pero valioso por el registro de esos templos, algunos pintados hace varias décadas y otros, recientemente.
Cuando salíamos nos abordó la encargada de la portería para solicitarnos dejar nuestro nombre en el registro de visitantes. Aprovechamos para manifestarle nuestro sentimiento por la pérdida de la casa y la falta de la placa. Ella estaba de acuerdo. En esas, llegó al lugar el abogado Rafael Alzate Vargas, Secretario de Educación municipal, a quien le repetimos nuestra queja. Él no solamente la aceptó sino que ofreció tramitar ente la administración y el Consejo municipales la colocación de la placa en homenaje a don Fidel. Convinimos en que estaríamos pendientes del cumplimiento de su oferta y nos retiramos un poco más tranquilos. Nos recomendó hacer nuestra caminata por el sector del parque El Calvario y luego por la carretera de las veredas El Herrero y San Juan, hacia el occidente del pueblo.
Subimos a El Calvario, una pequeña colina detrás de la iglesia que está organizada como parque, con senderos, las imágenes del vía crucis y, en lo alto, el crucifijo acompañado por la Virgen María y San Juan. Hasta allá ascendimos en medio del sol canicular del ya casi medio día, en medio de un calor casi abrasador moderado por una brisa leve. Arriba contemplamos el bello paisaje. Zuluaguita sacó y repartió entre todos unas ricas granadillas que nos supieron a gloria… no a la Coneja, a gloria, que es distinto. A las doce rezamos con devoción el Ángelus, encabezado por Zuluaguita.
Salimos, finalmente, a lo que vinimos: a la caminata. Tomamos el camino de la vereda El Herrero, que conduce más adelante a las veredas San Juan, San Luis y San Francisco. Apenas cruzamos la variante que bordea el pueblo por detrás, Chema lanzó un grito de desahogo: “¡Hasta aquí hemos venido a paso de historiador; ahora, a paso de caminante!” y arrancó con su paso largo y sostenido loma arriba, dejándonos regados en el camino.
Después logramos reunirnos y avanzar juntos a buen paso, por un camino amplio, cubierto de cascajo grueso bien asentado, bordeado de potreros hermosos llenos de todos los tonos posibles del verde, con vacas paciendo y rumiando tranquilas. Al pasar junto a uno de esos grupos, Zuluaguita exclamó: “Ahí hay un poco de plata junta”. En un pequeño potrero a la orilla del camino encontramos un hato de terneros tiernos, acompañados sólo por una yegua blanca, a la cual Chema, poeta al fin, la denominó acertadamente “la institutriz”. A la cabeza marchaban Juanfer, y Zuluaguita. Los seguían Coneja y Clarita, en animada charla. Atrás, Chema y Luismú conversaban sobre poesía, escoltados todavía más atrás por Olayita. La caminata requería poco esfuerzo, pues el terreno era plano y el camino, firme.
Casi una hora después de salir, cuando ya calculamos estar en la vereda San Juan, llegamos a lo que parecía una tienda caminera. Entramos, pero no había nada para beber. Nos recibieron Elizabeth, una joven adolescente, y su hermanito Esteven, un niño especial de unos cinco años. Permanecimos unos minutos a la sombra descansando del sol. Juanfer sacó una bolsa de chocolatinas que repartió entre los compañeros y los dos niños de la tienda. Chema agregó una chupeta para Esteven, quien sonreía feliz pero sin hablar.
Emprendimos la marcha de regreso. Coneja se detuvo para ponerse una toalla sobre su cabeza por debajo de la cachucha, para cubrirse la nuca y los hombros del sol abrasador, al original estilo del Lobatobombumbero (el otro integrante de los Todo Terreno). Clarita aupó a Luismú: “No te quedes atrás para que no tengamos que arrastrarte como en las casas del pueblo”.
Llegamos nuevamente al pueblo hacia las 2:00 p. m. Paramos a tomar algunas bebidas refrescantes en una cafetería, mientras decidíamos el almuerzo. De repente oímos un golpe en la calle y observamos una cobija grande y gruesa, salida quién sabe de dónde, en el piso junto a un automóvil. Olayita bromeó: “Aquí hace tanto frío, que hasta llueven cobijas”. Juanfer señaló sus zapatos, que se veían como nuevos, y dijo: “Éstos han borrado kilometraje tres veces y me costaron $25.000”. Luismú no entendió y completó: “¡Eso es mucha plata para ese entonces!” Clarita y Juanfer soltaron la carcajada y éste terminó: “No, si solamente hace tres años que los tengo”. Finalmente decidimos almorzar en el mismo lugar del desayuno de la mañana.
Nos sirvieron unas ricas bandejas paisas, aunque algunos pedimos otras variedades de viandas. El almuerzo estuvo delicioso, lo cual, inesperadamente, se reflejó en el precio facturado.
Regresamos al parque principal. Ya se escuchaba por los altoparlantes la música bailable. Entonces Coneja mostró sus habilidades danzarinas con los muchachos del paseo, en particular Juanfer y Zuluaguita.
Tan contenta estaba que propuso quedarnos mucho rato más. Hacia el final de la tarde caminamos hacia la terminal de los buses, para asegurar el pasaje de regreso. En el camino encontramos el desfile de las carrozas con las candidatas al reinado. Cada carroza estaba montada en un vehículo diferente, camión, camioneta, coche de caballos, tractor… El desfile venía acompañado por una banda marcial y varias comparsas de gente de la tercera edad, alegorías de la familia, limitados especiales.
Faltaba ya poco rato de luz solar de este día inolvidable. Abordamos la buseta de regreso, un poco cansados y con el espíritu henchido de alegría por el día que acabábamos de vivir, tan rico en detalles y experiencias variadas. Y, por encima de todo lo demás, unidos más que antes por la amistad y por el amor a nuestra tierra.
Luis Fernando Múnera López
A PASO DE HISTORIADOR O A PASO DE CAMINANTE
Fecha: Sábado 18 de julio de 2009
Integrantes Todo Terreno
Carlos Olaya B. (Olayita)
Luis Fernando Zuluaga Z. (Luisfer o Zuluaguita)
José María Ruiz P. (Chema)
Juan Fernando Echeverri C. (Juanfer)
Invitados
Gloria Luz Muñoz C. (Coneja)
Clara Inés Gaviria L. (Clarita)
Luis Fernando Múnera L. (Luismú)
Sea lo primero reiterar el reconocimiento por la tarea que los Todo Terreno hacen al entregarse en cuerpo y alma cada semana a recorrer y revelar un rinconcito de la geografía antioqueña, tarea que produce el doble beneficio de construir patria y de vivir más profundamente la amistad. También, agradecer el honor que representa ser invitado, con Clarita y Coneja, a participar de la caminata de hoy, sábado 18 de junio de 2009, y a escribir la crónica.
Se decidió ir a caminar por alguno de los senderos de la Ruta de la Leche por San Pedro de los Milagros, sin saber de antemano cuál. La cita se fijó para las 6:45 a. m. en la estación Caribe del Metro. La mañana amaneció alegre y radiante; desde temprano se anunciaba un día despejado y soleado. Primero llegó Juanfer. Luego, Zuluaguita con sus invitados Clarita y Luismú. Pocos segundos más tarde, Chema con Coneja, y finalmente Olayita.
Después de saludos efusivos debajo de la imagen tutelar de la virgen Milagrosa, y de exaltar la presencia de Juanfer vestido con la bandera de Colombia, nos dirigimos a la terminal. Un señor desconocido que caminaba junto a Zuluaguita le preguntó refiriéndose a Chema: “Ese señor mono de adelante ¿no es hijo de Héctor Abad Gómez?”. En las taquillas de la flota de buses y compramos los pasajes. Un aviso anunciaba que en San Pedro se celebrarían las Fiestas de la Leche justo este fin de semana. Mientras esperábamos la salida pedimos el cafecito con leche de rigor y 7 mitades de buñuelos. Luz Neira, la muchacha de la tienda, nos miró sorprendida y luego soltó una de las carcajadas más sonoras que se hayan oído en la terminal; le dijimos: “cuente y verá que somos siete”.
Abordamos la buseta, que se veía buena pero luego nos dimos cuenta de que sus amortiguadores se habían tomado el día libre. El viaje transcurrió en medio de conversación agradable. Al pasar junto a la Facultad de Minas, comentamos la imponencia de sus edificios clásicos y el significado institucional que ha tenido a lo largo de 120 años de historia. El día confirmó su vocación inicial, el sol brillaba sin reticencias, los verdes del paisaje se multiplicaban en el campo. “¿Cuántos verdes hay?”, preguntamos, y Chemita contestó “no sé cuántos verdes, pero imaginen que hay más de 5.000 variedades de blanco…” Pasamos por el corregimiento de San Félix y el sitio La China, cruce del camino que viene de Bello. Luisfer miraba a Chema con atención y le soltó “oye, sí te parecés a Héctor Abad Gómez; ¿no sos hijo de él?”.
Llegamos al casco urbano de San Pedro cerca de las 9:30. En la calle se oía una música alegre y pegajosa, que puso a Juanfer y Coneja a echar paso en mitad de la calzada. La primera visita fue a la Basílica menor del Señor de los Milagros, para saludarlo con respeto y devoción. Es un templo bellísimo. Su estructura exterior es sobria en sus líneas arquitectónicas, los detalles decorativos y las tres cúpulas brillantes que cubren el crucero y las torres. El interior está adornado con los vitrales, las decoraciones de los arcos y, sobre todo, los murales del techo en las tres naves con escenas bíblicas. Los murales de la nave central son obra del cura y pintor francés José Claro(Lacroix) y los de las dos naves laterales, del pintor sampedreño Juan Múnera Ochoa. La nave derecha conduce a la capilla del sagrario. La nave izquierda termina con un altar donde está colocada una réplica de La Pietá de Miguel Ángel, copia exacta de escultor desconocido del original que se encuentra en San Pedro en Roma. Fue traída a San Pedro por el presbítero Leonidas Lopera, quien hoy está sepultado al pie de la misma. Juanfer recordó que cuando la pieza original sufrió un atentado vandálico en El Vaticano, los restauradores vinieron a estudiar las facciones de esta copia para trabajar en la reparación de aquélla.
Luis Fernando Londoño, un hombre joven, sencillo, trapeaba el piso de la iglesia junto a La Pietá mientras nos miraba de reojo. Lo saludamos y entablamos conversación con él. Nos contó que hace ocho años es acólito de la catedral e ingresará próximamente al seminario. Nos dio alguna información para conocer lugares del pueblo y, lo más importante, nos confirmó la historia de la imagen del Cristo milagroso. Resulta que por allá en 1774 el pueblo era un caserío pequeño de mineros llegados desde Santa Fe de Antioquia, Carolina del Príncipe, Copacabana y otros lugares, cuando arribaron unos comerciantes que traían entre sus mercancías un crucifijo fabricado en Buga, réplica de la imagen venerada allá. Ofrecieron el Cristo para la parroquia en 300 pesos, pero al mayordomo de fábrica del templo le pareció costoso y ofreció 200. Como no se pusieron de acuerdo, los vendedores cargaron la mercancía, pero, al intentar salir del pueblo por el camino a Copacabana, en el sector Morro Negro la imagen se puso tan pesada que no les permitió moverla. Al devolverse para regresar al caserío la imagen volvió a su peso normal. Todos entendieron el milagro que sucedía, se arrepintieron de su falta de generosidad y el negocio se concretó en 200 pesos. La imagen se quedó en el caserío y muy pronto empezó a atribuírsele milagros.
Al salir fuimos a buscar el desayuno y lo encontramos abundante y delicioso en el restaurante La Casona, al lado del templo. Mientras esperábamos, Juanfer se hizo lustrar el calzado que quedó reluciente… para recibir el polvo del camino más tarde, pero él, feliz, había generado empleo.
Salimos al parque y lo contemplamos despacio. Es una plaza abierta, de buen tamaño, toda en piso duro adoquinado, la presencia vegetal se reduce a dos ceibas jóvenes, otros arbustos y unas hileras de jardineras. En un costado se levanta un quiosco de aspecto moderno con sus paredes de vidrio. Los costados de la plaza lo conforman edificios de dos y tres plantas, casi todos nuevos o casas reformadas. En síntesis, su aspecto dista mucho del que tienen los parques de nuestros pueblos. A sus alrededores, un tablado y unas barandas anunciaban el inicio de la Fiestas de la Leche.
Con la información que recibimos del acólito empezamos a buscar quien nos hablara del apellido Múnera, abundante en el pueblo. Entramos a la tienda miscelánea de doña Sara Múnera quien nos contó que sus antepasados, mineros, llegaron en el siglo XIX desde Santa Fe de Antioquia, pero no entró en más detalles.
Caminamos luego por la calle de El Cementerio en dirección a una casa donde, según nos contó el acólito, vivió en la segunda mitad del siglo XIX don Fidel Cano Gutiérrez de Lara, ilustre hombre público, periodista, fundador de El Espectador, escritor y político quien nació en San Pedro de los Milagros el 16 de abril de 1854. Sobre la calle La Pola, al frente de Puebloquieto (el cementerio), un señor nos señaló la casa que buscábamos, unos metros más arriba. Llamamos a la puerta, nos abrieron Iván Darío Lopera, su esposa Ofelia Edilma Múnera y su pequeño y vivaracho hijo, quienes nos recibieron con exquisita cortesía y nos invitaron a entrar. A pesar de que no confirmaron el dato sobre don Fidel, nos contaron que la casa tiene más de 120 años de construida y recientemente perteneció a Enriqueta González, hermana del educador Conrado González. Es una casa sencilla, limpia y ordenada, como son los hogares antioqueños; en el pequeño patio central tiene una imagen de la Virgen del Carmen. Coneja disfrutó mucho la visita y se dedicó con Clarita a recorrer la sala y las habitaciones con ojo experto de amas de casa. Iván Darío comentó “San Pedro ya no es un pueblo sino un barrio de Medellín”, expresión que puede referirse tanto al corto tiempo que las separa como al sentimiento cultural de la población. Mientras conversábamos frente a la puerta, pasó por la calle un pequeño desfile de niños que marchaban marciales acompañados por un uniformado. Durante los breves minutos que estuvimos con esta familia ratificamos la calidad de nuestra gente, hospitalaria, sencilla y descomplicada.
Nos devolvimos por la calle La Pola e ingresamos al cementerio. A diferencia de otros pueblos, éste queda hacia abajo a media ladera. Junto a la entrada hay dos letreros premonitorios que dicen: “Una lápida es todo lo que le queda a aquél que quiso poseer el mundo” y “Aquí termina la vanidad humana”.
Sabíamos que por allí cerca quedaba también la casa del pintor Juan Múnera Ochoa y nos indicaron cómo llegar, sobre la calle El Cementerio que conduce hacia el parque. Llegamos a una casa de limpia fachada, puertas y ventanas grises. Coneja dijo, con gran resolución: “Yo voy a tocar y pedir que nos dejen entrar”. Nos abrió una señora mayor de aspecto noble y mirada inteligente. A su pregunta “¿Qué se les ofrece, señores?” Juanfer le explicó que somos un grupo de caminantes de visita en el pueblo y queríamos conocer la casa del artista. La señora lo miró en silencio y con dudas. Entonces él continuó: “Mire, señora, estoy vestido con la bandera de Colombia, no puedo ser ni ladrón ni mala gente”. Ella dijo con viveza. “¡Ja! Así se viste la mayoría de los ladrones”. Sin embargo, nos permitió entrar. La casa es de regular tamaño, con corredores alrededor del patio central donde se encuentra una imagen bellísima de la Virgen Milagrosa, que nos trajo a la memoria al Lobato, devoto de ella, pues es la protectora de los caminantes Todo Terreno. La vista de ese patio y esa imagen causaron en Coneja gran emoción. La señora se presentó: “Yo soy Alejandrina Ochoa, la mamá de Juan. Mi esposo, el papá, se llama Luis Javier Múnera Sierra”.
A continuación nos contó que el artista vive en Rionegro, hoy está en Bogotá, donde es muy apreciado. Actualmente está pintando 21 cuadros por encargo de la parroquia de Cañasgordas. Con orgullo de madre, agregó: “Cuando Juan estudiaba en Medellín, lo echaron de Bellas Artes dizque porque estaba perdiendo el tiempo. Entonces se fue a estudiar a Florencia en Italia”. Con gozo evidente, doña Alejandrina continuó comentando las obras de su hijo, los murales de la catedral, los cuadros que tiene ella en la casa, así como su calidad humana. Chema le tomó una fotografía de improviso y ella le reprochó: “No me tome vistas, uno tan mechudo y metido en una máquina… se le va a dañar…”
La señora continuó hablando de sus otros once hijos, uno de los cuales es sacerdote. También tiene veinticuatro nietos y cuatro bisnietos. “Hoy es más difícil educar hombres que mujeres –dijo-, pues son muy perseguidos por las muchachas. Ni siquiera el hijo sacerdote se escapa de eso pues los sacerdotes y los hombres casados son más acosados por ellas. Educar niñas era más difícil antes, cuando había que cuidarlas, ahora no. MI hija soltera tiene cincuenta años y mira la casa con mucha alegría”. A un comentario de Olayita sobre la facilidad con que ahora los novios van juntos a la cama, ella contestó: “Al menos ir a la cama es más natural, porque la cama se hizo para dormir. Hoy resulta que se sientan en público ellas en las piernas de ellos o al revés. Y los taburetes no están hechos para eso”.
La visita llegaba a su fin. Sin embargo, casi en la puerta, Luismú se atrevió a preguntar: “Doña Alejandrina, ¿tiene usted idea de cómo llegaron a San Pedro los primeros Múneras?”. Ella lo miró con alegría y dijo “Claro que sí, pero vengan siéntense porque es una historia larga y yo ya llevo demasiado rato de pié”. Luismú sintió que las miradas de los demás se dirigían hacia él como centellas, pero se hizo el bobo. La señora se sentó y empezó: “Los Múneras llegaron a San Pedro desde Carolina del Príncipe. Entonces, esto era casi baldío. Ellos eran tres hermanos, mineros, ganaderos, gente de exploración. Abrieron sus fincas, introdujeron ganado y cada uno eligió el hierro para marcar sus reses, a saber: un pajarito, una mula y un círculo grande. De ahí nacieron sus nombres, los Múneras Pajaritos, los Muletos y los Pandequesos, respectivamente. Mi marido es descendiente de los Muletos. De esa rama vienen también unos sacerdotes muy reconocidos, de apellido Múnera Tobón”.
Le preguntamos por su marido, don Luis Javier, y nos contó: “Está en la finca lechera y vendrá más tarde. Estos terrenos antes no eran sino chilcas y helechos. Después se organizó la lechería. Ahora nos dieron en la cabeza con la leche. El gerente de la cooperativa se dedicó a regalar leche a costa nuestra, nos vende bolsas que saben a suero y ya no le caen votos sino maldiciones. Hay gente sufriendo, pero nadie pudiendo moverse se sienta a morirse de hambre, algo hace para rebuscarse”. Nos despedimos de nuestra anfitriona. Fue una visita deliciosa y muy instructiva. Disfrutamos de la amabilidad de doña Alejandrina, de sus historias sobre su hijo juan, el artista, y sobre detalles de la historia del pueblo. Admiramos su memoria y claridad mental.
Nuestra última visita en el pueblo sería el lugar donde estuvo la casa en que nació don Fidel Cano, en la esquina suroriental del parque. Hace años la demolieron y el municipio construyó allí un edificio de tres plantas, que alberga la Casa de la Cultura Fidel Cano Gutierrez de Lara. Entramos a conocer, con el sentimiento de pérdida por la destrucción de la casa y de sorpresa porque no hubiese siquiera una placa conmemorativa de don Fidel en la fachada. Adentro encontramos una exposición de arte del maestro Jairo Franco Martínez, que consistía en pinturas de iglesias de pueblos antioqueños. El artista estaba en el vestíbulo trabajando en una obra nueva. Recorrimos la exposición con interés; el estilo es primitivista, sencillo y sin pretensiones, pero valioso por el registro de esos templos, algunos pintados hace varias décadas y otros, recientemente.
Cuando salíamos nos abordó la encargada de la portería para solicitarnos dejar nuestro nombre en el registro de visitantes. Aprovechamos para manifestarle nuestro sentimiento por la pérdida de la casa y la falta de la placa. Ella estaba de acuerdo. En esas, llegó al lugar el abogado Rafael Alzate Vargas, Secretario de Educación municipal, a quien le repetimos nuestra queja. Él no solamente la aceptó sino que ofreció tramitar ente la administración y el Consejo municipales la colocación de la placa en homenaje a don Fidel. Convinimos en que estaríamos pendientes del cumplimiento de su oferta y nos retiramos un poco más tranquilos. Nos recomendó hacer nuestra caminata por el sector del parque El Calvario y luego por la carretera de las veredas El Herrero y San Juan, hacia el occidente del pueblo.
Subimos a El Calvario, una pequeña colina detrás de la iglesia que está organizada como parque, con senderos, las imágenes del vía crucis y, en lo alto, el crucifijo acompañado por la Virgen María y San Juan. Hasta allá ascendimos en medio del sol canicular del ya casi medio día, en medio de un calor casi abrasador moderado por una brisa leve. Arriba contemplamos el bello paisaje. Zuluaguita sacó y repartió entre todos unas ricas granadillas que nos supieron a gloria… no a la Coneja, a gloria, que es distinto. A las doce rezamos con devoción el Ángelus, encabezado por Zuluaguita.
Salimos, finalmente, a lo que vinimos: a la caminata. Tomamos el camino de la vereda El Herrero, que conduce más adelante a las veredas San Juan, San Luis y San Francisco. Apenas cruzamos la variante que bordea el pueblo por detrás, Chema lanzó un grito de desahogo: “¡Hasta aquí hemos venido a paso de historiador; ahora, a paso de caminante!” y arrancó con su paso largo y sostenido loma arriba, dejándonos regados en el camino.
Después logramos reunirnos y avanzar juntos a buen paso, por un camino amplio, cubierto de cascajo grueso bien asentado, bordeado de potreros hermosos llenos de todos los tonos posibles del verde, con vacas paciendo y rumiando tranquilas. Al pasar junto a uno de esos grupos, Zuluaguita exclamó: “Ahí hay un poco de plata junta”. En un pequeño potrero a la orilla del camino encontramos un hato de terneros tiernos, acompañados sólo por una yegua blanca, a la cual Chema, poeta al fin, la denominó acertadamente “la institutriz”. A la cabeza marchaban Juanfer, y Zuluaguita. Los seguían Coneja y Clarita, en animada charla. Atrás, Chema y Luismú conversaban sobre poesía, escoltados todavía más atrás por Olayita. La caminata requería poco esfuerzo, pues el terreno era plano y el camino, firme.
Casi una hora después de salir, cuando ya calculamos estar en la vereda San Juan, llegamos a lo que parecía una tienda caminera. Entramos, pero no había nada para beber. Nos recibieron Elizabeth, una joven adolescente, y su hermanito Esteven, un niño especial de unos cinco años. Permanecimos unos minutos a la sombra descansando del sol. Juanfer sacó una bolsa de chocolatinas que repartió entre los compañeros y los dos niños de la tienda. Chema agregó una chupeta para Esteven, quien sonreía feliz pero sin hablar.
Emprendimos la marcha de regreso. Coneja se detuvo para ponerse una toalla sobre su cabeza por debajo de la cachucha, para cubrirse la nuca y los hombros del sol abrasador, al original estilo del Lobatobombumbero (el otro integrante de los Todo Terreno). Clarita aupó a Luismú: “No te quedes atrás para que no tengamos que arrastrarte como en las casas del pueblo”.
Llegamos nuevamente al pueblo hacia las 2:00 p. m. Paramos a tomar algunas bebidas refrescantes en una cafetería, mientras decidíamos el almuerzo. De repente oímos un golpe en la calle y observamos una cobija grande y gruesa, salida quién sabe de dónde, en el piso junto a un automóvil. Olayita bromeó: “Aquí hace tanto frío, que hasta llueven cobijas”. Juanfer señaló sus zapatos, que se veían como nuevos, y dijo: “Éstos han borrado kilometraje tres veces y me costaron $25.000”. Luismú no entendió y completó: “¡Eso es mucha plata para ese entonces!” Clarita y Juanfer soltaron la carcajada y éste terminó: “No, si solamente hace tres años que los tengo”. Finalmente decidimos almorzar en el mismo lugar del desayuno de la mañana.
Nos sirvieron unas ricas bandejas paisas, aunque algunos pedimos otras variedades de viandas. El almuerzo estuvo delicioso, lo cual, inesperadamente, se reflejó en el precio facturado.
Regresamos al parque principal. Ya se escuchaba por los altoparlantes la música bailable. Entonces Coneja mostró sus habilidades danzarinas con los muchachos del paseo, en particular Juanfer y Zuluaguita.
Tan contenta estaba que propuso quedarnos mucho rato más. Hacia el final de la tarde caminamos hacia la terminal de los buses, para asegurar el pasaje de regreso. En el camino encontramos el desfile de las carrozas con las candidatas al reinado. Cada carroza estaba montada en un vehículo diferente, camión, camioneta, coche de caballos, tractor… El desfile venía acompañado por una banda marcial y varias comparsas de gente de la tercera edad, alegorías de la familia, limitados especiales.
Faltaba ya poco rato de luz solar de este día inolvidable. Abordamos la buseta de regreso, un poco cansados y con el espíritu henchido de alegría por el día que acabábamos de vivir, tan rico en detalles y experiencias variadas. Y, por encima de todo lo demás, unidos más que antes por la amistad y por el amor a nuestra tierra.
Luis Fernando Múnera López
8 comentarios:
Antes que nada, pido disculpas a Olayita por no incluir las fotos que seleccioné para subir, pero la premura del tiempo y lo buñuelo que soy en estas lides, me impiden hacerlo. Más adelante las incluiré. En el link siguiente las pueden ver.
http://picasaweb.google.com/ob.carlos/VisitaHistorico_culturalASanPedroDeLosMilagros#
Y las restantes de mi álbum en:
http://picasaweb.google.com/sietenpunto/RecorridoPorSanPedroDeLosMilagros#
Simplemente copie y pegue en la barra de la web.
Lo otro es que no es Jorge Iván, sino José María...
Luismú.Una medalla de oro a su calidad es lo que te mereces,tienes todo un potosí en la narración.
Mi estimado Juanfer,el hábito no hace al monje y la Conejita mostrando esa chispa que alegra la vida.
RUMU
Eavemaría, ya nuestro abuelito nos había hablado de ese Señor Don LuisMú, todo un calidoso que junto con su esposita Doña Clarita vienen a engrosar elgrúpo de Los Caminantes Todo Terreno, al menos en el terrenito llanito, donde se defienden a las mil maravillas, máxime que Don LuisMú tiene una fallita en la bisagra de una de sus llantas.
Bienvenidos los esposos Múmera Gaviria y que los caminos los conduzcan a pasar deliciosas tardes ecológicas, llenas de vida
y bellos recuerdos, así como irrepetibles experiencias, capaces de sacarle a relucir la envidia al mismito Lázaro.
Sarita - Jerónimo - Samuel
Maravillosa cronica Luisito, historia ademas de hermosos paisajes y gratisima com pañia hicieron de esta una cminata INOLVIDABLE, muy lucido el blog con presencia querido Luismu, las fotografias como siempre soñadas, solo falto nuestro caminante Lobatico, pero eso si, a su Milagrosita la tuvimos presente en imagen y oracion.
Gracias a todos por dejar tan bellos recuerdos en corazon.
Conejita.
Definitivamente esto no es una cronica sino una extraordinaria presentacion de San Pedro de los Milagros, digna de ser conocida por la administracion municipal, por lo que sugiero remitirla a la alcaldia y a la casa de la cultura. Que nostalgia se siente vivir a traves de la lectura nuestra actividad como caminantes. Un abrazo para todos y gracias a LuisMu por habernos permitido engalanar nuestro blog con su pluma y su inspiracion
El Lobato de los Todo Terreno
Si mi querido Lobatico, sera la misma nostalgia que me acompañara cuando llegue la hora de mi regrezo y deba leerlas desde la distancia, que gratos recuerdos, que hermosos paisajes y que maravillosos amigos me regalo la vida.
Siempre les llevare en el corazon!
Coneja.
Como dice Jorgeiván que orgullo para los TTS contar en nuestro blog con esta magnífica narración de don Luismún Quién recordó los paso que dió su bisabuelo don Fidel Cano.
Felicitaciones
Luisfer
Publicar un comentario