Caminata Santiago (Santo Domingo) - Cisneros
Fecha: 14 de julio de 2007
Nombre: Rieles sin tren, nostalgia, agua, pájaros, panela, paisaje y belleza
En una mañana hermosa, refrescada por las leves lluvias del amanecer, Los Caminantes Todo Terreno, nos encontramos siendo las 6:45 a m en la Terminal del Norte Mariano Ospina Pérez, para buscar transporte que nos llevase al corregimiento de Santiago, fin tomar allí la ruta hacia el Municipio de Cisneros, cruzando el glorioso pero hoy olvidado Túnel de la Quiebra, obra magna en su momento del empuje paisa, al igual que el glorioso ferrocarril, hoy todo reducido a quimeras y a los más hermosos recuerdos.
Para esta nueva salida, la No. 124 en nuestro historial, sólo nos apuntamos Luis Fernando Zuluaga Z. (El Ojicontento o Zuluaguita) y Juan Fernando Echeverri Calle (Juanfer), ante la imposibilidad de asistir de los otros integrantes Carlos A. Olaya B. y Jorge Iván Londoño M. por “fuerza mayor no comprobada”, pero para no dejar incompleto el grupo, invitamos a Sarita, a quien guindé de mi gorra y al “Gran Arquitecto Creador de Todo Cuanto Existe” quien no requiere ni presentación ni invitación, ya que es al primero que echamos a los morrales.
Compramos tiquetes de salida en Expreso Cisneros, para las 7 a m y se nos informó que teníamos tiempo de tomar cafecito, lo cual hicimos muy obedientes y sin hacernos esperar, en un local ahí a seis metros de las taquillas de la flota, pero al llegar a esta, para disponernos a abordar, nos dijo la señorita muy asustada: “Ay, señores, el bus acaba de arrancar”, a lo cual vino la lógica protesta del “Zuluaguita”, entonces la señorita presta y diligente, inmediatamente llamó al conductor del bus por celubobo (otros le dicen celular) y efectivamente, como a todos unos príncipes, nos esperaron a la salida de la Terminal, a donde hasta escoltados por un funcionario de la flota, nos llevaron.
Siendo las 7.02: 33 a m nos trepamos sin mucha premura, al bonito y bien tenido vehículo, en el que luego de dar el “buenos días de rigor a los otros pasajeros”, ocupamos las sillas 5 y 6, (dotadas de bolsas para el mareo, botiquín de primeros auxilios, soportes para el vaso y soporte para los morrales y cayados) al tiempo que abríamos El Colombiano (nuestro catecismo Astete de viaje), para leer la columna de nuestro amigo Raúl Emilio y otras cositas, como ya es nuestra costumbre, hacer los comentarios de rigor e ir disfrutando del paisaje, el cual a medida que avanzan los kilómetros se va poniendo calientico y va tomando forma a paseo y campo, mientras a lado de la carretera nos acompaña en un gran trecho, el río Medellín, rebautizado como Porce, mostrando toda esa contaminación que se vuelve en espuma como queriendo disimular el crimen ecológico que con esas aguas se comete, pero que en lugar de tapar, antes se torna más notorio, como sucede con las embarradas de nuestros políticos en cualquier lugar del país donde se encuentren.
Es de anotar, que desde la Terminal del Norte, le entregué a Zuluaguita mi cuota de gastos para la caminata como siempre se hace, máxime que el es el tesorero “ad hoc”, a lo que me replicó: “No hombre, hoy si me va a ir mal con esta tesorería, creo que hasta me va tocar poner plata”, todo porque el titular, El Lobato, se tiene un sobre sueldo montado, con las cuotas de Los Todo Terreno.
Charlaito, charlaito y así, como quien no quiere la cosa y la cosa queriendo, en medio de tanta belleza y sin darnos cuenta, nos sacó de nuestra carreta, un grito del fogonero o ayudante en el bus: ¡¡¡Santiagoooo!!! Claro, nuestro punto de llegada; por lo cual ni cortos ni perezosos, casi que nos tiramos del vehículo, para quedar en la carretera, humedecida por las lluvias recientes y quedar en plena vía, en territorio de Santo Domingo, “cuna del costumbrismo”, con un cielo medio nublado arriba, verdor a lado y lado, el ruido del bus que se alejaba y una agradable serenata familiar a nuestros oídos, producido por el agua que en el lugar cae en abundancia desde la montaña como queriendo inundar a Santiago, si, ese corregimiento de Santo Domingo, con pretensiones de Municipio, el cual teníamos ante nuestra vista, imponente y dominado por su iglesia amarilla, con su torre puntiaguda elevada al cielo y rodeada de vegetación y casitas que apenas dejan ver sus techos rojizos que medio sobresalen, llenos de macetas de orquídeas que acaban de entregar su floración y hacen turno a la madre naturaleza, para volverla a repetir en el próximo abril, si no es que presentan una traviesa hacia septiembre.
Felices: Cayados a discreción, morrales al hombro y “paso de vencedores” nos dirigimos hacia el pequeño poblado, cruzando un puente metálico que hay sobre la arisca quebrada “La Chorrera”, donde compartimos los caminantes el placer de plasmar tanta belleza en fotografías o “visticas” que quedarán para la posteridad.
El clima delicioso, el cielo hermoso y las estampas a nuestro paso, típicas y como para engalanar poemas de Robledo Ortiz: La Señora que va a misa, el joven que reparte leche ordeñada, en una vieja mula, el viejo ya cansino y jubilado, fumándose un tabaco, mientras pensativo inclina su taburete de cuero o baqueta contra el muro de tapia de su casa, las vecinas que escoba en mano barren mientras se actualizan en chismes y noticias, el tendero que cuelga sus artículos en la fachada de su negocio,....arriba el cielo azul medio escondido en nubes blancas, el ruido del agua en la cascada, los perros que dormitan en los andenes y la mujercita, posiblemente mal de la cabeza, que huye se entra despavorida ante la vista de los caminantes........
En cuestión de minuticos, estábamos entrando al parque del apacible corregimiento, el cual y al contrario de otras caminatas anteriores, pareció que recuperó la vida, que ya el tiempo se detuvo, pero para seguir la marcha, dado que hasta el reloj de la iglesia, otrora quieto en su perezoso andar, marcaba la hora: 8:45 a m.
Subimos hacia la iglesia del Perpetuo Socorro para dejar nuestra oración de gracias y luego salimos, para caminar por una callejuela, escrupulosamente empedrada, para poder como comprobar, que una buena cantidad de obreros, se afanaban por trabajar en el parque, el cual se reviste con una piedra amarilla tipo maní, en sus pisos, jardineras, senderos y fuente. Va a ser algo hermoso y tiene que ser entregado en un lapso de 30 días, ya que Santiago, con ínfulas de Municipio, tiene que hacerse ver, ya que vida si está mostrando y mucha y sus palpitaciones se sienten bajo su piel de piedra y cielo, a diferente de otras oportunidades, donde escasamente hacía esfuerzos por existir.
Como nosotros no salimos a sufrir y así lo repite el Zuluaga, estacionamos nuestros cayados y nuestros pasos en el Restaurante la Estación, donde las señoras que atienden se pusieron felices en vernos e inmediatamente iniciaron su atención a los caminantes, en el más delicado y amable ritual de detalles y amabilidades. Pedimos sendos desayunos de carne de res, con arroz, frisoles, tajadas, arepa tela grande, mantequilla, huevo revuelto y chocolate, el cual humeante nos fue servido en un santiamén, dejándonos descrestados el tamaño de la carne: Era una presa con un marrano pegado y hasta nos tocó cuadrar la cámara en panorámica, para poderle tomar la foto. ¡¡Habrase visto Sarita, que abundancia de abundancia!!!!
Despachado el desayuno, con finos eructos y fino paso, nos dirigimos inquietos y presurosos al gran Túnel de la Quiebra, ese cuya boca en medio de chorros de agua y hermosa naturaleza, se divisaba como a unos trescientos metros del restaurante. Ese que en su momento, fue la obra magna del progreso en Antioquia, ese que fue inaugurado un 7 de agosto de 1928 por Don Pedro J. Berrío, para decirle al progreso que siguiera su paso avasallador por la tierra paisa, ya que aquí además de domar mulas cerreras, también domábamos la misma naturaleza, rompiendo la montaña, como buscándole el alma. Allí contemplamos nuevamente y emocionados tanta placa recordatoria. La tumba de Alejandro López el joven ingeniero que dio origen al túnel y tanto recuerdo y tanta historia, la cual hoy permanece escrita con letras de musgo y olvido, mármoles rotos, señas de olvido y basura,....si basura por montones, lo cual pregona a los cuatro vientos nuestra incultura y nuestra falta de civismo.
Medio verracos y nostálgicos, ingresamos al túnel donde volvimos a disparar la cámara. Y así con paso muy fino y sostenido, siendo las 9:55 a m nos fuimos internando en su oscuro y admirable vientre, recubierto de tizne de las locomotoras, en medio de un enrielado perfecto, durmientes de concreto, tuberías para recolectar el agua pura que se filtra por la roca, columnas, coberturas en cemento a tramos y adelante, hacia delante, 3.472 metros de nostalgia, con sus vertientes del Cauca y del Magdalena, llenas de botellas, envases, papeles, cajas y todo tipo de basuras, único presente que le pueden dejar los turistas e incultos caminantes (no los Todo Terreno), que visitan este templo donde se detuvo la historia, fatigada por la ineptitud y la corrupción de nuestros dirigentes, para contarle al mundo, que aquí donde el “chachacha” del tren ya no se escucha, y donde los rieles no tienen tren, detuvimos el progreso desde un frío escritorio oficial, para matar nuestro ferrocarril y darle entierro de tercera, mientras por otro lado, se le daba saqueo de primera, desmantelando los rieles, los vagones y las estaciones, comercializando infamemente las hermosas locomotoras a vapor y dejando a la deriva toda una infraestructura hecha por prohombres que hace rato escribieron su historia.
Linternas en mano y miradas cautelosas, al igual que nuestros pasos, fuimos recorriendo el fascinante vientre de la montaña: Nos imaginábamos el sudor del obrero, el ruido de la dinamita, la orden del ingeniero canadiense, el sonar de los rieles que se tienden y se clavan al polin o durmiente, revivimos el paso de los trenes y las locomotoras con su olor a aceite y carbón de piedra en ebullición, la oficina labrada en piedra, donde la compañía constructora pagaba a los trabajadores, nos vuelve a dejar absortos, hasta que una luz en frente aporrea nuestros ojos, la otra boca, si la boca en la Estación Limón, la que nos saca de esa oscuridad fantástica de cuento, que recorrimos con nuestros pasos durante cincuenta hermosos minutos, para dejar sobre nuestros espíritus, toda una historia de tiempos idos, de titanes, de progreso honesto y bueno como el pan en las mesas del obrero y una nostalgia que no se puede esconder, aferrada a esos 3.472 metros de túnel y rieles ociosos que acabábamos de recorrer y que no se le escapa a la historia, esa que se nos quiere filtrar por los recovecos de los cerebros inútiles, esos que no supieron mantener el ritmo del “chachacha” del tren.
Ahí en el Limón, en medio de borrachera de paisaje, de fuentes de agua a borbotones y montones , cultivos de caña y humo “amelazado” de moliendas y pasados idos, tomamos hacia la derecha, pasando por la vieja planta de electricidad de la empresa canadiense constructora del túnel, la cual hoy explota EADE (EEPPM) para las producción de energía. Allí, aprovechamos para tomar las “visticas” del lugar y extasiarnos de su belleza, esa que nos negamos a reconocer y descubrir por el sólo hecho de ser nuestra y tenerla a mano.
El sol ya empezaba a hacer mella en el manto de nubes blancas que antes lo cubría y sus primeros rayos dieron contra nuestras espaldas, mientras nuestros pasos se internaban por un camino de herradura, rodeado de limpias acequias, el cual nos llevó a una vieja y gigantesca molienda, donde pudimos ver el proceso de la panela, departir con sus operarios y aspirar el aroma de la caña cortada y la panela caliente y así continuar nuestra marcha, en medio de cañaduzales, cafetos, cítricos, platanales y pastizales, hasta que nos encontramos nuevamente con los rieles del ferrocarril, los cuales fuimos siguiendo, de polin en polin como contando cuentos o desgranando recuerdos, de la mano de la nostalgia y la dicha de caminantes.
Allí sobre estos rieles, conocimos a un campesino de nombre Carlos Julio, quien cual “Guillermo Cubillos” de tierra firme, venía bogando sobre su “marranita”, aquel ingenioso vehículo de la inventiva paisa, que ante la falta de tren tendría que suplir de alguna forma su movilidad y que sirve a los lugareños, para trasladarse de un lugar a otro, transportar sus productos, sus cosechas y sus mercados etc., aprovechando la facilidad que los rieles les permiten.
Por recomendación de Don Carlos Julio, quien quedó plasmado en el corazón de nuestra cámara, tomamos un pequeño desvío que nos economizó algunos metros en nuestra marcha y al salir de nuevo a la carrilera, pudimos divisar a lo lejos el joven Municipio de Cisneros, “puerta de oro del nordeste antioqueño”, con su iglesia piramidal sobresaliendo por encima de techos en teja de barro y frondosos árboles plantados en su parque Enrique Olaya Herrera (en Colombia parece, nos embobamos con Enrique Olaya y le gastamos más homenajes de los que realmente se merecía).-
Dejando atrás la solitaria y fría carrilera, continuamos por un camino empedrado en muy buen estado, el cual nos llevó hasta la quebrada La Chorrera, la que se pasa por un rústico puentecillo en tabla y un poco más adelante , nos topamos con el río Nus, el cual bajaba algo crecido y nos tocó pasarlo a pata limpia, eso si, con los zapatos en la mano, ya que sus aguas son sagradas.
Que cantidad de agua la de esta región y en tan corto espacio: La chorrera, el Salto de Doña Rafaela, El Río Nus y abajo, la Santa Gertrudis, sin contar la cantidad de chorrillos, arroyos, acequias y caños, que libremente corren mostrando sus aguas cristalinas, sembradas de gupis y renacuajos y entapetados en verde musgo y lama.
Pasado el Nus, aprovechamos para degustar unas guayabas maduras que se nos ofrecía cerca al camino, admirar los sembrados de cítricos, las hermosas fincas con sus jardines en flor y a lo lejos, las montañas que encierran esta especie de vallecillo y en ellas, los inmensos cultivos de caña de azúcar y caña brava y moteando el paisaje, las densas nubes de humo blanco y hasta negro, que salen de las moliendas, donde al violento abrazo del trapiche, sobre la caña enamorada y dulce, brota el jugoso guarapo, el cual será convertido en panela, para endulzar la amarga vida del animal humano.
Pronto, más de lo que pensábamos, estábamos sobre las calles de Cisneros y en un estadero llamado El Uno, aprovechamos para refrescar nuestras gargantas y radiadores, mientras compartíamos con algunos parroquianos del lugar, a quienes les solicitamos hacer respetar su túnel, sus rieles, sus aguas y sus campos, transformados hoy en verdaderos basureros por la acción inescrupulosa de turistas y caminantes.
Con nuevos aires, entramos al acogedor y pequeño municipio, ese que se fundó casi paralelo al nacimiento del tren el cual en su momento constituyó su propia vida, siendo uno de los más turísticos de Antioquia, gracias al tren, al comercio y a sus charcos famosos, pero ese que también ofrendó su vida, al ritmo lento que la muerte del tren y los ferrocarriles le impusieron.
Ya en el parque principal, ingresamos a la iglesia del Carmen, con su atrio engalanado con escenario y tablados, para la celebración de las fiestas a su patrona (Julio 16), su forma de pirámide y su torre con sus tres relojes, ubicados en tres diferentes meridianos, ya que marcaban horas diferentes En el interior del templo, tomamos “visticas” y elevamos la oración de turno, para salir a continuar recorriendo y revivir recuerdos y nostalgias, ya que es Cisneros, un municipio ampliamente vinculado a la familia de Juanfer, dado que allí residieron sus padres, nacieron sus hermanos mayores, su papá fue Alcalde y su abuelo próspero comerciante en su tiempo.
Hermosa la locomotora 45 del Ferrocarril de Antioquia, ubicada en pleno parque, recién pintada y reparada, así como techada con una cúpula bonita, que la protege de la intemperie, ya que en nuestra última visita, habíamos encontrado la hermosa máquina a vapor, totalmente abandonada, rota por el herrumbre, con basuras y deteriorada, lo cual fue comentado y denunciado en una de nuestras crónicas.
Recorrimos las calles, el mercado, la casita donde habitó la familia Echeverri Calle, la cual continúa en pié y casi intacta, pero muy descuidada y luego, nos propusimos ir a la finca el Zarzal, la que fue propiedad de Don Jorge Echeverri C. Y hacia ella dirigimos nuestros pasos, encontrando en el camino al Señor Pascual Antonio Cataño, quien con 99 años de vida, conserva una salud y un físico envidiable, al igual que su mente, así la sordera ya hubiese hecho mella, no obstante con él, logramos armar algo de historia del pueblo, al menos esa que el tiempo no ha logrado borrar en la memoria del viejo, quien no se preocupa por el “chachacha” del tren, ya que sus oídos le negarían
percibirlo.
Luego de vueltas y revueltas y trajinar por caminos y potreros, llegamos a lo que fue la finca El Zarzal, sometida a varias parcelaciones. Allí se conserva la casita, propiedad hoy del Señor Juan Monsalve, pero abandonada y en mal estado y la parcela a la que pertenece, se denomina, por asuntos del destino como “la Pobre”. Existen cultivos de caña, hay ganado y bestias, frutales, uno de los potreros es cruzado por una quebrada de aguas limpias y abajo de la casa, se ven los despojos de una molienda y un poco más arriba, los rastros de lo que fue el tejar, ya que en el sitio, hay una greda y un barro, de excelente calidad para tejas y ladrillos.
Recorrimos los corredores de la casa, despojados de la chambrana de macana de otros tiempos, con su embaldosado original y al frente de la entrada principal, una retonda que sobresale del techo, donde mis padres, con mis tíos y amistades, se reunían a jugar dominó, parqués, cartas o simplemente a mirar hacia la dulce paz del pueblo o a contemplar el parsimonioso pasar de los trenes.
Que montón de recuerdos, que montón de nostalgias. Como duele el tiempo, cuando arrastra pedacitos del alma. Al frente de la casa, orgullosa y esbelta, una palmera se yergue extendiendo su tronco y hojas hacia el azul del cielo. Fue sembrada por mi madre, hace más de sesenta y cinco años, eran dos, pero la otra, hace cerca de ocho años, fue soltando sus hojas y se murió cansada de contemplar el mismo paisaje, ese que ya no se emociona con el “chachacha” de los trenes idos, esos que con su humo y su pito, despertaba de su letargo, la apacible calma que se dormía sobre él horizonte.
Tuvimos oportunidad de hablar con el Señor Juan Monsalve, hoy propietario de “La Pobre”, otrora “El Zarzal”, quien nos contó otra serie de cosas e historias relacionadas con Cisneros, con decir querido lector, si es que por casualidad hay alguno, que hasta de política hablamos, con este simpático señor, quien nos invitó a volver para atendernos como se merecen los “caminantes”, mientras nos felicitaba por nuestra labor y por “nuestra juventud”, la cual está reflejada en nuestro gusto por vivir, en armonía con la naturaleza.
Antes de iniciar nuestro regreso, descubrió Zuluaga, una gran piedra al frente de la casa, tapada literalmente de malezas; sobre la cual ya había tenido Juanfer oportunidad de hacer referencia, ya que en ella, los viejos, en sus años mozos y en sus felices temporadas en El Zarzal, se sentaban a conversar y a disfrutar del paisaje y de sus encantos de pareja joven, llena de ilusiones. En dicha piedra, el Zuluaga me tomó una “vistica” simulando una pose muy similar a una que tiene mi padre, en una vieja foto, que reposa en la familia.
Rumiando recuerdos y conteniendo pesares, volvimos nuestros pasos hacia el pueblo, como queriendo borrar lo recorrido y en el camino, nos encontramos dos muchachos que venían jugando con una talla en madera, la cual dejaba ver nuestros nombres: FERNANDO, hecho casual que aprovechamos para el “click” con la cámara y como un recuerdo más a sumar a tantos recuerdos ya atrapados en nuestros morrales.
El sol quemaba duro, el cielo azul claro, limpio y abierto, el pueblo con ambiente de fiesta por lo de la Virgen del Carmen, nos invitó a asegurar la compra de tiquetes para nuestro regreso. Eran las 2:30 p m. y conseguimos para las 4:00 p m e inmediatamente nos dirigimos al Hotel y Restaurante Lolita, a buscar nuestro almuerzo, el cual consistió en Mr. Tea, claro de mazamorra (por partida doble) y sopa de guineo, deliciosa, ya que, si nos entraba un tinto, no nos entraba el azúcar, además por el calor y la fatiga, sólo apetecía bogar líquidos.
Hicimos tiempo recorriendo el pueblo y “loliando” por el mismo, como dicen las muchachas y a las 4:20 p m llegamos a la flota para tomar el vehículo que nos llevaría a Medellín, pero oh, sorpresa, la vía estaba cerrada hasta las 6:00 p m. más o menos, debido al desfile de la Virgen del Carmen, lo cual, como con cierta verraquerita, tuvimos que aceptar y aprovechamos para seguir recorriendo el pueblo, tomar algunas bebiditas, hacer contacto con conocidos y al fin, antes de las 6:00 p m nos montamos en la buseta, cómoda, moderna y bien tenida, la cual muy lentamente y en medio del bullicio, la gente a montones y el trancón “cual avenida el Poblado en Medallito” , fue ingresando a la vía, mientras pasaba el desfile de la Virgen, el cual nos tocó ver casi en toda su magnitud, dándonos una gran sorpresa: Hermoso, organizado, con fervor y lejos del “guaro y otras yerbas”, como si se ve en otras partes, lo cual es un irrespeto a la Divina Madre de Cristo.
Cabalgata, automóviles llevando diferentes imágenes de María, motos, bicicletas, más automóviles y buses y obviamente un gentío inmenso, en plena compostura, bullicio y voladores. Cisneros se lució, mostrando su civismo, espíritu religioso y vocación turística, máxime que ahora en agosto, se celebran las Fiestas del Riel y la Antioqueñidad y como tal se tienen que ir preparando.
Superado el desfile, arrancó la buseta a buena velocidad, dejando atrás el pueblo allá a lo lejos, con todos sus encantos y buenos recuerdos, mientras el sol se entregaba a los brazos de Morfeo, en este hemisferio, para irse a parrandiar a otro, el cielo iba tomando un matiz oscuro de nubes y arreboles amarillos y naranja y al fondo, los cañaduzales, cambiaban su verde vivo, por un tono casi negro.
Así en un viaje excelente, sin sobresaltos y lleno de cosas por contar, arribamos a la Estación Niquía de nuestro Metro, siendo las 8:15 p m. Allí abordamos nuestro querido gusano “blanquiverde”, el cual en menos de lo que demora un “paráco” en declararse inocente, nos dejó en la Estación San Antonio donde nos bajamos, para hacer transbordo y seguir a nuestras residencias, mientras a lo lejos en nuestro inconsciente, parecía que se escuchaba el “chachacha juuuuu, juuuuuu, chachacha...” de aquellos trenes que salieron de viaje y nunca más volvieron.
Hasta la próxima,
JUAN FERNANDO ECHEVERRI CALLE
CAMINANTES TODO TERRENO (Luis Fernando – Carlos Alberto – Jorge Iván – Juan Fernando – Gloria Helena)
EMBAJADOR Y REPRESENTANTE LEGAL: Gustavo Londoño (Don Mister Paisa)
MADRINAS: Lina Londoño y Alejandra Echeverri
CATECISMO: El Colombiano
ANGEL DE LA GUARDA: Viena Ruiz
4 comentarios:
Buena esa, muchacho...
Me impresionó mucho el ancho del túnel; no se explica uno como podía pasar el tren, sin golpearse, con semejantes movimientos laterales como los que acostumbraba.
Estupenda tu crónica Juanfer. Que reminiscencias y que hermosos recuerdos de tus padres alla en la finca el Zarzal. La casa de la finca parece pedirle clemencia al tiempo y la palma mira por encima de las montañas buscando la mujer que un día allí la plantó. La casa del pueblo con su gris a cuestas se resiste al olvido. No fue una caminata, fue un amoroso retorno.
A Don Herodes Nepote le quiero aclarar, que cuando el tren llegaba al túnel, el maquinista se lo echaba al hombrto y pasaba con él, el alto de la quiebra. El túnel realmente fue hecho para que pasaran a pié los pasajeros, a quiene se les vendía una linternita o una lámpara de "caperuza" en la entrada.
FRANCISCO JAVIER CISNEROS
Huy! Juanfer que tremenda cronica, que nostalgia, que recuerdos, yo no se si las lagrimas se te escaparon de los ojos y del alma, pero a mi si.
Muy hermoso esto que escribiste:
"Que monton de recuerdos, que monton de nostalgias, como duele el tiempo cuando arrastra pedacitos del alma" y para rematar el comentario del Lobatico, que poeta sos mi querido Lobato, entre ustedes dos me enjuagaron el alma
a punta de lagrimas.
Conejia
N.J.
Publicar un comentario