Caminata Primavera - Amagá

Fecha: sábado 23 de agosto de 2008

Asistentes: Jorge Iván Londoño Maya, Juan Fernando Echeverri Calle, Carlos Olaya Betancur y José María Ruiz Palacio.

Nombre: Ruta de la Miseria

Amanecer lluvioso como los de casi todos estos días, pero buenísimos para caminar. Como ya es habitual cuando las caminadas son programadas para el sur, el punto de encuentro es la estación Itagüí de nuestro Metro. Puntualitos, pero sin Zuluaga, que por asuntos laborales no pudo salir con sus T.TS., a las 7 a. m. en el acceso sur, inmediatamente tomamos un colectivo integrado para Caldas y en cosa de 25 minutos estábamos en el fresco parque del municipio puerta del suroeste, con el propósito del seguimiento fotográfico que le está haciendo José María, a la construcción que hace Comfama en el lote que quedó de la casa de la familia Ángel, familia materna de nuestro poeta Ciro Mendía (Carlos Edmundo Mejía Ángel), de la que habían prometido conservar por lo menos la fachada ya que era “imposible” restaurarla, pero de la cual no quedó ni dicha fachada; se tomaron varias fotos para el registro. Claro que aún existe la posibilidad de que sea reconstruida y para eso el registro fotográfico, por si ocurre lo contrario.

Tomadas las fotos no metimos al parque mientras José M. contaba que la leyenda dice que en el laguito que rodea el hermoso kiosco, ahora dormitorio de vagabundos, alguna vez se bañó junto con otros poetas el poeta mayor, Pablo Neruda. Mientras escuchaban incrédulos la historia, una ardilla alazana baja de una palmera en busca de comida que supuso brindarían los visitantes, y se le trepa al hombro del Lobato, con la mayor familiaridad y sin ningún reato o miedo. Del mismo modo, rápido, nos abandonó al ver que no le ofrecíamos nada y rauda trepó a otro árbol, en donde se encontró con otra y se enfrascaron en sus disputas territoriales.

Dejamos el parque y buscamos desayuno en una de las cafeterías cercanas, en donde ante la falta de chocolate, figuró el milo para unos, café otros y muchas empanadas, recomendadas por el Lobato. Despachadas las viandas, salimos en busca de transporte para el sector “Primavera” en las partidas para el sur y el suroeste.

8.30 a.m. Estamos en camino; durante un trecho por la carretera y al sobrepasar el estadero “Los Ruices”, tomamos un desvío a la derecha que nos llevó a una cañada por un caminito en cemento y pasando un puente nos recibió el primero de los incontables perros que nos toparíamos por el trayecto. Este era un cachorro de “Labrador”, pero de estrato -0.

Un olor a arepa recién asada inunda el ambiente y más adelante en un galpón adaptado para tal fin, una próspera fábrica de arepas se disimula entre las casuchas construidas en maderas de desecho, cartones y tejas de zinc, por entre las cuales un camino pantanoso nos lleva a lo que alguna vez fuera la carrilera del Ferrocarril de Antioquia, ahora una ruta de miseria y abandono.

Recorridos algunos metros de la antigua carrilera, ya sin rieles ni polines, Lobato nos pidió que al mirar la ranchería circundante, le ayudáramos a encontrar una casa prefabricada que nos contó su familia le había regalado a una señora que fue su empleada durante muchos años. Al poco rato la encontramos y de inmediato una vecina llamó a la puerta, de donde salió una señora que avergonzada nos saludó amablemente y entabló conversación con Lobato sobre asuntos de su incumbencia.

La pobreza limpia es digna. El crudo invierno sin fin de estos tiempos, traducido en ingentes pantaneros, empobrece hasta el espíritu del más tesonero de los hombres; Las casitas, embadurnadas de barro, tienen el recuerdo de los innumerables aguaceros inmisericordes, que lo que dejan en pie, conserva tatuado en sus pobres paredes el recuerdo de su paso, cuando no de sus maltratos en las que se tienen que abandonar porque ya son inhabitables. Una que otra casita es construida con materiales que resisten el embate de la lluvia y estas mismas y algunas otras alejadas de las escorrentías, tiene bellísimos jardines, simples en especies, pero con florescencias perennes que alegran en medio de tanto abandono.

Perros de todas las pelambres; grandes, chicos, de raza o de raza indefinible por las mezclas, amables, flacos, gordos, agresivos, (A uno le tocó probar el bastón de José M.) French poodle, que más que perritos falderos parecían bolas de estopa mugrientas y muchachitos… Muchos muchachitos con las mismas características de los perritos; macilentos, mugrosos, algunos desnudos y por lo visto, enseñados a la mendicidad por los caminantes que son frecuentes por estos lados. Los hombres y mujeres contestan el saludo con amabilidad, pero recelosos y esquivando la mirada.

Barriadas miserables, caldo de cultivo para ideologías de todas las pelambres, nidos de pichones de resentidos por el abandono estatal caminan entre barrizales y amenazas de lluvias, riadas y derrumbes. Montañas que amenazan venirse abajo sobre lo poco que se tiene, hacen más miserable la existencia junto a la falta de oportunidades y de ayuda real.

Campesinos raizales junto a “inmigrantes” como eufemísticamente llama el establecimiento a los desarraigados y desplazados, pueblan la hilera interminable de ranchos endebles y casas de tipo campesino que alguna vez fueron prósperos minifundios; todo se medio sostiene entre aguacero y aguacero, mientras esperan ayuda, que con seguridad si acaso llegará poco antes de las próximas elecciones.

Un derrumbe de enormes proporciones acabó con las esperanzas de varias familias en el sector “Los Montoyas” de la vereda “Salinas” del municipio de Caldas. Cuatro casas quedaron sepultadas por el lodo y otras varias debieron ser abandonadas ante el peligro de otro derrumbe. Abajo, al final del derrumbe, varios ranchos se veían indefensos ante la magnitud del desastre, pero incólumes. Una señora que nos encontramos en el camino junto al derrumbe, nos dijo angustiada que ella se iría por el desecho o desvío que se hizo para poder llegar al otro lado. Al tiempo, vimos a unas personas que corriendo, pasaban por el derrumbe y consideramos que también podríamos pasar por el mismo lugar.

La ignorancia es atrevida; tanteando con los bastones, fuimos avanzando sobre la huella dejada por las personas que vimos y por donde menos se hundieran los bastones. Ya en medio del derrumbe, un caldo compuesto de agua y pantano aumentaba de volumen y apuramos el paso a pesar de que el camino cada vez se ponía más peligroso. Cuando salíamos al otro lado, un nuevo riesgo amenazaba: No se veía camino posible y los bastones se hundían hasta más de la mitad, hasta que mirando bien, reencontramos la ruta marcada, pero cubierta de lodo junto a uno de los ranchos abandonados y por ahí seguimos. La ruta llevaba hasta tener que pasar por en medio del rancho y luego bajar a un arroyo de lodo, para luego saltar ya a terreno seguro.

Pasado el derrumbe y el susto, más el amable regaño de un vecino del lugar, medio lavamos nuestros bastones y zapatos con barro hasta en las orejas, en un charco formado por la lluvia de la noche anterior. Continuamos el camino, retozando con los comentarios sobre el riesgo corrido y por la trocha de pantano unas veces y medio seco en otras, seguimos pasando por rancherías endebles y llenas de muchachitos, perros y gentes pobrísimas. Más adelante otro derrumbe acabó con otras varias casas de las que recuperaron los tejados.

Doña cervecita esta vez fue olvidada, pero no Zuluaga que desde el palacio de exposiciones nos acompañaba en la distancia. Llegamos a la entrada del carreteable que de Caldas lleva a la vereda “Salinas” y sobre la derecha unos chicharrones de 13 patas llamaron la atención de Lobato que solícito los atendió y en un abrir y cerrar de ojos nos empacamos por pedazos dos de esos trecepatunos con gaseosa y arepa. El desconsuelo fue después la pagada de la cuenta. Al parecer el señor necesitaba reponer la Marranita y nos cobró lo suficiente como para con otros tres que vendiera, poder recuperar la inversión.

Continuamos el recorrido renegando del viudo de la Marranita y al rato sobre la izquierda, una hermosa panorámica del valle de San Fernando de Amagá nos saludó. Ya con nuestra meta a la vista, seguimos contemplando el paisaje unas veces amable, otras desolador por la pobreza imperante y el abandono. Sobre un recodo del camino, nos dimos cuenta que Olaya y Lobato se habían quedado, por lo que volvimos sobre nuestros pasos hasta encontrarlos y ante nuestra preocupación nos dicen que acababan de salir de uno de los ranchos en el que una joven de menos de 30 años tenía 6 muchachitos todos menores de 10 años, los dos últimos, gemelos de tres meses. Se arruga el alma, pero hay que seguir.

Una cascada sirvió para una de las fotos grupales que tanto nos gustan y más adelante otra, estruendosa y caudalosa también sirvió para el propósito. Aguas mil. ¡Nicanor a la vista! Esta estación del ferrocarril de Antioquia fue famosa por las plataneras que la rodeaban y lugar de paseo para los usuarios del tren desde Caldas o Amagá que visitaban el lugar a menudo. Hoy se muere de a poquitos y sólo la casona que sirvió de oficinas está en buen estado, mientras las bodegas de tapia se desmoronan con el pasado.

Más adelante, polideportivo veredal, ahora más parecía una piscina de lodo, la que estaban tratando de desaguar unos vecinos; luego, otro enorme derrumbe pero ya recuperado el paso peatonal, más una cascada bulliciosa y otra más, nos acercaban a la meta.

Enormes casonas, testigos de mejores tiempos, se mueren por el abandono y la soledad y unos pocos humitos de hogar salen de sus chimeneas ancestrales. Por los lados del medio día llegamos al final de la vía férrea, o lo que quedaba de ella y tomamos un camino vecinal que nos llevó al corregimiento “La Mina” del municipio de Amagá, en donde como recuerdo de la pujanza carbonífera de la zona, se erigió un monumento al minero. Un parque sombreado y bien tenido es el centro del lugar.

Saliendo hacia Amagá, un chico se despide de una jovencita y se nos une en el recorrido. Sin nadie preguntarle, nos cuenta de manera agradable sus andanzas, vida y milagros por esos pagos y nos indica la ruta más expedita a nuestro destino. Nos acompaña, mientras nos cuenta y responde a nuestras preguntas, todo lo relacionado con la minería de carbón de la región. Se despide amablemente mientras nos indica juicioso la ruta para llegar de nuevo a la carretera que va a Amagá.

Siguiendo sus indicaciones, bajamos por un camino empedrado hasta la carretera y de ahí pasamos por el cementerio, bonito y limpio. Seguimos y ahora sí, estamos en la goteras de Amagá y es de pa´rriba. La tierra de Belisario a esa hora está fresca y agradable,; muchachas bonitas alegran la pupila de los ojicontentos mientras llegamos al parque que está abarrotado de parroquianos, carros y cabalgaduras por ser día de mercado. Eran la 1.20 p.m. de la tarde.

De entrada, como de costumbre nos llegamos hasta la iglesia de estilo semi gótico situada en la parte más alta del parque. Antes de entrar visitamos el monumento a uno de sus benefactores, que nos llamó la atención por lo desproporcionada de la cabeza con relación al resto del cuerpo. Ya cuando entramos a la iglesia, un joven de la localidad nos ilustró sobre los pormenores de las obras de arte que adornan el templo y sobre lo del sacerdote del monumento. Si era deforme el señor según nos contó el muchacho, pero muy milagroso. Varios cuadros de la escuela Quiteña datados por 1870 y posteriores, lo mismo que algunas imágenes también antiquísimas, forman un tesoro invaluable en obras de arte y de representatividad para el municipio de San Fernando de Amagá, como también se llama la iglesia.

Ahora sí, doña cervecita tan olvidada es llamada de nuevo y en uno de los negocios del atrio le hacemos los honores, mientras llamábamos a Zuluaga a contarle como sufríamos para que se condoliera de nosotros.

Hechos los honores, pasamos a manteles en el restaurante “Ramitama”, propiedad de doña Ruht Piedrahíta, señora de su señor y amabilísima anfitriona que nos recibió con bombos y platillos, como siempre que los T.TS. pasan por esos lados en busca de alimento y calor. Sancochos de bagre, bandejas con posta, sopitas, ensaladas y demás junto a doña cervecita y gaseosas, sumado todo esto a la amabilidad de la anfitriona y su hijo, nos hicieron olvidar por un rato de toda la miseria del camino.

Lengua va y lengua viene, vimos que atrás de nosotros tenían diferentes tipos de comestibles y nos llamaron la atención unos paquetes que al preguntar por el contenido, resultaron ser lenguas cuadradas de Concordia. Lenguas cuadradas… Ni cortos ni perezosos nos hicimos empacar de a dos paquetes, porque lenguas cuadradas no tienen ni las chismosas de Tola y Maruja y la del recordado Montecristo y alguna de mis vecinas sería viperina, pero no cuadrada.

Dados los parabienes reglamentarios y con la promesa de volver, nos despedimos de doña Ruth, su hijo y su restaurante y pasamos a la oficina de la empresa “Tratam” a comprar tiquetes para la “Bella Villa”, con tan buena suerte que nos tocaron para las 3 p.m. y eran las menos 10. Abordamos de inmediato y mientras Olaya de dormía, estábamos llegando a Sabaneta. Ahí se quedó el narrador, por lo que lo demás que ocurra, es reserva del sumario, diría “Gila”


José M. Ruiz P.

Caminata Remolinos - Cerro Bravo - Remolinos

Fecha: sábado 16 de agosto de 2008

Asistentes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Juan Fernando Echeverri Calle, Carlos Alberto Olaya Betancur, José María Ruiz Palacio y Jorge Iván Londoño Maya

Nombre: Como hacer guandolo a 2.630 metros sobre el nivel del mar

Reconocimientos: A Dios, La Virgen Milagrosa y Corantioquia

Como dicen las señoras: “siempre tiene que haber una primera vez”, y los Todo Terreno no fuimos la excepción para que esta sentencia se cumpliera al pie de la letra, porque Carlos “aeropuerto” Olaya, como bien lo bautizó el desvertebrado Oscar Domínguez Giraldo, el mismo que cambió los fríjoles con garra por la sopa “de letras”, se ganó la medalla de oro, tan mencionada por estos días, al llegar de primero a la terminal del Sur, sitio de encuentro para coger el bus que nos llevaría hasta el sitio Remolinos, distante a 11 kilómetros del próspero y paradisíaco municipio de Venecia. Pero no sólo por llegar primero, lo que nunca ocurre, sino porque además reservó los 5 mejores puestos del bus, nos acosó vía celular para que aligeráramos el paso pues el bus salía a las 6 y 45 a. m. y nos dejó en manos de Alejandra, la simpática vendedora del kiosquito, quien batiendo todas las marcas, para seguir con la moda, nos sirviera cafecitos con leche decorados con enormes buñuelos que mas parecían pelotas de letras para paseo de olla.

Luego de la maratónica llegada nos acomodamos en un enorme bus color naranja de la flota Fredonia, el cual, a pesar de ser puente, estaba a medio llenar. En su recorrido por la autopista se fueron montando más pasajeros, entre ellos mi vecina de puesto, con quien entable una rápida conversación, que dio lugar a los comentarios de mis compañeros, respondidos por la amable sonrisa de mi chica de turno. Obviamente, José María que toma fotografías como tirando voladores en procesión de fiestas patronales, nos tomó la de rigor, la que sólo le faltó entregárnosla en el telescopio con cadenita. Como siempre en nuestros viajes por estos lados, en el puesto de control de la flota, ubicado en Caldas, aprovechamos para saludar a Gloria, la tiqueteadora, cuya presencia nos hace poner las cachuchas de medio lado para no perderle lado.

En una hora y cuarenta minutos llegamos a la fonda Remolinos. Luego de saludar a don Jorge, su propietario, nos sentamos en un agradable y largo tablón para ordenar los cinco desayunos sencillos (arepa, huevos revueltos y chocolate) algunos reforzados con chorizo que resultó dietético. Mientras Miriam nos servía hicimos el duelo por la noticia del matrimonio de Vicky Dávila aparecida en la portada de la revista Nueva, la cual, al igual que el periódico, siempre llevamos con nosotros por aquello de traernos “Viena” suerte y porque es lo primero que Luis Fernando compra para las caminatas, por encima del agua, así lo regrese a la casa mas arrugado que pañuelo de taxista.

A todo el frente de la fonda comienza la carreterita destapada que conduce a la vereda el Rincón, ubicada en el dedo gordo del pié de cerro Bravo. Siendo entonces las 9 y 18 minutos de la mañana, que entre otras parecía mañana de viernes Santo, tanto que nuestro cerro amaneció estrenando ruana hecha de la mas fina lana celestial (neblina) y nos escondió su generosa vegetación y su imponente figura, bajamos la bandera a cuadros para dar comienzo a nuestro segundo ascenso. El primero lo hicimos un reluciente 20 de agosto de 2005, con la ausencia en ese entonces de José María, quien apenas el pasado 2 de los corrientes presento credenciales como nuevo integrante del grupo, luego de aprobar con creces el período de prueba, así haya quedado debiendo el pago de la acción.

Este primer recorrido, de una hora exacta, se hace por terreno relativamente plano, a modo de calentamiento para las verdes y las maduras que nos esperan mas adelante. En el trayecto encontramos muchas casas al lado de la vía; las hay para todos los gustos. Entre ellas la casa galería de doña Isabel, quien haciendo gala de esa cordialidad paisa nos invitó a conocerla. Los naranjos y los guayabos (pero los buenos) abundan por esta región, por lo que Luisfer se enmochiló algunas naranjas pero de las agrias, quizás pensando en la subida.

En el remate de este trayecto, donde termina el plan y la carretera, conocimos la capilla de la vereda que está en construcción. De allí en adelante comienza el ascenso por unos rieles, ascenso que en estas primeras de cambio no es tan pronunciado y que nos lleva hasta la finca de un cuñado de Juanfer, a la que entramos para saludar al mayordomo y darle la miradita de rigor. Luego de pasar un quiebrapatas, que hace las veces de meta de partida, quedamos a merced de las enaguas del cerro, bordadas en fina pedrería cual vestido de gala para reinado de Cartagena, enaguas que hacen juego con la ruana aquella, que sigue pegada al cerro como garrapata a la res.

El ascenso se hace en su totalidad por un sendero construido por Corantioquia (Dios los bendiga) el cual ha perdido parte de su identidad debido al paso del tiempo, a la disminución de los caminantes y porque la naturaleza, en algunos sitios, está recobrando su memoria con aguas que vuelven a sus causes olvidados, a tal punto que un tramo fue invadido por enormes piedras arrastradas por la corriente de múltiples aguaceros.

En la mitad de este primer ascenso se encuentran algunos kioscos, que hacen las veces de miradores y descansaderos, los cuales, además de la maleza que los está inundando por falta de clientela y descuido de los encargados de su mantenimiento, se convirtieron en espaciosas urbanizaciones para que las arañas construyan allí sus caprichosas telarañas. Hasta los nombres de las personas, las frases de amor y los corazones pintados sobre la madera corren el riesgo de desaparecer.

Claro que los miradores todavía sirven bien sea para hacer una picada de delicioso lulo maduro, como la que nos preparó José María con dos hermosos ejemplares que cogió de la propia mata, sin importar que la muestra gratis hubiera dado de a casquito para cada uno, o para divisar el paisaje, que en esta oportunidad la neblina nos impidió ver. Esa neblina, que más parecía humo, daba la impresión de que en Venecia estuvieran haciendo un enorme sancocho para todo el pueblo.

Terminado este segundo tramo, comienza el último y definitivo, el cual se hace por entre el espeso bosque que más bien parece una manigua, atiborrado de palmas, bejucos, líqueles, hongos, musgos, helechos y frondosos árboles. El piso, que a veces parece blando como si fuera de lona, está formado por una gruesa capa de tierra de capote revuelta con hojas y troncos que forman los escalones hechos por Corantioquia, obra que permite el ascenso a la cima, y que de no existir sería imposible alcanzarla. De ahí mi pedido al comienzo de esta crónica para que Dios los bendiga.

No obstante la lluvia caída la noche anterior, que inundó la mayoría de los escalones, borrando así cualquier huella por el sendero, advertimos la ausencia total de caminantes o paseantes durante muchos meses atrás, por lo que en ese momento éramos los amos y señores de esa belleza natural del Suroeste, lástima no haber encontrado un notario cerquita para haberla escriturado a nuestro nombre. El verde verde, para siempre verde, nos rodeaba por todas partes; el silencio monástico sólo es interrumpido por el trinar irreconocible de las aves, el olor a frescura, a capote y musgo es constante y la oscuridad producida por los enormes árboles, a la cual se le suma la neblina, convierte nuestra escalada en una maravillosa y única experiencia.

La fértil vegetación hace que constantemente tengamos que pasar agachados o en cuclillas por muchos sitios donde los bejucos y los troncos forman caprichosos túneles y grutas, por lo que en la misma medida se oyen los gritos de advertencia de Luisfer quien iba a la cabeza del grupo: ¡ojo, agáchense, palo saca ojos a la vista! La llegada a la mitad del recorrido fue motivo para la celebración con un delicioso guandolo.

Todo iba muy bien hasta que oímos: “hasta aquí llegamos”. Resulta que un tramo del camino, de unos 4 metros de largo, había desaparecido por la acción del invierno. Confieso que fui el único en sugerir que nos devolviéramos y que como premio de consolación termináramos la caminata en Fredonia. Pero Luisfer, como buen cabeciduro y aventurero, no se dio por vencido y buscando por los alrededores encontró un desvió que nos llevaría nuevamente al camino original. Así que como contorsionistas de circo pasamos lentamente hasta retomar el sendero.

Dando enormes zancadas entre escalón y escalón, lo que obligó al siempre bienvenido apunte de Carlos, quien dijo que algunos escalones son tan altos, que las rodillas le tocaban la frente, fuimos coronando este cerro Bravo, que tiene mucho de eso pero no más que nosotros. Faltando unos doscientos metros me adelante del grupo, no para ganarme la medalla de oro sino para sacar las banderas de Colombia y de Antioquia y ponerlas en unas astas improvisadas para darle la bienvenida a mis compañeros, quienes emocionados largaron la carcajada de sorpresa y alegría.

Filados de mayor a menor entonamos los himnos Nacional y de Antioquia, a la vez que elevábamos una plegaria a Dios para agradecerle su compañía y protección. Obviamente el rezo lo hicimos pasito porque lo teníamos a media cuadra, o mejor a tiro de celular, pero de esos de nuestra niñez, los que hacíamos con dos vasos plásticos unidos por una larga pita. A falta de vino brindamos con otra botella de guandolo que todavía conservaba algo de frío, comimos manzanas y galletas de las que el poeta José María le compro al infaltable vendedor del bus.

Reposados los ánimos patrióticos y corporales, continuamos con la animada conversación. Mientras tanto, Luisfer saco las naranjas agrias, una botella de agua y un cuarto de no se qué, y como en las bodas de Caná nos multiplicó el guandolo. Lástima que la neblina nos privara de observar los paisajes que desde estas alturas quedan como servidos en bandeja de plata. En efecto, en un día soleado se puede ver, aún sin binóculos: Venecia, Fredonia, Tarso, el río Cauca, Santa Bárbara, puente iglesias y la capul del nevado Ruiz, además las imponentes cadenas de montañas que hacen del Suroeste una de las regiones mas ricas en paisajes de nuestra geografía Antioqueña.

Como lo anoté, la primera vez que alcanzamos esta cima fue el 20 de agosto de 2005. En aquella oportunidad nos encontramos en toda la pepa con un paseo de la vereda la Mina, el cual incluía a su párroco y al maestro de la escuela. De este encuentro, que contó con la altura del caso, nos quedó el registro fotográfico que ambienta este párrafo. Comentábamos lo enmalezado que está ahora el lugar, pues en aquella oportunidad hasta hubiéramos podido jugar un picadito de fútbol entre los Todo Terreno y la Mina Fútbol Club, pero hoy en día, sin exagerar, se dispone de unos 15 metros cuadrados que alcanzan para preparar escasamente un guandolo, porque nadie se le mide a hacer un sancocho y menos comérselo, porque allá se queda viviendo.

Como el cielo se encapotaba, y debido al compromiso que tenían Luisfer y su esposa Carmenza, de asistir a las 7 y 30 de esa noche al matrimonio de una pareja amiga, recogimos las banderas, las notas de los himnos, las oraciones y la basura; cargamos los morrales, nos despedimos de mano de san Pedro, le matamos el ojo a la Milagrosa y hágale que vamos es pa´ bajo.

La bajada es complicada por lo mojado del piso y las piedras, pues como dice el dicho “piedra lisa no avisa”. Además el tapete de hojarasca se vuelve otro enemigo porque algunas con solo pisarlas se convierten en una patineta recién engrasada. Despacio y con buena letra fuimos atacando el descenso. No obstante, Carlos, Luisfer y Juanfer grabaron la marca de sus pantalones en el piso, por fortuna sin consecuencias.

Al ritmo de: ¡Ojo aquí y ojo allá!, ¡Cuidado con esa piedra!, ¡Pilas pisan esa hoja!, ¡Agáchense!, ¡Lobato agárrate de este palo, pone el pié izquierdo aquí y el derecho allá! ¿Quien tiene agüita? ¡Está que se larga el agua! ¡Tranquilos que vamos bien!, ¡No friegue, los Todo Terreno si pasamos bueno! ¡Miren que belleza de musgo! ¿De que animal será esa cueva? ¿Quieren llevar tierra de capote? ¡Luisfer, paremos que los estamos dejando! ¡Pelaos, casi me caigo, (Juanfer)! llegamos al sendero despejado, en donde también encontramos despejado el cielo lo que nos permitió ver a Venecia y el valle que lo rodea, y constatar que lo del enorme sancocho comunitario era una deliciosa suposición.

Gracias a nuestra patrona salió el pelirrojo Restrepo, el cual se había solidarizado con el paro de camioneros, pero como nadie le informó que había terminado, muy campante siguió parqueado el puente completo, y nos secó el camino empedrado que nos conduce hasta el pié del cerro, porque les cuento que esas piedras mojadas no las baja ni una cabra amaestrada. Con mucha prudencia y todo el tiempo en segunda, bajamos este tramo, al final del cual fuimos recibidos por tres perros de una humilde casa, los cuales, voliando cola y dando vueltas a nuestro alrededor, parecían invitarnos a un cafecito.

La hora que nos faltaba hasta la fonda Remolinos, a pesar del cansancio, la hicimos a buen paso, pensando tanto en el compromiso de Luisfer como en el almuercito que bien ganado lo teníamos. Pasamos por las mismas casas, los mismos naranjos y los mismos guayabos (pero los buenos). Olaya al final decía: “muchachos, pídanme el almuerzo a domicilio que no doy un paso más”. Pero el Creador es generoso y rayando las 4 y 40 de la tarde, cansados hasta en los tuétanos, nos volvimos a sentar en el mismo tablón, frente a la misma Miriam, e importándonos un pito el matrimonio de la Dávila. Eso si, con la inmensa satisfacción de haber coronado la cima del cerro Bravo, que ahora lucía mas mansito después de esa bajada de calzones que le pegamos.

4 sancochos de espinazo, preparado por las señoras del restaurante pensando más en los nuestros después de semejante caminata, una bandeja paisa con chicharrón certificado, más 2 litros de líquido por cabeza, nos volvieron las botas a los pies y las medias a los talones. Recobradas las fuerzas nos pusimos a esperar el bus de regreso a Medellín, pero como no pasaba comenzamos a caminar (¿Qué será eso?) hasta un sitio conocido como El Cinco, por donde pasan, además de los buses de Venecia, los de Fredonia y Jericó.

Llevaríamos cuadra y media cuando la Milagrosa bendita que no nos abandona nos mandó el bus de Venecia, que resulto ser el mismo que nos trajo por la mañana. Algarabía y cayados en alto para pararlo, y claro, el chofer nos reconoció de inmediato. Por fortuna iban puestos de sobra para poder acomodar a Olayita, quien desde que puso el primer píe en la escala se durmió. Juanfer le bajo el volumen a su acostumbrada charla, por lo que el poeta lideró la tertulia móvil. Así que luego de tomarle las últimas fotos a nuestro Bravo, sacando la cabeza y la cámara por la ventanilla, nos contó la historia del Gato con Botas, interrumpida muchas veces por los acrobáticos brincos del bus, porque la carretera en muchas partes parece más bien un camino de herradura, digamos que en buena parte por culpa de la inestabilidad del terreno, como para no alargar la crónica. Hay que aclarar, eso si, que Olaya y el suscrito no conocíamos la historia aquella, porque para dormirnos nunca hemos necesitado de ayudas fabulescas

José María fue el primero en desfilar al paso por su Sabaneta. El resto seguimos hasta la estación Aguacatala, en donde Carlos, quien ya nos había sentenciado que al llegar a su casa se daría un baño de rey medieval, y luego batiría su record de 72 horas durmiendo y Luis Fernando, que no veía la hora de llegar a su casa para ver de que tamaño era el regaño, cogieron sus respectivos taxis. Juanfer y yo seguimos en metro, en el cual nos encontramos una morenaza que no tiene nada que envidiarle a la Naomi Campbell, por lo que en el mismo vagón, así fuera sin testigos, la bautizamos como nuestra Noemi Campdelosa.

A diferencia de otras jornadas, en la que nos toca la avalancha de hinchas que van para el clásico, esta vez contamos 8 hinchas del Nacional, 2 del Medellín y 58 policías bachilleres. Están tan mal nuestros equipos que el partido, jugado a las 8 y 15 de esa noche, lo perdieron los dos, pero los puntos los tiraron a la jura y se los ganó Nacional.

Como siempre, en la estación Estadio me despedí de Juanfer, quien por el pantano y el sudor se parecía más a esos jornaleros que sacan arena del río Medellín, le di la mano y le dije: ¡pueda ser que Luis Fernando y Carmenza lleguen a tiempo para el matrimonio, así no les toque bizcocho!

Hasta la próxima

Jorge Iván Londoño Maya

Caminata Sabaneta - Pueblo Viejo (La Estrella) - Sabaneta

Fecha: sábado 2 de agosto de 2008


Asistentes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Carlos Alberto Olaya Betancur y Juan Fernando Echeverri Calle


Nombre: Arte, Civilidad, Democracia, Paisaje y hasta Milagros


Una mañana no muy alentadora, medio oscura, plomiza y húmeda por las insípidas lluvias caídas en las primeras horas del amanecer. El sol enruanado y con bufanda, dormía con un solo ojo y con el otro dejaba escapar unos tímidos rayos de luz, que no alcanzaban a calentar el ambiente.


Eran las 6:25 a. m. cuando en la estación San Javier abordé el vagón del medio de nuestro metro, para encontrarme con mis caminantes Luis Fernando Zuluaga Z. y Carlos A. Olaya B. en la estación Itagüí, para desde allí arrancar a pata tirada hasta el parque de Sabaneta, donde nos encontraríamos con nuestro novel caminante José María Ruiz Palacio, para iniciar un periplo con nuestro Libertador don Simón Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacio y Blanco; pero no me empujen mucho, que ya se dará cuenta el motivo del citado periplo.


En un santiamén y sin darme cuenta, estaba en la estación Itagüí. No me había apeado del vagón, cuando logré divisar por la ventanilla a nuestro caminante mayor Luis Fernando, quien, periódico El Colombiano en mano, y mirando a lado y lado las puertas del Metro parecía buscar mi presencia, y así era; ya que Zuluaguita es más cumplido que maestra estrenando puesto y que conste que sólo eran las 7:03 en mí descomunal reloj, cuando la cita de encuentro era para las 7:30 a. m. Es que para salir a gozar si se carga afán carajo.


Topados los amigos y confundidos en un abrazo, quedamos a la espera de Carlos Olaya, quien en pocos minutos estaba haciendo su aparición quedando así medio completos los amigos, y digo "medio completo", ya que para tristeza de todos, hoy no nos acompañaría Jorge Iván lobato Londoño y Maya, quien por compromisos familiares no podría asistir a ésta especial y corta caminata, la cual a cambio de kilómetros si tendría mucho de cultural.


Renovado el saludo, enfilamos tenis por la salida sur de la estación, rumbo a la regional vía Sabaneta para acabar de cumplir nuestro encuentro con José María Ruiz Palacio, cuando el alboroto, el gentío, los tacos en la vía, los camiones cargados de hermosos corceles, los borrachitos madrugadores y la bulla ensordecedora e inaguantable de los cornetas y pitos de los diferentes automotores a más de "cincuenta mil decibeles," ya que los muy tontos creen que con pitar se va a mover el taco, nos hicieron acelerar el paso para salir de allí antes de enloquecer.


Claro, estábamos en inicios de las feria de las flores y ya se adivinaba en el loco ambiente y en las notas musicales de aquel: "…si se quiere divertir Medellín, si se quiere enamorar Medellín, paraíso tropical, mujeres bellas gente cordial, me voy pa' allá, paisa seré y en Medellín me quedare…."

¡Que rico pero que pereza! mejor la tranquilidad, y así, sacándole el cuerpo a los carros, a la gente, a los vendedores que enfilaban sus mercancías y sus esperanzas de unos pesitos más en ésta feria, seguimos nuestro paso apresurado rumbo a Sabaneta, ese delicioso Municipio conocido como Vallecito del Encanto.


Llegados al pequeño pero hermoso parque de la localidad, donde se combinan la tranquilidad con el comercio y el turismo religioso, gracias a la devoción a María Auxiliadora, quien con santuario prestado y sin pagar arriendo al interior del templo de Santa Ana, se ha convertido en el mayor atractivo de Sabaneta y como por milagro, ha cambiado en domingo los días martes, cuando rumban los peregrinos a pedir sus favores o a agradecer por los recibidos.


Con paso lento nos acercamos los caminantes a un gran cubo hecho en geotextil verde, donde se encierra el motivo principal de nuestra visita a Sabaneta; la escultura del Bolívar civil, obra del gran maestro Herlán Agudelo Torres, quien ya está próximo a terminarla para ser entregada a la comunidad y al mundo bolivariano, el próximo 14 de agosto.


Cuando nos disponíamos a retirar una parte del geotextil, para dar una mirada al héroe inmortal, nos llamó la atención una figura inconfundible, que descansaba en una mesa de las ubicadas en un negocio cualquiera de los extremos del parque, era el maestro Herlán, quien con su brazo levantado nos saludaba desde lejos, luciendo su gorra o boina de color blanco, la cual dejar chorrear sobre sus hombros y espalda, sus cabellos canos medianamente largos, que como caireles se mecen ante el pausado hablar del Maestro, ese que fue capaz de sacar de una piedra fría, uniforme e inerte, al mismo Libertador Bolívar, pero bajo un género único y exclusivo en ésta pelota tierra: El Bolívar civil, sin armas y cargado de civilidad, de libertad y democracia.


No se hizo esperar el saludo con el maestro, ni tampoco el pedido de tintos, mientras el Olayita disparaba su cámara sin compasión sobre todo lo que veía, y el Zuluaga apuraba sus preguntas sobre el proyecto bolivariano que ya madura y que germinó en Sabaneta. Civilidad y Democracia.

En esas apareció José María "El Poeta", nuestro cuarto caminante, pero no venía vestido propiamente como para emprender una caminata, más bien como para una cita en la casa de la cultura o con el mismo alcalde; quien llegado a nosotros, pedía un tintico, mientras nos sorprendía con la noticia: "No puedo ir a caminar muchachos, ya que a mi computador lo afectó un virus y ya viene el técnico a repararlo," lo cual entendimos y aceptamos con desconsuelo.


Consumidas las calientes, humeantes y cafeinísticas bebidas, nos dirigimos todos rumbo al cubo en geotextil, el cual descubierto en una de sus caras por el maestro Herlán dejó ver en su interior, en medio de polvo, palos, tablas, herramientas, andamios y piedras, la imponente figura del Genio de la Gloría, acompañada por la exclamación de admiración de los caminantes.


Blanco, muy blanco. Firme, muy firme, sin sable ni espada, su mirada fija perdida en la distancia como reclamando su gloria. Su diestra apoyada sobre una columna tipo romano y sosteniendo en su mano los pergaminos con sus proclamas. En la izquierda caída y apoyada contra su cuerpo, la constitución firmemente aferrada a su cuerpo. Su ropaje, último toque que le queda al maestro para culminar su magna obra, muestra un Libertador civil, vestido a la usanza de la época, con su capa francesa sobre sus hombros, la cual cae por su espalda formando artísticos pliegues imposibles en el mármol, que parecen espirales sobre la misma fibra de la tela, mostrando la calidad y creatividad del maestro Herlán Agudelo Torres, quien con seguridad catapultará su obra, su fama y su misma gloria de artista, desde el mismo grito que ese mármol, hoy cobrado de vida, lanzara sobre Sabaneta y el mundo bolivariano el próximo 14 de Agosto, en sentido acto cuando sea involucrado a la historia del Municipio.


Civilidad y Democracia: Un Bolívar civil, obra encomendada al artista yarumaleño, afincado en Sabaneta Herlán Agudelo T., gracias al apoyo de la Sociedad de Mejoras Públicas, el Municipio y el Grupo Monarca y ante la iniciativa de su gestor, el Señor Fernando Flórez Álvarez, Secretario del Concejo y otros quijotes de la comunidad , de esos que en equipo se lanzan contra molinos de viento y bloques de mármol inamovibles, haciendo parte de ese equipo y entre otros, nuestro dilecto amigo y Caminante Todo Terreno, el poeta José María Ruiz Palacio, lo cual nos llena de orgullo.


Sabaneta, fundada en 1903 y erigido municipio en 1968, con 42.600 habitantes, ubicado a 14 kilómetros de Medellín y con tan sólo 15 Km2 de extensión, el más pequeño de los municipios colombianos, tiene la suficiente extensión y estatura, para ser dueño de paz, cultura, alto nivel de vida, una gran administración, sentido cívico y de libertad bolivariana; emprendió ésta obra, de querer sacar de un gran bloque de mármol calidad colombiana, traído de la Danta (Municipio de Sonsón), ese Bolívar único en su genero, con 2,20 centímetros de altura, arte pedestre en movimiento, para recordarle al mundo, que a pesar de los siglos, la gloria del héroe, ese Simón Macabeo de América y que siempre prefirió el título de ciudadano al de libertador, sigue creciendo "como crece la sombra cuando el sol declina."


Enterados de todos los pormenores de la obra, salimos los cinco amigos a buscar desayuno en una panadería y cafetería ubicada a escasos metro del parque, donde con chocolate caliente, arepa, huevos revueltos y pandequeso recargamos ánimos para emprender la caminata, mientras José María nos dibujaba en una servilleta, un mapa casi fotográfico, de la ruta a seguir.


Subiendo por una de las calles que enmarcan el parque y buscando la vereda San José, pasamos por Aves Marías, El Trapiche y en medio del saludo de los moradores, que casi nunca dejan pasar desapercibida la presencia de los caminantes, fuimos en medio de charlas, comentarios, admiraciones, recuerdos y descripciones saturados de historia, avanzando por una vía que se tornaba angosta; deterioraba su piso, se iba tornando en ascenso y el verdor aparecía poco a poco, de menos a más, para mostrarnos casitas campesinas de otrora, absorbidas por la modernidad, casas hermosas, otras menos, jardines con sus flores; bonitas portadas, los perros que salen a nuestro encuentro metiendo miedo y nada más, mientras la mañana fresca, muy fresca tiene síntomas de lluvia y nubes que cubren el sol, el cual se resiste a quitarse la ruana.


Fotos van y fotos vienen. Algunos pájaros en las arboledas, las imágenes de la virgen en sus diferentes advocaciones y hasta un San Judas Tadeo sin cabeza a borde del camino, es decir "el santo descarado" posiblemente gracias a la certera pedrada de algún ocioso que tampoco faltan y por encima de todo, nuestra alegría y nuestra amistad. Pronto estábamos en la vereda Pan de Azúcar, ya cerca a la variante al Municipio de Caldas, la cual fue cruzada por nosotros en el estadero Mozarella, después de haber recorrido un buen trecho empinado, para seguir por una carreterita en regular estado, con columpios a tramos , la cual nos llevó hasta la hermosas finca "Los Años Sesentas", la cual trajo a nosotros gratos recuerdos, ya que en la misma se le celebraron los primeros 60 añitos de vida a nuestro amigazo y rector de los caminantes: Luis Fernando Zuluaga Z. en medio de una celebración como para nunca olvidar.


Seguimos de largo, hasta llegar ahí cerca, a un vetusto y destartalado puente que cruza sobre nuestro río Medellín, el cual bajaba bastante crecido por las aguas caídas en la cordillera; desde donde dimos una última mirada a la casona de la finca, para tomarle una "vistica", mientras en mi interior exclamaba: Huyyy Sarita, ¿y quién la trapea?? Animosos y sin dejarla caer, con algunas gotas de inofensiva lluvia sobre nuestras espaldas, acometimos unas subidas que válgame Dios mío. En ella se vara un gato herrado y ayudado de un malacate. Hicimos la consabida parada para dar gusto a Zuluaguita con su cervecita y siga subiendo, que más allacito está el cielo.


Bonita la caminada, no se puede negar. Los tres estábamos turistiando, ya que poco o nada conocíamos por esos lares, los cuales ya pertenecían al Municipio de La Estrella, o pueblo de la Chinca, sin lugar a dudas, el más movido de Colombia; no propiamente por aquello de efectos o fenómenos telúricos, pero si por la gran cantidad de moteles que su suelo alberga, donde los amores fugaces o no fugaces, se ponen en fuga, para buscar un momento de intima felicidad.


En uno de sus estaderitos, donde arrimamos a pedir unas indicaciones, mientras saboreábamos algo para refrescar nuestros radiadores, no obstante lo agradable del clima, aprendimos que La estrella fue fundado en 1685, erigido municipio en 1833, tiene 58.000 habitantes y un motel por habitante cuadrado, regados en 35 Km2. su gentilicio es el de siderenses, se ubica a 16 kilómetros de Medellín y gracias a su topografía especial, donde parece que la montaña se arrodillara para dar paso al paisaje y a los caminos, se ha venido poblado y creciendo, con excelentes edificaciones y urbanizaciones, que le deparan un buen futuro urbanístico, como suplencia de esa tierra que ya se acabó en Medellín.


Que belleza de paisaje, saturado de casitas y vegetación saltona, montañas en todos los tamaños, matices y colores; que bonita caminada. Sabíamos que ya estábamos cerca de nuestro destino final en Pueblo Viejo, sólo nos faltaba llegar o mejor subir hasta la vereda La Bermejala, donde parecería que se levantó el piso para salir a trabajar y así se quedó levantado como 90 grados buscando el cielo. Pero como no hay loma que no termine ni bajada que no se aparezca, llegamos a la cima, para empezar a planear bajar, acompañados por el arrullo de la quebrada La Bermejala, desde un estratégico sitio desde el cual se divisaba Pueblo viejo, donde las casitas no parecen edificadas en un punto, sino tiradas como cuando se jugaba "turro" a pipo y cuarta.


En toda la entrada a Pueblo Viejo, ingresamos a la Agencia de Abarrotes Pueblo Viejo, donde pedimos las cervecitas para Zuluagar y Olayita, el suscrito su infaltable Mr. Tea, y así mientras degustábamos nuestras bebidas, observamos un gracioso afiche letrero que pendía del techo del local, consistente en una copa con el escudo del Atlético Nacional, el cual mostraba en su parte inferior la siguiente leyenda: "Traiga guaro, que copas es lo que hay." Nuestra risa fue sonora ante semejante maravilla, en honor al Rey de Copas, lo cual fue aprovechado por Polaroid Olaya, para sacarle una vistica para ser remitida especialmente al Lobato, nuestro caminante ausente, quien es hincha de radio del verde. Lo más gracioso del caso, es que la dueña del negocio, miraba para todo lado y preguntaba, dónde decía eso,…ya que como cosa rara, desconocía l tal maravilla publicitaria, colgando todo el día encima de su cabeza.


Reanudada nuestra marcha, por callejuelitas estrechas y en regular estado, casitas bien tenidas, aseadas y que asemejan un pesebre a mediados de enero a punto de ser desbaratado, cruzamos por el lado de una cancha de fútbol, para dirigirnos a la capilla de nuestra Señora de Chiquinquira, "La Chinca", patrona de Colombia.


Llegados a la citada capilla, pintada en colores fuertes, techos bajos y construcción sencilla, regentada en su calidad de párroco, si mal no recuerdo, por el padre Luis Alfonso o Luis Mariano o ambos, de quien se dice es carismático, hace exorcismos, sanaciones y posee dones especiales; ingresamos a la misma, la cual presentaba un buen número de feligreses en su interior, en la nave central la Virgen del Carmen y en el extremos izquierdo, una urna con puerta de vidrio, conteniendo un cuadro de "La Chinca" y en el ambiente, unos gritos, gemidos, llanto, chillidos o como se quiera decir, lo que nos hizo suponer que el padre Luis, estaba haciendo un exorcismo algún poseído del "patas" y de cuyo resultado esperaban afuera de la sacristía algunas personas.


En esas, se abre la puerta y sale una pareja con rostro de confundidos, mostrando él como susto y ella susto mezclado con alegría y lagrimones en sus ojos azules. Luego aparece una señora morena, llevando de las manos a un niño de unos 9 años, ayudándole a caminar, el cual lloraba a gritos, mientras llamaba a su madre; quien nos contó que su hijo, Santiago, había sido víctima de un maleficio en las piernas, el cual le originaba grandes dolores; que llevaba ocho días en la clínica sin poder caminar, sometido a todos los exámenes recomendados que no arrojaban nada, por lo cual decidieron traerlo desde Amaga a Las Estrella, donde el padre Luis, cuyas sanaciones son de fama y efectivamente, Santiago, salió caminando de la sacristía, ayudado y con dificultad, pero caminando. "Vete, tu fe te ha salvado."


Iniciamos nuestro regreso rumbo nuevamente a Sabaneta, el cual hicimos por los lados de Ancón y durante el mismo, pudimos observar el frenesí de la feria de las Flores. Subían y bajaban camiones con caballos para la "cagalgata" hoy denominada Paseo a Caballo, mucho parroquiano usando sombrero y ponchos alusivos a la feria, ambiente de fiesta, música alegría y todo por cuentas de "Antioqueño” que es el anfitrión, y todo eso sumado al premio que todo héroe se merece", para que después no nos quejemos de los borrachitos y de los efectos de la fiesta, pero que es feria y fiesta. Pan y circo, donde la cultura también se hace presente, pero a medidas gotas, por cada cerveza o por cada aguardiente, revueltico con aquello, que de dosis mínima o personal, pasa a cantidades industriales en los diferentes escenarios. ¡QUE VIVA LA FERIA CARAJO, QUE SUENE LA MUSICA YQUE NO FALTE EL GUARO, QUE COPAS ES LO' QUIAY!!


Sin darnos ni cuenta, transcurridas dos horas y media, estábamos ingresando nuevamente al parque de Sabaneta, donde divisamos al Maestro Herlán, quien en compañía de otro señor, a quien nos presentó como Garavito, estaban sentados en la misma mesa con el mismo café. Llegamos nosotros y nos sentamos a hablar de nuestra más corta caminata, mientras hacía aparición José María con el técnico en computadores y sentados en la misma mesa, con la misma cerveza o el mismo café, estuvimos conversando y contando experiencias y peripecias, quedando una frase de José María, como para enmarcar en los anales de Los Caminantes Todo Terreno cuando exclama: "He caminado con mucha gente, pero es que caminar con ustedes si es muy bueno."


Se despide Garavito, se despide el técnico, se despide el Maestro Herlán y quedamos los caminantes, quienes tuvimos oportunidad de saborear unas cervecitas, con la presencia de Bolívar a nuestras espaldas y en su verde encierro, la música del establecimiento, de todo nuestro gusto, el pregón de los vendedores de flores, de ponchos, de sombreros y el rumor de fiesta; hasta que llega Doña Gloria, la esposa del poeta José María e invitada de honor, a quien ya teníamos al gusto de haber conocido y tratado y ahí si, secado el último alientico de nuestras cervezas, salimos los cinco y por recomendación de José María, a almorzar al Restaurante Arepas al Carbón J y D. donde al ritmo oloroso de unos cañones y solomos, con papas a la francesa, ensalada y arepa, dimos gusto al cuerpo, para reposar el espíritu.


Despedidos los amigos, deshicimos pasos nuevamente hasta la estación Itagüí de nuestro metro, en medio del bullicio, y allí trepados en el mismo, luego de haber avanzado por un mar de gente, iniciamos el regreso a nuestros hogares, dándonos cuenta de la concurrencia al "Paseo a caballo", del cual nos enteramos estuvo organizado y sin dificultades y pudiendo observar ahí en la rivera del río, la aglomeración que ya presentaba Arrieros Mulas y Fondas, por lo cual me dije para mis adentros: Vean ustedes Sarita y Jerónimo, ¿venir aquí?? ni por el chiras; más bien vamos a un parque o a un centro comercial a montar en las maquinitas, carruseles, mataculines y columpios, mecatiar y pasar bien rico en familia, medio lejos del mundanal ruido.


Me disculpan amigos lectores, si los hay, éste remedo de crónica, pero es que ante la ausencia forzada de Jorge Iván Lobato Londoño y José María "Poeta" Ruiz, alguien la tenía que hacer y me tocó a mí a punta de dedocracia.


Chaito y hasta la próxima,



JUAN FERNANDO ECHEVERRI CALLE