Caminata Titiribí - Sinifaná

REMANSO DE PAZ ENMARCADO ENTRE TRINOS, MARIPOSAS, MANGOS Y PAISAJE


Un cielo abigarrado en azul, blanco y plomo, con nubes de verano que no se querían ir, y con nubes de invierno que apenas llegaba para apoltronarse. Ese era nuestro marco superior, y en los cuatro puntos cardinales el verde durmiente entre la niebla del amanecer de nuestras hermosas montañas, para dar el feliz día a los caminantes Todo Terreno, quienes uno a uno fuimos desfilando para encontrarnos a las 6:40 am. En la Terminal del Sur, fin iniciar el viaje que nos llevaría a Armenia Mantequilla, punto de partida para nuestra caminata hasta el Municipio de Titiribí.

Luis Fernando Zuluaga Z, Carlos Olaya B. y Juan Fernando Echeverri C. dijimos sí a la cita. Lamentablemente, Jorge Iván Londoño M. y José María Ruiz P. estarían ausentes. El primero por una licencia no remunerada que le dimos como por tres mese y el segundo por asuntos de salud, es decir una quitada inoportuna.

“Éramos tres los caballeros” como en el poema, a lo que Zuluaga dice: “Muchachos, la caminata es larga y cansona, más bien busquemos otra”. “Arranquemos para el Pesebre de Antioquia”…dice Olaya. ¿Y qué tal Cerro Bravo? Dice Juanfer… ¿Saben que? “Vámonos para Titiribí” dice Zuluaga y allá veremos que se hace…va pa’ esa dijimos todos, e inmediatamente nos dirigimos a la Flota TRATAM a comprar los tiquetes.

Mientras estábamos en este menester, un señor que había ahí sentado en la oficina escuchando nuestro indeciso parlamento nos pregunta ¿van a pescar? No señor, a caminar, somos caminantes. ¡Ahhh! Que bien dice el metido a tiempo, les voy a recomendar una caminata bien bonita. Llegan a Titiribí, se bajan en el parque y salen hacia la Sinifaná, es hermosa y ahí preguntan la ruta que no tiene pierde. ¿Y usted la ha hecho? claro, yo también camino y la hice en cuatro horas.

Ni cortos ni perezosos los tres caminantes y mejores amigos, no lo pensamos más y luego de tomar tintico para aquellos y periquito tibio para Juanfer, nos vimos montados en un bus de Tratam, el cual volaba a ratos rumbo al suroeste paisa, esa tradición de café, carbón y arriería que tantas veces ha sido recorrida por los caminantes Todo Terreno y por diferentes carreteras, caminos y senderos, donde el paisaje es interminable y la caminería es una oración, que de botas y cayado mide pasos sin conocer fatiga ni dolor.

Lo ocurrente del caso fue que el conductor del bus era ese mismo señor que nos había recomendado la caminata, lo cual nos dio pie para que al llegar a Titiribí hacia las 9:05 am, en pleno parque Antonio José Restrepo, lo abordamos para que nos indicara como era la salida y el recorrido de la caminata, lo cual nos explicó en forma clara.

Con la cámara de Olaya atenta a todo movimiento, hicimos un recorrido por el parque de este muy atractivo y clásico municipio antioqueño, antes visitado por nosotros, lleno de café, historia, minería, trovas, espantos, arrieros y sueños de hombres grandes que han nacido en su suelo.


Muy bonito y aseado el parque con su forma de herradura. Arborizado, sometido a algunos arreglos y engalanado con los bustos de hijos preclaros de Titiribí, y en el medio, un hermoso pedestal que sostiene el busto del Libertador Simón Bolivar, pequeño, feo y deteriorado. A un costado, una especie de “Pietá” hecha en cemento, como para pone a correr al mismo Miguel Angel.


Luego dirigimos nuestros pasos a la iglesia de Nuestra señora de los Dolores, muy bonita y bien tenida, donde dimos gracias al Gran Creador y admiramos nuevamente el hermoso óleo de la Virgen pintado en 1795 por el Señor Benicio Muñoz, en Sitio Viejo, primer nombre con que se conoció el municipio en su fundación y cuando su cabecera quedaba un kilómetro más abajo.

Titiribí “remanso de paz del suroeste” fundado en 1775, debe su nombre al cacique Titiribí. En 1815 la cabecera fue trasladada al lugar que hoy ocupa. Sus fiestas tradicionales son las de La Copla que se celebran entre el 4 y el 8 de cada diciembre, en honor a los troveros que han salido de esa tierra como arroz y que rasgaron sus tiples desde los socavones de la mina del Zancudo hasta más allá de nuestras fronteras:

“Yo me vine de los Andes
por evitar la bebida;
me vine a Titiribí
qu’ es más grande la medida”.

(Como el asunto es largo y ya hemos registrado información más amplia sobre Titiribí en crónicas pretéritas, sigamos adelante que nos deja el arriero).

Con las almitas en paz y las barrigas en alboroto, ingresamos al Hotel y Restaurante Alaska 2, donde atendidos como nos merecemos, dimos en tres patadas buena cuenta de igual dígito de suculentos desayunos que nos fueron servidos, ya que nosotros no salimos a sufrir como dice Zuluaga, manjares que preferimos no describir, para no despertar suspicacias y comentarios de aquellos que piensan que no caminamos por comer.


Ahora sí. Palillo en boca, corazones contentos y ánimos encendidos, y siendo las 9:50 am, hora que como cosa rara coincidía con el reloj del templo, enfilamos cayados hacia el lugar que nos habían indicado para salir rumbo a la Sinifaná, bajando por una de las calles que encierran la plaza y diagonal a la iglesia, en medio de casitas muy bien conservadas y el infaltable saludo de los parroquianos, quienes a esa hora van a reunirse con sus amigos, a trabajar, a mercar o a matar el tiempo.


En pocos minutos fue quedando atrás la parte urbana para llegar a una especie de sendero medio empinado y adornado con liberales, mangos, San Joaquines y las típicas viviendas campesinas, con olor a oración, maíz pilado, humo de fogón y esperanzas que no se pierden, para darnos paso a la vereda de Otra Mina, donde el camino se destapa completamente como a nosotros nos gusta y todo acompasado con el trinar de los pájaros y las nubes de mariposas que revoloteaban a nuestro lado.


El día esplendoroso, un sol que apenas besa nuestros cuerpos, un paisaje de ensoñación, los cerros del suroeste a lo lejos, aguas, casitas, cultivos de fríjol, café y mangos, así como fértiles pastizales donde pastan hermosos lotes de ganado cebú y cruzado. Aquí en Otra Mina, que no se sabe si es una corregimiento con vereda o una vereda con corregimiento, encontramos algunos negocitos, viviendas junticas, gente que compartía y al fondo como queriendo interrumpir el camino, la pequeña y muy bonita iglesita de María Auxiliadora.

Hicimos un alto en el camino: Olaya y Zuluaga se quedaron en un negocio que hay a bordo del camino, ya que el primero se dedicó a filmar una avispa en pleno vuelo y ante la admiración del segundo de los mencionados.


El suscrito que había sacado unos cincuenta metros de ventaja sobre sus compañeros, se dirigió a la iglesita, la cual aunque cerrada, nos mostró en su fachada, una hermosa placa de mármol, homenaje al nacimiento del Niño Jesús y en la que define y aclara la virginidad de María como nunca lo había hecho nadie, el genial Salvo Ruiz, durante un enfrentamiento trovero con esa media pendejaita de Antonio José Restrepo “Ñito”, en una trova que ha dado la vuelta al mundo y que quedó plasmada en la lente de Olaya. Ahí la tienen.


Seguimos nuestro camino, tomando hacia la izquierda por un descenso algo pronunciado, enmarcado entre liberales, mata-ratón y árboles de mango cargados con la dulce fruta, amenizados siempre con el bello canto de los pájaros que abundan en aquellos parajes y el vuelo intermitente de las mariposas que en múltiples colores y tamaños, parecían querer detener nuestros pasos cual flores voladoras convencidas de su belleza.


Que día, que cielo, que paisaje y que cerros en lontananza, que cantidad de agua desprendida de las montañas y que riqueza la que encierran aquellas fincas y haciendas. Realmente estábamos felices y no lo podíamos creer. Esta caminata nos estaba resultando una de las más hermosas de todas las que hemos hecho y que conste que es la número 210, patoniada más patoniada menos y en eso coincidimos los tres amigos, quienes afirmamos que todo había resultado gracias a una quitada a destiempo y a un metido a tiempo.


Fotos y filmaciones, admiración del paisaje, gozo desbordado, experiencias y que país tan hermoso el que tenemos carajo y lo mejor de todo, poder recorrerlo a pata y sin temores, gracias a la Política de Seguridad Democrática de nuestro Presidente Uribe, la cual esperamos sea continuada por el próximo Presidente, agregando a la misma la cultura y la educación, sin bajarle a la firmeza.

Señores, las 12:07 pm es hora del Ángelus dijo Zuluaga y dicho y hecho, nos despojamos de nuestra gorra para entonar ese tradicional rezo que aún sobrevive en nuestros pueblos y continuar con nuestra marcha, convertida en un monólogo de paz y de belleza, enmarcado entre trinos, mariposas, mangos y paisaje y más contentos que gato estrenando alfombra.

Agua helada, bocadillo de guayaba de Vélez, Santander, granadillas y mangos maduros fueron nuestros alimentos en el camino. La cosecha de mangos es gigantesca y como tal, Zuluaga que se vuelve un gamín a la hora de coger frutas, no perdió su tiempo. Nos empetacó del delicioso fruto y hasta le dio para llenar su morral.

Sostenido nuestro paso e interrumpido por el saludo de algún arriero, parroquiano o belleza natural que llamase nuestra atención, como los cerros, cascadas, pájaros, gavilanes, flores, mariposas y cultivos, fuimos devorando kilómetros y veredas borrachos de tanta belleza y con un sol que ya si empezaba a azotar nuestras humanidades.


Mientras más andábamos por aquellos hermosos y solitarios parajes, más bello el entorno. Las cercas vivas de mata-ratón y liberales, eran interminables y se combinaban con las gigantescas ceibas piñón o de oreja y tachuelos adornadas de melenas y de pájaros que no dejaban de trinar. Más mangos, mariposas y al lado izquierdo esa culebra tendida y curveada de color marrón claro, nuestro hermoso rio Cauca que ya había empezado a acompañar nuestros pasos, mientras los cerros enclavados en el horizonte, se acercaban a nuestros pasos, con la presencia imponente del gran cerro Tusa y sus 1.850 m.s.n.m. que pareciera acariciar el cielo con esa giba que desde este ángulo se transformaba el vértice de su pirámide.

Quién creyera que esta maravilla de caminata fue casi que por accidente y sin buscarla. Aguas repetidas al lado del camino y las hermosas fincas y haciendas con sus casas lujosas, sus piscinas, sus jardines, sus potreros sembrados en imperial, King gras, braquiaria y maralfalfa que crece en estos lugares como por arte de magia y allá en el bosquecillo, el graznido de las guacharacas.

En la distancia no se divisaba aún La Sinifaná, ni siquiera la carretera. Habíamos caminado casi cinco horas, es decir lo que el conductor del bus nos dijo era mentira, o vuela o salvo que la hubiese hecho a bordo de su vehículo. Animitas del purgatorio y almita del Padres Calixto, patrono de los caminantes, que nosotros aparezcamos y no nos agarre la noche, por lo que era necesario acelerar el paso, además que empezaba a amenazar la lluvia.

El camino se tornó en ascenso, posiblemente el más pronunciado del recorrido, el cual luego de superado nos llevó a la vereda Hoyo Hondo, ahí en toda la cima del morro y en un sitio llamado El Ventiadero y es que allí sopla como para dar y convidar. De mi Padre haber conocido este lugar cuando fue Alcalde de Titiribí, con seguridad habría pedido la sede vitalicia del concurso mundial de cometas para el pueblo.

En un estadero existente en el lugar llamado El Ventiadero, por obvias razones, aprovechamos para tomar algún refresco aunque al clima. Eso sí, que paz, que belleza de paisaje y que vista, la cual dominaba cerros y más cerros a más de 180 grados a la redonda y con cerro Tusa siempre sobresaliendo por encima de todos. Un paisaje digno de revista, de película y de postal.


Reiniciamos camino en descenso y como a medio kilómetro había una casa donde vendían gaseosa y cerveza. Ahí si heladas. Que desquitada nos pegamos y que buena conversadora nos resultó la dueña del negocio. Hasta una siestica como de diez minutos me pegué en el lugar, considerando que la noche anterior sólo había dormido dos horas y media, además de venir sufriendo de una conjuntivitis que me tenía algo fregado, pero que con la sudada prácticamente se me había curado.

Nuevamente seguimos nuestro camino, siempre en medio de trinos y de mariposas revoloteando a nuestro lado y en pleno descenso , encontrando a nuestro paso una hermosa hacienda, llamada Hoyo Lindo, la cual era cruzada por el camino y cuyas instalaciones e infraestructura eran bastantes modernas, sus cerca y alambrados impecables, sus pastizales un lujo y sus hatos de ganado Cebú Braman perla, eran de exposición, esos que corrían ante nuestra presencia o se paraban junto a los alambrados a vernos pasar como asomados a un balcón.

Que árboles, que naturaleza, que inversiones, que sembrados y que caminata no nos cansábamos de repetir hasta la saciedad y volvernos intensos. Nuevamente el camino volvió a ser plano y mientras el sol declinaba su calor y sus rayos, fuimos ingresando en un ambiente totalmente diferente. Vegetación cerrada, un piso en muy buen estado, el Cauca dejaba ver su cara más cerca y al fondo una macha blanca en sus orillas, desentonaba en el paisaje: Bolombolo.

Hágale que es fiesta muchachón y no mire hacia atrás que se vuelve estatua de sal. Nuestro ritmo fue más acompasado y rendidor hasta que empezamos a escuchar ruidos de motores, a divisar las blancas orillas de La Sinifaná cargadas de arena, cascajo y piedra. La caminata estaba coronada prácticamente y bajita la mano eran entre 26 a 27 kilómetros de recorrido, luego de seis y media horas de manija.

Llegamos a la carretera principal, ahí en el puente sobre nuestro objetivo y torciendo hacia la izquierda buscamos un estadero cercano. Sí, El Estadero y Restaurante La Amistad, donde cansados pero felices nos sentamos y amablemente fuimos atendidos.-

Teníamos más sed que hambre. Los tres caminantes pedimos bebidas que repetimos y Zuluaga manifestó no querer nada de comer. Olaya y Juanfer si pedimos algo pequeño y liviano que no es del caso referir y compartiendo con la familia propietaria del lugar y entre nosotros renovando y contando los agradables sucesos de esta muy hermosa caminata, digna de repetirse, especialmente para que nuestros compañeros ausentes: Jorge Iván y José María tengan la oportunidad de hacerla, morrales a la espalda y cayados a discreción, abordamos un bus que nos paro y que tenía como destino Medellín.


Raudos enrutamos hacia la capital de la Montaña, mientras a nuestra derecha, el Cerro Tusa parecía querer viajar con nosotros, ya que iba parejito y por buen trecho, acompañando nuestro regreso a casa, el cual gracias a la Divina Providencia fue totalmente feliz y sin contratiempos.

La próxima semana no tendremos caminata por motivo de elecciones presidenciales, pero con el superior permiso reanudaremos las mismas en Junio 12, posiblemente con Colombia con vocación de girasol (Helianthus annus) y con nuevas esperanzas, pero en las gargantas y en la memoria un ¡Dios le pague Presidente!

Juan Fernando Echeverri Calle

22 de MAYO 2010