Caminata El Carmen de Viboral - Marinilla

SOPA DE LEGUMBRES, HERVIDA EN CUATRO HORAS LARGAS

Como les parece, sábado 18 de septiembre de 2010, caminata con japiverdiañero a bordo. En efecto, Olayita, a quien no le cabe el Olaya, estaba de cumpleaños. Así que le firmó vale a las celebraciones familiares diurnas; eso si, las nocturnas no fueron perdonadas, se chantó su nueva cachucha Todo Terreno, y hágale

Allá en la esquina de siempre, donde comienza a estirarse el largo puente peatonal de la estación Caribe del metro, lo estábamos esperando agazapados para aplancharlo en coro con el primer “feliz cumpleaños amiguito, te desean los TeTesramo, que el recuerdo de este día…….bueno, ahora no digan que no se saben el resto. Josema era el único que se perdería la piñatapatoniada, debido a su poetizada agenda.

De una, y en mitad del puente, se entregaron las primeras “cuelgas”. Camiseta con el nombre de Colombia en letras de gran tamaño, la misma que se chantó encima de la otra, más una correa, de cuero y todo, número 38 largo, con la que no pudo hacer lo mismo por estrechez de los pasadores, pero ya vendrá el turno de estrenar. La restante cuelga será entregada directamente en el domicilio porque que encarte un tonel de vino a las espaldas.

Con tiquetes comprados para el Carmen y veinte minutos adicionales de regalo, pasamos a mostradores para pedir buñuelo o empanada entera, pues la ocasión lo ameritaba. Esas muchachas de la cafetería, que ya nos distinguen, nos saludan a boca rellena:

Oigan muchachos, estaban como muy perdidos
¿Y cuando nos van a invitar pues a una caminata?
¡Ustedes… si no!
Haber, ¿que les sirvo?

Tire empanadas a la jura como dice la pecosa Restrepo y chorree café en leche a la nata, dijo el Lobato.


Esa plataforma de lanzamiento está siendo remodelada, por lo que los plásticos verdes hacen las veces de pasillo de salida. Allí nos esperaba una buseta marca Asia, con un sistema panorámico de ventanillas al mejor estilo de bus de turismo europeo. Muy cumplido el conductor prendió el diesel a las 7 y 30 y a la lata pa´ l Carmen, en medio de una animada tertulia y con buena musiquita de fondo.


En una hora larguita cubrimos los 54 kilómetros que separan a Medellín con la tierra de la cerámica y la loza. La primera visita obligada es al templo principal, al cual le están engalanando la fachada. Un hermoso Cristo central y la Virgen del Carmen nos dan la bienvenida. Los vitrales, en buena cantidad, no deslumbran como en otras ocasiones, debido a que el día está opaco y con amagos de lluvia.


Una mirada al arborizado parque, a sus balcones y negocios, más un sorbo de esa calma pueblerina y a manteles en el restaurante La Frisolera, en donde ya casi completamos los diez bonos para reclamar un almuerzo gratis. Luego de póner las cachuchas en posición de descanso, quedamos en manos de las finas cejas de Andrea quien en forma rápida nos despacha el pedido que esta vez resultó bien fácil: tres hígados encebollados, unos huevos revueltos con hogao para el quinceañero, arepas compañeras y chocolate espumoso. Quesito cortesía de la casa, no más para Olayita.

A las 9 y 31 pusimos los relojes en cero, incluido el de la iglesia, que como cosa rara si funciona, y dimos el primer paso de los setenta veces siete hacia Marinilla. Leves goteritas caían por lo que Juanfer, el Max Echeverri del grupo, presagió la mojada, lo que obligó al Lobato a replicarle: ¿Mojada? espere y verá


Esa salida por las calles del Carmen se vuelve interesante, porque pasamos por el cementerio, el centro de acopio y el centro de convenciones, ¡Que creyeron pues! Carmelitanos por todas partes haciendo honor a sus cincuenta mil, según el último censo del DANE más una encimita nuestra, y perros, esos si, sin contadero.

Pronto estábamos en las afueras en donde localizamos la carretera veredal que nos llevaría hasta la autopista Medellín – Bogotá, la misma que la vez anterior equivocamos, por haber tomado un rumbo diferente que nos llevó a salsipuedes, y que por fortuna al final pudimos; es decir, que en ésta nos íbamos a sacar la espinita, y bien que lo hicimos con creces.


En las primeras de cambio supimos lo que el paisaje nos depararía. Cantidad y calidad de sembrados de hortalizas, verduras, papa, fríjol, maíz, mora y pepino de agua. Potreros en todos los tamaños y verdes.

Un valle extenso con algunas laderas, apropiado por innumerables casas campesinas en todas las tallas y colores, todas con su muestrario de canastas florecidas con besitos, begonias, novios, rosas, y claveles, apenas como para celebrar el día del amor y de amistad que también ese día llevábamos a cuestas.

Una hora de camino y nos encontramos una familia campesina sobre la portada de su casa, quienes se encargaron de mejorarnos la caminada, porque nos hicieron desviar por otro rumbo, mas largo que el previsto, pero con más campo y sin necesidad de caer a la autopista sino directamente al pueblo. Que alivio, porque esa terminada en la autopista nos representaba caminar por unos 40 minutos por la misma, con el consabido peligro. Como siempre tuvimos que decir: “se nos apareció La Milagrosa”.

Hablando de nuestra patrona, a estas alturas el cielo se había despejado, el sol montaba a caballito sobre nuestras espaldas y la temperatura subía como las acciones de Ecopetrol (compro la que sobre) razón por la cual el bloqueador no se hizo esperar y brilló por su presencia en brazos, cuello y cara. Olvidaba contarles que todos íbamos de cachucha con el Todo Terreno bordado, fina atención de Man&obras, todo lo relacionado con lavada, pintada y restauración de edificios. Publicidad no cobrada

Los sembrados eran un continuo aparecer, así como los generosos paisajes, por lo que ha cada momento no se hacía esperar el “miren muchachos que belleza”. Y que decir de la variedad de pájaros endulzándonos el oído con su trinar, hasta sinzontes llegaron. Otro que endulzó, pero a los locos bajitos, como dice el tirapiedra de la 92, fue Juanfer con sus mini chocolatinas, las que a falta de los bombombunes del Lobato pusieron la nota dulce de la caminata.


Otro nuevo brindis por el quinceañero, esta vez con jugo de…… adivinen, llevado por el Lobato a cambio de su famoso guandolo, porque había que darle cierto cache a la piñatapatoniada, y la verdad que nos supo a Gloria… Luz, ¿Quién? pues la conejita, quien le puso ritmo al celuavispado de Olayita para la felicitada de rigor y de paso un saludo a cada uno de los tarraos Todo Terreno, pues, lo jura a orejillas juntillas la conejita, para que JuanCé no nos vaya a salir ahora con otra volquetada de chismes. ¡Dios nos ampare!


Desmenuzando paisajes nos encontramos a lo lejos unas elegantes construcciones, de rojo engalanadas, que semejaban un club o una parcelación estrato siete, pero nada que ver, indagando con una parroquiana nos contó que eran unas marraneras. ¿Cómo?
¿Marranos con suites? Comer para creer.


Hasta que le llegó el turno a Margarita, una hermosa campesina, dueña de una amabilidad sin límites y una casita de 30 metros cuadrados, adornada con flores por todos los mini corredores, la cual incluye mini tienda, y que elegimos como sitio para partirle el ponqué Ramo a Carlos, con apagada de vela rodeada por mil manos por que el viento no la dejaba prender, y con cantada del segundo: “que los siga cumpliendo…. hasta el año tres mil y pico”


Luego del paso de La Verdolaga, una hermosa línea más engallada que Lady Gaga, se nos fue acercando una señora en embarazo, que traía arrastrando un pedazo de manguera. Cuando la tuve a 10 metros le dije “Aques niño” y ella me respondió que si, a lo que Juanfer agregó ¿Y sabe porque el Lobato se dio cuenta? No, dijo la señora, pues por la manguera….ja, ja, ja, ja


¡Miren que belleza! Si señores, una casona de dos pisos, con los barrotes de las ventanas y los de la chambrana de los corredores pintados a pulso en varios colores, con materas florecidas que cuelgan del techo del segundo piso, lástima la ropa secándose a plena vista, pero bueno, si hasta Tatiana de los Ríos tiene su lunar. Allí hicimos la última estación para degustar la doñacerve de Luisfer y Olayita y para mirar, a tiro de cauchera, las casas de los barrios que forman la periferia de Marinilla.


Desde allí hasta la entrada al pueblo, fuimos acompañados por un trío de muchachos que hacen sus pinos en aquello de la arriería y que nos mostraron el atajo preciso para llegar más rápido; y así fue, una bajadita y caímos a la autopista, la pasamos a zancadas con los ojos cerrados y al otro lado Marinilla nos esperaba con su eterna cosecha de Hoyos, abanderados por don Ramón, el de los paisas en caravana.


Antes de llegar al parque recorrimos varias cuadras llenas de Marinillos, de los que conforman los 45 mil, de perros también sin contadero como los del Carmen, de almacenes de variedades con su encanto particular y su olor a muñeca de traído decembrino, de legumbreras con productos dispuestos milimétricamente, de supermercados surtidos como con escuadra. Por fin el parque, donde se conjuga la imponencia de su iglesia, con su blanco púrpura que estrena pintura, los bien dispuestos parasoles de sus heladerías, sus casas de artísticos balcones, en fin, una sinfonía pueblerina que huele a Antioquia, a sus antepasados y a presente promisorio.


No hay otro sitio en nuestras caminatas que desplace del primer lugar en ser visitado a la iglesia parroquial. En este turno corresponde ese honor a Nuestra Señora de la Asunción, claro que a varias cuadras se encuentra la capilla de María Auxiliadora, digna también de ser visitada.


Agradecidos con el Creador nos disponemos para el almuerzo en el restaurante Los Parasoles, muy bien atendidos por Sandra, dueña de una boca que…. ni pa´ qué y una sonrisa como postre.


Imagínense el ofrecimiento: “Para hoy tenemos sopa de frísoles con coles (no me diga más) o sopa de verduras, como para no desentonar con el recorrido, y seco con res, cerdo, pollo o chicharrón. Tres nos tiramos de bruces contra los frisoles con coles y Zuluaga, fiel a sus ancestros del oriente, se fue por la sopita, Olayita no le falla a su chicharrón (el que siempre pide con garantía) y que resultó ser de los de criados en las suites aquellas, porque le vino tan finamente partido y delgadito que ya tenía cara de tocineta; eso si, todo se lo comió.

Terminada la tarea gastronómica y los piropos al por mayor para Sandrita, nos encaminamos a la terminal de transportes para tomar la buseta que nos traería de regreso a Medellín, no sin antes traer a colación que fue en esta misma caminata, hecha el 20 de octubre de 2007, que nos tocó el atraco dentro de la buseta para robarle una bolsa con dinero a un parroquiano. Yo deje dos mil pesitos “a la mano” por si las moscas.

¿Recuerdan el chaman peruano de apellido Inca…pié, que se nos montó yendo para Porce para ofrecer unos sobres con hierbas molidas?, pues cuando ya íbamos por la autopista se nos montó una muchacha a ofrecernos un polvo blanqueador para los dientes, lástima no ir en ese momento con Sandra la del restaurante para ponerla como modelo. Cada sobre a $4.000, y el que lo compre lleva cepillo de dientes por tan solo $2.000 y de encima, sólo por hoy, se le obsequia un tubo plástico para que guarde el cepillo y no permita que las cucarachas jueguen hula-hula con él. Solamente dos personas de las que íbamos en la buseta, en este momento deben tener una sonrisa reluciente, los demás, como no compramos, andamos mas serios que mala paga saliendo de misa.


A las 4 y 30 llegamos a la estación Universidad en medio de tremendo aguacero, confirmando así que el IDEAM milagroso nuevamente estuvo de nuestro lado. Allí cogimos el otro quinceañero, el metro, el cual, haciendo las veces de bus escolar, nos repartió hasta nuestros hogares. Obviamente aprovechamos el último cuartico de hora para ratificarle a Olayita los parabienes por su cumpleaños y para certificar que el agro es almuerzo seguro.

Ah, casi se me olvida contarles que el jugo era de lulo

Hasta la próxima

Jorge Iván Londoño Maya

Marsella

CAMINATA FREDONIA - MARSELLA

RINCONCITO DE PAZ, DONDE LO DIVINO SE CONFUNDE CON LA SILENCIOSA FUERZA DE LO CARISMATICO, PARA TEJER UN PEDACITO DEL PARAISO.

Por fin se nos llegó el día de realizar este sueño a Los Caminantes Todo Terreno o al menos a su representación, Luis Fernando Zuluaga Zuluaga y Juan Fernando Echeverri Calle, quienes llenos de optimismo y sin esguinces, nos apeamos a las 8:33 a.m. del bus que nos dejó en el costado occidental del parque Jaime Cadavid Isaza, del rico municipio cafetero de Antioquia: FREDONIA, conocido como “La Tierra de los Hombres Libres”.

Luego de un viaje de dos horas exacticas desde Medellín, a 58 kilómetros de distancia, y por una carretera recién repavimentada, pero que nuevamente presenta enormes grietas, resquebrajamientos, hundimientos y columpios, debido a la cantidad de aguas perdidas, a lo movedizo del terreno y a las explotaciones subterráneas del carbón de piedra en su entorno, por lo cual podemos decir sin exagerar que esa región camina.

Apresurados como no queriendo perder tiempo, dirigimos nuestros pasos, nuestra fe y nuestro agradecimiento a la muy bonita iglesia de Santa Ana, donde lanzamos unas oracioncitas desde muy adentro de nosotros, poniendo nuestros pasos en manos del Gran Arquitecto.


Al ritmo de la cámara de Zuluaga, quien goza tomando sus vistas mientras cierra los ojitos, y con el jalón que nos pegan nuestros cayados, los cuales ya salen solos para el muy buen Restaurante OTRA PARTE, llegamos al agradable lugar, donde ya es costumbre nos atiendan como reyes y donde pudimos saludar y compartir con Julián Darío su propietario, mientras devorábamos nuestros deliciosos y muy bien presentados desayunos.

Imposible llegar a Fredonia y no hablar de su hijo preclaro el gran Maestro Rodrigo Arenas Betancur, escultor inmenso, que por fortuna dejó su escuela y su legado recogido hoy por su alumno, el Maestro Gustavo Vélez, quien triunfa actualmente en el Asia con sus obras, y de quien Julián Darío tiene un amplio recuento noticioso, fijado en la cartelera de su restaurante, el cual duele dejar.

Llenitos de alma y barriga, salimos a buscar la calle principal, pero no vamos a profundizar sobre Fredonia, ya que eso lo encontrara el eventual lector en otras crónicas anteriores, porque hoy nos vamos a referir al corregimiento de Marsella, centro de gravedad en la cabina de nuestro sueño, ese que poco a poco tomaba forma, se realizaba y que empezaba con nuestros alegres pasos por esa vía principal que nos dejaría en el mismo y casi que en línea recta, allá, a doce kilómetros de distancia, lo cual es un paso para nosotros, modestia aparte.


Una carretera pavimentada en descenso amable, rodeada de esas casitas de pueblo bien tenidas y con la mirada casi vigilante de los habitantes de Fredonia que a esa hora se movilizaban hacia sus actividades y que llenaban el ambiente con sus infaltables ¡Buenos días! ¿De dónde vienen?, fuimos dejando la rica población, quedando a un costado el cerro Combia con su monumento a Cristo Rey, sus antenas y el recuerdo de sus muertos. Adelante la lineal carretera, la cual con nuestros pasos fue perdiendo las casitas para darle paso al campo y atrás desafiante y con un cinturón de neblina amarrado a su cuerpo, el imponente Cerro Bravo, parecía invitarnos a subirlo.


El día, o mejor la mañana, hermosa como nunca se había visto en estos últimos días, y así fue desde la salida de Medellín y todo enmarcado por los hermosos cerros del suroeste antioqueño, coronados quien lo creyera por inmensos cafetales, donde la recolección del rojo y ambicionado fruto se vuelve una proeza para su cosecha debido a la topografía, todo combinado con los inmensos cultivos de cítricos que hacen carrera en la región.


Situación paradójica con las partes bajas, donde el soqueo, los fluctuantes precios internacionales, el tipo de cambio, la inseguridad y la falta de manos para la cogida, cambió los cafetales bajos de otrora, por enormes pastizales de maralfalfa, imperial y king grass, ya que las tierras se dedicaron al levante de ganado y de bestias de paso, dejando un manto de desempleo y de sueños frustrados.


Mata ratón, liberales, guayabos, mandarinos, naranjos y pequeños rezagos de café, con los infaltables jardines campesinos y los perros con sus colas danzando o sus latidos amenazando, fueron nuestra compañía, hasta que ahí en un sitio que llaman La Cidrera y que pertenece a la vereda La Gruta, frenó en secos nuestros pasos, el roncar de motores y la presencia de aguas que corren y hombres que laboran.


¿Qué es esto Dios mío? Estábamos en presencia del más grande derrumbe que han visto nuestros ojos de caminante, ese que hace apenas unos días dejó la carretera totalmente taponada, unas corrientes de agua represadas y la hacienda La Vega parcialmente cubierta de lodo, piedras, tierra y vegetación arrancada de raíz, ya que la montaña se había venido en gran parte y desde lo alto de su talada cima, donde se veía en esa herida abierta, color marrón oscuro, la cual parecía sonreír ante este nuevo cobro por ventanilla que hace la naturaleza maltratada.

Zuluaga, que hasta ese momento no dejaba de disparar su cámara sobre el desastre que presenciábamos, se arrimó a uno de los ingenieros de la empresa encargada de las obras en la carretera y con “voz dulce como los ciruelos” y convertido en abogado de oficio de nuestra martirizada Vía del Café, lo interpeló:

Señor, esta carretera se ha comido más de treinta mil millones de pesos y se desbarata en semanas. ¿Qué vamos a hacer con la misma? está acabada en muchos sitios y ahora esto. Entonces el ingeniero hace un ademan de grandilocuencia “sacude su melena alborotada y dice así con inspirado acento”: Efectivamente, en los sitios crónicos se ha detectado gran acumulación y presencia de aguas, por lo que se va a hacer un sistema de levantamiento para sacar las mismas, y aquí estamos atentos a un permiso de la Gobernación para subir la maquinaria allá al alto.

Lo anterior, fin hacer un sistema de terrazas en la ladera de la montaña, cada terraza con su desagüe y sobre las mismas unos agujeros de cuarenta metros de profundidad que permitirán succionar el agua…. Ahí si que quedamos más jodidos…Muchas gracias señores y seguimos el camino, olvidándonos de agujeros y aguas perdidas y en medio de nuestra incesante conversación, ya que no paramos… y a nadie le sostenemos.

El día seguía hermoso, como mandado a hacer para dromómanos. El paisaje renovaba sus encantos y su cosmética a cada paso, y así fuimos ingresando a la vereda El Zancudo, donde la carretera, antes en pura leve bajada, empezaba a inclinarse un poco y el sol a azotar nuestras humanidades, pero los cerros y la vista cada vez más hermosa y acogedora.


En esta vereda El Zancudo, pudimos conocer la hermosa capilla de Jesús Crucificado, la cual nos fue abierta por un atento muchacho para deleite de los caminantes y banquete de la cámara de Zuluaga, ya que todo lo que veíamos era digno de admiración ante la belleza: Las casitas, los jardines, los frutales, los sembrados de cítricos, los pastizales, los cafetales renovados y los gigantescos recién sembrados o esos que apenas reciben los almácigos, las frutas en abundancia y las aguas rebosantes…mujeres hermosas y mariposas que interrumpen con su vuelo vagaroso, la dulce paz de la vereda. Ahora que de los hatos de ganado, ni hablar.

Conocimos la Unidad Educativa Edelmira Alvarez, todo un dechado de buen gusto y excelente presentación para derramar la cultura en la vereda, repartida en dos bloques muy bien acondicionados, donde hicimos una pausa en nuestro andar para dejar nuestro saludo a la bandera.


Juano; ¿ves lo que yo veo? Me dijo Zuluaga…¿Que hombre?...Mira, doña cervecita; y sí, efectivamente era hora de tomar algún refresco para mitigar la sed y el calor, lo cual hicimos en un delicioso y acogedor Estadero llamado Otra Parte, que se abrió ante nuestros ojos donde tuvimos oportunidad de charlar con el administrador, quien muy amablemente nos llevó a la parte posterior del local para mostrarnos “el más hermoso mirador de la zona”, desde donde se divisa el Cauca, La Pintada, los farallones, Santa Bárbara, Montebello… y esa sucesión de hermosos cerros del suroeste, pero no fue posible admirar tal maravilla, ya que se nos dejó venir en ese momento un impresionante manto de neblina que tapó todo ese inmenso cañón en segundos.


Arriamos velas y cayados para continuar nuestra marcha, siempre en un camino lleno de belleza y riqueza ganadera, cafetera y de potencial turístico, donde las finca son verdaderas bellezas, que dejan observar con más claridad la pobreza que no se escapa a estos parajes, ingresando a la vereda El Calvario.


Allí repetimos nuestra dosis de refresco y cháchara con el administrador del estadero que lleva el mismo nombre de la vereda: El Calvario, quien nos dejó conocer situaciones y experiencias interesantes sobre la región. Nuevamente las fotos que van y vienen sobre ese bello caserío cubierto de verdor y curazaos o veraneras, frutales, heliconias, orquídeas y que posee una bonita capilla, dedicada al monumento que corona el Gólgota “y que redimió la humanidad entera”, la cual infortunadamente estaba cerrada y no pudimos conocer.-


Dele manija Zuluaga que la cosa es seria y ya vamos a coronar esta nueva caminata, al fin y al cabo apenas doce kilómetros, pero el sol nos tenía medio recalentados y así entre cuento y cuento, “risas carcajadas, chascarrillos y versos”, hicimos nuestro ingreso al corregimiento Hoyo Frío que de hoyo tiene mucho, ante la imponente vista , que deja ver el Cauca retorcido sobre un gigantesco meandro, los farallones de La Pintada y toda la altivez de nuestros cerros bajo un cielo azul y limpio “como una tarde en el mes de enero”.

Allí en el Estadero Las Guacamayas, repetimos la dosis de refresco contra el calor para aliviar nuestras carrocerías y de boca de la hermosa morena que nos atendió supimos que estábamos como a media hora de Marsella si seguíamos por la carretera, y a unos minutos más si tomábamos el atajo que hay a la izquierda del estadero, más largo, pero más bonito ya que es pura naturaleza.

Juano, vámonos por el atajo dijo Zuluaga y así lo hicimos. Era un camino de herradura plano al inicio, medio empantanado y encerrado entre arbustos de mata ratón que hacen el oficio de cercas vivas, al igual que algunos liberales saltones que se mezclan con los mismos.

En un recodito, el camino empieza a bajar hacia un enrielado en regular estado, de donde nos salen dos perros de buen tamaño amenazantes con sus ladridos y su veloz carrera hacia nosotros "Si ves home Zuluaguita, la idea fue tuya de tomar este camino"; pregúntales al menos si ya almorzaron… pero como perro que ladra, claro que muerde, paramos en seco y nos quedamos como sendas estatuas… y se devolvieron para su casa. Gracias Virgencita Santísima y respiramos profundo los caminantes.

Tomamos por el enrielado, pasando por varias fincas lujosas pero cerradas, dónde máximo se veía algún agregado que nos miraba desde lejos, recostado a alguna caballeriza. Baje y siga bajando, hasta que los rieles se trasformaron en un sendero de piedras superpuestas, disparejas y lisas, ya que piedras si hay en ese paraje, hermosas y arrugadas, como si alguna vez hubiesen sido fundidas y es que efectivamente son piedras volcánicas (piedra boba) pero el volcán más cercano está en el parque de Los Nevados, para que nos vamos imaginando la erupcioncita y me tire ese trompo en l’uña.


Que camino más hermoso. Un robledal, más mata ratón, búcaros, guadua, cafetos, mandarinos, naranjos, guayabos y así como caído del cielo, el roce de una taza de chocolate en rojo fruto: Un fértil y bien tenido cultivo de cacao en plena cosecha, el cual fue escenario para más foticos.


No habíamos caminado más de cien metros, cuando llegamos a una casita campesina muy sencilla, pero bien tenida y con bonitas matas de jardín en flor, la misma que presentaba sus puertas abiertas de par en par, dejando escapar hasta nuestros oídos, o al menos los de Zuluaguita, ya que los míos están como una tapia, el inconfundible sonido de noticias.

Nos acercamos con calma y saludamos a un señor, que sentado en una vieja poltrona y con sus pies encarapetados en un taburete de cuero medio desarmado, veía televisión. Nos saludó amablemente, al tiempo que abandonaba su cómoda posición para ponerse en pie y presentársenos: Muchos gusto señores, soy Jorge Gallón y desde ese mismo instante y hora el amable y recorrido señor, no paró de hablar.

Montaba una anécdota sobre una experiencia, una experiencia sobre un suceso, un suceso sobre una historia y una historia sobre cualquier tema de la vida real…Que caja de música, que conversador. No hubo tema que no se tocara, empezando con la historia de su vida: Hijo de quien hace ya algunos años fuera el propietario de Transportes Venecia y Transportes Fredonia. Político, amiguero, aguardientero y buena gente. Nos despedimos por lo menos cinco veces y nada que nos soltaba, ya que con nuestra última palabra hilvanaba otra historia.

Por fin, llegó un niño cargado con un porta comidas, era el almuerzo de Don Jorge que vive solo en su finca Villa Ligia. Inmediatamente nos recomendó a Doña Margarita, la señora que en Marsella a escasos cinco minutos de donde estábamos, le hace su comida, y como tal nos la recomendó ampliamente indicándonos su dirección. La tercera casa a partir de la equina del templo para abajito…

Casi que nos toca despedirnos de este interesante señor y ya amigo, a punta de señas para no darle más tiro de otra “conversa”, hasta que por fin, tuve casi que jalar a Zuluaga, mientras Don Jorge se vaciaba en invitaciones y que nuevamente nos esperaba a los cinco Caminantes Todo Terreno, para que hiciéramos un sancocho, nos claváramos unos guaros (aunque hace más de veinte años que no se toma uno) y que no nos preocupáramos por la amanecida que allá sobran camas.

Dimos media vuelta para despedirnos, cuando… ¡Riiiinnnnnn! el fastidioso “celubobo” de Zuluaga que suena. Feito y salido de lugar como se escucha ese ruido, cual queja de diablo en estas campiñas tan hermosas y tranquilas. Era Gloria Muñoz “La Coneja”, nuestra caminante honoraria y quien desde Estados Hundidos, nos llamaba a pasarnos revista a los caminantes, como ya es costumbre de esta querida amiga.

Conclusión: Quince minutos màs con Don Jorge, luego de colgar con la Goya.


Despegados del apreciado amigo y buen conversador (es más fácil soltar a un lotero) el camino nos llevó a la carretera principal y en un repecho más o menos pronunciado y de unos 150 metro de largo que se cubre de adoquines y belleza, se abre bruscamente a nuestros pies para ensanchar el paisaje ricamente rodeado de prados verdes, árboles frondosos y enormes crotos, casitas muy bien tenidas y como sacadas de un cuento. Un kiosco, una venta de frutas y su dueño que duerme en una banca del parquecillo, llegamos admirados a la pequeña y hermosa capilla: Estábamos en Marsella, meta final de nuestro sueño, el cual parecía armado sobre un pesebre.


Ingresamos al muy bonito aunque sencillo templo de Jesús Sacramentado, más conocido como Iglesia del Zancudo (eso suena hasta pecaminoso) donde dejamos nuestras sentidas oraciones al Patrón, para salir nuevamente "a tientas por los muros”, los dos amigos a buscar la casa de Doña Margarita para asegurar el almuerzo.

Una, dos, tres casas…sí, debe ser esa, la de la puerta abierta y donde venden minutos. Con calma llegamos a la puerta y saludamos a un señor robusto, sin camisa, sentado en una poltrona, quien conversaba animadamente con una hermosa señora canosa y de un tipo muy distinguido, tendida cual larga era, en un sofá.

¿Es usted Doña Margarita? Preguntamos…Sí señores, a sus ordenes… es que somos los famosos Caminantes Todo Terreno, pues o mejor, parte de ellos y venimos desde Fredonia… No, no hermosa dama, no se asuste de nuestras adargas que somos hombres de paz. Estamos con más hambre que “piojo de peluca” y don Jorge Gallón nos la recomendó como la más hábil guisa de toda la región, razón por la cual invadimos su linda casa en busca de un almuerzo.

Ante nuestras palabras, la señora con una sonrisa en sus finos labios y un “con mucho gusto”, se incorpora casi que de un salto y se sumerge en la amplia y bien dotada cocina… No, tranquila Doña Margarita, tómese su tiempo que en media horita estaremos aquí, ya que antes vamos a tomar allí en la esquina cualquier aperitivo.

Efectivamente, salimos para LA TIENDA MIXTA, ubicada a escasos cincuenta metros, donde pedimos alguna cosita fresca para mitigar el calor y la sed, en esa tarde llena de luz y color, apreciar el paisaje y conversar con algunos parroquianos, que calladamente compartían con ellos mismos y hasta con sus sombras y ambicionaban una palabra de cualquier persona. Esa es la pasmosa tranquilidad de Marsella.

Pagamos la cuenta y volvimos donde Doña Margarita, quien nos tenía arreglada una mesa con la calidad, aseo, gusto y esmero, que envidiarían los mejores restaurantes. En fila fueron llegando los platos rebosantes de sopa de pastas con papa, y el seco compuesto por ensalada, carne de res deliciosamente preparada, papas al vapor, papita a la francesa, arepas redondas y jugos naturales.

Que delicia de platos.Nos hicieron sentir como en casa. Mientras despachábamos los mismos, conversamos con Doña Margarita, una de sus hijas (creo) y Don Francisco el señor robusto de la entrada. Ellos, además de referencias que ya nos había entregado don Jorge Gallón, nos enteraron de la vida, obras y milagros del padre Mario Mejía Escobar, sin lugar a dudas el personaje más importante de Marsella, ya que gracias a él, a sus misas carismáticas de sanación y situaciones como milagrosas, que el padrecito le concedía a la fe en Dios, no a él, el pequeño corregimiento, el cual tiene apenas algo más de 340 habitantes, salió de su silencio, de su paz extrema y de su anonimato.

Gracias al Padre Mario Mejía E., progresó el comercio en Marsella. Había trabajito, se movían los productos agrícolas, las heladerías y las tiendas y el turismo era una dicha, ya que los fines de semana y en días de puente, el turismo y los peregrinos fluían como por encanto y de tal manera “que se podían contar hasta doce buses grandes repletos de gente, que llegaban al corregimiento”. Hasta 120 almuerzos y màs le tocaba a Doña Margarita preparar muchas veces y todo como fruto del milagroso sacerdote.

El Padre Mario Mejía, trabajó muchos años en Marsella como párroco, donde empezó a mostrar sus condiciones carismáticas y sus sanaciones, las cuales fueron cogiendo fama allende de las fronteras; hasta que un día,dicen los entendidos, el Arzobispo Alfonso López Trujillo lo llamó a calificar servicios, ya que tenía más de sesenta años sobre sus espaldas.

Al Padre no le gustó la “celosa” situación, ya que vivía en y por su rebaño, su parroquia y su trabajo y se resistió a dejar a Marsella. Ante esta situación, unos vecinos hicieron una campaña, donaron un lote y con la ayuda de todos, incluida la junta de Acción Comunal, construyeron una casa para el Padre Mejía, para que se quedara viviendo en el hermoso y apacible corregimiento.

Así fue como el carismático y santo sacerdote continuó con su comunidad, hasta ser vencido por los años y por sus enfermedades, siendo la más grave de todas e incurable, sus 94 años de edad, y fue así como hace poco más de un mes sus familiares vinieron por él ante su precario estado, para dejarlo a los cuidados de un asilo en Medellín.

Ya hay un nuevo párroco en Marsella, bueno y trabajador, pero muy lejos de lo que era el anciano Sacerdote, casi que montado en los altares por sus fieles. En consecuencia, el progreso de Marsella se vino al suelo como el dólar, pero sin esperanza de volver a cotizar.


El bello corregimiento perdió su encanto, ya los turistas no volvieron y los peregrinos menos, las ventas en el piso, el frutero del parque duerme en una banca, mientras sus frutas se pudren. La campana de la humilde torre de la iglesia ya no tañe, el tiempo “sacrificó su aliento” y parece se detuvo en los relojes y para retroceder sus pasos hacia otro siglo, pero sin perder su encanto.

Podemos decir, que el Padre Mario Mejía Escobar, sacó a Marsella al sol, pero con su partida obligada lo dejó al agua. Hasta la casita donde habitó el padre Mario permanece en silencio. Ya no vive nadie en ella y hasta su puertecita verde y sus ventanas ídem, parecen cerradas para siempre.

Bueno Doña Margarita, Don Francisco…niña, dijimos como saliendo de un sueño. Todo un placer conocerlos y gracias por el delicioso almuerzo y el rato tan ameno, con seguridad que por aquí volvemos, al tiempo que nos ceñíamos nuestros morrales a la espalda, tomábamos nuestros cayados y cubríamos una cuenta de doce mil pesos para volver a la calle y a la Tienda Mixta, donde devolviendo el casete y rumiando entre Mr. Tea y Cerveza lo vivido en esta caminata, matando el tiempo en horas de 60 minutos pero que parecían de 90, pero sin conocer el tedio.

Rindió el tiempo hombre Zuluaguita. Que caminata tan hermosa y deliciosa no obstante lo corta, sólo 12 kilómetros, que nos mostraron con creces la belleza de nuestra tierra, nuestro potencial, la riqueza agrícola y ganadera, y en especial el orgullo de esos casi 350 habitantes, que muestran como su mayor patrimonio es la paz que se respira y se vive en Marsella, siendo ellos a su vez la mayor riqueza.

Un ruido familiar nos sacó de aquel cuento de Andersen, de aquella ilusión que había pasado en sólo doce kilómetros, pero que seguía aferrada a nuestro propio tiempo…Era el bus de Jericó, ese que todos los días pasa incrédulo por Marsella a recoger pasajeros o fantasmas para seguir hacia Medellín.


Lo abordamos y ni cuenta nos dimos cuando salimos del lugar, ya que ligerito estábamos sobre los brincones columpios de la Vía del Café, repasando nuestra experiencia y haciéndonos el propósito de volverla a repetir con nuestros compañeros que “no pudieron” contestar ¡presente! a esta inolvidable cita: Jorge Iván Londoño M. Carlos Alberto Olaya B. y José María Ruiz P….otro día será muchachos, que ahí está mi Dios echando sábados y concediendo permisos.

JUAN FERNANDO ECHEVERRI CALLE
Septiembre 11 de 2010

SAN SEBASTIAN DE PALMITAS

PAISAJE, BELLEZA, CABLE, OLOR A DULCE Y FUTURO. ¡QUE MEDELLÍN PA’PISPO!

En medio de una mañana con las muestras de la lluvia caída la noche anterior, un frío muy agradable, una ciudad hecha un solo bostezo y las montañas que encierran la Bella Villa, desigualmente enruanadas en un manto palpitante de neblina, los Caminantes Todo Terreno fuimos llegando a la Estación Caribe de nuestro querido quinceañero, el Metro de Medellín, para iniciar la caminata de la fecha.

Aun no se clavaban los punteros del reloj sobre las 7 am, hora de encuentro, cuando ya Luis Fernando Zuluaga (Zuluaguita) se encontraba en el sitio fijado leyendo en el periódico El Colombiano, la columna Just Gentium (léase Just Fajardus) de nuestro buen amigo Raúl Emilio Tamayo.

Tremendo saludo el de los amigos, quienes ubicados en todo el rincón del pasillo de salida de la estación, nos pusimos a actualizar los termas de la semana, mientras aparecía Carlos Alberto Olaya (Olayita) quien muy cumplido llegó a la cita, pero no nos vio.

Inquieto el hombre miró para todos lados y alistó su cámara para empezar a filmar, cuando le salimos al encuentro...”Vea hombre y yo que había pensado que había llegado de primero y ya estaba listo a filmar para tener como prueba”, afirmación que le acompañamos de risas mientras dábamos la feliz bienvenida a nuestro tercer caminante.

¡Éramos tres los caballeros!...o mejor los caminantes, ya que por razones de fuerza “mayor”, con la debida anticipación Jorge Iván Londoño (El Lobato) y José María Ruiz (Chema) habían presentado motivos para no asistir a la caminata.

Mientras compartíamos alguna situaciones de la semana y noticias de última hora, Olayita dice con inspirado acento: “Definitivamente la gente no lee...” y agacha su cabeza para que le admiremos su nueva gorra o cachucha, marcada o mejor bordada con el nombre de LOS CAMINANTES TODO TERRENO, lo cual arrancó nuestra admiración, mientras nuestro querido amigo sacaba de una bolsa plástica cuatro cachuchas similares.

Que detallazo, había mandado a hacer diez de estas, para regalarnos a cada uno de a dos y así mejorar nuestro atuendo, como un distintivo en los caminos. ¡Gracias Olayita! Esos son esos detalles que alimentan el alma y revitalizan la amistad.

A paso seguro, felices como por variar y estrenando cachuchas, cruzamos el puente peatonal que nos lleva a la Terminal de Transportes Mariano Ospina Pérez, donde buscamos presurosos las flotas de Occidente, ya que nuestra salida estaba fijada para el corregimiento de San Sebastián de Palmitas en el Occidente. . Efectivamente en Transportes Urabá compramos los tiquetes respectivos y para salir a las 7:30 am., no sin antes haber degustado cualquier traguito en cualquier local de la terminal y para “mamarle gallo al hambre”.

Acomodado el trío de caminantes en el vehículo no.288 de la precitada flota, iniciamos nuestro carreteo y salida, siendo las 7:33 am., pero como cosa graciosa, el conchudo “fercho” se instaló sobre la berma de la vía y a escasos metros de la terminal, a esperar pasajeros como cualquier lechero de otrora y ahí si no aparece ningún azul que le recuerde la norma.

Reiniciada la marcha, en veloz carrera y en un cómodo y agradable viaje, interrumpido por los infaltables vendedores de galleticas que le anticipan a uno el mareo, nos fuimos descontando kilómetros en medio de ese paisaje tan acogedor hacia San Cristóbal y el Túnel de Occidente, esa hermosa obra de ingeniería, que tanto servicio ha prestado y el que prestará en el futuro y sometida hoy a toda clase de chismes y cuentos infundados con el único fin de desprestigiarla, pero a palabras necias, empuje paisa.

A escasos tres minutos del túnel y ahí donde se ubican los estaderos, nos apeamos del vehículo, divisando en el acto, un aviso muy bien presentado que indicaba la ruta hacia San Sebastián de Palmitas, por una carreterita pavimentada, estrecha y empinada, la cual tomamos sin mucho ruego, era la carretera vieja.


Desde el primer paso dado, siendo las 8:35 am. empezó a brindarnos sus bellezas el paisaje: Vegetación variada, las cristalinas aguas de la volcana, el trinar de los pájaros, los nidos de gulungos colgados de los árboles, flores en abundancia, cultivos de cebolla, legumbres, café, caña dulce y hortalizas y ese ambiente campesino que da ganas de quedarse viviendo en esos lugares...y un aire limpio que contagia libertad.

La cámara de Olayita hacía rato que venía trabajando, pero aquí aceleró su ritmo para apresar tanta belleza, al tiempo que en medio de chistes, comentarios y admiraciones, los tres caminantes y mejores amigos, le dábamos a la marcha y a la camaradería, esa que tornaba nuestra caminata en una delicia.

Nos llamó la atención encontrar al borde del camino, atados de caña dulce cortada y amarrada, esperando las bestias para ser cargadas, ya que quién lo creyera, esa es nuestra sorprendente Medellín, en la que en sus propias goteras, hasta trapiches paneleros y arrieros se encuentran, aunque de cachucha y sin carriel ni mulera, atuendos que ya prácticamente desaparecieron y sólo se encuentran en las ferias y en uno que otro campesino de esos que sigue aferrado a su tierra y sus costumbres.


Pocos carros en el camino, muchos ciclistas que hacen ejercicio, algunos arrieros con sus cargas de caña de azúcar la cual se produce generosamente en aquellas tierras..y un olor a encanto, que nos llevó hasta el Estaderito Palmitas, famoso por sus pandequesos y almojábanas, esos que pudimos degustar calienticos, acompañados de tres tazas de chocolate humeante y como sólo se prepara en esos lugares.

Que atención tan buena la recibida por los Caminantes Todo Terreno y que formalidad la de los administradores y empleados del lugar, quienes gozaron de lo lindo con la cámara de Olayita, quien plasmaba sus actividades sin descanso, mientras Zuluaguita y Juanfer gozábamos como “bobo chupando caña”, ante tanta calidad y belleza juntas.


Seguimos nuestro camino en medio de un paisaje de neblina, agua, montaña y naturaleza viva, hasta que en menos de lo que demora un político de el Polo en lanzar su crítica mañanera y nociva, su pan de cada día, estábamos haciendo ingreso al pequeño poblado de Palmitas, el cual parecía arrancado a un pesebre, con sus casitas bien tenidas, sus callecitas estrechas y limpias, el comercio que huele a trasnocho, las amas de casa que barren los frentes de sus viviendas, un niño allá, otra acá, un perro que cojea y recorre el lugar con su nariz pegada al piso y los vecinos que dejan escuchar su saludo.

Ahí, en un nivel más alto, como queriendo mostrar su importancia, estaba la pequeña y hermosa iglesia de San Sebastián de Palmitas con su torre firme sosteniendo el reloj, el cual mostraba una hora incierta, ya que su puntero horario, como que no se atrevía a salir del 8 para ubicarse cerca al 9 dada la hora: 9:50 am.

Ingresamos al templo, el mismo que no conocíamos, ya que en una caminata que hicimos por estos lados hace como cinco años y rumbo a Ebéjico, estaba cerrado. Que belleza, que gusto para su arreglo, que aseo, que altar y que cuadros de las estaciones, dignos de cualquier templo. El maderamen del techo, ni hablar, toda una obra de arte tejiendo y desafiando la resistencia, frente a la gravedad del peso.


Ahí en un establecimiento contiguo al templo, un parroquiano del lugar muy amablemente nos refrescó la memoria respecto a la ruta que debíamos tomar para ir a la hermosa vereda de La Aldea y conocer el trapiche, las obras del teleférico (cable) que actualmente se construye y tantas cosas hermosas que tiene ese lugar. Efectivamente era una desviación enrielada a la izquierda de la carretera y a no más de doscientos metros de donde estábamos.

Arrancamos carretera arriba a buscar los rieles, los mismos que ya habíamos pisado en nuestra anterior caminata, pero era tal la compenetración con la belleza del paisaje y la carreta que veníamos hablando, que cuando nos acordamos de los rieles, ya estábamos como a medio kilómetro más arriba.

Hagamos una cosa pues, dijo Zuluaga: “No tenemos afán, sigamos para San Jerónimo que son como cuatro o cinco horas de camino” a lo que Olayita y Juanfer respondieron afirmativamente y dele manija por la vereda El Potrero para arriba, que San Jerónimo nos espera.

No habíamos recorrido mucho, cuando nos encontramos un viejo campesino cortando yarumos para leña (que daño tan grande a la naturaleza, pero le perdoné el regaño ante la presencia de su machete en la mano), quien preguntado sobre la distancia a San Jerónimo, inmediatamente nos dijo “eso está muy lejos, vea, allá donde está esa neblina tras esa montaña...a pie, hoy no llegan, además esto está muy sólo y hay mucho robo y atraco, no les recomiendo seguir”.

Ante tan sabia y poco consoladora recomendación, devolvimos nuestros pasos a buscar los rieles que nos llevarían a La Aldea, en medio de esa mañana fresca, con un cielo encapotado y algunas briznitas de lluvia que se hacían sentir muy levemente. A nuestra derecha ese cañón inmenso y quebrado donde se dejaba ver La Aldea y a nuestra izquierda, las casitas campesinas con sus jardines y sus gentes amables y laboriosas.

Fueron muy pocos minutos los que necesitamos para llegar al enrielado y empezar su descenso. Los mismos muestran haber sido reparados, ya que hay que decirlo, en San Sebastián de Palmitas, también están invertidos nuestros impuestos, lo cual claramente se ve en la cantidad de obras que se han adelantado y se adelantan en este hermoso corregimiento, potencial enorme de turismo y despensa agrícola.

La bajada de los rieles fue con precaución ante lo lisos que estaban por el agua caída. Al acercarnos a una casa campesina muy bien tenida, salieron a nuestro encuentro como seis perros haciendo bulla, los cuales ya habían desayunado por fortuna y tras esto aparecieron tres señores: Don Carlos de la Junta de Acción Comunal, otro Carlos y Héctor, quienes muy amablemente se nos presentaron y nos pusieron al día de todo lo que se hace en el corregimiento y nos recomendaron visitar el trapiche panelero, cuyo humear cadencioso y azulino, se veía en la distancia.

Despedido de estos ocasionales y amables amigos, dirigimos nuestros pasos al trapiche, al cual nos llevaría un camino de herradura, pantano, lodo, agua y más pantano que por fortuna logramos cubrir sin mucha dificultad, aunque sí con mucho riesgo, ya que “viejo caído es viejo perdido”.


El ambiente se inundó de ese dulce olor a miel en ebullición, a cagajón fresco, sudor de mulas, bulla de arrieros, el gemir de la caña entre los violentos sinfines del trapiche, melaza y el amable saludo de los operarios de la molienda, quienes nos invitaron a pasar:

“Te presento el trapiche. Su violencia es tan dulce,
que si llora la pulpa llora de enamorada.
De su queja inocente como de niña núbil
Aprendieron el Ángelus que rezan las campanas”.

Jorge Robledo Ortiz

En este punto y hora suena el rrrriiiinnnnn del celular de Olayita. Era nada menos que la infaltable llamada de la Coneja desde los Estados Unidos para darnos el saludo de rigor e indagarnos por los pormenores de la caminata. Hasta le toco mazamorra con blanquiado


Que fantasía a escasos minutos del centro de Medellín. Todo el proceso de la caña de azúcar, deliciosa y energética panela, esa que llega a los mercados y a nuestras casas, proceso que quedó registrado completamente en la cámara de Olaya y en el corazón de Zuluaga, quien endulzaba la vida comiendo pedacitos de “conejo” arrancado a las hirvientes y humeantes pailas, donde “ebulle” como cobrando vida, ese guarapo obtenido con sudor de hombres y mulas, el cual luego se transforma en la dulce panela, tradicional alimento y manjar de reyes, que en esta molienda es marcada con las letras J. F. cómo anónimo homenaje a cualquier caminante.


Nos despedimos de estos amables señores de hierro, por su fortaleza; para continuar nuestro camino, pasando en medio de las mulas cansadas y sudorosas que recién descargadas, despachaban sedientas esos bongados de melaza y guarapo servido por sus amos, revuelto con harina de trigo.


Bajamos a paso lento pero seguro, por ese sendero de herradura, empantanado hasta las cachas, el cual en medio de flores y vegetación, caña, frutales y canto de aves, nos llevó al enrielado, para seguir nuestros pasos hacia la acogedora y bonita vereda La Aldea, digna de ser conocida, no sólo por su paisaje y la amabilidad de la gente; también por la existencia en la misma, de la estación principal de ese cable o teleférico que hoy se construye para pasajeros y carga y que sin lugar a dudas será la redención de Palmitas y sus moradores, quienes esperan les sea inaugurado en los próximos días.


Ingresamos a la estación, donde posó el paisaje para las fotos y posamos nosotros. Nos dimos un baño de dicha contenida, ante tanta paz y tanta belleza y nos preparamos para el regreso, pensando primero en tomar un refresco, dirigiéndonos a uno de esos negocios que hay a bordo de carretera, encontrándonos en el trayecto con una jovencita que portaba oprimidas contra sus pechos, unas carpeta y un lápiz entre una de sus manos.

¿Ustedes quienes son y de dónde vienen? Fue su casi tierna e inocente pregunta, la cual fue respondida en coro y amablemente por los caminantes, quienes procedimos a entrar en diálogo con tan agradable y bonita persona, esa que sin titubeos ni temores, siguió el camino con nosotros, motivo que nos animó a invitarla a que nos acompañara a tomar un refresco con nosotros, para lo que no se hizo rogar.-

Sentados en una venta cualquiera, nos contó que trabajaba con el Municipio en labores sociales y que actualmente desarrollaba una encuesta sobre el tema. Su nombre es Diana, nacida en Caldas (Ant.), pero vive en San Sebastián de Palmitas hace cinco años...Así se nos fue el tiempo con esta dulce criatura, hasta que se despidió, ya que debía continuar con sus labores.

Nosotros mientras tanto y con el deber de caminantes ya cumplido y muy satisfechos, decidimos tomar carretera arriba para completar la caminata, pero la lluvia que se dejó venir en forma tímida pero mojadora y alguito de hambre, nos puso a escoger y adivine apreciado lector (¿si lo habrá?) por qué nos decidimos...


Claro, hora de buscar almuerzo, para lo cual enfilamos cayados y ganas al bonito y bien presentado Restaurante y Panadería La Aldea, dónde en medio de bebidas refrescantes, dimos cuenta de una suculenta picada para tres tragones, la que mostraba pobreza de papa y de tomate, pero mucha riqueza en colesterol. ¡Qué delicia!

Satisfechos, con paso tranquilo y botando corriente, en una tarde fría y con esa lluvia “moja bobos” pero casi imperceptible, esperamos bajo el puente peatonal ahí en los estaderos a que pasara un bus, el mismo que efectivamente apareció por obra y gracia de Transportes Occidente y de La Milagrosa, con puesto y todo, procediendo a su abordaje.


En un viaje excelente, sólo interrumpido por un vendedor de CDs. chivados, que empacaba los mismos a sus ocasionales compradores, en las bolsas que en el bus pone la empresa para “en caso de mareo”, lo cual nos resultó como graciosamente descarado, aprovechamos el paso por la línea “J” de nuestro Metro, para retornar a casa, bajándonos en Vallejuelos.


Importante agregar, que en ese colgante regreso, pudimos aprovechar allá en la estación San Javier, para conocer la muestra escultórica de Olga Inés Arango, todo un hermoso “grito de protesta social”, que quedó plasmado por la cámara de Olayita y reflejado en la retina de Zuluaga, quien no cesaba de admirar tan dolorosa belleza.

Hasta la próxima y contando con el superior permiso.

Juan Fernando Echeverri Calle
Medellín, Septiembre 4 de 2010.-

SAN SEBASTIÁN DE PALMITAS
Corregimiento de la ciudad de Medellín, conocido como Palmitas, es uno de los cinco con que cuenta nuestra ciudad. Ubicado en el noroccidente d e la misma, limita al norte con San Jerónimo, al oriente con Bello y el corregimiento de San Cristóbal, por el sur con el corregimiento de San Antonio de Prado y Heliconia y por el occidente con Ebéjico.

Fundado en 1745 por unos pobladores nativos indígenas, toma su nombre por la presencia de palmas naturales de cera. En 1930 año en que se construyó la carretera al mar, lo cual le dio un gran auge, el cual hoy ya no posee, fue trasladado su caso urbano al sitio que hoy ocupa.

Su historia reciente se asociaba con la carretera al mar, lo que Ahora viene cambiando con la aparición de la nueva carretera y el Túnel de Occidente, llamado Fernando Gómez Martínez (honor que debió ser reservado para Jorge Robledo Ortiz, el poeta de la raza...pero...), cuyo portal occidental está localizado en el corregimiento, provocando un nuevo ordenamiento a los asentamientos humanos de la localidad, esa que hoy muestra cambios y mejoras importantes y que encierra un gran futuro turístico, además de ser reserva agrícola digna de ser conocida, amén de su cable próximo a entrar en funcionamiento.

Palmitas tiene un área de 57.54 Km2. equivalente al 15.29% del total de la ciudad, con una topografía bastante quebrada, donde se asienta su cabecera en una alta pendiente y con una vista maravillosa y donde se desarrollan diferentes actividades.

Palmitas es rico en agua, gracias al riego de las quebradas La Volcana, Miserengue, y la Legía, así mismo cuenta con cerros y alturas de gran belleza, que resaltan su atractivo.

Palmitas localizado a una altura entre los 1.400 y 3.100 msnm, presenta un clima deliciosamente frío, que oscila entre los 10 y 17 grados centígrados y una precipitación promedio de 2.400 mm por año.

San Sebastián de Palmitas cuenta con una población estimada en 7.700 habitantes, siendo el corregimiento menos poblado de Medellín con una densidad de 133 hab/km2.

Sus veredas son: Urquita, La Suiza, La Sucia, La Volcana o Guyabal, La Aldea y la Frisolera, todas con su quebrada y sus cultivos, así como su sabor campesino, lo cual la hace más atractiva y espera que los turistas la visiten. ¿Cuándo va usted?