Caminata Venecia - Cerro Tusa - Venecia

Fecha: sábado 22 de agosto de 2009


Nombre: Cerro Tusa, que cerro pa´hijuetusa


Asistentes:

Luis Fernando Zuluaga Z (Zuluaguita, o el ojicontento)

Carlos Alberto Olaya betancur (Olayita o Polaroid)

José María Ruiz Palacio (El Chema, el poeta, el mono)

Juan Fernando Echeverri Calle (Juanfer)


Esta vez el ritual de encuentro de los caminantes fue en la Terminal del Sur de Medellín, donde Los Caminantes Todo Terreno, nos citamos a las 5:44 a.m. al menos Zuluaguita, Olaya y Juanfer, con la lamentable obligada ausencia del Lobato, bien por miedo a lo que nos esperaba “y el perro no va donde lo operan sino una vez” o por atender compromisos familiares, “averígüelo Vargas”. De otro lado, quedamos con el compromiso de recoger al Chema en sitio previamente acordado y por donde pasa el vehículo que nos llevaría a Venecia.


Efectivamente los tres caminantes reunidos en forma muy puntual y luego de haberle “mamado gallo” al desayunito ahí en un establecimiento cualquiera de la precitada terminal, con cafecito y pan de bono, previa tanquiada a la vaca y compra de tiquetes para el Municipio de Venecia, allá en el suroeste paisa, arrancamos con nuestra nueva odisea.


Y si señores y señoras, no se me duerman pa’ poder seguirles contando, ya que acomodados en una muy confortable buseta de Transportes Venecia, fuimos arrancando a un paso moderado pero rendidor en busca de la ruta del café, esa que nos dejó muy gratamente impresionados, ante los trabajos de repavimentación, rectificación, obras de arte, recogida de aguas y afirmado, en una vía donde la tierra camina y ahora si parece le van a cortar las patas a ese caminaito que tanto perjuicio y costos nos ha representado.


Medio mareados, no por las curvas ni por el trayecto, pero si por lo hermoso del paisaje, encerrado y vigilado por sus enormes e imponentes cerros y montañas, que parecen la guardia suiza, pero sin Papa y con ese olor a café en el ambiente que cada vez se hace más escasito, para buscar el aroma de turismo, llegamos luego de dos horitas y un tricito al muy hermoso, tranquilo y cívico Municipio de Venecia, donde la paz nace en la voz de la campana al apuntar el día y se muere en esa misma campana al morir la noche.


Venecia, si la Venecia paisa y bien inundada, pero no de “guelentinosas aguas”, mas sí por una ruana blanca de niebla, que poco a poco se iba apoderando de su parque Simón Bolívar y de todas sus callecitas, dándole al entorno un aspecto sencilla y llanamente maravilloso, como de misterio o mejor, de romántico día enamorado del paisaje, en esa mañana fría, ya que había llovido en la noche pero que pintaba de acuerdo con el tímido azul del cielo, que se asomaba timorato, por entre nubecillas que se iban diluyendo; que “el mono Jaramillo no se la ganaría de ojo”.

Apeados del vehículo, sentimos sobre nuestras humanidades el abrazo fresco de la niebla. Nuestros fotógrafos el Polaroid Olaya y el Mono, pero no Jaramillo sino Ruiz, iniciaron su accionar a la limón con sus cámaras, sin perder detalle del hermoso parque y de las muy bonitas y bien tenidas edificaciones que lo circundan.


¡Mí sombrero, mi sombrero!!! Fue la exclamación de Juanfer, quien como loco se devolvió a la buseta a buscar su sombrero, el cual se le había quedado olvidado...pero...no lo encontró. ¿Oh dolor!!! Puro cuero, comprado en la Caverna de Carolo en los años 60s. Testigo mudo de Ancón, de muchas corridas de toros, hasta varios autógrafos de toreros recogidos en el mismo y varias caminadas...Y me eché al dolor, se lo robaron home..


Ingresamos al bello templo de San José. Imponente, construido en ladrillo cocido, con su estilo gótico y su planta en forma de cruz latina, donde dimos gracias al Gran Arquitecto y le pedíamos nos encimara fuerzas, para enfrentar la caminata que nos habíamos propuesto.


Renovados y livianitos, especialmente por no haber desayunado, nos dirigimos al restaurante El Turista, pa’ donde ya arrancan nuestros cayados solitos, y sentados a manteles y muy bien atendidos como siempre nos lo merecemos, pedimos sendos multiplicados por dos, desayunos consistentes en huevos revueltos, arepa, quesito y chocolate, los cuales no dieron un brinco.


Cubierta la cuenta, haciéndole honor al alimento recibido con salvas de eructos bien acompasados y cada quien tirando para el “cuartico” a vaciar lo que acababa de llenar, cuando al devolverme me encuentro al Polaroid Olaya, dizque con mí sombrero puesto.


Que felicidada carajo, casi lo cojo a picos...”Pa’ que aprendas a cuidar las cosas, se te cayó al suelo y ni te diste cuenta...” me dijo. Yo ni acaté a decirle que escogiera armas luego del regaño, ya que la dicha era mucha y preferí darle nuevamente las gracias y ahí sí, salir todos juntos mientras el Zuluaga se reía y me gozaba con lo acontecido con mi sombrero.


A paso bien firme y medido, los cuatro buenos caminantes y mejores amigos, cruzamos el parque Simón Bolívar; nos dirigimos al otro parque el “de los políticos que llaman” y de allí bajamos por todo el costado occidental, en medio de casas bonitas y bien conservadas, pisoteando un piso en concreto, resquebrajado pero muy limpio, como limpio es el pueblo, que en medio de esa mañana fresca, con los primeros rayos del sol que ya tibiaba para vencer la neblina, nos fue llevando hacia la vereda “El Ventiadero”, para luego seguir a nuestro destino final, el cual estaba aproximadamente a siete kilómetros.


Rematada dicha vereda al final de la vía, por un hermoso guayacán rosado, florecido bellamente, el cual inspiró las ya reconocidas, oportunas, simpáticas y filosóficas salidas del Olayita, para definirlo como “el árbol de la Barbie” y clic clic clic gritaban las cámaras, mientras el Zuluaga gozaba.

Tomamos la vía que conduce a Bolombolo, la misma que está siendo sometida a repavimentación y rectificación, incluidas obras de arte de calidad, para en medio de cascajo, maquinaria línea amarilla y obreros, nos desviamos por un camino empinado, el cual está también en vías de mejoras.


¡Claro!!, el otrora viejo enrielado en cemento, ese que llevaba a la vereda La Arabia, desapareció bajo la pica del progreso para dar muy pronto paso a una carretera, que representará calidad de vida a los moradores de toda esa inmensa y rica región, que parece ser vigilada desde la distancia por el temible y muy hermoso Cerro Tusa., considerado la pirámide natural más grande del mundo, con sus 1.850 metros de altura s.n.m.


¡Cerro Tusa!!!. Sí, el mismo, ese era nuestro destino final y nuestro reto de volverle a bajar los “cucos”, intento que hoy harían por primera vez, es decir, debutaban, el Olaya y el Chema. Así, fuimos tragándonos esa subida encascajada y revuelta por los trabajos, rodeada de casitas, huertas, jardines, arboledas, gente buena que salía a nuestro paso. Frutales, cafetales incipientes, arroyos y arriba el sol más calenturiento y el cielo más azul y...”hoy nos hará un lindo día” exclamé, sin medio sospechar lo que me esperaba.


El camino veredal se nos transformó en otro más estrecho, muy húmedo y sobre el cual corrían los resumideros de las aguas caídas en la noche, con algunos tramos en piedra, las mismas casitas humildes tan propias de estos lugares y el canto de los pájaros que alegraban nuestro andar.


En medio de nuestros pasos nos encontramos una “Y” y más arribita dos hombres que hacían algunas reparaciones a la vía: “Señores buenos días, saludamos, mientras preguntábamos: ¿Es esta la vía que conduce a Cerro Tusa??” “Sí señores nos dijeron, sigan el camino derecho, allá arriba van a encontrar la ruta que hicieron -las antiguas- y un aviso que dice camino a Cerro Tusa”...Y efectivamente así fue.


Atrás habían quedado las casitas del camino, las hermosas fincas como la Andalucía y la Hacienda de Ramón Correa, entre otras. La vegetación se hacía más pronunciada y fueron apareciendo una serie de cerros como EL Sillón y al fondo cubierto de niebla, cual novia rumbo al altar, el imponente Cerro Tusa que todavía no nos dejaba ver sus empinadas faldas, sólo su cima, como despeinada ante la abundancia de vegetación nativa.



Efectivamente estábamos en una ruta desconocida por nosotros, cubierta de naturaleza, esa que nos ofreció guayabas y naranjas, mientras nos desplazábamos por un camino de piedra, ese que hicieron las “antiguas” según nos dijo el parroquiano aquel; pero entiéndase bien, se refería a los arrieros, esos que llevaron el progreso de Antioquia la Grande por toda la geografía nacional. Esa Antioquia que hoy resulta que “dizque no es ni ha sido nada, sólo picaros, mafiosos y ladrones” según afirman algunos que no conocen su historia ni sus raíces y esos si es estar muy jodidos carajo, por eso no se les para bolas.


Que paisaje más bonito y que riqueza de tierra. Muy pronto estábamos pasando la quebrada la India, esa que desemboca a la Sinifaná, pero no haciendo maromas por entre las piedras, para poder cruzarla, como nos tocó en otras caminatas, pero sí por un hermoso puente en guadua recién construido, el cual nos advertía “pase bajo su propio riesgo” y acompañaba el camino con un letrero repetido: “Prohibido Cazar”, el cual refresca la vista y en general todos los sentidos.


En medio de vegetación nativa y algo de pantano, avanzamos muy alegres hacia nuestro objetivo y nuestra marcha sólo fue interrumpida por el cruce de una serpiente coral, animalito que asusta de momento, pero que es más inofensiva que el hombre, el cual de inofensivo no tiene nada... y siguió su arrastrado camino, como nosotros el nuestro.


Por fin, salimos a un claro cubierto por guayabos; un gran potrero donde abunda el ganado cruzado y al frente, Cerro Tusa. Imponente, erguido y mostrándonos todo el esplendor de su belleza, sobre la cual observamos que la vegetación nativa se ha recuperado notablemente en corto tiempo, regándose sobre el cerro como un delantal verde oscuro, arriba de media pierna, resaltando aún más los encantos de este accidente geográfico.


Oteamos el paisaje buscando por qué lado atacar la subida, la cual se entorpece por el paso de una quebrada, hoy casi cubierta por un hermoso guadual.-


Dimos vueltas y revueltas, ya que convencer a cuatro cabeciduros (unos más que otros) es complicado, hasta que como por asunto de milagro o de magia, conectamos con la ruta, signada por unos canalones en tierra colorada, que nos fueron llevado por un tapete de pantanos y pastos a la misma pata del Cero Tusa, trayecto que aprovechamos para recordar a nuestra gran amiga, acompañante y admiradora de Los Todo Terreno, Gloria Muñoz (La Coneja) quien hace unos pocos días retornó a Estados Unidos y a quien nombramos como miembro honorario de nuestro grupo.


Llegados a la pata del cerro, hicimos una breve parada, para comer granadillas, bocadillos de uchuva y tomar alientos y agua, la cual se veía mermada, no obstante a haber llevado buena cantidad...es decir hay que cuidarla.


Incorporados, iniciamos el ascenso. Zuluaga y Chema picaron en punta sin problema, mientras atrás y en pleno inicio, Olayita y Juanfer patinaban sobre el pantano abundante. Así fuimos avanzando poco a poco y muy optimistas hacia la aguda cumbre, pero mientras más pasos dábamos, como que Juanfer retrocedía. El calzado elegido no era el ideal para atacar la subida, ni el estado físico tampoco, ya que el día anterior había tenido una especie de intoxicación, que sólo fue superada por la sana irresponsabilidad, el amor al grupo y las ganas de caminar.


Que belleza el paisaje, no nos cansamos de repetir...Que vista y que verraca subida. Poco a poco y con excepción de Zuluaguita, fuimos sintiendo el rigor del ascenso y lo difícil del terreno. Todos habíamos tocado pantano, en especial Juanfer que rodaba inmisericordemente ante la mirada asustada e incrédula de sus compañeros.


Mis compañeros me dieron ánimos, mientras el Zuluaga me daba la mano y me ayudaba en los tramos más complicados. Y así sufridamente continuamos el ascenso, mientras para mis adentros envidié al Lobato por no haber venido y en más de una ocasión exclamé, “aquí no vuelvo, ni en cenizas como ha sido mi deseo, luego de muerto”, lo cual era ratificado y aprobado por mis caminantes en medio, del chiste y la risa, ya que la alegría si nunca la perdemos.


“Este cerro tiene una inclinación mínimo de 80 grados dijo Olaya, por eso el que vaya a hacer lo crónica que la ponga: Cerro Tusa, que cerro pa’ hijuetusa” y así se quedó apreciado lector. Eran como las 12:12 p. m. cuando Zuluaguita y por recomendación del Lobato que no podemos dejar de lado, encabezó el rezo del ¡Ave María! o Ángelus, ese que era el único capaz de sacar a nuestros campesinos “endeantes” de su labor inclinada sobre el surco, para interrumpir sus labores y poder rezarlo.


Resbalones van y vienen y esfuerzo al por mayor pendientes de la llegada, la cual como que se alejaba. “Muchachos, sigan ustedes, yo los espero. Definitivamente, no me dan las piernas ...Entonces nos devolvemos todos, ya que subimos todos o nos devolvemos todos, dijo en un gesto de amistad Chema, lo cual fue aprobado por el resto en forma unánime. Esta muestra de calidad y apoyo me dio algunas fuerzas, con las cuales logré llegar a la cumbre y coronarla con mis compañeros para recuperar el aliento ante tanta belleza que nuevamente se abría ante mis ojos, mientras Chema, como buen poeta y de los buenos e inspirado por ese sueño que contemplábamos, exclamaba palabra más, palabra menos:


“Esto es una prueba de que Dios existe. Señor todo esto es tuyo. Aquí vemos que Antioquia tiene muchos cerros y montañas hermosos”. Yo agregaría: Sí, esas que hay que vencer y domar para ganarle un paso al desarrollo y otro a la vida. Esos que han hecho que el paisa se hubiese forjado como se forja el acero, a golpe de martillo y fuego, para producir una “etnia” que nos distingue y nos catapulta sobre la marcha y el meridiano de la nación, así muchos no lo crean.





Más descansados; con las fuerzas recuperadas parcialmente, con nada de agua, sedientos, las ropas sucias y llenos de optimismo y alegres, convencidos que nunca más volveríamos a Cerro Tusa iniciamos la parte peligrosa y complicada: La bajada, esa que Olaya toma sin nervios y sin problema, pero que debe refrenar, ante el lastre que al grupo le he impuesto.


Nuevamente el martirio, las caídas, las rodadas, de las cuales no se salvó ningún caminante; inclusive Chema quien en una de sus aterrizadas, al intentar hacer equilibro, arrastró con el cayado sus gafas, las cuales volaron, dándose un golpe en la nariz, lo cual le produjo una herida, por fortuna sin consecuencias- Las gafas se buscaron pero no aparecieron...Que sea ese un pretexto para volver en un mediano futuro a buscarlas.


¡Por fin, por finnnnnn!!! Llegamos a la pata del cerro, a nuestro punto de inicio del ascenso y me parecía mentira. La camiseta por el sudor me pesaba como diez kilos, estaba o estábamos deshidratados y la sed era insoportable al menos para mí, por lo cual no veía la hora de llegar a la quebrada esa que divide el potrero y lo separa del cerro, para desquitarme bogando el precioso líquido.


Así fuimos bajando con alguna dificultad, pero hablantinosos y felices, aunque ya el Chema había dicho: “Casi no tenemos la oportunidad de ver a Juanfer callado y cansado..”. En un momento dado, me tiré al pasto cuan largo soy y boca abajo, como para tomar un descanso, pero cuando me logran ver Zuluaga, Chema y Olaya, casi los mata el susto, ya que creyeron que me les había muerto...Sendos regaños de los dos primeros, mientras el tercero, con la mirada me dijo todo.


Cuando llegamos a la quebrada que con tantas ansias esperaba, me agache para lavarme el pantano de los brazos y manos y beber algo, cuando me dice Chema, con voz firme y decidida: “Juanfer, de esa agua no te dejo tomar...”. Efectivamente no es la más limpia y acaté la recomendación del amigo, que pensaba en mi salud, gesto que agradecí realmente, máxime que luego me enteré que se habían puesto de acuerdo los tres, para no permitirme que bebiera de esa quebrada.


Cargando mi cansancio y mi sed, empezamos a deshacer lo andado y hasta me deshice de la camiseta, la cual no aguantaba por su peso. Pasamos por el puente de guadua sobre la quebrada la India y llegamos al sendero principal. No veíamos la hora de llegar a una tienda que hay más abajo, como a media hora de marcha, donde inclusive tienen un billar..y efectivamente llegamos, pero habían cerrado la venta de gaseosa y cerveza...Desconsuelo inmenso, máxime que nos indicaron de otra como a unos quince minutos, donde sólo había malta y al clima, la cual todos tomamos, excepto Olaya, “que prefiere vivir” a tomarse un refresco que no esté helado.


Advierto que unos metros antes, había un parroquiano lavando un carro, con agua sabrá mi Diosito de dónde, pero la cual se veía muy cristalina y de ahí nos pegamos Olaya y Juanfer...

Atrás quedaba el imponente Cerro Tusa, que silencioso parecía burlarse de nosotros...Como te adoro mi cerro, como te respeto, así hoy me hubieses tratado a los estrujones. Vamos 2 x l en la partida.


Continuamos la marcha rumbo al municipio de Venecia, el mismo que se divisaba a la distancia y así lentamente y con nuestro cansancio en los morrales y la fatiga en el cuerpo, entramos al estadero La Bala, ubicado a borde de carretera, donde nos desquitamos de la sed, bogando lo que nos dio la gana y helado...¡Que dicha Dios mío!!

Ya en las calles del pueblo y en el Parque Simón Bolívar, nos dirigimos a los transportes, pero hacia diez minutos había salido el último carro para Medellín; lo que nos obligó a contratar un taxi expreso desde Fredonia, debiéndonos mandar la mano al empantanado dril, gracias a gestión que nos hizo una muy atenta empleada de la Flota Venecia.


Mientras el carro llegaba nos sentamos en una heladería junto a la flota, donde bogamos y bogamos de todo lo que se nos mostraba en los enfriadores y no pasamos bocado de nada, ya que el hambre se había asustado con la trepada al cerro, es decir, hoy no fuimos “los todo tragones”, ya que tragón deshidratado no come...bebe.


Que lindo es Venecia, “perla turística del suroeste”. Un pueblo para visitar, disfrutar y vender a propios y extraños. Fundado en 1898 con el nombre de Providencia, cuenta hoy con 14.000 habitantes, distribuidos muy placidamente en 141 Km.2, con un clima de 21°C, ubicado a 1.350 metros sobre el nivel del mar y a escasas dos horas de Medellín.


Estando en esas cavilaciones o meditaciones, me sacó de las mismas la voz de uno de mis compañeros que le preguntaba al mesero si había tintico...”No hay fue la respuesta. ¿Cómo, un municipio cafetero sin tinto?? Le dije”. “Huyyy señor me respondió: Aquí el café ya se acabo hace rato. Las haciendas fueron transformadas en Hoteles, fincas de recreo y levante de ganado y bestias...con decirle que el cafecito lo traemos de Fredonia”. Pensar que en Venecia existió hace muchos años la famosa hacienda Cafetera La Amalia, de donde salió el primer embarque exportado por Colombia hacia los Estados Unidos, vía Buenaventura.


Efectivamente, el Municipio de Venecia tiene un gran potencial turístico, pero lástima que sus autoridades con la intervención de Corantioquia y la Gobernación, no le hubiesen dado toda la importancia e infraestructura a Cerro Tusa, para hacer de esa imponente pirámide natural y su entorno, un sitio digno de ser conocido por todos los colombianos y extranjeros que quieran sentir y palpar, esa maravilla escondida.


Había caído la noche y estando en medio de nuestra conversación y recuento de nuestra odisea, llegó el taxi por nosotros, el cual abordamos presurosos. Estaba conducido por el Señor Mauro Herrera, simpático y formal a morir, quien gozó todo el camino con nuestra cháchara y nuestras experiencias y quien conocedor dela vía, gracias a su experiencia, nos llevó por esa remozada ruta el café a Medellín, dejándonos a tiro de tinto de nuestra residencias.


No digamos nunca “nunca”. Claro que hay que volver a Cerro Tusa, no sólo a recuperar unas gafas, también a recrearnos con la obra del Creador y a mostrarle a la diosa del espejo y al altar de los sacrificios, obra en piedra dejadas por nuestros aborígenes en el cerro, que en carrera larga, siempre hay desquite.


Veo que no se me durmieron los lectores, con mí larga y poco amena crónica, lo cual agradezco y les prometo otra en un futuro cercano, más corta y más entretenida si el superior permiso y la inspiración, así me lo permiten. Hasta la vistica pues.


Juan Fernando Echeverri Calle

Los Caminantes Todo Terreno –Medellín, Colombia-

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Caminata La Ceja - El Capiro - La Ceja

Prólogo


Sábado 15 de agosto de 2009. El día se proponía bien movido para los TTS., por lo que el encuentro ese día tenía varias connotaciones interesantes; la primera era subir a “El Capiro”, cerro tutelar del municipio de La Ceja y la segunda era el encuentro con una comisión investigadora de la U. de A. conformada por un profesor, una estudiante de Botánica, una Entomóloga y las tres hermanas Echeverri; Andrea, Isabel y Ana Teresa, compañera de viaje por la vida de nuestro amigo JuanCe y acompañarlos a buscar una planta como muy escasa.


El encuentro.


Siempre las expectativas son más grandes que la realidad… Sin embargo el encuentro fue efusivo. Lobato era el único del grupo que no había caminado con la coneja desde su llegada. Un gran abrazo los fundió y por fin se cerró el círculo de sus sueños: Conocer y caminar con todos los TTs. Sin embargo esta vez el que faltó fue Carlos Olaya por asuntos insalvables de su labor en Man&obras. Luego y a las carreras nos montamos a una buseta que estaba ahí parqueada, pero ya no tenía puestos y llegar hasta la Ceja de pie, ¡Ni por diablo! Rápido nos bajamos y como detrás había un enorme bus con la misma ruta, lo abordamos y partimos loma arriba.

En 1 hora y 15 minutos estábamos en el parque de La Ceja del Tambo, nombre oficial del municipio. (“…Cuando en 1683 se abrió el camino entre San Nicolás de Rionegro y Santiago de Arma, el que a su vez conducía a Popayán, los colonos construyeron junto a él un tambo o albergue para los transeúntes, lo que dio pie para la especificación del lugar que empezó a llamarse “La Ceja del Tambo”.)


El Pueblo.


Ya es sabido que tan pronto llegamos a un pueblo o lugar, siempre nos dirigimos primero a darle gracias al “Dueño del aviso” y esta vez no sería la excepción a pesar de la lluvia incesante y fría. Estaban en misa en la bella basílica menor de Nuestra Señora del Carmen. De ahí nos dirigimos en busca de desayuno a un restaurante conocido de otras veces, en donde Olayita dejó sentado que un chicharrón carnudo debe ser un chicharrón carnudo y no lo contrario. Fuimos atendidos con prontitud y eficientemente, por lo que quedamos de volver en busca de almuerzo. Mientras desayunábamos, la lluvia incesante hacía presentir lo mojado de la caminata. Lo cierto es que al terminar al frugal comiso desayunativo ya había escampado; un milagro más de nuestra patrona La Milagrosa.


La Ruta.


Siendo las 8.50 am. Partimos rumbo a la Escuela San Nicolás en el camino a Llanogrande por entre calles bien trazadas, asfaltadas y bordeadas de casas bien cuidadas. Ya en las afueras del pueblo y casi entre floricultivos en una quebrada que atraviesa la zona urbana, vimos de qué manera infame el hombre pone “A su servicio la Naturaleza”. Las aguas además de muertas, sucias y malolientes cargaban con todo tipo de artefactos desechados por el hombre como por ejemplo un televisor inservible… Recordé a nuestro amigo Luis Múnera y su disertación bien intencionada sobre el asunto…


Ya llegando al sitio de referencia, una llamada de celular nos puso sobre aviso de que nuestros futuros acompañantes estaban algo retrasados, por lo que decidimos que seguiríamos la ruta trazada y ellos nos alcanzarían, pues venían en una camioneta que dejarían en un lugar apropiado, para luego tomar camino rumbo a la cumbre de “El Capiro” En el sitio denominado San Nicolás, que da nombre a una institución educativa en el mismo lugar, dimos vuelta a la derecha y nos internamos por una carreterita vecinal.


Siga por el camino más tierrudo mi don” dicen los lugareños en todas partes nos recordó Juanfer, por lo que juiciosos seguimos el consejo. En un mapa previamente trazado desde Google, se llega a un sitio en que la carretera se abandona para seguir un camino o trocha sobre la derecha, antes de una finca. El camino estaba cerrado y alambrado, por lo que al ser eliminada una servidumbre de paso como se llaman estos caminos, decidimos seguir por la carretera a la izquierda. Ya no estábamos por cuenta del mapa trazado y se generó la incertidumbre. Sin embargo el camino es para adelante y ya encontraríamos a quien preguntarle por una ruta hacia el cerro. Caminamos un buen trecho hasta que arriba en una manga vimos a un sujeto que nos observaba y le preguntamos por la ruta. Nos contestó con evasivas y de inmediato hizo una llamada telefónica. No habían pasado 5 minutos, cuando una motocicleta con dos hombres jóvenes apareció en escena. Amablemente saludaron y nos guiaron en persona hasta un sitio en que según nos dijeron ya no habría pierde posible. Se despidieron amablemente y confirmaron nuestras sospechas. Eran vigilantes privados de la región y la llamada del sujeto de marras fue para alertar de nuestra presencia preguntando por caminos. Agradecidos y medio intimidados seguimos nuestro periplo hasta una portada de una finca en la que se terminaba la carretera pública. Con cierto temor ingresamos a la finca y afortunadamente encontramos a una señora amable que a pesar de llevar apenas, según nos dijo, una semana en el lugar, nos indicó por donde seguir. De pronto, se nos acabó el camino de nuevo.


Los Investigadores y las Echeverri.


Entre unas y otras, llegaron los de la comisión de investigación de la U. de A. con las hermanitas Echeverri. Mientras los saludos y presentaciones se daban apareció en escena y como por arte de magia o una jugada maestra de la Milagrosa según el Lobato, un joven de unos 25 o 28 años llevando de cabresto un caballo. Le preguntamos por la manera de llegar a la cima del cerro y nos guió hasta un portillo en el alambrado en donde empezaba un camino o trocha por entre el bosque.


Iniciamos el recorrido por el sendero en medio de chanzas y chascarrillos con las hermanas Echeverri que resultaron buenas caminantes y mejores contertulias de lo que imaginamos. En un recodo y mientras se tomaron algunas fotos, el profe de Botánica nos mostró sobre el papel la planta origen de la caminata conjunta y aunque no recuerdo el nombre, se parecía a una palmita común y silvestre de nuestros montes. Decía el profe que fue registrada en 1936 y que se tuvo noticia de ella la última vez en 1958. Isabel Echeverri a la que llamaremos Pasiflora de ahí en adelante y hablando en un idioma científico como para descrestar calentanos, nos fue ilustrando sobre cada plantica a la que le pusiéramos el ojo. Claro que no aprendimos ni un carajo, ¡porque con esos nombrecitos quien pues!


Ya más arriba y mientras el profe y las dos estudiantes se rezagaron mirando cuanto bicho y hojita se encontraban, nosotros avistamos sobre una hoja extendida un avechucho semitransparente posado ahí nomás… Era creo el vestido de lo que más tarde nos ilustro la cucarachóloga, una Cigarra; no la señora del Cigarro ni del Cigarrillo, mucho menos de la Pipa, cachimba o mula que llaman sino la Cigarra o chicharra que conocemos nosotros porque dizque se explota de tanto cantar. Eso en mentira nos explicó la cucarachóloga; lo que pasa es que puede pasar hasta 17 años bajo la tierra en estado juvenil y de un momento a otro salir del letargo, cambiar de vestido, dejarlo por ahí tirado y salir a escena; o sea a cantar y cantar y cantar durante un año seguido y morir nada más… Eso fue lo que encontramos, el vestidito tirado sobre una hoja…


La Cima de “El Capiro”


Ya sobre la cima del cerro “El Capiro” y mientras Isabel Pasiflora limpiaba unas Bromelias conversando con Juanfer, el cayado de éste, que a la larga es lo único callado de él, encontró como una palmita parecida a cualquier palmita, pero que en medio de la alegría de Isabel pasiflora resultó no ser ninguna palmita, sino ser la susodicha buscada por cielo y tierra desde 1958… ¡Qué cosas no? El cayado del que no se calla encontró sin buscar lo que buscábamos… ¡Así; calladito!

¡Y empieza el alboroto!: ¡Mirá aquí hay otra! ¡Profe, profe; la encontramos! ¡Aquí hay más! ¡Y mirá; esta está florecida! ¡Pero mirá aquellas por allá tan grandes!...Era todo un bosque de la plantita perdida…


Llegado el profe y las estudiantes, los dejamos ensimismados con su encarrete botánico y empezamos a disfrutar del entorno y su paisaje. Y a hablar de lo divino y lo humano con las hermanas Echeverri que también le hacen honor al apellido como nuestro caminante Juanfer. Andrea con una pluma supongo que de QUETZAL en su sombrero por estar recién llegada de Costa Rica y una macheta sin filo al cinto, Isabel Pasiflora por ser dueña de un vivero que así se llama y AnaT; la AnaT que le alegró la vida a nuestro amigo Radio JuanCe, son tres maravillosas mujeres que no se arrugan para caminar, echar carreta, contar chistes y reír con ganas. ¡Y juntarse con el mudito Juanfer, el gallinazo Lobato, el tímido Zuluaga y por supuesto el Mechas como me dice Juanfer por decirme Chema!


Corto circuito inmediato; Nos tiene que sacar la pila para quedarnos callados. Subimos charlando cantidades hasta la casa del vigilante de las antenas que nos dijo que eran repetidoras de RCN y la emisora local de la misma cadena. Nos habló de su trabajo, su familia y nos contó que ahí al ladito, había un sendero casi desconocido por el que se llegaba al Hospital de La Ceja. En el camino a las antenas nos encontramos un aviso intimidatorio: No pase. Perro Bravo… Miramos con cuidado buscando el perro, pero lo que encontramos fue una perra negra de raza Labrador, que resultó más mansa que un corderito y salió a recibirnos voleando la cola como si fuéramos de la familia. Tan mansa que AnaT la soltó y nos acompañó ante su amo a presentarnos. Disfrutamos del paisaje, una granadilla de cuenta de Zuluaga y decidimos que regresaríamos al pueblo por el sendero que nos mostró el joven vigilante de las antenas.


Como las niñas Echeverri andaban en camioneta y la habíamos dejado abajo en la carretera, no quedamos con las ganas de hacerlas meter a esa rastrojera, pero bueno, metimos a la Coneja que resultó buena caminante y al Lobato de pantalón cortico para que las Ortigas hicieran su agosto en las musculosas pantorrillas… Con pesar nos despedimos del grupo de estudiosos de la Botánica con las Echeverri y de ellas también. Da gusto caminar con personas tan animadas y sin misterios.


Nos despedimos del chico vigilante y nos largamos falda abajo por entre el rastrojo. ¡Qué tunero más bravo! Las Ortigas se deleitaron en nuestros brazos y las piernas del Lobato. Encontramos más maticas de las que buscábamos, Orquídeas y muchas otras especies de matorral y unos huecos de los que ya nos había hablado don Luis Mú; las excavaciones de guaqueros que saquearon las tumbas y lugares de culto de los indígenas de la región y que dejaron abiertas para peligro de caminantes inexpertos. Además bastantes huecos de madrigueras de Gurre o Armadillo.


Durante un buen rato caminamos por entre la rastrojera tupida y enmarañada en línea recta y semidescendente, dejando de lado senderos que se nos ofrecían también posibles. Al fin y luego de descender por entre unos pinos Pátula y bordeando un alambrado, salimos a una rastrojera no tan enmarañada y con vista a la izquierda sobre la planicie a los pies del cerro. Cuando logramos salir a campo abierto, encontramos una pequeña laguna, más bien un ojo de agua en el que se reflejaba mucho del hermoso paisaje. Tomamos fotos y seguimos hacia abajo por la pendiente manga.


Abajo se divisaban varios caminos posibles y una casita pegada a la montaña. Nos llegamos hasta ella y preguntamos a un joven con uniforme de UNE por la salida hacia La Ceja y cordialmente nos la indicó. “Por esta salen a “Pakita” y por la otra al pueblo” – señaló - Nos fuimos por la otra…


Ya por estos lados acosaba el cansancio y Lobato dio muestras de cojera. La Coneja también… La última ración del Guandolo rindió sus frutos y seguimos por una carreterita vecinal con hermosos paisajes y sembrados de eucalipto ornamental en varias partes. Pronto estábamos en la carretera principal hacia La Ceja. En una tienda de esquina refrescamos gaznates con doña cervecita y continuamos raudos por entre las calles bien trazadas del municipio de La Ceja, tal vez el mejor trazado de Antioquia por lo plano de su terreno. Por fin llegamos al parque y derecho al restaurante.

El almuerzo y el regreso.


Nos estaban esperando la dueña y el mesero que nos atendió por la mañana y con más amabilidad todavía por el efecto $2000; en menos de lo que me demoro peinándome ya estábamos almorzando sopita de verduras nosotros y de frijol el Zuluaga, el seco que no era de risa sino con carnita en polvo, de verdad en polvo; no masacotuda como en otras partes y claro; no podía faltar el claro de Mazamorra del que algunos repitieron, especialmente la Coneja pensando como el toro aquel; “Desto nuhay en USA…” (El toro dice: “en el cielo”) Todo como a reyes; no al tal Raúl aquel que ya es difunto, sino por ejemplo como a Carlos Gustavo de Suecia o a algún jeque árabe.


Dadas las gracias y repitiendo la dosis de Mejormeatiendencuandovuelvasidoypropina, nos despedimos y salimos al parque a disfrutar del sábado de artesanías en el parque. Aprovechamos para comprar pasaje de una vez para la “Veya Biya” y nos dedicamos a lo de la familia Miranda Peláez… Mirar y mirar pero sin comprar.


Abordamos un paquidérmico bus con un artilugio en la mitad que resultó ser el baño de carretera más extraño y complicado de utilizar: De entrada parece un cajón corriente para cualquier cosa; lo gracioso es que es como enterrado en el bus, con escalitas para bajar, pero primero debes abrir la puerta. Lo malo es que da la impresión de que la puerta no abre del todo… ¡Mejor me aguanto…!


Epílogo


Ya entrando a valle del Aburrá el crepúsculo arrebolaba por San Antonio de Prado el paisaje, dándole un toque de belleza extra a la hermosa vista. Se bajó Zuluaga antes de llegar a San Diego y el resto lo hicimos en la estación Exposiciones.


La hora de las despedidas no es grata pero si evocadora; Gloria Muñoz, Coneja caminadora como la mejor; a pesar de que no pudiste caminar con el grupo completo, con el superior permiso como dice Juanfer, te declaro TodoTerreno con todos los juguetes inherentes al título, incluido el de TodoTragona. Y que aún en la distancia, nuestros pasos sean el eco que te arrulle hasta que de nuevo nos acompañes por los caminos de Antioquia...

José M.