Caminata El Carmen de Viboral - El Santuario - Marinilla

Fecha: sábado 20 de octubre de 2007

Asistentes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Juan Fernando Echeverri Calle y Jorge Iván Londoño Maya.

Duración: 6 horas

Nombre: Trinar de los trinares

Para Bogotá pasando por Honda
Ibagué, salimos en media horita
Cali, Cali, Cali
¿Para donde viajan los señores?
Guarne, suba, suba
Rionegro por la autopista
Allá los caminantes, ¿van para el Peñol?
San Vicente, San Vicente, paga cuando llegue

Así, más o menos, es el recibimiento que nos dan los pregoneros de las flotas en la Terminal de Transportes del Norte, a la que muy cumplidos llegamos Juanfer y el suscrito cogidos de la mano de nuestros cayados, luego de hacer el primer recorrido en nuestro metro.

Apoltronados en las rimax color azul, como si se tratara de un aeropuerto internacional, nos dimos a la tarea de esperar a Luisfer, a quien, por segunda vez, lo privamos de llegar primero, porque para puntual no hay quien le gane.

Con la tropa completa, excepto el polaroid Olaya, quien nuevamente por asuntos laborales no nos pudo acompañar, lo que le significará un llamado de atención con copia a su hoja de vida andariega, procedimos a la compra de los tiquetes en la flota El Carmen, atendida por una seria pero eficiente secretaria. Olvidaba mencionar la ausencia de Gloria Gutierrez, la queridura vestida de cachucha y Pacho Montoya, nuestro teólogo de cabecera.

De la flota pasamos al mostrador de nuestro acostumbrado quiosquito para quedar en manos de Leydi, quien con su acostumbrada amabilidad nos empecató de cafecito en leche cuñado con empanadotas o buñuelotes, ambos con 120 de cintura, está vez si enteros porque andábamos platudos de tiempo. Eso si, no falto la queja de Leydi: “Eavemaría muchachos, ustedes que nunca me traen nada”; si supiera que no es solamente a ella, por que quien se va a encartar con 3 pares de panela, 2 kilos de papa criolla, un atao de cebolla junca, 3 cidras de las que encontramos caídas por ahí, un kilo de moras de castilla y un paquete de arepas de chócolo, para caminar 6 o 7 horas; ni el profesor Moncayo que llevaba 40 asistentes.

A las 7 y 30 arrancamos en una buseta, que mas parecía la de un colegio de monjas que de flota intermunicipal. La mañana estaba fría y nostálgica, para no decir que gris oscuro, pero así también nos sirve; eso si, mientras no llueva. La hora y media del viaje la invertimos en oírle a Luisfer todos los detalles de su viaje a Carpurganá con su esposa Carmenza, realizado durante el pasado puente de la raza, como parte de las celebraciones por el cumpleaños número sesenta del joven Zuluaga y Zuluaga

Casi a las 9 estábamos arrodillados en la iglesia parroquial del Carmen, municipio ubicado en la serranía de Vallejuelo, y fundado por el presbítero Fabián Sebastián Jiménez de Fajardo y Duque de Estrada, completo para que no lo confundan, para presentar credenciales y agradecer favores. Luego de la mirada al parque y de estirar los espíritus, entramos en materia gastronómica.

Efectivamente, en el conocido restaurante la frijolera, al son de humeante tamal, arepa y chocolate cumplimos con el sagrado deber de desayunar como un príncipe, según reza el adagio popular. Al salir del restaurante Juanfer dejó olvidado su sombrero estilo teniente del ejército, por lo que sin que se diera cuenta, lo guardé en el morral de Luisfer.

A las 9 y 40 firmamos el acta de despedida del Carmen, buscando por entre sus estrechas calles llenas de comercio y de ese exclusivo ambiente pueblerino, la salida para el Santuario, la cual se hace por la cárcel, en la que no entra el delito sino el hombre, según reza en el letrero puesto a la entrada. En los primeros metros recorridos supimos que el barro sería nuestro fiel compañero, por lo que doblamos hacia arriba las botas de los pantalones para evitar el regaño reforzado en nuestras casas, es mejor el sencillo.

Aunque el firmamento seguía con nubarrones, ahora si muy negros y asustadores, íbamos tranquilos porque llevábamos embolsillado el compromiso social de buen clima firmado ante notario por nuestra patrona La Milagrosa, documento muy común por estos días preelectorales para engañar incautos, o pendejos para ser mas claros. Obviamente, y como la Milagrosa poco sabe del estado del tiempo, estábamos dispuestos a perdonarle cualquier imprecisión meteorológica, lo que no hacemos con Máx Henríquez y su eterna “probabilidad de lluvias”.

A medida que caminábamos en medio de nuestra fluida conversación y de la calle de honor que nos formaban los cultivos de hortensias, lirios, cartuchos y pompones, fue llegando la sinfonía compuesta por el trinar de la gran cantidad de pájaros, dirigida por el pequeñito silgorio, siempre vestido con su frac negro y blanco, y dotado de un pulmón pavarotiano, sinfonía que nos acompañó durante los 12 kilómetros que dura este trayecto hasta el Santuario, el cual también cuenta con generosos cultivos de hortalizas, arveja, maíz, fríjol, moras, fresas, tomate de árbol y la infaltable papa, huella dactilar de los campos de tierra fría. A bueno traer de la mano a los que sentados en las cómodas sillas del senado sostienen que el campo se está muriendo.

La bienvenida a un cultivo de arveja, nos la dio una mirla hembra muy bien acomodada en uno de los estacones que sirven de soporte a la enredadera. Muy coqueta ella espero que le admiráramos su plumaje color café que le sale perfectamente con el anaranjado de su pico, patas y ojos. De inmediato Juanfer improvisó una conferencia sobre ornitología para explicarnos que la mirla macho se distingue porque su plumaje es de color negro. Con el vuelo de la mirla nos pusimos a “rajar” del pájaro gulungo o boyero (o será bollero) muy de moda la semana pasada en nuestros teclados, para llegar a la Santa Teresita del Niño Jesús conclusión (por lo humilde) de que los Todo Terreno estamos en lo cierto, el gulugo es el gulungo, negro azabache él, de buen tamaño, con pico, patas y la parte inferior de las alas de color anaranjado fuerte y que cuelga de las ramas de los árboles sus nidos que los hace en forma de jíquera. ¡ah! y emite un asustador sonido que ni mandado a hacer para cualquier película de Alfred Hitchcock

Respecto a nuestra fluida conversación, en la que hablamos de lo humano y lo divino, menos de fútbol y de política (también creen) dejando para la próxima caminata los temas que no tocamos por falta de tiempo, le dedicamos buenos minutos a comentar el espectáculo “Que Dios nos Ampare” con la soberbia actuación de esa gran imitadora Luz Amparo Álvarez, llegando a la conclusión que el nombre correcto debería ser: “Que de Amparo, Dios no nos ampare”. Ya ustedes se imaginarán porqué.

Pero dejemos esas piernas atrás y volvamos al camino, empantanado y todo. Que alegría, de verdad, ver el resurgimiento de esta vía, que hace 5 años o más fue escenario de una violencia brutal, cementerio sin muros de cadáveres de campesinos que aparecían tirados en sus veras, paisaje desolado de tierras abandonadas, casas cerradas y personas desplazadas.

Más alegría todavía encontrarnos con un grupo scout del Santuario, que iban de caminata para el Carmen, compuesto por alegres jóvenes a quienes saludamos de mano izquierda como es nuestra costumbre, y digo nuestra, porque pertenecí a este movimiento y llevo sus enseñanzas guardadas como la cédula en la billetera. Luego de una breve conversación y de tomarnos la foto de rigor, seguimos nuestros diferentes rumbos pero con una sola misión, el disfrute de la naturaleza.

A mitad del camino llegamos a la tienda de siempre, atendida por su amable y agraciada propietaria quien de inmediato nos reconoce y saluda efusivamente. Unas empanaditas con gaseosa no caen mal y menos al lado de un afiche con tremenda modelo. Con despedida de mano y todo, y piropos disimulados, seguimos el camino, con tramos a veces secos y otros empantanados. Aunque los negros nubarrones se disiparon, las nubes grises que todo lo cubrían nos mataban el ojo anunciando que pronto dejarían caer su precioso líquido sobre nuestra humanidad. Y dicho y hecho, una llovizna “moja bobos y caminantes avispa´os” se nos unió casi hasta el final de la caminata, lo que nos obligó a sacar nuestras capas plásticas para quedar disfrazados de soldados centinelas.

Cuando llevábamos media cuadra de goteras entre pecho y espalda, Juanfer gritó: “hijuemadre, dejé mi sombrero en la tienda” y claro, ahí mismo le seguimos el cuento: “como así, no fregues, y con lo retirado que estamos, quien se devuelve”, ¡eh hombre, con lo bacano que era mi sombrero!, hasta tenía pegado el escudo de Colombia, ¡que vaina! Luego de unos minutos de silencio martirizador, Luisfer sacó el sombrero el cual fue recibido por Juanfer con una amplia sonrisa, acompañado de las explicaciones del caso: ¡cual tienda!, si lo dejaste abandonado en el restaurante del Carmen.

A unos 3 kilómetros del Santuario paramos en un quiosco tipo tienda muy cerca de la escuela rural, atendida por una señora acompañada de su hija de 9 años, dotada con unos preciosos ojos verdes, como los de la mayoría de los niños de estas tierras. Allí saboreamos, entre otros, el famoso rollo de tienda, uno de los manjares más apetecidos de la repostería paisa. Además de detallar la mercancía, muy surtida por cierto, entre la que se destacaba el otrora famoso “pan rey”. Juanfer le dio sus infaltables consejos a la niña, para que fuera una buena hija y estudiante y que nada de novios hasta cuando terminara la universidad. Hasta en eso nos distinguimos los Todo Terreno, y espere que Pacho comience en forma sus caminatas para que vea la labor que puede hacer.

La escuela cerca de la tienda, esta conformada por un edificio de 3 pisos, con cancha de fútbol, básquetbol, juegos y un amplio patio para los recreos. Es decir, los niños y los muchachos del campo tampoco se están muriendo de ignorancia.

A las 12 del día, y teniendo como telón de fondo al Santuario, el imperio de los Zuluaga, condenados a ser los últimos, pero en el directorio telefónico, rezamos a viva voz el Ángelus, infaltable en nuestras caminatas. Tres cuadras más y estábamos sobre la autopista Medellín – Bogotá, en toda la entrada del pueblo.

Allí arrimamos a un cambiadero de llantas para preguntar por donde empalmábamos con la carretera vieja para Marinilla, por lo que alguien de los presentes nos dijo que por la vereda Vargas, a lo que Luisfer respondió: tranquilos muchachos que yo se donde queda, por lo que el parroquiano le pregunto:
¿Y usted por que la conoce?
Es que yo soy de aquí,
¿Cómo así, y usted que apellido es pues?
Pues Zuluaga Zuluaga.
Oigan, ¿de cuales Zuluaga?
Mis abuelos fueron Francisco Zuluaga Aristizabal y Julia Zuluaga Zuluaga
¡Vea pues! si esos son los mismos mios,
uuummmm, ¿entonces vos sos hijo de quien?
Pues de fulano y fulana,
No me digas, entonces vos sos primo hermano mió, dijo Luisfer.

Efectivamente, Francisco y Hernan Zuluaga, dos hermanos que estaban en el negocio, del cual eran sus propietarios, resultaron ser primos hermanos de Luisfer, y después de muchos, pero muchos años, se volvieron a reencontrar. Lo que son las cosas del destino.

Con los destacados comentarios sobre este encuentro, y con la llovizna constante, caminamos unos 800 metros por la autopista hasta llegar a la vereda Vargas, por donde nos entramos para encontrar la carretera vieja entre Marinilla y el Santuario. Este segundo tramo de nuestra caminata lo inauguramos con unas deliciosas rodajas de piña que llevaba el lobato encaletadas en su morral, teniendo a la quebrada Marinilla como testigo de este frugal brindis y a cuyo fondo fueron a parar los corazones de la fruta. Muy cerca de allí nos encontramos las ruinas de unos muros hechos de tapia, que nos sirvieron de inspiración para cantar al mejor estilo de los Ayers “quien vivió en esas casas de ayer, casas viejas que el tiempo borró”.

A un kilómetro nos encontramos la sencilla capilla del Señor Caído de la vereda Vargas, de puertas abiertas y sillas plásticas amarradas entre si con cadenas, lugar que aprovechamos para un breve descanso acompañado de algunas oraciones. A la salida nos despidió una perra raza labradora de esas amigables y confianzudas, para quien todo el mundo es su amo.

Las características de esta carretera destapada, muy diferentes al primer tramo entre el Carmen y el Santuario, son la cantidad de fincas de recreo, la falta de cultivos y el extenso paisaje plano en su mayoría, inundado de fincas y casas campesinas. En una de las casas al lado de la vía encontramos dos hermosas niñas, a quienes les sacamos una sonrisa con la entrega de los bombones. También encontramos algunos estaderos, dotados de piscina; lástima no haber llevado las pantalonetas para disfrutar del “sol” y refrescarnos con el “calor” que estaba haciendo.

Por información que nos dio un taxista al llegar a una ye, volvimos a salir a la autopista. Allí encontramos un negocito de frutas, por lo que aprovechamos para comernos unas mandarinas. En ese punto, y de acuerdo con el estimativo que nos dijo el frutero, estábamos a 40 minutos de Marinilla. Así que por plena autopista y codo a codo con las tractomulas, camiones, los enormes buses de expreso Bolivariano, los carros particulares y una que otra moto, llegamos a Marinilla a las 2,05 minutos, o sea los 40 minutos exactos que nos dijo el señor de las mandarinas, convirtiéndose en la primera persona que nos da el tiempo correcto de recorrido entre dos lugares. Alguna vez se lo reconoceremos, así sea comprándole todas las frutas.

Instalados en el valle de San José de la Marinilla, donde viven unos 41.000 marinillos, la gran mayoría monos, pecosos y zarcos, ubicamos el restaurante conocido por Luisfer, pues no queríamos saber nada del tal palacio del pollo. A decir verdad que el nuevo restaurante resultó agradable y muy bien atendido por Gloria, por lo que se cumplió el adagio: es mejor restaurante bueno por conocer que malo conocido. Así que al sabor de una sopita de pastas con papa criolla, cuñada con bandeja de: arroz, fríjoles, posta sudada (sobrebarriga para Juanfer) ensalada, huevo frito estrellado, tajada de maduro que todos rifamos pero que ninguno se la quería ganar, papitas fritas a lo Olaya y claro frío con bocadillo de sobremesa, le dimos la despedida a esta caminata de tres pueblos, primera en nuestros anales. Y pensar que Juanfer nos estaba echando el cuento dizque para que no volviéramos a mencionar las viandas en nuestras crónicas; mejor dicho, se las tiene que ver con los Mejía, los Zuluaga Zuluaga, los Londoño, Los Olaya, Los Gutierrez y Los Montoya. !Que se olvide¡

En el trayecto del restaurante a la "Terminal", porque esos marinillos también son muy pincha´os, observamos algunas de las hermosas casas que todavía se conservan en nuestros pueblos. Unos enormes caserones, con su patio central sembrado de novios, besitos, claveles y bifloras, y rodeado de corredores con su baldosa reluciente a toda hora. Y que decir del solar trasero al que no le pueden faltar la huerta y los palos de naranjas. Que fachadas señores, como pintadas por el gran Miguel Ángel, que aquí en Marinilla debió ser de apellido Hoyos.

La buseta para Medellín partió con cupo completo y muy bien analizado por el lobato, por aquello del atraco que nos toco vivir, en carne propia y revolver ajeno, hace como 3 meses en el mismo recorrido. Juanfer y Luisfer iban juntos, conversando y mirando la prensa, principalmente la columna de nuestro contertulio Raúl Tamayo, que en esta oportunidad, y gracias a Chuchito bendito, si paso la crítica que le da Juanfer todos los sábados. A mi me toco de vecina una enfermera que trabaja en la clínica del Prado, por lo que me puse al día en todo lo relacionado con partos normales, prematuros, abortos autorizados y cesáreas, llegando a la conclusión que en la actualidad lo que más se demora de un parto es liquidar la cuenta de la clínica. Que tiempos aquellos con dietas de 40 días y 40 gallinas

En el último trayecto por la feria de ganados, Juanfer colgó los párpados y se quedó dormido, menos mal que no maneja. De la buseta pasamos al metro el cual cogimos en la estación Universidad, no sin antes ver los adelantos en las obras del parque Explora y el jardín Botánico, mientras nos deleitábamos con un delicioso guanabanol, es decir, haga de cuenta que estábamos en un elegante coctel citadino.

Cuando me bajé en la estación Estadio comencé a oír los pitos y la algarabía de una caravana de automóviles que bajaba por la canalización apoyando a nuestro candidato Alonso Salazar para la alcaldía de Medellín, por lo que saludándolos pensé: ¡no importa que termine con las plantas de los pies en bajo, pero con la frente en alto¡

Hasta la próxima

Jorge Iván Londoño Maya

Caminata Entre Cerros

Fecha: 6 de octubre de 2007

Participantes: Gloria Gutiérrez Gómez (La Cola de Caballo que Sonríe y Goza) Luis Fernando Zuluaga Zuluaga (El Melitón Zuluaga)
Jorge Iván Londoño Maya (El Lobato) y Juan Fernando Echeverri Calle (Juanfer)

Nombre: ¡EN MEDELLÍN ESTAN SUCEDIENDO COSAS MARAVILLOSAS!

Sábado 6 de octubre, hora 7:00 a. m. Los caminantes Todo Terreno, con la ausencia de Carlos A. Olaya B, por asuntos laborales, pero con la grata presencia de Gloria, la “Colecaballo” que sonríe, saluda, goza y transpira simpatía, nos encontramos en la estación Industriales de nuestro Metro de Medellín para aprestarnos a adelantar la más corta de las caminatas hasta ahora hecha por nosotros, ya que en horas de la tarde teníamos una invitación especial y muy reservada de Doña Carmenza Montoya de Zuluaga, la esposa de nuestro acompañante insignia: Luis Fernando Zuluaga Z. conocido como el “Ojicontento” o el “Melitón Zuluaga”, por su habilidad en desarrollar las actividades que le distinguen y a quien Doña Carmenza le tenía preparada tremenda fiesta con motivo de cumplir en octubre 11 sus sesenta años de vida, siendo los Todo Terreno invitados de honor por lo que no podíamos faltar; lo cual obligaba a que nuestra caminata fuese muy corta.

Que más correcto entonces, que haber elegido una caminata urbana desde la estación Industriales hasta el Cerro Nutibara y desde allí hasta el Cerro El Volador (antiguo Everfit), para visualizar desde lo alto de nuestros hermosos oteros la panorámica de la ciudad, comprobar su belleza y desarrollo y muy especialmente palpar algunas obras ejecutadas por la excelente y honesta administración del doctor Sergio Fajardo V. (la cual debe continuar) relacionadas con la remodelación del Pueblito Paisa, arreglos introducidos al parque de las esculturas, tratamiento especial a la vieja arborización, nueva siembra de árboles y mantenimiento y creación de senderos ecológicos. Igual situación e inquietud para el cerro el Volador.

Efectivamente, previa mirada a las obras que adelanta Bancolombia de su gigantesca y funcional sede, la cual será orgullo y uno de nuestros símbolos de ciudad, iniciamos nuestros pasos los cuatro caminantes a las 7:40 a. m. rumbo al Nutibara, buscando la entrada sobre la 30, bajo una mañana muy fresca, pero que mostraba desde ahora que el sol que nos acompañaría no sería tacaño en repartir sus rayos y su calor, no obstante el fuerte invierno que hoy vivimos. Para esta salida, no trajimos cayados ni morrales ni nada,….sólo nuestras gorras, nuestra alegría, nuestra cháchara y nuestro interés de sopesar y reconocer lo nuevo de nuestra ciudad.

Llegados a la entrada principal del cerro, donde además se adelantan trabajos de construcción de una hermosa portería, la cual estará provista de un “cobro de peaje” para los automóviles que ingresen a nuestro verde pulmón interior, arrimamos a una vieja y conocida venta de frutas, donde con salpicón y deliciosas rebanadas de piña, hicimos nuestros nutritivo preaviso al desayuno, para iniciar el ascenso a la cima por uno de sus senderos peatonales, escrupulosamente trazado y mucho mejor empedrado, por el cual, entre escalones que demarcan el ascenso y en medio de una arborización hermosa, que aliviaba los rayos del sol sobre nuestras espaldas, pronto llegamos a la cima, coronada por las inmensas banderas de Colombia y Antioquia, las cuales son donación y mantenimiento del Club de Rotarios, las mismas que sacudidas por el viento dejan en el ambiente un sabor de Patria y homenaje a la tierra, esa que sentimos en nuestras banderas por fortuna la inmensa mayoría de los ciudadanos, ya que hay quienes, fríos de corazón y pobres de sentimiento, ignoran nuestras insignias.

Efectivamente, estábamos en el Pueblito Paisa; recientemente remodelado y hermoso, con sus amplios parqueaderos, su funcional zona de comidas, sus bien distribuidas casetas para venta de artesanías, sus bellos jardines en flor llenos de colorido y abigarrada belleza, cual tendido de cama hecho de retazos, de esos que con paciencia aguja e hilos muy blancos, hacían nuestras legendarias abuelas.

La arborización, los desagües, las esculturas, el Busto de Don Tomás Carrasquilla, el Cacique Nutibara y su mujer, la Madre Monte, hacen de antesala a ese caserío, el cual como replica de un pueblo de la “Antioquia Grande y Altanera”, parece se hubiera tatuado con agujetas de tiempo sobre la cima del cerro, no sólo como referente indeleble de nuestra cultura, sino como agridulce homenaje a ese pasado de grandeza, que hoy hace rato se nos fugó, como se fuga el viento por entre las ramas de los árboles.

Una plaza pueblerina que se abre coronada en sus medios por la fuente de piedra , de la cual brota el agua cristalina y perezosa desde el ánfora de una mujer esculpida en su centro.

Al frente y en un costado, la iglesita humilde, de blancas paredes, puertas de madera con color de nostalgia añeja, sus bancas simples y rígidas, sus estaciones pintadas por niños y sus santos viejos, muy viejos, con sus vestidos desteñidos y sus rostros pálidos, sembrados de vetustas oraciones, que apenas alcanzaron a alzar su vuelo en el tiempo, sin llegar al cielo.

La torresita pequeña que eleva su techumen al cielo, el cual defiende la campana, esa que olvidó el tañir en las mañanas, para anunciar a Dios enquistado en el misterio. La escuela, la alcaldía, los almacenes, los restaurantes típicos, la venta de chucherías y de antojos pasajeros, el mercado, los pasillos y callejas, que se divisan desde varios niveles, la casa de los abuelos, la casa cural……

Y abierta, con sus puertas de par en par, no obstante la hora temprana y los pocos visitantes, La Barbería del pueblo, con su espejo de fondo, su vitrina con sus barberas, tijeras, frascos de Mariotte, cepillos, brochas para afeitar, jabones, menticol, alcohol, crema para afeitar y peines. Y vacías, cual yelmo de Membrino, las viejas butacas para los clientes.

En el centro, silenciosa, como reclamando ese protagonismo de ayer, olvidado hoy y ahogado en los “femeninos” salones de belleza. la antigua, hermosa e imponente silla giratoria de motilar, parada sobre su única y gruesa pata, con su asentador de cuero para las barberas que cuelga a la espera de amansar el acerado filo, con su recuesta cabezas para comodidad del cliente al igual que el soporte de pies, su palanca para subir y bajar según la estatura del “paciente” y el recuerdo de las miles de motiladas y afeitadas, que entre bostezos, chismes, cuentos, risas e historias repetidas,.bien o mal contadas y el sonar del viejo radio Philco, con las canciones de entonces, hicieron su razón de ser. Allí, sobre esta hermosa y nostálgica silla, con apariencia de silla de torturas o silla eléctrica, hicimos turno Los Todo Terreno, para afeitar o que nos afeitaran, quedando “estos infantiles recuerdos”, de viejos remozados, gravados en la lente de Melitón Zuluaga.

Subimos al mirador, ese que se ubica sobre el tanque de agua de las EEPPM, y desde allí pudimos observar, gracias a la ampliación de los parqueaderos y a la tala de algunos árboles viejos, chamizudos e inútiles, obviamente reemplazados, una hermosa vista sobre el Noroccidente de la ciudad, resaltando la Unidad Deportiva Atanasio Girardot, los nuevos edificios y las nuevas urbanizaciones, esas que se aferran a la montaña, como queriendo precipitarse al otro lado de nuestras cordilleras.

Gratamente sorprendidos por nuestro cerro y nuestro Pueblito Paisa, sólo recomendaríamos a la Administración, hacer efectiva la garantía de calidad a los contratistas, ya que el amplio y cómodo parqueadero muestra algunas lozas y adoquines rotos, así como desniveles, que pueden originar problemas con las lluvias. Igualmente se podría dar una manito de pintura a algunas paredes en varias de las edificaciones.

Volvimos nuestros pasos, plenamente convencidos de la recuperación del Pueblito Paisa para el turismo de Medellín y de Colombia, y convencidos que definitivamente en Medellín “están sucediendo cosas maravillosas”, e imposibles de negar y mucho menos ocultar, inclusive hasta por los más enconados y escépticos enemigos de la ponderación, esos que por infortu-
nio, nunca faltan.

En medio de cauchos, mangos, cascos de vaca, guayacanes, fresnos, tulipanes del Africa, nísperos, guayabos, naranjos, acacios, búcaros y otras especies. Cantos de pájaros y nuevamente por otro sendero ecológico, empedrado y bajo un sol tímido y en un ambiente fresco, con nuestras montañas presentes en los cuatro puntos cardinales, pintadas a tramos con nubecillas blancas y desordenadas, pronto estábamos sobre la carrera 65 rumbo al Cerro El Volador, el segundo otero a visitar.

Aquí en la 65, sobre la base del Nutibara, con una buena arborización y ahí en plenas goteras del barrio Fátima, desconsolados pudimos ver algunas bolsas de basura y escombros arrumados gracias a la actitud mal educada y anticívica de algunos ciudadanos, carretilleros y volqueteros, que así como los “enemigos de la ponderación” y las buenas hechuras, tampoco faltan.

Caminando sobre la desteñida “cicloestorbo”, esa que nos metieron en Medellín, así sin dolor, enterrando los dineros del pueblo y en cuyo trayecto no encontramos ni un solo ciclista, nos “topamos” con una llamativa cafetería sin aviso y sin nombre, de la cual salía un agradable aroma a buñuelo y parva debutando con su efímera hoja de vida en el interior de un horno y hacia allí dirigimos nuestros pasos, donde muy atentamente atendidos por sus propietarios, una joven pareja conocedora de su oficio, ante nuestro pedidos nos sirvieron la infaltable cervecita para Melitón Zuluaga, quien no paraba de hacerle click a su cámara; agua para Gloria y el delicioso Mr.Tea para el Lobato y Juanfer, al tiempo que en repetidas entradas y sin partir ruedo, dimos cuenta de deliciosos buñuelos, pandebonos y tremendas empanadas, encaramadas en tacones de tres pulgadas. Todo esto, como preaviso del preaviso a nuestro desayuno, que en El Volador nos esperaba.

San Juan, Colombia, La Iguana y casi sin darnos cuenta, allá lejos sobre la 65, el ingreso al Cerro El volador, el cual agarramos por uno de esos caminos naturalmente forzados que han hecho esos cotidianos caminantes que hacen camino al andar, y en medio de un espeso bosquecillo de acacios forrajeros, camino que pronto nos dejó servidos en la carretera principal, la que lleva a la cima del Volador, donde hace años, muchos años, reposó el “gamo” de Everfit, ese que los aviones casi tocaban con las puntas de sus alas cuando inclinaban sus narices para aterrizar en el Enrique Olaya Herrera, en Belén las Playas.

Gloria, nuestra colecaballo que encanta, gozaba con nuestros apuntes y no se cansaba de reconocer “que no conocemos nuestra ciudad” al tiempo que admiraba las bellezas de la misma.”, situación que era confirmada por el muy autorizado concepto del Lobato.

Con paso alegre fuimos ascendiendo a buscar la cima de El Volador, por la muy buena carretera existente para tal fin, sembrada a lado y lado de guayacanes, azulinas, achiras, vegetación nativa, guayabos, fresnos y en general, gran cantidad de árboles plantados por las EEPPM., entidad que ha hecho grandes esfuerzos por mantener todos los cerros tutelares de Medellín, su conservación y protección de su ecosistemas; ya que Medellín hoy es conocida como “Ciudad de Cerros” y en ella, gracias a la actual Administración, se ha institucionalizado un evento de deportes extremos a nivel internacional, denominado “Siete Cerros” con gran éxito y reconocimiento por los deportistas que en el mismo han participado, siendo el último de los celebrados hace pocos días con participación de más de cincuenta países.

Remitiendo nuestros pasos hacia un sendero ecológico y peatonal, hecho en piedra fijada con cemento y recubierta con una especie de resina color terracota, recorrimos el cerro en tramos boscosos, o por pastizales, interrumpido el sendero por puentecillos en madera inmunizada y nuevamente volvimos a la carretera principal, ahí donde se encuentra el tanque de agua de las EEPPM, ventas de frutas y comidas al lado de la citada carretera, aprovechando una de ellas para pedir nuestro desayuno, consistente en jugo de naranja, salpicón y piña, mientras entre gracejos y dichas contemplábamos abajo el paisaje de una Medellín hermosa y medio brumosa, extendida hacia los cerros lejanos. A unos pasos de nosotros, los cebaderos de aves, en los que remolinaban los azulejos de varios clases, carpinteros, estorninos, canarios, silgas, tórtolas, torcazas, periquitos, pinches, cardenales y otras especies, mientras que en los jardines que delimitan los senderos, las mariposas volaban, con su zigzagueo irregular y loco, como jugando a las escondidas con el viento que las quiere arrastrar lejos de la flor que les ofrece su néctar y su polen.

Reiniciada nuestra marcha pudimos comprobar en uno de los miradores de madera inmunizada, que parece quisiera saltar sobre la panorámica de la ciudad, que así, songo soróngo, teníamos visita. Efectivamente desde la frutera, se nos había “pegado” un simpático muchacho (que falla, no le preguntamos su nombre), quien aparentemente sorprendido por nuestra presencia, nuestra conversación y el interés en la naturaleza, el medio ambiente y en la ciudad, quiso saber de nosotros y nos acompañó hasta el mirador en lo más alto del otero, nos sirvió de fotógrafo y hasta de guía, ya que nos contó y mostró algunas situaciones interesantes del Volador, como el estado del cementerio indígena, de nuestros antepasados los aburráes, hoy en manos de la Universidad de Antioquia, las réplicas de esculturas indígenas que se ubicarán en algunos sitios estratégicos del cerro y que tuvimos oportunidad de conocer, así como los proyectos que se tienen con este importante accidente orográfico, el cual sin lugar a dudas, será un hito turístico de Medellín en un futuro no lejano, soportado por la seguridad que hoy impera en el Cerro donde se tiene vigilancia policial, una pequeña base militar y el servicio de guarda bosques, quienes se encargan de velar por la flora y la fauna, ampliamente recuperada.

Vueltas y revueltas, teatro al aire libre, subidas y bajadas, barrancos en picada, admiración del paisaje y de la ciudad abajo, la cual se divisa en un radio de trescientos sesenta grados, un cielo medianamente nublado, un sol brillantemente opaco y la admiración de los caminantes con la transformación del cerro, ayer en manos de delincuentes, hoy en manos de la seguridad y la citadina naturaleza, la cual en tiempo mediano florecerá en amarillo intenso, aferrado cual tapetes saltones sobre los más de mil quinientos guayacanes sembrados por nuestras EEPPM..-

Devolvimos nuestros pasos en medio de banquitas de madera, asientos para el descanso de visitantes y plataformas, sobre las que retozaban amantes ocasionales, quienes confundidos en un solo beso, ofrecían a Eros y a Venus, ese momento de amor robado al silencio de la soledad, que sólo aquellos bonitos paisajes, sin ruborizarles sus espíritus ni sus ansias, aceleraban su aliento, buscando esa oportunidad que viene,… pasa…... y casi nunca vuelve.


Comentando nuestras experiencias y bajo las exclamaciones de Gloria , sus repetidos saludos, su simpatía contagiosa, su feminidad, su gracias, su figura agradable y su admiración por lo que acababa de conocer, pronto estábamos en los bajos del Cerro, sobre la 65, pero en sentido contrario al que nos trajo, ya que nuestro deseo era visitar la caballeriza y Restaurante Las Margaritas del Volador, un escondido sitio donde los caballistas se entregan a sus nobles brutos, hermosos y costosísimos, luciendo sus pasos trochadores, fino Colombiano, trotones, galoperos, “media milla” y como siempre, no faltan los “juaga frascos”, que también hacen las delicias de sus propietarios.

Nos ubicamos allí para ganar tiempo, ya que era temprano para buscar el almuerzo, pedimos cerveza y Colombiana, y en medio de pesebreras, relinchos nerviosos, el tableteo de los cascos en el piso y en las pistas, los hermosos corceles asomados en las ventanas de las pesebreras y el olor a pienso, hacienda, cagajón y sudor de bestia, degustamos nuestras conversaciones, nuestra amistad, nuestros planes para futuras salidas y obviamente nuestras frías espumosas.

Siendo las 12 m. pagamos la cuenta y salimos a buscar el almuerzo en la desapercibida, pero no menos famosa casa de la familia Gaviria, un restaurante de fama con sabor casero, que abre sus puertas al medio día y ofrece una surtida carta, además de una muy buena atención con muy buenos precios, siendo su plato estrella la “sobrebarriga”, de la cual opinan los entendidos que es la mejor del país. Sentados a manteles y atendidos como lo que somos: Tres Reyes y una Reina, pedimos sopa de mondongo y la “sobrebarriga” para todos, advirtiendo que sólo media porción, pues éramos conocedores de lo que nos esperaba, acompañado todo con claro de mazamorra y bocadillo.

En pocos minutos estaban dejando sobre nuestra mesa los manjares pedidos, dejando constancia que el plato fuerte constaba de ensalada, papa y yuca sudadas, arepa y la presa de “sobrebarriga”, las cuales tenían cada una un novillo chilinguiando y que para poderlas “retratar” el gran Melitón Zuluaga tuvo que poner la cámara en panorámica, tal como ya nos ha pasado en otras situaciones.

Como quien dice: Si pedimos la porción entera y no la media como hicimos, nos hubiera dado para llevar para la casa y repartir entre los vecinos. Que exageración, que cosa tan verraca,. ¡Pero lo mejor de todo, que delicia, que manjar, carajo!!!!

Armados de trinchete y tenedor dimos cuenta de nuestros platos, en lo que demora un enemigo de la ponderación en querer empañar la buena labor de un buen gobernante, o en lo que demora un crítico superficial “en señalar el puntico negro en la gran sábana blanca”. Con contarles que hasta tuvimos que dejar la sobrita ya que si nos entraba un tinto, no nos cabía el azúcar.

Pesados, medio “aburridongos” con semejante comilona, salimos rumbo a la calle Barranquilla, cruzando el “Puente del Mico” sobre el Río Medellín y así…. caminando y caminando, para bajar semejante almuerzo, pasamos por el renovado Carabobo, pudimos divisar el Parque Explora y el remodelado Parque Norte y al Nuevo Jardín Botánico, sitios que hoy son orgullo de Medellín y que desde ahora los hemos incluido en el “carriel” de nuestra próxima caminata citadina, la cual esperamos hacer antes de que culmine este año y nuestras jornadas, convencidos plenamente que “en Medellín están sucediendo cosas maravillosas” Y QUE REQUIEREN LA VERDADERA CONTINUIDAD PARA QUE SIGAN SUCEDIENDO.

Con nuestro propósito cumplido, más contentos que politiquero estrenando curul, heredada de senador destituido por “cero” en conducta, nos dirigimos a la estación Universidad, donde tomamos nuevamente nuestro METRO, para dirigirnos a nuestras residencias y poder salir “almidonados y compuestos” junto con nuestras espositas a atender la invitación que tan amablemente nos hizo Carmenza Montoya de Z., para celebrarle los doce lustros al Zuluaguita, quien ni sospechaba de este bello detalle de su esposa, el cual fue toda una fantasía en medio de la más sincera amistad, misa de entrada, serenata y obviamente los “guaritos” por montones, los cuales chocaron de frente contra la “sobrebarriga” consumida, como quien dice: no nos hicieron nada, por fortuna.

Quisiera hacer una crónica del fiestononón que le tocó al Zuluaga, pero necesitaría 180 páginas para medio redactarlo y no quiero perderme, boliando tecla, la fiesta de sus setenta.

Saluditos pues y no se olviden de votar el próximo 28 de octubre, ya saben por quien. Si leen despacio……lo van a encontrar.

JUANFER

Caminata Universidad de Medellín - San Antonio de Prado

Fecha: sábado 29 de septiembre de 2007

Asistentes: Francisco Montoya Araújo, Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Juan Fernando Echeverri Calle y Jorge Iván Londoño Maya.

Duración: 7 horas

Nombre: Pinares de la mano de Dios.

Para esta caminata no tuvimos metro, ni Terminales, ni el sabroso tinto como cuota inicial del desayuno, pero si las primeras oraciones en vivo y en directo en la iglesia de la América, lugar de encuentro con mi compañero Juanfer.

Montados sobre una hermosa y cálida mañana, arrancamos por esas calles de los barrios la América, Simón Bolivar, la Castellana, la Nueva Villa del Aburrá y Belén Los Alpes para llegar justo a la glorieta de la carrera 80 con la calle 30, lugar de encuentro con el resto del grupo. En el trayecto nos preguntábamos por Francisco Montoya, persona que no conocíamos y quien nos contacto vía Internet para “pegarse” a esta caminata. Es que ese vicio de dejar huellas es como mantener la puerta abierta y el letrero de Bienvenidos siempre destapado.

Con un inusual retraso de 10 minutos llegamos a la desaparecida glorieta, en la que brillaban nuestros compañeros pero por su ausencia, lo que nos obligó a caminar por entre las obras del metroplus para “mostrarnos”. Al poco rato divisamos a Luisfer y a Francisco quienes estaban tomando un liviano desayuno en una de las tantas panaderías del sector.

Este lugar de la crónica es propicio para destacar la ausencia a esta caminata de Gloria Helena Gutierrez Gómez y Carlos Alberto Olaya Betancur, quienes por motivos insalvables de última hora lamentablemente no pudieron acompañarnos. ¿Se imaginan el grupo completo?

Luego del efusivo saludo, al cual le mezclamos unas gotas de bienvenida y otras de amabilidad como para romper el hielo del encuentro con Francisco, nos dirigimos por la calle 30 hacia la Universidad de Medellín, mirando de paso las obras del Metroplus, de las que resaltan el espesor del carril exclusivo para los buses, que sin exagerar puede ser de unos 30 centímetros, con refuerzo de hierro en la base.

Eran las 7 y 40 de la mañana cuando izamos cayados en la Universidad de Medellín, punto oficial de salida de nuestra caminata. Como Francisco es bogotano y no muy conocedor de la ciudad, a pesar de varias visitas, lo fuimos enterando de los sitios que íbamos pasando, entre ellos los barrios las Violetas y san Pablo y la vereda Aguas Frías, los cuales tienen en común una vía principal que los atraviesa, mas congestionada que la misma avenida oriental, pues por allí transitan motos, bicicletas, buses, busetas, particulares y las infaltables volquetas que suben escombros y bajan los ladrillos de las innumerables ladrilleras que por allí se encuentran.

La cuesta se va empinando a medida que vamos saliendo del área urbana para internarnos en la zona rural desde la cual comienza a divisarse la zona occidental de la ciudad. Aparecen las fincas de labor y de recreo, los cerros el Tobón y el Toboncito, extensos cultivos de cebolla junca que nos hacen recordar que el desayuno estaba más enbolatado que paisa recién llegado a Nueva York. Sin embargo, en una de las últimas tiendas encontramos una venta de buñuelos, los que acompañados de gaseosas sirvieron para dar por terminada la zona de alimentación.

Poco antes de llegar a la Terminal de las busetas de Aguas Frías encontramos la carretera veredal que nos llevaría hasta san Antonio de Prado. En ese lugar Luisfer aprovecho para pagarle al Lobato la apuesta que le debía, consistente en una caja de jugos Tutti Fruti, la cual le fue entregada teniendo a Francisco y Juanfer como testigos y a un ocasional vecino como fotógrafo del momento; queda demostrado entonces que no hay deuda que no se pague. Esto sirvió para que iniciáramos la cuesta brindando con los jugos que por fortuna todavía conservaban el frío de la nevera.

De ahí en adelante la palabra la tuvo Francisco ante el natural interrogatorio del grupo. Nos contó sobre su familia, compuesta por padre, madre y 4 hermanos. De su vida sacerdotal la cual ejerció hasta hace poco, de los motivos para tomar dicha decisión, de su experiencia como monje Benedictino vivida en el monasterio que esta comunidad tiene en Guatapé, Antioquia, edificación que tuvimos oportunidad de conocer en una de nuestras caminatas por esa región y que nos impactó por su belleza, y de sus trabajos como Ingeniero Civil. Ahora vive en Medellín buscando nuevos horizontes

Para nosotros fue una impactante y agradable sorpresa que sin lugar a dudas creo un ambiente muy especial, porque nunca pensamos caminar con un sacerdote a bordo, y digo sacerdote porque esa condición como tal seguirá por siempre, así no la ejerza. Obviamente hicimos nuestra presentación para quedar mano a mano con Francisco.

La caminata, muy difícil por cierto en sus tres primeras horas, debido a lo empinado del terreno, se va llenando de extensos bosques nativos con sus ardillas, una de las cuales, de raro color negro, nos dio la bienvenida, la gran variedad de pájaros, entre ellos una manada de gulungos, famosos por su plumaje negro y su pico, alas y patas amarillos. No había tramo en el que no saliera del bosque el trinar de alguna ave o se sintiera el movimiento de hojas producido por algún animal que se escondía a nuestro paso.

Al llegar a terrenos de la vereda El Astillero nos encontramos a nuestra izquierda un amplio y extenso paisaje que nos acompañará durante gran parte del recorrido, compuesto por montañas, fincas, pinares que copan toda nuestra capacidad visual, las marraneras tan comunes por esta zona, invernaderos repletos de flores y mucho cultivo casero de hortalizas. En una de las montañas se destacan las antenas del cerro del Padre Amaya, lo que nos desubica con relación a nuestra posición. Obviamente la conversación de la caminata sigue girando en torno a los temas religiosos, políticos y sociales, lo que la hace más agradable e interesante.

Hablando de marraneras, pasamos por el lado de una de tantas, y observamos las enormes marranas dedicadas exclusivamente a la producción en serie de marranitos, razón por la cual cada marrana tiene como espacio una estrecha celda que no le permite moverse, con el fin de evitar que ahogue a las crías, según nos lo explicó una de las encargadas, que entre otras le está cayendo muy bien la carnita frita de marrano. Esta situación generó la justificada protesta de Juanfer, defensor de oficio del reino animal, quien en cada caminata y siempre que encuentra una situación injusta contra los animales, de inmediato la emprende contra el amo abusador. Ahora comprenderán porque nuestros cayados tienen una doble misión.


Teniendo a san Antonio de Prado a tres horas de camino continuamos el recorrido por pura bajada, en la cual constatamos que por aquellas tierras también llega la alcaldía de Medellín, con la construcción de huertas comunitarias y escuelas, una de las cuales quedo captada en la lente de Polaroid Zuluaga.

Poco antes de llegar a nuestra primera parada encontramos a un grupito de seis niños que venían con la mamá de dos de ellos y tía del resto, allí se agotaron nuestras precarias existencias de bombombunes y la abundante existencia de manzanas que llevaba Francisco, las cuales quedaron en muy buenos paladares. A la cuadra llegamos a la truchera Pizarro, en donde muy bien recibidos por la pareja de propietarios, instalamos nuestro campamento de descanso.

Allí pudimos apreciar la algarabía de las truchas cuando les echan el concentrado, espectáculo circense captado por la cámara de Luisfer. En el descanso Francisco aprovecho para repartirnos un delicioso pan árabe acompañado con un exquisito queso crema; y como les parece el detalle, hasta llevo cuchillo para untarlo. En medio del pan, el queso y las cervezas surgió la palabra del propietario del estadero, para informarnos sobre otras caminatas que se pueden hacer por esta región, las cuales posiblemente en un futuro harán parte de nuestro menú.

Por un lado de la truchera hace su presentación en sociedad la quebrada la Larga, de cristalinas aguas, la cual viene desde el bosque nativo recogiendo todos los arroyos, y que mas adelante se junta con la quebrada La María, un atractivo turístico por los famosos charcos que son aprovechados para hacer los tradicionales paseos de pelota de números y sancocho en fogón de leña. Además del paisaje que nos brinda, pues en forma elegante se abre paso por entre los frondosos árboles.

Es importante anotar que el recorrido de esta caminata es en forma de herradura, porque al llegar a la cima de las montañas en la vereda Astilleros, se comienza a caminar por el plan hacia el Sur, luego comienza la bajada que hace las veces de la curva de la herradura hasta llegar al llano en donde nuevamente cogemos el plan en dirección al Norte, es decir que uno comienza a devolverse. Esta extraña forma de la carretera la venimos a comprender cuando divisamos a lo lejos a San Antonio de Prado, el cual esta tapado por una montaña localizada en el llano, de ahí que desde la parte superior de la montaña no se alcanza a mirar abajo la población, situación que desubica por completo a quienes transitan esa vía por primera vez.

Entre paso y paso encontramos a nuestra derecha una hermosa cascada con una caída libre de mas de 30 metros, cuyo ruido nos hizo cambiar de lado para admirarla mas de cerca, pero cual sería nuestra sorpresa por la hediondez a estiércol de marrano de tan aparentes cristalinas aguas, una muestra clara de la indolencia de los propietarios de estos rentables negocios que vienen contaminando la quebrada la María, la cual como ya se anotó, sirve para el deleite de los bañistas.

El trayecto final es una subida exigente, la cual atacamos no sin antes hacer la última parada en una de las fondas camineras, para tomar una refrescante gaseosa acompañada de la tradicional picada de chitos y escuchar los primeras noticias del programa radial Wbeimar lo Dice, es decir eran la una de la tarde, lo que se traduce en cinco horas de puro caminar.

A las 2 pasadas plantamos cayados en el parque principal de san Antonio de Prado, entre otras, orgulloso parqueadero de la flota de colectivos mas titina que tenga municipio o corregimiento alguno, todos ellos marca Renault 9, mas bien tenidos que el Ferrari de Rasguño. Siguiendo con el parque, comentaba Juanfer que éste es tan empinado e inclinado que los carros allí nos los parquean sino que los arrodillan.

Luego de asistir a la iglesia, que a esa hora albergaba a varios grupos de niños y jóvenes que asisten a la tradicional práctica del catecismo, pasamos a manteles al restaurante El Hospital, nombre que nos obligo a pedir cuatro transfusiones de sopa de tortilla e igual número de secos vía intravenosa.

La verdad que el almuerzo estuvo a la altura de la más complicada operación de corazón abierto, todo muy bien acompañado de suero de maíz, o claro para ser más explícitos, o cervecitas o el infaltable Mr. Tea; que pena, olvidaba mencionar los bananos y los bocadillos envueltos en guasca, los mejores. Les informo que Francisco quedo descrestado con el claro, por lo que Cervunión, que está a algunas cuadras, perdió un cliente. Ahí están las fotos como testimonio gráfico de que los Todo Terreno, definitivamente no salimos a sufrir, así amigos como JuanCé Mejía traten de calificarnos como un grupo de barrigones que salimos en calzoncillos largos a caminar por estas tierras de mi Dios.

Cancelados los $32.000 del almuerzo, incluida la propina, los cuales pagamos de la tradicional vaca que hacemos al comienzo de cada caminata, nos enrutamos para la Terminal en donde cogimos uno de los buses que alimentan el metro. Un poco mas de media hora, aprovechada para la siesta por parte de Francisco que parece se da la mano con Olayita en el arte apagar el ojo así sea parados en la punta de un alfiler, y llegamos a la estación Itagüí, en donde de paso observamos la obras de ampliación que viene realizando el metro.

Superada la congestión de usuarios y agotada la vaca con la compra de los tiquetes, arrancamos rumbo a Medellín. En la estación Aguacatala se bajó el Zuluaga y el resto de la tropa en la estación san Antonio, allí cogimos la línea B hacia el occidente, yo me baje en la estación Estadio, Francisco, quien se ganó el derecho a caminar con nosotros cuantas veces le sea dado, se bajó en la Floresta y Juanfer en San Javier. En el trayecto comentábamos que curiosamente habíamos hecho una caminata de siete horas sin salir de Medellín, escasamente cinco minutos para pasar por Itagüí.

Cuando llegue a la casa saludé a mi esposa y le comenté: ¡uuummm! ¿A que no te imaginas quien nos acompañó a la caminata de hoy?

Hasta la Próxima

Jorge Iván Londoño Maya

Caminata La Quiebra del Guamo - Damasco - La Pintada

Fecha: sábado 22 de septiembre de 2007

Integrantes: Luis Fernando Zuluaga Z. (El ojicontento)
Carlos Alberto Olaya B (El Polaroid) y Juan Fernando Echeverri C (Juanfer)
Nombre: Turismo, Paz y Esperanza.

En una mañana fría con rastros del invierno que nos azota por esta época, los caminantes Todo Terreno, con la obligada ausencia por quebrantos de salud de nuestro compañero Jorge Iván Londoño Maya (El Lobato), nos encontramos en nuestra Terminal del Sur, donde luego de degustar un trío de cafecitos, para mamarle gallo a las ayunas en que nos encontrábamos, compramos tiquetes en Transportes los Farallones, hasta la vereda la Quiebra del Guamo, perteneciente al Municipio de Santa Bárbara en el suroeste Antioqueño y en plena ruta de café, carbón y arriería.

Compramos un ejemplar de El Colombiano, el cual por la premura no leímos procediendo a guardarlo en uno de nuestros morrales, para ser leído y degustado más tarde, así como también soñábamos con un desayuno de “recalentao” a bordo de carretera, cuando iniciáramos la caminata que teníamos trazada.

Siendo las 7:17 a. m. abordamos una blanca buseta de Transportes Los Farallones, la cual prendió motores e inició su marcha rumbo a nuestro destino, buscando la Autopista Sur y de allí hacia el suroeste, donde el aroma del café cada día decae para dar paso al aroma de lujosas fincas, hermosos pastizales, muy bien montadas ganaderías y los infaltables criaderos equinos, todo esto mezclado con algunos cultivos de frutales, los cuales demarcados por cercas vivas, encierran esos lujos importados de la ciudad y que poco a poco se van tragando una tradición que levantó este pedazo de Antioquia, a paso de arrieros y pulso de montañas.

Muy agradable el viaje sin lugar a dudas. Conversado, relatado, cambiando de tema como se cambia de camisa y rememorando pasadas caminatas, experiencias y tantas cosas bonitas que hemos vivido y conocido, haciendo pausas para lamentar la ausencia del Lobato, ya que caminata sin él, es como mazamorra sin dulce de macho o campeonato de fútbol sin el verde.

De pronto y sin darnos cuenta, así “como el roce de un ala sobre el viento”, una voz varonil dijo: ¡La Quiebra! Efectivamente habíamos llegado al final de nuestro principio de destino.

Nos apeamos de la buseta, luego de despedirnos de los pasajeros y ante el acoso de nuestras tripas, que traqueaban y chirriaban, pidiendo algún bocado por amor a Dios, nos dirigimos al Estadero Gloria, para buscar un suculento desayuno, como ya es nuestra costumbre; pero ¡oh! sorpresa, allí no había sino gaseosa, chitos y papitas de paquete y el lugar más cercano donde podríamos encontrar algo, estaba media hora más abajo, más media de subida, sería una hora perdida en el itinerario.

En consecuencia, y “como en tiempo de escasez el mico come chumbimbas”, no quedó más remedio que aceptar el microscópico y poco grato desayuno, el cual hubiera sido rechazado por un gamín desplazado. ¿Y Qué podíamos encontrar en un negocito caminero, al cual se le puede hacer el inventario montado en la buseta y a 100 kilómetros por hora? Es decir y resumiendo: Donde Gloria se come, pero el hambre a uno.

Así, resignados y “con más filo que un piojo en una peluca”, pero con la consoladora esperanza de encontrar alguna cosita para comer más adelante, iniciamos siendo las 9:40 a. m. nuestra marcha, por un camino veredal, muy empinado, como ascendiendo al mismo cielo, empedrado finamente y rodeado de algunas casitas y exuberante vegetación, la cual nos iba mostrando lo hermoso del paisaje que nos tocaría apreciar, que para nosotros es suficiente para disimular el hambre o el cansancio, ya que ese es uno de nuestros mandamientos como caminantes: Amar y admirar nuestro paisaje, el cual nos pertenece, como a nosotros mismos.

Así, con los cayados bien aferrados, el paso seguro, la alegría en nuestros rostros, el constante parloteo en nuestros labios y la mirada al frente, nos fuimos devorando aquella loma, por cierto exigentemente bella, mientras arriba el firmamento más azul que nunca, permitía que el sol se asomara por entre algunos pañuelitos de nubes blancas, para saludar a los caminantes, dejando caer sus rayos sobre nuestras espaldas, sin herir las mismas, ya que el clima era delicioso.

Después de mucho caminar y con la presencia de ese paisaje tan propio de esta zona, la cual viene dándole paso abierto al turismo, con la presencia campesina, niños en el camino, jardines en flor, algunos pequeños hatos ganaderos, el canto aislado de chicharras, el trinar variado de los pájaros, la presencia de alguna aguas que se desprenden de la montaña y el verde oscuro del bosque nativo en la distancia y los hermosos cerros del suroeste Antioqueño, casi exclusivos por sus formas y perfiles de cortes definidos y asientos aislados, se negaban a salir de su encierro de nubes, los cuales encerraban sus picos caprichosos; el terreno se volvió más amable y empezó a bajar poco a poco, mientras el infaltable “mono Jaramillo” le subía el voltaje a sus parrillas y ahí si, hirió nuestras espaldas.

Tramos con pantano en la vía, flores por montones, cítricos, guaduales y guayabales, el mugir de las terneras, las marraneras, el cacareo de las gallinas y en los corredores amplios y humildes de las casas, algunos canes, que perezosos boleaban sus rabos al paso de los caminantes.

De pronto y cual Alonso de Triana, un grito rompió el silencio: ¡Doña Cervecita!!!! Yo sabía que no nos faltaría y efectivamente, como a doscientos metros, se dejaba ver el aviso de un estadero, los cuales saltan a la vista y al olfato del Zuluaga, aviso éste que a medida que nos acercábamos nos dejaba ver su nombre: ESTADERO GUDALEJO, Venta de Lotes – Riñas de Gallos-

Entramos al lugar y efectivamente, nos dejó sorprendidos. Muy bonito y bien presentado. Todo en madera y guadua, muy típicamente arreglado y en el medio del inmenso local, un redondel, si, la gallera para las crueles riñas de gallos y en los alrededores que desde su altura divisábamos, hermosos cultivos de café y guadua, el acero vegetal esta última, cultivo que se ha venido promocionando e incrementando en Antioquia, el cual poco mantenimiento requiere, amarra la tierra, retiene el agua, brinda sombrío, se utiliza en construcción, cercos y artesanías y bien explotada, es una rentable fuente de ingresos para quien la cultiva. Así mismo, como a unos treinta metros, retozaba una pequeña recua de mulas enjalmadas, esperando su pesada carga, para alivianar la vida de sus amos. Pedimos tres cervecitas bien heladas las cuales bebimos con ansias casi dolorosas, mientras el Polaroid Olaya, hacía robos minúsculos al paisaje y al entorno, con el click de su cámara.

Refrescados nuestros “radiadores” y recobrados los nunca perdidos ánimos, reiniciamos nuestro camino por un sendero lleno de columpios, los cuales se fueron tornando en una impresionante bajada, siempre enmarcada de paisaje, pero soportada en una arenilla fina y suelta, la cual fue aprovechada por el Polaroid Olaya, para mostrarnos sus cualidades de patinador, sin dejarse ir a la lona o mejor a la arena.

El despeinado e inclemente “Jaramillo” seguía calentando, nuestras camisetas se emparamaban de sudor, el cual cruzaba a chorros por nuestras caras y se incrustaba ardientemente en nuestros ojos, al mismo tiempo que los últimos regazos de nubecillas blancas, abandonaban los cerros para dejarlos desnudos a la dulce apreciación de nuestros ojos.

Cerro Bravo, El Combia, El Sillón, El Pilón, La Teta y otros muchos no identificados, pero lo que si puedo afirmar, es que el hermoso Cerro Tusa, en su independencia piramidal, no se dejó ver, ya que como cosa rara, casi siempre lo tapa el Cerro Bravo, requiriendo distancias y ángulos especiales para poder apreciar su pico, ese que ya hemos besado los Todo Terreno, para izar en el mismo, las banderas de Colombia y Antioquia.

Caminar, caminar y andar con paso seguro y nuestra mirada en el camino, pronto algunos chorros de humo blanco y el incremento de casitas, nos mostró la presencia de Damasco, ese hermoso corregimiento de Santa Bárbara, llamado “El pesebre Paisa”, donde la navidad un día se le escapó a la estrella para quedarse a vivir en este remanso de paz, sin pastores, sin mula, sin buey, sin musgo y sin “Divino Infante”, para dotarnos de un refrescante oasis de ayer, en el recalentado bullicio de hoy.

Damasco, Damasco: increíble que en tus calles el silencio se vuelve oración, la oración plegaria, la plegaria un milagro y el milagro toda una historia de café, arrieros, mulas y abuelos, de esos que nunca claudicaron ante el empuje que les obligaba domar una geografía cortada a golpe de plomada.


Allí en Damasco, visitamos la Iglesia de Santa Ana, hicimos nuestras oraciones de acción de gracias, tomamos fotos, admiramos las casitas y sus calles y nos dirigimos al Granero Damasco, donde nuevamente refrescamos nuestras gargantas, para seguir el camino por la vereda La Delgadita, rumbo a Cerro Amarillo, buscando nuestro destino final en la Pintada, no sin antes haber tenido contacto con un miembro de nuestro glorioso ejercito Nacional, el cual hace presencia en el lugar, para garantizar la Política de Seguridad de nuestro Presidente, la cual tan excelente resultado ha dado en toda esta zona, que en otra época estuvo en manos de maleantes

En medio de un calor sofocante, de cerros imponentes, verde naturaleza, humildad campesina y caminos contaminados por afiches politiqueros, muy entendible por la época, prometiendo pavimento, empleo, inversión social, el oro, el moro, acueducto y obviamente el raponazo final y la cruel decepción, divisamos a lo lejos las turbias y crecidas aguas de La Sinifaná, más allá un impresionante brazo del Cauca, que parece incrustarse entre dos colinas y al fondo, lejos muy lejos y tímidamente cubiertos por alguna neblina, como príncipes empolvados, aparecían los farallones de La Pintada, resaltando el Monte Negro, con sus caprichosas formas, verdadera proeza del creador y allí mismo, se vislumbraban blancas como puntitos de nieve, algunas casitas del joven municipio.

¡Que calor para el cuerpo carajo!! Pero que frescura para el espíritu, poder gozar estas caminadas, con corte turístico y ecológico que nos enamora del paisaje y nos hace unos privilegiados, máxime cuando desde una altura ene pudimos divisar la inmensidad del Cauca, el cual orgulloso dejaba ver sus amarillentos torrentes y sus meandros gigantes, pringados de listones de espuma blanca que se rompe en mil pedazos contra las piedras. Allá la Pintada y a un lado los Farallones.

Desafío del cansancio y el sofocante calor fue esta caminata, pero como no hay “plazo que no se cumpla, deuda que no se pague, ni camino que no termine”, poco a poco, pero a muy buen paso, nos fuimos metiendo en ese camino que nos fue acercando a Cerro Amarillo, el mismo que conocimos en una caminada pasada, pero saliendo desde El Noventa, allá en la carretera principal, y en un paisaje adornado de hermosas y bien tenidas ganaderías de cebú perla.

El Cerro Amarillo, nos mostraba a lo alto su perpendicular altura, esa que le da el nombre al mismo, mientras abajo y en el sitio denominado “La Puerta”, los todo terreno cruzábamos por unos inmensos guayabales repletos de ganado vacuno, acercándonos cada vez más a nuestro destino, mientras degustábamos las más deliciosas guayabas maduras, sustituto de nuestro desayuno imposible en El Estadero Gloria y delicioso aperitivo al almuerzo que nos esperaba en “La Antesala Turística del Suroeste: ”la Pintada”.-

En medio de un camino conocido por nosotros y por el cual en otros días cruzaron los carros de los dueños de las hermosas haciendas, bordeado de tachuelos, ceibas, búcaros, palmeras, corozos y campanos, llegamos a la carretera principal, para iniciar nuestros últimos cuarenta y cinco minutos rumbo a la Pintada, acompañados a un lado por el Cauca y al fondo por los misteriosos farallones, que parecían querer jugar a las escondidas con nosotros, ya que se perdían a nuestros ojos, para aparecer a nuestras espaldas, a mano derecha o a mano izquierda y todo explicado por el constante zigzaguear de la carretera.

Entramos al Hotel y Restaurante “El Portón de La Pintada”, donde nuevamente refrescamos radiadores y gargantas, para continuar nuestro paso esperanzado, en poder cruzar el puente sobre el Cauca, ese que teníamos tan lejos y tan cerca, pero que al fin nos brindó apoyo en sus barandas, su paisaje, el rugir de sus aguas crecidas y esos cúmulos de garzas blancas en los árboles de sus orillas, que semejaban gigantescos algodones de azúcar ofrecidos al paisaje.

El sol ya había bajado de tono. Sus rayos se clavaban leves y en diagonal sobre el entorno, el calor no cedía, como tampoco nuestros pasos, los cuales se detuvieron hasta llegar al estadero y restaurante SALPICOLANDIA, donde las frutas tropicales, los jugos, salpicones y helados, son un derroche de buen gusto.

Acomodados en una amplia mesa del establecimiento citado, los Todo Terreno, pedimos tres inmensas copas rebosadas de delicioso jugo de mandarina helado, el cual repetimos con otras dos nuevas porciones, para luego recurrir a la carta. Todo un lujo, digna de reyes y caminantes, con deliciosos platos distribuidos así:

El Ojicontento Zuluaga y el Polaroid Olaya, devoraron sendos platos de carne, sopa, ensalada, arepa, arroz, papitas y más jugo de mandarina helado. Y para Juanfer, tremendo sancocho de bagre, con arroz, ensalada y arepa y más jugo de mandarina, manjares estos que no dieron un brinco.

Llenitos del estómago, contentos del espíritu, satisfechos por el deber cumplido, cargados de experiencias y recuerdos y con ánimos como para devolvernos a pie, lástima la hora.

Bullicio y mucho progreso en La Pintada, un joven municipio que ha sabido aprovechar su potencial turístico y que vale la pena conocer, besado por el Cauca y arropada por los farallones, provista de hosterías, hoteles, camping, restaurantes, estaderos y muchos atractivos además de un gran clima cálido; pero que adolece de un buen servicio de acueducto, no obstante estar ubicado al lado del segundo río de la Patria.

Enrutamos cayados y dichas hacia el Hotel Calamarí, donde se venden los tiquetes de Transportes Los Farallones, para nuestro regreso. Allí fuimos atendidos amablemente por la administradora del establecimiento, quien quedó prendada con mis nietos: Sarita y Jerónimo, mascotas de los T.T. y cuyas fotos cuelgo sobre mi pecho en estas caminatas. Nos ofreció agua, tinto, agua aromática y luego nos mando entrar, para esperar la buseta, la cual demoraría una media hora. allá en la parte trasera del hotel, al lado de la piscina, acomodados en mullidos sillones, con una vista hermosa de los farallones, es decir, nuevamente tratados como los que somos: Príncipes y Caminantes y es que no es para menos, cuando nuestra presencia, no pasa desapercibida en esos lugares que visitamos.

Aprovechamos este tiempo para leer El Colombino, el cual sacamos de uno de nuestros morrales, y a fe que lo leímos más no lo disfrutamos, ya que, en estas épocas de ambiente de política…..mejor dejemos las cosas así y esperemos que el tiempo enmiende, lo que el entendimiento no comprende.

Al llegar la buseta, nos despedimos de la Administradora del Hotel Calamarí, a quien nunca olvidaremos por su amabilidad, abordamos la misma, la cual rauda partió rumbo a Medellín y en su carrera y al llegar al puente, observamos una gran valla, en la cual se informa que próximamente se construirá un moderno acueducto para el municipio, lo cual llenó de satisfacción a los caminantes, a quienes les duele la pobreza y el abandono de nuestros pueblos, en un medio donde la riqueza se reparte tan desigualmente.

Luego en mi casa en Medellín y comentando nuestras experiencias, mencioné lo del acueducto, a lo que me replicó mi nuera y madre de Sarita, muy vinculada con La Pintada: “Don Juan, siempre que hay elecciones ponen esa valla, pero el agua nunca aparece”.

Excelente, gracias a Dios, fue el viaje de regreso a nuestros hogares e inmediatamente comenzamos a pensar en nuestra próxima salida.

Un colombianísimo saludo a todos,

JUANFER

Medellín, 22 de septiembre de 2007