Crónica Concepción - Alejandría

Puntuales como Ingleses, a las 6.40 am del sábado 21 de Febrero, estábamos los Todo Terreno en la Terminal de transportes del Norte, dispuestos a viajar al Municipio de Concepción, para desde ahí caminar hasta Alejandría, municipio situado al oriente de éste a unos 17 kms de distancia.


Luego de unos pericos con de a medio buñuelo y dos tintos calienticos, abordamos el bus de la flota San Vicente que presta servicio por esa zona uniendo a los municipios de Concepción, San Vicente y Alejandría. A las 7 a.m. salimos de la terminal y a las 8 a.m. ya estábamos iniciando la subida al alto, luego del obligado paso por Barbosa en busca de pasajeros. Esa doble calzada que ya casi llega al Hatillo es una maravilla.

Bueno, empiezan los dolorosos; La vía estrecha, los derrumbes constantes generados por el invierno, los baches como trincheras que adornan la carreterita, hacen pensar y decir todo tipo de cosas relacionadas con el Ministerio de Obras Públicas, hoy convertido en Monasterio de Obras impúdicas por obra y gracia de Fray Marinilla, que lo único que ha hecho por Antioquia es el intercambio vial de ingreso a su municipio, sostener al pícaro de Invías en el puesto y muchas promesas para que cumplan los que lo reemplacen.

Discutiendo el asunto de pronto nos vimos envueltos en un manto de neblina espesa y una lloviznita de esa que “no moja”, dándole un aspecto más tétrico a la subida por esa trocha resbalosa. Hay que decir también, para beneficio de los responsables, que por tramos se encuentra obras de mejoramiento y de preparación para recibir asfalto, que esperamos no se pierdan como ha ocurrido tantas veces.

Por fin llegamos al alto, desde donde empezamos el descenso haciendo recogida de pasajeros con destino al pueblo en medio aún de la llovizna y la neblina espesa durante un buen tramo que luego se despejó dejando un paisaje mañanero, lleno de verdes hasta el pueblo.


Justo a la entrada de Concepción, un destacamento de la Policía Nacional nos detuvo para una requisa, por lo que decidimos acabar de llegar a pie, luego del trámite policial. Preguntando se llega a Roma, y preguntando por un desayunadero responsable llegamos hasta el hotel y restaurante Doña Pascuala, en donde ya tenemos crédito y prontito, prontito, estábamos desayunaditos y en camino hacia Alejandría.


Salir de Concepción por el laberinto de callecitas hacia Alejandría o estar de visita ahí, es como pasar por una galería fotográfica: Cada puerta, ventana, ojo de cerradura, tejados, los balcones, los jardines en ellos, las calles empedradas, merecen que el caminante se detenga a observar el colorido, la textura, la filigrana en las tallas, el estilo, la arquitectura…En fin, la historia. Cada paso merece una foto, o por lo menos un espacio en la retina para memorizar la belleza circundante. La amabilidad de la gente es otro valor agregado a la belleza del hermoso pueblo. Recién salidos, nos encontramos la valla que nos indicaba que la ruta tenía 16 kms desde ahí hasta Alejandría. Un paisano preguntado nos dijo: 4 leguas, ni más ni menos, teniendo como una legua el camino recorrido en una hora.


Dateados, emprendimos el camino a paso raudo por la carreterita en mejor estado que el tramo anterior, en medio de casitas campesinas bordeadas de jardines florecidos y pintadas con colores alegres en su mayoría y muchos árboles de guayaba en cosecha que nos acompañaron por todo el recorrido. Un murmullo constante se vuelve compañero de viaje por largo rato; es el río “Concho” apodo cariñoso del río Concepción que desciende cantando por la cañada entre peñascos y bosque nativo ocultándolo a nuestros ojos, pero que nos arrulla con su música limpia mientras descendemos y desciende él hasta un vallecito que se abre varios kilómetros adelante.


Los caminos de nuestra Antioquia están bordeados siempre de ese verde tan escaso en otras partes, pero que en nuestro territorio y específicamente por estos lados, se convierte en sinfonía de múltiples tonalidades y asistida en su orquesta por los jardines campesinos, abundantes en colores y especies; con lo que el camino se convierte en un paseo por un jardín botánico en el que cada recodo compite por sobresalir en belleza, aroma y colorido. Las casas campesinas de diferentes tamaños, estados y estilos, cuentan la historia de la región. Los pájaros, abundantes y en especies diferentes son el resultado de la conservación de sus santuarios y de la concientización de la población campesina de la importancia de éstos como controladores de plagas.

Subiendo y bajando por pequeños columpios del camino, fuimos avanzando y en un recodo escuchamos una algarabía inusual, pero no tuvimos tiempo de imaginar nada, porque de pronto, desde un Guayabo alto sobre la derecha, una gallina salió volando en medio de un estruendoso cacareo y fue a aterrizar en un Naranjo a la izquierda del camino; antes de que terminara de caer y desde el mismo Guayabo, un gallo también salió volando y fue a caerle encima a la desdichada gallina que de ninguna manera se pudo librar del asedio del amo del corral. Así son las cosas en el gallinero; el gallo pone las condiciones y la gallina los huevos. Dicen que las gallinas son aves de corto vuelo, pero con toda seguridad estos dos especímenes volaron por lo menos 12 metros de árbol a árbol. Ya sea porque él manda o por amor, pero que volaron, volaron. Las conclusiones quedaron divididas entre las de Gallina Voladora y Gallo Violador.


Siempre con “El Concho” a la derecha y por un paisaje con pocos cultivos pero con algo de vacunos, vamos viendo que muchas quebraditas y riachuelos rinden sus cauces a nuestro compañero de viaje; unos caudalosos, otros no tanto; unos raudos y tronantes, otros serenos, pero eso sí; todos muy limpios y con sus cuencas nativas muy cuidadas y protegidas. De tanto en tanto, vallas institucionales de Cornare, daban cuenta de su labor en la zona. De pronto el terreno hace encajonar de nuevo al “Concho” y de nuevo ruge por entre las peñas. Un vallado de eucaliptos de gran altura hace sombrío sobre el camino formando un sendero y el murmullo del agua entre las peñas le dan una connotación poética inigualable al lugar, lo que lo hace inolvidable. Caminando y conversando nos encontramos con un camino a la derecha luego de pasar un quebradita y ahí Juanfer nos dice que más arriba por ese camino hay unas cascadas y especialmente una que se llama “El Manto de la Virgen”, hasta donde él subió alguna vez con su esposa en unas vacaciones. Ni cortos ni perezosos giramos a la derecha luego de confirmar con una amable vecina y fuimos a buscar el manto. Subimos durante 10 minutos y si, allá abajo hay unas cascadas entre peñascos, pero el manto como que lo estaban lavando, porque no alcanzamos a verlo. Juanfer dice que es desde abajo que se ve. Hubiéramos ido quebrada arriba entonces.



Vamos avanzando mientras hablamos sobre los sucesos noticiosos de la semana que termina; Lobato reparte bombombunes a cuanto muchachito se encuentra; Zuluaga y yo robamos guayabas, Juanfer des Piedad za a los enemigos del gobierno, y Olaya toma fotos a todo lo que se mueva o no se mueva, para luego brindar todos con “Guandolo” ahora reformulado en los laboratorios Londoño & Maya, y con granadillas de la cosecha de Zuluaga por lo hermosa de la caminada. La gente que nos encontramos por el camino, ya sea en sus casas o de paso, muestran cierto grado de desconfianza con los caminantes y un muro de hielo se levanta entre ellos y nosotros, que sólo cae cuando saludamos sin aprehensión y desenfadamente, especialmente a los niños que ven un bombombum y no hay muro que valga. Ya más tranquilos, nos cuentan sus historias y contestan a nuestras preguntas sin problemas. Merece especial mención el caso de dos damas entraditas en años y con pinta de ciudadanas en vacaciones campestres que nos encontramos en una recta del camino; nos saludan alegremente y de inmediato entablamos conversación en la que nos ofrecen en venta su finca de recreo con dueña incluida… Nos enciman como gabela adicional su pensión y una casa en Medellín y ni siquiera con eso lograron conmover nuestros despreocupados corazones. Sin embargo, con las indicaciones de las oferentes, buscamos la finquita de recreo, pero no pudimos dar con ella.


En una casita con tienda pensamos encontrar refrescos y de pronto una cervecita, pero lo que nos encontramos fue un montón de muchachitos que por poco terminan con las chocolatinas de Juanfer y unas jóvenes bien agraciadas por cierto que respondieron con evasivas cuando les preguntamos que de donde salía tanto muchachito. De cervecita nada. Seguimos el camino al paso de dos de ellas y uno de los niños y en un recodo se entraron por una portada de una finca que lucía un nombre bien polémico por estos tiempos: “El Corralito” No nos dimos por aludidos y seguimos de largo.


Sobre un puente sobre el río Nare encontramos a varios motociclistas aperados con anzuelos y cañas, pescando en las límpidas aguas de un charco bajo éste. Ya más adelante, desde un altico alcanzamos a ver la confluencia del “Concho” con el Nare en un hermoso vallecito rodeado de cerros bien arborizados y mangas con ganado vacuno. Estábamos muy cerca ya de nuestro destino; al poco rato nos encontramos una valla indicando 16 kms a Concepción y diagonal a ésta, otra marcando: Alejandría 1km.


Un poco más adelante la carretera se convierte en calle empedrada con todas las de la ley y un mural al fondo da la bienvenida a los visitantes contándoles además que recién en 2007 cumplió 100 años de vida municipal, lo mismo que otros datos de interés. Ya más cerca del pueblo, sobre la izquierda después de un recodo, se abre un paisaje de fantasía con un pequeño valle que forma el río Nare cuya corriente serena corre por entre verdes pastizales en los que algunos vacunos pastan despreocupadamente y un poco más arriba, a la derecha, el pueblo como un pesebre domina todo el lugar.

A veces no es suficiente la buena voluntad de ciudadanos y gobernantes en embellecer sus entornos municipales; quedan entre los habitantes de pueblos hermosos como Alejandría algunos sujetos resentidos que resguardados por la impunidad de la soledad y de las sombras; por puro placer o simple mezquindad, dañan, destrozan y acaban con las cosas buenas que los demás han construido. Llegar después de 4 horas de camino a la entrada de este municipio impresiona gratamente por lo limpio y hermoso del entorno; sin embargo mirando bien, se encuentra el visitante con que las luminarias o faroles que adornan e iluminan la entrada del pueblo, tienen los vidrios quebrados y los bombillos han sido robados o destruidos cuando no es que falta parte de la luminaria.


De verdad Alejandría impresiona por la limpieza y amplitud de sus calles, a excepción de los habituales recuerdos coprológicos de caballares abundantes en la zona. Entrando al parque un gran Guayacán rosado da la bienvenida y el bullicio propio de una tarde de sábado nos invita a sus amplios espacios llenos de jardín bien cuidado y arborizado.
Camino al templo parroquial y sobre la derecha al fondo del parque, sobresale un obelisco que al acercarnos nos cuenta en sus grabados la historia del pueblo en imágenes, coronándose el monumento con la figura de un pez que salta. El pedestal de la obra está forrado en placas de granito negro que tienen tallados en letra de estilo todos los datos importantes del pueblo sobre sus fundadores, gobernantes, etc.


Acto seguido entramos al templo, imagen y figura de la comunidad: Sencillo, amplio y limpio. Se respira paz y armonía en sus espacios. Damos gracias por haber llegado con bien y salimos a buscar almuerzo. En la búsqueda preguntando por un buen lugar, nos admiramos aún más con la amabilidad de la gente. Varias opciones nos son ofrecidas y al mismo tiempo nos recomiendan hotel, la visita a los charcos aunque los están remodelando, las divisas desde las esquinas sobre el vallecito que forma el río Nare y que disfrutemos del amplio quiosco en el parque. No nos gustó el Quiosco por lo bulloso y nos fuimos al “Café Social” desde donde se divisa todo el parque y la música es a un volumen audible y la atención es amable. Como estábamos cerca de la oficina de la empresa de transporte, aprovechamos y compramos los tiquetes de regreso. La llegada de soldados del Ejército de Colombia hace sentir la presencia del estado y la seguridad para habitantes y visitantes.


Tomado un refresco y conversado con algunos parroquianos, fuimos al “Hotel Turismo” en donde dos amables señoras nos atendieron con Sopita de sancocho, fríjoles y bandejas bien surtidas. Todo de excelente calidad y sabor. El hotel como tal no nos gustó mucho, pero esa no era la idea. Llenitos y con buen tiempo a favor, volvimos al parque y de ahí por una de las calles aledañas especialmente empinadas, bajamos y pasamos por el hospital rumbo a los charcos tan famosos. Dan gusto las calles tan limpias y bien cuidadas con sus aceras y zonas verdes. También sus basureras en los postes y unas bancas de concreto para el disfrute de moradores y visitantes en un barriecito nuevo al lado de la vía a los charcos y ya llegando a ellos, un puente construido en Guadua con techo de zinc da paso sobre la quebrada. Dos motos con tres policías pasaron a nuestro lado saludándonos mientras caminábamos y al rato estaban de regreso cumplida su ronda. Con los crespos hechos y el chingue guardado en el morral porque los charcos estaban en remodelación, admiramos la obra, conversamos con algunos de los obreros que nos contaron que en mes y medio estaría listo el trabajo. Quedamos de volver.


Regresamos sobre nuestros pasos y de nuevo en el parque nos dedicamos a admirarlo mientras lo recorríamos y de nuevo nos sentamos en el Café Social y pedimos tintos. Muy rico. Verdadero café de pueblo, cargaito y caliente. El mío sin azúcar. Conversando con el cantinero nos dieron las 4.30, hora de partida hacia Medellín y abordamos el vehículo que nos llevaría pasando por Concepción de nuevo. A las 4.40 arrancó el viaje y en cosa de 40 minutos estábamos en Concepción. El ágil conductor, cual piloto de carreras, devoró los kilómetros de la estrecha vía volando. Del mismo modo, volando entró a Concepción por entre las callecitas estrechas y uno no se imagina como puede un pueblo conservar los aleros de sus casas incólumes a esas velocidades y en esos carros tan grandes. De la misma manera que entramos, salimos después de recoger algunos pasajeros y ya vamos rumbo a Medellín. En la flota nos dijeron que el viaje está programado para 3 horas y este sujeto nos puso en la estación Niquia del Metro en 2.30 horas. Lo preocupante es que la vía desde el alto hasta Barbosa está en muy regulares condiciones y los abismos se te meten por debajo del asiento; claro que el paisaje es bellísimo y el atardecer nos regaló unos arreboles crepusculares de postal.

Ya en Nuestro Metro estamos como en casa y antes de las 8 pm. les estoy contando mis impresiones a mis mujeres.

José María Ruiz Palacio

CRONICA SAN VICENTE FERRER - GUARNE


Fecha: sábado 14 de febrero de 2009


Nombre: Fantasía de siete cueros, paisajes y fresas para saludar la Puerta del Oriente.


¡Ey!! Juanfer... ¿Qué hora es? Me sacó de mi momentánea concentración nuestro rector Luis Fernando ZuluagaZuluaguita”, para darme cuenta que estábamos montados en una “busetica” de Transportes San Vicente, muy bien cuidada, pero como que se encogió con la lavada, ya que parecía para uso de “guardería” y como tal, mis rodilla quedaban totalmente prensadas contra el espaldar de la banca de adelante.

Son las 7:30 a.m. Respondí, mientras aterrizaba y es que luego de haberme perdido las tres últimas caminatas, para darle cumplimiento a mi obligación de tomarme las vacacioncitas de rigor, a uno como que se le oxida hasta el “tercer piso” luego de tanto descansar.


Efectivamente me llegó la imagen de Carlos Alberto Olaya (Olayita), quien ya le preparaba acomodo a su cámara y a su “monopode”, además de quedarme ahí de refilón Jorge Iván Londoño (El Lobato), quien muy bien posesionado de su ventanilla y con sus rodillas también encogidas, daba sus primeros repasos al personal femenino de la “busetica”, la cual muy cumplidita arrancó rauda y como persiguiendo el viento, rumbo a San Vicente Ferrer, allá en el oriente antioqueño.-


Nos faltaba el José María Ruiz (Chema), quien debido a un evento al cual había sido invitado en la tierrita de “Tartarín” Moreira, no pudo asistir, y en consecuencia había remitido su solicitud de dimisión a la caminata, con buen tiempo, la misma que le fue aceptada por la J.D. de los T. T.


Atrás iba quedando la Terminal de Transporte Mariano Ospina Pérez, nuestro punto de partida y donde ahora recuerdo, nos tomamos los traguitos “predesayuno”, en la cafetería Ricuritas, consistente en cafecito en leche, con buñuelito de esos “tangueros” con medida 8 x 8 diámetro, debidamente fraccionado en cuatro,

Que señor conductor pa’ rendidor y que “busetica” pa’ respondona. Con decirles que así bajo un cielo medio opacongo, un sol que apenas salía de su guayabo del viernes anterior y con la seguridad que tendríamos un bonito día, nos tragamos la autopista Medellín Bogotá, con sus túneles y todo lo que le han puesto, incluidos los residuos de algún derrumbe, para vernos transportados así no más, hasta la empinada carretera rumbo a San Vicente Ferrer.- Ya no había más fábricas, ni bodegas, ni pinares empolvados, ni avisos ni esa contaminación de abajo. No, todo era verdor, casitas campesinas, sembrados de papa, maíz, fresa, frisol y flores a la lata, como dicen los pipiolos hoy en día.


Conversaito pa’ condimentar la marcha y entre comentario y comentario paró la “busetica” o mejor hizo equilibrio desafiando la ley de la gravedad, en una de las empinadas calles de San Vicente y como yo seguía medio atolondrado y como bajado con cauchera, me despedí de la muy “bien de salud” muchachona que venía a mí lado y me bajé del reducido vehículo, con la lógica burla de mis compañeros.- No habíamos llegado al parque hombre, simplemente se bajó un pasajero y yo tras él.


Vuelto a trepar a la “busetica” , y ahí si arrancamos escalando por esas calles que más bien parecen unas paredes, hasta el mismitico parque tan familiar para nosotros, donde apeados siendo las 8:35 a,m. pudimos observar que la fuente del mismo, adornada con su artística fuente de “La Negra de la Pila”, la cual representa una mujer con una batea en la cabeza, como símbolo de la explotación aurífera de otras épocas, había sido pintada y reparada, quedando bien pispa.


Inmediatamente saqué mi cámara (parece un chiste), dado que me está picando esto de tomar “visticas” y arranqué con las primeras a la iglesia, cuidando eso si de cuñarme bien cuñaito pa’ no rodarme, no fuera que se me dañe la cámara, ya que en San Vicente se rueda una babosa si se descuida.


Nos dirigimos los cuatro amigos caminantes a la muy bonita iglesia de Nuestra Señora de Chiquinquirá, inaugurada en febrero de 1780, donde elevamos plegarias al cielo, tomamos visticas y nos arrepentimos de nuestros pecados, que pa´ decir verdá, son más bien poquitos y eso que veniales, ya que a estas alturas de la vida “hacemos, decimos y obramos, pero sin pleno conocimiento ni plena advertencia” pa’ que se joda Don Astete.


Como teníamos “más hambre que chivo en garaje”, no obstante ser desganaitos, pues levantamos vuelo pa’l Restaurante El Paisa, donde parece ya les habían tirado la onda de nuestra llegada y como somos clientes fijos, de fama y muy queridos, tenían todo listico... que mejor dicho ni pa’ recibir al presidente.

Hechos los pedidos, consistentes en dos veces sendas (es decir cuatro) tacitas de chocolate, con huevitos revueltos, arepita y quesito y cualquier cosita adicional al gusto del más antojaito, dimos cuenta de esas viandas pa’ salir volaos rumbo a Guarne, obviamente que previo pago de la cuenta, ya que honraos si somos, pa´ que no piensen mal por aquellos de “volaos”, ya me refería era a ligerito.


Efectivamente, tomamos por un costado del parque, rumbo abajo y por plena calle del comercio, cuando así “como el roce de un ala sobre el viento”, la voz nada infantil de Zuluaga le pregunta a Olayita: ¿No trajiste la gorra? Nada home responde el interpelado, quien además de interpelado, es “pelado” del coco, es decir, ya tiene las meninges expuestas al sol (característica casi generalizada de estos caminantes), lo cual puede ser peligroso, viéndonos movidos a buscar un almacén donde comprar la gorra para nuestro querido amigo, fotógrafo, compañero y caminante.


Es normal que Olayita olvide llevar gorra y tenga que comprar en cada pueblo, lo cual es benéfico para las memorias escritas de Los Caminantes Todo Terreno, considerando que así nos facilita llevar las “estadísticas” que llaman los instruidos, sobre el número de nuestras caminatas, las cuales gorra más o gorra menos, ya se trepan como a 161.


Cuando salimos del almacén, continuamos calle abajo nada más y nada menos que hacia “La Puerta de Oriente”, el mismitico Municipio de Guarne, ese, que ¿quién lo iba a creer?, nunca antes había sido pisado ni hoyado por nuestros callados en su parte urbana o cabecera, y que sólo lo habíamos hecho y de paso por su parte rural; es decir, hoy Guarne estaba debutando con nosotros y al contrario o “viceversa” como dicen los doctos.


Bajando por esa pared mal “verticalizada” y haciendo equilibrio cual alambristas de circo, nos fuimos deslizando hacia la vereda La Enea, por terrenos ampliamente recorridos anteriormente y conocidos por los T. T. quedando atrás el pueblo, del cual sobresale por encima de todo lo que se logra ver, las torres de la iglesia, “ya que toda población en Antioquia, cuenta con una que vale más que el pueblo.”



¡Que mañana tan bonita! Yo se los dije. El sol alumbraba y calentaba con intermitencia y a lado y lado del camino, finquitas con sus huertas, sus gallinitas, algunos hatos de ganado, jardines hermosos con sus flores de colores, perros durmiendo o ladrando ante nuestra paso y algunas aguas , pantano a medio remojar, pinos, eucaliptos, dragos y los sietecueros con sus flores a reventar, tiñiendo el paisaje de morado y solferino, para combinar con las avecillas que revoloteaban a nuestro paso, escapando de nuestra presencia por entre las ramas y rastrojos; por esos donde también se colaba el fresco viento, aportando su canto y su murmullo a esa paz silenciosa..


Que bonita labor ha hecho EPM en esta región, conjuntamente con Cornare en beneficio del ecosistema; pero consideramos, no han sido bien correspondidos, ya que la carretera es bastante sucia a lado y lado, debido a la cantidad de basuras que se arrojan en sus bordes.


Para acabar de ajustar, no habíamos caminado más de un kilómetro y medio, desde la cabecera municipal, cuando ¡Oh horror!! Se estaban adelantando unos trabajos para una carretera, camino vecinal o “el aeropuerto internacional de San Vicente”, sabrá Chuchito... El movimiento de tierra era bastante grande, mostrando una inmensa mancha amarilla de barro colorado y un gran boquete sobre una colina destinada a desaparecer, mientras la indolente retroexcavadora, su contaminante chorro de humo y su operario, insistían en morder, morder y morder, cambiando el verdor vegetal por ese barro mortal. ¿Sí habrá control oficial y ambiental para estos trabajos? Ahí queda la duda y bailando en l’uña.


Bajo el mismo cielo con su “monito” intermitente, las nubes juguetonas formando figuras y el hermoso paisaje encerrado en montañas, las mismas que delimitan el Valle de San Nicolás del Rionegro y más allá, muy lejos, esos brazos de nuestra cordillera, envueltos en un azul oxigenado, tras los cuales se extiende el Valle del Aburrá, marchábamos los Todo Terreno a buen paso buscando el Municipio de Guarne.


Carretera destapada (léase camino veredal) y en regular estado, claro que muy superior al de nuestra última patoniada por éstos mismos parajes, cuando gracias al invierno todo era pantano al por mayor, prueba de ello y como huella cuasi imborrable, los hundidos en la vía, allí donde existieron esos huecos capaces de tragarse un pequeño camión sin preguntarle. Parece que algún cascajito le han echado a esa trocha, pero se necesita es afirmado y asfalto, ya que nuestros campesinos sacan sus productos por ellas y no pueden seguir perdiendo plata ni viendo afectada cada vez más, su calidad de vida.- ¡Ministrooooo!!!.


Casitas hermosas a lado y lado, más pájaros, mariposas revoloteando sobre el mar de flores, el bosque de sietecueros y más cultivos. Para nuestra sorpresa: ¡Fresas!! Sí, esa rojita y corrugada frutilla tan anhelada por los mercados extranjeros, ya que se utiliza en productos de belleza y conservas, además de ser un alimento rico en vitaminas y en antioxidantes, esos que ponen a volar la vanidad humana. Como resaltan de bonitas con su rojo encendido sobre el plástico que las protege de gusanos, babosas y mojojoy. Como las cuida y selecciona su cosechador, quien con toda la curia las separa en tres calidades para tres diferentes mercados.


¿A como el kilo? Pregunta Zuluaga. A $3.000 patrón, responde el campesino. ¿A lo mismo que en Medellín? le interpelo.... Sí, pero es que en Medellín no le venden de ésta. Y sí., tenía razón el muchacho La calidad extra, del tamaño de una ciruela claudia. Es decir, tenía más rebaja un tiquete en Metro.


Deme un kilito, pide Zuluaga, y el buen hombre ni corto ni perezoso le empaca en una bolsa negra de plástico, “un kilo que parecían dos” y a comer fresa a lo desgualetao, mientras le seguíamos dando duro al camino, ese que a tramos se llenaba de niñitos y campesinos, familias enteras, lo cual aprovechaba el Lobato para repartir bombones y el Olayita para hacerle clic a su cámara, plasmando sus lindas fotos y sus incomparables panorámicas.


Entrando a la vereda El Coral, apareció la primera fondita o tienda del camino. Allí paramos a refrescar radiadores y chasis, situación que aprovechamos para preguntarle al dueño de la tienda, si había alguna trocha para coger a guarne, el cual creíamos ver en lontananza como a diez tabacos, a lo que responde el hombre: “¡Eavemaria pues señores¡¡ Aquí no masito en ese camino que acabaron de pasar pa’mano izquierda, cojanlo y allá donde se ve esa casa grande de techo de teja, ahí agarran a la derecha y siguen pa’Guarne derechito. Es más cortico que seguir por la carretera.” Gracias mi don. Dicho y hecho, hicimos lo que nos dijo “La Milagrosa” disfrazada de tendera y siga el camino indicado, en medio de una sinfonía de pajarillos y fresas y nuevamente los sietecueros.


El Ave María del Lobato, la cháchara, las anécdotas, el goce inigualable del Zuluaga y la admiración del paisaje por los cuatro caminantes, que también estrenaban camino veredal, es decir, agregábamos nuevas experiencias a lo que ya teníamos. Que belleza todo carajo.


Es de resaltar un nuevo invitado en el paisaje. El fique o cabuya, ese que se extrae de la penca o mague del mismo nombre, utilizado para hacer costales, empaques, tapetes, artesanías y mil cosas más y que por fortuna ha vuelto a posicionarse en el mercado, para beneficio de los campesinos que lo cultivan y comercian. Vamos a ver si hasta vuelve la “tapetusa”, no es nada raro y mejor no digo que es eso, ya que somos abstemios y legales.


De pronto un contaminante chirrido rompe el silencio. Un celular...La Coneja dice el Lobato. Contesta el teléfono y si, era ella, nuestra querida amiga, fand y admiradora Gloria Luz Florez (La Coneja) quien desde Estados Unidos, llamaba a saludarnos con motivo del día de San Valentín.


Fue una fiesta su llamada. Todos pasamos al habla a saludarla, le mandamos florecitas virtuales armadas en sietecueros, orquídeas y pensamientos y un margaritón silvestre de la India, sirvió de homenaje a la querida amiga, lo cual quedó plasmado en las fotos de Olayita.




El sol arriba, parecía se había cansado de prender y apagar. Ya sostenía sus rayos medianamente generosos sobre nosotros y hasta unas nubes negras aparecieron en el occidente, pero no eran de preocuparnos, ya que también a nuestros ojos, apareció la autopista Medellín Bogotá. Construcciones que se divisaban y la inconfundible silueta de la iglesia de Guarne, rodeada por toda su arquitectónica feligresía, “disparejamente trazada”.


El camino muy uniforme, el paisaje repetido, siempre custodiados por los sietecueros florecidos, llegamos hasta una urbanización muy bonita, a tiro de piedra de la cabecera, donde hicimos un rodeo, tomamos un atajo y nos ganamos un buen trecho, gracias a la indicación que nos dio un joven muy bien puesto en orden y de muy buena figura, que no tenía más de diez y seis años de edad y quien se dirigía a tomar clases de inglés, ya que la cultura por fortuna también sabe ir a los pueblos. Así en medio de algunos ejemplares vacunos y caballares, salimos a la carretera principal y sin darnos cuenta, estábamos en las propias calles de Guarne, municipio que ha crecido bastante, pero en el que parece, el tiempo se hubiese quedado dormido.


Fundado en 1757, con el nombre de Élida de la Candelaria, fue erigido municipio en 1817, tiene una extensión de 151 Km.2 donde cómodamente se acomodan unos 36.500 “guarneños”, quienes a una altura de 2.150 mts. s. n. m. y con una temperatura de 17°C, Están separados de Medellín por 24 kilómetros que se hacen en media hora. Sus tierras pertenecieron a la jurisdicción de nuestra Señora de los Remedios y desde comienzos del siglo XVIII se explotaban en este valle, minas de aluvión. En 1659 tuvo su propio curato. En 1720 la viuda del ciudadano español Don Juan Londoño (posiblemente primo ciento diez de El Lobato) levantó la capilla. En 1814, se le otorga licencia al señor Miguel de Henao, para establecer una nueva colonia, el lugar que ocupa el actual municipio.


Bueno, volviendo a nuestro ingreso al Municipio de Guarne, pisado por vez primera por los T. T. en su cabecera, pudimos observar el movimiento comercial del pueblo, el ambiente fiestero, sus mujeres muy bellas, su parque en el que se eleva el monumento a la Puerta de Oriente; bien arborizado, bien conservado y limpio y como cosa rara, salvo omisión, error o falta de observación, que no creo se me pueda dar tan repetido, no existe un busto, estatua, placa o monumento a nadie, a lo que agregó Olaya ante mi comentario, que posiblemente estén guardando el sitio, para el merecido bronce al Presidente Uribe. ¡Aleluya!!


Fotos rumbaron de Olayita y una que otra del suscrito. Luego, en barrita nos dirigimos a la iglesia Nuestra Señora de La Candelaria, a seguir con nuestros ruegos y golpes de pecho, ya que en el camino siempre se dicen palabritas.. Muy bonita la iglesia, hasta donde pudimos ver, dado que estaba a oscuras, bien por economizar energía o por exceso de pago en los servicios.


Como cosa rara y siendo las 3:12 p. m. (eso decía mi reloj y el de la iglesia, el cual estaba bueno así parezca mentira) nos dieron unas ganitas de almuerzo, para lo cual Zuluaga propuso ir a comer hígado, ahí mismito casi en el marco del parque, lo cual fue aceptado por hambrienta necesidad y en forma unánime.


Pues fue así como llegamos a un pequeño negocio llamado “Hígados y Carnes”, y al cual ingresamos por la misericordia de Dios, ya que se llenó con los morrales. Fuimos atendidos amablemente por una señora, a quien le pedimos cuatro platos de hígado de res, con arepa y arroz bañado en su salsa (la del hígado, no la de la dama) y gaseosa o cerveza al gusto. A lo primero que le eché ojo, fue al baño, pero sólo había una puerta ahí casi en la acera,.con un letrero: DAMAS. Señora, le dije a la administradora: ¿Y el baño de los hombres? No señor me contestó, sólo tenemos de damas. ¿Cómo? ¿Y quién les dio licencia para funcionar así? Es que no necesitamos licencia ya que este negocio tiene sesenta años y antes no se pedía.


Vea pues los adefesios que se ven en mi país carajo. Qué irán a decir Sarita y Jerónimo, cuando sepan que el abuelo se comió tremendo hígado bien rico y el arroz ni hablar, pero con disfrute a medias, ya que eso de almorzar con la vejiga sin una arruga es como pagar una penitencia.


Cubrimos la cuenta, dimos las gracias a la señora del establecimiento a quien le recomendé tener siquiera un tarro y salimos presurosos a buscar bus de regreso a Medellín, mientras el Lobato me pegaba sus acostumbrados regaños “dizque” por lo que le dije a la señora de la licencia… ¿Y qué? Es que no me gusta el desorden social y punto.

Efectivamente, en pleno parque tomamos una buseta enrazada en bus, de la empresa Transportes Guarne, en la cual nuevamente como repisando o repasando nuestros pasos y a muy buen “paso”, nos dejó en la estación Universidad.


Apeados del vehículo, pasamos revista desde lo alto a la estación, al renovado planetario, al parque explora, al parque de los deseos, al remozado estadio Tricentenario y hasta vimos un poquito de fútbol, mientras para mis adentros decía con orgullo: ¡Ah mi Medellín pa’pispo!!


Luego ingresamos al Metro, el cual a 80 kilómetros por hora, sin que nos ofrecieran galleticas o confiticos y sin verle la cara al chofer, nos llevó casi hasta nuestras residencias en un dos x “tren.”

Saluditos y hasta la próxima si el superior permiso lo permite.


Juan Fernando Echeverri Calle (Juanfer)

Caminata La Quiebra - Damasco - Cerro Amarillo - La Pintada

Fecha: sábado 7 de febrero de 2009

Caminantes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Carlos Olaya Betancur, José María Ruiz Palacio y Jorge Iván Londoño Maya

Duración: siete horas

Nombre: Panorámica en 3D

Abrebocas

Sin duda esta es una de las caminatas más generosa en paisajes, motivo más que suficiente para repetirse no una sino setenta veces siete, como lo dijo el Matemático de Galilea. No obstante, tanto en el debut, como en las repeticiones que ha hecho nuestro grupo, siempre me habían cogido fuera de base, pero por fortuna la oportunidad se dio, y aquí me tienen, lápiz en mano, pintando con letras lo que Dios, al fin, me permitió ver y disfrutar.

En la Terminal

Con la sentida ausencia de Juanfer, quien quería raspar la olla de las vacaciones saliendo a pasear con su familia, muy temprano nos reunimos en la terminal del Sur, a la cual llegamos uniformados con nuestra camiseta institucional, y felices como si se tratara de un grupo de lobatos dispuestos para su primera salida. Debido a que en la Quiebra, punto de inicio de la caminata, se desayuna a punta de chitos tirudos y naranjada al clima, lo primero fue desayunar ahí mismo en la Terminal, en el primer negocio que encontramos abierto. Fue un desayuno como de asilo, con huevo, arroz amanecido, arepa al clima y un chocolate a lo Bellavista, o sea hecho con media pastillita para cuatro. Eso si, no dejamos nada.

Luego comenzamos el recorrido flota por flota preguntando las horas de salida de los buses que fueran para la Pintada. En la primera nos respondieron que a las 8 y en la segunda a las 8 y 45, o sea horario de ganadero. Al tercer intento nos pregunta un señor con uniforme de piloto:

¿Para donde van los caminantes?

Para la Quiebra

Esta que arranca la 7075

¿Cuánto vale el pasaje?

Barato muchachos, siete mil pesitos cada uno

Echamos calculadora mental, y hágale a estirar nuca en buseta de Flota Arauca.

Hacía la Quiebra

Por lo general la quiebra siempre va de último, pero en este caso era el principio de nuestra caminata. La buseta, que tenia a La Pintada como destino final, parecía exclusivamente para nosotros, pero se fue llenando autopista arriba hasta lograr el cupo completo.

Comienza el ascenso a Minas siempre rodeado por pinares y bajo el marco de una soleada mañana. Luego el descenso con su eterno paisaje del cañón del río Cauca y esa cadena de montañas del Suroeste abanderadas por el Cerro Bravo y el cerro Tusa. A lo lejos Fredonia se muestra plácido y sin afanes recostado sobre las enaguas del cerro Combia. Pasamos Versalles con sus inconfundibles quiosquitos de carnicerías dispuestas a lo largo de la calle, adornados con varas de chorizos que hacen juego con la tela blanca de los techitos. Luego sigue Santa Bárbara, la que sigue aferrada del lomo de su íntima montaña, y siempre con su dulce saludo, así esta vez sea a punta de corozos, porque la cosecha de mangos apenas viene en camino.

Pasamos raudos por el restaurante Bola Roja, de punto y hora para la estirada de piernas y la orinada de rigor de los usuarios que van en carro particular. Sigue en orden alfabético las partidas para el Cairo y Abejorral y luego la Quiebra, a la cual llegamos al filo de las 9 de la mañana, millonarios en ánimos y en bloqueador para defendernos de los rayos del pelicandela Agudelo, que amaneció alborotado y resuelto a facilitarnos el deleite de los paisajes.

Rumbo a Damasco, el pesebre de Antioquia

Los primeros 200 metros se hacen cuesta arriba por unos rieles que poco duran y le dan paso al cascajo y a la tierra amarillenta asentada por algunos días de verano. La carreterita, estrecha por cierto pero que luce en buenas condiciones, está sembrada de casas al lado y lado, todas ellas adornadas con jardines que la hacen muy agradable para caminar.

El menú de los paisajes se nos abre a la vista y aparecen, en una toma de 360 grados, Santa Bárbara montada sobre el filo, los farallones, la cadena de montañas del suroeste, liderada por el cerro Bravo y Tusa, el río Cauca con sus compañeros el Cartama y el Poblanco, que desde acá parecen dos pedazos de seda dental puestos sobre la extensa vega. Panorámicas que serán constantes durante este primer trayecto.

La gran cantidad de casas han facilitado que esa zona tenga buena cantidad de tiendas, estaderos y hasta una gallera que funcionó hasta hace poco, según pudimos observar por entre las hendijas que forman la pared de guadua. Menos mal de ahora en adelante los gallos se las arreglarán por las buenas.

Hablando de casas, comienzan a parecer las agradables casas fincas de tierra caliente, por lo general de dos pisos, con corredores que le dan la vuelta, de techos altos, casi todas pintadas de rojo y adornadas con palmeras y musaendras.

A las dos horas el corregimiento de Damasco se une al paisaje, y lo contemplamos allá abajo como lo que es, un pesebre formado por la capillita y las casitas de colores, todas puestas en fila. La hora de camino que nos separa se hace en bajada, repleta de palos de mangos que comienzan a florecer anunciando una deliciosa cosecha para mayo y junio, por lo que habrá que repetir la caminata pero cambiando la mochila por un costal.

Casi al filo del medio día llegamos a la extensa cuadra que hace las veces de columna vertebral de Damasco. Tres gatos bien parados en el quicio de una casa nos dan la bienvenida con su desprevenida mirada. La frescura de la capilla nos invita de paso a refrescar nuestros agradecimientos al Creador por permitirnos ver la belleza de su naturaleza. Obviamente también había que refrescar gargantas, y que mejor para hacerlo que en el mercado Damasco, propiedad de una familia amiga de Olaya.

Luego de atravesarnos el “pasaje Junín” de Santa Bárbara, en cuya jurisdicción se encuentra este bien llamado pesebre, de admirar su aseo, el colorido de sus casas y la amabilidad de sus habitantes, buscamos la salida para la Pintada y por ahí derecho para el cerro Amarillo, nuestro segundo objetivo, no sin antes dejar que Damasco se convirtiera en nuestro reclinatorio portátil para el rezo del Ángelus.

Entrados en la zona rural, el camino se convierte en un estrecho callejón que alberga a sus lados casas, casuchas y tugurios de donde salen niños en todos los surtidos. Como esta situación era conocida por mis compañeros, en el mercado que les mencioné en Damasco aprovechamos para comprar más bombones y ajustar con galletas, para repartir a lo papá Noel. Fue tanta la demanda que hasta tuve que entregar el paquetico de galletas que me había encaletado para más tarde, y Luisfer tuvo que regalar las dos granadillas que le habían sobrado. Al final, lo más importante era la sonrisa y el brillo de los ojos de esos niños, agradecidos unos y sorprendidos otros por el detalle.

Cerro Amarillo

Hay nombres que no cazan y éste podría ser uno de ellos, porque el amarillo que alguna vez presentó este cerro, por los cortes de tierra amarilla a la vista, se llenó de verde. Para subir a este cerro se dispone de una carretera destapada muy amplia y con buenas obras de desagües, lo cual hace pensar que algo importante hay en la cima, tesis reforzada por unos dos o tres carros que bajaron con trabajadores. El ascenso, aunque corto, es exigente y nos permite ver otros paisajes diferentes.

Al llegar a la cima encontramos una recién instalada portada metálica y a su lado una caseta, donde almorzaban unos trabajadores quienes nos informaron que el sitio lo habían convertido en una parcelación, nos obstante nos permitieron el acceso porque a lo mejor nos vieron cara de compradores, pero no imaginaron que veníamos “de la Quiebra”. Efectivamente pudimos observar algunas elegantes casas fincas recién construidas, dotadas de buenas vías y una moderna infraestructura eléctrica, todas ellas con una vista envidiable.

Bordeando la altiplanicie llegamos a nuestro objetivo, el mirador que tiene una de las más hermosas divisas de todas nuestras caminatas. Una panorámica como en tercera dimensión, técnica de moda por estos días en nuestro medio, compuesta por el imponente río Cauca con su extensa vega, el municipio de La Pintada con sus puentes, los dos farallones y como fondo la cadena de montañas por donde se oculta el sol. Nada mejor que esa vista para hacer un brindis con un refrescante guandolo. Lástima que el hielo que llevaba Carlos no aguantó la temperatura y se nos volvió agua, de todas formas alcanzamos algunos tronquitos. Todos coincidimos en que había valido la pena el habernos desviado para este cerro, cuya vista es todo un tesoro escondido.

Hacía la Pintada

Nos devolvemos sobre el mismo camino hasta un poco más abajo de la caseta, en donde nos desviamos para tomar el camino que nos llevaría hasta la variante. Al comienzo es un camino de herradura que nos pasa por entre algunas casas campesinas, por potreros con ganado y algunos caballos y por guayabos que nos proporcionan algunos frutos. Luego el camino se convierte en una carreterita de penetración para algunas fincas ganaderas, y aparecen las ceibas y los enormes árboles propios de estas tierras calientes, se acrecienta el ruido incesante de las chicharras, aumenta la temperatura, y comienza el ardor en las plantas de los píes, al menos de los míos.

A nuestra izquierda podemos apreciar nuestro amigo morro Amarillo, con su frente compuesto por riscos y la cima que horas atrás nos sirvió de plataforma para mirar tanta belleza. A las 3 y 30 de la tarde tocamos el pavimento de la troncal y ahí mismo entramos a uno de los paradores para refrescarnos, estábamos a dos kilómetros de nuestro objetivo.

Esos dos kilómetros finales no los sentimos, gracias a las hermosas e imponentes tractomulas que subían, (mi debilidad) y al extenso saludo con las cornetas que nos dieron dos de los conductores, así hubieran sido pedidos por señas, pero que yo celebré a todo pulmón acolitado por las risas de mis compañeros.

A las 4 de la tarde llegamos a La Pintada, hecho municipio desde 1997, donde 11.000 almas desayunan a diario con recalentado de bagre, sitio turístico por excelencia y lugar apropiado para la practica de algunos deportes extremos. El paso por el puente, además de obligatorio, proporciona una agradable vista del rió Cauca que por allí pasa sereno pero caudaloso. En una margen del río un enorme árbol hace las veces de urbanización para albergar gran cantidad de garzas, las cuales desde lejos dan la impresión de ser un sembrado de algodón.

Por fin nos pudimos sentar en el restaurante Salpicolandia, al cual llegamos con muy buenas intenciones. Lo primero fue pedir el afamado jugo de mandarina, que esta vez si había. El jugo lo sirven en una copa parecida en tamaño a esas enormes en que sirven la copa de helado en el Astor, lástima que no vendieran moritos. Entonces, sumado el jugo, el guandolo, el agua, los bocadillos, las granadillas, el mango y las cervecitas, ¿Quién almuerza? Así que Carlos pidió de plato fuerte un salpicón con helado, Josema y el Lobato un consomé de bagre, pero del sencillo, y Luisfer una sopita de tortilla. Eso fue todo. Eso si, ni arepas necesitamos para cuñar los calditos, porque el surtido femenino de las clientas del restaurante era más que suficiente. ¡Cuales farallones!

Para Medellín

Nos paramos en la entrada de la zona para acampar de Comfenalco a esperar lo que primero pasara para Medellín. Casi al cuarto de hora paso una buseta que venía sin pasajeros, solamente una muchacha y una señora quien nos dijo: “Súbanse que vamos hasta el otro lado del puente, recogemos unas naranjas, nos devolvemos y ahí mismo arrancan para Medellín”. Como no teníamos afán aceptamos el ofrecimiento. Así que fuimos hasta el pueblo, recogimos tres cajas de naranjas que el conductor metió en las bodegas de la buseta, yo aproveche para comprar 2 docenas por $3.000 y regresamos al otro lado del puente, de donde, diez minutos más tarde, estábamos saliendo para Medellín. La misma señora nos hizo el tiquete, nos rebajó el pasaje, nos cobro y nos deseo feliz viaje. La muchacha, de nombre Deisy, siguió con nosotros.

De subida paramos en la hostería Los Farallones a recoger dos pasajeros, pero luego de una larga y protestada espera nos informaron que cogerían el bus de las 6 y 30 p. m. en la espera Deisy sacó a relucir sus dotes de animadora de paseos.

Mas arriba se montó un vendedor de helados con su nevera de icopor, por lo que no se hizo esperar la venta, así que los once pasajeros que en ese momento íbamos en el bus chupamos paleta de cuenta de la vaca de los Todo Terreno. A Deisy le toco de coco y dio bomba a lo desgualetado. Esa paleta de agua con sabor a limón, me supo a gloria.

A muy buen paso llegamos a la variante de Caldas. Josema se bajó en la entrada para Sabaneta y Deisy lo hizo en la estación Envigado, dio las gracias por la compañía y por la paleta. Luisfer le dijo: aprenda que nosotros si damos, y ella le respondió: “yo también, pero como ustedes se demoraron para pedir”. Y claro, con esa respuesta nos dejó fríos como una paleta y muertos de la risa.

En la estación Aguacatala nos bajamos el resto de caminantes. Luisfer y Carlos cogieron cada uno su respectivo taxi, y yo cogí metro, llevando a cuestas mis dos litros de jugo de naranja y el recuerdo de aquellos paisajes en tercera dimensión.

Hasta la próxima

Jorge Iván Londoño
Maya