Caminata Belmira - Vereda El Filo (Entrerríos)

Sábado 20 de junio de 2009

Aventureros sin medida.

Jorge Iván Londoño M
Luis Fernando Zuluaga Z
Carlos Olaya B
Juan Fernando Echeverri C
José María Ruiz P

El levantarse en la mañana de madrugada y sentir que los tejados son golpeados por la incesante lluvia, hace pensar en la posibilidad de con una llamada acabar con un día que prometía ser de cosas nuevas, porque la caminada que haríamos, la decidimos por unanimidad desde que estuvimos en Belmira en Febrero 28 de 2009. Iríamos de ahí hasta Santa Rosa de Osos porque un lugareño nos habló de la ruta diciéndonos que era larga pero posible, además que era por camino de herradura de los tiempos de la colonia. La lluvia insistía en que me quedara y mis cobijas calentitas se me pegaban como lapas al cuerpo. Al fin la palabra empeñada pudo y siempre podrá más que todos los oropeles del mundo.

A las 5.50 a.m. estaba sentado en un vagón de nuestro Metro rumbo a la estación Caribe en donde nos encontraríamos los T.Ts. para viajar a Belmira en el bus de las 6.40. En la estación Poblado vi como un cayado y un morral entraban al vagón trayendo consigo a otro de los caminantes; era el Zuluaga que con su sonrisota de oreja a oreja me dijo que había visto a un viejito gorritragao con un palo largo en la mano sentado al lado de un puesto vacío y que por eso se había montado ahí. Entre chanza y chanza llegamos a nuestro destino a las 6.15 y ¡Oh sorpresa! Ya Olayita estaba ahí haciéndose el pájaro madrugador. Como casi siempre él llega de último, el acontecimiento merecía una foto para el recuerdo. Como avezado fotógrafo que soy, en un solo movimiento desenfundé y encendí mi cámara. Para mi sorpresa y desencanto de la posteridad, la maldinga no encendió y se perdió el detalle… ¡Bueno; que le vamos a hacer! – Pensé - Y saludamos al madrugador. Al poco rato llegaron puntualitos también Lobato y Juanfer.

Mientras nos dirigíamos a comprar los tiquetes, mis amigos solícitos preguntaron cual era el problema de mi cámara; yo ya estaba despreocupado del asunto, pero lo retomamos entre todos y descubrimos que por alguna razón, la cortinilla protectora del lente no abría automáticamente. Olaya que sabe bastante de estos aparaticos le intentó variantes al asunto; yo también y descubrimos que la cámara si dispara, pero no abre la cortinilla. Le sostuve manualmente la susodicha y tomé una foto; si, si sale – dijimos – De alguna manera des bloquearemos la cortinilla y listo – dijo Carlos – con un palillo de dientes o con cinta, pero la arreglaremos. No es por demás decir que estos aparaticos tecnológicos es bobada invertirles en reparaciones, por lo que lo más probable es que muy pronto estaré estrenando cámara.

Después de comprados los tiquetes y el infaltable desayuno con tinto y medio buñuelo, además pandebono calientico para otros, abordamos la 09 rumbo a Belmira. Hora de salida: 6.42 am.

A regular paso por la misión de carro basuriego de la buseta (Para seguido a recoger y dejar pasajeros) llegamos a San Pedro y en la oficina de la empresa Expreso Belmira, Olaya se levantó un pedazo de cinta transparente y con ella aseguramos la cortinilla de la cámara. Quedó como nueva y para obviar a Murphy y sus leyes maquiavélicas, guardamos el resto de la cinta pegándola a la misma cámara. Entre tanto, el conductor solemnemente sentado, disfrutaba su desayuno sin saber de nuestra premura de tiempo. A él no le importaba, ni sabía que en línea recta, nuestra ruta tenía 23 kms, lo que sobre el terreno podrían ser por lo menos 30 kms o más. Nosotros teníamos afán, él no… De nuevo en camino y a las 9.20 am llegamos a Belmira.


Antes de entrar al templo como de costumbre, fuimos a nuestro restaurante habitual en busca de María, su bigotito lechero y el hígado encebollado, especialidad de la casa. Ni la una con lo otro, ni la especialidad de la casa. Nos conformamos con lo elemental; carnita frita, arroz, arepa y chocolatico caliente; lo que nos fue preparado mientras saludábamos al dueño del aviso en su hermoso templo. Salimos y a boca de jarro estaba el mercado popular en su apogeo con su variedad de parroquianos y frutos de la tierra, entre ellos unos bananos criollos dulcecitos que degustamos en calidad y precio. Nos los cobraron a $100, como por no regalárnoslos.


Nos metimos a una casa en el marco del parque que resultó ser la casa de la cultura recién ampliada y restaurada, en la que además de muchas personas en actividad, había una exposición fotográfica con temas del lugar, la que recorrimos con deleite de conocedores, tanto de la temática; la naturaleza, como de la técnica; fotografía. Luego de las fotos de rigor, entablamos charla con un señor que parecía como el director de la casa de la cultura, el mismo que nos sembró su dosis de terrorismo sobre los riegos y las distancias de nuestra ruta. No le paramos muchas bolas, pero nos sembró la inquietud “el muy indino”.


Desayunamos juiciosos y entre sorbo, mordisco y cucharada le celebramos a Lobato su cumpleaños al mejor estilo de los T.Ts. con su velita y una chocolatina que luego y sobre la cima de la cordillera compartimos.


Salimos raudos a buscar la ruta y justo cuando ya la vislumbrábamos por los lados del cementerio, apareció a quien preguntarle y preciso; que esa no era la mejor ruta, que era muy larga, que saldríamos más fácil por tal y tal parte… Luego fueron llegando más invitados a opinar y nos pasó como en el cuento de” El abuelo, el niño y el burro” De bruces caímos en el enredo, y resultamos en otro lado completamente diferente al planeado. (Lea el cuento al final)


Jugadas las cartas y jugados los caminantes, salimos río Chico abajo hasta que encontramos uno de los referentes: Un puente grande sobre la izquierda después de uno de madera y otro en construcción que reemplazaría uno que se llevó el río Chico cuando creció. El paisaje es hermoso, lleno de jardines, eucaliptos y vacas a lado y lado del serpenteante río que mostraba en sus orillas algunos de los estragos de sus dos únicas crecidas de las que se tenga memoria según los lugareños.


Llegamos al susodicho puente y ¡Pase pues! ¡Por dónde! El pantanero era inmenso y con recuerdos digestivos de vacuno, por lo que tocó improvisar rutas alternas brincando o pasando por debajo alambradas, lo que sería rutinario por el camino. De aquí en adelante fuimos por un camino de pantano causado por el paso de las vacas que acostumbran caminar cada una siguiendo los pasos de la otra, lo que genera unos montículos paralelos, perpendiculares a su caminar. Bordeando por las alambradas o brincando por los montículos llegamos hasta el final del potrero y de ahí nos internamos en el monte, rumbo a la cima, por entre pantanales revueltos con hojarasca.

Como costumbre de caminante desde hace muchos años, he recogido del camino herraduras perdidas por caballares y mulares en su trasegar; pero siempre las que estén orientadas en la misma dirección de nuestra marcha. La razón de del porqué sólo esas, es asunto de sortilegio por la creencia popular de que las que llevan tu mismo rumbo, te llevarán con bien a tu destino. Ya tengo una gran colección de mis andanzas con los T.Ts. Lo gracioso es que en esta caminada llena de tropiezos es que más hemos encontrado; claro que la mayoría, como diciéndonos algo, estaban en sentido contrario al de nuestros pasos.


Seguimos el camino pasando riachuelos grandes y chicos, encontrando bromelias florecidas y algunos claros entre el bosque. El camino unas veces pantanoso, otras por canalones arcillosos, o llenos de musgos y líquenes aferrados a los lados como cortinas afelpadas, escalones rocosos y de pronto, una recua de mulas sin carga
pasan raudas a nuestro lado y detrás, un joven arriero que muy amable nos dio algunas indicaciones que más adelante nos sirvieron bastante. Ya más arriba, casi en la cima, un jovencito de unos 12 o 13 años que reparaba el camino nos pregunta después de contestar a nuestro saludo: ¿Vustedes pa`onde van? con esa naturalidad del campesino incontaminado que conserva todavía esas trazas del español antiguo tan propio de nuestros ancestros montañeros. Nos causó grata impresión…


En un claro del monte y sobre nuestra izquierda divisamos un grupo de personas que no logramos identificar, pero que a los gritos pidiendo pistas de Juanfer, respondieron también con gritos ininteligibles que interpretamos a nuestro gusto.


De pronto; se abre el paisaje: Estamos en la cima de la montaña y todo lo que se ve es montañas y montañas. Silencios eternos sólo interrumpidos a veces por el silbido ululante del único habitante etéreo de estos parajes; el viento. Una alambrada y dos caminos posibles. Especulamos sobre las dos posibilidades y lo dirimimos con un brindis con Mister Guandolo, el Ángelus y la llamada telefónica de nuestra fan Nº 1 en USA: La Coneja, que nos llamó a darnos las correspondientes felicitaciones por el día del cajero automático, digo del padre, y por el cumpleaños del Lobato.


Decidimos seguir por la izquierda al recordar las indicaciones del joven arriero y caminamos un buen trecho por una manga disfrutando las caricias del viento y la vista del horizonte que se abría al frente. Por allá, muy lejos, se alcanzaba a divisar la torre de la catedral de Santa Rosa de Osos. Una casa campesina con una gran huerta en medio del campo a nuestra vista, interrumpe el camino y hacia ella nos dirigimos. El pantanero es atroz por el inviernos de estos días y es de alguna manera solucionado el paso con grandes tablones a guisa de puente por el al fin logramos pasar luego de esquivar los barrizales.


Llegamos a la casa y una joven junto a un niña que trabajaban la huerta sembrada de matas de papa reciben nuestro saludo, unos bombones y algún dinero que Juanfer acostumbra repartir entre los pequeños que encontramos por el camino; nos dan algunas indicaciones y nos autorizan a pasar por detrás de la casa, en donde encontramos a la mamá azadón en mano también trabajando la huerta. Una bandada de pollos colorados, unos cerdos en un corral y los hacendosos labriegos en su huerta, nos hacen pensar en la posibilidad de una granja integral autosuficiente, como posibilidad de redención para el campo. Amablemente la señora corrobora las indicaciones de sus niños y seguimos el camino que nos indican, porque el marcado por la costumbre en el terreno, ha desaparecido entre la hierba.


A campo traviesa por una pequeña hondonada nos encontramos con una cueva tallada en la tierra por quien sabe quién y buscando qué, pero que nos sirvió para recrear el parto de la montaña, que dio a luz a un gran caminante: El Zuluaguita. Más adelante y abajo, nos deslumbró el colorido de un Sietecueros en flor, que nos conformamos con admirar, porque estaba muy lejos de nuestras cámaras y pasos. Ese tributo de
admiración fue recompensado un poco más adelante por nuestra madre tierra con el regalo de otro Sietecueros también florecido y al alcance de nuestras cámaras que no dudaron en eternizar semejante visión de colorido y belleza.


Ahí arribita estaba uno de los referentes de la familia campesina y del joven arriero. Una puerta de madera pintada de negro al borde del monte daba paso a otro potrero en el que además de algunas vacas, había un árbol grandísimo que también quedó en nuestros recuerdos fotográficos. Más adelante otra puerta; esta vez metálica y pintada de verde nos guió hacia un canalón de antiguo camino real que bajaba por la falda de la montaña por entre el monte. Al final de éste, se abrió como por encanto una vega de pastos con ganado vacuno en uno de los potreros y una casa con techo de lata completaba la vista del paisaje.


Nos dejamos llevar por la vereda marcada sobre el pasto y llegamos a la casa, derruida por el abandono y junto a ella unos corrales de vaquería. El camino se perdió. En la búsqueda de una ruta, fuimos a dar salvando alambradas y riachuelos a una lagunita poblada de renacuajos y reflejos de espejo natural. Nos asomamos y grabamos en él nuestra imagen de caminantes. Al ladito de la laguna se insinuaba un caminito y prestos nos metimos en él, pero de pronto abruptamente quedamos al frente de un precipicio, recuerdo de algún derrumbe, disimulado por una rastrojera. Zuluaga quería que siguiéramos por ahí para abajo. ¡Ni locos!... Desde ahí alcanzamos a ver una casa en mejores condiciones que la anterior, y un camino veredal apto para vehículos, por lo que pensamos que estábamos cerca de nuestra meta…


Más adelante alcanzamos a ver la altura a la que estábamos y lo empinado del terreno. De pronto con lazos lo hubiéramos logrado, pero no somos alpinistas para cargarlos, ni estamos locos para meter casi 300 años por ahí. Seguimos saltando matones y alambradas hasta que encontramos un broche o puerta de alambrada y si hay puerta, hay camino y si hay camino, conduce a algún lado… Justo como lo pensamos, llegamos por este camino hasta la casa antes vista, pero parecía abandonada también…
¡Buenas tardes! - gritamos varias veces – hasta que por fin un señor de unos cincuentytantos años salió y nos saludó amablemente preguntándonos lo pertinente y respondiendo a nuestros interrogantes:

• ¿Santa Rosa? ¡Ja! ¡Ave María si están bien lejos! ¡Desde aquí hay por lo menos 6 horas hasta allá y eso porque ustedes se ven jóvenes y buenos caminantes!
• ¡Gracias por lo segundo! - Le dijimos. - ¿Cómo así? ¿6 horas?
• ¡Si señores; yo mismo he ido desde aquí a mercar a Santa Rosa y me he demorado 5 y media!
Nos quedó el ánimo por el piso y más empantanado que nuestras botas…
• ¡Lo más cerca que están es de Entrerríos a unas 5 horas! – dijo el arruina ilusiones de caminante –
Eran las 2 pm.; como quien dice que estaríamos llegando a cualquier parte a eso de las 7 pm…
• ¡Pero no se preocupen que a media horita de aquí, en un sitio que se llama la Tienda Mixta en la vereda “El Filo” antesitos de la 3 de la tarde llega un bus con gente de las veredas y ahí se pueden ir hasta Entrerríos y de ahí a Santa Rosa!

¡Nos volvió el alma al cuerpo!... De entre las sombras de la casa apareció una señora, a lo mejor la esposa del amable aterrizador de realidades.

Otras muchas veces nos hemos equivocado preguntando a la gente que encontramos a nuestro paso por las rutas o los tiempos, pero seguimos cayendo en la trampa; los tiempos y las rutas de la gente del campo tienen la medida de su ignorante sabiduría. Todo lo miden con tabaquitos y como todo el mundo está dejando el vicio de fumar… Pero a este señor, por la seguridad con que nos ilustró sobre la cosa, como que sí le creímos… Además no fumaba…


Salimos raudos pensando en miles de cosas, haciendo cábalas, tratando de desvirtuar a ese tío asusta niños caminantes, pensando a qué hora iríamos a llegar a nuestras casas, o si llegaríamos el mismo día; de pronto y después de unos 30 minutos de camino, nos encontramos unos muchachitos al lado de la carretera en una casita más ancha que larga, o sea con más frente que lado y mientras les regalábamos bombombunes e iban apareciendo más, Zuluaga descubrió que era una tiendita en la que estaba doña cervecita esperándonos y para colmo de dichas era la tal Tienda Mixta de la que nos habló el señor que nos arruinó el viaje, pero que nos lo compuso también. La Milagrosa nos puso la trampita de los niños para que encontráramos la tienda de referencia.


Detrás de los bombones, Juanfer le entregaba a cada chinche, que iban saliendo como conejos de un sombrero de mago, un billete de 1000 o de 2000 y los muchachitos felices con plata en el bolsillo y chupando. Eran 8… 3 niñas y 3 niños todos con ojos verdes increíbles y dos de otra camada. Los 6 de ojos verdes eran hermanitos y los otros 2, primos de los anteriores. El dueño de la tienda era el padre de los 6 ojiverdes y tío de los otros. Tal y como salieron del bolsillo de Juanfer los billetes, fueron ingresando a la registradora de la tienda del papá tío. Mejor dicho; nosotros nos tomamos el surtido de gaseosas y cerveza junto a unos paquetes de papitas y galletas; los muchachitos el resto del mecato.


Ya descansados y con el estómago entretenido con mecato nos dedicamos a charlar con el dueño del tienducho. Nos contó que tenía la casa y la tienda en arriendo. Y unas vaquitas en un potrero vecino si eran de él. El surtido, más bien poco, le llegaba por encargo o el mismo lo traía en su motocicleta desde Entrerríos o Santa Rosa. De la cantidad de muchachitos él simplemente se sonrió cuando le preguntamos qué porqué tantos. No revelaba 40 años de edad y la esposa mucho menos. La mayorcita tenía unos 12 años, de ahí para abajo, uno cada año, por lo menos.

Al fin llegó el bus. Lo abordamos después de que se bajaron muchos pasajeros que llegaban con sus mercados y demás compras para la semana. De inmediato, el vehículo regresó sobre sus huellas mientras nosotros disfrutábamos del vaivén de las irregularidades del camino que son como para desbaratar cualquier trasmisión que no sea la adecuada para semejante pista de Camper Cross. Pensamos en voz alta para nosotros, que al que le toque semejante ruta en una buseta tan buena, debe ser que le tienen bronca o es muy serio el compromiso de la empresa con los usuarios. Andábamos en esas elucubraciones cuándo se nos monta Luis MÚ a la buseta… Nos saludó formalísimo, como si lo conociéramos de toda la vida y nos contó su obra y milagros… Que sus padres tienen finca por estos lados, que su hermano cosecha granadillas, que siembra además otros frutales, que conoce de granjas integrales autosuficientes, que sabe de pozos sépticos, que él mismo trabaja como aserrador pero con motosierra, que la llevaba al pueblo a reparar, que se conocía toda la región como a la palma de su mano y que su hermano que trabaja en la Universidad Nacional es guía de turismo y caminantes… En fin, todo un conversador empedernido.


A punta de carreta por cuenta de LuisMÚ recorrimos caminos llenos de paisajes campesinos con vaquitas, pastos, frutales, casitas sembradas en las colinas llenas de jardineras y demás. En hora y media llegamos al próspero Entrerríos, en donde Luis Múnera, tocayo de un muy querido amigo de nosotros, se despidió efusivamente y se nos ofreció “Pa` las que sean”, apretón de manos incluido. Pensamos los T.Ts. que eso de llamarse Luis MÚ hace a los hombres ser muy amables y serviciales…


Como en premio al servicio, al combo de chofer, ayudante y buseta, les permiten seguir para Medellín si traen pasajeros que lo necesiten, acordamos con ellos buscar almuerzo en la terminal y a las 5.30 pm., arrancaríamos de nuevo. Nos encontramos un restaurantico muy bonito adornado con dos preciosas gorditas como dependientes y fue amor a primera vista. En menos de lo que un calvo se lava el pelo, teníamos tres a medias porciones de sopa de toalla o Mondongo que llaman los gourmets y dos sopitas de fríjol y el sequito correspondiente. Claro de Mazamorra por 3, doña cervecita y un tutifruti decía la factura que pagamos, más barato para dónde. Antecitos de las 5.30 estábamos de nuevo en la buseta esperando la salida, mientras escuchábamos los destemplados acordes de una ranchera por cuenta del “Supermercado el Mejor” que por alguna razón nos castigaba con semejante bullicio cacofónico desde una tarima en plena terminal del transporte. Menos mal que pararon el escándalo diciendo: “Volveremos con ustedes luego de la Santa misa.” Afortunadamente las misas en los pueblos son laaarrrgaaaasss…

La ruta a seguir era Entrerríos – DonMatías – Medellín. Dos largas horas más de buseta en las que uno termina con el cuadro culao y añorando los pantaneros de por la mañana. Ya estamos en la Estación Niquia de nuestro Metro, cerca de todo y nuestros hogares. Llegamos con bien.

** ”El niño, el abuelo y el burro”
“Cuentan que un campesino fue con su nieto al pueblo a vender un burro. Como el camino era largo, el abuelo se montó en el burro y el niño lo seguía al paso mientras disfrutaba de la vista. En un recodo del camino, junto a un riachuelo, unas mujeres que lavaban ropa los vieron y furiosas increparon al viejo por descarado que maltrataba así al niño haciéndolo correr detrás del burro. El Abuelo se bajó del pollino y subió al muchachito. Siguieron su camino. Más adelante unos hombres que departían en una fonda, les salieron al paso vociferando que era injusto que un pobre viejo caminara detrás de un burro, mientras un mocoso lleno de vida admiraba el paisaje montado en el animal. El abuelo entonces trepó en ancas del burro y siguieron los dos montados. Ya llegando al pueblo, una multitud que había en una fiesta los detuvo y los tildaron de abusadores; que más bien deberían llevar al pobre burrito cargado. El abuelo y el niño se miraron compungidos y trataron de levantar al animalito para llevarlo en andas, con tan mala suerte que el pobre se encabritó de tal manera que fue a dar al fondo de una quebrada que pasaba bajo el puente y se mató, mientras la gente se reía a mandíbula batiente por la estupidez del género humano”.
(Creo que es de Samaniego)

CONCLUSIONES.
• Fue más lo que montamos en buseta que lo que caminamos.
• Aprendimos que el camino a alguna parte lleva, pero que hay que medir las distancias.
• Corroboramos (pero no acatamos) que a los campesinos no se les debe preguntar por distancias y tiempos, porque miden distinto.
• Aprendimos que llamarse Luis MÚ es una garantía de buen conversador.
• Aprendimos que el paisaje a cada paso es diferente, pero igualmente bello.
• Aprendimos que hay gente que no tiene televisor, o está malo.
• Corroboramos otra vez que somos unos benditos de la fortuna, porque llegamos bien a pesar de las dificultades.
• Comprobamos otra vez que todos los problemas tienen por lo menos una solución.
• Aprendimos que si el camino se pierde, no hay que perder la fe en volverlo a encontrar o encontrar otro.
• Aprendimos que hay muchos caminos posibles y sólo uno verdadero, el que lleva al destino señalado.
• Por último; comprobamos que seguimos siendo grandes amigos…

José M.

Caminata La Unión - Ovejas - San Jerónimo

Fecha: sábado 13 de junio de 2009

Caminantes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Juan Fernando Echeverri Calle, José María Ruiz Palacio, Pedro Nel García Arroyave y Jorge Iván Londoño Maya.

Nombre: Pantano Surtido

El Carreteo


Pedro Nel, curtido en caminatas y antropología, y quien esta vez nos acompañaría por segunda ocasión, nos había comentado sobre este recorrido, el cual, tanto él como Juanfer habían hecho pero de manera parcial. Así que como a toda caminata le llega su sábado, y contando con la ayuda del mapa virtual sacado del sombrero de Josema, procedimos de conformidad. Lástima que Carlos Olaya Betancur no pudiera acompañarnos por compromisos laborales, confirmándose que tinto mata…….

De Modelos

Muy cumplidos llegamos a las 6 y 30 de la mañana al puente peatonal que une la estación Caribe del metro con la terminal de transportes del Norte. Allí nos esperaba Juan José, fotógrafo profesional enviado por la Revista Nueva, para hacernos unas tomas que ambientarán nuestra segunda aparición en dicha revista, gracias al interés que su amable Directora Viena Ruiz ha mostrado por nuestro grupo y el sentido ecológico de nuestras caminatas.

Cada quien sacó de su interior la onza de “juanpablollano” que todos llevamos escondido para sacarlo a relucir en ocasiones como esta, porque no sea crea, los caminantes también tenemos nuestro caché. Así que nada de tiesos y alguito de majos, seguimos las instrucciones de Juan José, quien armado de tremenda cámara, y ante la mirada de algunos curiosos, no nos quitaba el lente de encima.

Bueno muchachos, en grupitos de dos
Los más altos atrás.
Andando, clic, andando, clic, eso es,
Ahora paraos y mirando al frente, clic
Muy bien

El Trece


Luego de quince minutos de modelaje entramos a la Terminal para comprar los tiquetes en Expreso Belmira y acompañar la espera con un delicioso tinto. Por cosas del azar, nos correspondió la salida 13 y era sábado 13. La buseta se peló por un número, porque era la 014. A las 7 en punto marcamos la tarjeta de salida rumbo a San Pedro de los Milagros. Nosotros nos quedaríamos en el caserío La Unión, o sea a mitad del camino.

Caserío la Unión.

Luego de 45 minutos de un apacible viaje llegamos a La Unión, un puñado de casitas que no les alcanza para figurar como vereda. Un letrero de “Pandequeso Caliente” nos atrajo para tomar un ligero desayuno, atendiendo así la saludable recomendación de Olayita hecha en la caminata pasada, con el argumento de que lo consumido durante la caminata es suficiente para conservar las calorías y no llegar de sal de frutas en mano al destino final.


Como coincidimos con un grupo de estudiantes de veterinaria de la Universidad Nacional, nuestro pedido se demoró más de la cuenta. Así que luego de varios minutos de espera, la mesa, otra vez redonda, quedo servida con cafés con leche, algunos pandequesos calientes y pasteles de pollo acompañados de un enorme frasco de ají del cual sólo quedaron unos pedacitos de cebolla junca estampados sobre el vidrio. Pagada la cuenta partimos rumbo al corregimiento de Ovejas, por una carretera angosta, destapada y con muchos charcos gracias al aguacero de la noche anterior. Me imagino la piedra del tendero al ver el frasco de ají desocupado y la lógica expresión: ¡Ajijuemadres caminantes!

Los hatos lecheros


El corregimiento de Ovejas se caracteriza por hermosos paisajes, conformados por hatos lecheros. El verde verde de sus pastos resalta con el blanco y negro de las vacas Holstein que pastan sin ninguna premura. Las fincas lecheras abundan por estos parajes, por lo que los carrotanques van y vienen recogiendo el delicioso líquido.


A menos de un kilómetro encontramos las instalaciones de la empresa de lácteos El Zarzal, famosa por su quesito. Así mismo nos encontramos con algunos miembros motorizados de nuestra Policía Nacional, a quienes hay que reconocerles su presencia, garantizada en la mayoría de nuestras caminatas.

Ovejas


En 40 minutos recorrimos los 4 kilómetros que nos separan de Ovejas, corregimiento de San Pedro, de una sola calle que evoca el pasado de los pueblos antioqueños, pues tiene la capilla dedicada a la Virgen del Perpetuo Socorro, rodeada por una placita que alberga varias casas y negocios, muy cerca el cementerio y el colegio. La capilla se encontraba bellamente decorada con arreglos de rosas de varios colores.

A la salida nos encontramos con dos jóvenes que iban con sus bicicletas especiales para la práctica del Downhill o descenso de montaña y quienes compraron los tiquetes para la buseta que precedía la nuestra.

Para el horizonte


Dejamos atrás a Ovejas y nos enrutamos hacia el occidente buscando el fin del altiplano y el comienzo del gran cañón del río Cauca. Como todavía estamos en predios del llano de Ovejas aparece un extenso y fértil cultivo de papa con forma de pirámide y que sirve de motivo para el lucimiento fotográfico de Josemaría, quien a diferencia de Juan José no requiere de dar instrucciones para “cuadrar” a sus modelos de turno.


En uno de los columpios nos encontramos con unos campesinos quienes nos indicaron que había tres caminos para llegar a San Jerónimo y que en su momento encontraríamos quien nos indicaba el mejor. Olvidaba anotar que en un atajo que cogimos en este tramo, Juanfer tuvo su primera resbalada, con consecuencias que fácilmente salen con agua y jabón El Rey.


A esta altura el clima era benigno. Unos tímidos rayos de sol sugirieron la embadurnada de rigor, tocándole en esta oportunidad a Pedro disfrazarse de mimo, obviamente sin imitar los pasos del cliente de turno porque la propina es escasa.


Alcanzada la cima volvimos a encontrarnos con nuestro par de amigos, los intrépidos ciclistas, quienes se preparaban para afrontar el descenso, no falto el protector de hombros, de rodilla, de codos, el casco, guantes, una muy buena dosis de arrojo, adrenalina y juventud y nada de hígados. Conocedores como tal de estos caminos, nos indicaron que teníamos dos opciones para llegar a nuestro destino, por lo que escogimos la más larga, que a su vez nos garantizaba no tener que caminar por la carretera vieja sino terminar por una trocha hasta las propias calles del pueblo. Nuestros incógnitos amigos, porque nunca supimos sus nombres, nos indicaron además, que como había dos bifurcaciones, nos rayarían sobre el piso una flecha indicando el camino correcto.


Habríamos dado veinte pasos, cuando nos encontramos a tres hermanitos, dos niños y una niña, que llevaban sobre sus hombros de atado de leña para la casa. El menor cargaba dos palitos, acorde con su edad y estatura. Que cuadro, que enseñanza. Los hicimos parar para regalarles bombones y algún dinero por parte de Juanfer. Siguieron felices por su labor y lo recibido. Y pensar que uno le pide un favor a un hijo y……….


Neblina y cebolla


Igual que al dólar, nos esperaba un fuerte descenso hasta el propio cañón del río Cauca, es decir, de 2.300 bajaríamos a 780 metros sobre el nivel del mar. La bienvenida a este tramo de la caminata estuvo a cargo de un manto de neblina que nos impide ver el imponente paisaje, reservado para los días de verano. Como aún estamos en tierra fría, continúan los cultivos de hortalizas y legumbres, destacándose el cultivo de cebolla junca como el fuerte de la zona. Sin ningún esfuerzo el visitante se encuentra con un cultivo de cebolla y al lado uno de cilantro y un poquito más allá dos palitos de ají, por lo que recomendamos llevar un cuchillo bien afilado y un frasco para preparar el ají directamente en la fuente


La amplia carretera inicial, esa misma por la cual fuimos “botados” por nuestros amigos sin hígados, se fue estrechando para convertirse en un hermoso sendero, adornado con enormes carboneros y con las caprichosas figuras que formaba la constante neblina.


Luego de pasar por algunas desviaciones, y de escoger la verdadera, por lógica caminera reforzada con una pizca de sentido de lavandera, (aquella que nos encontramos en Botero) llegamos a la “Y” más complicada, la misma que nos había sido advertida por nuestros amigos, pero en el piso estaba bien marcada la flecha, por lo que tomamos por el rumbo correcto. Si ve pues, palabra dicha palabra cumplida.

Yegua Albina y Barro Colorado


Mucho más abajo, en cualquier curva de la vereda Buenos Aires, estaban unos campesinos que cargaban unas bestias con adobes de cemento. Dijo uno de ellos que el pésimo estado la carretera impedía el paso de los camioncitos y por eso tenía que llevar el material a lomo de bestia. Una de las bestias tenía pinta de alemana, mona ella, tirando a albina.


Luego de la despedida y el regaño de rigor por parte de Juanfer a los campesinos, por el sobrepeso con que estaban cargando los pobres animales, seguimos falda abajo, estrenando a ratos barro amarillo y en otros el rojo. Había tramos en donde el lodazal era de lado a lado, así que no había por donde escoger punticos medio secos. A todas estas, y al igual que en la caminata de hace ocho días, comentábamos como iba a ser el ingreso al metro y luego a nuestras casas, con semejante pantanero.


Al rato nos alcanzaron los campesinos con su recua, por lo que Juanfer aprovechó para reforzar el regaño, que obviamente no sirvió, porque la carga era la misma. Mas adelante encontramos la segunda flecha de nuestros amigos, que nos sacaba de la carretera con pura tierra colorada, y nos metía a un canalón o camino real, de pantano amarillo. Hablando de nuestro amigos, durante todo el recorrido las huellas de las llantas de las bicicletas eran nuestras permanentes compañeras, lo cual, aumentaba nuestra admiración por la práctica de ese deporte. No solamente en esta, sino en varias caminatas hemos encontrado practicantes de este deporte extremo, montados en sus caballitos de acero, acondicionados especialmente, por lo que Juanfer no regaña. Menos mal.

Se nos perdió Juanfer


Íbamos muy bien, cuando llegamos a una parte muy empantanada. En ese momento desde un filo un campesino nos indicó un atajo para evitar el paso malo. Todos, menos Juanfer que siguió por el camino, acatamos la recomendación del atajo. Josema y Pedro Nel arrancaron filo abajo como escueleros cogidos del día y Luisfer y el suscrito bajando a mi propia velocidad, o sea 4 pasos por minuto. Eso si, no oíamos nada de Juanfer, hasta que unas dos cuadras abajo lo encontramos parado en un espacio abierto que no tenía salida, por lo que tuvo que hacer las veces de maromero y montarse por encima de un barranco para llegar a donde estábamos. El descenso lo continuamos a paso de monja con tenis con todos los cuidados del caso. Al final aquellos nos estaban esperando cámara en mano por “si dan papaya”. ¡Valiente atajo!

Agua Dios Misericordia


El clima nublado y frío todavía, eso si, delicioso para caminar, cambió de un momento a otro, al largarse señor aguacero, que nos obligo a estrenar las chaquetas color gris plata que nos dio Luisfer de aguinaldo en diciembre pasado. Siempre duraron el semestre con el precio puesto, lo que indica la buena patrona que tenemos. No crean, las chaquetas vienen con su pantalón compañero, estilo bombacho, para ponerse encima del que se trae puesto. El único que se uniformó fue Josema, aprovechando que entramos a una casita dizque a escampar. Hasta la señora de la casa, con esa cordialidad campesina nos dijo: “si quieren les hago un sancocho mientras escampa”, muy amable señora pero el camino es largo y tenemos que seguir.


Juanfer venía abrigado con su tradicional capa (al menos acató a echarla) y Pedro Nel, en la mejor imitación del kurdo, sacó de su morral una sombrilla azul que de poco le sirvió, porque de todas formas se pego su buena empapada. Eso si, iba muy elegante pantanero abajo.

Paisajes, Derrumbes y cunetas


Luego de superar la duda que nos generó la entrada a un atajo, que por poco nos saca de la carretera, entramos al tramo final que nos llevaría a la carretera vieja para San Jerónimo. Ese tramo que comienza estrecho, se convierte más abajo en carretera veredal. Carretera que carece de canaletas, por lo que el agua corre desbocada y sin ninguna dirección, socavando el piso, arrastrando el material y dando lugar a profundas cunetas cuyas paredes se van desmoronando con el peso de las personas. Si las Autoridades no toman cartas en este asunto, muy pronto los pobladores de todas esas veredas no tendrán por donde transitar.

Como si fuera poco aparecen los derrumbes, uno de ellos de grandes proporciones pero que fue limpiado para permitir el paso de los campesinos que suben y bajan. En varios derrumbes de menor tamaño pudimos observar, en vivo y en directo, como caían algunas piedras así como material arenoso. Cuando escampó y el horizonte se despejó pudimos observar el río Cauca al igual que Santa Fe de Antioquia.

El Tramo Final

Luego de 5 horas y media caímos a la vieja carretera para San Jerónimo. Por recomendación de nuestros amigos, cuyas huellas de las bicicletas no volvimos a ver porque las borró el aguacero, caminamos media cuadra y luego nos entramos por un sendero que nos llevaría directamente hasta el pueblo.


Mientras Luisfer, master en doblar capas y chaquetas, nos volvía las chaquetas a su empaque original, nos alcanzó Marleny, una señora que trabaja en el pueblo y que nos siguió el paso como si nada.

Al comienzo este camino tiene su pendiente, pero luego se va aplanando, tiene algo de barro, pero predomina la piedra. Llama la atención una cruz blanca ubicada a un lado del camino, con un nombre femenino y una fecha reciente. Marleny nos contó que en ese lugar ocurrió hace tres meses la muerte trágica de una menor de edad de 16 años.

El silencio del caminar, porque a estas alturas ya no hay tema ni alientos, se interrumpió por el “ay, mi zurriago” de Luisfer. Claro, lo había dejado en la parada que hicimos para doblar las chaquetas, comenzado este camino, por lo que no se justificaba devolvernos, máxime que tenía dos repuestos más en su casa. No faltó quien sugiriera un réquiem por el fiel zurriago.


Por fin aparece el plan, el pueblo y con él las fincas de recreo con sus deliciosas piscinas, no importa que no haya sol. Llegan los palos de mamoncillos pero sin cosecha, algunos caídos en el piso que no apetecían, aparece el calor y el ambiente de tierra caliente.


San Jerónimo


El recibimiento en las primeras calles del pueblo estuvo a cargo de los mototaxis que parecen cucarroncitos saliendo de todas las esquinas, algunos dotados con tremendos equipos de sonidos. Caminamos unas tres o cuatro cuadras para llegar al parque y completar así las seis horas y media de caminata. El reloj marcaba las 2 y 45 de la tarde cuando entramos al templo de San jerónimo, dedicado a Nuestra Señora de la Candelaria.


Luego de agradecer tanta misericordia, porque no crean, el riesgo de una caída es alto, pasamos al pequeño parque para mirar los bustos de Bolívar y Atanasio Girardot y ubicarnos en una de las heladerías para refrescarnos con algo diferente al guandolo, el agua, los bocadillos y las granadillas que hicieron parte del menú caminero, para comentar los pormenores de la caminata, adivinar cuando será que viene la conejita, para ver pasar las chachas y para que Juanfer se quitara los zapatos y le diera descanso a sus ampollados dedos, gracias a las piedritas, que a modo de penitencia, traía metidas entre las botas. Ah, y para mostrar las medias verde chillón con el escudo del Nacional.

Entre otras, y para que no nos quedemos sin saber a donde fue que llegamos, les cuento que San Jerónimo es uno de los cuatro Doctores originales de la Iglesia Latina. Padre de las ciencias bíblicas y traductor de la Biblia al latín. Presbítero, hombre de vida ascética y eminente literato. Ese día el pueblo tenía 11.464 habitantes y 5 caminantes. Su economía está sostenida por la ganadería, las frutas y el turismo.

Aquí Conchita

Acatando la recomendación del tendero buscamos el restaurante “Aquí Conchita” una agradable y enorme caserón, adornado con antigüedades y en donde quedamos a merced de Daisy, robustica ella, de hermoso ojos azules y una amabilidad que también se mide en kilos.


Recuerden que el desayuno fue franciscano, por lo tanto el almuerzo, ni de fundas, será lo mismo. Por la estrecha mesa de seis puestos desfilaron sopas de albóndigas, consomé de bagre para Pedro Nel y fríjoles para el Lobato. Para el seco todos de aposta nos pusimos de acuerdo y pedimos eso. No faltó la jarra de claro helado y el puñado de bocadillos. ¿La cuenta? salgan corriendo…. $42.000 por todo

Para Medellín

Con las “últimas” para Daisy, a media cuadra abordamos una lujosa buseta línea Light, último modelo, afiliada a Sotrauraba. Por fortuna nos toco puesto para todos en el mismo fogoncito.

En una hora estábamos llegando a la estación Vallejuelos del metro cable, a la cual se llega por unos 50 escalones que baje como una parturienta, acompañando cada escalón con un quejido.


Por fin todos en el metro cable, acompañados de señora e hija que por su peso hicieron inclinar la góndola para la izquierda, por lo que algunos, como Pedro Nel, iban muy a gusto.

En la estación San Javier nos despedimos de Juanfer, no sin antes Josema sacar a relucir sus dotes para tomarle una foto a una familia completa que buscaba un fotógrafo caritativo; le advirtieron, eso si, antes que nada tenía que salir una de las góndolas.

Luego pasamos al metro, como siempre muy bien acompañados, claro que con estas pintas uno se hace el que no lo están viendo. Que Pena con esas muchachas y con los señores del metro.

En el camino para la casa pensaba en el par de intrépidos amigos que tanto nos ayudaron. Así que en donde se encuentren un agradecimiento muy especial de estos caminantes, que a diferencia de ellos, si tenemos hígados y encebollados que saben mejor.

Hasta la próxima

Jorge Iván Londoño Maya.

Caminata Botero - Santo Domingo

Fecha: sábado 6 de junio de 2009

Caminantes:

Luis Fernando Zuluaga Z. (Zuluaguita)
Carlos Alberto Olaya B. (Olayita)
Jorge Iván Londoño M. (El Lobato)
José María Ruiz P. (Chema)
Juan Fernando Echeverri C. (Juanfer)

Nombre de la Caminata: Don Gustavo Londoño Londoño (Don Mister Paisa)

Veamos a ver...Son las 4:30 a. m. La mañana está como medio fría y el ambiente remojado, luego del aguacero de ayer, pero por fortuna, ya que los calores nos estaban matando. ¿Será que vuelve a llover hoy por esos lados de Santo Domingo de Guzmán? No creo.

Y así convencido de la continuidad del verano, salí de casa armado de sombrero, cayado, poncho y una botella de 2.5 litros de agua congelada, rumbo a cumplirle a Los Caminantes Todo Terreno, para hacer la caminada No. 172 desde la Estación Botero, corregimiento del Municipio de Santo Domingo, hasta el parque principal del mismo.

Efectivamente, a las 6:15 a. m. me encontré con el Lobato en la estación estadio de nuestro Metro y de allí partimos rumbo a la Terminal del Norte Mariano Ospina Pérez, donde a cuenta gotas fuimos haciendo contacto y en su orden con Chema, Zuluaga y Olayita, para quedar completos los T.T., quienes pasamos a una de las cafeterías donde parados hicimos honores y toque de diana a cuatro pericos, con buñuelo o pandebono al gusto, advirtiendo que previamente habíamos comprado tiquetes en la Flota Coonorte, para dirigirnos a Botero.

Siendo las 7:20 a. m. Abordamos una buseta de Cisneros afiliada a la empresa antes citada, la cual arrancó paso entre paso, haciendo su primera parada en toda la salida de la terminal para recoger a otros pasajeros, situación que está “dizque” prohibida pero que se hace con la aquiescencia de las autoridades “y de las empresas”.


Ahí medio llenado el coco, el “fercho” de la misma inicia por fin su despegue por la autopista norte, a una velocidad de menos ocho kilómetros por hora, según mostraba el respectivo marcador, obviamente que exagerando porque prácticamente se mantuvo así durante todo el viaje.

Que tipo tan lento, situación que nos permitió admirar el paisaje a plenitud y en detalle, en especial las obras de la doble calzada Bello Hatillo, las cuales van a buen ritmo y parece que definitivamente ya son una realidad, además de tener un terminado con todos los fierros, dado que de una vez amarraron los taludes, lo que inexplicablemente no sucedió en la vía a las Palmas, donde curiosamente cualquier aguacerito invita a montar en derrumbe.

Así, conversaito pero más rapidito que la buseta, poco a poco los cinco caminantes, tortuosamente nos fuimos arrimando a nuestro destino, hecho que agradecí enormemente al Creador cuando el ayudante dijo: ¡!!Boteeeero!!! Casi me tiro en voladora de ese quelonio con figura de buseta, ya que no es por nada, pero cinco minutos más y boto la tapa encima del Zuluaguita, quien era mí acompañante de banca.

Apeados del quelonio ese, el cual amenazaba desintegrarse por la “velocidad”, estábamos ahí cerca de la Estación Botero, junto a La Fondita, donde pegamos una mirada buscando desayuno, pero nada...se les podía hacer el inventario mirando por el ojo de la chapa.


Un parroquiano de esos que no faltan, nos indicó que hacia la estación, encontraríamos desayunito, por lo cual arrancamos raudos a cubrir los trescientos metros que más o menos nos separaban de aquella estación tan llena de recuerdos, de charcos, de sancochos, de pelotas de números, de besos robados, gatiadas y juegos de juventud.

Bonito el recorrido de la vía totalmente adoquinada, rodeada de jardines y muy bien arborizada y bajo un sol muy generoso, que nos hacía soñar con “los alimentos que íbamos a recibir sin merecerlos”, mientras el Olayita y Chema tomaban sus visticas a todo lo que se moviera o les pareciera bonito.


Ahí está la estación Botero en ruinas, llena de nostalgias y en vía de ser recuperada, con ese mismo sueño que hoy tiene el ferrocarril, de ser igualmente recuperado y puesto en marcha. Diagonal, una vieja casona donde una matrona, que debió olvidar su edad, dado que los años se aferraron a sus arrugas y a sus recuerdos, nos saluda desde su silla mecedora rumiando el pasado.


Más adelante, ahí detracito, el enrielado que se resiste a perderse entre el polvo, la tierra, el pantano y la desidia oficial y como mudo testigo que por allí hace ya mucho tiempo galopaba el humeante chachachá del tren, ese que le recibió en gran parte el futuro a las mulas para seguir adelante sin enjalma, sin arrieros y sin gañan, sólo con el ritmo demoledor del progreso, ese que despertaba un pueblo que se sentía crecer sobre su propia industria y aferrado a la grupa de su propio norte.

Sobre los rieles dominados por el sueño del tiempo ido, duerme su inercia y su pereza obligada, una plataforma de esas que utilizaba el ferrocarril para cargar materiales...testigo oxidado y mudo de esa grandeza que fue por un momento y no pudo seguir siendo.


Al otro lado la capilla. Sencilla, levantada en adobe y con su techo de eternit, no nos invitó a entrar ya que sus puertas de reja estaban cerradas, como guardando al “Jesús del Divino Encierro” Divisamos su interior, tan frío, solitario y triste como todo el municipio, donde los paseos ya no abundan, la alegría se esfumó con el tren y las orquídeas ya no lucen en los entejados de las casas humildes.

Vinieron las foticos y los comentarios, cuando aparece un señor de mediana edad, pequeña estatura y bien vestido quien nos saluda amablemente. Buenos días señor. ¿Cómo se llama la iglesia? No, esto es una capilla, no una iglesia. Sí, pero toda capilla tiene nombre de un santo o de una virgen...¡Ahhh! si verdad. Yo no se como se llama ésta, es que llevo muy poquito en éste lugar.

Señor, ese santo que hay allá es San José, ¿Será la capilla de San José? Interpeló Zuluaguita. ¡Ahh! sí, claro San José y hace poquito le celebramos las fiestas, contesta el señor, quien resultó que era el párroco, es decir,...mejor no digo nada, pero me confundo.

A lo que vamos muchachos, a desayunar. En aquella casa les pueden preparar desayuno, nos informó un obrero que adelantaba trabajos en la capilla. Sí, en esa casa, donde una señora con su pañoleta en la cabeza, nos dijo: Yo si les preparo desayunito, se demora como media hora o más, pero no hay con que...


Pasamos como a tres localcitos con cara de tienda ahí mismito, pero en ninguno había nada, salvo uno en la esquina, donde tenían una tajada de torta negra, más dura que un remordimiento, yogures de bolsa, gaseosa y un par de panes reblandecidos, manjares éstos que hicieron el dulce desayuno de los Todo Tragones, que tuvimos que pasar con la mano en la cintura, ya que en la Estación Botero se come...el hambre a uno.


Con la misma hambre acumulada , deshicimos nuestros pasos por el bonito adoquinado antes recorrido, dejando atrás una estación muda y en ruinas, una capilla humilde y cerrada con un párroco medio despistado, casitas añejas de fechadas roídas por el tiempo y puertas desteñidas, techos antiguos que ya no lucen sus orquídeas, una anciana que rumia recuerdos, un enrielado que se pierde entre la desidia oficial, la plataforma que se oxida y el fantasma de lo que antes fue la titina estación Botero, donde el silencio duele y el tiempo se quedó aferrado a nada.


No sobra agregar, que en el sitio se lanzaron los clic de las cámaras al aire en forma repetida por parte de nuestro fotógrafos Olaya y Chema, mientras el Lobato, repartía sus bombonbunes a los chiquillos que casi se abalanzaban sobre los mismos...Y Zuluaga, simplemente se lamentaba de la pobreza del lugar, recordando tiempos idos con aquellos paseos de tren.

Sí, la otrora encopetada estación, bautizada así en honor al ingeniero Fabriciano Botero, quien tuvo que ver con la construcción del Ferrocarril de Antioquia y natural de El Retiro, quien con su nombre borró el del otrora paraje de Piedra Gorda, tocayo de otro ubicada en Santa Elena; ya que de acuerdo a la Resolución de la J.D. del Ferrocarril de Antioquia, se llegó al acuerdo de hacerle el homenaje al citado ingeniero, nombrando así la Estación: Fabriciano Botero, conocida simplemente por su apellido.

Poco a poco varias familias se fueron estableciendo a lado y lado de la vía del ferrocarril, dando origen al caserío que hoy medio se levanta y que sostiene el tiempo, las telarañas y el olvido, en el punto exacto que se llamaba Segovita, donde construyeron sus viviendas Pedro Pascasio López, Abraham Moreno, Urbano Rúa, David Gómez, Lázaro López, Joaquín e Isidro Montaño y otros, dando origen y movimiento a la localidad, la cual por acuerdo 25 de febrero 4 de 1911, el Consejo de Santo Domingo, elevó a Botero a la categoría de corregimiento.


Volviendo a retomar el hilo y cubierto el adoquinado “descaminado” y abrazados por un sol resplandeciente, nos topamos ahí junto a la Fondita, con dos muchachas, que paradas junto a una “poceta” comunal, se dedicaba una de ellas (María Eugenia) a lavar ropa, estregando y estregando en la misma medida en que movía sus encantos, esos que “temblaban como un par de volcanes” al tiempo que botaba corriente con otra un poco más joven (Aleyda) y quienes amablemente saludaron a los caminantes.

Ni corto ni perezoso El Lobato, ubicándose en el mejor plano que le permitiera observar el “temblor” aquel, les preguntó: ¿Por dónde es la salida para Santo Domingo?? Por ahí mismito mi don, señaló Aleida, sin soltar de sus manos el chiro que lavaba y la coca de agua. ¿Y cuánto nos demoramos en llegar? ¡Huyyy!!! ¿A pié? contra interrogó la simpática lavandera...por lo menos una semana...Mentiras, a ver yo veo, como seis horas, ya que a mi casa hay tres y de ésta al pueblo otras tres...claro que todo depende de la velocidad.

Esa ingenua pero muy cierta respuesta, me hizo acordar del alcalde aquel en Medellín, que hace muchos años, quiso dizque quitar el Cerro Nutibara de su lugar, para trasladarlo a otro sitio donde estorbara menos o utilizar su tierra para rellenos, para lo cual contrató a un grupo de paisas baquianos, de esos que no se le quitan a nada.

Oigan Señores, ¿Cuánto cobrarían ustedes por pasar el cerro a otro lugar? A lo que responde uno de los potenciales trabajadores. Pues todo depende mi señor de los zurronaos de tierra que tengamos que mover y del tamaño del zurrón, ya que si este es del tamaño del cerro, pues con uno tenemos.

Vea pues como me desvié del tema...Bueno muchachas y la trocha es una solita o hay desviaciones a derecha o izquierda y cómo hacer para saber cual seguir. No se preocupe mi don, dijo María Eugenia, sigan derecho, mejor dicho la más tierrosa.


Cayados a discreción, arrancan los Caminantes Todo Terreno, muy animados, pese al desayuno virtual, previa despedida de las agraciadas muchachas y nos dirigimos al lugar indicado por María Eugenia para iniciar camino a Santo Domingo y no se van a imaginar los lectores: Que verraca trocha o mejor como medio “trucha”, más que trocha con figura de pared, ya que desde el primer paso arrancó la condenada a pararse como buscando el cielo.


Era un canalón con piso de barro de ese amarillo marrón, medio arenoso y muy remojado por el aguacero de la noche anterior, ese que con un piso disparejo y zigzagueando, nos mostró desde temprano lo que sería la caminata. Arriba el cielo hermoso...azul, impecable, con algunas manchas blancas como pringado por el jabón de la de la lavandera y un sol que amenazaba con fritarnos, situación que obligó a Zuluaga y al Lobato a sacar sus frascos de protector solar, no por miedo al calentano “astro rey”, pero si por temor a sus esposas o mejor a la cantaleta, ya que no les perdonan que se quemen. Con contarles, que parecían listos para una función con nuestro mimo estrella, el gran Carlos Álvarez, de lo embadurnados que quedaron.


Camine, suba, ascienda, trepe y siga subiendo y la cosa como que no rendía. El paisaje era el mismo. A nuestros pies el pantanero, arriba el cielo que empezaba a mostrar algunos nubarrones negros al norte y al oriente, el sol que no bajaba y a nuestros lados los ramales que encierran el cañón del Río Porce, corriendo a lo lejos, como una cinta plateada, y, allá abajo, los plásticos verdes o geotextil del Parque o Relleno Sanitario la Pradera, ese que con sus gallinazos “amaestrados” nos acompañó gran parte de nuestra caminata.


Que cosa tan fregada y pa’ dura nos resultó la caminada ésta. El paisaje soso poco cambiaba ya que el canalón constante sumado al encierro del cañón, poco dejaba apreciar, salvo en algunos lugares donde se abrían saltonas gargantas, que dejaban ver el horizonte ese si...bonito...Y la sudada tremenda, la cual nos obligaba a hidratar continuamente, no sólo con el agua que habíamos llevado, sino también con el “Guandolo Mr. Paisa” receta del Lobato.

Pocas casitas en el trayecto, algunos niños que disfrutaban de los dulces que se reparten; parroquianos que dejaban sus labores con sus saludos humildes y francos, la vegetación más bien uniforme y pobre, constituida principalmente por liberales, chaparros, yarumos, sietecueros, mortiños y helechos como para garantizar que nunca se van a acabar los “marranos.”

Como nadie ha preguntado nada, me anticipo a contarles que esta exigente caminata, fue distinguida con el nombre de nuestro Embajador y representante Legal, Don Gustavo Londoño Londoño, padre de Jorge Iván Londoño “El Lobato”, en homenaje a nuestro citado Embajador, por quien a las doce del día, elevamos el acostumbrado rezo del “Ave María”, considerando que sufre algunos quebrantos de salud, situación que enterneció al Lobato, quien con llanto en sus ojos, nos mostró la única agüita corriente por aquellos lares, donde no se había visto ni una acequia ni una quebrada.


Camine, suba, trepe ascienda y no se queje, dele pa’ lante. Hasta juanfer se pegaba sus voladas en punta (no por afán ni pendejada), simplemente que quería como que la cosa se acabara ligerito y todo dependía de la velocidad, tal como había dicho María Eugenia.

Así, poco a poco y esperanzados en llegar a la cumbre para iniciar un plan o una bajada, por ese paisaje repetido, repleto de espartillos, zarza , helechos y pantano e interrumpido por las pisadas de las mulas que dejaban ver sus herraduras marcadas, único elemento que nos ataba a la civilización (que delicia la paz de la montaña y el contacto con la naturaleza), logramos coronar la subida, casi paralelamente al encuentro con dos jinetes que llevaban a cabestro una bonita yegua colorada y chúcara que estaban arrendando y quienes muy amablemente, nos indicaron el camino a seguir, al tiempo que nos informaban que ya habíamos pasado lo duro y que estábamos como a una hora del pueblo y que ahí adelantico encontraríamos la carretera.

Chaito señores y Dios les pague les dijimos a los amables campesinos. Efectivamente recorridos unos metros, encontramos una puerta que daba a un potrero, donde el terreno se veía más plano, el paisaje se mostraba más amplio y generoso y los pastos ya eran para levante de ganado.

Que felicidad como coronamos ésta, pero nada. Sigan subiendo y trepando, aunque no con la verticalidad de lo dejado atrás. El camino era más amable, no así el tiempo, ya que pasó la hora y nada que aparecía la carretera, al tiempo que nuestras reservas de agua y de “Guandólo Don Mister Paisa” se agotaban...y se agotaron, con la imposibilidad de llenar en una quebrada (la única) que encontramos en todo el recorrido o en la única casa pegada al camino,...ya que era cruda y nos dio como cierta desconfianza, además tranquilizados sabiendo que ya estábamos llegando...y así fue.

Allá al fondo y en un repecho del camino, se lograba ver la carretera a Santo Domingo, la cual alcanzamos en algo más de unos veinte minutos. Que felicidad llegar a la misma. Terrenos conocidos y lo mejor, la estaban pavimentando gracias al plan 2500 del Gobierno Nacional, obra que se adelanta en forma más o menos acelerada y con unos acabados y especificaciones excelentes.

Estábamos en la vereda Las Playas, donde encontramos un negocio al lado de la carretera, el mismo que asimilamos como el más hermoso de los oasis, siendo aprovechado por nosotros para calmar la sed bien con cervecita helada o gaseosa y compartir algunas palabras e impresiones con los trabajadores de la obra., para seguir nuestro paso acelerado ante la cercanía de la meta que nos habíamos fijado.


Allí pasamos por la Unidad Educativa Las Playas, la cual estrenaba pintura en sus paredes y ahí mismito, una vista hermosa a mano izquierda...El único panorama franco contemplado en toda la caminata sobre el cual, al fondo y como en medio de una bocanada de humo de cualquier fumador ocasional, se dejaba ver imponente e intrusa, la piedra del Peñol.


Ya por carretera con un afirmado envidiable y con las torres de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán que asomaban sobre los rojizos tejados, nos vimos sumergidos en la calle principal del Municipio, ese donde nació Don Tomás Carrasquilla y llamado “La Cuna del Costumbrismo”, donde la ganadería la caña, así como el oro fueron y son puntales de la economía.




Que belleza Dios mío el espectáculo que nos daba la entrada al pueblo, rodeada de esas casas antiguas, con olor a añejo y sabor a colonia, con sus puertas y ventanas talladas y todo, incluidas las hermosas fachadas, recién pintadas con colores vivos y alegres, combinados en forma caprichosa, gracias a la campaña que adelanta la Gobernación de Antioquia y que en su momento inició el Dr. Aníbal Gaviria Correa, para que todos los municipios del departamento, pinten los frentes de las casas, con pintura suministrada por el gobierno departamental. Este espectáculo visual, fue aprovechado por nuestros fotógrafos, que no se perdieron vistica.

Como siempre sucede, nuestra presencia llamaba la atención de los habitantes, quienes no le niegan un saludo a nadie y hasta un lindo perro de la raza labrador, se pegó de los mimos y cariños de Zuluaga y siguió nuestros pasos por buen trecho, pero se fue despavorido ante unos “regaños o berridos” que eran para Juanfer y el pobre can se los tomó para él.


Santo Domingo: “Feo, frío y faldudo y aferrado a una breña de Antioquia” como lo definía Don Tomás Carrasquilla, lo cual no le perdonan muchos de los “Dominicanos”, fue fundado en 1778 y erigido municipio en 1814. El sitio donde hoy se levanta era llamado Minerales de Santo Domingo por la cantidad de oro que allí se explotaba, especialmente de las playas de las quebradas de San Miguel y Santo Domingo.

Los primeros nombres del caserío fueron Real de Minas y Montañas de Santo Domingo y dependía de la ciudad de San Nicolás de Rionegro, hasta principios del siglo XVIII.

El municipio cuenta con 12.800 habitantes, los cuales se amontonan en una extensión de 271 Km.2 a una altura de 1.975 metros s.n.m. y con una temperatura promedio de 19°C, separado de Medellín por 69 kilómetros que se recorren en 150 minutos, pero con la entrega de la carretera pavimentada, se reducirá notablemente.

Santo Domingo es un municipio con gran potencial turístico y una gran historia, contando además en su territorio con el Túnel de la Quiebra, nuestra mayor obra de ingeniería en su momento en el siglo pasado y que dio paso al Ferrocarril de Antioquia, entre las estaciones Santiago y Puerto Berrio y que hoy duerme el sueño de los justos, esperando volver a darle paso al progreso al unísono del chachachá del tren.


En pocos minutos estábamos en el parque principal, donde se contempla la fuente de los perros, la casa donde nació Don Tomás Carrasquilla, hoy en restauración, la imponente iglesia de Santo Domingo de Guzmán, a donde dirigimos nuestros pasos para dar gracias a Dios por habernos sacado con bien de esta exigente caminata. Admiramos los balcones floridos, las ventas de frutas, el mercado, y el aseo del pueblo, el cual de verdad, no es tan feo como lo define su hijo preclaro.

Reconocimos la casa donde nació Monseñor Gerardo Valencia Cano, Obispo de Buenaventura y fundador de Golconda y quien “dizque” murió en un accidente de aviación.

Como la fatiga era mucha y la sed igual, buscamos el restaurante Doña Rosa, donde sentados a manteles y atendidos por Olguita, como clientes fijos que somos, pedimos la carta:

Juanfer sólo pidió un plato de sopa de zanahoria y lo pasó con cuatro vasos grandes de claro de mazamorra, del cual nos sirvieron dos jarras rebosadas. Chema se contentó con una sopa de lo mismo, arroz y ensalada y Zuluaga, Olaya y El Lobato, se le apuntaron a bandejitas al gusto, cuñadas con clarito de mazamorra y hasta el primer tiempo del partido Colombia Argentina, alcanzamos a ver.


Siendo las 5:15 pm. Y a bordo de una buseta de Copetransa, los cinco amigos y caminantes, retornamos a Medellín. Cansados pero contentos y con el deber cumplido. A la altura de la estación Niquía nos bajamos, para tomar el Metro, donde la gente nos miraba como asustados y hasta hubo más de uno que hizo el amague de mandarse la mano al dril para darnos una limosnita, debido al grado de suciedad en que teníamos nuestras ropas y calzado, untados de pantano hasta la empuñadura.

En la Estación San Antonio me bajé con El Lobato y allí debimos subir al segundo piso para la línea “B” en el ascensor de los discapacitados, ya que el molimiento no daba para más, mientras coincidíamos en nuestros pensamientos: Esa caminada no la repetimos, salvo que nuestro Embajador Don Gustavo Londoño Londoño (Don Mister Paisa) nos lo pida, pero es que no hemos hecho nada malo...

Hasta la próxima si el “Gran Arquitecto” lo permite y esperen NUEVA información, para gloria y grandeza de Los Caminantes Todo Terreno.

Juan Fernando Echeverri Calle