Caminata a Morro Gil

Fecha: sábado 24 de enero de 2009

Caminantes: Marcela Ruiz Pineda, Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Carlos Alberto Olaya Betancur, José María Ruiz Palacio y Jorge Iván Londoño Maya.

Duración: 6 horas y piquito

Nombre: Naturaleza Desnuda

Preámbulo:

Aquel 27 de septiembre de 2008 los Todo Terreno, con la ausencia del Lobato, probaron las hieles y mieles del hermoso y exigente morro Gil, el cerro tusita de los caldeños y de los poquitos morros que pueden sacar a relucir un apellido. Si señores, un morro con talla de cerro, localizado en la parte suroriental del municipio de Caldas, dueño de un espeso bosque nativo y en cuyas escasas tres letras se han extraviado no menos de media docena de amantes de la naturaleza que la quieren disfrutar como Dios la trajo al mundo, completamente desnuda.

Entonces, si se repite la zarandeada de una montaña rusa, ¿porqué no una subida a morro Gil?

El Encuentro

Nuevamente la estación Itagüí se vistió de falda larga para recibir a los caminantes, quienes en fila india fuimos llegando muy puntuales hasta la plataforma donde cuadran las busetas para Caldas. Un tinto con muy buenas calificaciones puso la nota deliciosa para darle sabor al encuentro, proveniente de uno de los nuevos kiosquitos recién inaugurados. Para esta caminata no nos acompañaría Juanfer por encontrarse disfrutando de las playas de Coveñas, producto de unas muy merecidas vacaciones, pero contaríamos con la agradable compañía de Marcela, hija mayor de José María, y a quien recogeríamos en el propio parque de Caldas.

Hacia Primavera

La estreches de las bancas de la buseta de turno nos obligó a sentarnos separados y entablar la conversa como si estuviéramos “explayados” en la enorme cocina de esas fincas de antaño. Pero como no hay dicha completa, a punto de arrancar se subió un señor muy generoso en kilos y se sentó al lado de Josema, estampillándolo contra la ventanilla y poniéndolo en estricta posición ¡fir!

El viaje lo hicimos a un promedio de 80 kilómetros por hora, si no más, alcanzando y adelantado a todas las busetas que habían salido inclusive media hora antes que nosotros. Gracias a Dios, en un abrir y cerrar de ojos, como quien dice al mejor estilo Olayita, llegamos con vida al parque de Caldas, en donde se montó Marcela, quien también, pero en menor proporción, le tocó probar del raspa´o de nuestra buseta voladora. Con razón Marcela debuto con la siguiente anotación: “Lo más “extremo” de la caminata a morro Gil era montar en esas busetas de Caldas”. Olvidaba contarles que Marcela es nutricionista y ejerce como profesora de esa carrera en la Universidad de Antioquia. Además cuenta con el grado más alto en el movimiento Scout, de la cual es dirigente activa, lo cual nos garantizaba una compañera con todas las propiedades para esta exigente caminata.

En Territorio del Lobato.

Apeados de esos cien por hora pintados de rojo y blanco, y luego del saludo con abrazo incluido a Marcela, cogimos rumbo al sur por la vía que lleva al alto de Minas, siempre en medio de tractomulas y camiones de todas las tallas y colores. A los pocos metros encontramos el trozo de bambú que en manos del filo del machete de Josema se convertiría en elegante cayado para nuestra ocasional caminante.

A nuestra izquierda nos acompaña el coqueto morro Gil, distante a tiro de misil palestino, con su hermosa redondez y enmarcado por una mañana iluminada tímidamente por el astro rey que trataba de abrirse paso entre tanta congestión de nubes.

Un kilómetro más y llegamos al lugar donde descansan los camioneros, el cual consta de estación de servicio, oficinas de algunas trasportadoras y restaurante, por lo que no podía faltar la pose del Lobato al lado de “blanquita” una reluciente tractomula que era tanqueada en ese momento.


Sentados en los tablones del restaurante, procedimos a hacer los pedidos para el desayuno, tocándole el primer turno para pedir a Marcela, quien sin pensarlo dos veces optó por chicharrón, arepa y chocolate”, al oír el pedido le dije a Carlos “hermanito, nos salvamos, podemos pedir lo que sea, que la dieta la comenzamos el primero de febrero”. Así que por el largo tablón fueron desfilando huevos en todas las presentaciones cuñados con porciones de arroz y frisóles, y la infaltable tazada de chocolate abrazada con su fiel arepa.

Mientras desayunábamos nos entreteníamos viendo a varios camioneros tratando de parar una res que se había echado en el camión ganadero, y al “muchacho del trapo rojo” infaltable en estos sitios, que además carga una especie de bolillo corto para ir tocando llanta por llanta, dándole al ambiente un concierto de marimba reencauchada, para detectar por el “tono” a cual le falta aire; por eso, a diferencia de la ciudad, el estribillo que por aquí se escucha cuando llega cada tractomula es “bien cuidaito y bien calibraditas mi don”

Por la vereda La Clara

A la media cuadra del restaurante nos desviamos por una carreterita angosta que nos lleva a la vereda la Clara. El reloj marcaba las 8 y 30 de la mañana. Esta región es famosa por los charcos que forma la quebrada Aburrá (que más adelante cambia por río Medellín) la cual es alimentada por tres quebradas que hacen de este valle un lugar preferido para los paseos de olla y grabadora de números. También tienen asiento muchos estaderos con juegos para niños, pista para baile y eso si…que no falte el tremendo charco. Con razón decían que el 6 de enero, que para nosotros fue el 12, no cabía ni una papita criolla por la cantidad de paseantes, bañistas y sancochos que hervían por esas mangas.

No ha de faltar, eso si, el camión, bus o volqueta que pasa contaminando el ambiente con el veneno que distribuye Ecopetrol camuflado bajo el nombre de ACPM, situación que vivimos en todas las caminatas y de la cual, en su mayoría, queda el registro fotográfico.

El ascenso

Dejamos atrás esos hermosos parajes de la vereda La Clara y comenzamos el ascenso al morro, el cual se hace al comienzo por un carreterita rodeada de enormes eucaliptos. La última casa que nos encontramos al borde de la carretera pertenece a una familia amiga de Josema, por lo que se hace obligatorio el saludo desde la portada. En ese momento el poeta nos hace esta anotación “mírenla bien porque es la última casa que veremos, la próxima está a 7 horas de camino”.

Más arriba llegamos al esperado calvario que recuerda el sitio en donde el 16 de abril de 1947 terminó sus días por manos desconocidas don José María Ruiz P, abuelo de Josema. Por lo tanto, aprovechamos para un corto rezo comunitario, tirar la piedra que mueve la registradora de los padrenuestros y tomar la foto para el recuerdo, así sea amargo.


Como paradoja, más adelante nos encontramos el sitio exacto donde quedaba la casa donde vivió Josema entre los 2 y los 10 años de edad, con sus padres y hermanos. Solo queda en pié el terreno y el enorme pino donde don Tarcisio Antonio de la Cruz Ruiz Velásquez Posada Naranjo armaba el columpio para que su prole en pleno meciera al viento la cabellera, entre ellas la pelirroja de nuestro compañero y guía en esta ocasión.

A medida que avanzamos el ascenso se vuelve mas exigente, y el camino, aunque amplio, se va enmalezando. Una portada de alambre de púas nos indica que entramos a predios de propiedad de Cipreses de Colombia, por lo que no se hacen esperar los extensos pinares sembrados con la variedad Pátula. Arriba tenemos siempre como punto de referencia nuestro morro Gil, y que ahora tenemos a tiro de escopeta. La caminata se hace en medio del trinar de infinidad de pájaros, algunos no conocidos, como fue el caso de unos de regular tamaño, de plumaje negro por encima y rojo por debajo, que en bandada iban recorriendo el extenso bosque.

La vegetación que por tramos es generosa en líquenes, musgos y flores exóticas, por momentos también nos hace sentir en la manigua, por lo que no se hace esperar el ruido del machete de Josema, quien va adelante del grupo cortando ramas a diestra y siniestra, con una propiedad que no le conocíamos. En algunos sitios se pierde el camino y pareciera que “hasta aquí llegamos”, pero por fortuna el recorrido es conocido aún en bifurcaciones complejas que permiten que la Milagrosa se luzca, porque cuando no manda el campesino que nos indica, talla la flecha sobre el árbol para mostrar el camino correcto, tal como lo pudimos apreciar, y que les sirvió de guía en la primera subida.

Algunos enormes y pesados árboles se vienen a tierra, lo que ha obligado a otros caminantes a abrirse paso por debajo formando verdaderos túneles del tiempo, oscuros y húmedos, que requieren agacharse y casi arrastrarse como si se tratara de los hombres de acero, o en otros casos a brincar por encima de los troncos abriendo las piernas como compás de arquitecto y arriesgando la virginidad que se vuelve a ganar con la entrada en años. Con razón en la primera subida hubo momentos en que algunos querían devolverse, porque la verdad hay sitios en donde uno se siente en la “sin salida”.


Ciertos tramos, debido a la espesa vegetación, ofrecen una oscuridad como si fueran las 6 de la tarde, a la que se suma la neblina que aparece y desaparece como jugando escondidijos entre los árboles. Las vestimentas impecables al comienzo son ahora pantalones y camisetas propias de espantapájaros por el roce con la vegetación y el suelo y por las pasadas casi a rastras por los túneles. Cuando paramos para alguna foto o a tomar agua advertimos el vapor que expelen nuestros cuerpos, lo mismo que nuestras bocas al hablar.

La hermosa vista que nos ofrece uno de los tantos pinares y un tapete de musgo fue el escenario propicio para un reconfortante descanso, para hidratarnos con agua que en esas alturas es bendita, y recobrar calorías con panelitas y bocadillos que tuvieron la aprobación nutricional de Marcela, amen de las infaltables granadillas de Zuluaga. Nunca el rezo del Ángelus tuvo un escenario tan natural y unos devotos tan sudados y sucios.

A eso de las 12 y 30 coronamos el punto más alto del camino, más no la cima del morro, de la cual estábamos a tiro de cauchera. Para llegar a la cima hay que desviarse y tomar otro camino, que podría ser uno que encontramos antes de rematar la subida, pero es mejor no correr riesgos sin estar seguro del camino correcto.

El descenso

Las condiciones del camino mejoran a medida que comienza el descenso, al igual que la panorámica que nos permite ver bien abajo el municipio de Caldas que por la distancia se puede apreciar en toda su extensión. Igualmente, y luego de pasar un tramo con mucha trocha, se llega a la parte despejada, que permite ver igualmente los cerros que conforman la reserva ecológica La Romera.

Pequeños arroyos invaden el camino, lo que faltaba para que las botas se unieran a la suciedad de la ropa. En un tramo despejado pudimos ver la parte de atrás del morro, por lo que lo aprovechamos para ponerlo de fondo verde para la foto del grupo.

Luego de pasar por la bifurcación en donde la vez pasada los Todo Terreno tomaron el camino equivocado, representándoles una hora de atraso y el riesgo de una posible pernoctada en ese lugar, toda vez que eran las cinco de la tarde y aún les faltaba mucho por caminar para ver la primera casa después de aquella que nos fue advertida por Josema, localizada en el cerro de la Cruz, el camino se convierte en carretera utilizada para sacar la madera que es explotada en esos lugares. Durante este trayecto Caliche me contó con todos los detalles lo que les tocó vivir en aquella primera experiencia, la cual se convirtió en toda una odisea que el final, gracias a Dios, terminó bien luego de más de ocho extenuantes horas de camino, el 90% bajo una inclemente lluvia.

Aunque vamos con demasiada holgura de tiempo, la llegada al cerro de la Cruz representa un alivio pues tenemos a Caldas a hora y media. En este sitio aprovechamos para divisar el pueblo que anda por los 75.000 habitantes, famoso por su cerámica industrial, sus aguaceros con fiesta incluida y las obleas de siempre, además de la cadena montañosa del suroeste en la que se destacan el cerro Bravo que se ve en toda su extensión, y el Tusa, del cual sólo se ve la cima en forma de punta. Desde de allí también se alcanza a ver la parte occidental de Medellín.

Acto seguido, y como todo héroe merece una amarguita, pasamos a las bancas de un chucito atendido por un amable campesino, padre de tres hermosos hijos que nos animaron el rato con sus hermosos ojos. Entre sorbo y sorbo, fray Olaya aconsejó al campesino para que no desanimara en darles estudio a sus muchachos. Es que no solo salimos a caminar.

Relajados y en plan de conversa total atacamos el penúltimo tramo de bajada hasta la vereda La Corrala, pero siempre mirando de reojo a la derecha para no perder de vista el aguacero que estaba cayendo por los lados de La Romera y que con toda seguridad venía hacia nosotros. Hacen su aparición las fincas de recreo, algunas dotadas con caballerizas y pintadas con vivos colores que se destacan en el ambiente. Comienza la afluencia de personas, casas, motos, caballos, y nuevamente el entorno nos vuelve al bullicio y a la contaminación, de lo cual nos escapamos por algunas horas.

La llegada

Propiamente en la escuela de la vereda, en todo el alto del Gallinazo, el señor aguacero nos pasó la cuenta de cobro, pero ahí mismo paso un campero que hace las veces de “circular” hasta Caldas, al cual nos trepamos (distinto a montarnos) en su parte de atrás con los normales quejidos por tenernos que agachar por enésima vez. ¿Alguien duda de la bondad de nuestra Patrona?

Con Olayita como fogonero ocasional, (no le faltó sino cobrar) y con cupo completo, algo sudaditos pero que importa, llegamos hasta dos cuadras antes del parque de Caldas, en medio de una llovizna que fue amainando hasta que nuevamente salió el sol. Pagados los $4.500 por el pasaje de los cinco, las damas pagan la mitad, descendimos repitiendo quejidos y caminado como parturientas a punto. Eran las tres de la tarde.

Más calmaditos y ante la mirada de los curiosos de turno, caminamos hasta llegar hasta el restaurante Milán, de todo nuestro gusto y en donde Josema es más conocido que los mismos dueños. Luego de la semiducha, el cambio de camiseta del Lobato y la quitada de ramitas y piedritas de las cachuchas, entramos en materia para disfrutar cinco almuerzos del día y quedar como nuevos.

En pleno parque nos despedimos de Marcela quien nos resultó una caminante de alta competencia, por lo que clasificó con creces para la próxima antes de que entre nuevamente a su rutina laboral y a su diplomado.

Para Medellín

Pero aquí no termina todo, porque faltaba la ultima despelucada que nos iba a pegar la buseta de regreso a Medellín, cuyo conductor nos trajo a mil o un poquito más. Razón tenía Marcela en decir que lo más peligroso de la subida a morro Gil sigue siendo la montada en esas busetas.

Apeados en la estación Itagüí, con el pulso normal, pasamos por el mismo kiosquito donde compramos el delicioso tinto de nuestro encuentro mañanero, nos despedimos de Josema que iba para su Sabaneta y tomamos el metro, a riesgo de que no nos dejaran entrar por lo mugrosos.

Que pena esos tres mugrientos sentados en la pulcritud de esas bancas; para ajustar a mi me tocó al lado una enfermera con su reluciente uniforme blanco, y con las señoras del frente mirándonos y preguntándose ¿Y estos tan empantanados de donde diablos vendrán? Pues de Morro Gil, mi señora.

Hasta la próxima

Jorge Iván Londoño Maya.

Caminata La Unión - El Cármen de Viboral

Amanecer frío y lluvioso este sábado 17 de Enero de 2009… Bueno, de todos modos compromiso es compromiso y hay que madrugar a caminar. Pienso en Olaya… Debe estar dándose vueltas en la cama y cavilando el levantarse o no.

A las 6.10 a. m. estamos en la terminal del sur y preciso; falta Olaya. La semana anterior no nos acompañó por asuntos familiares, pero nos prometió que a ésta si no faltaba. Sobre las 6.15 llega con una sonrisa de oreja a oreja y con cara de colchoneta todavía. Se toma un tinto mientras compramos los tiquetes para el municipio de La Unión; un bello Municipio del Oriente Antioqueño, cuya distancia de la Ciudad de Medellín es de 56 Kilómetros, la cabecera Municipal esta a 2.500 MSNM y cuenta con una temperatura promedio de 13º C. Su extensión es de 198 KM2 de los cuales 136 están en clima frío y lo restantes en clima medio.

A las 6.20 a.m., luego de un solitario tinto para mañanas frías, arrancamos raudos en una buseta de Transportes Unidos La Ceja y en 1,40 horas, después de ascender por Las Palmas al valle de San Nicolás y pasar de lado a lado por el hermoso vallecito de La Ceja, estamos desembarcando en la fría plaza del pueblo en medio de una lloviznita menuda y pertinaz que nos acompañaría casi durante todo el día.

De inmediato se destacan tres puntos de referencia en el amplio y limpio parque del municipio: La iglesia principal, una hermosa capillita al otro lado del parque que estaba cerrada y la Casa Consistorial o alcaldía. Lo primero es lo primero; entramos al templo en semipenumbra y luego de dar las gracias al arquitecto del Universo por el diario transcurrir, admiramos extasiados la filigrana y la exquisitez del templo que muestra unos acabados en maderas diferentes con incrustaciones y tallas combinadas de manera admirable.

Fuimos luego a la Casa Consistorial en la que funciona la Alcaldía Municipal y otras dependencias y de nuevo nos encontramos con la madera trabajada por maestros; puertas coloniales, contrapuertas en una filigrana de arabescos magistrales, pasamanos de escaleras bien tallados y pulidos y unos balcones interiores amables, igual que las personas que se encontraban en el lugar a esa hora laborando. Ahí nos dieron algunos datos generales del municipio:


La Unión es un municipio localizado en la subregión Oriente del departamento. Limita por el norte con los municipios de La Ceja y El Carmen de Viboral, por el este con El Carmen de Viboral, por el sur con los municipios de Sonsón y Abejorral y por el oeste con el municipio de La Ceja. La Unión surge como otro de los distritos de la región oriental de Antioquia que aparece como efecto de la colonización espontánea de toda esta zona centro oriental de Antioquia. Otros distritos como Abejorral, La Ceja y Sonsón surgieron del mismo modo, todo ello durante el siglo XVIII.

El año 1778 se considera el año oficial de la fundación de esta localidad, pues fue entonces cuando los fundadores alzaron el primer caserío en sus propios terrenos. Inicialmente lo bautizaron Vallejuelo.

En el año de 1877 el gobierno de Antioquia creó el distrito de La Unión, compuesto por fracciones de terrenos de las localidades de La Ceja y Carmen de Viboral. Posteriormente sería despojado de esta categoría, pero, en 1886, comenzó a crearse una corriente de opinión de los habitantes y de varios personajes influyentes de las zonas circundantes, a favor de la existencia del distrito, especialmente por ser parte del camino más corto para dirigirse a los departamentos de Tolima y Cundinamarca.

Sólo hasta 1911, y conjuntamente con otras jurisdicciones, se creó nuevamente el municipio de La Unión.

De la hermosa Casa Consistorial salimos a buscar desayuno con los datos que nos dio una amable señora que nos había servido de guía en nuestro recorrido por la casa de gobierno; lamentablemente el lugar que nos recomendó estaba cerrado y nos tocó buscar algún otro porque el que conocíamos de tiempo atrás, también estaba cerrado. No metimos a una cafetería en la que una gran Greca muy antigua humeaba y las empanadas y buñuelos de la vitrina de la puerta le hacían la segunda invitándonos a la primera curva del día. Salen 5 cafés calientes al vapor junto a 5 buñuelos, 5 empanadas en primera instancia que desaparecen del mapa rapidísimo y son reemplazados por otras empanadas y unos cruasanes esponjosos que completaron el asunto.

Con los motores calienticos tomamos la ruta que nos señalaba una valla en la que se nos notificaba que estábamos a 19 kms del Carmen de Viboral, nuestro destino. A pocos pasos se abre el paisaje rural de un verde intenso en diferentes matices dados por la vegetación circundante en la que campean potreros para ganados de leche, cultivos de pan coger alrededor del as casitas campesinas que alegran el paisaje aquí y allá; cultivos industrializados de flores que se distinguen por los cobertizos cubiertos de malla y plástico de invernadero y grandes extensiones de tierra sembradas de papa la mayoría y otras hortalizas y legumbres en diferentes etapas de crecimiento.

Por la carreterita en regular estado, se mueven tractores agrícolas que sirven incluso para remolcar un tráiler cargado con tanques de leche o bultos de papa, cajas de flores o canastas de hortalizas y campesinos de a pie, en bicicletas y muchos en motocicletas que desplazaron a los caballares de los que pocos ya se ven. Un detalle significativo es que por lo menos por este sector por el que caminamos, los hatos ganaderos han reemplazado los cultivos de papa de otras épocas y la colonización con las fincas de recreo van en aumento, cambiando la vocación de la tierra y las costumbres campesinas. Lo que si no quiere cambiar es el modo en que se controlan las plagas de los cultivos; sigue imperando la fumigación con venenos supuestamente inofensivos para el hombre, pero otra cosas dice el organismo que de inmediato rechaza esos olores y vapores emanados por las bombas de aspersión.

Por poco nos desviamos de la ruta por ir enfrascados en quien sabe que tema y si no aparece la Milagrosa guiando un tractor que remolcaba un tráiler cargado de bultos de papa, el recorrido se hubiera aumentado en unos 5 o 6 kms. Regresamos al camino perdido y por entre pastizales llenos de vacas Holstein, algunos caprinos y sembrados de papa pronto llegamos al Corregimiento La Madera, ya en terrenos del municipio de Carmen de Viboral.

En medio de una llovizna permanente y con amagos de torrencial que afortunadamente fueron conjurados por las rogativas del Lobato a su tocaya, empezamos el ascenso por entre la niebla al alto o cerro de La Madera, ruta que merece especial atención por la vocación turística dada la profusión de miradores hacia el vallecito que acabábamos de dejar y desde donde el espectáculo es majestuoso por lo variado del paisaje.

Pasado el alto en medio de charlas y discusiones sobre lo divino y lo humano, se abrió ante nosotros otro paisaje de ensueño: La vereda La Chapa de El Carmen de Viboral, asentada en un recodo del valle de San Nicolás que desde allí arriba parecía una colcha de retazos de diferentes tonos de verdes de los sembrados y ocres de la tierra preparada para la siembra; también por los cultivos de flores industrializados en invernaderos. A nuestra izquierda y muy abajo, también se veía ya el pueblo detrás de la montaña y bajo la lluvia. A nuestras espaldas estaba la cicatriz de un enorme derrumbe ya curándose, lo que nos hizo reflexionar en los riesgos del camino.

Un calvario sin nombre nos sirvió para hacerles un homenaje, oración incluida, a los campesinos muertos por una violencia sin razón y lo hicimos a nombre del Campesino Desconocido. Un poco más adelante en otro pequeño derrumbe con cara de cantera para materiales de construcción, una gran laja de piedra estorbaba el camino, por lo que entre todos, menos el fotógrafo encargado de perpetuar el instante, dieron vuelta y orillaron el estorbo. Cumplida la buena acción del día continuamos caminando hacia abajo.

El camino de descenso al valle de La Chapa es sinuoso, pero la contemplación del entorno y de la lejanía lo hace pleno de disfrute y alegría. Perros que ladran, campesinos que saludan amables, algunos baches pantanosos en la vía y de pronto una motocicleta pasa rauda pitando su saludo. Luego un camioncito cargado rezonga en la bajada y al pasar a nuestro lado vemos que va cargado de bultos de Zanahorias… De inmediato nos acordamos de una amiga lejana y Lobato salió corriendo detrás del carro gritándole al conductor que nos regalara unas cuantas para mandárselas a nuestra Oryctolagus cuniculus). No se logró en objetivo pero de todos modos le deseamos a nuestra amiga que se encontrara bien provista de la deliciosa hortaliza en la tierra de Bugs Bonny.

Ya vamos llegando, nos decíamos y camine; la lluvia arreció un poco, pero en un recodo encontramos la fonda “Las Partidas” y ahí esperamos que amainara un poco mientras descansábamos y tomábamos un refresco.

De allí al pueblo era poco el trayecto y pronto estábamos recorriendo el hermoso “Bulevar de la Loza”; homenaje y reconocimiento a la vocación de todo un pueblo dedicado al trabajo de la cerámica de mesa puesta. Las paredes, los andenes, los balcones; todo está forrado, incrustado, salpicado de platos, pocillos, tazas que forman un mosaico de belleza sin igual. Ya en el parque resaltan los balcones bien conservados y la iglesia de corte moderno y embellecida con hermosos vitrales que le dan iluminación natural durante buena parte del día.

Entramos como es costumbre a la iglesia y de ahí buscamos el restaurante “La Frisolera” en donde almorzamos juiciosos. Terminamos nuestro periplo yendo a la terminal de transporte en donde abordamos una buseta que como dice Olaya: ” En un abrir y cerrar de ojos” nos puso en Medellín.

Hasta la próxima rumbo a Morro Gil…

José M.

Caminata Circuito por la Ceja del Tambo

Fecha: sábado 10 de enero de 2009

Integrantes: Luis Fernando Zuluaga Z. – Jorge Iván Londoño M. – José María Ruíz P. y Juan Fernando Echeverri C.

Nombre: Un Tablero de Ajedréz puesto sobre el vallecito del Tambo

¡Dejanos aquí por favor!!! Se escuchó el grito de Jorge Iván Londoño (El Lobato), a lo que el conductor de la moderna buseta de Transportes Unidos, se tomó el tiempo y la distancia necesaria para hacer para su vehículo, el cual luego de algo así como una hora de viaje, nos resultó soso y lento. Nos bajamos del vehículo, ahí mismo en la Curva del diablo, Sector Las Delicias de La Ceja del Tambo, allá en la finca “Tucanmiracu” a la cual ingresamos sin pedir permiso y donde nos esperaba Luis Fernando Zuluaga (Zuluaguita) para quedar medianamente completos Los Caminantes Todo Terreno y digo medianamente, ya que por razones de fuerza mayor entendibles, hoy no nos acompañaría Carlos Alberto Olaya B. (Olayita).

Allí en aquella bonita finca, cuyo nombre no repito para no botar una calza o una tecla a mi teclado, nos estaba esperando el Zuluaguita, quien feliz, “voliando” cola como su perro Otto y cojeando un poco de “su remo” derecho, nos recibió como reyes.

Luego salió su esposa Carmenza Montoya y su hijo Juan Fernando Zuluaga, al igual que su cuñada Mónica Montoya, para completar el saludo y así sin darnos cuenta y encaramados en el anda de la simpatía, el saludo, las atenciones y la amistad, nos vimos sentados a bordo de una inmensa mesa de comedor, donde humeantes nos esperaban cuatro tazas de chocolate, chorizo, arepa, huevo, morcilla...viandas que no dieron un brinco.

Botamos alguito de corriente para desensillar la llenura, firmamos algunos autógrafos y hasta posamos para la cámara de José María (Chema), en forma muy organizada y bien puestos, ya que estábamos estrenando camisetas (léase uniforme), diseñado por Jorge Iván Londoño M. (El Lobato) y quien amablemente nos lo dio de traído del Niño Jesús en el diciembre próximo pasado.

La camiseta (uniforme) es blanca y en su pecho luce un estampado del Cerro Tusa y otros dos cerros, que podrían ser el Sillón y Cerro Bravo en cadena, saliendo por entre los mismos el sol. A un lado dos florecitas con los colores de Colombia y Antioquia en sus pétalos, todo ilustrado bajo el nombre de LOS CAMINANTES TODO TERRENO y un fragmento modificado de nuestra misión.

Con los morrales terciados, los cayados a discreción y listos a entrarle a la carga a esta primera caminata del 2009, para despegar máquina y amansar caminos, nos despedimos de Carmenza, Mónica y Juan Fernando, para en perfecta fila india y tras los pasos cojeantes del Zuluaguita, que lucía una faja negra sobre su rodilla derecha, fin protegerse de un desgarro sufrido el 31 de diciembre, pero por accidente y no propiamente por resbalón en una cáscara de aguardiente, iniciamos nuestro ascendente camino, rumbo a la vereda El Chuscal, sacándole el cuerpo a los carros que suben y bajan en cantidad..

Todo era verdor a lado y lado de la vía. El canto de los pájaros, los pinos mecidos por el viento, las fincas de recreo, algunos hatos de leche, arriba el sol que se asomaba por el postigo de una mañana fría y opaca y allá, a mano derecho al fondo y abajo, un tablerito de ajedrez puesto sobre el Valle del Tambo, prolongación de Llano Grande y parte constitutiva del Valle de San Nicolás del Rionegro.

Me refiero a la Ceja del Tambo, sin lugar a dudas uno de los municipios más bien trazados de Antioquia, sino el que más, donde el progreso pisa firme, pero sin aplastar ese pasado y esa historia que se desparrama sobre la heráldica y la tradición de sus gentes.

Fundado en 1789, tiene actualmente unos 52.300 habitantes muy cómodamente ubicados en tan hermosa llanura, la cual tiene una talla de 131 Kmts.2 de extensión con una temperatura promedio de 16C° para una altura de 2.200 mts.. s.n.m. y separado de Medellín por escasos 40 minutos, que se recorren en un pepazo, dependiendo del conductor.

Es la Ceja del Tambo, un municipio con vocación turística y ecológica, rico en aguas y que vale la pena ser visitado, ya que además de su encanto, tiene una importante tradición histórica.

“Más contentos que marrana estrenando lazo”, los Caminantes Todo Terreno, como ya dijimos, debutábamos con nuestras bonitas camiseta y no creíamos en nadie.

Fuimos avanzando poco a poco por la concurrida carretera, haciendo pases de todas las facturas a los veloces automotores: Chicuelinas, manoletinas, naturales, gaoneras, afarolados, forzados de pecho y el ¡Correte home que te pisa..!!!

Afortunadamente durante todo el recorrido no nos topamos con esos tales tricimotos y cuatrimotos (es lo mismo y no, ya que una vaca es un cuadrúpedo, pero no todo cuadrúpedo es una vaca), los cuales conducidos a altas velocidades por los “hijitos de papi”, están acabando con la tranquilidad y seguridad en las veredas, trochas y caminos, con lo cual deben tomar carta las autoridades antes que sea tarde.

Hermoso el paisaje, encerrado por esas montañas, no muy insinuadas y tímidamente escondidas por la leve neblina, que dejaban ver las aguas que bajan de las acequias y el verdor de esa naturaleza, que parece abrazarse al sol, el cual poco a poco le expropiaba terreno a las nubes y a la neblina, para mostrarnos todo el brillo de su cara y caer a golpe de plomada sobre los campos, los tejados de las casas de las fincas de recreo, sobre los bosques y los hermosos jardines repletos de flores y de pájaros que dejan ver su salto de rama en rama y escuchar su trinar.

Nuestro paso era firme pero no apurado disfrutando del paisaje y del excelente clima que se iba calentando a medida que “el monito aquel” dejaba ver sus rayos, los cuales con su calor iban corriendo los leves velos de niebla, para dejar ver en cuerpo entero los hermosos cerros de el Corcovado (o también Jorobado que es lo mismo o si se quiere el Maletón en buen paisa ) y que se ubica entre La Ceja del Tambo y Santiago de Arma de Rionegro; así como el cerro La Laja en la vereda del mismo nombre y el Capiro, eterno vigilante de La Ceja del Tambo.

Nuestra meta era hacer un circuito que nos permitiera, recorrer varias de las hermosas veredas de la Ceja del Tambo, arañando algo del Municipio de Santiago de Arma de Rionegro (la tierra de mis mayores a mucho honor) y volver a nuestro punto de partida.

Realmente describir lo caminado, por tan hermosas tierras y caminos es bastante complicado. Todo es una sinfonía de belleza en “Do” mayor, ya que las veredas compiten por su aseo, defensa del ecosistema y mantenimiento de las mismas, empezando por la conservación de las aguas, labor que ha sido lucha conjunta de Cornare y las EPM con sus programas de arborización y mantenimiento del bosque nativo, teniendo presente que toda la zona o mejor todo el valle, está bastante sembrado de pino ciprés, especie foránea que a la larga no es la mejor para el medio ambiente y el equilibrio ecológico, pero que representa un ingreso laboral importante en la industria de muebles y pulpa.

Verdaderamente llamó nuestra atención, la vereda El Higuerón. Toda una sucesión de finquitas campestres hermosas y bien tenidas, el aseo del camino, el mantenimiento al entorno y las constantes vallas invitando a propios y visitantes a cuidar la naturaleza y el medio ambiente y conservar las aguas, lo cual sin lugar a dudas constituye un ejemplo y multiplicador positivo para otras veredas.

Lástima que no han de faltar los vándalos, que les ha dado por destruir algunas de aquellas vallas o avisos, pero nunca podrán destruir las plausibles intenciones de quienes allí las ubicaron para el beneficio de la toda la comunidad.

Bonita la caminata y aguanta ser repetida, ya que allí se conjugan muchas cosas hermosas que hacen de la Ceja del Tambo y en general del Valle de San Nicolás del Rionegro, uno de los sitios más atractivos de nuestro departamento, lo cual tiene mayor énfasis e importancia turística ante la cercanía a Medellín.

Es de anotar que cuando estábamos sobre la carretera La Ceja – Don Diego, y rumbo a la hermosa vereda Pontezuela, fue mucha la pupila que echamos buscando La “Hacienda Clarita, propiedad de nuestro amigo y contertulio Luis Fernando Múnera López (LuisMu), pero nada que la encontramos, ya que resultó más clarita de la cuenta y no la vimos, lo cual lamentamos dado que con seguridad allí habríamos encontrado un buen refresco y un suculento prealmuerzo a todo timbal.

Cuando llegamos a la vereda San Nicolás, aprovechamos un negocito en el camino, para calmar nuestra sed y reforzar con algún bocaito, consistente en 16 pastelitos de guayaba, de esos deliciosos y enviciadores, los cuales despachamos sin compasión para continuar la marcha

Esta “corta” caminata, hecha como se dijo para lucir nuestras camisetas y despegar máquinas, caminos y cayados en el 2009, nos muestra sin lugar a dudas, uno de los entorno y medio ambiente más bien tenido de cuantos hemos visitados, en especial a lo que a aseo y mantenimiento de la naturaleza se refiere, además de su belleza y todo gracias a las campañas cívicas y ecológicas, y al sentido de pertenencia de sus pobladores.

Es admirable ver como en la totalidad del recorrido, se viene sembrando a bordo de la vía, una infinidad de arbolitos de diferentes especies, tales como cedro, palo de reina entre otros y como cosa rara “milpesos” (hura crepitans), árbol enfobiáceo que tira más a forma de palma y el cual se utilizaba hace muchos años en las casas en materos y solares, como amuleto de la buena suerte, e igualmente del jugo de sus hojas, se extraía una sustancia lechosa utilizada como medicina y hasta pa’ poner a volar bajito, siendo nociva para la salud.

Ya en la vereda San Nicolás ahí casi en las goteras de La Ceja del Tambo, se puede apreciar las modernas urbanizaciones que se vienen desarrollando en la zona; así como el muy bonito y eficiente Hospital San Juan de Dios, del cual a escasos cuatrocientos metros, se puede observar “y oler” el único lunar negro que tiene el recorrido.

Es un caño o quebrada de aguas negras, llamado San Nicolás (que sacrilegio), cuyas aguas totalmente contaminadas y que parecen una lenta colada bajando, nos imaginamos que a desembocar al Pantanillo o El Higueron o el Rionegro, es fuente contaminante de aguas y del ambiente con su apestoso olor, quedando el datico y la inquietud para Cornare o Corantioquia y los entes encargados, fin den solución al mismo.

Allí, luego de pasar el nauseabundo olor, el cual era diezmado por el viento, nos encontramos en la urbanización Mirasol, donde la vía se nos bifurcaba: Hacia la izquierda ingresaríamos a la zona urbana de La Ceja del Tambo y hacia la derecha tomaríamos la variante que nos conduciría nuevamente a nuestro sitio de partida, el cual elegimos por obra y gracia de la invitación a almorzar que nos había hecho la familia Zuluaga Montoya y que no se podía despreciar, ya que además de caminantes, somos tragones, tímidos y conchuditos.

Así, pausaditos, embriagados de paisaje y de dicha caminera, nos echamos al hombro los pocos kilómetros que nos quedaban, para llegar a la curva del diablo, por toda la carretera a Medellín, nuevamente mostrando nuestros dotes de toreros, haciendo pases, quites y engaños a los automotores, que sin tener pitones afeitados, sí poseen unos bomperes que “dan más duro que una mula con la pata”.

Llegados a la finca, fuimos recibidos por Doña Carmenza Montoya de Zuluaga con sus acostumbradas y refrescantes atenciones, para luego de haber contado nuestras experiencias, comprobar que Zuluaguita tenía bien su llanta bajita (rodilla afectada), posar para nuevas foticos y que todo había salido a las mil maravillas, pasar a manteles.

Juiciosos y sentados en la misma mesa que nos vio despachar los desayunos, dimos cuenta de unas bandejas paisas al mejor estilo de Doña Carmenza, con unos chicharrones, de esos a los que no se les pierde ni el untado de los dedos; con cuarenta puestos, banca de músicos, derecho a reclamo y fogonero. Que vida tan dura la de estos caminantes.


“Más llenos que marranito de pobre” y agradecidos con Doña Carmenza por las finas atenciones, nos levantamos de la mesa, para compartir en familia en las afueras de la casa, ahí sentados en la zona verde, teniendo ante nuestros ojos el azul del cielo, el verdor de las montañas, las flores que abundan en el lugar y allá abajo, el municipio de La Ceja del Tambo, cual tablerito de ajedrez armado para iniciar una nueva partida, cuando ya el sol sobre un cielo totalmente azul, calentaba de lo lindo con sus rayos en posición oblicua.

Como lo bueno no dura, era hora de partir nuevamente hacia Medellín. Nos despedimos de la querida familia y ahí mismito en la portada de la finca, esperamos nuestro transporte, el cual no se hizo esperar: Una cómoda y moderna buseta de Transportes Unidos, la cual abordamos apresurados, ya que el sol picaba sobre nuestras humanidades.

Rápida inició la misma la marcha, para deshacer nuestros pasos, dejándonos ver el paisaje repetido bajo esa belleza de cielo que nos regala enero, el mes que parece un lunes y así retornar a nuestro Medellín del alma. Queremos resaltar la presencia de nuestra Policía Nacional, en algunos sectores de la vía, cuidando la integridad ciudadana.

Hasta la próxima y nuestros mejores deseos para el 2009

Juan Fernando Echeverri Calle (Juanfer)