Caminata por el Cerro el Picacho

Fecha: sábado 14 de junio de 2008

Participantes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Juan Fernando Echeverri

Calle, José María Ruiz Palacio y Jorge Iván Londoño Maya

Nombre: Juniniando por el Picacho

Nada mejor que echar una “caminadita al aire” para celebrar las vísperas del día del padre. Así que por unanimidad parlamentaria escogimos el Picacho, otro de los cerros tutelares de nuestra ciudad, y con seguridad el de mejor divisa. Muy tieso (no hay duda) y muy majo (así va a quedar) el Picacho tiene como inquilino permanente a Cristo Rey, imagen que no puede faltar en pueblo o ciudad que aspire a figurar, al menos, en el inventario del Instituto Geográfico Agustín Codazzi.

Con la ausencia “parcial” del polaroid Olaya, el resto de la tropa, más con pinta de pensionados que de caminantes, nos encontramos muy puntuales en toda la esquina de san Juan con la carrera 80. De allí nos dirigimos al norte por la citada carrera, la misma que fuimos desgranando cuadra por cuadra, con la entretenida bienvenida del personal femenino que a esa hora va rumbo a los trabajos y los negocios de todas las pelambres que reciben los primeros clientes, con énfasis en panaderías y buñuelerías que a esa hora hacen su veinticuatro de diciembre. Con razón el lobato Londoño añoraba su primera vivienda recién casado, muy cerca de Mercados Madrid, negocio que junto con el estadero Casa Sierra y dos o tres floristerías conformaban las páginas amarillas de esa zona. ¡Que tiempos aquellos!

Al llegar al Éxito, (esquina hasta hace poco conocida como Colpisos) pudimos apreciar las instalaciones del nuevo almacén, que en mi descomplicado concepto arquitectónico, me parece que les quedó al revés, pues la fachada (sobre la 80) parece mas bien la parte de atrás. Eso si, el cambio paisajístico y de tráfico son notables para este cruce que cargó con los INRIS del desorden, accidentalidad y congestión.

Continuando por la carrera y en predios de la Universidad Nacional, en donde de chepa no fuimos recibidos a piedra y gases para lloradera garantizada, observamos las nuevas obras que mejoraron, por fin, el complicado tráfico de esa zona, sobre todo la entrada al barrio la Pilarica. Que gusto ver como la ciudad se actualiza a sus necesidades y no se queda pasmada viendo el paso del tiempo.

En la urbanización Altamira, de gratos recuerdos para Luisfer, pues allí, de eso hace ya como 35 años, comenzó a jugar monopolio y con las primera senas que le salieron compro su primera vivienda, comenzamos a desviarnos hacía el noroccidente, trepando por las empinadas calles de los barrios Córdoba, Aures, López de Mesa, Palenque y el Diamante, entre otros.

Llevábamos pocas cuadras cuando nos encontramos una de las herencias de la anterior administración, nada menos que el parque biblioteca Tomás Carrasquilla. Obra que ha llevado cultura y esparcimiento no solamente a los jóvenes del sector sino a los adultos, como lo demuestra el grupo de personas que a esa hora asistían a clases de aeróbicos. Ni corto ni perezoso Josema apuntaló su cámara y ahí tienen esta hermosa obra amasada por su lente.

Seguimos subiendo por las estrechas y empinadas calles, muy bien surtidas de tiendas, minimercados, legumbrerías improvisadas en las aceras donde se venden unos plátanos verdes con tamaño de misil venezolano (ya se los quisiera mi suegra para pelarlos con la uña, como Dios manda) y toda clase de negocios que nos van llevando de la mano a enrutarnos por el camino definitivo. Era menester hacer un alto para probar los buñuelos de un negocio casero, atendido por una amable señora, buñuelos que pasaron con altas notas la prueba de los Todo Terreno, expertos consumados en estos dorados antojos, porque todos los sábados levantamos ánimos con los buñuelotes de las terminales de transporte. Éstos por su tamaño no hubo necesidad de partirlos a la mitad. El único que no los probó fue el suscrito, porque ando requetejuicioso con dieta prestada para rebajar de peso.

Poco antes de comenzar la zona rural, entramos a un minimercado a aprovisionarnos de liquido. Allí fue donde me di cuenta que al cambiar de billetera había olvidado echar la plata, lo que motivó que me llovieran ofertas para pagarme la cuenta; definitivamente lo mejor es juntarse con platudos.

El pavimento desaparece y entramos a una vía totalmente cementada, acompañada de una acera de lujo, que se la quisieran muchas calles de Medellín. Acompañan a esta obra, que no parece haber sido construida por el INVIAS, unos miradores y unos sitios de descanso propios para la buena cantidad de personas que suben a este cerro los fines de semana.

Antes de comenzar a sudar la gota gorda, es pertinente comentar con mucho agrado, la seguridad que ahora tienen estos barrios, a los cuales, y sin ningún problema, pueden subir los carros repartidores de mercancías, vendedores, caminantes y paseantes. La amabilidad de sus gentes quedó demostrada en las indicaciones que a cada cuadra nos daban para seguir por el camino correcto, y digo que a cada cuadra por la cantidad de cruces existentes.

Para el último tramo en ascenso tenemos que echar mano del Lucho Herrera que todos llevamos escondido. Así que parados sobre las puntas de nuestros tenis atacamos los últimos kilómetros rodeados de sauces, higuerillos, laureles y demás especies. Aparecen los pájaros con su retreta sabatina y la imagen del Cristo Rey con sus brazos abiertos nos alienta.

Llegamos a un descanso, en el cual nos desviamos para subir los 340 escalones que llevan hasta la cima. En ese lugar hay una casa, cuyos moradores, con saludo de mano, nos dieron la bienvenida. Las escalinatas son amplias, protegidas por barandas, hay avisos que invitan a depositar las basuras en los lugares indicados; eso si, no falta el desadaptado que las tira por el precipicio.

Coronamos. Estamos a 2.100 metros sobre el nivel del mar. Que divisa señores, el 80% de Medellín, y buena parte del valle del Aburrá a nuestros pies, y hacia el cielo la imagen de Cristo Rey, obra ubicada allí en 1936 por Monseñor Félix Henao Botero, cariñosamente “Moncho” y restaurada por el escultor Gabriel Restrepo González, la misma que será cambiada por otra de 30 metros de altura con espacio interior hasta para jugar escondidijos.


Como les decía, la divisa obliga a detener el tiempo para mirar cada rincón y reconocer los sitios referentes de nuestra ciudad, a pesar de que el día no se prestaba para admirar con mayor claridad la bella villa. Hacia el norte se aprecia el municipio de Bello y su carnal Niquia con su transformación por el auge de la construcción. La autopista Norte y su excelente ampliación a cuatro carriles. Para el occidente está la montaña que alberga hermosas casas fincas, monasterios, sembrados y la carretera para san Pedro. Todo un concurso de belleza y armonía con la naturaleza.

Terminada la grata experiencia y la visita al Cristo Rey, retomamos las escalinatas para caer al camino principal, por el cual nos dirigimos hacia el occidente, porque la intención era regresar a Medellín por la carretera que viene de san Pedro. En este trayecto entramos a la finca que sigue siendo de la UPB, en la cual, el 21 de diciembre de 1975 entregó “Moncho” sus credenciales ante la cancillería celestial. La casa se conserva pero el mobiliario está deteriorado, no sólo por el paso del tiempo sino por el poco mantenimiento y el descuido que se observa. Eso si, les recomiendo las cremas caseras a $1.200 cada una, negocio que tiene montado el mayordomo.

En un santiamén llegamos a la carretera que une a Medellín con san Pedro de los Milagros, así que estirando nuca por toda la izquierda cogimos carretera abajo, llevando como llavero el paisaje de Medellín que nunca se pierde. En las partidas para Boquerón paramos en un puesto de frutas para tomar la “mediamañana” y claro, nos paso como cuando uno coge el primer taxi que pasa, escogimos el más malito. Los bananos parecían traídos de Bolivia, las granadillas a punto de secarse y esa papaya “si se podía dar”; mejor dicho, lo único pasable fueron las cervecitas que estaban en el punto de congelación óptimo, según lo manifestaron el Luisfer y el Josema, fieles como siempre a su Pilsen.

De ahí para bajo comienzan a verse los estragos del invierno, a tal punto que esta vía, tal como la que lleva a Fredonia, está caminando de izquierda a derecha. Tiene unos hundidos que carro que allí caiga pierde hasta la virginidad. Igualmente las quebradas vecinas muestran los efectos de las últimas crecientes, arrastrando enormes piedras como si fueran granitos de arena.

No puede faltar la pasada por las Hamacas, restaurante que como Jalisco son referentes de esta vía. Un kilómetro más adelante, justo en el albergue que tiene el Municipio para personas con problemas de todo orden, nos salimos de la carretera y nos metemos por un sendero empedrado que nos llevará a los edificios de interés social que el Municipio construye para los que ahora habitan en asentamientos como Vallejuelos y otros. Además, es la ruta para la estación La Aurora, en donde tomaremos el metro cable (línea J) que nos llevará a la estación san Javier.

En este trayecto observamos las obras de paisajismo que se construyen a la par con los edificios, pero no todo es dicha, porque encontramos como algunas de las bancas que se pusieron en el sendero peatonal han sido destruidas, situación que fue denunciada por Juanfer, nuestro adalid de cabecera, ante uno de los policías del metro, quien le contestó: “esos daños los hacen las vacas”, afirmación que tibiamente fue confirmada por uno de los funcionarios del Metro ¿Cómo les parece? Hay que anotar que no hay huellas de los cascos en los senderos, ni las plastas aquellas que suenan como aplausos, que delaten a las consortes del toro como responsables. La respuesta es elemental y contundente: vandalismo de la más alta pureza.

El contraste a estos daños encontramos en la estación la Aurora dos hermosos murales del artista Fredy Serna, “Amanecer en la Aurora” los cuales representan la panorámica de nuestra ciudad con el marco de un Yarumo y un guayacán, hechos en técnica de mosaico “in situ” obras que engalanan este medio de transporte que tantos beneficios han traído a los habitantes de estos barrios, quienes antes tenían que caminar largas distancias por pendientes y lodo, verdad de a puño que nos fue corroborada por la joven mamá de cuatro hijos, con quien los Todo Terreno tuvimos el honor de compartir cabina.

Antes de aterrizar en la estación san Javier sentimos el delicioso aroma de los tamales de Elbacé, cuya residencia se puede apreciar con sólo una bajadita de ojos. Ya en la estación fuimos recibidos por dos hermosas chicas que como nosotros iban para el centro. Una vez dentro del vagón del metro, ante la sorpresa de los pasajeros, Josema amarró su cayado a uno de los parales verticales para tomarnos la foto, que a diferencia de la que se toman los árbitros con los capitanes de fútbol, ésta si sale publicada.

En el metro nos fuimos hasta la estación Universidad, en donde nos reciben con los techos abiertos los cuatro llamativos y pelirrojos módulos del parque Explora. Hay que ver como se destacan desde el cerro el Picacho. Como chinches de escuela corremos a pararnos debajo de una de sus nuevas atracciones, los chorros de agua a vapor que refrescan pero no mojan.

De allí pasamos al vecino del frente, o sea al Jardín Botánico, en donde si cabe decir que mantiene sus puertas abiertas porque la entrada es gratis. Antes de entrar recibimos la primera sorpresa que nos la da una ardilla que sube lentamente a una de las palmeras exteriores, y que lleva a su cría dentro de la boca, lo que la hace ver como un animal extraño que a primera vista nos confunde con un simio.

El orquideorama, ganador de un nuevo premio internacional de arquitectura, junto con las bibliotecas de san Javier y la Ladera, con su fresco ambiente se convierte en el botones que nos recibe los cayados y nos invita a pasar a los recintos de este renovado sitio de interés público, el cual junto con el parque Explora, el Parque Norte, la estación Universidad, el Cementerio de san Pedro, el planetario, el estadio Cincuentenario y las obras de urbanismo, son los culpables de la transformación esta zona para convertirse en una de mayor atractivo y belleza.

Como nuestro interés era almorzar en este lugar, buscamos la zona destinada para tal fin, la cual está totalmente renovada. En este lugar se llevaba a cabo una integración de una empresa, patrocinada por productos Familia, por lo que tuvimos el agrado de ser recibidos por una hermosa representante de esa empresa, hasta tuvimos que sacar los pañuelos faciales Familia para limpiarnos los ojos y ver mejor esa belleza de mujer.

La idea de almorzar en el Jardín Botánico fue de Caliche, por lo que al poco rato de haber llegado nos cayó para unirse al almuerzo, que en este caso se podía tomar como auto celebración por el día del padre. Así que con mesa completa procedimos a pedir los tres churrascos, la ensalada de atún para Josema y el tamal para Juanfer. A pesar que nos habíamos sentado en el restaurante distinto al sugerido por Olaya, el almuerzo salió bien y pasamos un rato de mucha camaradería. En la próxima le damos gusto, porque se ve muy bien.

Al final quisimos dar una vuelta por el jardín, pero el clima presagiaba aguacero en la zona, por lo que sólo tuvimos tiempo de admirar el lago donde de niños montábamos en canoa y en el trencito por sus alrededores, y a las quinceañeras posando para sus estudios fotográficos, costumbre que se abrió camino por los hermosos paisajes que allí tienen los fotógrafos, paisajes que contrastan con los vestidos naranja, rojos y fucsia y los artísticos peinados de las hermosas damitas.

A la salida del jardín nos despedimos de Olayita, quien se iba en su carro a continuar con sus labores, mientras nosotros cogíamos nuevamente el metro hacia nuestros destinos. La frase de despedida de Carlos, como muchas suyas, fue para enmarcar: “yo siempre llego a lo mejor de las caminatas”

Hasta la Próxima

Jorge Iván Londoño Maya

Caminata Primavera - Palomos

Fecha: sábado 7 de junio de 2008

Asistentes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Juan Fernando Echeverri Calle, Carlos Olaya Betancur, José María Ruiz Palacio y Jorge Iván Londoño Maya

Nombre: “La Milagrosa estaba ocupada”

6.50 a.m., ya estoy sobre el viaducto que lleva al nuevo acceso de la estación del metro en Itagüí y veo que como siempre, Zuluaga ya está esperando al resto de los T.T. periódico en mano. Me quedo en el lugar esperando el arribo de los otros. Al momento llega otro tren y pronto, pronto los demás se encuentran con Zuluaga. Le marco al celular a Olaya, y éste me dice que aun no ha llegado, que viene en el metro. Juro que vi a los cuatro en la plataforma. Bueno, le marco entonces al Lobato y le indico en dónde estoy y por señas me ubica. Al rato llega Olaya y salen de la plataforma hacia el viaducto. A partir de ese momentos comienzo los diálogos humanitarios y de paz con Juanfer, con quien cada semana sostengo unas cibernéticas y sustanciosas polémicas.

Bajamos al terminal del sistema integrado y abordamos un colectivo de Caldas que va hasta la vereda “Primavera”. A las 7.20 a. m. ya vamos en camino hacia ese lugar que por muchísimos años fue referente de rumba y bañaderos en el río Medellín y punto de partida hacia el sur del país y suroeste del departamento. De joven estuve ahí muchas veces, y en los charcos del río aprendimos a nadar varias generaciones de volados de la escuela y paseantes de fin de semana y vacaciones con olla de sancocho y pelota de letras incluida. Ya de todo ese bucólico paisaje no queda sino el recuerdo, porque ahora está lleno de parqueaderos para tractomulas, talleres y estaciones de servicio, amén de algún estadero que se resiste a morir y sirve de refugio a uno que otro chofer o visitante ocasional. La variante Primavera – Ancón sur y la inseguridad acabaron con el encanto del paradisiaco lugar.

Desarrugados los músculos y mis recuerdos, tomamos rumbo al suroeste en busca del lugar llamado “La Tolva”, punto de referencia para encontrar el camino vecinal a la vereda “Sinifaná” del municipio de Caldas, por donde llegaríamos a Fredonia en el segundo intento de los T. T. por lograrlo. En el primero se equivocó el camino a tomar y a pesar de que se llegó a Montebello, no se cumplió el deseo de conocer la ruta en mención. Como siempre, la tripa encoge y pide vitualla.

La mañana fría por el crudo invierno de esta época nos acarició con un solecito tímido y con la promesa de que podríamos disfrutar de ella sin muchos sobresaltos de lluvia.
El Lobato se tornó en guía de patrulla y juiciosito nos hizo tomar la ruta en contravía del flujo vehicular como manda la norma con la cual no estoy de acuerdo por múltiples razones pero acepto para no armar disidencia.


Ya el Lobato conocía por esos lados algunos lugares y optamos por el estadero “Frijol verde” en donde con el recuerdo del desayuno súper retrancao que nos pegamos en la estación “Santiago” del ferrocarril de Antioquia, decimos tácitamente tomar algo liviano.



Claro que no faltó el tragaespadas que se empacó algo parecido al mencionado anteriormente. Zuluaga que al parecer tiene estómago de camionero hizo gala al mejor estilo de la capacidad expansiva de su barriga y con la frugalidad que lo caracteriza se empacó un calentao, huevos revueltos, arepa, quesito, carne de runcho y lo apisonó todo con tajada de maduro y chocolate. Como no falta en todos lados, el que llega a pedir se beneficia de la caridad de Juanfer y Lobato con su propio menú, más los restos del Zuluagüita que al parecer le dio pena por lo tragón.

“Barriga llena, corazón contento”. Salimos del estadero, tomamos la reglamentaria foto de los cinco caminantes con mi copiado “Monópode”, aunque para distinguirlos lo llamamos “Unípode” el de Olaya y “Monópode” el mío y entenderán porqué.



Retomamos camino y llegamos pronto al sitio de referencia y buscamos una más que nos dieron en el restaurante; una virgen dentro de un templete que resultó ser una María Auxiliadora bastante deteriorada.

De ahí, seguimos hasta el lugar en el que se hace el proceso de separación del carbón de piedra por su tamaño en una máquina dotada de diferentes cedazos a los que llega el carbón desde una tolva operada por un trabajador, en una banda transportadora.

Siempre pensando en lo rápido que se pasa el tiempo mientras se disfruta, seguimos camino arriba, ahora si por la carreterita que lleva a la vereda “Sinifaná” de Caldas acompañados de un coro de aves entre las que sobresalían los Toches, del tamaño y forma de una mirla, pero negros y con el abdomen entre rojo y naranja.

Como a pesar de que alguna vez, hace entre 25 y 30 años estuve por estos lados, no dejábamos pasar oportunidad de preguntarle a todo el que nos encontrábamos por la ruta a seguir y casi siempre en esta primera parte del recorrido cada que llegábamos a una YE o bifurcación del camino, aparecía alguien de quien el Lobato decía era mandado por la Virgen Milagrosa, advocación que lleva con orgullo en su nombre y a quien nos mandaba para que nos guiara… Pero como más adelante se verá, la doña le juega machorrusio a veces. Así, preguntando fuimos llegando hasta el puente sobre uno de los riachuelos que dan origen a la quebrada “La Sinifaná” que luego de su recorrido por entre cañones muy profundos, desemboca en el río Cauca.

Maquinaria pesada sobre la vía hacía pensar en el mejoramiento de ella, pero no; era maquinaria de una cantera que va desmoronando poco a poco la montaña con el consabido riesgo por la erosión y el invierno. En algunos tramos, la carretera parecía haber sido blanco de un bombardeo o campo minado que explotó, por la cantidad de baches y agujeros llenos de agua lodosa. Casitas humildes unas, ostentosas otras, caídas las de allá, a punto de caerse las de aquí, hacen un paisaje sobrecogedor junto a cafetales y parcelas enrastrojadas, praditos bien pulidos y jardines colgantes de materas en explosión floral de todo tipo. Derrumbes a bordo de carretera hablan del general invierno y en lo profundo de la cañada se escucha el rugir de la quebrada.

Pasando por la cantera, don Orlando, un señor de esos conversadores, nos acompañó por un buen trecho contándonos historias del lugar y de todo lo que nos faltaba por recorrer; cuando llegamos a su destino, nos pidió la foto del recuerdo y claro, foto pedida, foto tomada ahí a la entrada de su parcela, “El diamante”.


Camino adelante encontramos una linda cascada en la que ni cortos ni perezosos nos tomamos la reglamentaria foto a dos cámaras para perpetuar la belleza de ese pequeño paraíso. La caída de agua en este sitio del otro lado del puente, tapada por el bosque nativo es casi perpendicular y ruge mientras se golpea contra las rocas de la montaña.


Ya llegando al curso de otra quebrada tributaria de “La Sinifaná”, nos encontramos una hermosa casa con el frente construido en guadua y con jardineras colgantes bien florecidas formando una bella estampa. Un poco más adelante encontramos una truchera alimentada con abundantes aguas tomadas de la quebrada antes mencionada. En varias ocasiones nos tocó orillarnos para dar paso a vehículos, especialmente camiones de escalera o chivas que llaman, con lo que nos dimos cuenta del buen servicio de transporte veredal que tienen Caldas y Fredonia.

Luego de unas 4 horas de camino, tal vez 4 y media, llegamos a una cumbre, el alto de la vereda “Piedra Verde”, ya perteneciente a Fredonia. En el lugar y atendido por una señora muy amable, una cantina que nunca falta en la que inmediatamente le hicimos los honores a doña cervecita y a la doña le preguntamos por el camino más rápido para llegar a Fredonia. Ahí en la cumbre, el camino se bifurcaba y por eso pedimos opiniones y consejos. La cantinera, que pese a su tamaño abultadito y sus años conservaba el rostro bonito, nos dijo que por cualquiera de las dos rutas se llegaba a Fredonia, pero que por la carretera era más demorado porque daba muchas vueltas y nos demoraríamos por lo menos otras 3 ó 4 horas…

Afuera sobre el alto y junto a la bifurcación, un jinete nos encarretó y convenció de que por el camino vecinal llegaríamos en máximo 1 hora y media un lugar conocido como ”La Toscana” y de ahí a Fredonia era un pasito no más, lo cual corroboró Juanfer, que supuestamente conocía la zona por el lado de Fredonia. Yo sinceramente, no recordaba nada por el largo tiempo transcurrido… ¡Estos enviados de la Milagrosa!

Le hicimos caso al jinete sin cabeza (ya verán porqué) y pegamos por el caminito veredal estrecho y resbaloso por partes iguales y en bajada casi todo el tiempo. Saliendo del lugar y en un altico estaba un señor de esos a los que es imposible no saludar y que al hacerlo se te vuelve inolvidable. ¿Quién más hoy por hoy que un campesino de racamandaca incluye en su saludo un amable”Vengan y se sientan” a cinco desconocidos con cara de cualquier cosa? es algo que ya pertenece al recuerdo de tiempos idos…

En fin, falda abajo llegamos a una casa grande de dos pisos en cuyos límites desaparecía el camino veredal por entre el monte y al mismo tiempo unos muchachos a los que les preguntamos por dónde se seguía, nos hicieron equivocar el camino y perder tiempo precioso mientras recuperábamos la ruta (De nuevo los enviados) Recuperado el camino, llegamos a un riachuelo en el que de nuevo el Lobato mostró su valentía ante las corrientes de agua. Nos tocó hacerle un puente para que pasara incólume y sequito al otro lado.

Amenazaba la lluvia y el Lobato insistía en que su Milagrosa ya estaba enterada por correo de que no debía llover hasta que llegáramos a Fredonia. Yo les dije que Ella estaba ocupada en otras vainas, pero el Lobato apoyado por los otros, me dijeron incrédulo y me hicieron guardar la capa plástica que ya empezaba a poner sobre mi humanidad. Al final tuve razón y a pesar de la buena voluntad de La Milagrosa, no le pudo avisar a San Pedro de nuestra petición y se largó, (ojala se hubiera largado pero para otro lado) un aguacero con aguas mil que nos empapó a pesar de las capas plásticas. Fue tan bravo el aguacero que Olaya de rodillas le juró a Zuluaga que el DIM era el mejor equipo del mundo para que le prestara una capa. A lo lejos y recubiertos por un manto de niebla unas veces y otras de lluvia, nos saludaban los cerros “Combia” “Cerro Bravo” y “Cerro Tusa”, majestuosos guardianes del suroeste antioqueño.

Ya el camino pedregoso empezaba a hacer mella en nuestros pies luego de más de 5 horas de camino, cuando divisamos desde lo alto un pobladito que parecía ser el corregimiento “Palomos” de Fredonia, antigua estación del ferrocarril de Antioquia, pero no dábamos crédito a la cosa porque a pesar de pertenecer a Fredonia, “Palomos” quedaba muy retirado de ésta y pensábamos que deberíamos estar saliendo muy cerca de la cuna de Arenas Betancourt.

Baje y baje por el camino pedregoso hasta que llegamos a lo que alguna vez fue el corredor del ferrocarril y ahí nos confirmaron que estábamos llegando a “Palomos”. Ya había escampado y guardamos las capas mientras nos acercábamos al puente que sobre la “Sinifaná” nos llevaría a la estación y de ahí a Fredonia en carro. De nuevo nos falló la parcera del Lobato y el puente estaba caído. Regresamos sobre nuestros pasos y buscamos el corredor del tren para entrar al caserío al parecer abandonado de la fortuna por la miseria empantanada del lugar y sus habitantes.

Ya en medio de otro aguacero nos metimos a un caspete de gaseosas establecido a perpetuidad en el sitio a escamparnos y a saludar de nuevo a misiá cervecita. El dueño del sitio tiene de adorno una colección de nidos de diferentes aves silvestres, que esperamos no fueran logrados a costa del perjuicio de las dueñas.

En vista del aguacero y luego de casi 7 horas de camino, decidimos que lo mejor era regresar al lugar en que desayunamos y almorzar para luego regresar a casa. Entre cháchara, cervezas y mister tea de los abstemios esperamos el carro para partir hacia “Frijol verde” ya en ruta hacia Medellín. Abordamos un bus de Fredonia semivacío en medio del aguacero junto a un joven vendedor de artesanías que hizo su “Agosto” vendiendo pulseritas fabricadas por él, según nos dijo.

Ya en el estadero “Frijol verde” luego de las saludos de oficio y reconocidos por las cocineras del lugar, encontramos buena comida a precios regularcitos, más bien caros pero buenos. Mondongo, frijoles con y sin coles, postica sudada y un ejecutivo pasaron el examen gastronómico con buen puntaje. Ya comiditos cogimos camino hacia la vereda “Primavera” en donde en un colectivo que ya salía, (nos hizo trotar) viajamos a la estación Itagüí del Metro.

Como en el deleite de la pupila está uno de los placeres de la vida, el inefable Juanfer elogió, admiró, insinuó y gallinació a una muchacha durante todo el recorrido hasta la estación. Ahí ya al despedirnos le reiteré al susodicho que no contestaría a ninguno de sus correos hasta nueva orden y ellos fueron al Metro y yo a Sabaneta.

Buena caminada… Lo que queda además del agradable cansancio es esa sensación de frustración por ser la segunda vez que se falla en el intento de llegar a Fredonia por la vía Caldas – Vereda “Sinifaná”- Vereda “Piedra Verde” - Fredonia, pero el deseo de lograrlo es acicate para que en una próxima oportunidad hagamos el tercer intento y a la tercera es la vencida.

José María Ruiz Palacio