UN LIENZO ENMARCADO EN SIETECUEROS Y BELLEZA, PARA LUIS FERNANDO MUNERA LOPEZ

Caminata Santo Domingo - San Roque.

Caminantes:

Luis Fernando Zuluaga

José M. Ruiz

Juan Fernando Echeverri

Bajábamos rumbo a Medellín, los tres caminantes y amigos a bordo de una buseta de Coopetransa, un poco cansados pero felices con esta nueva experiencia y esta hermosa caminata que habíamos culminado en el municipio de San Roque, llamado el “Embrujo de las Aguas Cristalinas”, hermoso y apacible poblado que no conocíamos ninguno de los tres, es decir, otro más para nuestro morral.

Comentario va, comentario viene, admiración por el paisaje, que la iglesia que la gente, cuando por allá casi que a la altura de Porce, sonó el celular de Josema, quien presuroso procedió a responder: ¡Alo!! Hola Elbacé… ¿Cómo estás? No fregues, ¿LuisMú? Que vaina carajo, como quien dice delicado el asunto… Si… claro… no… ya casi llegamos… sí… Nos mantenés informados y colgó.

Muchachos, que a LuisMú, lo tuvieron que volver a hospitalizar y lo tienen que operar, ya que el asunto parece delicado… ”No hablamos más, ni una sola palabra” como en el duelo del mayoral, ya que la tristeza y la preocupación se apoderó de nosotros, dañando la felicidad y satisfacción que traíamos ante el recorrido que habíamos hecho desde Santo Domingo a San Roque.

Efectivamente nuestro gran amigo, decano, contertulio, ejemplo de vida y caminante ocasional, había recaído en unas dolencias gástricas que se le manifestaron a principios de la semana, debiendo ser hospitalizado. Me refiero a Luis Fernando Múnera López (LuisMú), a quien quiero o mejor queremos dedicar lo vivido en la caminata y toda la hermosura en ella reflejada, como “un lienzo enmarcado en sietecueros y belleza”. Paren bolas pues y no me hagan mucho tropel:

En un hermosa mañana que se dejaba descargar sobre el Valle del Aburrá, con unas montañas límpidas, un cielo azulosamente tímido y un sol que desparramaba sus brazos, sus rayos y su leve calor para resaltar la vida sobre la vida, siendo las 6.00 am. y luego de haber tomado café en un negocito cualquiera de la Terminal del Norte, iniciamos viaje repetido hacia “La Cuna del Costumbrismo”, el municipio de Santo Domingo.

En un dos por tres y a buena velocidad, gracias a la carretera en buen estado, al veranito y a la pericia del conductor, bien” apachurrados” en una cómoda buseta de Coopetransa, ingresamos a la patria chica del Maestro Tomás Carrasquilla. No sentimos el viaje, no obstante el suscrito, había metido en el morral unas cinco o seis bolsas plásticas de buen tamaño y en buen estado por si las moscas, es decir, por si la devolución del servicio, ya que al perro sólo lo operan una vez.

En medio de parroquianos que no escatiman el saludo, de toldos de mercado, bullicio alegre y excelente clima, caminamos hacia la iglesia de Santo Domingo, para dar gracias al Gran Arquitecto mediante elementales oracioncitas, de esas que salen de adentro y se elevan solas a su destino.

Volvimos nuestros pasos bajo el clic de la cámara de Chema y la siempre alegría del Zuluaga, para cruzar por un costado del parque, repasando la fuente de los perros, las casas con sus hermosos balcones floridos, el mercado, la casa donde nación Don Tomás Carrasquilla, hoy sometida a una lenta y desesperante restauración, dado que será “Casa de la Cultura”. Hágale que es fiesta mijitos, allí está el Restaurante Doña Rosa, para donde nuestros cayados salen solitos y donde ya somos clientes fijos para el desayuno.

Atendidos como verdaderos reyes, pronto estábamos frente a tres “alegres” platos sin tigres, con huevo revuelto, arepa, mantequilla, quesito, porción de frisoles, chorizo, quesito y taza de chocolate para Chema y Juanfer. Lo mismo para Zuluaga pero con porción de hígado.

Pelea de “Uribe con Senador del Polo”, ya que no dieron un brinco los citados alimentos, esos que agradecidos recibimos y muy merecidamente.

Pagamos la cuenta y en medio de suspiros y uno que otro disimulado eructo, salimos por la calle 17 hacia abajo. Empinada la endiablada, con decirles que se rueda una gelatina, la cual nos fue llevando hacia una iglesia que se divisaba allá abajo, la misma que al llegar a ella nos sorprendió por su belleza, quedando a merced de la cámara de nuestro fotógrafo.

Estaba cerrada. Se ve algo abandonada, lo cual resalta más, gracias a una fea y peligrosa grieta que cruza en forma casi vertical su frontis, desde la base de la torre, hasta el arco de la puerta principal, el cual ya se encuentra partido.

Indagamos a una señora por el nombre de la iglesia o capilla y no nos supo decir. Luego a un señor y nada. A dos señores que venían a caballo y menos. No friegue pues, que desespero y piedra la que nos da ante la ignorancia y desinterés de la gente por sus cosas y esa falta de sentido de pertenencia.

En esas, una señora que hacía aseo a su casaquinta, ahí junto a la iglesia y que tiene en su jardín los curazaos o veraneras con las flores más hermosas y grandes que hemos visto de esa especie, luego de saludarnos nos dijo, que era la Iglesia del Corazón de Jesús. Que no sabía cuántos años tenía, pero que eran bastantes ya que siempre la había conocido.

Asintió sobre lo descuidada que se encuentra, manifestando que a la gente no le gusta colaborar y que el Padre poco se preocupa por arreglarla. (Sí Padre, no la arregle y verá que se le cae…pero si la arregla: ¿Entonces para que pide?, pensé para mis adentros).

Seguimos nuestra marcha rumbo al Municipio de San Roque nuestro destino predefinido, por carretera destapada. Casitas a lado y lado con sus hermosos jardines, Unas bien tenidas, otra no tanto, llamando nuestra atención una que está para la venta, la propia como para disfrutar la jubilación coincidimos Chema y Juanfer.

A un ritmo fino, “mezcla de paso de perseguido y decano historiador”, devoramos el empedrado que maltrataba nuestros pies, debido a la piedra gruesa y suelta del camino, ese que a cada paso nos internaba hacia un paisaje que se extendía hacia el horizonte, ya que allí no hay alta montaña.

Cadenas de colinas que dejan ver toda la hermosura del paisaje, enmarcado a lado y lado del camino por la presencia de sietecueros en flor y árboles de guayaba repletos del delicioso fruto maduro, el cual hizo las revivir las pueriles delicias infantiles de los caminantes. Arriba el cielo impecable y un sol generoso, hacían del entorno un conjunto admirable a nuestros ojos.

Algunos pájaros revoloteaban a nuestro paso, los primeras fuentecitas de agua cristalina, pequeños bosquecillos de naturaleza nativa con maderables a la vista, potreros bonitos para el levante de ganado y seguidilla de casitas campesinas con sabor a nostalgia y a pasado, que parecían recostadas a la vera del camino esperando quien escuche sus quejas y sus historias idas.

Así, fuimos poco a poco tragándonos toda la extensión del camino empedrado y matador en la vereda El Rayo y mientras más avanzábamos, más bajo era el relieve, ese que generosamente daba vista y paso a nuestros ojos, para admirar tanta belleza.

Niñitos en la vía que recibían bombombunes de manos de Chema, y de Zuluaga, la mejor de sus sonrisas y seguíamos de largo con nuestro paso devorador, sin perder detalle del entorno y sus simples adornos que sumados hacen maravillas para nuestro deleite. Perros que hacen pereza en las portadas de las fincas y escasamente se percatan de nuestra presencia y otros que endiablados arremeten contra nosotros ladrando y mostrando sus colmillos, pero que retroceden veloces con sólo ver nuestros cayados. Palo que han recibido afirmaba Zuluaga.

Vereda La Balastrera y el paisaje siempre uniforme, como uniforme las piedras sueltas que atormentan las plantas de nuestros pies, pero no nos rendimos ante nada. Arriba el sol casi que en todo su esplendor, pero tolerable, ya que el día parecía hecho para caminantes y que se matizaba con las aguas abundantes y cristalinas de las quebradas a nuestro paso.

Falta que hacen nuestros compañeros ausentes por fuerza mayor: Carlos Alberto Olaya B. y Jorge Iván Londoño M. pero ahí está mi Dios echando sábados para volvernos a reunir.

Bote corriente que no nos falta, cambie de tema, revuelva con la sana discusión que nos asiste, el sano regaño que nos une y vuelva pasos atrás para retomar un tema interrumpido. Doce y tres minutos del día y Zuluaguita manda a quitar gorras para entonar el Ave María y seguir nuestro camino, adobado con agua fresca, granadillas y mandarinas, viandas que compartimos con La Milagrosa y el Padre Calixto quienes van bien acomodados en nuestro morrales.

Vereda La Quebradona, sin lugar a dudas en ella nace la quebrada del mismo nombre, que tuvimos oportunidad de conocer en nuestra anterior caminata por La Estación Sofía; rica en aguas y con una corriente fantástica, lo cual puede dar origen a su nombre, es decir, sólo le falta un arroyito para ser graduada de río.

Guayabos, sietecueros, liberales, maderables, tomate de árbol, naranjos y limonares adornaban en forma uniforme el camino y embadurnaban el paisaje, para seguir tragando camino casi siempre en descenso, ya que sólo algunos repechos pequeños habíamos encontrado en el trayecto.

Un aviso tremendamente oxidado y casi ilegible, daba la “bienvenida” al Municipio de San Roque, en plena vereda Santa Bárbara, donde seriamos caminantes, visitantes y turistas. Fundado en 1880 bajo el nombre de El Barcino, perteneció a la localidad de nuestra Señora de Los Remedios, dependió de Santo Domingo y en 1884 fue elevado a la categoría de municipio.

Tiene una extensión de 441 Km2, en los cuales se acomodan “los unos encima de las otras”, unos 23mil habitantes, quienes disfrutan de una agradable temperatura promedio de 21ºC a una altura de 1.475 m.s.n.m. y separados de Medellín por 108 kilómetros de “buena” vía que se recorre en tres horitas.

San Roque, como ya se dijo es llamado “Embrujo de Aguas Cristalinas” y es que cuenta con el embalse de Jaguas, la Cascada Providencia, Planta la Rebusca, Río guacas Abajo, Baños Santa Rosita, Alto del salvador y… ¡San Roque a la vista! Exclamo Zuluaga como siempre, ya que tiene el palito para descubrir las culebras en el camino y los pueblos a nuestras llegadas.

Efectivamente, en un recodo del camino y a distancia escasa, pudimos observar como sobresalía por encima de un pequeño barranco, el agudo minarete de la iglesia del pueblo. ¿Cómo? Ya se nos acabaron los veintidós kilómetros. Ni nosotros mismos lo creíamos, ya que el tiempo empleado estaba muy por debajo del presupuestado.

L a piedra suelta fue desapareciendo de nuestros pies, las casitas aumentaban a lado y lado del camino y cuando menos lo pensamos, estábamos en la entrada principal del pueblo. Una calle larga y encementada, con grietas y remiendos sobre los remiendos, donde los vecinos del lugar nos brindaban su saludo entre admirados y desconfiados.

En medio de casas añejas y bien tenidas fuimos avanzando y a cada paso el bullicio llegaba a nuestros oídos, mezcla de bulla y música lo que nos fue guiando hasta el parque principal. Con razón estaban en las Fiestas de la Cordialidad y del Retorno. El gentío era inmenso. Vallas de “Anfitrión” por todas partes (país de borrachitos), toldos y carpas, fritangas, alegría y bulla.

Qué bonito el Municipio de San Roque. Su parque amplio, arborizado, rodeado de casas hermosas con sus balcones y su colorido y comercio abundante. Arborizado, con su fuente en el medio y al fondo, majestuosa e inmensa y construida en ladrillo se dejaba ver la Iglesia e San Roque medio tapada por la arborización, lo cual impidió a nuestro fotógrafo unas fotos al gusto de su ojo. Un detalle para resaltar y como cosa curiosa: El reloj de la iglesia estaba funcionando perfectamente.

Dirigimos nuestros pasos hacia la casa de Dios. Hermosa y encantadora. Sus naves y altares toda una obra de arte, su techo alto cruzado por cerchas tipo espina de pescado, en madera y muy similares a la iglesia de Yolombó; más pequeñas pero más altas y no exageramos si decimos que tiene su parecido con la Metropolitana de Medellín. En su interior la gente, especialmente jóvenes, laboraban sin descanso organizando bancas, pendones, y adornos, ya que enseguida, se celebraría una misa de sanación, posiblemente para “pedir por los pecadores que afuera se revolcaban en medio del licor y del olvido”, como podrían pensar muchos.

Foto va, foto viene. Comentario va y comentario viene…Que caminata tan linda y que pueblo tan bonito y chévere. Salimos al parque en medio de la gente y observamos los carros (equipos) de Teleantioquia, ya que con motivo de las fiestas se estaba filmando un musical y el programa “Venga a mi Pueblo”.

En una de tantas carpas, detuvimos nuestros pasos y tomamos asiento, además de alguna cosita para calmar la sed. Hicimos un recorrido por el pueblo y gracia nos causo el saber, que una de las calles, atestada de gente a lado y lado, la estaban encerrado con manilas, ya que en pocos minutos se haría una carrera de marranos, es decir, se preparaba el marranódromo y selle sus formularios del 5 y 6. Estos paisa carajo, pensé para mis adentros, mientras recordaba el burródromo en las fiestas septembrinas en la U.P.B. de Medellín, años ha…

Pasamos a la Flota para garantizar pasaje de regreso. Lo compramos para las 3 pm. y apenas eran algo así como la 1:35 pm. Dimos un vueltón, admiramos las casas y obviamente entramos a conocer la muy hermosa casa de la cultura Julio Valencia Medina, artista empírico natural de San Roque, quien se distinguió por su amor al arte y a la cultura, siendo gran impulsador del mismo en el pueblo.

Afuera nuevamente, nos dirigimos al parque, que como cosa rara no tiene un monumento a Bolívar o a otro pro hombre, ya que todo parece indicar está guardando el espacio para en un futuro cercano, hacer el del Presidente Uribe.

Pedimos referencia sobre un buen restaurante y nos recomendaron uno especializado en pollo. Para allá nos dirigimos y estaba vacío. Tomamos asiento en unas mesas a manera de tablón con unas sillas duras, altas e incómodas y en un momento estaba el establecimiento lleno. Que espalda tenemos Los Caminantes, pero nada que nos atendían, por lo cual recogimos nuestros cayados y morrales, sacudimos el polvo de nuestro calzado y buscamos la lata en otro restaurante ahí en el parque.

Allí, atendidos por dos hermosas chicas, disfrutamos de unos buenos platos de sopa con carne molida, arroz, papitas a la francesa y arepa y bebida sal gusto. Hablado de chicas, no dejaron gratamente impresionados las mujeres de San Roque. Que cosecha y que bellezas.

Igualmente nos llamó la atención la gran cantidad de motos o motocicletas existentes en el pueblo. Nunca habíamos visto otro con tal cantidad de esos vehículos, muchos manejados por lindas jovencitas que parecían salidas de un afiche publicitario.

Terminamos de almorzar y ya se había acabado la carrera de marranos y estaban desbaratando el marranódromo . Ni siquiera nos preocupamos por conocer el resultado de las quinielas y salimos para la flota a tomar el bus, pero su rastro estaba frío. Según nos dijo Blanca, la amable administradora además de excelente guía de turismo, tendríamos que ir casi dos cuadras abajo donde estaba esperando, ya que el gentío impedía su paso.

Así fue. Con un dejo de nostalgia y convencidos de que tenemos que volver a San Roque, ante la bonita experiencia, la hermosa caminata y la belleza del pueblo. Eran las 3:05 pm. cuando la buseta inició su rodar hacia Medellín, vía Cisneros, recorrido que hizo hasta dicho Municipio sin parar y siguió derecho.

En el camino, el cual contaba con la presencia de nuestro Glorioso Ejército Nacional, cuidando y protegiendo a los ciudadanos de bien y garantizando la paz, hicimos mil planes y conjeturas para futuras caminatas por la región.

Al paso por el corregimiento de Santiago, perteneciente a Santo Domingo y donde duerme su sueño intranquilo, el Túnel de la Quiebra, con sus 3.472 metros de inútil extensión ante la carencia del cha cha cha cha del tren, nos extrañó el color de la iglesia de la torre. Está pintado como de un azul cuasi violeta, ya que le están cambiando el amarillo vital que hace rato luce, no obstante me enteré que el trabajo quedó interrumpido, dado que a los pintores, señores del lugar, les pagan a dos mil pesos el día…y ni por el chiras se le miden a esa labor por tan “escandalosa” suma.

Que día y que tarde, que caminata. Que viaje por esa excelente carretera y a muy buen paso. Las ventanillas del bus, fueron ese espacio que le permitieron a Chema hacer del recorrido una pasarela ,para lograr sus fotos, llenas de calidad y hermosura, por la que desfilaba el paisaje de la mano del sol que poco a poco y en medio de un manto rojizo se escondía entre los picos de la cordillera.

Nuestra alegría fue tronchada por la llamada inesperada de nuestra querida amiga, la columnista estrella de EL COLOMBIANO (POR ENCIMITA), Doña ElbaCé Restrepo G. informando sobre la enfermedad de nuestro decano, amigo, maestro, contertulio y ejemplo de vida: Luis Fernando Múnera López, como ya se dijo al inicio de esta crónica y quien vibra con todo lo bello y que con seguridad lo hará cuando recupere su salud, porque Dios es grande y misericordioso. Para Luis Fernando es todo este hermoso recorrido de dromómanos enamorados de la naturaleza, que s recogimos todo lo hecho, visto y vivido en nuestra caminata número 192 para plasmarlo en UN LIENZO DE SIETECUEROS Y BELLEZA.

Hasta la próxima con el Superior Permiso.

Juan Fernando Echeverri Calle (Juanfer)

Vea más fotos en:
http://picasaweb.google.com/sietenpunto/SantoDomingoSanRoque#

TODO POR UN SANCOCHO.

Yolombó - Estación Sofía.
Él me dijo que lo invitara a caminar otra vez con los TTs. e inclusive decidimos la ruta Yolombó – Sofía a sugerencia suya…
Él me dijo que saliéramos tempranito para que nos rindiera el día y además que llamaría a su padre que vive en la Estación Sofía del antiguo Ferrocarril para que nos tuviera listo un buen sancocho para el almuerzo.
Él me pidió que para estar seguro de que no lo cogería el día, yo mismo lo llamara tan pronto despertara a las 4.30 am para encontrarnos a las 5.15 am en la estación Itagüí y de ahí en 25 minutos estaríamos en la estación Caribe de nuestro Metro desde donde junto a Zuluaga y Juanfer, dada la ausencia forzosa de Olaya y Londoño, partiríamos rumbo a Yolombó en el Nordeste Antioqueño a las 6 en punto… Todo milimétricamente calculado para no tener afanes ni tropiezos.

Lo llamé justo a las 4.30 am. y a las 5.10 llegué a la estación Itagüí suponiendo a Pedro ya ahí esperándome… ¿Quién dijo miedo? Pedro por ningún lado. Lo llamo por teléfono y me contesta desde su casa todavía diciéndome que está esperando el colectivo.
Dado que los buses para el Nordeste salían cada hora, no vi inconveniente en que el hombre llegara tarde, por lo que le dije que listo, que lo esperaba. Desde donde él vive el colectivo tarda unos 15 minutos en llegar a la estación y él me dijo que en 5 minutos llegaría…
A las 5.30 llega con una sonrisa de oreja a oreja diciendo que llegaríamos a tiempo de tomar el bus de las 6 am. El Metro tarda entre 20 y 25 minutos en llegar a Caribe desde Itagüí, pero todavía nos faltaría llegar hasta el sitio de embarque. A las 5.58 estábamos en Caribe, pero pensando en la posibilidad de que alcanzáramos a llegar a tiempo, habíamos concretado con nuestros compañeros de viaje que ellos comprarían los pasajes y retendrían el vehículo mientras llegábamos al sitio.

¡Bendita sea la manía de las aproximaciones horarias de nuestro inefable pueblo latinoamericano! Para el común de las gentes de estos lares la hora exacta es un eufemismo que se aplica a conveniencia y necesidad. Aquí las 6 en punto pueden ser las 6.03 las 6.05 y hasta la 6.10 o 6.15 sin ningún problema para nadie. Todo está fríamente calculado a lo Chapulín Colorado. Hasta tiempo para tomar un delicioso tinto tuvimos; claro que dentro del bus y ya terminando, derramarlo encima de mis bártulos, porque al señor conductor le dio por tragarse un resalto a toda velocidad compitiendo con otro para llegar antes que él a la salida… ¡Qué pena con su santa madrecita, pero su H.P.tazo se lo ganó y en voz alta por el quemón que me pegué!

El trayecto está programado para 2.30 horas. Saliendo de la Terminal, lo esperaban los pasajeros que por no pagar $200 de un seguro contra accidentes, abordan el vehículo ante la vista gorda de las autoridades de tránsito. Tomamos rápidamente la vía hacia Bello, recogimos algunos otros pasajeros y pronto estábamos sobre la doble calzada Bello – Hatillo. Íbamos Pedro con Juanfer y Zuluaga y yo silla con silla. Pedro y Juanfer echando más lengua que un perro chiquito en una coca con leche tibia y nosotros más bien calladitos y mirando el paisaje ya visto mil veces pero igual de hermoso.

De pronto después de Barbosa, y como el bus iba medio vacío, Pedro se levantó de la silla y se pasó para la de atrás, dizque para estirarse un poco. Juanfer empezó a esculcar en su morral y sacó una bolsa. Todo era imaginable, menos que estaba mareado. Si estaba mareado y la bolsa le sirvió para devolver atenciones, pero con tan mala suerte que estaba rota. Zuluaga pronto le pasó otra y metió la rota entre esta. Terminadas las devoluciones, aparece el ayudante del vehículo con más bolsas y un paquete con café molido. Todo un conocedor del asunto, derramó café sobre las atenciones de Juanfer y asunto concluido. “Procure por no pisar el café señor” y se retiró a su puesto. Pedro en la banca de atrás se durmió y Juanfer de inmediato lo imitó.
El par de sinvergüenzas a sabiendas de lo malo que es tomar licor el día anterior y hasta altas horas de la noche, desoyeron el etílico consejo, se pasaron el pasante por la faja y ahí están… ¿Ustedes han visto como queda un marranito después de un episodio de cariño con su tierna mamacita en el chiquero? ¡Así quedaron; hasta con chiquero…!
Contribuyó con creces al mareo la endiablada velocidad del bus, dado el buen estado de la carretera, a tal punto que en 2.10 horas ya estábamos en el parque de la hidalga San Lorenzo de Yolombó, cuna de la única Criolla con título nobiliario; Doña Bárbara Caballero, Marquesa de Yolombó.

Ya desmontados y recuperados Pedro y Juanfer, nos fuimos a saludar al Dueño del Aviso en su hermoso templo en ladrillo formado por cinco naves; una principal y cuatro secundarias y cuya techumbre interna tiene la particularidad de ser en madera a la vista en arabescos tallados, junto a vigas formadas en espina de pescado. Tiene un pequeño órgano de tubos localizado en el coro, lo que le debe dar mayor sonoridad y belleza a la música sacra. Ya lo están adornando para Navidad.

Del templo pasamos a una cafetería en uno de los costados de la plaza y como no había desayuno como menú, nos decidimos por café con pasteles, papas y empanadas a los que adobados con ají vivo por cuenta de Pedro, les dimos mate en un santiamén. Regresamos al parque que por cierto no tiene forma definida y al mismo tiempo es parqueadero, plaza de mercado y tertuliadero municipal. Haciendo mi recorrido fotográfico me llama Pedro la atención y nos presenta a un profesor del pueblo que tan pronto vio que éramos visitantes, se nos puso a disposición para contarnos algo de historia municipal. Entre lo que nos contó que iré relatando en la crónica, nos habló del origen del nombre del pueblo; Yolombó. Cuando llegaron los Españoles por los lados de 1550 y pico, ya había un asentamiento indígena en el lugar con características de poblado y como endémico del lugar un árbol llamado Yolombo o Yolombó (Panopsis Suaveolens) ahora ya muy escaso en la región, pero que están tratando de reintroducirlo, aunque es difícil por lo lento de su crecimiento y el aprovechamiento que de él se hace por la calidad y belleza de su madera. Siendo entonces Yolombo el nombre indígena del poblado, los españoles nombraron el lugar como San Lorenzo de Yolombó. También es de anotar que el poblado ha estado localizado en diferentes puntos, pero siempre en la misma zona, por cuestiones de minería. En el parque del pueblo están cultivando con sumo cuidado un arbolito de Yolombo que ya tiene unos 6 cms de diámetro en su tallo y unos 4 metros de altura. Su fronda es abundante y también tiene unos frutos del tamaño de una guayaba criolla mediana.

Salimos del parque rumbo a Sofía por el llamado “Carretero”, antes “Camino del Real” y mucho antes simplemente “Camino de indios” dependiendo de la época en que se utilizó como ruta para entrar o salir del laberinto de colinas que forman el pueblo. Las cuadras son laaargas y siempre terminan en un morro para seguir por otro, pero todo muy bien señalizado; porque de otro modo habría que “llevar el gato”. Entre tanto, Pedro trató por todos los medios de comunicarse con su padre para lo del Sancocho del almuerzo, o por lo menos hacerle saber que íbamos para allá a visitarlo, pero no lo logró. Había salido desde temprano a pescar y quien sabe a qué hora regresaría.

Ya en las “goteras” del pueblo divisamos la troncal que va hasta Vegachí y mientras llegábamos a ella, bajamos a punta de sacudidas por parte de Pedro, una buena cantidad de guayabas que acabaron de completar el desayuno. Ya en la troncal, un retén de la Policía nos advirtió de lo bien vigilada de la región y una placa de metal y cemento en el piso como nunca la habíamos visto, el interés del gobierno Departamental en el cuidado y conservación de esa obra. Pensamos que nos tocaría “raqueta”, pero no, muy formales los policías nos saludaron e indiferentes siguieron “raquetiando” una lujosa camioneta y a sus integrantes, mientras nosotros tomábamos la foto de la placa en medio del asfalto. Muy bonita y vistosa.

Los palos de guayaba pululan en la región y por esta época están cargados de fruta, lo que nos permitió revivir nuestros tiempos de “chinches tirapiedra” y de ladrones de guayabas en potreros ajenos. Todo iba muy bien, hasta que pasamos una casita en cuyo frente estaba sentada una joven y un niño y más adelantico, un frondoso palo de guayaba, muy grueso para sacudirlo, que nos humillaba con sus muchas guayabas maduras como alumbrado navideño. La joven y el niño nos observaban… Tomé el zurriago de Zuluaga y lo lancé girando contra las ramas altas cargadas de fruta. ¡Nada! Ninguna caía… Un segundo y tercer lanzamiento infructuosos me hicieron desistir del asunto diciendo: ¡Están verdes! como la zorra aquella… Zuluaga con otro palo me dice: ¡Mire cómo se hace! Lo manda varias veces y tampoco. Desistimos. Mientras nos alejábamos, la joven y el niño nos gritaron: ¡Y se fueron con las ganas de comer guayabas…!
Carcajadas burlonas y de desconsuelo desde ambos puntos resonaron y seguimos nuestra ruta.

El carretero a la Estación Sofía fue durante muchos años la única ruta a estos lados del Nordeste minero y ahora que fue reemplazado por una vía alterna de excelentes especificaciones, está muy transitable aún a pesar del abandono. La pobreza campea a su amaño y algunas pocas casitas se resisten a desaparecer entre la maleza como muchas otras. El paisaje es hermoso a pesar de la poca fertilidad de la tierra, en la que el cultivo endémico es la caña panelera, base de la economía de la región. Anecdótico resulta el encontrarse uno en el camino una casa grande, pintada con colores vistosos y con un aviso que reza: CARREFULL. Ni cortos ni perezosos nos tomamos la respectiva foto para que nuestros amigos sientan envidia de nuestras andanzas comerciales.

Un motociclista que salía de una de las fincas nos saludó afablemente a pesar del temor reflejado en su actitud, común en los habitantes de regiones golpeadas furiosamente por violencias de todas las pelambres; Juanfer aprovechó para preguntarle por alguno de sus familiares que tiene finca por estos lados, a lo que el cabalgante motorizado le indicó y casi nos llevó hasta los límites de la propiedad. Ya ahí, una señora confirmó la cosa, añadiendo que el primo de Juanfer no estaba en la propiedad, y que a veces amanecía en la casa que ella habita. Un extraño monumento Mariano adornaba la propiedad, ubicada en un altico del terreno. Ahí nos desquitamos del anterior palo de guayabas y de las burlas de de los vecinos derribando unas con los bastones y otras que un amable niño trepado en el árbol, tumbó para nosotros.

Estábamos justo en la parte más alta del recorrido. Desde aquí y por la carreterita en buen estado, empezamos el descenso hacía el valle del Nus, aunque todavía no estaba a la vista. El paisaje va cambiando de acuerdo a la altura, y ya hasta algunos frutales, además de la Caña Panelera y los trapiches entre ella, complementaban el entorno. Algunas casitas en diferentes estados de conservación también bordeaban la carretera; unas con cuidados jardines, otras bien enrastrojadas y otras casi caídas y en total abandono. Junto a uno de los Trapiches encontramos una gran cantidad de llantas de carro abandonadas, de donde dedujimos que eran el combustible para los hornos del trapiche. ¡Mala señal! La contaminación no sólo sería del ambiente, sino del producto final del trapiche; la Panela que todos consumimos a ciegas… Más adelante algunos gallinazos merodeaban cerca a una casita en la que había algunos niños y una señora cargaba algo en un costal sobre su cabeza. Un poco más allá, unas ruinas albergaban una gran cantidad de huesos; además había gallinazos, cerdos, gallinas y quien sabe que otro tipo de habitantes. Increíble mescolanza adobada por un nauseabundo olor y la vera del camino, adornada por un Rosal florecido y un Guayabo cargado de fruta… Esas sí las dejamos tranquilitas en el árbol y seguimos raudos.

De pronto se abre el paisaje a nuestra izquierda y un valle por el que serpentean un río y dos carreteras se muestra a nuestros pies. Es el valle del río Nus y las carreteras son la troncal que va hacia Puerto Berrío bordeando el Nus y la otra es la que va hasta el municipio de San Roque según nos cuenta Pedro. Parecería que ya estamos cerca de Sofía, pero no, estamos muy arriba en la montaña y el fondo del valle se ve lejano y con un paisaje imponente. Una de muchas casas campesinas a bordo del camino y con su ante jardín repleto de Rosales en flor junto a unas señoras amabilísimas, fueron la disculpa perfecta para un rato de conversación y mientras mis compañeros parloteaban con las doñas, mi cámara de regodeó en sus flores y jardines. Hasta un Guanábano, hoy de moda por aquello de de la frutoterapia para combatir algunos tipos de Cancer alcancé a fotografiar.
Más abajo, una vaca cachimocha asomada encima de una gran roca le dio motivo a Zuluaga para decir que esa era una vaca con piedra… No sé por qué, no se veía enojada.

Ya el calorcito nos decía que estábamos cerca de la meta; la Estación Sofía del añorado Ferrocarril de Antioquia. Como el papá de nuestro ocasional compañero Pedro vive por estos lados, él conoce el lugar bastante bien y nos mostró el sitio en que quedaba la antigua estación, de la que ahora sólo queda el piso cubierto por la maleza. Dicen los que tienen porqué saberlo, pero en voz baja, que los amigos que se enseñorearon a punta de fusil y motosierra por estos lados se la fueron llevando pedazo a pedazo para sus propias estaciones...

Al fin llegamos a Sofía. Calientica la doña en sus 890 msnm(google earth) Doña Lucila Agudelo que con sus 87 años lleva como 70 y pico viviendo por estos lados(Llegó de las montañas cercanas con el Ferrocarril según sus propias palabras) nos brindó refrescantes líquidos de cebada y lúpulo fermentados y heladitos mientras hablábamos cháchara sin picaporte. Ya íbamos por la segunda nieve cuando aparece don PedroNel García, padre de Pedro y ni corto ni perezoso, mientras saludaba se mandó él la primera contándonos que andaba de pesquería desde la madrugada y por eso nadita de Sancocho. Acotó también que su dilecto hijo debió llamarlo el día anterior a anunciarle nuestra visita. Tampoco nos complicamos mucho la vida y rapidito encontramos en donde almorzar, sólo que tendríamos que caminar otro rato. Nos tomamos la otra, doña Lucila nos echó una retahíla con los nombres de las estaciones de Berrío a Medellín, pero es imposible reconstruirla aquí sin haberla copiado. Ya volveremos armados de papel y lápiz. Nos despedimos de la amable señora que no terminaba de contarnos su vida y milagros, incluidas las cascadas que le pegaba el marido dizque para que se manejara bien sin otras razones aparentes. - Siquiera se murió ese H.P – Dijo con ternura.

Caminando y charlando llegamos hasta el estadero 3Jotas sobre la Troncal y mientras se servía el pedido de bandejas y sopas a discreción, siguió la charla animadísima con don Pedro padre, del que su hijo heredó lo carretudo y buen contador de historias. El frasco de ají vivo dio por terminada aquí la vida útil de su contenido en las sopas de los comensales y en menos de que canta un gallo invitado a un sancocho, estábamos pensando en viajar a Medellín. Nos decidimos por viajar en Motorratón hasta Cisneros y ahí en bus a la “Veya biya”. Nos despedimos de nuestro anfitrión con la promesa de volver por el sancocho frustrado y nos metimos los 4 en uno de esos bichos motorizados de 3 ruedas y al poco rato estábamos viendo unas “Patinchadas” lindísimas mientras esperábamos el bus para Medellín en el parque de Cisneros, junto a la inolvidable 45 del Ferrocarril de Antioquia.

Abordamos el bus de las 3 pm. que salió a las 3.07 y partimos por las estrechas calles en medio de la algarabía de las cornetas y la gente corriendo porque “se largó el agua”. Más arriba ya no estaba lloviendo, pero al rato de pasar el alto de “La Quiebra” y ya llegando al Corregimiento “Santiago” se desató un feroz aguacero que junto a la velocidad del bus, nos pegaron un buen susto. Menos mal por los lados de “Botero” ya había escampado y los carro - tanques conducidos por choferes más prudentes le hicieron mermar la velocidad al joven conductor que pretendía emular a “Montoya” al volante de un bus de pasajeros y en pavimento mojado.
Le comentaba a Juanfer ya llegando a Barbosa la posibilidad de que el vendedor de tortas de pescado seco se subiera a venderlas para llevarle a doña Gloria unas cuantas y preciso que justo llegando al parque se subió este hombre que según nos contó, lleva 25 años en esa labor de calmarle a unos las ganas y a otros el hambre con su delicioso producto que vende acompañado de un refresco; antiguamente lo entregaba con un tuti fruti de cajita, ahora ya es con un líquido parecido al Moresco en bolsa por el mismo precio o con un jugo de naranja en botella plástica un poco más caro. Me compré dos para la doña, Juanfer otras para él y su doña y Pedro se engulló como buen prospecto de todo tragón otras dos. Me hicieron dar envidia y me empaqué una yo también… ¡Deliciosas! Zuluaga fiel a su postulado de “Nada que nade” apenitas nos miraba todo cariacontecido. Viéndole la cara, el joven vendedor le dijo que también llevaba Panzerotis y pasteles de pollo, pero no quiso y no quiso… Porque así fueran de “huele que vuela pero no vuela” estaban junto a las tortas de “Nada que nade”.
Después de entrar a la doble calzada eso es como despeinando a un tuso y apenas terminando las tortas, ya estábamos desmontándonos en la estación Niquía del Metro, el que rápido abordamos rumbo a nuestras casas; dos para Sabaneta, uno para el Poblado y uno para la Floresta; adiós pues…
Juan Fernando Echeverri
Luis Fernando Zuluaga
PedroNel García
José María. Ruiz
Vea más fotos en: