Entre "LAS MAMAS DE CARAMANTA"

Caminantes:
Juan Fernando Echeverri
Luis Fernando Zuluaga
Carlos Olaya
José M. Ruiz.

Como cada que salimos con rumbo Suroeste, esperé a mis compañeros caminantes en el sitio conocido como “Marandúa”, cerca a “Jardines Montesacro”, el parque cementerio situado al sur del municipio de Itagüí.

A las 6.45 a. m., estaban llegando en una buseta de “Farallones”, que hace la ruta entre Medellín y el municipio de La Pintada y antes de la 9 a.m. estábamos sentados en el restaurante “Salpicolandia” pidiendo de desayuno juguito de Mandarina, uno; de Guanabana, dos; huevos revueltos, arepa, y chorizos para tres. Entretanto Olaya le dio mate a dos bonyures.
A las 9.15 a.m. iniciamos ruta y en medio de un sofocante calor nos internamos por una calle empinada y estrecha, con casuchas de todas las formas y estilos arquitectónicos, que lo único que tenían en común era la cara de pobreza que mostraban. Eso sí; que amabilidad de gente: Ninguno rechazó el saludo y además se interesaron por nuestra ruta y varios nos dieron indicaciones sin pedírselas. Estábamos transitando según nos dijeron por “Calle Vieja” o Calle Arriba”; nos dio la impresión de que esta alguna vez fue la ruta entre La Pintada, Valparaíso y Caramanta entre otras.

Fugazmente consideramos la posibilidad de contratar como guía a uno de los chicos que se nos ofrecieron, pero nos pidieron $ 25000 de entrada y nos pareció muy caro. Seguimos solos hasta una explanada desde donde se divisa todo el entorno al pie de los farallones de La Pintada. Abajo el río Arma desemboca al río Cauca y a la izquierda se ven algunas de las casas del otro lado del río.

Llegamos hasta el pie del monte del farallón Montenegro, el que se ve a la derecha cuando se llega desde Medellín, en busca de la ruta para ascenderlo. Una hierba alta escondía el camino entre hojas largas y cortantes; una alambrada nos impedía pasar al otro lado que poblado de bosque nativo parecía esconder algunas rutas. Buscando y buscando nos fuimos por el camino marcado por una tubería plástica, con seguridad proveedora de algún acueducto de la zona. Notamos que hacia la izquierda había un camino, pero optamos por seguir la tubería hasta que nos dimos cuenta que por ahí sólo llegaríamos a la bocatoma del acueducto. Cerrado el camino por este lado, como siempre ocurre y decimos que es asunto de la Milagrosa; apareció un caballero andante en un no desgarbado rocín y con su peculiar modo campesino de decir las cosas, nos enredó más la vida, pero nos aseguró que por ese lado no llegaríamos a la cima del Montenegro.

Volvimos sobre nuestros pasos hasta la desviación a la izquierda que vimos antes, y por ahí nos metimos caminando por entre ese pasto alto de hojas cortantes; Juanfer asegura que era Yaraguá y yo que era Elefante o Pangola. A lo mejor ninguno de los tres porque él es bancario y yo escasamente un ilustre y desconocido poeta. Olaya y Zuluaga no opinaron, pero tampoco les mortificó no saber el nombre de dichas yerbas; lo aburridor eran las cortaditas que inicialmente sólo mortifican, pero que después y con el sudor, arden como quemaduras. Era más preocupante no encontrar el camino en medio de semejante resisterio de sol.
Llegamos por fin a un paso entre potreros, muy peculiar por cierto y que sirve para tres cosas: saladero, escampadero y paso entre potreros. Me explico: Con una llanta partida a la mitad se tiene un recipiente, dentro del cual, los ganaderos ponen sal y minerales al ganado para reforzar sus dietas alimenticias; un techo en lámina de Zinc de unos 2 metros cuadrados sirven de refugio al ganado y a los ocasionales caminantes en caso de lluvia o sol inclemente; también sirve de paso para peatones, porque deja un espacio para que quepa una persona, pero no un cuadrúpedo caballar o vacuno. Desde ahí mismo vimos una gran roca coronada por una imagen de la Virgen Milagrosa y claro; la foto para el montaje fue fabricada en la mente de Zuluaga y en nuestras cámaras fotográficas. Dice Zuluaga: Tomá la foto de tal manera que después le montés otras del Lobato y la Conejita, para que vean que si nos acordamos de ellos.

Bordeando el monte seguimos buscando el camino de subida y de pronto se nos abren dos posibilidades a derecha e izquierda. Ya Juanfer venía poniendo pedazos de la revista “Nueva” de El Colombiano con el perdón de doña Viena Ruiz según nos dijo, en las ramas de los árboles, para dejarlos como marca para un posible retorno si no encontrábamos la ruta. Como dije se abrieron dos posibilidades; la de la derecha terminó en una cañada seca y hasta ahí. Claro que encontramos una planta parecida a la que buscamos en “El Capiro” con las hermanitas Echeverri, por lo que tomamos las fotos reglamentarias para enviarlas a consultas. Más adelante vimos otra planta que no supimos si era un hongo u otra clase de planta. Olaya sostuvo que eran micrófonos semi ocultos…

Nos metimos por el camino de la derecha y caminamos por un buen trecho sobre un empedrado, vestigio de algún antiguo camino de herradura o posiblemente de camino precolombino. Este rumbo nos estaba llevando de regreso sobre nuestros pasos, por lo que optamos por regresar al borde del monte y seguir bordeándolo hasta encontrar el camino de subida al morro. Lo que si encontramos fue un buen surtido de dulces guayabas que comimos y reservamos algunas para más adelante.

Unas grandes rocas con toda seguridad desprendidas del Montenegro adornaban los potreros circundantes y admirándolas estábamos, cuando otro jinete sombrerón se cruzó con nosotros. Le preguntamos por camino de subida al farallón y nos salió con que era nuevo en la región, pero que según tenía entendido, la entrada estaba un poco más arriba en un broche o paso entre potreros. Ya teníamos a la vista ambos farallones; estábamos entre ellos.

Un poco más adelante, efectivamente encontramos otro paso o broche entre alambrados y sobre la derecha se insinuaba un sendero que probablemente conducía a la cima del farallón. Los otro no lo vieron, pero había otro broche disimulado, que con toda seguridad, era el paso que buscábamos.

En este punto, les mostré el broche en el alambrado que ellos no vieron y Zuluaga sacó a relucir la provisión de granadillas, mientras hice mi examen de conciencia; ¿Era o no era capaz de subir? En el actual estado de congestión nasal, aturdimiento y a lo cual debe sumársele unos rones de la noche anterior y luego de más de 2 horas de camino, con el respectivo mea culpa les dije que no me sentía capaz de cumplir el ascenso. – Entonces ninguno sube - dijeron en coro Olaya Juanfer y Zuluaga – No se diga más, seguimos desde aquí a buscar la carretera que va a Valparaíso y Támesis al otro lado o nos devolvemos – acotaron.

De aquí en adelante era manga abajo, por lo que decidimos buscar la carretera de marras, aunque el caminito se perdía entre pastizales. Allá muy abajo alcanzamos a divisar la carretera, por lo que nos animamos, aunque nos tocó empezar a cruzar alambrados por encima, por debajo, lo mismo que una cañada entre un enorme guadual, con las consabidas pelusitas fastidiosas que se te pegan al menor roce con los tallos jóvenes y sin contar con las zarzas de las rastrojeras circundantes. Los guayabales paliaron lo agreste del camino con su fresca dulzura.

Leyendo el camino fuimos encontrando la ruta, siempre acompañados a ambos lados por esas dos hermosas formaciones rocosas que son las Farallones de La Pintada. Algo de ganado vacuno, muy propio de la región y algunos caballos también nos encontramos. Mención especial merece un toro rojo grandísimo con una cornamenta de miedo, que con su feroz mirada nos indicó que debíamos salir rapidito de sus dominios y de su harem de unas 12 a 15 vacas. Ni fotos nos atrevimos a tomar. Seguimos nuestra ruta aceptando la sugerencia del cornúpeta y ya pronto estábamos llegando a una finca con unos lindos cultivos de cítricos. Con temor, porque no se sabe qué tipo de dueños o mayordomos, sin contar con los perros tendrá un lugar así, nos acercamos a la casa del mayordomo, que menos mal nos invitó a seguir, lo mismo que una señora mayor, posiblemente su madre y que hasta refresco nos ofrecieron. También había un perro Pastor Alemán que ni se inmutó por nuestra presencia; sin embargo el joven mayordomo nos acompañó hasta la salida de la finca, para evitar, según nos dijo que de pronto el pero nos atacara al vernos solos. Antes de llegar a la portada un aviso nos llamó la atención; “Peligro. Trampas activadas”. Espeluznante riesgo el que corrimos pasando por esa finca.

Ya estamos entonces sobre la carretera entre La Pintada, Valparaíso y Támesis, de muy buenas especificaciones, aunque con algunas partes en mal estado por aquello de las tierras que se mueven de un lado a otro, como en la vía a Fredonia. Un aviso similar al anterior, “adornaba” el vallado que cercaba la finca. Hasta donde ha llegado la inseguridad que ya no hay perros bravos, sino trampas activadas. Poco falta para que siembren con minas “quiebrapatas” los linderos de las propiedades de los ricos…

Comentando el asunto tomamos rumbo a La Pintada a pleno medio día por esa carretera asfaltada, lo que acaba con las pocas fuerzas y ánimos que se tengan, a no ser que pase algo que rompa la monotonía de la ruta. Y pasó: De unos ranchos a orillas del a carretera salieron varios perros que poco amistosos, trataron de hacer respetar sus dominios de mala manera, pero contra un zurriago, un bambú retorcido, un bambú de jardinería de 2 metros una garrocha Scout de metro y medio, es poco lo que puede un perro por fiera que sea. Lo gracioso es que por entre los perros ladrones, más bien ladradores, no labradores esas chandas, salió otro como aquella que José Manuel Marroquín describe así:

“… Con ella iba una perrilla,mas, sin pasar adelante,es preciso que un instantegastemos en describilla: perra de canes decanay entre perras protoperra,era tenida en su tierrapor perra antediluviana; flaco era el animalejo,el más flaco de los canes,era el rastro, eran los manesde un cuasi-semi-ex-gozquejo;sarnosa era, digo mal,no era una perra sarnosa,era una sarna perrosa,y en figura de animal;era, otrosí, derrengada;la derribaba un resuello;puede decirse que aquellono era perra ni era nada…”

Se nos metió por entre los cuatro huyéndole a la jauría, pensando que lo perseguían a él. Quien sabe a cuál de las perras estaba enamorando a hurtadillas, o si a hurtadillas estaba tratando de robar algo de comida.

El caso es que el pobre flaco, con una mirada de esas conmovedoras, nos imploró que lo dejáramos quedarse y caminar con nosotros a lo largo de la jornada. Juanfer lo adoptó como siempre con su enorme corazón y hasta agüita le ofreció más adelante.

A muy buen paso a pesar del agobiante sol, pronto estábamos de nuevo en La Pintada. Me dice nuestro amigo y antropólogo Pedro Nel García que anteriormente el sitio en que se ubica este municipio, se llamaba “El paso de Caramanta” y que el pueblo de Caramanta estaba justo en medio de los dos farallones que originalmente se llamaban “Las Mamas de Caramanta”, nombre que viene del vocablo indígena Karamanta, que quiere decir gallinazo blanco.

A todas estas ya estamos sentados de nuevo en “Salpicolandia”, pero sin ganas de almuerzo… Nos tomamos unos jugos de Mandarina y algunas cervezas y entre unos y otras, Olaya sugirió chorizos como los que se comió Zuluaga en el desayuno y por unanimidad le dimos mate a par de embutidos por cristiano o moro y santo remedio.

Estaba todavía bien temprano… El perro aquel, flaco y desgarbado pero de mirada conmovedora había desaparecido, porque como que lo único que necesitaba era compañía para llegar a lugar seguro.

Eran algo así como las 2 pasaditas y entonces decidimos largarnos para Medellín a ver jugar al “Poderoso” – dijo Zuluaga - y mientras nos dirigíamos a buscar el bus al Hotel “Farallones”, apareció una buseta de la flota Occidental y nos montamos rumbo a “La ciudad de la eterna primavera”. Antes de la 5 p.m. ya estábamos en casita contando las incidencias del camino y tomando un baño.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Que Fallaralloes para esquivos, pero ya llegará otra oportunidad y poder coronarles, lástima la falta de conocimieno del terreno, además tú quebrantada salud tampoco lo permitió, pero bueno de ahí Los Farallones no se mueven y que volvemos, volvemos.
Cuando les llamé y me dijeron que andaban en medio de Los Farallones, pa que les digo que no
sí, sí, sentí envidia pero de la buena y vea usted como y sin pensarlo hasta para la fotico posamos el Lobatico y yo, gracias por este detalle tan hermoso mis queridos caminantes, tanto al Lobatico como a mí nos hicieron sentir bien bonito.
Muy chevere la crónica Josema, hasta en ella me llevaste 35 años en el túnel del tiempo con la remembranza de, no era una perra sarnosa, era una sarna perrosa. Osease me devolviste de nuevo al colegio. También muy bueno el aporte de Pedro Nel sobre el nombre e historia del lugar. Y como la tragada del dia no podía faltar, también me disfruté de los sabrosos chorizos, eso sí, los mios con jugo de mandarina servido en copa como los del Astor, lástima y no habían moritos.
Muy disfrutada tú crónica por esta Conejita que los quiere.

Coneja.

Anónimo dijo...

A la Coneja y al Lobato los encaramaron en el puesto preciso,ingeniosos éstos toreros que hicieron bien la faena.
RUMU

Anónimo dijo...

Felicitacions Don poeta Chema. Que crónica tan bonita y bien jalada;parece una fotografía en pluma tecliada. Ya me había hablado mi abuelo de sus condiciones y creo se queda corto. Esperemos que lleguen Sarita y Jerónimo a ver que opinan.
SAMUEL

Anónimo dijo...

Bienvenido bebé Samuel a las crónicas de mis caminantes, vas a ver como disfrutas paseando con estos adorables amigos.

Conejita.

Anónimo dijo...

Sres CTT estoy seguro que todos éstos bebés los recordarán para siempre son padres y abuelos ejemplares.
RUMU

Jorge Iván dijo...

Estupenda cronica de alta temperatura como la que los acompano en esta caminata. Creo que lo mejor hubiera sido pagar los 25 mil pesos al guia a pesar del desfallecimiento de Josema por FLAmelica causa. Salva la jornada el juguito de mandarina, porque los chorizos, al menos en la foto, no tienen cara. Gracias por el montaje. Dichoso yo en medio de dos divas. El Lobato