Caminata por los Cerros Tutelares del Cármen de Viboral

Por los cerros de El Carmen de Viboral. 15 de mayo de 2010

Esta semana estuvo bien movida; Juanfer viajaría a Cali, Lobato fue hasta que nos pasó la lista de sus motivos para abandonarnos a nuestra suerte, y no nos decidíamos por qué camino coger ese sábado 15 de Mayo. El mismo Lobato nos sugirió que nos fuéramos a los cerros tutelares de El Carmen de Viboral, pero que no nos acompañaría.

Nuestro habitual contacto es por correo, pero ya era viernes y todavía no decidíamos. Juanfer se fue a Cali. Y claro, como no tiene celular, era como tener a la mamá, pero bien lejos. El caso es que el viernes a eso de las 6 de la tarde, Zuluaga me llama y me dice: Vamos para El Carmen y nos encontramos a las 7 am. En la estación Caribe de la Terminal del Norte junto a la Milagrosa. Ya Olayita confirmó el madrugón y ahorita llamo a Juanfer. Todo listo.

Era viernes y como poeta y rumbero que se respete, el viernes es cultural. Pero claro; el deber llama. A las 6 am estaba en pie y a las 6.30 salí rumbo al Metro. Por esas cosas de la vida, llegué 5 minutos después de la hora fijada, pero no importa, el próximo bus hacia el Carmen de Viboral, saldría a las 7.30 am. Con los tiquetes en el bolsillo, nos fuimos a nuestro habitual rito del perico con medio buñuelo en una de las cafeterías de la Terminal. Para Juanfer es con leche tibia, porque si no se quema el piquito y misiá Piedad no se lo perdonaría.


A las 7.30 am en el reloj despachador y a las 7.35 am en el del vehículo, salimos raudos, rumbo a la tierra de la loza artesanal y del poeta José Manuel Arango. A eso de las 8.45 estábamos en el amplio parque principal, ahora acondicionado con señal wifi gratuita de Internet para los usuarios por la Administración Municipal.


Un aplauso para ellos. Pero se los retiro por el deplorable estado de abandono en que se encuentra el homenaje al Libertador Simón Bolívar en el mismo parque. Pareciera que un pueblo tan avanzado en tecnologías, no tuviera dolientes ni amantes de la conservación de la memoria histórica del país, ni respeto por los símbolos patrios.


Visitamos el templo como tantas veces lo hemos hecho, y aún así no dejamos de admirar la magnificencia y sobriedad del recito y la estructura modernista de sus acabados. De ahí, salimos a buscar desayuno y primó lo malo conocido que lo bueno por conocer; nos fuimos al restaurante “la Frisolera”, conocido de vieja data por los TTs. y cuyo dueño, es caminante también aunque nunca ha salido con nosotros. Abundantes raciones de Huevos revueltos, Calentao e hígado frito para Zuluaga, un tamal que taba mal de sabor al pie de otros que conozco y arepa con quesito y chocolate (otra vez tibio por favor) para tutiri mundachi; amén.


Siendo las 9.45am –diría Lobato- dimos inicio a la caminada. Juanfer se llevó una arepa con quesito que nos sobró y decidió regalarla a algún mendicante que se encontrara. Una señora a la que se la ofreció, se la rechazó con el argumento de que la quería envenenar como a las monjitas aquellas… El caso es que nadie se la quiso recibir, a excepción de un cánido négrido, lánguido, escuálido y cójido para más. Agradecidísimo el Juanfer con el avechucho ese con cara de perro, nos alejamos. Ya casi en las afueras del pueblo, nos encontramos una capillita en la que se destacaba un cartel anunciando que don Isaías había colgado la lira y ahora estaba estrenando estuche de madera para luego ser pasto de las llamas o de los gusanos. Cosas de la vida.


Llegamos a un entrecaminos y empieza la lucha de cada sábado: ¿Cuál es la ruta a seguir? conseja va, conseja viene, pregunte aquí, pregunte allá y a la final coja para donde mi Dios les indique, porque siempre nos dan información tergiversada. Claro que aunque ya el Lobato tiene disculpa cada semana para no acompañarnos, por lo menos nos manda con su tocaya y ella nos lleva con bien, aunque a veces se hace la precisa. Tomamos camino arriba por una calle adoquinada y de pronto nos vimos metidos entre cultivos agroindustriales de Hortensias y Frisoleras en crecimiento variado. Muchas casitas variopintas y de épocas diferentes bordeaban el camino.

Al poco rato ingresamos ya a zona rural y nos encontramos a un campesino de esos saludables y saludadores; le preguntamos lo habitual: ¿Este camino nos lleva hasta el morro “Bonifacio”? y nos contesta con una sonrisa de oreja a oreja: Si los lleva, pero no se sienten, que el camino los lleva, pero caminando…


En medio de la recocha por la parrandiada que nos pegó el señor, de pronto nos vimos otra vez en una bifurcación. La norma dice y la repite Juanfer: “Por el más entierrao mi don” y por ahí nos fuimos y terminamos en una casita llena de perros de todas las razas y tamaños y una dueña amabilísima que nos encaminó en la ruta de nuevo. Suena el celular de Olaya y era el Lobato que se oía como con remordimiento por no acompañarnos, pero nos encomendó a su tocaya y se fue a sus menesteres, no sin dedicarnos unas palabras.


Más adelante, nos encontramos a un joven con una red cazando insectos; era un estudiante de Entomología de la U de A que iniciaba su colección de bichos. Lo dejamos e iniciamos el ascenso al “Bonifacio” que por el lado que lo atacamos más parecía una segunda versión del ascenso al “Cerro Tusa” por lo empinado y lo resbaloso. Háganse de cuenta un tobogán de pantano y hojarasca, pero hacia arriba era el camino; sin embargo y a pesar de que casi me devuelvo, logramos coronarlo sin mayores contratiempos, aunque con la pérdida del celular de Olayita, que pronto recuperó, pero a costa de bajar unos 30 metros por el susodicho tobogán y un timbrazo de Zuluaga para ubicarlo.


De claro en claro lográbamos ubicarnos espacialmente y siempre tuvimos el pueblo a nuestra derecha. Por entre la rastrojera circundante íbamos por el sendero alfombrado de hojarascas de diferentes especies y con una consistencia de colchón en algunos tramos, lo que nos alegró mucho por lo bien conservado del entorno y la protección que se le ha brindado contra los depredadores de la vegetación.

En un descansito del camino y ya sobre la cima, escuchamos un coro como de monjes benedictinos cantando Gregorianos. El corito decía: Quién crea a Lobatón, no camina hasta Diciembre…Decía una voz grave, grave: Vigésima cuarta estación: Lobato se disculpa por enésima vez… Y reinicia el corito: Quién crea en Lobatón, no camina hasta Diciembre… No pudimos ver quiénes eran los monjes cantores; a lo mejor eran los monjes de San Bonifacio; al fin de cuentas estábamos en sus dominios…


Reiniciamos el camino, pero ya hacia abajo en busca del morro de “La Cruz”, siempre por entre el montecito o bosque secundario, ahora lleno de todo tipo de especies vegetales, especialmente orquídeas silvestres, bromeliáceas, helechos, bejucos y muchos pájaros diferentes, que no se dejan ver mucho, pero inundan el monte con sus cantos. Entre los avechuchos del monte alcanzamos a distinguir y a escuchar cantando al “Juanfleridus obispus canoro”, pero luego nos dimos cuenta que era el mismísimo Juanfer silbando y cantando de la alegría de ver tanto paisaje junto.


Llegamos al morro “La Cruz” adornado con dos grandes cruces de madera, una de ellas con tablas clavadas a los troncos que la conformaban, para darle más tamaño y visibilidad desde el pueblo y adornada con grafitis y mensajes de caminantes. Juanfer dejó su cuota también en representación de los TTs.

Al reiniciar el camino, el guía que era Zuluaga nos enrutó por un senderito en descenso que supuestamente era la ruta a seguir. Ya era decidido que la ruta era hacia abajo para regresar al pueblo, pero no contábamos con que había tantos caminos, que escogimos el que no era. Nos dimos cuenta, cuando ya habíamos empezado a ascender de nuevo y aunque había camino y bien demarcado, no era conveniente alejarnos más del pueblo. Un árbol caído sobre la ruta nos hizo reflexionar y decidimos volver sobre nuestros pasos hasta la cima del morro “La Cruz”, o hasta donde nos lo indicara algún otro sendero hacia abajo.


Justo terminando de bajar lo que habíamos subido, encontramos un sendero directamente hacia abajo, pero con un alto grado de dificultad, por lo que de nuevo nos sentimos como bajando de “Cerro Tusa”, con mucho cuidado y despacio. Unos huevos de alguna especie de rana fue la nota de mostrar en este nuevo rumbo; estaban enracimados y pegados del capote de musgo en un árbol caído y en descomposición.


Por fin salimos a campo abierto. Abajo, una casa campesina con un maizal recién cosechado, unos muchachitos y un montón de perros que tan pronto nos sintieron empezaron un concierto de ladridos que nos amedrentó, pero continuamos la marcha hacia abajo. Ya “al gritico” de los muchachos les preguntamos por el camino hacia el pueblo y como cosa rara, no supieron darnos una explicación clara para nosotros del asunto en cuestión, por lo que seguimos falda abajo hasta divisar una carreterita entre los sembrados, a la que nos dirigimos, siempre cautelosos con los perros aquellos del concierto. Nos metimos a los sembrados y pronto estábamos en la carretera que unía varias fincas. Fuimos bajando y saludando al que nos encontrábamos, menos a un perro que se nos apareció de repente. Suena un celular y adivinen quien era…Si, claro; la Coneja que no nos abandona y todos los sábados saca tiempo para acompañarnos en la distancia y sin falta. Seguimos adelante y más abajo un señor arreglaba la carretera. Lo saludamos y mientras conversábamos con él, el perrazo se nos arrimó a saludarnos y resultó más manso que un cordero.


Muchos recovecos de carreterita y por fin llegamos a una como “principal”. Una muchacha que pasaba nos orientó y cuando le preguntamos por una tienda, pues casi nos llevó hasta ella. Juanfer había empezado a mostrar cojera desde hacía rato y ya estábamos como preocupados.

Nos llegamos a la tienda y ahí estaba doña cervecita, pero al clima, lo mismo que las gaseosas. La única opción era hielo y tocó. Entre charla y charla con el dueño del chuzo, le preguntamos por transporte y finalizamos en que su hijo nos llevaría hasta el pueblo. Juanfer insistía en que podía caminar, pero ya teníamos la experiencia con el Lobato. Aceptamos el transporte en un Renault 9 viejito pero bien tenido y con un muchacho de esos conversadores como chofer, que nos llevó a punta de carreta hasta el Carmen de Viboral. Juanfer es un mudito tierno al pie de este muérgano.

Ya en el parque, fuimos a averiguar por el transporte, que resultó mejor de lo esperado: busetas cada 10 minutos hasta bien tarde. ¡Qué maravilla! Nos metimos a una salsamentaria a saludar a doña Cervecita y Juanfer a su tan querido “míster tea”. No teníamos afanes; eran si acaso las 3.30 pm. No nos gustó la temperatura de doña club Colombia y nos fuimos a buscarla a otra parte.

Regresamos al parque y en uno de los negocios pedimos ración de lúpulo y cebada para 4, porque hasta don Juanfer renunció al don “míster tea” De aquí nos echó el “mono Jaramillo”, por lo que nos pasamos al otro lado del parque junto a la alcaldía. El olor del café recién colado es más atractivo que cualquier águila aguamasienta. Tres cervezas y un tinto sin azúcar.

El desfile de mujeres bonitas por el lugar nos hizo olvidar el cansancio y la conversa en la que se involucró hasta un parroquiano “medio jalado” terminó por hacernos amañar de tal manera que a las 5 pm apenitas empezamos a considerar el regreso a Medellín.

Nos fuimos a la flota y a las 5.30 pm salimos de El Carmen de Viboral rumbo a la veya biya. Antes de las 7.30 pm ya estaba bañadito y viendo perder a mi “Poderoso” y ganar al Verde de un amigo que reniega toda la semana de él.

José M.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta Coneja caminante los alcanza en cada caminata, a como de lugar.
Gracias, Chemita, que delicia de cronica, que rico es leerla y que cada semana nos saquen a pasear por algun bello lugar de nuestra tierra.
Que ganas dan de estar con ustedes cada semana, pero bueno, mientras me la disfruto en directo, una llamadita se vale.
Mis Caminantes pechochos, los adoro!

Conejita.

Elbacé Restrepo dijo...

Ja, ja, ja!!! No me choca lo del desayuno de ta mal sabor, eso les pasa por jugarme infidelias por ahí con cualquier vieja tamalera que se les atraviese en los caminos, muy bueno, por torcidos. El tamal es de Mis envueltos, y pare de sufrir.
Por otro lado, Chema, que descreste de ironía y buen humor. Me gustó mucho la crónica. La disfruté de principio a fin, hice fuerza por el celular de Olayis, por la cojera de Juanfer, por el tobogán de hojarasca y pantano, uf! qué cansancio. ¡Felicitaciones!

JuanCé dijo...

Sabrosa la crónica. Además, como que no se necesitaba mucho tiempo para escribirla, porque una caminada de 23 minutos y 6 horas de carro, sin incluir los 2 desayunos, se pasa al cuaderno en cuestión de horas.
Cada vez son mejores las crónicas, inversamente proporcionales a la longitud del recorrido...
Deberían llevar fiambre, para que no sufran, ¡pobrecitos!

Jorge Iván dijo...

Definitivamente ese Lobato se las trae, porque sin ir es el que mas pantalla roba. !Que pena!
Muy tupida la crónica de Josema, apenas para esa fantasía de caminata

Anónimo dijo...

Elbacé,muy bien por defender lo tuyo y nuevamente me pongo de pie para leer estas crónicas.
RUMU

Anónimo dijo...

Todo parece indicar que las caminatas y las crónicas de estos caminantes, se hacen ahora por club, crédito y cooperativa.
Opinito