Caminata El Peñol - Guatapé

Fecha: sábado 1 de noviembre de 2008

Caminantes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Juan Fernando Echeverri Calle, Carlos AlbertoOlaya Betancur, José María Ruiz Palacio, Alberto Sánchez S. y Jorge Iván Londoño Maya.

Nombre: Lluvia de Silencios, Santos y Caminantes

¡Ufff...! Casi no doy con el nombre para esta crónica. En efecto, dí una gran vuelta a la idea, que resultó del mismo tamaño de la vuelta que le dimos a la piedra del Peñol, esa entaconada y mimada señora, que siempre tuvimos a “boca de jarro” y que robo cámara a lo desgualeta´o para salir en todas las fotos. Mas adelante encontrarán, entonces, el porqué del nombre.

Arranquemos diciendo que el encuentro fue en la muy nuestra Terminal del Norte, a la que fuimos llegando como fieles para misa de seis. Todos muy bien vestidos, zapatos limpios y las camisetas aún con las huellas de la aplanchada y la doblada. En un brinco llegamos a la flota Sotrapeñol para hacer la vaca y comprar los cinco tiquetes. En ese preciso momento suena mi celular; era Olayita, quien, sin que lo notáramos, se había alejado del grupo, y hablando en voz baja me dice: “Londoñito, compra otro tiquete que voy con una sorpresa”. En efecto, Carlos se nos fue apareciendo con el Kurdo, o San Albertico, para quienes no lo conocen, quien cuando viene a su siempre amada ciudad y logra desconectarse de su trabajo se nos pega a las caminatas. Si no estoy mal, creo que con esta ya son cuatro en su patrimonio.

Luego de la normal algarabía que produjo la llegada del Kurdo, pasamos a manteles virtuales para dar buena cuenta de los siempre deliciosos buñuelos y el humeante café, acompañados por la infaltable y fluida conversación que despertaba la curiosidad y sonrisas de los pasajeros que esperaban la hora de salida, los cuales doblaban la cantidad normal, por tratarse del inicio del puente de todos los Santos.

Llegada la hora abordamos el bus 217 (ojo para el chance) momento que Juanfer aprovechó para entregar a los niños unas colombinas mientras echaba su retahíla al mejor estilo de los infaltables vendedores, momento que quedó registrada por el flash de la cámara de Polaroid Olaya. La calma de la espera fue interrumpida por la subida del ayudante de turno, quien muy orondo nos puso el obligatorio vallenato a su volumen y semejanza para luego perderse. Obviamente el kurdo, que se las sabe todas en materia de ondas electromagnéticas, se paró y fue a mermarle al máximo al estridente sonido.

Cuando llegaron el chofer y su ayudante para iniciar el viaje, volvió el volumen exagerado del destartalado equipo de sonido, por lo que no se hizo esperar nuestra protesta, dirigida magistral y militarmente por Josema, la cual obviamente tuvo sus efectos, muy agradecidos por cierto por algunos pasajeros. Eso si, les garantizo que si no lográbamos el objetivo con nuestra protesta a viva voz, les íbamos a hacer una marcha dentro del mismo bus y ahí si no había Uribe que valiera. Entrados en calma continuamos con la tertulia por parejas o a veces comunitaria mientras observábamos el paisaje y el corretear de las nubes a través del ancho firmamento, como jugando a que te cojo ratón, a que no gato.......

Luego de sobarle las enaguas a Marinilla tomamos la carretera para el Peñol y en las partidas para la vereda Mayo, donde hay un reten permanente de nuestro Glorioso Ejército Nacional, el bus fue obligado a orillarse para que un soldado se subiera y con voz tímida y amontañerada nos diera los buenos días y nos solicitara bajarnos para una requisa. Hombres en una fila y mujeres en otra. Mientras hacíamos la fila compramos empanadas en el puesto, también permanente, que tiene una señora, lo cual generó jocosos comentarios en el sentido de que el chuzo lo tenía en compañía con los soldados. El kurdo a su vez se antojó de uno de los chicharrones que brincaban patas arriba en la paila; chicharrón que a la larga resultó delicioso y por el módico precio de mil pesitos, contrario a los hijuemadres que nos han cobrado por el marrano entero. Así pues que abiertos de píes y sosteniendo de a media empanada en cada mano, fuimos pasando con éxito cada requisa. Obviamente no faltaron las colombinas de Juanfer para los abnegados servidores de la Patria.

Al filo de las 9 y 20 tocamos tierra firme del Peñol. No obstante los problemas iniciales, nos despedimos cordialmente del chofer, y de inmediato buscamos asiento en el conocido hotel Casa Blanca para tomar el desayuno de rigor. Luego de armar la mesa para seis la decoramos con una enorme arepa de chócolo comprada por Olayita a uno de los tantos vendedores que se suben al bus aprovechando cualquier frenada, y con una deliciosa torta negra encargada por Juanfer a la dueña del restaurante para celebrarle el cumpleaños a Josema, celebración que incluyó quebrada de piñata ante la sufrida mirada de la dueña.

Con el sonido del timbre para acabar el recreo, dimos inicio a las 10 de la mañana a la clase de caminería por entre las calles que rodean la plaza de mercado, en una de las cuales nos encontramos una hermosa escalerataxi bien tenida y finamente engallada, dueña de un capacete ideal para un recochipaseo de los Todo Terreno. A las pocas cuadras empalmamos con la vía pavimentada que del Peñol conduce a Guatapé por lo que ahí mismo pusimos en cero nuestros medidores de kilometraje u odómetro que llama el Kurdo.

A menos de un kilómetro recorrido encontramos el sitio donde se termina la réplica del viejo pueblo del Peñol, por lo que optamos por entrar para que Kurdo lo conociera. Era la tercera vez que lo visitábamos, por lo que nos pareció que la construcción avanza muy lenta, pero el “alcalde” encargado nos dijo que al contrario, todo iba muy bien gracias al dineral que le ha metido el burgomaestre peñolita. De vuelta a la carretera principal Juanfer aprovecha para endulzarles el momento a los soldados que vigilan los puentes.


Una cosa es pasar en carro por esa carretera, y otra muy distinta es saborearla paso a paso para disfrutar de la piedra que no nos desampara y que en cada curva se nos muestra coqueta y sensual, del embalse y de los paisajes que se van formando con los innumerables ramales que como anacondas culebrean tierra adentro, y que fueron aprovechados para construir hermosas cabañas, casi todas con su bote cuadrado a la entrada y su bosque de pinos alrededor. Majestuoso todo lo visto, sin importar el día opaco, nublado y la lluvia, la cual nos hacía caritas desde lejos queriéndonos decir “tranquilos muchachos que allá les caigo”

La conversa se centró en la clase de ingeniería electrónica que armo el Kurdo y que nos dejó perplejos, bueno al menos a mi, sobre los adelantos tecnológicos en las comunicaciones. Menos mal fue una muestra gratis, porque si le da por cobrar honorarios no nos alcanza ni con la vaca. A las dos horas de trasegar por la carretera pavimentada, a las cuales les tenemos alergia, llegamos al estadero Mi Ranchito para disfrutar de un descanso y de algunas bebidas. Allí nos encontramos dos encopetadas señoras, caminantes ellas, quienes nos indicaron un camino veredal que nos llevaría por la ruta que habíamos trazado inicialmente.

Despedidos entonces del duro pavimento, nos entramos por el camino indicado, que prometía llevarnos por unos hermosos parajes, según se divisaba a lo lejos. Efectivamente, la primera agradable sorpresa la tuvimos en la vereda La Peña. Allí encontramos un puente colgante, que aunque no tiene nada de José María ni de Villa si tiene su atractivo a lo largo de sus casi 80 metros de extensión y que pasa por encima de un ramal del embalse. Lástima su deterioro y la falta de mantenimiento, para una obra imprescindible para los habitantes de esa región. Miren bien la foto y piensen que les puede esperar a los campesinos sin ese puente.

Luego de una exigente subida volvemos al plan, aparecen los pinares y la lluvia, la cual no respetó nuestros ruegos patronales, lo que obligó al kurdo a sacar su sombrilla ante las carcajadas de todos, porque musulmán bellanita prevenido vale por dos paisas. Bajo esos centímetros de tela azul y varillas continuó la clase, que ahora se refiere a la electricidad, partiendo del ejemplo que encontramos en las líneas de alta tensión que pasan por encima de nuestras mojadas cachuchas y que con la lluvia producen un zumbido que parece electrizar.

La piedra no nos pierde de vista y nosotros tampoco a ella. Es la novia de hoy y la modelo ideal para fotografiarla desde todos los ángulos, es el eje central de nuestra caminata. La lluvia “mojabobos” se instala en el dial como si se tratara de radio Cristal, que está en todas partes, y de ahí no se mueve; eso si, como caminar bajo la lluvia es otro de los placeres, nos hacemos los de la capa mocha y seguimos tan campantes, excepto el Kurdo que sigue con su sombrilla, la cual se aprovecha para hacer unos cuadros a los Tola y Maruja.

Son la una de la tarde, ideal para rezar el ángelus así se nos haya pasado la hora, rezo que cuñamos con un Padre Nuestro a las ánimas del purgatorio. Toda esta devoción sirvió de antesala para pasar cerca del hermoso monasterio de las monjas Benedictinas, que tienen a sus hermanos Benedictinos mas abajo, y para encontrar una tienda manejada por toda la familia, papá, mamá y dos pequeñas. Ese fue el lugar propicio para darle materile a lo que había quedado de la torta y la arepa de chócolo, manjares que compartimos con la familia que hacia las veces de anfitriones.

A medio kilómetro encontramos la entrada al monasterio de los monjes Benedictinos (hermanos, como ya dije, de las monjas que ya habíamos pasado) por lo que nos desviamos para conocerlo y para que el Kurdo saludara a un viejo amigo. En cinco minutos, y por una carretera de rieles en la cual nos encontramos a dos monjes vestidos de civil que iban para el pueblo y que al interrogarnos nos contaron que el amigo del Kurdo no se encontraba, llegamos a la imponente edificación, rodeada por tupidos bosques. Visitamos la capilla dedicada a Santa María de la Epifanía en donde el silencio se convierte en el grito eterno de Dios. Que paz, que recogimiento, que alegría sentirse creación de Dios, que ganas de encadenarse a ese silencio, que tristeza volver a los rieles, al camino y al bullicio; era inevitable porque ya teníamos comprado el tiquete de regreso a la realidad.

Sonaron las cuatro de la tarde cuando tocamos las goteras de Guatapé. Allí fuimos recibidos por otra engallada escalerataxi, famosas en esta región, por sus zócalos de par en par, por sus casas que parecen de azúcar, por su extremado aseo y por la amabilidad de sus ocho mil habitantes. Josema quedo con dolor de cintura por la agachada para fotografiar las figuras geométricas, típicas o exóticas de los zócalos.

Ubicados en la plaza entramos a la iglesia de Nuestra Señora del Carmen para prolongar aquel silencio, así no fuera el mismo. Luego pasamos a la flota para asegurar los tiquetes para la buseta de las 5 y 30. El almuerzo fue en uno de los restaurantes de la plaza. Diez y seis presas de pollo desfilaron por la mesa central antecedidas por una entrada de sopa de legumbres y con el marco de sentidas canciones de los años setentas representadas nada menos que por Camilo Sexto (que por la edad ya es Camilo Sesenta) Sandro, Rafael, Nino Bravo y Leo Dan, entre otros.

Terminada la misión de dar buena cuenta de los dos pollos, los cuales no tuvieron tiempo de decir “ni pío” nos fuimos a turistiar al malecón. Encontramos pocas personas a pesar de ser puente, pero es que el clima tampoco ayuda. En las aguas del embalse se mesen lentamente los barcos turísticos con sus potentes equipos de sonido que se oyen desde san Rafael y se destaca una lancha militar con varios soldados que vigilan la zona. En los puestos donde venden los dulces típicos de la región pudimos ver la amplia variedad, comenzando por el queso dulce, la jalea de guayaba y el coco con panela.

Llegada la hora regresamos a la plaza para abordar la lujosa buseta que nos traería hasta Medellín, concretamente a la plataforma de terminal del Norte, a la cual legamos a las 7 y 30 de la noche. Conclusión. Así como en la crónica anterior, Josema dijo que en 40 minutos habían devuelto las 8 horas y media de caminata, en ésta, para atravesarnos la terminal desde el occidente hasta el oriente, nos demoramos 12 horas. ¡Hagan cuentas!

Jorge Iván Londoño Maya

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Permisito que aquí voy yo de primero, para saludar la excelente y pictórica Crónica del Lobato, la cual, paso a paso, letra a letra y hecho a hecho , dibuja y relaciona todo nuestro trasegar por las tierras de El Peñol y guatapé, emporio turístico y energético de Antioquia. EL QUE QUIERA MÁS, QUE LE DEN CON LA PIEDRA EN LA CABEZA PARA TRATARLE EL ANTOJO.
Señor lector y amigo: Cuide la naturaleza, enamorese de ella y así entre todos, vamos a reconstruír ese Planeta Azul, que nos entregaron los bisabuelos y que hoy parece vamos a dejar color marrón a los nietos, si no nos ponemos las "Eveready"
JEALBO.

Anónimo dijo...

Hoy si me toco de subcampeona en la cronica, Jealbo se llevo la de oro en esta oportunidad.
Lobato, todo el sentimiento puesto en esta bellizima cronica me lleva a recorrer la grandeza de nuestra hermosa, amada y extrañada Antio-
quia.
Sobre la huella de cada paso andado por ustedes los nuestros se posan y se unen a su camino!!!.
Felicitaciones, poeta de caminos.

Gloria L."coneja"
Harrison, N.J

Anónimo dijo...

Eh,avemaría Lobato,qué hit te anotáste con ésta majestuosa crónica,uds están sobrados,no necesitan alabanzas para mostrar lo que son:golosos de los caminos.Completé podio.
RUMU