Caminata Caldas - Angelópolis - Amagá

Fecha: sábado 23 de febrero de 2008

Asistentes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga, Carlos Alberto Olaya
Betancur y Jorge Iván Londoño Maya

Duración: 7 horas

Nombre: Paso a Paso, Pino a Pino, Bosque a Bosque y Mina a Mina

Si señores, Itagüí levantó la mano y dijo presente para ganarse el derecho a ser el punto de encuentro de esta caminata.

Con la lamentable ausencia de Juanfer por motivos laborales, los únicos que son capaces de alejarlo de estas experiencias calzadas de botas, nos encontramos Zuluaga, Olaya y Londoño en la estación Itagüí del metro, estación que por cierto va teniendo nueva cara, gracias a los trabajos que allí se vienen adelantando; entre ellos, los parqueaderos para las diferentes líneas alimentadoras, como puede apreciarse en la foto de nuestro genio de la lente, quien llegó estrenando cayado con olor y sabor a bambú, adornado en su cima con un sofisticado trípode para su cámara. Así mismo, como dato curioso, los tres nos pusimos la misma cachucha, así que parecíamos impulsadores del mismo laboratorio.

Definitivamente esas plataformas de nuestro metro son una pasarela interminable de hermosas mujeres, que a esa hora no sólo alborotan el espíritu sino el ambiente con sus perfumes en todas las presentaciones y su caminado con sabor a pecado original. Todos los pasajeros nos confundimos en un solo propósito, llegar a nuestro destino para conjugar los verbos: trabajar, estudiar, vagar, descansar y obviamente el nuestro, caminar.

De la estación pasamos a la buseta que nos llevaría hasta La Valeria, hoy municipio de Caldas, donde el campeón de la vida, Luis Fernando Montoya, hace las veces de su propio técnico y se prepara a diario para afrontar el partido de la lucha por la vida. Transitando por la carretera vieja, que ahora parece nueva por la repavimentación, llegamos en diez turnos de parqués a la sede de los señores aguaceros, tan famosos que tienen su fiesta anual, las señoras obleas y la señora cerámica.

Nuestra señora de las Mercedes salió a recibirnos y a invitarnos a su catedral, que cuenta con un sobrio altar. En uno de sus costados se encuentra la cripta con los restos de los primeros pobladores, todos nacidos a finales del siglo XIX, según reza en las bien conservadas lápidas.


Como Olayita se tiene confianza en conocer el pueblo, pues allí floreció uno de sus tantos amores, nos llevó a la zona rosa a buscar el desayuno, el cual encontramos en una de las varias panaderías. Muy bien atendidos dimos buena cuenta de las mejores empanadas que nos hemos comido en caminata alguna, y unos pandebonos también con muy altas calificaciones, amén del infaltable cafecito con leche. Nos llamó la atención el precio de las deliciosas empanadas, 200 pesos, y que conste que por el tamaño pagan pasaje completo en cualquier bus

Con rumbo al occidente por el pasaje peatonal llegamos a las partidas para Angelópolis. Vía que comienza muy empinada y que muy rápido llega a la zona rural, donde aparece la carretera destapada y en preparación para ser próximamente pavimentada.

Con los primeros metros de caminata ya sabemos lo que nos espera, pues aparecen los sembrados de pino pátula, todavía decorados con trazos de neblina que se resisten a darle el paso a los primeros rayos de sol, que igual nos hace presagiar un día esplendoroso, aunque esplendoroso también es un día nublado, simplemente es diferente, como anota Julio Vélez, nuestro esporádico caminante pero siempre amigo.

Esta caminata, nueva para Olaya, es de lujo por sus paisajes, sus pinares, sus bosques, sus importantes cascadas y su variada vida animal, todo enmarcado bajo la tutela de Corantioquia bajo el nombre de reserva forestal el Romeral. En sus predios viven a cuerpo de rey 153 especies de aves, entre ellas el pájaro gulungo con sus originales nidos con forma de jíquera, que por motivos desconocidos no pudimos observar. En la lista de animales propios de la región están: tigre lomo de machete, oso perezoso de dos y tres dedos, ñeque, liebre, guagua, armadillo, perro de monte, chucha y ardilla, entre otros.

A medida que ascendíamos para alcanzar los 2. 750 metros de altura, quedábamos rodeados de hermosos paisajes compuestos por cadenas de montañas que nos dan la bienvenida al suroeste antioqueño, sobresaliendo el imponente cerro Bravo, cuya subida ya hace parte de nuestro inventario. Con las horas el firmamento queda convertido en un telón azul, que hace juego con el verde de los bosques.

La carretera es más bien sola. Esporádicamente pasan los camperos Toyota pintados de blanco y verde que conforman la elegante flota de chiveros, llevando pasajeros entre las dos poblaciones, así como los camiones con su deliciosa carga de cerdos y los motociclistas que superan en número a los vehículos. Aparecen los miradores con su preciosa vista, a los que nos les falta su fogón para hacer los sancochos que animan los paseos dominicales. También sirven para descanso de los caminantes; para muestra ahí tienen.

Las cascadas con su generoso caudal de aguas cristalinas y heladas, acompañadas con peculiar ruido, contrastan con la exuberante vegetación, todo lo cual genera un ambiente de paz, belleza y frescura envidiable, lo que ratifica que es uno de los destinos mas hermosos para transitar.


Para completar el marco aparecen a los lejos Angelópolis y Armenia Mantequilla, éste último parece un huevo frito puesto sobre la cima de la montaña, siendo la yema la iglesia con su color naranja y la clara las casas pintadas de blanco, huevo que ya nos comimos en caminata realizada el año pasado.

Rayando el medio día llegamos a los confines de los 6.620 angelopolitanos, donde sobresalen los Arboleda, los Ochoa y los Salas, representados por la Iglesia Santos Ángeles, con su altar de madera, allí rezamos el Ave María y descansamos espiritualmente. Luego pasamos a una de las heladerías del pequeño parque Simón Bolívar para el descanso corporal, porque nos esperaban otras tres horas de camino hasta Amagá.



Quien visite Angelópolis no puede privarse de conocer la fonda Los Paisitas, de propiedad del señor Héctor Ochoa, pero no el compositor. Es el museo de objetos antiguos, allí se encuentra desde el nido más pequeño, el del tominejo hasta el más grande, el del gulungo. Se pasa de una vieja cámara de fotografías a un catre con más de ciento cincuenta años de antigüedad, y de un reloj de muro de 2 millones de pesos a un radio Philco. Allí todo se vende, todo se compra, todo se valoriza con el pasar de los años y el pesar de los primeros propietarios.

A las 12 y 30 pusimos nuestros relojes en cero para comenzar la segunda caminata hasta Amagá. Con razón decía Olayita, que eran dos caminatas en una. Amagá se divisa en toda su extensión allá abajito, pareciera que los 14 kilómetros de distancia se pueden abarcar con las manos extendidas. Por fortuna el trayecto es en bajada no muy pronunciada.

El paisaje cambia abruptamente. Pasamos de los bosques a las minas de carbón, bien sea en socavón o a campo abierto, de las cascadas de cristalinas aguas a las quebradas con agua turbia, muchas con las basuras de siempre. Aparecen los derrumbes, el pantano, aparece el hombre, los caseríos, la tierra dolida por su explotación, aparecen muchas cosas.

Pero también aparecen los niños con su sonrisa y su inocencia siempre cogida de la mano, con su mirada sincera y su amable figura. Miren los que nos encontramos en una humilde casa al lado de una mina. La niña nos descrestó hablándonos en inglés, sorpresas nos da la life. Nosotros les dejamos los bombones y ellos nos regalaron su espontánea alegría.

Debido al clásico que se jugaría esa noche, nos encontramos con muchos hinchas de Nacional con su camiseta puesta, por lo que me dio por preguntar a varios de ellos el marcador para esa noche, todos pusieron a Nacional ganando, hasta uno de ellos nos apostó 100 mil pesos, pero entre los tres no llegábamos a esa cifra; además, no podemos apostar contra el equipo de nuestros amores, así nos digan que somos hinchas de….¿de que? , bendito sea Dios, que memoria la mía.

Muy cerca de la vereda La Estación, paramos para refrescarnos porque el calor era infernal. Obviamente ya habíamos disfrutado de nuestro mercado portátil, consistente en: manzanas, mandarinas, granadillas, la porción de bocadillo, la bebida hidratante y el agua bendita, porque como dice Olaya, el agua es tan vital que no necesita bendecirse, pues así viene de fábrica.




De un momento a otro llegamos al corregimiento Minas, el que tiene un parque que muchos municipios querrían, bien arborizado, fresco y de buen tamaño. Se destaca entre sus monumentos el del minero. A estas alturas las plantas de los pies duelen por la cantidad de piedra suelta de la carretera, pero el afán por llegar nos alienta, así que el último tramo hasta Amagá lo hacemos a un paso más acelerado.

La entrada la hacemos por el cementerio, hermoso recinto y muy bien tenido. Las calles para llegar al parque son empinadas y en cada cuadra hay como mínimo dos ventas de empanadas. A las 3 y 30 pisamos el parque principal, llamado Emiro Kastos, atestado de kioscos de mercado, carne, legumbres, frutas, (3 piñas por 2 mil pesos) ventas de cachivaches, mecato, ropa y variedades.

La entrada a la iglesia parroquial San Fernando Rey, debe hacerse a lo maromero, pasando por encima de la gente apostada en las puertas porque allí también tienen el vicio de algunos pasajeros del metro. Claro que valió la pena porque a la entrada me estaba esperando mi tocaya, la Milagrosa. Luego de agradecer la oportunidad de poder caminar, pasamos al restaurante Ramitama (Ramirez Tamayo) donde nos esperaba su amable y agraciada propietaria Ruth, quien como siempre nos hizo sentir como sus mejores clientes.

La sopa de mondongo, pero señor mondongo, fue la calle de honor a la bandeja con todos los juguetes, acompaña de litros de claro, jugo y cerveza como para cerrar con broche de oro tan extenuante pero maravillosa caminada.



Salimos del restaurante y nos encontramos de frente con la moderna buseta que iba para Caldas, por lo que sin pensarlo nos montamos. En medio de una tarde resplandeciente nos despedimos de la tierra de don Belisario Betancur. Luego de un agradable viaje llegamos a Caldas y allí tomamos la buseta hasta el metro. Como quien dice el regreso lo hicimos de a traguitos.

Con el metro aparecieron la belleza femenina y los hinchas del Nacional como hormigas, presagio que esa noche seguramente nos sonreirían las mieles del triunfo, como efectivamente sucedió, gracias a esa obra de arte de Camilo Zúñiga.

Los primeros rayos de la noche me sorprendieron debajo de una fría y prolongada ducha, que se llevó el sudor y el cansancio de 7 horas de caminar, pero no el recuerdo de 28 kilómetros de vida.

Hasta la próxima

Jorge Iván Londoño Maya


PD: para ver mas fotos de esta caminata favor ingresar al siguiente archivo

Caminantes TT

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicitaciones Lobato por esa tremenda Crónica, con tu sello muy caractyerístico y estilo "Desvertebrado". Que envidia hombre la caminata, s eve que fue hermosa. Ya la hice una vez con Zuluaguita pero pasando por Amagá hasta Angelópolis, donde el paisaje es una fiesta de maravillas milagrosas, hecha naturaleza en tecnicolor. JUANFER

Anónimo dijo...

Jorge Ivan,como siempre, asombrosa y desconcertante capacidad de narracion con buena memoria para detallarnos todos esos senderos por donde pasan dejando sudor en ellos,pero recuperando las energías con tan supulentos platos típicos que devoran.
Roberto Usme Motta Urrea.

Elbacé Restrepo dijo...

Hola, mis caminantes preferidos. Cuando leí esta crónica me sentí muy orgullosa de mis amigos TT. Qué buena caminada y qué historia tan bien contada.
Jorgiván, hay un talento grande ahí, que se lo quisiera Domínguez, Raulé o la tal Elbacé. Y lo sostengo con argumentos. Parte de la culpa la tiene esa diversidad de apuntes humorísticos tan originales.

Muy entretenida, muy emocionante, muy buena. Y las fotos igual. Un abrazo y felicitaciones para todos.

Jorge Iván dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Jorge Iván dijo...

Sinceros agradecimientos a Elbacé y don Roberto, fieles benefactores de nuestro orfanato de crónicas. Digo orfanato porque son unas sencillas notas para dejar huella de nuestras aventuras por los caminos de nuestra amada Antioquia. Las fotos si son espectaculares porque tiene como materia prima la obra de Dios. Un abrazo muy especial.

Anónimo dijo...

Querido Jorge Ivan, deja la modestia de lado,tus relatos son tan frescos, bellos y agradables como aquella cascada cantarina que se encontraron en el camino, ademas de aquellos bellos apuntes dedicados a las damas en la mayoria de tus cronicas, por no decir en todas " su caminado con sabor a pecado original" ya de esos piropos pocon, pocon.
y no puedo dejar de mencionar el final que le diste a la cronica,
donde se reafirma el amor que le tienes a la camineria, " el sudor se fue bajo una ducha de agua fria, pero no el recuerdo de 28 Km. de vida". Que manera hermosa
de expresarte.

Conejita
Harrison, N.j.