Caminata Damasco - La Pintada

Fecha: Sábado 3 de mayo de 2008

Integrantes: Juan Fernando Echeverri Calle, Carlos Olaya Betancur y José María Ruiz Palacio

Nombre: ¿Por qué no hay Juguito de Mandarina?

Día de la Santa Cruz y de mi primera experiencia con los Todo Terreno. Son las 6 a. m. mientras me despido de mi compañera y abordo un taxi rumbo a la terminal de transportes del sur, en donde me encontraré con esos devoradores de caminos para definir el lugar hacia donde iríamos para iniciar el recorrido de la caminata 141 para ellos y la primera para mí con ellos.

Las expectativas eran grandes, porque aunque no me llaman pata coja, tampoco he recorrido, ni visitado tantos lugares como ellos. Es una mañana fría y recién había escampado en todo el sur del Aburrá. El taxista, un señor mayorcito y con cara y tipo de campesino recién desempacado, al parecer no conocía la zona, porque me tocó guiarlo hasta la salida de Sabaneta.

A las 6.15 a. m. llegué a la terminal casi vacía, extraño por ser puente, pero luego caigo en cuenta que el dichoso puente se inició desde el Jueves 1 de Mayo, y mucha gente partió desde el Miércoles anterior. Típico de nosotros tan trabajadores.

Aproveché para aprovisionarme de agua antes de que llegaran los otros caminantes y también recorrí algunos pasillos de la enorme terminal. A eso de las 6.25 a.m. suena mi celular al tiempo que veo en un lugar diferente al acordado dos bastones de caminante y distinguí a Juanfer y a Olaya que hablaba por teléfono conmigo sin darse cuenta que me acercaba.

Luego de los saludos y la confirmación de que Zuluaga no nos acompañaría dado el estado delicado de la salud de su madre, buscamos un café con almojábana al tiempo que decidíamos hacia dónde saldríamos de caminata. Yo estaba disponible para cualquier lado lo mismo Olaya.

Juanfer, que desde varios días atrás insistía en tomar juguito de Mandarina en La Pintada, se salió con la suya y aceptamos el rumbo. Cuadramos caja, pagamos en la cafetería y luego compramos los tiquetes para viajar en una buseta de expreso Farallones que ya salía para allá.

Antes de las 7 a.m. ya estábamos sobre la autopista sur, rumbo a la entrada del corregimiento Damasco del municipio de Santa Bárbara en el sur del departamento. La buseta de Farallones, más parecía una diligencia de las del Oeste, dado lo destartalada y ruidosa, aunque afortunadamente, al parecer, bien mecánicamente, porque llegamos sin tropiezos al lugar indicado. Es de anotar que en Santa Bárbara al entregar los tiquetes, Juanfer reclamó a la señora que los recogía, un reembolso por perjuicios y ella muy amable nos dijo que cuando volviéramos a pasar de subida, se lo reclamáramos.

Ya en la entrada de Damasco, una carreterita que alguna vez estuvo pavimentada, nos llevó en medio de un paisaje exuberante de verdes en todos los matices hasta el “Pesebre de Antioquia” ; honor al nombre que hace y con creces este hermoso poblado de una larga calle principal con piso de cemento y más adelante empedrada, bordeada de casas de estilo español, la mayoría de una sola planta y antiquísimas también casi todas y bien cuidadas algunas y pintadas de vivos colores sus puertas, ventanas y portones.

Lo primero que uno se encuentra al arribar al pobladito, luego de la caminata por la carretera con algo de pendiente por la que únicamente nos encontramos con dos habitantes de edad avanzada que caminaban hacia la troncal y dos camperos; es el Centro de Bienestar del anciano “Ligia Builes de L y Jesús Villada C.” Sobre el lado izquierdo, y adornado con dos imágenes Marianas en bulto de color y advocación indefinible, testigos de mejores tiempos del lugar. Al fondo y en la puerta de una casa grande, medio derruida y en venta, varios gatos de diferentes tamaños y colores, asoleaban sus pulgas y retozaban entre ellos.

Admirando el portón de una casona y fotografiándolo, nos sorprendió una de sus habitantes, que luego de cordial saludo nos invitó a entrar y a tomar las fotos que quisiéramos; ante tanta amabilidad, aceptamos y ya dentro de la casa, casi un museo por la cantidad de antigüedades, nos sugirió que si pensábamos almorzar en el pueblo, ese día el menú de la casa era sopa mondongo y nos la recomendaba especialmente. Dimos las gracias y seguimos adelante por la calle del poblado y antes de la iglesia encontramos un aviso ofreciendo hamburguesas y panzarotis, por lo que decidimos probar suerte.

Tocamos la gran puerta anaranjada y una amable señora abrió preguntando que qué deseábamos, el mudito de Juanfer de inmediato rastrilló por desayuno, a lo que la doña dijo que aun no había nada listo, pero que si esperábamos, algo se podría hacer. Dicho y hecho, la señora nos invitó a pasar a otro museo en el que se conservan recuerdos familiares, fotografías antiguas, trastos viejos y otros envejecidos, muebles ídem, y entre pregunta y respuesta mientras preparaban unos panzerotis en la gran cocina que parecía de un hotelito o casa hotel que llaman, nos enteramos que era la casa de una gran familia oriunda del lugar, pero ahora residentes en el barrio ”Laureles” de Medellín, que conservaban la casa como patrimonio y la visitaban cada determinado tiempo para mantenerla viva, bien cuidada y aprovechándola como lugar de descanso familiar y mantenerse reunidos, ya que eran 11 hijos con sus respectivas cantidades de muchachitos, todos descendientes de un Raigosa del lugar.

La casa muy acogedora con una mini piscina incluida; la atención, la amabilidad y la conversadera de Juanfer, hicieron que nos retrasáramos bastante, pero andábamos bien de tiempo, al punto que abandonada la casa de los Raigosa, nos metimos a la tienda de una amiga de Olaya, una señora dueña obligada por la violencia que le arrebató al esposo y madre de la Corregidora del lugar, que en cháchara cordial nos entretuvo otro rato y proveyó de agua a Juanfer y a Olaya.

Terminada la parte social en Damasco, reemprendimos el camino hacia Cerro Amarillo por una calle empedrada hasta la salida de la parte urbana y bordeada de casas bien cuidadas y pintadas unas, medio caídas las otras y un gran pasacalle del partido de la “ U” al que Juanfer le hizo los respectivos honores y reverencias. Ya la parte sub-urbana del corregimiento es otra cosa; la miseria campea a sus anchas y los rostros desconfiados se adivinan por entre los cercados de guaduas abiertas y las rastrojeras de jardines cuasi-silvestres y florecidos. Uno que otro muchachito aparece por entre tendidos de ropas raídas con su sonrisa delgada, respondiendo al saludo de los caminantes con un “Regáleme un confite don”, al reconocer a Juanfer como el dador de veces anteriores. Lo paradójico del asunto es que a la par de casas paradas en la miseria, calles pantanosas y muchachitos pedigüeños, la música estridente de algún narco corrido o insulso vallenato saliendo de lujosos equipos de sonido, se mezclaba con el parloteo balbuceante de alguna actriz de telenovela asomada por las entreabiertas puertas de los ranchos, en televisores a full color de muchas pulgadas.

Terminada la repartición de monedas de Juanfer y Olaya, nos metimos por un caminito angosto, faldudo y pantanoso, alejándonos del ghetto suburbano. En este punto empezaron a hacerle la mala jugada los tenis a Olaya, que por no ser el calzado ideal para caminar por terreno en bajada y resbaloso, le estaban haciendo ver al diablo y su séquito. Por este tobogán de pantano, llegamos hasta un carreteable amplio y bien conservado.

Habíamos caminado unos metros, cuando delante de nosotros como mostrándonos el camino, apareció una mariposa de un color azul metálico y tornasolado de más o menos 10cms. de envergadura que nos acompaño durante un buen tramo del camino, hasta un barranco en el que encontramos una curiosa aglomeración rocosa, incluido un barro verde y unas piedras de cuarzo verdinegro. Seguimos y ya a la vista del Cerro Amarillo, entretenidos en una amenísima cháchara sobre lo humano y lo divino de la poesía, por poco y nos pasamos de la puerta metálica verde que se tenía como referencia de caminadas anteriores de los T.T. por el lugar. Retrocedimos hasta la puerta y de nuevo un tobogán de pantano, con la salvedad de que aquí se podía caminar por la manga esquivando los resbaladeros que pusieron a Olaya a caminar de lado por un buen trecho. Afortunadamente el Monópode o Unípode de Olaya le sirvió de tercer pie y punto de apoyo no sólo para la cámara. Rastros de pisadas de ganado te muestran que el lugar es transitado a menudo, pero ni una alma, y una sola guayaba nos encontramos a nuestro paso por los pastizales y guayabales circundantes, ni en una casa semi-derruida llamada “Travesías” por la que pasamos antes de llegar de nuevo a un carreateable abandonado desde quién sabe cuándo, porque estaba alto de maleza.

Camine y converse y Olaya sufra con sus tenis hasta llegar de nuevo a la troncal, no sin antes haber devorado unas pamplemuzas que nos encontramos en el camino, justo después de haber visto al único ser humano desde que salimos de las goteras de Damasco; sentado en una mesa en un cobertizo del que poco logramos ver además de algún tipo de maquinaria agrícola desarmada.

Ya sobre la troncal, apuramos el paso hasta llegar por los lados de los camping de Comfenalco y al frente en un estadero, mientras Juanfer se abrochó dos “Míster Té” y enamoraba a un par de sirenas del Cauca, Olaya y yo nos tomamos sendas cervezas. Las labores de conquista requirieron de un buen rato, pero ante la presencia de los sirenos de las sirenas, Juanfer dio por terminado el asunto amatorio e hicimos mutis por el foro rumbo al juguito de Mandarina, razón de ser de la caminata 141 de los T. T.

El río Cauca con su caudal crecido por la larga temporada de lluvias pasaba impetuoso y en la contemplación del espectáculo de las garzas blancas abarrotadas en un árbol de la orilla, a Olaya y Juanfer se les olvidó el otro propósito de la caminada, que era dizque el de tratar de arrojarme al cauce para bautizarme T. T., o por lo menos, darme con los palos en la tusta por igual razón. Claro que la promesa del juguito de Mandarina traía a Juanfer altico del suelo y ni modo de culparlo, si toda la semana había hablado del maravilloso juguito de Mandarina. Pasamos el puente al fin y llegamos a “Salpicolandia”, la tierra prometida en dónde Juanfer encontraría el elixir de la eterna juventud; el juguito de Mandarina…

El enorme restaurante localizado después del camping de la pintada sobre la izquierda de la carretera que sale hacia el departamento de Caldas; a esa hora estaba más o menos a la mitad de su capacidad. Los vendedores de piononos, mangos, aguacates, cocaítas y demás chucherías pululaban por doquier, lo mismo que los loquitos y los indigentes, o lo uno y lo otro en un solo espécimen. Parecía como si el Cauca estuviera infestado de pirañas, y brincaran a las calles del pueblo en busca de turistas e incautos caminantes.

Magnífica atención la de “Salpicolandia”; tan pronto nos sentamos y sin acabar de acomodarnos, un solícito joven puso las cartas de menú sobre la mesa junto “a sus órdenes señores” a lo que Juanfer sin mediar espacio arremetió sin misericordia – “¡Tres juguitos de Mandarina y no me diga que no hay!”

Con cara de “Me tragó la tierra” el chico compungido y asustado por la expresión de la cara de Juanfer, dijo que no había juguito de Mandarina y ahí fue Troya; Juanfer se regó como verdolaga en playa, simulando estar muy enojado y pidiendo la presencia inmediata del administrador o el dueño del lugar. Ya resignados a no tomar el tan ponderado juguito de Mandarina, nos resolvimos por dos de Guanábana y uno de Lulo, dos sancochos de Bagre y una bandeja de ídem, que devoramos refunfuñando Juanfer y tranquilos nosotros.

Terminada la comilona, deliciosa por cierto y mientras admirábamos a una comensal vecina al tiempo que criticábamos al consorte, se llegó hasta nosotros un sujeto de los que pululaban como moscas por el lugar pidiendo las sobras del banquete, a lo que Juanfer respondió ofreciéndole un almuerzo completo. Los meseros no alcanzaron a entender en primera instancia los deseos de Juanfer y quisieron echar del lugar al fulano; nos opusimos y reafirmamos el deseo de que se le entregara un almuerzo completo a nuestra cuenta. Con visible desagrado fue atendida nuestra solicitud y aun otro mesero con cara de capataz quiso sacar al mendigo del sitio y de nuevo lo impedimos, hasta que por fin le trajeron nuestro pedido. Entre tanto y entre nosotros, iniciamos una discusión sobre el asunto, llegando a la conclusión de que hiciera lo que quisiera el tipo con nuestro obsequio, nosotros lo pagamos con gusto y pare de contar.

Eran casi las 3 p.m. y consideramos que era buen tiempo para empezar a buscar el tiquete de regreso a la “Bella Villa” y abandonamos el restaurante entre una nube de vagos, limosneros, vendedores de frutas y desquiciados, que nos cayeron encima, gracias a la generosidad de Juanfer. Yo hice mutis por el foro mientras ellos dos se zafaron del asedio y nos metimos a la oficina de “Expreso Farallones” para comprar los tiquetes. Había un cupo disponible en el que ya salía, por lo que esperamos mientras disfrutábamos de las atenciones y la amabilidad de la dueña del lugar, en una salita de espera con vista a la piscina del hotelito y al “Cerro Amarillo”, por la base del cual pasamos hacía rato ya. Olaya racionalizó la espera durmiendo arrullado por nuestra cháchara sin acabadero y justo antes de las 4p.m. llegó la buseta en la que viajaríamos a Medellín. La abordamos y ocupamos las sillas de atrás y esperamos la partida en medio de un calor sofocante y deleitando la pupila con las viajeras a bordo. Dimos una vuelta recogiendo pasajeros y partimos de La Pintada un poco después de las 4 p.m... En el Camping de Confenalco se montaron otras dos chicas y ahora sí, derecho pa´Medellín.

Durante buena parte del recorrido Olaya siguió durmiendo y nosotros hablando y hablando al ritmo de algo de música digerible en el vehículo. Por los lados de Santa Bárbara la llovizna era incesante y la neblina era tan espesa, que al decir del pueblo, ”Daba tajada”. En el sitio, la controladora de tiquetes subió a verificar y de inmediato Juanfer reclamó el desembolso por lo destartalado del carro de por la mañana y la doña lo despachó con cajas destempladas. En Versalles aun llovía aunque todo marchaba sobre ruedas, hasta que ya por el “Alto de Minas”, el conductor se corronchizó y puso un disco de Vallenatos inmamables que me martirizaron hasta que me bajé del vehículo, justo a la entrada de Sabaneta. Lo demás, es reserva del sumario y hasta la próxima.

José María Ruiz Palacio

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bienvenido Josema, aunque sea a casi un añ de estrenarte con los Todo Terreno en la caminata numero141, justo el dia de la Santa Cruz, mira bien bendecida su primera caminata y tu primera cronica, muy bien detalla, tanto que hasta a mi me molesto el que no tuvieran juguito de mandarina en el restaurante, pero como maluco tambien es bueno, entonces
a olvidarse del asunto y mejor calmar la sed a como diera lugar.
Ya los Todo Terreno con nuevo integrante incluido, sumamos 3 cronistas de primera y tres fotografos de cabezera, estamos hehos los FANS de nuestros amigos caminantes.

Lastima que tan bella cronica, me la encuentro sin comentario como aquella del 2007.

Conejita
Harrison, N.J.