Caminata Santa Fe de Antioquia - Sopetran

Fecha: 26 de abril de 2008

Integrantes: Luis Fernando Zuluaga Zuluaga y Juan Fernando Echeverri Calle

Nombre: Calor, Color, Luz, Flores, Frutos y Paisaje.

Eran las 7,45 A.M. cuando el 50% de Los Caminantes Todo Terreno, en una mañana medio opaca, fresca y que prometía plenitud de sol, de ese que “más que una simple mancha amarilla en el cielo, es un verdadero sol para cada uno”, como lo afirmaba Picasso, nos reunimos en la estación Caribe del Metro, Luís Fernando Zuluaga Z. y el suscrito, Juan Fernando Echeverri C. ante la forzada ausencia de Carlos Olaya B. y Jorge Iván Londoño M. quienes presentaron su excusa para faltar; la cual con mucho pesar, pero ante el “nada que hacer” se les aceptó de mala gana, ya que caminata sin ellos, es como sancocho sin carne, bolero sin pareja, matrimonio sin mocosos y Congreso sin sacrilegio.

Armados de cayado, buen calzado, morral bien surtido, agüita, ánimos al cuadrado, cámara y El Colombiano bajo el brazo, nos confundimos en un abrazo (pero sin soltar el periódico) los caminantes, quienes como en el primer día de clases, llenos de expectativas, reiniciábamos nuestro sabatino periplo de caminatas ecológicas y de amor a la naturaleza y por todo lo que tenga que ver con la armonía, cual caballeros andantes, lejos de rocinantes, de molinos y de cuerdas locuras, sólo aquella que produce la borrachera de paisajes y luego de un mes de para, (no para-política, sino de quietud y que quede claro.)

En uno de esos locales dedicados a ventas de comidas rápidas que abundan en la Terminal del Norte, Mariano Ospina Pérez, hicimos un alto en el no iniciado camino, para pedir un pre-desayunito de celador mañanero, consistente en café con leche con empanada para Zuluaga y Mr. Tea con palito de queso para quien esto “escribe.”

Luego de un eructo disimulado ante tan proletarias viandas, nos dirigimos a los Transportes de Occidente donde abordamos un bien tenido taxi colectivo, blanco como la neblina que se escurría sobre las colinas de Medellín, para iniciar nuestro recorrido rumbo al Occidente por plena carretera al mar, esa que se va enalteciendo de paisaje a medida que se agotan los kilómetros hacia nuestra meta; siendo atracción y espectáculo inicial, la vista obligada del metrocable de nuevo Occidente, con sus góndolas cargadas de mano de obra que madruga, de esperanzas y de confianza en el futuro, ese que cruza por encima de nosotros allá en el sector de Pajarito o mejor de La Aurora, en el corregimiento de San Cristóbal.

Entrando en diálogo con el conductor y como el mundo es un pañuelo y nosotros los moquitos, fuimos haciéndonos en forma turnada el más confianzudo y espía de los interrogatorios, hasta descubrir que este señor que nos había tocado en suerte, se llama Mario Suárez, que vive en San Javier y sobrino de Don Bernardo Suárez, amigo personal desde hace más o menos 35 años, ya que fue toda una institución en las Flotas de Taxis Tarapacá y Tax Americano, empresas muy vinculadas a esa historia parroquial de La América. Esa cara no me era desconocida.

Que botada de corriente, que desquitada, que desatrasada, que concierto de histórica y cháchara; es decir; si una arepa nos ponen en la boca, con seguridad que hablaríamos por la arepa. Como es de bueno viajar así. El tiempo corre, el paisaje pasa borroso y hasta el túnel de occidente, Fernando Gómez M. fue un lindo invitado oscurecidamente iluminado y que pasó raudo ante nuestro diálogo, como raudo pasó el viaje, del cual sólo reaccionamos, cuando el vibrar del taxi, sobre el muy bien dispuesto y organizado empedrado de las calles de la Ciudad Madre, nos sacó de aquel torrente de cháchara de la buena, para avisarnos que habíamos llegado a la señorial, hermosa, colonial y otrora capital de nuestro Departamento.

Esa donde el tiempo se quedó anclado en vacaciones y la cual fue fundada por el Mariscal Jorge Robledo (favor no confundir con el fastidioso senador que sabemos) el 4 de diciembre de 1541 y que ha sido escenario y protagonista de las más bellas historias, pilar de nuestras gestas paisas y hoy cuna de ese turismo que despierta y se sacude sobre el Occidente de Antioquia y que mira hacia Urabá y desde allí mirará al mundo, gracias a ese mar hasta hoy inexplorado, inexplotado y no aprovechado.

En el parque de la Ciudad Madre, estiramos nuestros músculos, deleitamos la vista sobre su catedral, la fuente, el monumento a Don Juan del Corral y a la estatua de Bolívar, quien da su nombre al parque, pero nuestro interés lo definía claramente, nuestros jugos gástricos en batahola, que nos obligaban a otear sobre los diferentes negocios que su ubican en los cuatro costados del hermoso parque, con sus típicos toldos y sus árboles, para seleccionar aquel donde tomaríamos nuestros reales desayunos.

Y si, efectivamente, ahí como a treinta metros, nos esperaba un acogedor restaurante, de local pequeño, pero buena presencia, donde despachamos tremendas presas de carne de cerdo con arepa y sendas tasas de chocolate espumoso y calientico, como para animar el alma y enfrentar la caminada.

Era suficiente esta tanqueada, lejos de aquellas a que nos induce el Lobato (Jorge Iván) y que son antagonistas para las lides de la caminería y la esbelta línea que debe mostrar un caminante. Por hoy pasamos, ya que quedamos como unos chinches.

Y así con eructo de verdad y rebosados de contento, dirigimos nuestros pasos al Puente de Occidente, maravilla de nuestra ingeniería; ese que contra todo pronóstico construyó hace más de un siglo José María Villa, natural de Sopetrán y que hoy sigue, a pesar del tiempo y la fuerza de la gravedad, tendiendo sus tablas, su maderamen, sus vigas y sus cables sobre el enamorado Cauca para llevar progreso, noticias, turismo, carga, mensajes de amor y esperanzas sobre las áridas orillas que lo unen, en una tierra cálida, referenciada a 25º C, pero que los supera con creces, gracias al calentamiento global que ya nos afecta, al descuido del hombre sobre el paisaje y a la no muy abundante precipitación sobre esta importante región, la cual no es la más rica en aguas que digamos.

Aprovechando la ruta que seguimos, arrimamos a la hermosa propiedad de nuestro amigo y contertulio Ing. Pedro Hernández G. y su Señora Consuelo de Hernández, distinguida con el nombre Arauco, si mal no estoy, de Nabumake y donde ya hemos sido acogidos por nuestros queridos amigos citados y por donde era imposible pasar, sin dar un saludo, pero lamentablemente aún no habían llegado, así que con un dejo de frustración que echamos en los morrales, seguimos nuestro paso arrollador rumbo a Sopetrán.

Por plena carretera, con el sol sobre nuestras desguarnecidas humanidades, ya que nuestras gorras, eran poca cosa ante el esplendor del sol; con un apacible silencio, sólo interrumpido por el canto de algunos pájaros, el “chillido” de los garrapateros y el roncar de las moto-ratones con su carga de turistas y pasajeros, fuimos tragando distancias a un ritmo de cinco kilómetros por hora, ya que el Zuluaguita y el suscrito, cuando ponemos los ojos sobre el horizonte y el corazón sobre el camino, “semos” de respeto.

Por esa carretera recalentada, sudando a cataratas, ni siquiera a cántaros, acompañados de la sombra interrumpida de Acacios, Forrajeros y Trupillos que crecen en esas cuasi desérticas y ácidas tierras, cubiertas de pastizales flechudos, cactus, pencas y espinos, pero donde ya no vimos los escombros y las basuras de otras caminatas, llegamos al Puente de Occidente, donde el Zuluaguita aprovechó para dar rienda “suelta” a su lente; refrescamos nuestras gargantas y con un leve homenaje a José María y a la destronada y colgante estructura, pero nunca olvidada, seguimos adelante, sin dejar de reconocer que el lugar está aseado y no presentaba la deprimente presencia de basuras de otras veces; así mismo el río Cauca bajaba crecido y hermoso y pese al color marrón de sus aguas, parecía que hasta la contaminación había mermado, lo cual nos trae un virtual consuelo.

Mientras más caminábamos, más calor despedía la trifilar parrilla del “zarco Jaramillo”, pero como cosa paradójica, el paisaje se tornaba más verde, más amable, iban llegando las Musaéndras, las flores, los pastizales, las fincas de recreo y de ganado con sus hatos de cebú y cruzado, las casitas campesinas, el saludo de sus moradores, los frutales, las aves con sus revoloteos y sus cantos. Ya, quienes tendían sus generosas ramas de sombrío sobre nuestras humanidades recalentadas al máximo, eran las corpulentas ceibas, los tamarindos, los mamoncillos a punto de cosecha y los algarrobos (no confundir con los “Algorobo” del congreso); en dos de los cuales se mecían al toque de la escasa brisa, los nidos de los gulungos, la mejor expresión de la propiedad raíz que nos muestra la naturaleza, pero sin reglamentos, sin quejidos, sin chismes, sin cuotas de administración y sin imposiciones, ya que para aquellas hermosas aves, todo es convivencia.

Imposible dejar pasar éste hermoso detalle sin que quedase plasmado en la lente de nuestro “Melitón” Zuluaga, quien ni corto ni perezoso, se tendió cual largo es en el piso, para intentar pasar, rompiendo malezas, un alambrado de siete cuerdas, que defiende una bonita hacienda, arriesgando romper su ropa, que lo mordiesen los perros o hasta un disparo (Dios no lo quiera, ni lo quiso) pero tenía que lograr de más cerca estas “vistas”, para los registros de los Todo Terreno y a fe que lo logró, ya que el Zuluaguita, no es de muchas “visticas”, pero si de calidad en las mismas, apenas como para referir y documentar nuestras crónicas y que conste que hace su trabajo con los ojos cerrados, ya que cada quien tiene su estilacho y su mayor o menor número de dioptrías.

Seguía el ritmo endemoniado en nuestras piernas y en nuestras lenguas, ya que para botar corriente nos llaman los bobos, y eso si, podemos garantizar que no nos callamos ni tres minutos durante la caminata, ni siquiera para tomar la cervecita, el agua o las gaseosas que refrescan nuestros radiadores y nuestras almas. En esas estábamos, maravillados del espectáculo del paisaje, la tiranía del “Jaramillo”, la abundancia de frutales, cuando algo, como un intruso no invitado que se cruzó sobre la vera del camino y que llamó nuestra atención, nos hizo parar.

Si, efectivamente, allí, más solito que un hongo y muy callado, como rememorando pasados y esperando esa mujer corpulenta, ya ida, armada de brazo o mano, para golpear amorosamente el maíz fin sacar el afrecho y dejarlo listo para la mazamorra y las arepas; estaba un pilón, rodeado de la viruta de su cuerpo, junto a una pequeña mesa de trabajo y a un lado el hacha, esa que derribó montes y abrió progreso, pero a que precio. Y ahí a un ladito, una afilada herramienta, envuelta en un caucho, con la que alguien, había acabado de fabricar éste típico elemento de la antioqueñidad y que nos arranca recuerdos y nostalgias, esas que no sienten, quienes no han vivido.

Ni corto ni perezoso, tomé el afilado instrumento e hice como quien está terminando los últimos toques al pilón, Zuluaguita me tomaba “la vistica” para el recuerdo, cuando nos interrumpió una venerable figura, era un viejo de esos con perfil de montaña y fortaleza de ceiba, quien muy amablemente nos dio su saludo. No tiene menos de ochenta abriles sobre sus hombros y nos mostró su obra. Es el fabricante de los pilones, se llama Bernardo Antonio Correa Durango y nos habló sobre sus experiencias del trabajo en cedro y madera aguacate entre otras, manifestando que hace un pilón y su brazo o mano, en día y medio y que lo vende en ciento veinte mil pesos. Desconcertados, sin saber distinguir entre lo cierto o la nunca perdida exageración paisa, nos posó Don Bernardo Antonio para nuestra cámara y despedidos seguimos nuestro camino.

Repito, nuestro ritmo era infernal y alegrado por la cantidad de flores, frutos, Musaéndras y ese verdor, que no se amilana ante el azote inclemente del sol. En esta caminata, que hemos hecho en otra oportunidad, pero en sentido contrario; Sopetran a Santa Fe de Antioquia, es decir, la misma belleza pero vista al revés, sin que eso quiera decir que las hojas de las plantas nos mostraran su envés, la naturaleza parece se vistió con mudas nuevas para recibir a los caminantes. ¡Que belleza carajo!!

A estas alturas del camino, nuestras ropas escurrían por el sudor; el calor se podía cortar a barberazos, no obstante haber aparecido algunas nubes oscuras en el horizonte que le quitaban protagonismo al “zarquito Jaramillo”. Así mismo, y ante nuestros ojos en medio de unas palmeras cercanas al camino y que lo enmarcaban, apareció en lontananza EL Municipio de Sopetrán, destacándose su templo con sus torres blancas y elevadas queriendo alcanzar el cielo.

Faltaban 25 minutos para las tres de la tarde, cuando ingresamos a Sopetrán y en unos pasos más, estábamos en su parque La Ceiba, nombre que toma del hermoso ejemplar que se levanta en su centro. Realmente bonita y alegre la población, con su gente amable, su comercio organizado, sus ventas de frutas y ese toque de progreso que le coquetea y que lo llenará de turismo en un futuro cercano.-

Como cosa rara, en ésta caminata no entramos a ninguna iglesia, pero eso si, nunca olvidamos a nuestro Creador, a quien le montamos nuestro propio templo en el interior, desde donde también son válidas nuestras plegarias.

Como la fatiga era mucha, la sed si que era cierto y el hambre como que si y como que no, al igual que en oportunidades anteriores, subimos al restaurante Las Acacias, donde fuimos recibidos, pero no con la calidez de antes, además de estar solo debido a la hora. Pedimos la carta; Zuluaga cerveza bien helada y el que esto garrapatea, dos juguitos de guanábana, ya que no había de tamarindo como cosa rara, pero eso si en vasos grandotes, advertí previamente.

De almuercito, sólo ordenamos sendas sopas. La de Zuluaga de fríjol y la mía de zanahoria; “banquetes” reducidos pero deliciosos y que no ameritaban dejar en la cámara, máxime que la sed y el recalentamiento no daban ganas de nada.

Despachamos esos platicos, cual Corte suprema de Justicia, despacha sin empacho, rumbo a la guandoca a cualquier parlamentario acusado de pertenecer a “aquellos” que sabemos… y pagamos la cuenta; para dejar nuestras “sillas vacías” pero eso si, limpias, inocentes y sanas, para salir rumbo a los transportes y comprar nuestro tiquete de regreso, el cual por fortuna obtuvimos en un taxi colectivo, similar al que nos tocó a la venida y que llenó cupo con una simpática niñita de nombre Carolina, quien llena de esperanzas y de buenas intenciones, iniciaría labores el próximo lunes, con la Dirección de Tránsito de Medellín en el área de capacitación.

Cuando el taxi hacía su carreteo por un costado del templo del Municipio, pudimos observar la casa marcada con el número 8-30, donde lanzo su primer berrido y su primer aguijón al estilo de su muy leída y temida Just Gentium, nuestro amigo y contertulio Don Raúl Tamayo Gaviria y la cual conserva aún en su fachada esa placa que reza: “Se yerran vestiaz”.

Cachando por el camino con Carolina, el “fercho” y el otro ocupante del taxi, a buen paso, rumbo a la Bela Villa, estuvimos satisfechos con nuestra jornada, máxime haber podido comprobar el aseo y mantenimiento en el Puente de Occidente, igual situación a lo largo del camino recorrido; pero por los contaminantes acontecimientos políticos del país, que nada tienen que ver con lo ecológico, una voz interior me gritaba: “Vuelvo a creer en la justicia de Colombia, el día en que vea a Teodora juzgada por apátrida”, lo cual me volvió a aterrizar en el ya aburridor entorno del día a día, en que se ha tornado nuestra lindo país, por culpa de unos pocos.

Casi sin darnos cuenta, ya que hasta una tonguita me pegué durante el regreso, para hacer honor Olayita, nuestro compañero ausente, arribamos a la Terminal del Norte y de allí pasamos a la estación del Metro y así encarpetados en nuestro gusanito del alma, nos dirigirnos a nuestros hogares a descansar y prepararnos para la próxima caminata, la cual tendrá hasta poeta a bordo.

Un abrazo y hasta que los caminos nos “arrejunten”,

JUANFER

2 comentarios:

Anónimo dijo...

AHORA SI A NUESTROS QUERIDOS Y QUERIDAS "FANDS" QUE NOS ESPERABAN DE BRAZOS ABIERTOS, AHI TIENEN TRES CRONIQUITAS EN SECUENCIA, PA'QUE SE ENTREWTENGAN Y DEJEN SUS MENSAJTOS. EL GRUPO LO COMPLEMENTA AHORA JOSE MARIA RUIZ PALACIO, POETA DE NACIMIENTO Y TROVADOR DE SENTIMIENTO, ADEMAS DE UN CRONISTA BASTANTE BUENO. AHI LES QUEDAN LAS CRONIQUITAS PUES.

Anónimo dijo...

uuuufffff!!que calor tan tremendo, casi me devuelvo pero me aguante, avemaria Juanfer, usted porque no aviso que la caminadita era tan larga, hermosa, muy señora nuestra Santa Fe de Antioquia, tambien la tierrita de Monseñor Francisco
Cristobal toro, hasta me extraño que no lo mentaras, hace muchisisimos años estuve alli, nos llevaron del colegio a celebrar
su nacimiento, recuerdo hubo mucha pompa aquel dia.
Hermoso nuestro Puente de Occidente, siempre pa que, las veces que he paso por alli, se puede ver su buen mantenimiento y la cultura de los visitantes que
tambien le cuidan, recordando a la
vez que Jose Maria Villa fue llamado cuando la construcion del
famoso Brooklyn Bridge,participando
no solo en el diseño sino tambien
como ingeniero para monumental obra.

Felicitaciones Juanfer por tu cron ica y a Zuluaguita por las fotografias.

Coneja.
Harrison. N.j